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Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad

Print version ISSN 1909-3063

rev.relac.int.estrateg.segur. vol.6 no.1 Bogotá Jan./June 2011

 


LA CONFIGURACIÓN DEL PODER
EN EL SISTEMA INTERNACIONAL CONTEMPORÁNEO
*

Por: Rafat Ghotme**

** Docente e Investigador del Programa de Relaciones Internacionales, UMNG. Rafat.gothme@unimilitar.edu.co

Recibido: 18 de enero de 2011 - Aceptado: 08 de febrero de 2011



RESUMEN

En este artículo veremos que el sistema internacional contemporáneo se caracteriza por presentar un conjunto de relaciones de poder que se aproxima al modelo de la hegemonía unipolar en la fase de descenso, y al modelo del equilibrio del poder clásico en ascenso. Si bien se reconoce una interdependencia mundial cada vez mayor, todavía los intereses fundamentales colisionan y pervive la competencia estratégica por la supervivencia y la acumulación del poder.

Palabras Clave: Estructura de poder, sistema internacional, hegemonía, equilibrio del poder, competencia, cooperación.



ABSTRACT  

In this article we will see that the contemporary international system is characterized by a set of power relations that approximates the model of unipolar hegemony in its descent phase and the model of classical balance of power on the rise. While acknowledging a growing global interdependence, the fundamental interests still collide and lives on an strategic competition for survival and accumulation of power.

Key Words: Structure of power, international system, hegemony, balance of power, competition, cooperation.



RESUMO

Neste artigo veremos que o sistema internacional contemporâneo se caracteriza por apresentar um conjunto de relações de poder que se aproxima ao modelo da hegemonia unipolar na fase de descenso, e ao modelo do equilibrio do poder clàssico em ascensâo. Mesmo que se reconheça uma interdependência mundial cada vez maior, os interesses fundamentais ainda colidem e subsiste a competição estratégica pela sobrevivência e a acumulação do poder.

Palavras Chave: Estrutura de poder, sistema internacional, hegemonia, equilibrio do poder, competição, cooperação.



INTRODUCCIÓN

El sistema internacional contemporáneo se caracteriza por presentar un conjunto de relaciones de poder inusuales, que aún no encajan adecuadamente en los modelos clásicos de la estructura de poder de las Relaciones Internacionales. En las condiciones actuales, no es del todo apropiado decir que el mundo de hoy esté atravesando por una era no-polar, es decir, un sistema internacional que se caracteriza por contar con numerosos actores estatales y no estatales con un poder significativo que pueden influenciar o determinar ciertas conductas. Lo mismo cabe mencionar sobre los modelos que presentan a Estados Unidos como una gran potencia incapaz de gestionar los asuntos internacionales en un entorno plagado de bárbaros modernos y Estados disidentes. Es cierto que los actores no estatales han incrementado el número de amenazas y vulnerabilidades que enfrentan países como Estados Unidos, y que esta y otras potencias hayan encontrado más difícil afianzar su poder e influencia en el sistema internacional, precisamente porque ahora estas capacidades están aparentemente en manos de muchos actores, no solo con respecto a las organizaciones globales, las corporaciones, los terroristas y las ONG's, sino también frente a otros Estados que han venido incrementado sus capacidades en términos absolutos. Pero basta con recordar que los Estados actualmente han podido conservar la capacidad para controlar o reducir las amenazas existenciales provenientes de los actores no estatales: si existe alguna forma de orden-des-orden mundial, este aún sigue dominado -y en algunos casos concertado por los Estados más relevantes.

Tampoco, a diferencia de la década del 90, tiene cabida completamente el modelo de bandwagoning, en el que se podía percibir un aparente "acomodamiento" o convergencia entre los sistemas políticos y económicos de las grandes potencias alrededor de Estados Unidos; en el siglo XXI, y especialmente a partir de la Guerra de Irak de 2003, el autoritarismo ruso y el gobierno de partido único en China ya no ven con buenos ojos la forma como Estados Unidos usa su poder en el mundo. Y, sin embargo, puesto que ninguna potencia ha querido ni se ha inclinado a desafiar militarmente a Estados Unidos, la estabilidad mundial, en el sentido de una paz generalizada, ha seguido siendo una constante en el sistema internacional contemporáneo que no se explica exclusivamente por razones de "acomodamiento" entre las grandes potencias.

En este artículo veremos que la estructura de poder del sistema internacional contemporáneo se aproxima, por un lado, al modelo de la hegemonía unipolar en la fase de descenso, y por otro, al modelo del equilibrio del poder clásico, pues si bien Estados Unidos como hegemonía declinante sigue siendo la única superpotencia militar, mientras que las otras potencias occidentales, democráticas y capitalistas actúan de acuerdo con las "oportunidades" que les ofrece el sistema internacional -es decir, siguiendo una política de bandwagoning hacia los Estados Unidos y entre sí-, este ya no es el caso con respecto a Rusia, China y otras potencias emergentes como Brasil y la India. Contrariamente a la creencia de que el sistema internacional está atravesando por una fase de multipolaridad con multilateralismo -creencia incitada por la ambición multilateralista del presidente Obama y seguida por muchos teóricos y periodistas-, las potencias nuevas o emergentes actúan más de acuerdo con las premisas de un mundo hobbesiano en donde si bien se reconoce una interdependencia mundial cada vez mayor, todavía los intereses fundamentales colisionan y pervive la competencia estratégica por la supervivencia y la acumulación del poder. En el mundo actual, por tanto, aunque aún no encaje completamente ninguno de estos modelos, lo más probable es que ese orden-desorden evolucione en el corto o mediano plazo hacia un mundo equilibrado entre potencias que divergen ideológica y económicamente.


EL DESORDEN MUNDIAL

En la década del 90 parecía que realmente estaba operando una profunda transición hacia la democratización del mundo (Fukuyama, 1994, 2004), en el que además convergían los sistemas políticos y económicos de los Estados y de las grandes potencias entre sí. Este proceso se pudo verificar en África, América Latina y los países que surgieron de la Unión Soviética, aunque en muchos casos en términos formales y de un modo violento; incluso en el caso de China, una autocracia gobernada por el partido comunista, se supuso que el impresionante crecimiento económico por el que atravesaba ese país terminaría por presionar para liberalizar su propio sistema político (Brown y Ainley, 2009:250 y ss.). Esta convergencia ideológica entre las grandes potencias y otros Estados corría paralela al ascenso de otros actores regionales y globales que incrementaron los flujos transfronterizos de todas las actividades humanas, desde las drogas y el terrorismo, hasta la degradación ambiental, los correos electrónicos, las personas y el comercio (Haass, 2008).

En términos generales, el mundo de la posguerra fría ha sido interpretado desde diversas ópticas (véase el Gráfico 1). Por un lado, la teoría de los tipos de regímenes y la teoría de la "paz democrática" reforzó su creencia en que los problemas se resolverían pacíficamente en un sistema compuesto por democracias (véase Doyle, 1986). El realismo, por otro lado, expuso dos explicaciones: Waltz (1993, 2000) insistió en que lo que cuenta son las capacidades, antes que los tipos de régimen, y que al final un nuevo equilibrio del poder terminaría por establecerse; otros autores, como Schweller (1994), S. Walt (1987, 2005), si bien creían que las capacidades cuentan, también lo hacen las intenciones de los Estados, y por tal razón asumieron que las grandes potencias se acomodarían (bandwagon) al poder norteamericano, antes que equilibrarse, sobre la base de que Estados Unidos no fuera a usar su poder de modo tal que amenazara los intereses nacionales de esas potencias. Una versión todavía más estructuralista cree que las potencias emergentes necesitan acomodarse más que ninguno al sistema mismo, pues muchas de ellas (Brasil, India o Sudáfrica) dependen de los flujos globales del sistema internacional para su bienestar económico y su estabilidad política (Haass, 2008).

