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Print version ISSN 1909-0455

Rev. P+L vol.8 no.2 Caldas July/Dec. 2013

 

Artículo de revisión / Review article / Artigo de revisão

Cultura ambiental: un estudio desde las dimensiones de valor, creencias, actitudes y comportamientos ambientales*

Environmental culture: a study from values, beliefs, attitudes and environmental behaviors

Cultura ambiental: um estudo desde as dimensões de valor, crenças, atitudes e comportamentos ambientais

Luisa Margarita Miranda Murillo**

* Artículo derivado de la investigación titulada: La influencia familiar y universitaria en el desarrollo de la cultura ambiental de los estudiantes de la Corporación Universitaria Adventista. Financiado por la Corporación Universitaria Adventista. Vigencia enero de 2011-junio de 2013.
** Licenciada en Biología y Química, Universidad del Tolima. Magister en Ciencias -Química, Universidad Nacional de Colombia. Investigadora del grupo GICUVI, profesora asociada a la Facultad de Ciencias de la Salud, Corporación Universitaria Adventista. e-mail: lmiranda@unac.edu.co.

Artículo recibido: 01/08/2013; Artículo aprobado: 30/10/2013


Resumen

El presente artículo de revisión pretende hacer una descripción de la cultura ambiental abordada desde las dimensiones de valor, creencias, actitudes y comportamientos ecológicos. La cultura ambiental es la forma como los seres humanos se relacionan con el medio ambiente, y para comprenderla se debe comenzar por el estudio de los valores; estos, a su vez, determinan las creencias y las actitudes y, finalmente, todos son elementos que dan sentido al comportamiento ambiental. Por lo tanto, la educación ambiental debe estar enfocada de acuerdo con las características propias de la comunidad, por lo cual es importante desarrollar estudios en los cuales se determinen estas variables con el fin de avanzar en la consolidación de una cultura ambiental favorable.

Palabras clave: cultura ambiental, valores ambientales, creencias ambientales, actitudes ambientales y comportamientos ambientales.


Abstract

This revision article describes environmental culture from the following dimensions: values, attitudes and ecological behaviors. Environmental culture is the way human beings interact with environment and the first step for understanding it is studying values. These values determine beliefs and attitudes and, finally, they are all elements that give sense to environmental behavior. Environmental behavior, therefore, must be approached according to the characteristics of the community, so it is important to make studies to determine these variables aiming to make advances in the consolidation of a favorable environmental culture.

Key words: environmental culture, environmental values, environmental beliefs, environmental attitudes and environmental behaviors.


Resumo

O presente artigo de revisão pretende fazer uma descrição da cultura ambiental abordada desde as dimensões de valor, crenças, atitudes e comportamentos ecológicos. A cultura ambiental é a forma como os seres humanos se relacionam com o médio ambiente, e para compreendê-la se deve começar pelo estudo dos valores; estes, a sua vez, determinam as crenças e as atitudes e, finalmente, todos são elementos que dão sentido ao comportamento ambiental. Portanto, a educação ambiental deve estar enfocada de acordo com as características próprias da comunidade, pelo qual é importante desenvolver estudos nos quais se determinem estas variáveis com o fim de avançar na consolidação de uma cultura ambiental favorável.

Palavras importantes: cultura ambiental, valores ambientais, crenças ambientais, atitudes ambientais e comportamentos ambientais.


Introducción

El problema del progresivo deterioro ambiental y social se ha atribuido a ciertas creencias o formas de ver el mundo que establecen, en gran parte, los valores y las actitudes con respecto al medio ambiente y a los otros seres humanos que generarán determinados comportamientos o conductas ecológicas. Todo esto en conjunto determina la cultura ambiental que identifica a los pueblos. Por tal razón es importante formar desde edades tempranas una adecuada cultura ambiental, como una alternativa para preservar el medio ambiente y garantizar la supervivencia de las especies.