La larga década del 90 (1989-2001/2003) vio, en fin, un frente democrático y liberal liderado por Estados Unidos batallando en Irak, Serbia o Afganistán, donde las otras potencias prefirieron acomodarse a los Estados Unidos en lugar de buscar alguna forma de equilibrio entre sí, influyendo en este proceso el que probablemente no sintieran amenazados sus intereses vitales. Siguiendo a Brown y Ainley (2009:250), "sea que este periodo de armonía relativa entre las grandes potencias deba atribuirse a la convergencia entre los regímenes o a algún otro tipo de factores, la armonía en sí, y la convergencia ideológica, parecían no tener duda". Si bien el mundo de la posguerra fría manifestó crisis y transiciones violentas hacia la democracia, y mostró que los conflictos se ubicaban en ciertas regiones periféricas, en términos generales el sistema se mantuvo estable -en el sentido de una paz general entre las grandes potencias-sin necesidad de la existencia de un equilibrio del poder.

En el siglo XXI, y especialmente a partir de la Guerra de Irak de 2003, el sistema internacional ha experimentado algunos cambios sensibles. En primer lugar, porque las guerras contra el terrorismo libradas por Estados Unidos y, por ende, la forma como ha usado su poder, han estado menos orientadas por el consenso (Brown y Ainley, 2009). En segundo lugar, y derivado de lo anterior, porque la presunción de la aparente convergencia ideológica ha comenzado a desvanecerse, y las potencias emergentes, tanto democráticas como no democráticas, no comparten la visión norteamericana y occidental del orden mundial (Brown y Ainley, 2009; Patrick, 2010). Y en tercer lugar, porque si bien las potencias emergentes se han manifestado más dispuestas a desafiar el peso relativo del orden mundial liderado por las democracias occidentales, tanto estas como aquellas han verificado una aparente reafirmación de la cooperación en medio de la anarquía en diversos frentes (Badie, 2009; Devin, 2009).

La guerra de Afganistán contó con la aprobación de la mayoría de los regímenes políticos a lo largo del mundo, pero fue a partir de la guerra de Irak -y las subsecuentes luchas contra el terrorismo en el Cuerno de África, Asia Central, el Magreb y el Sahel- que los Estados Unidos y algunos de sus aliados occidentales dejaron de contar con el respaldo de la mayoría de los grandes poderes. Regímenes autocráticos o autoritarios como el de Rusia y China no apoyaron la invasión a Irak, y regímenes democráticos como Francia y Alemania prefirieron que la invasión estuviese amparada en una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Por otra parte, la divergencia ideológica no solo se ha reflejado en el Islam militante o los movimientos peronistas en América Latina, sino también en el renovado éxito de la autocracia china (Patrick, 2010, Economy, 2010) y el creciente autoritarismo ruso (Lacqueur, 2010).

China ha tenido un crecimiento económico impresionante, impulsado por la idea, a la vez, de un capitalismo y monopolio estatales. No se exagera al decir que el liderazgo chino promueve, tanto retórica como pragmáticamente, un "ambiente internacional pacífico" en el que se consolide su crecimiento económico y pueda garantizarse el acceso a los recursos naturales y energéticos. Además de buscar un comercio organizado con una nueva agenda en la OMC, con políticas discriminatorias industriales -y el desconocimiento de las patentes- en contravía de las existentes y pregonadas por Europa, Japón y Estados Unidos, el gobierno chino, también, busca tener un gran papel en las demás organizaciones internacionales tratando de implantar nuevas reglas de juego (Economy, 2010). El gobierno chino ha desafiado estas reglas de juego mundiales en lo que concierne a la concepción de la soberanía como algo contingente, creencia que en Occidente se ha visto reforzada desde la década del 90 por las múltiples intervenciones internacionales justificadas en nombre de la defensa de los derechos humanos y la ayuda humanitaria en Sudán, Somalia, Haití o Bosnia (Lyons y Mastanduno, 1995; Patrick, 2010), o en la búsqueda de terroristas, dictadores sanguinarios o Estados que producen o comercian armas de destrucción masiva; en todos estos casos, China y otras potencias emergentes, como Brasil, India, Sudáfrica, y ahora Turquía, se han opuesto a las medidas del Consejo de Seguridad de la ONU referentes a las violaciones de los derechos humanos en Birmania, Sri Lanka, Sudán o Zimbabue (Patrick, 2010).

Estas potencias emergentes, además de que ya no confieren a los Estados Unidos la autoridad para delimitar los contornos de una soberanía responsable, también desafían el orden internacional mediante acuerdos internacionales o reforzando los ya existentes. Por un lado, en el BRIC, Brasil, Rusia, India y China se han mostrado desafiantes en sus cumbres anuales frente al dólar como moneda de reserva mundial y, por ende, a reclamar un mayor papel en las instituciones financieras internacionales, aunque esto casi siempre ha quedado en papel mojado (Lacqueur, 2010; Patrick, 2010; Economy, 2010). Reforzando el acercamiento entre los regímenes autoritarios de la región, la Organización para la Cooperación de Shanghái, liderada por Rusia y China, ha endurecido su posición hacia Estados Unidos, mediante la contención de su presencia en Asia Central (Brown y Ainley, 2009). Por otro lado, las organizaciones internacionales ya existentes complementan este doble juego: se reconoce el papel preponderante de la ONU como escenario de deliberación multilateral, pero al mismo tiempo que las potencias miembros permanentes del Consejo de Seguridad se niegan a aceptar una nueva membresía para las potencias emergentes como Brasil, Sudáfrica o Alemania, la mayoría de estas potencias quieren implantar nuevas reglas a favor de sus intereses sin asumir nuevas responsabilidades, como es el caso referido del comercio mundial y las patentes, o el de la proliferación nuclear (Patrick, 2010).

Es muy diciente que el resultado del impresionante crecimiento de su economía haya impulsado, aunque prudentemente, al gobierno chino a revivir su política de dominio estratégico de las islas y los mares circundantes, no solo con el propósito de consolidar la clásica "política del poder" marítimo y mundial, sino también para crear una zona de paso segura para todos sus buques mercantes (Economy, 2010). Prudentemente, porque no es probable que ni en el corto ni en el mediano plazo esta "expansión estratégica" de China logre los resultados deseados, pues esta política tropezará con la resistencia de Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, Vietnam, Indonesia, entre otros países que circundan el Mar de China y perciben el peligro a su seguridad nacional por la eventual expansión china. Prudentemente, además, porque China es consciente de que no puede amenazar seriamente la supremacía militar de Estados Unidos y ni siquiera la de vecinos como Japón. Realmente, la política internacional china ha sido pragmática frente al uso del poder que le ha dado Estados Unidos al manejo de los asuntos globales: debido a su interdependencia económica y a la necesidad de preservar el mercado estadounidense, China ha preferido mantener una actitud "neutral" en el frente occidental liderado por Estados Unidos en la reorganización político-militar del mundo y especialmente en la lucha contra el terrorismo (Domenach, 2009; Cypel, 2009:35).

Si bien George W. Bush también reconocía la importancia de mantener a China "neutral", es a partir de sus últimos años de gestión, y particularmente desde que Obama asumió el poder, que los Estados Unidos reforzaron su posición frente a China. El gobierno Obama se ha mostrado más obstinado en la revisión del "expediente" comercial, militar y de derechos humanos en China, al mismo tiempo que se acerca a la dirigencia comunista para gestionar la crisis económica internacional en el marco del G20, la proliferación iraní y la mediación en la crisis norcoreana. China ha contraatacado tanto en cuestiones monetarias como en asuntos militares, mediante propuestas revolucionarias que incluyen la revisión del papel del dólar como moneda mundial, así como provocaciones navales en marzo de 2009; ¿debemos incluir, en este momento, la carta norcoreana frente a las provocaciones tibetanas y taiwanesas? En suma, el tipo de relaciones chino-estadounidenses se acerca a un marco de dependencia mutua y disputas críticas no excluyentes entre sí, donde China está todavía lejos de dominar la escena internacional (Domenach, 2009:42-43).

Al igual que China, la gran potencia rusa ha preferido adentrarse en una especie de capitalismo autoritario, en el que sobresalen la corrupción y el paternalismo, con un giro populista y antiliberal soportado por la riqueza que proveen los altos precios de los recursos energéticos (Lacqueur, 2010). La política rusa de modernización es realista en ese sentido. El liderazgo ruso (Putin y Medvedev) es consciente de la necesidad urgente de la modernización económica, institucional y de la infraestructura de ese país, y reconoce que esto solo se puede lograr mediante la implementación de una política que conlleve medidas tales que vayan desde la conformación de tratados o acuerdos estatales en materia de cooperación en investigación y tecnologías, hasta una nueva distensión con las potencias occidentales en torno a la proliferación nuclear, los derechos humanos y la geopolítica de Rusia en Asia Central y Europa Oriental.

Para llegar a esta nueva distensión, se ha hecho necesario primero superar la "resaca" de la guerra fría. En la década del 90, la Federación Rusa seguía siendo vista en Occidente como un gigante con pies de barro; en Rusia, por el contrario, se seguía pensando que la piedra angular de las relaciones internacionales eran precisamente los asuntos dominados por las relaciones ruso-estadounidenses. En primer lugar, Rusia no veía con buenos ojos que algunos antiguos miembros del Pacto de Varsovia ingresaran a la OTAN en 1996, y menos aún los países bálticos en el año 2004. En los últimos dos años, con la impresionante recuperación de su economía y la estabilidad política de su régimen autocrático, el Kremlin desafió y consiguió detener a la OTAN en su intento de incorporar a Bielorrusia, Ucrania o Georgia. Con la eventual instalación del sistema de defensa de misiles antibalísticos en República Checa y de misiles interceptores en Polonia, Moscú percibió este intento como uno más para contrarrestar las "fuerzas estratégicas" rusas por parte de la alianza euro-atlántica (Urjewicz, 2009:202-205). En parte, el restablecimiento de las antiguas relaciones de la era soviética con la India, China y Cuba, y más recientemente con Venezuela, se explican por las fricciones entre Rusia y Estados Unidos. Además de las tensiones ya referidas, se deben incluir la cuestión georgiana por Osetia y Abjasia, la cuestión kosovar, los acuerdos con Irán sobre energía nuclear, y con la India sobre cesión de tecnologías para la construcción de misiles.

Sin embargo, en los últimos años Rusia ha experimentado una espectacular "vuelta" al sistema internacional. Ya se ha dicho que parte de esta "vuelta" obedece a su impresionante recuperación económica producida por el alza en los precios de los hidrocarburos. Pero también se debe considerar el nuevo aggiornamiento propuesto en Occidente y Estados Unidos desde los últimos años del gobierno Bush y el actual presidente Obama. Han influido en ese acercamiento la necesidad de Rusia de contar con la legitimación de la lucha contra el terrorismo en Chechenia, la de Occidente para atraer a Rusia como un aliado estratégico para hacer frente a la fracasada guerra de Afganistán, y la crisis económica internacional. En la cumbre OTAN-Rusia de noviembre de 2010, la OTAN mostró con suficiencia la necesidad de corregir el error histórico de la posguerra fría al excluir a Rusia de un orden euro-atlántico más amplio (Kupchan, 2010); o la cumbre sobre del desarme nuclear llevada a cabo en Estados Unidos en el año 2010 (anticipado por el nuevo START firmado entre Obama y Medvedev) en el marco de la Conferencia de Revisión del TNP de la ONU (Orlov y Trushkin, 2010; Cirincione y Bell, 2010; Choubey, 2010), son todos ejemplos de este nuevo acercamiento. Existen otros frentes en que se ha podido verificar la nueva cooperación: del lado ruso, su voto en la ONU en contra de Irán, mientras que del lado occidental esta actitud se ha visto recompensada por la disminución en el tono de las críticas a las violaciones de los derechos humanos en Rusia (podemos recordar la masacre de Katyn) (Lacqueur, 2010).

Tanto China como Rusia niegan que exista una progresión natural hacia un mercado capitalista y una democracia liberal, y por tal razón se han alejado del principio de la legitimidad pregonado por Estados Unidos a lo largo de las últimas décadas, es decir, hacia el uso del poder norteamericano basado en la naturaleza de su sistema político, de índole democrático y liberal. En este punto es importante decir que el liderazgo norteamericano no solo ha sido puesto en tela de juicio por los regímenes no democráticos, sino también por las democracias más relevantes, como lo fue el caso de Francia, Alemania y la India en la guerra de Irak de 2003. A partir de 2005-2006 esta tensión entre democracias comenzó a desvanecerse, entre otras razones por el cambio de actitud en la administración Bush, y el cambio de liderazgo en Alemania con el traspaso del poder de Schroeder a Merkel, en Francia con el cambio del poder de Chirac a Sarkozy, y en Estados Unidos con el presidente Obama; o al multilateralismo de los últimos años del gobierno Bush (que fue más una consecuencia del estrepitoso fracaso de su política unilateralista), junto al hecho de que se llegó a buenos términos con los actuales mandatarios, entre los que sobresalen Obama y su política exterior "ecuánime"; estas razones han mostrado una mejor disposición por parte de las democracias occidentales, además de Japón y la India, a cooperar (Brown y Ainley, 2009; Patrick, 2010; Badie, 2009).

No es difícil exagerar que la posición que se le ha dado a Rusia, China y otras potencias emergentes del Sur haya quedado relegada a un plano ambiguo. Desde incluso antes del gobierno Bush, y aunque con el gobierno Obama se haya implementado una especie de apertura al multilateralismo y a la aceptación de regímenes no democráticos como eventuales aliados estratégicos -o bajando el tono con algunos de ellos, como Irán, Venezuela o Cuba-, lo cierto es que Estados Unidos y Occidente han redescubierto una nueva disposición a cooperar. Esta estrategia es político-militar antes que socio-cultural (Badie, 2009:28). Debido precisamente a la fragmentación social y cultural que permite a la tradición occidental identificarse en medio de la diversidad, es que ese nuevo centro occidental del poder se manifiesta más en una estrategia política y militar predispuesta a defenderse de los "temores" rusos, chinos e islámicos: ahí radica, particularmente, el re-direccionamiento de la OTAN como una alianza militar de alcance global.

Más recientemente, sin embargo, algunos casos pueden demostrar que el "tipo de régimen" no es "un buen predictor" en la forma como se conduce la política exterior (Kupchan, 2010), como es el de Brasil y Turquía, que impulsaron la negociación de un acuerdo en mayo y junio de 2010, antes de imponer sanciones, a los planes nucleares iraníes. En este caso la propuesta brasilera y turca fracasaron a la hora de demandar una nueva resolución frente al "acuerdo" de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, pero lo que demuestra esta situación es que Estados Unidos y otras potencias fueron desafiadas por otras potencias emergentes (Patrick, 2010). Prueba, también, que las potencias occidentales y las "otras" pueden llegar a acuerdos estratégicos cuando se perfilan las necesidades.

Otros Estados menores, incluso, han tratado de convertir sus fondos soberanos de riqueza en instrumentos de presión internacional. Estas riquezas provienen especialmente de los recursos energéticos de países como Arabia Saudita, los Emiratos, Kuwait, Asia Central, entre otros (Haass, 2008). No es muy seguro que estos países puedan lograr resultados revolucionarios en la política internacional en el corto plazo, pero desde el punto de vista de los flujos financieros es probable que estas fuentes de riqueza revalúen la importancia del dólar, obliguen a las firmas norteamericanas y occidentales a buscar fuentes de dinero allí y, más importante, que logren transformar la dependencia occidental de los hidrocarburos en una vía para lograr negociaciones internacionales más favorables. En el caso de Rusia, sin embargo, estas fuentes de riqueza pueden demostrar su gran potencial disuasorio. Europa sintió el peso enorme de su dependencia hacia los hidrocarburos cuando en los últimos años Rusia, en el momento más crítico de sus relaciones con la OTAN, cerró el acceso del petróleo hacia Europa a través de Ucrania. Esta es una de las clásicas ocasiones en que un Estado utiliza los "factores económicos" como un instrumento de presión de su "política internacional".

Las fuentes de riqueza también han dado un papel ascendente a las firmas transnacionales. Pero en las circunstancias actuales, cabe atribuirle a otro actor no estatal un rol todavía más crítico: los terroristas. El temor no solo radica en su capacidad de "combate global", sino también en su efectividad para generar "terror". Adicionalmente al problema que enfrentan algunas potencias frente a Estados "proliferantes", se debe incluir ahora la posibilidad de que los terroristas adquieran armas de destrucción masiva y ejecuten un ataque a gran escala sin precedentes contra el "mundo occidental", y este temor se hizo completamente explícito en la cumbre de la ONU llevada a cabo en abril de 2010 (Orlov y Trushkin, 2010:47-48). El terrorismo internacional, y específicamente el terrorismo islámico internacional, han adquirido una capacidad enorme para movilizar sus recursos e implementar nuevas formas de combate global. En ese proceso ha contribuido poderosamente la globalización de la tecnología y con ello las facilidades de movilización y reclutamiento (Roy, 2003, 2007). Pero también tiene gran parte de responsabilidad la incapacidad de varios gobiernos en emprender una más eficaz e inteligente "lucha contra el terror", sobresaliendo entre todos ellos el primer periodo de gobierno presidido por George W. Bush.