La cultura es un término globalizador, que incluye todo aquello que la humanidad ha incorporado en la naturaleza, con el fin de dominarla, transformarla, establecer relaciones sociales acertadas, generar respuesta a sus interrogantes y tener su propia cosmovisión (Beldarrín, 2004). Por ejemplo, la agricultura es una de las primeras acciones que realizó el ser humano en la naturaleza para la satisfacción de sus necesidades (Castillo, 2009). Por lo tanto, el ser humano es siempre un portador de valores culturales. La cultura ambiental es la manera como los seres humanos se relacionan con el medio ambiente. Según Roque (2003, p. 10), cada pueblo impacta en sus recursos naturales y en su sociedad de manera particular. De ahí que el tratamiento a los problemas ambientales involucre la necesidad no solo de un enfoque educativo, sino también cultural, que se aborde desde los valores, las creencias, las actitudes y los comportamientos ecológicos (Bayón y Morejón, 2005, p. 2).

En vista de que el tema de la cultura ambiental es tan amplio y, además, objeto de intervenciones de diferentes disciplinas, es preciso delimitar el estudio de este, a partir de cuatro variables: las creencias, los valores, las actitudes y los comportamientos. A continuación se revisarán dichas variables, desde la perspectiva teórica y empírica, completando así la definición de cultura ambiental.

Cultura ambiental

La cultura ambiental establece los parámetros de relación y reproducción social con relación a la naturaleza. Para Bayón (2006), esta debe estar sustentada en la relación del hombre con su medio ambiente, y en dicha relación está implícito el conjunto de estilos, costumbres y condiciones de vida de una sociedad con una identidad propia, basada en tradiciones, valores y conocimientos. Asimismo, Roque (2003, p. 10) dice que la cultura es un patrimonio y un componente del medio ambiente; por lo tanto, su conservación es un derecho soberano de cada pueblo.

Todas las características de la cultura están influenciadas por el entorno natural en el que se desarrolla la sociedad; este entorno tiene una gran influencia en el carácter de identidad cultural de los pueblos. Por lo tanto, cada civilización deja huella en sus recursos naturales y en su sociedad de una forma específica, y los resultados de ese proceso de transformación determinan el estado de su medio ambiente. Cuando el sistema de valores materiales y espirituales se construye a partir del uso racional de los recursos naturales, basado únicamente en necesidades reales, la sociedad está orientada hacia el desarrollo sostenible (Roque, 2003, p. 10).

La globalización simplifica la diversidad cultural y facilita la generación de estilos de vida insostenibles, en tanto que, esta primera se fundamenta en la existencia de un modelo actual de desarrollo que es desigual para las sociedades humanas y que es nocivo para los sistemas naturales (Bayón, 2006, p. 89). Por tanto, es importante que la educación ambiental defienda y favorezca la diversidad cultural para garantizar que los individuos y los pueblos lleven a cabo sus proyectos singulares de construcción de la sostenibilidad. Aunque tener una cultura ambiental no garantiza un cambio en el comportamiento humano en beneficio del ambiente, varios estudios han mostrado que existe una relación positiva entre el nivel de cultura ambiental de una persona y la probabilidad de que realice acciones ambientalmente responsables (Sosa, Isaac, Eastmond, Ayala & Arteaga, 2010, p.34). Por esta razón se considera que elevar el nivel de cultura ambiental de la población es una prioridad, y es únicamente a través de la educación como el individuo interioriza la cultura, y es capaz de construir y producir conocimientos, reorientar sus valores, modificar sus acciones y contribuir como sujeto individual a la transformación de la realidad del medio ambiente (Ferrer, Menéndez y Gutiérrez, 2004, p. 64).

En relación con la educación y el desarrollo de la cultura ambiental, se han hecho una serie de investigaciones y estudios desde diferentes perspectivas; entre estos estudios se destacan:

  • Cultura ambiental y educación: Fernández, 2009 e Isaac et al. 2011; Quintana y Chalons, 2006; Mata, 2004; Roque, 2003, entre otros.