Sin embargo, actualmente la amenaza existencial del terrorismo ha disminuido. Es posible que los terroristas adquieran y utilicen armas de destrucción masiva, y no lo es menos que algunos Estados "canallas" se las provean, pero realmente este tipo de amenazas han surtido otro tipo de efectos que refuerzan más la incertidumbre actual: influencian y movilizan a los Estados occidentales -y en menor medida a las "otras" potencias después de 2003- a concertar programas para erradicar el "terror" y promover los planes anti-proliferación. Por otra parte, incluso si países como Irán o Siria ingresan al "club" nuclear, no existen muchos motivos para creer que esos Estados vayan a actuar menos racionalmente que los que ya las tienen o de un modo tal que desestabilicen el sistema, y es muy seguro que los demás Estados que posean armas nucleares sigan utilizándolas como el principal mecanismo disuasorio que genere estabilidad en el sistema. Otros tipos de amenazas, crisis y vulnerabilidades del sistema han llevado a los Estados relevantes a adoptar una posición "ecuánime" con Estados Unidos para tratar de resolver los problemas generados por la inseguridad mundial de forma colectiva, como reducir el cambio climático, resguardar un sistema económico internacional liberal y abierto y promover los escenarios de deliberación multilateral, como la ONU, para gestionar los intereses nacionales y la resolución de los principales conflictos mundiales.


HACIA LA HEGEMONÍA Y EL EQUILIBRIO DEL PODER

Ahora, ¿cómo interpretar o incorporar esta nueva situación mundial que surge desde los años críticos de la guerra de Afganistán y la guerra de Irak de 2003 en un modelo de estructura o configuración del poder mundial? El desorden mundial que caracteriza al sistema internacional contemporáneo, ¿nos lleva a pensar que la era de la hegemonía norteamericana está llegando a su fin y dando paso a una era multipolar caracterizada por el equilibrio del poder? o, puesto que las grandes potencias aún no se encuentran en la posición de desafiar militarmente a Estados Unidos, ¿estamos atravesando más bien una era de interdependencia compleja, donde las potencias actúan basándose en normas e instituciones en un escenario multilateral y cooperativo? El gráfico 2 resume el cuadro anterior.

En principio, sobresale el hecho de que Estados Unidos esté siendo desafiado por las potencias emergentes sobre la forma como usa su poder en el mundo, y que en muchos casos sea incapaz de gestionar los asuntos mundiales sin recurrir a la alianza forjada con las democracias occidentales y el concurso de las autocracias rusa y china. ¿Obedece esto a que Estados Unidos no comprende la naturaleza de su poder y su posición en el mundo?.


EL PODER NORTEAMERICANO EN LA FASE DE DECLIVE

Estados Unidos está atravesando por una fase de declive característica de los ciclos de las transiciones hegemónicas. Los Estados Unidos han entrado en la fase de declive como potencia hegemónica tanto por razones "internas" como por razones "sistémicas". Históricamente, las potencias hegemónicas en las fases de transición descubren que siguen contando con las mayores capacidades de poder en el sistema internacional, pero que, al mismo tiempo, estas se ven "agobiadas" por una "sub-limitación" nacional (explosión de la deuda, déficit de la cuenta corriente y crisis políticas) y por la "sobre-expansión" imperial, el desplazamiento de los centros de producción mundial hacia otros lugares no dominados por la potencia y el ascenso de otros grandes poderes (véase, para una consideración teórica de las transiciones hegemónicas, aunque en perspectivas diferentes, Gilpin, 1981; Modelski, 1987; Kennedy, 1989; Arrighi y Silver, 2001; y Wallerstein, 2004).

La potencia norteamericana es y seguirá siendo la mayor potencia mundial. Cuenta con el mayor gasto militar del mundo, con unos 700.000 millones de dólares, y un PIB de 14 billones de dólares, el más elevado del globo con una participación del 25% del total mundial (Haass, 2008). Para reforzar este poderío, Estados Unidos no solo cuenta con una gran capacidad de poder duro, sino que también tiene la principal -aunque no exclusiva- capacidad de poder blando en el mundo, esto es, una gran fuente de cultura (difundida por el cine y la televisión), la información y la innovación (Nye, 2010).

Quizás más importante sea el papel que juegan las armas nucleares. Vimos que Rusia y China han endurecido su posición hacia los planes continuos de Estados Unidos para crear programas de defensa de misiles balísticos y que ambas naciones están ampliando y modernizando su arsenal convencional y nuclear. Pero Estados Unidos sigue contando con la mayor capacidad nuclear del mundo y con armas nucleares con la tecnología suficiente para responder a un ataque preventivo del adversario en un tiempo realmente corto. En ese sentido, la superioridad estadounidense es incontestable, y por ende su primacía en el sistema internacional.

Pero a pesar del poder de Estados Unidos, existe un relativo declive de su posición mundial, y con ello un declive absoluto en influencia e independencia. Este aspecto del declive o las transiciones hegemónicas tiene diversas explicaciones. Económicamente, la participación mundial de las importaciones estadounidenses se ha reducido en un 15%, y su PIB ha disminuido en el corto plazo, mientras que aumenta el de algunos países asiáticos dos o tres veces más que el de Estados Unidos. El ascenso de los países con fondos soberanos de riqueza es, como vimos, un factor que contribuiría a desplazar la preponderancia económica de los Estados Unidos; proveniente de los recursos energéticos, países como China, Kuwait, Arabia Saudita y Emiratos Árabes suman en conjunto 3 billones de dólares, con un crecimiento proyectado de 1 billón anual, situación que se favorece por el alza de los precios del petróleo y el gas, y la dramática demanda china e india de hidrocarburos. El desplazamiento de los mercados de valores alternativos y en general de las finanzas internacionales hacia lugares como Londres u otras bolsas, y la caída del valor del dólar, que entre otras cosas podría dar paso a crisis inflacionarias y monetarias, contribuyen además a que las firmas norteamericanas busquen liquidez en otras partes, como los referidos países que cuentan con los fondos soberanos de riqueza (Haass, 2008; Brown y Ainley, 2009).

La posición norteamericana ha sido desafiada militarmente. A pesar de su gran inversión en programas militares, sus capacidades no son efectivas. El fiasco en Afganistán y la incapacidad norteamericana para establecer de la forma deseada un régimen estable en Irak, están en el centro de esta historia. Estados Unidos, a lo sumo, habrá conseguido una "estabilidad a medias" en Irak, y no se puede negar que la situación de hoy en día es mejor -o digamos, menos violenta- de lo que era en 2003. Pero, en conjunto, esto no era lo que pretendía establecer Estados Unidos al iniciar la campaña. El 11 de septiembre demostró la capacidad de los terroristas para ejecutar planes a escala global, y también la inutilidad de las armas modernas en los conflictos modernos, donde las batallas tradicionales son reemplazadas por zonas de combates urbanas. Aunque la amenaza de los ataques terroristas haya disminuido sustancialmente -¿debemos atribuir esta reducción de la amenaza a la lucha global contra el terrorismo?-, el problema de la proliferación de las armas nucleares no hace sino reforzar el temor generalizado de que una potencia emergente las use o suministre su capacidad a grupos terroristas.

Diplomáticamente, el poder y la influencia estadounidenses reflejan un paradójico cambio. Por una parte, decrece su influencia para liderar reformas, programas de asistencia y sanciones -pues quién si no China influye sobre Corea del Norte en su programa nuclear y en la distensión con Corea del Sur; o piénsese que China y Rusia diluyen los esfuerzos para presionar a Sudán por la crisis en Darfur, o se resisten a las peticiones de presión norteamericanas sobre Pakistán, Venezuela o Zimbabue-. Por otra parte, Estados Unidos coopera con la Unión Europea para presionar a Irán (en un principio China y Rusia eran renuentes, pero en 2010 cooperan por razones pragmáticas). Por último, Estados Unidos ha sido desafiado en el mundo de la cultura y la información. Bollywood produce más películas que Hollywood, existen fuentes innumerables de alternativa a la televisión norteamericana y las webs y blogs compiten con los noticieros de Estados Unidos (Haass, 2008). Pero más importante aún es la creciente corriente de opinión antiamericana que se ha irradiado por el mundo: no solo algunos Estados revolucionarios, sino también gran parte de la sociedad civil global, han puesto en tela de juicio la forma como Estados Unidos utiliza su poder en el mundo (véase, al respecto, Wallerstein, 2005).

Por otra parte, hay que admitir que en principio la lógica descendente de la potencia hegemónica debería corresponderse con la lógica del ascenso de otras potencias en competencia. Más adelante se hará referencia a esta lógica ascendente. Por el momento es necesario detenerse a analizar algunas fuentes de disensión entre los declinistas y los defensores del hegemonismo del poder norteamericano. Casi todas estas interpretaciones coinciden en que el mundo de hoy cuenta con un caótico tablero de polaridades.

Por una parte, se cree que no existen potencias capaces de rivalizar con los Estados Unidos, y que esta potencia, al mismo tiempo, es incapaz de gestionar los asuntos mundiales sin contar con aliados fiables (Haass, 2008). En el mundo no-polar de Richard Haass, China no podrá invertir su riqueza para aumentar sus fondos militares o para asignar recursos para tareas internacionales de mayor alcance; a Rusia lo agobia la lentitud en el proceso de modernización, su escasa población y la falta de cohesión interna; la India, que cuenta con los mismos desafíos demográficos de la China, está obstaculizada por la alta burocracia y la pequeña infraestructura que asfixian su política exterior; la Unión Europea contará siempre con el obstáculo insalvable de no poder actuar como un Estado nación; y a Japón se le considera como una sociedad que no tiene la capacidad, por su cultura política, para ejercer el rol de potencia. Haass cree que además la política norteamericana contribuye a esta situación, pues Estados Unidos no ha estimulado respuestas que generen amenazas creíbles. Las potencias emergentes, por otra parte, aún conciben el sistema internacional propicio para su bienestar económico y estabilidad política, utilizándolo para llevar a cabo los flujos transfronterizos de toda índole. La integración amortigua la competencia y el conflicto.

Según Haass, no hay ni habrá rivalidad clásica entre las grandes potencias. Pero descartada esta rivalidad, la unipolaridad ha dado paso a la no-polaridad. En el mundo no-polar de Haass residen actores no estatales que han adquirido un rol preponderante gracias a la globalización, en tanto que esta diluye la influencia de las grandes potencias y otros Estados que no pueden ejercer el control gubernamental adecuado sobre los flujos transfronterizos, reforzando así la capacidad de estos actores. Haass, verdaderamente, infravalora el papel de las grandes potencias y exagera el papel de los actores no estatales. Es válida la presunción de que en el mundo actual las grandes potencias no tengan la capacidad ni la disposición para desafiar a Estados Unidos, pero por tal razón no es cierto que estas potencias se vayan a adecuar a las exigencias estadounidenses para crear un escenario multilateral donde todos estos Estados coincidan con la política exterior de Estados Unidos destinada a disipar o eliminar los efectos "entrópicos" de la no-polaridad. Haass niega que este sea un llamado al unilateralismo; en efecto, insta a los Estados Unidos a que asuma un nuevo liderazgo, precisamente porque es la única potencia que cuenta con las mayores capacidades de poder en el sistema, capaz de generar estrategias y alianzas reducidas a un grupo de Estados, a fin de eliminar las amenazas producidas por la no-polaridad: terrorismo, proliferación, cambio climático, etc. El llamado al multilateralismo que hace Haass no es más que un esfuerzo nostálgico por redirigir la capacidad estadounidense "para mejorar la calidad del sistema internacional", es decir, devolverle su papel como potencia hegemónica en un mundo plagado de bárbaros modernos y Estados disidentes.

Pero si existen visiones tan dramáticas del mundo que encierran términos tan ambiguos como el de la no-polaridad, no es menos cierto que contamos con otros espectros todavía más exóticos de la escena internacional. Esto cabe decir sobre los modelos que alaban a Samuel Huntington o los que creen que estamos en una nueva Guerra Fría. Difícilmente se puede exagerar el hecho de que estamos atravesando un periodo donde Occidente redescubre una disposición a cooperar. Vimos más atrás que esta disposición está dominada por una estrategia político-militar de alcance global, y que va dirigida a contrarrestar las "nuevas" amenazas provenientes del terrorismo islámico de Asia y África, y a los Estados proliferadores de armas nucleares como Irán o Siria. ¿Significa esto que se está formando un nuevo espectro occidente - el "resto"? Si este fuera el caso, no en el sentido de un choque de civilizaciones, pues si por un lado las potencias occidentales y democráticas están dispuestas a cooperar, y por el otro las potencias emergentes a desafiar el orden mundial liderado por Estados Unidos, estas últimas potencias lo hacen bajo un sigiloso y precavido movimiento racional y/o realista de su política exterior; y, sin embargo, las potencias no occidentales están llevando a cabo programas de reformas que incluyen la más multivariada receta de cambios institucionales importadas desde Occidente, como es el caso ya referido de Rusia y la integración de China a la economía mundial.

A lo sumo, se debe reconocer que las potencias occidentales siguen colocando a Rusia y a China en una posición ambigua, pues mientras Occidente -por medio de la OTAN- sigue promoviendo la ampliación de una zona de defensa y seguridad colectivas hacia los confines europeos de Rusia, aduciendo que pretende "neutralizar" una posible amenaza proveniente de Oriente, al mismo tiempo invita al Kremlin a crear acuerdos estratégicos bilaterales de seguridad y apoyo en la lucha contra el terrorismo en Afganistán y otras partes. En esta ambigüedad, ¿una amenaza proveniente de Oriente no se refiere acaso a la posible recuperación de Rusia encaminada a emprender una campaña agresiva de posicionamiento en sus zonas de influencia tradicionales? O dicho de otra forma, ¿estamos ante una nueva guerra fría, especialmente si retrotraemos los momentos de connivencia o distensión entre los Estados Unidos y la Unión Soviética? Definitivamente, no. La guerra fría tuvo otro nivel de complejidad diferente al tipo de configuración de poder que se está fraguando en la actualidad. Basta con remitirnos a dos razones: durante la fase crítica de la Guerra Fría el nivel de amenaza a la estabilidad mundial era mucho mayor de lo que es hoy en día, así como existen motivos para pensar que las relaciones internacionales actualmente, a pesar de una aparente vuelta a la "ideologización", están más o menos marcadas por la cooperación o un aparente abandono de la divergencia -y la convergencia- entre los tipos de regímenes. En este momento tanto Rusia como China, y otras potencias de segundo orden, han dejado aparentemente de lado sus diferencias fundamentales; y también es cierto que son más ricas que en el pasado inmediato tanto en términos reales como en comparación con Estados Unidos. Sin embargo, no por ello estas potencias están en la capacidad, ni tienen la intención, de desafiar militarmente a Estados Unidos en el corto o mediano plazo. La capacidad nuclear estadounidense juega un papel crucial de disuasión en este sentido. Además, tanto Rusia como China han adoptado una posición "ecuánime" con Estados Unidos al prever que los intereses nacionales compartidos y los problemas generados por la inseguridad mundial les permitirán seguir considerando que existen objetivos colectivos por perseguir, como detener la proliferación nuclear, tratar de reducir el cambio climático, la lucha contra el terrorismo, y resguardar un sistema económico internacional liberal y abierto, y el sistema de las organizaciones internacionales como la ONU.

En una perspectiva diferente, se ha señalado que el problema de la transición del poder estadounidense no es el del declive o el de la aparición de otras potencias y el repunte de los actores no estatales (Mann, 2004; Badie, 2009; Nye, 2010). Incluso si se reconoce que la globalización ha extendido geográficamente las capacidades tecnológicas de las sociedades y las personas, es el Estado -específicamente Estados Unidos- quien cuenta con las herramientas suficientes para controlar los elementos del poder blando, esto es, los factores de poder que en el mundo actual "globalizado" tienen cierta preponderancia. En cuanto a China, Nye cree que esta potencia no podrá siquiera utilizar sus riquezas para generar un programa de política exterior capaz de igualar o superar el poderío norteamericano: el problema demográfico y el subdesarrollo son suficientes para absorber esta riqueza. Estados Unidos sigue y seguirá contando con las capacidades y la influencia, las alianzas y las redes internacionales que, juntas, apoyan el poder duro y blando que requiere cualquier potencia para gestionar los asuntos mundiales. Para Nye el problema radica nuevamente en el espectro del multilateralismo: qué hacer bajo la evidente realidad de que incluso el Estado más poderoso no pueda lograr los resultados que desea sin la ayuda de los demás.