  • Fortalecimiento de la cultura ambiental a través de la modificación de paradigmas regentes: Mera, 2003.

  • La cultura ambiental y el desarrollo sostenible: Ferrer et al., 2004.

Los valores ambientales

Cada ser humano, a lo largo de su historia de vida, construye su propio repertorio de valores individuales, los cuales determinarán su acción sobre el ambiente. Estos no solo afectan el comportamiento, sino también las otras variables, mostrando un modelo jerárquico de relación en la temática ambiental: valores-actitudes-comportamiento (Pato y Tamayo, 2006, p. 3).

Según Schwartz y Bilsky (1987), los valores se han entendido como representaciones cognitivas que responden a las necesidades de las personas, debido a que el ser humano es un organismo biológico que está en constante interacción, en búsqueda de su bienestar y su supervivencia individual y grupal. Para Schwartz y Bilsky, los valores tienen cinco características fundamentales: 1) son conceptos o creencias; 2) relacionan conductas deseables y el estado final del comportamiento; 3) transcienden a situaciones específicas; 4) guían la selección o evaluación de comportamientos; 5) son ordenados por su importancia relativa. Lo anterior hace evidente la importancia que los valores tienen en la vida del ser humano. Además, como proponen Ros y Gouveia (2001), los valores sirven para establecer relaciones entre las prioridades valorativas y los comportamientos. Por esta razón, como expresa Bolzan (2008), "conocer cómo estos se organizan y se articulan puede ofrecer pistas del modo en que se produce un comportamiento pro-ambiental" (p. 86). Por otra parte, la teoría de valores propuesta por Schwartz (citado en García y Real, 2001) propone que las necesidades básicas de los seres humanos se transforman en valores específicos. En este sentido, el origen de los valores está dado desde tres necesidades o requerimientos humanos universales a los que todos los individuos y sociedades deben responder. Estas tres necesidades son: 1) Las necesidades propias de los seres humanos como organismos biológicos; 2) Los requerimientos de acciones sociales coordinadas;3) Las necesidades de supervivencia y bienestar de los grupos (p. 23).

A partir de estas tres necesidades humanas universales, Schwartz y Bilsky, postulan diez tipos o dominios motivacionales de valores (figura 1), que son considerados por los autores como transculturales, lo cual se sustenta a partir de diversas investigaciones realizadas en diferentes culturas (Pucheu, 2010, p. 296).

De acuerdo con los resultados de las investigaciones realizadas por estos autores, se demostró que existen dos formas básicas de interrelación entre los diversos tipos motivacionales: de compatibilidad y de conflicto. Compatibilidad para los tipos de valores lindantes, y conflicto para los opuestos. El patrón total de relaciones de conflicto o compatibilidad entre las prioridades de valores da una estructura circular al sistema de valores (figura 1).

Una primera dimensión se encuentra constituida por los factores opuestos de apertura al cambio frente a conservadurismo. En esta dimensión los valores son ordenados sobre la base de la motivación de la persona a perseguir sus propios intereses mediante caminos inciertos y/o ambiguos, en oposición a la tendencia de preservar la estabilidad y la seguridad en las relaciones con lo que la rodea (Schwartz, 1994; Schwartz y Sagiv, 1995; Schwartz, 2001; Schwartz y Bardi, 2001).

La segunda dimensión, autodesarrollo frente a auto-trascendencia, ordena los valores en función a la motivación para promover los propios intereses a expensas de los de otros, en oposición a promover el bienestar de la sociedad y la naturaleza sobre los intereses propios. En ese sentido, uno de los extremos se encuentra conformado por los tipos motivacionales: poder social, logro y hedonismo; el otro extremo, por los valores de universalismo y benevolencia. Así, estas dos dimensiones bipolares determinan cuatro factores fundamentales en la estructura de los valores: apertura al cambio, conservadurismo, auto-trascendencia y autodesarrollo (Schwartz, 1994, p. 25).

De acuerdo con las investigaciones, los valores dirigidos a metas colectivas, como benevolencia y universalismo, son afines al medio ambiente. Uno de los planteamientos teóricos que mayor atención ha recibido es el modelo del valor, las normas y las creencias hacia el medio ambiente, presentado por Stern y colaboradores (citados en Calvo y Aguilar, 2008). Desde este modelo, "se analiza la preocupación por el medio ambiente a partir de creencias sobre las consecuencias que el deterioro medioambiental puede tener para ciertos elementos valorados por las personas, en concreto: uno mismo, los demás seres humanos o la biósfera" (p. 14).

Stern, Dietz y Kalof (1993) trataron de adaptar el modelo de valores de Schwartz (1992), y contrastarlo con variables ambientales. Esta investigación defiende que, además de la orientación de valores propuesta por Schwartz, existen también valores relacionados con la temática ambiental. Estos autores añaden la protección del medio ambiente, la prevención de la contaminación y el respeto a la tierra, y proponen tres orientaciones de valores: la egoísta, la social-altruista y la biosférica. La egoísta se relaciona con aquellos valores orientados a satisfacer necesidades e intereses personales; su preocupación por el medio depende de las consecuencias de su propio bienestar; estas personas consideran especialmente los costos y beneficios que la conducta ambiental tendría para ellos mismos. La social-altruista responde a la preocupación por las consecuencias de los problemas ambientales en otras personas, y la biosférica atiende, además del ser humano, a otras especies, es decir, está dirigida a todos los tipos de seres vivos (Stern et al., 1993; Stern y Dietz 1994). Estableciendo una comparación con la teoría de Schwartz, la egoísta atiende a metas individuales (poder social, salud, éxito profesional); la social altruista, a metas individuales y colectivas (familia, comunidad, amigos), y la biosférica, al colectivo y al ambiente general (plantas, animales, árboles, naturaleza). Los análisis comparativos realizados por Stern y sus colaboradores llevan a creer que su estudio y el de Schwartz son semejantes, con excepción del valor biosférico añadido por los primeros. Es posible considerar que el polo de autodesarrollo del modelo de Schwartz (1992) sería equivalente a la orientación egoísta del modelo de Stern et al. (1993), y el polo de auto-trascendencia podría considerase como equivalente, tanto a la social-altruista como a la biosférica, por sus características motivacionales (p. 301).

Las creencias ambientales

Las creencias ambientales se han trabajado ampliamente en la literatura, normalmente como variables que anteceden y predicen actitudes y comportamientos en pro del medio ambiente. Algunos autores mencionan su componente cognitivo, mediador del comportamiento, encajado en un sistema de creencias, y otros autores consideran que las creencias son las mismas actitudes.

Con respecto a su componente cognitivo Grube, Mayton y Ball-Rokeach citados en Pato, Ros y Tamayo (2005, p. 8) mencionan que: "Las creencias sirven como una estructura o mapa que guía los procesos cognitivos y motivacionales contribuyendo a la comprensión de cómo los valores, las actitudes y los comportamientos se relacionan y de las condiciones en que éstos permanecen estables o se transforman".

En cuanto a que las creencias son las mismas actitudes, Corral-Verdugo citados en Bolzan (2008, p. 61) argumentan que se pueden diferenciar de las actitudes puesto que estas últimas son "disposiciones valorativas, tendencias a aceptar o rechazar objetos, eventos o situaciones". Dicho en otras palabras, son un conjunto de conductas valorativas acerca del objeto, que el individuo pone en práctica en el ambiente.

Las creencias ambientales vistas como una cosmovisión muestran a los seres humanos como una parte más en el complejo sistema de relaciones del ambiente; por lo tanto, pueden ser antecedentes directos de los comportamientos ecológicos (Pato et al. 2005, p. 8). Estas creencias generales pueden revelar la manera como los seres humanos se relacionan con el ambiente y determinan su predisposición de actuar favorable o desfavorablemente.