Este tipo de estudios ensombrece algunos aspectos relacionados con la configuración del poder mundial: surgen del espectro del análisis del poder en términos reduccionistas o basados sustancialmente en los elementos de la política exterior. No hay ninguna duda de que Estados Unidos o cualquier otra potencia deben comprender más profundamente la naturaleza actual del poder, cómo cambia o cómo se adapta a las nuevas circunstancias y, en ese sentido, construir "estrategias de poder inteligentes" que combinen tanto los recursos de poder duro como los de poder blando. Sin embargo, tales estrategias destinadas a reforzar la capacidad del país para gestionar los asuntos mundiales, mantener las alianzas y crear nuevas redes de cooperación multilateral, no solo dependen de la "voluntad" de las elites que dirigen la política exterior: el declive del poder norteamericano es una realidad que los dirigentes norteamericanos a lo sumo solo podrán aplazar mientras las otras potencias estén sufriendo reveses en su ascenso como rivales del poder norteamericano.

En suma, sea que Estados Unidos y Occidente parecen estar formando un bloque de poder para contrarrestar el ascenso de las potencias emergentes, es decir, que la política norteamericana sea incapaz de redirigir sus esfuerzos para controlar un mundo caótico, la clave debemos buscarla más bien en su posible declinación como poder hegemónico. La "alianza" occidental es el más reciente recurso utilizado por la elite norteamericana para retrasar lo inevitable.


LA INTERDEPENDENCIA COMPLEJA Y EL PLURALISMO

Si existe una analogía histórica con más sentido que explique esta nueva época, sería la de la interdependencia compleja de la década de 1970. Brown y Ainley han presentado este argumento para interpretar el mundo actual utilizando las herramientas de la teoría de la interdependencia compleja en el sentido de que esta fue diseñada "para hacer frente a una situación donde habían múltiples esferas de poder, y donde las fuentes militares y "civiles" no necesariamente coincidían o se complementaban entre sí (2009:34-36, 253)". A diferencia de la estructura de poder que parecía estar tomando lugar en la larga década del 90, es decir, el de la convergencia de los regímenes, las transiciones democráticas y el "acomodamiento" hacia la política norteamericana, ahora las cosas parecen un tanto distintas, o mejor, como si hubieran vuelto a ser como eran en los 70.

La euforia por la "interdependencia" ha hecho reaparecer, aunque en diferentes perspectivas, las ideas centrales de que estamos en un mundo de relaciones transnacionales en el que la fuerza militar tiene nuevamente una importancia marginal. Los lógicos y éticos (véase, por ejemplo, Craig, 2003; Deudney, 2007; y Wendt, 2003; un comentario crítico, en Brown y Ainley, 2009) han recobrado la idea de que un Estado mundial es deseable o inevitable precisamente porque las armas nucleares hacen de los gobiernos nacionales y la anarquía internacional unos mecanismos que el sistema internacional ya no puede asumir como los más relevantes. Pero sea que las armas nucleares tengan una capacidad autodestructiva enorme, es decir, que su uso se considere inmoral, el hecho es que ningún Estado que las posea vaya a abandonarlas o incluso es muy probable que otros Estados comiencen a adquirirlas mientras vean a Estados Unidos como una amenaza a su seguridad. Sin embargo, según Brown y Ainley (2009), las grandes potencias no están ahora más preocupadas por las amenazas existenciales como la de un ataque nuclear como, digamos, los Estados Unidos y la Unión Soviética lo habrían hecho antes, pues la lección aprendida por la "supervivencia física" en un ataque de aniquilación nuclear era un factor disuasorio eficiente.

La mayoría de defensores de la interdependencia sostiene que la fuerza militar tendrá una baja preponderancia y que, por ende, existen múltiples canales de acceso entre las sociedades y los Estados en una miríada de asuntos globales donde la agenda internacional no tiene una jerarquía definida: coinciden en que el sistema internacional está atravesando por una etapa en que sobresalen varios escenarios de la cooperación multilateral. La teoría de la interdependencia compleja no asume que estas características -baja preponderancia de la fuerza militar, múltiples canales de acceso entre las sociedades o actores no estatales y Estados y, finalmente, la no existencia de una jerarquía en la agenda- se den todas simultáneamente en las relaciones internacionales. De hecho pueden existir relaciones, dependiendo del momento y la naturaleza de estas, donde prevalezca la fuerza militar. Este enfoque de la interdependencia compleja tiene aparentemente el mérito de incluir todos los tipos de relaciones que se dan entre las sociedades y los Estados en lugar de dar primacía exclusivamente al enfoque de las relaciones estratégico-diplomáticas (Axelrod y Keohane, (1985:226; Keohane y Nye, 1988).

Según Brown y Ainley, el mundo actual está viviendo una intensificación del modelo de interdependencia compleja implementado en la década de 1970, no por el tipo de políticas que existían en aquel entonces, sino más bien por los instrumentos teóricos que se utilizaban para interpretar el sistema imperante. En ese sentido, Estados Unidos -y en general Occidente- se han visto en la necesidad de generar espacios donde las decisiones se elaboren en un entorno más multilateral. En el caso de la guerra contra el terrorismo el uso de la fuerza militar ha sido y seguirá siendo indispensable, pero este uso de la fuerza no arrojaría ningún resultado positivo si no se cuenta con la ya recurrente "alianza" de las democracias occidentales. El fracaso del primer gobierno Bush en Irak y las sucesivas crisis de la deuda y de la cuenta corriente en Estados Unidos demostraron cuán urgente era cambiar hacia un enfoque más multilateral en donde se tengan en consideración las necesidades de esas democracias y la importancia de las economías en ascenso como China, la India, Brasil, entre otros Estados referidos más atrás que cuentan con grandes fondos soberanos de riqueza. Desde el punto de vista geoestratégico, ya es un hecho, como vimos anteriormente, que Rusia puede usar la dependencia energética de Europa como un instrumento para conseguir fines políticos. Es evidente entonces que las potencias actúan -y actuarán- como lo hacen tradicionalmente las grandes potencias, pero conscientes de la necesidad de respetar ciertas reglas e instituciones (Escuela Inglesa) bajo la condición de que si no las respetan será a unos costos muy altos. Esta es, en términos generales, la argumentación de Brown y Ainley (ver Gráfico 3).

La argumentación de que estamos atravesando una era de multipolaridad con multilateralismo tiene su propio valor. Y de hecho existen razones para ser aún más optimistas: la amenaza terrorista en este momento ya no es una amenaza existencial real, la alianza occidental al parecer seguirá operando normalmente y la presencia en la mesa de Rusia, China y la India -además de Brasil, Sudáfrica y los países árabes con grandes fondos soberanos de riqueza- desvirtuaron una posible vuelta a la guerra fría o un supuesto choque de civilizaciones. No hay duda de que un comportamiento "ilegal" por parte de estas potencias les puede conllevar altos costos a su seguridad; y también es cierto que estas potencias seguirán actuando como tradicionalmente lo hacen las "grandes potencias" en un mundo donde el multilateralismo y las normas o principios internacionales aparentemente prevalecerán. Pero, si en efecto lo que se ha evidenciado en el sistema internacional contemporáneo es una exacerbación de las rivalidades entre las potencias, al mismo tiempo que estas reconocen la necesidad de cooperar en algunos asuntos "críticos", ¿debemos entonces dar por descontado que estamos en un mundo donde los contendientes actúan más de acuerdo con el pluralismo presentado por la Escuela Inglesa o con la "cooperación necesaria" a la que alude la interdependencia compleja?, ¿o debemos creer que las grandes potencias aún perviven en un mundo de actores racionales pero egoístas, en permanente competencia y donde lo que importa son sus capacidades?