Por otro lado Clark y Milbrath (citados en González, 2002, p. 65) argumentan que las creencias tienen un papel importante para entender la relación del ser humano y el medio ambiente. Ciertamente, el problema del deterioro ecológico y social se atribuye a ciertas creencias, que establecen en gran parte los valores, actitudes y comportamientos con respecto al medio ambiente y a los otros seres humanos. Clark (citado en González, 2002, p. 66) dice que los valores responsables en gran medida del gradual deterioro de la sociedad, como la competitividad, el individualismo y la confianza en la ciencia y la tecnología emergen de creencias ampliamente compartidas, tales como que el ser humano no es cooperativo ni humanitario sino egoísta y violento; de la creencia de acumular para conseguir seguridad personal en momentos de escasez; y también de la creencia de que todo progresa y mejora con el paso del tiempo, haciendo del ser humano lo más valioso del planeta.

González (2002, p. 63), revisando a Cary y Corral-Verdugo, recalca que las creencias funcionan como estrategias interactivas entre los grupos sociales y el medio ambiente, y por tanto, los diferentes aspectos ecológicos y la cultura establecen relaciones de influencia mutua. Así, pues, las creencias, como producto cultural, constituyen una premisa social que respalda la cultura y sus fuerzas culturales. Esto acentúa la importancia que tiene el conocimiento de factores culturales y convencionales, como determinantes del comportamiento individual, para identificar las semejanzas encontradas en las acciones de las personas, en virtud del apoyo que proporciona el grupo social (Obregón, 1996). Entonces, la cultura se debe considerar como la determinante de las creencias, siendo estas representaciones culturales de eventos que tienen existencia para un individuo, más allá de la percepción directa, que le permiten interpretar lógicamente lo que sucede.

En relación con las creencias ambientales se ha realizado una serie de investigaciones y trabajos desde diferentes enfoques y perspectivas, entre ellos: Amérigo, Aragonés, sevillano y Cortés, 2005; Anderson, 2012; Castro, 2009; Vozmediano y San Juan, 2005; Jagers y Matti, 2010; Elía et al. 2009, Aguilar, García, Monteoliva y Salinas, 2006, Dunlanp, Van Liere, Mertig y Robert, 2000; Dunlanp, 2008.

Resumiendo los enfoques de los diferentes autores, puede decirse que las creencias se refieren a aspectos cognitivos, interaccionistas, evaluativos, atributivos, informativos, culturales o individuales, que predisponen una acción o comportamiento a favor o en contra del medio ambiente. Sin embargo, los aspectos que se consideran definitorios constituyen un abanico de difícil integración para la explicación del concepto de las creencias ambientales.

Las actitudes ambientales

Desde el punto de vista de la psicología ambiental, Álvarez y Vega (2009, p.247) citan a varios autores que definen las actitudes como "los sentimientos favorables o desfavorables que se tienen hacia alguna característica del medio o hacia un problema relacionado con él"; también, Taylor y Todd entienden la "actitud ambiental como un determinante directo de la predisposición hacia acciones a favor del medio" (1995, p. 247). Fishbein y Azjen fueron pioneros de las investigaciones con este enfoque, y expusieron un modelo teórico que relaciona las actitudes, las creencias, la intención conductual y la conducta, al cual denominaron Modelo de Valor-Expectativa. Este modelo, posteriormente, con algunas modificaciones hechas por sus autores, dio lugar a la Teoría de la Acción Razonada y, finalmente, a la Teoría de la Acción Planificada. Estas teorías, han sido las más influyentes en los estudios realizados desde la psicología ambiental, para intentar establecer las relaciones entre actitudes ambientales y conductas sostenibles (Álvarez y Vega, 2009, p. 247).