Las formas de pluralismo -que no solo incluyen a la interdependencia compleja, sino también al institucionalismo neoliberal- sugieren que el aspecto clave de las relaciones entre los Estados radica en la posibilidad de obtener ganancias absolutas provenientes de la cooperación; mientras esta posibilidad exista, los Estados no verán con preocupación lo que los otros hagan para obtener estas ganancias (Keohane y Nye, 1987:728; Keohane y Nye, 1988:19). En otras palabras, la cooperación entre los Estados es posible básicamente porque es de su absoluto interés hacerlo y solo si se buscan los mecanismos para evitar que tomen ventajas los free riders o timadores del sistema internacional -en ese sentido, el institucionalismo neoliberal le ha dado un fuerte énfasis a la necesidad de establecer regímenes que garanticen esas formas de cooperación (cfr. Axelrode y Keohane, 1985:249; Brown y Ainley, 2009:47). Los pluralistas han aceptado, como vimos, una situación en principio hobbesiana de las relaciones internacionales -esto es, los dos criterios de la anarquía y el egoísmo racional-, y en ese sentido creen que la cooperación puede tomar lugar sin la presencia de un "Estado mundial", pues mientras los Estados estén satisfechos con su propia situación, ellos no estarán demasiado preocupados sobre qué formas utilizan los demás Estados para obtener sus ganancias en medio de la cooperación (véase, al respecto, Keohane y Nye, 1987:730, 746).

Sin embargo, en medio del desorden mundial descrito más arriba, las diversas crisis, amenazas y vulnerabilidades del sistema internacional, ¿no han evidenciado más bien que aunque la "mundialización" de los problemas haya dado paso a una cierta interdependencia entre los países, paradójicamente, estos problemas intentan ser solucionados en medio de la "fragmentación", el soberanismo o el interés propio de los Estados? Los neorrealistas creen que los Estados estarán preocupados con las ganancias relativas provenientes de la cooperación, es decir, que los Estados solo cooperarán cuando sepan que las ganancias que recibirán serán equiparables o más grandes que las ganancias de todos los otros Estados importantes (Grieco, 1988). Este enfoque indica que a los Estados sí les importa saber por qué y cómo los demás Estados obtienen una mayor capacidad de poder, pues cada uno de ellos, en caso de tener una política inteligente, "escudriñará del otro continuamente las señales de que su posición de poder relativo está cambiando" (Brown y Ainley, 2009:46). En el centro de esta orientación está el principio realista del equilibrio del poder, una noción que se identifica precisamente con la competencia y la habilidad de los Estados para relacionarse en un mundo en el que incluso la cooperación surge principalmente -no exclusivamente- por razones de conveniencia.

El modelo de la interdependencia compleja tiene cabida hasta cierto punto. Quizás más interesante sea pensar en la posibilidad de hacer frente a una complejidad sistémica recobrando algunas nociones clásicas del poder internacional, tal y como se evidenciaron de algún modo en el mundo previo a 1914, como veremos (para una referencia de los problemas mundiales en este periodo, ver Hinsley, 1970).


EL EQUILIBRIO DEL PODER

Volvamos al punto fundamental. Si bien existe una disposición a cooperar entre las potencias en asuntos como la seguridad global, la estabilidad financiera, la proliferación nuclear, el cambio climático y la preservación de un orden económico internacional liberal y abierto, es más evidente el hecho de que las potencias occidentales insistan en incorporar a Rusia, China y las demás potencias emergentes en un orden mundial basado en las instituciones internacionales sustentadas en las reglas de juego político y económico defendidas por Occidente. Sin embargo, vimos que estas potencias emergentes han reclamado mayor influencia global, y normalmente lo hacen tratando de incorporar sus propios valores o desafiando los existentes. En este punto, que las potencias emergentes quieran asumir una mayor preponderancia global sin asumir más responsabilidades, nos permite poner en duda que la cooperación se esté llevando a cabo sin que importen cuán bien lo hagan los Estados, y desestimar la posibilidad de que el sistema internacional esté plagado de free riders.

Entonces, ¿significa esto que está emergiendo en el sistema internacional contemporáneo un nuevo equilibrio del poder? Así como estamos en una fase de declive o transición hegemónica donde Estados Unidos sigue contando aún con todos los recursos de poder -especialmente el militar-, también es bastante evidente que estamos vislumbrando una fase de equilibrio en ascenso (véase el Gráfico 4). Pero así como es igual de cierto que Estados Unidos sigue siendo una potencia hegemónica, aunque en descenso, no lo es menos que las potencias en ascenso, a pesar de sus progresos reales, continúen siendo Estados con atributos insuficientes de poder: es más evidente esta situación de rezago en lo que concierne al ámbito militar -espacial y marítimo sobre todo-; en el cultural y social, pues donde el poder blando se muestra mucho más eficaz en Estados Unidos, en las demás potencias apenas se percibe su utilidad; y, por último, en el plano económico, donde si bien las potencias emergentes se han insertado en la economía mundial como grandes competidores y crecimientos en sus cuentas corrientes con cifras exorbitantes, todavía enfrentan problemas serios de subdesarrollo e integración social. ¿Dónde radica, pues, el motivo para creer que estas potencias asumen un nuevo papel en el que han decidido usar su poder y demostrarlo?

Los defensores realistas del equilibrio del poder están acostumbrados a prescribir el surgimiento de comportamientos de equilibrio toda vez que se cumplan algunas situaciones: que un Estado se vuelva más poderoso, que otros lo persigan y que al final todos lleguen a una paridad; para que exista un equilibrio, la distribución de los recursos de poder debe ser uniforme (aunque en perspectivas diferentes, véase, al respecto, Claude, 1962; Morgenthau, 1986; Waltz, 1988; Bull, 2005. Una excelente síntesis de la teoría del equilibrio del poder, en Brown y Ainley: 108-113). Al mismo tiempo, el indicador clave del poder relativo entre las potencias es el poder militar y económico, y en ese sentido los planes de rearme y crecimiento económico ruso y chinos se están convirtiendo en factores potenciales donde probablemente igualarán a los Estados Unidos en el corto o mediano plazo -léase de cinco a veinte años-.

Rusia y China han exacerbado la rivalidad estratégica al competir, como lo hacen tradicionalmente las grandes potencias, por cuotas de mercados, recursos vitales, influencias políticas y ventajas militares (cfr. Patrick, 2010; y Economy, 2010). Como vimos, con la Organización para la Cooperación de Shanghai, y los intentos continuos de obstruir el desarrollo de una defensa de misiles balísticos, al mismo tiempo que amplían y modernizan sus arsenales nucleares y convencionales, tanto China como Rusia demuestran tener el aspecto, a la vez, de socios confiables y rivales temibles de Occidente. Esta ambigüedad se refuerza aún más en el caso de Rusia: si bien la firma y aprobación del nuevo START a fines de 2010 apunta a la reducción del armamento nuclear de manera gradual entre Estados Unidos y Rusia, difícilmente ambas potencias abandonarán las tecnologías, las capacidades y las armas mismas como fuentes futuras de disuasión. Un buen ejemplo de ellos fue la amenaza rusa a recurrir a estas armas contra los aliados de la OTAN por una posible ampliación de su sistema de "seguridad" y "defensa" colectiva en la frontera de Rusia, amenaza disipada recientemente con la promesa de no incluir a Bielorrusia y a Ucrania en ese sistema. Aunque las perspectivas sobre el desarme nuclear sigan siendo alentadoras, lo más probable es que China y Rusia, además de Francia (véase, al respecto, Allison, 2010), sigan ampliando y modernizando su arsenal nuclear y convencional, ambigüedad que solo puede probar que las potencias emergentes, a pesar de las buenas intenciones, confían únicamente en su propia capacidad de preservación y en sus capacidades de poder como base de una eventual negociación.

China realmente ha sido menos desafiante. Pero su actitud de política exterior, que combina al mismo tiempo elementos de "intervencionismo" y "multilateralismo", puede estar más ligada al hecho de emprender un tipo de ejercicio de poder nacionalista, esto es, implantando a lo largo de todo el mundo los pilares de su doctrina internacional: respeto incondicional a la soberanía, la no injerencia y la legitimación de las acciones internacionales por medio de la ONU. En este momento China no puede desafiar seriamente la supremacía militar estadounidense, pero, en cambio, se ha esforzado en darle un nuevo impulso a sus instituciones, al comercio, a su cultura a través de todo el hemisferio sur e instando a los científicos chinos residentes en el exterior para que vuelvan a ese país. Realmente la nueva actitud de la elite de la política exterior china radica en las intenciones, a diferencia de la era de repliegue nacional de unos años atrás: todo parece indicar que China ha decidido utilizar su poder y demostrarlo (véase Domenach, 2009:40). Con las potencias emergentes de segundo orden ocurre algo similar.