Las investigaciones realizadas concuerdan que las actitudes tienen una gran influencia sobre el comportamiento cuando otros factores no impiden que este se lleve a cabo, sobre todo en lo referente a los comportamientos individuales de consumo y de participación ambiental. En todos ellos se plantea que los individuos solo ejecutan conductas pro-ambientales cuando conocen adecuadamente la problemática ambiental, están motivados, se ven capaces de generar cambios, y están convencidos de que su acción tendrá efectividad y que no les generará dificultades. Sin embargo, se ha encontrado también en los estudios que las actitudes y las conductas pro-ambientales presentan correlaciones muy bajas, lo que ha llevado a plantear que una concienciación respecto al medio ambiente, por sí sola, no asegura la puesta en práctica de comportamientos ecológicos responsables.Todo ello ha acentuado la necesidad de llevar a cabo nuevas investigaciones para perfeccionar los modelos que pretenden explicar los comportamientos a favor del medio (Álvarez y Vega, 2009, p. 248).

Castro (2006), revisado por Elia, Valery y De Martínez (2009), plantea que las actitudes pro-ambientales deben ser concebidas como un fenómeno propio del lugar donde se estudian, ya que se relacionan con los patrones de vida de las comunidades, es decir, estos procesos están relacionados con la cultura. Esto es consistente con el modelo diseñado por Stern, Dietz y Guagnano, quienes argumentan que para entender el comportamiento ambiental es necesario comenzar por entender los valores y posiciones sociales, así como las creencias que tiene la gente referentes al ambiente. En otras palabras, el hombre construye representaciones del mundo a través de sus creencias, valores y actitudes, y estas representaciones son los elementos que organizan y dan sentido a su comportamiento (Elia et al. 2009, p. 204)).

En este sentido, la orientación de valores que tenga la persona ejerce una influencia directa sobre sus creencias, y por lo tanto, sobre las actitudes y el comportamiento. Entonces las creencias se encuentran más cercanas a las actitudes que los propios valores, por lo que proveerán actitudes positivas que faciliten la realización de la conducta (Aguilar, 2006, p. 99) (figura 2).

Se han desarrollado algunos trabajos sobre actitudes ambientales relacionados con otras variables, tales como estilos de vida (Corraliza y Martín, 2000), comportamientos y conocimientos (Courtney, 2000), comportamientos (Riviera y Rodríguez, 2008) y creencias (Taskin, 2009).

Los comportamientos ambientales (conducta ecológica responsable)

Existe cierta confusión literaria respecto a la terminología utilizada para el comportamiento humano y el medio ambiente. Bolzan (2008, p. 42) cita algunos autores que definen el comportamiento ambiental de diferente forma; por ejemplo: Suárez (2000) lo denomina conducta ecológica responsable; otros autores, comportamiento pro-ambiental (Castro 2000, Degenhardt, 2002; Voz Mediano y San Juan, 2005) o comportamiento ecológico (Kaiser y Gutscher, 2003; Kaiser y Fürer, 2003; Kaiser y Wilsón, 2000; Corraliza y Martín, 2000; Pato y Tamayo, 2006).

Bolzan (2008) menciona que Suárez define la conducta ecológica responsable como el conjunto de actividades humanas cuya intención es contribuir a la protección de los recursos naturales o, al menos, a la reducción del deterioro ambiental (p. 42). Pato y Tamayo (2006) utilizan el concepto en sentido positivo, como un sinónimo de proecológico, en el cual el sujeto actúa a favor del medio ambiente. Esta acción puede ser intencionada o no, estar basada en aprendizajes e internalizaciones, y formar parte de la vida cotidiana de las personas (p. 54).

El comportamiento proambiental no es casual y está directamente relacionado con el esfuerzo del individuo. Desde esta perspectiva, puede afirmarse que el comportamiento proambiental posee tres características fundamentales: 1) Debe ser un producto o un resultado, ya que consiste en acciones que generan cambios visibles en el medio. 2) Se identifica como conducta efectiva: resulta de la solución de un problema o de una respuesta a un requerimiento. 3) Presenta un cierto nivel de complejidad: permite trascender la situación presente y así anticipar y planear el resultado efectivo esperado (Bolzan, 2008, p. 43).

Stern (2000) analizó la intención humana en los comportamientos responsables con el medio. Así conceptualizó el comportamiento ambientalmente significativo. Este se define según su impacto, es decir, si se produce un cambio en la disponibilidad de materiales o energías del medio ambiente, o genera alteración en la dinámica y estructura de los ecosistemas de la biosfera.

El impacto humano sobre el medio ambiente es producto de sus deseos de confortabilidad, poder, seguridad personal, y placer. Dichos deseos son reforzados por las industrias y por la tecnología que el propio hombre ha creado para alcanzar sus ambiciones.

Corral-Verdugo y Pinheiro (citados en Bolzan, 2008) advierten que al trabajar con conductas o comportamientos es preciso determinar el grado de impacto económico, institucional/político, social y ambiental que dichas conductas generen. Declaran que determinados tipos de conducta, como por ejemplo la reducción extrema del consumo, pueden incidir en el mercado laboral, reflejando la preocupación por integrar aspectos sociales en países en desarrollo. Para estos autores dichas medidas aparecen como evolución del concepto de conducta proambiental hacia el de sustentable. De acuerdo con esta definición, se identificaría una conducta, en el caso de que cumpla al menos cinco características psicológicas: efectividad, deliberación, anticipación, solidaridad, y austeridad (p. 45).

Berenguer, Corraliza, Martín y Oceja (2000) afirman que el comportamiento proambiental debe ser concebido como un todo, una situación total que define el espacio vital del individuo de carácter relacional entre distintas variables. El comportamiento proambiental debe formar parte de la rutina de las personas, aprendido en diversas áreas de la vida e incorporado en sus hábitos (p. 40).

Muchas son las variables que intentan explicar el comportamiento ambiental dimensionando su carácter polifacético. A continuación se citan varios autores que estudiaron el comportamiento desde diversas perspectivas: los valores (Schultz, 2000; Schultz, 2001; García y Real, 2011), la preocupación ambiental (Stern y Dietz, 1994; Stern, Kalof y Dietz, 1993; Berenguer, Corraliza, Martín y Oceja, 2000; Schultz, 2000; Martínez, 2004; Jiménez y Lafuente, 2010; Alibeli y Whithe, 2011), las actitudes (Álvarez y Vega, 2009; Riviera y Rodríguez, 2009; Amérigo, 2006; Aoyagi, Vinken y Kuribayashi, 2003), y otras variables (Newsome y Alavosius, 2011).

Por lo tanto, los comportamientos proambientales pueden ser explicados por variables precursoras, inherentes de forma interna al sujeto, como son las creencias ambientales, las actitudes y sus valores personales, entre otras.

Conclusiones

A través del tiempo ha dominado una serie de paradigmas tradicionales que se encuentran arraigados en la cultura de los pueblos. Estos han sido determinantes en la concepción de la naturaleza y el ambiente, y, a su vez, son causa del deterioro. Estos paradigmas determinan los valores, las creencias, las actitudes y los comportamientos ambientales. Debido a esto es necesario cambiar la concepción y el acercamiento a la realidad que tienen los individuos. Se debe enfocar la educación ambiental de acuerdo con las características propias de la comunidad y se hace importante desarrollar estudios en los cuales se determinen estas variables o dimensiones, si se quiere avanzar en la consolidación de la cultura ambiental favorable con el medio ambiente y, por ende, progresar en la búsqueda de la sostenibilidad.

La relación entre las tendencias culturales como sistemas de creencias, valores compartidos, actitudes podría dar cuenta de los comportamientos y estrategias que los individuos mantienen en la interacción con el medio ambiente. Por lo tanto, dichas variables, en su más amplio sentido, tienen un peso determinante en el desarrollo de una cultura ambiental sostenible. Ahora bien, el compromiso con valores, creencias y actitudes más próximos a una relación armónica con el medio ambiente podría convertirse en un poderoso predictor del cambio de los contextos en los comportamientos. Por ello, el análisis de la interacción entre las dimensiones mencionadas mostraría de una forma más amplia los aspectos más relevantes implicados en el desarrollo de una cultura ambiental.


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