Los efectos de la crisis económica mundial de fines de 2008 y principios de 2009 tienen mucho por decir en este punto. La crisis ha dado paso a una supuesta re-intensificación de la interdependencia -y en este momento más "compleja" que nunca- de las economías más importantes, relegando aparentemente el soberanismo y los intereses nacionales propios de los Estados (Badie, 2009). China, en medio de su espectacular crecimiento, incluso durante la crisis (un 9,8% de su PIB proyectado por el FMI para 2009 y poco menos para 2010), y con una economía exportadora de bienes acabados hacia Occidente y Estados Unidos en particular, es consciente de la gravedad que implicaría la intensificación de la crisis. El superávit comercial chino con los Estados Unidos, de unos 20.000 millones de dólares, ha sido utilizado para comprar bonos del Tesoro americano y, por tanto, como una de las principales formas de aliviar la economía estadounidense. La dependencia de estas dos potencias es dramáticamente insalvable (Brown y Ainley, 2009:258-259).

Algo similar ocurre con Rusia. Es muy probable que si la crisis económica mundial afectase a la demanda de hidrocarburos rusos, la riqueza de este país disminuya y, quizás, se de paso a un nacionalismo -un eslavismo ya existente- todavía más agresivo. Al igual que China, la "riqueza conlleva más confianza, y esta puede transformarse en políticas aventureras", pero también conlleva el deseo de no estrangular la economía mundial apostando a una política nacionalista desafiante (Brown y Ainley, 2009:259). China ha sido menos provocadora que Rusia frente a la política norteamericana, pero en todos los casos, sin embargo, las interconexiones económicas han logrado retrotraer, en diversos casos, posibles confrontaciones económicas.

Sin embargo, la crisis, a pesar de algunas predicciones optimistas, ha dado paso a una especie de vuelta al estatismo, al nacionalismo y al proteccionismo típico de los tiempos en que se retorna a una política reguladora (Badie, 2009:22 y ss.; Rainelli, 2009:110 y ss.). Por una parte, los mecanismos regionales o internacionales de carácter multilateral no han sido tan eficaces como se esperaba. En conjuntos regionales como la Unión Europea, las políticas nacionales se enfrentaron entre 2008 y 2009 a diferencias de objetivos y situaciones insalvables: una Alemania partidaria de proteger la competitividad industrial, un Reino Unido buscando promover el consumo gracias a su escasez de deuda pública, España tratando de beneficiarse de enormes excedentes presupuestarios, en fin, una Unión Europea que, tratando de buscar solucionar la crisis, tropezó con el escepticismo y la reticencia de parlamentos nacionales buscando implementar sus propios planes de reactivación (Badie, 2009).

En escenarios multilaterales de carácter mundial, el G20 -piénsese que el G20 representa, aproximadamente, un 90% del PNB, el 80% del comercio, y el 66% de la población mundiales-, reunido en Londres en abril de 2009, trató de comprometer a los países industrializados y a los países en ascenso como Brasil, India y China, a concluir rápidamente la búsqueda de salidas a la crisis mundial. Pero aparte de reafirmar la dependencia de los mercados chino y estadounidense como fuente de disipación de la crisis, con el correr de los meses no hizo más que evidenciarse la enorme diferencia de posiciones entre los países en ascenso y los países industrializados. Por ejemplo, la India tratando de asegurar sus exportaciones de servicios, Brasil promoviendo la liberalización del comercio internacional y la China el libre acceso a los mercados de productos industriales (Rainelli, 2009:114).

Ni las organizaciones regionales ni el multilateralismo mundial han podido imponerse como un enclave político capaz de poner en práctica las medidas necesarias para superar la crisis. También es cierto que este estatismo o vuelta a la política ha revelado algunos fracasos estrepitosos, gracias a los efectos bursátiles negativos y al escepticismo de algunos agentes económicos: ese fue el caso del Plan Paulson, el Plan Brown o el Plan Obama. ¿No debemos pensar que en la ausencia de un Estado mundial que pueda hacer marchar la regulación con una política conciliable con la interdependencia es donde se encuentra el centro de la divergencia?

En fin, así como la interdependencia económica ha flaqueado en medio de la diversidad -o divergencias- de las políticas nacionales, también es más diciente que el multilateralismo mundial, en lo que concierne a la clásica política del poder internacional, se encuentre en un punto en el que tiende a apoyarse en el consenso general de la ONU, pero al mismo tiempo en alianzas informales conformadas por conjuntos regionales que en algunos casos relegan el escenario de las Naciones Unidas. Los ejemplos más importantes de esta nueva situación los podemos encontrar en el despliegue mundial de operaciones cívico-militares de la OTAN y la Unión Europea, operaciones que se hacen normalmente en nombre del principio de la "responsabilidad de proteger" las democracias occidentales (Charillon, 2008:53 y ss.). Algunos casos de "diplomacia selectiva" o de "concierto" entre las grandes potencias se manifiestan en zonas conflictivas como Gaza, Darfur o el Cáucaso, donde las Naciones Unidas han quedado relegadas a un segundo plano. En otras palabras, si bien estamos presenciando una reafirmación de los intereses individuales de los Estados relevantes en el sistema, Estados en competencia y rivalizando por el poder, estos lo hacen, sin embargo, en medio de un entramado mundial que los impele a cooperar en diversos frentes.

En este mundo unipolar/multipolar, no necesariamente el multilateralismo es el producto del pluralismo y la integración: después de todo, de hecho, las potencias están jugando más de un juego. La multipolaridad puede que se presente en un escenario sombrío, donde el multilateralismo sea simplemente una forma de relacionamiento esporádico mientras las potencias existentes y las potencias emergentes buscan la forma más "estable" de gestionar sus intereses vitales antes de lograr el equilibrio definitivo.


CONCLUSIONES

Inicialmente se dijo que el sistema internacional contemporáneo se caracterizaba por evidenciar un conjunto de relaciones de poder inusuales. Lo que se quiso decir realmente por inusuales era que estábamos atravesando por una fase histórica de tipo transicional en el que existían formas de relaciones de poder sensiblemente diferentes. Aunque las fases transicionales de un tipo de sistema internacional a otro se revisten casi siempre de elementos distintivos entre sí, normalmente también nos permiten observar algunas regularidades históricas o ciclos que se repiten en circunstancias análogas. ¿Qué tiene de inusual este sistema en transición? ¿Acaso las fases transicionales no siempre demuestran los mismos procesos y los mismos resultados, esto es, por un lado, la resistencia de una potencia hegemónica a reconocer que ha entrado en una fase de declinación y, por otro, el ascenso de distintos grandes poderes que rivalizan o compiten en una carrera por el "equilibrio"?.

Verdaderamente importante fue el punto de partida del modelo de la interdependencia compleja, donde se manifiesta que las grandes potencias actúan y cooperan de acuerdo con normas e instituciones indistintamente de que haya convergencia ideológica o no entre ellas. Este mundo, que es una especie de síntesis entre la interdependencia compleja de la década de 1970 y la Escuela Inglesa (normas y sociedad en medio de la anarquía), refleja luego la necesidad de cooperar entre los grandes poderes precisamente por las dificultades que surgieron en el sistema y que están relacionadas con el temor a usar las armas nucleares, la lucha contra el terrorismo y la conveniencia de seguir utilizando un orden económico internacional liberal y abierto en tanto les sea beneficioso para incrementar sus riquezas.

En ese tipo de modelos se reconoce que en el mundo de hoy existe una potencia hegemónica y otras potencias emergentes que están tratando de equipararse económica y militarmente a Estados Unidos. Al mismo tiempo que manifiestan que Rusia y China endurecen su posición contra Estados Unidos -recuérdese el caso de la Organización para la Cooperación de Shangai y la ampliación y modernización de su arsenal convencional y nuclear-, creen, además, que estas potencias no están ni estarán dispuestas aún a desafiar militarmente a Estados Unidos. Tampoco quiere esto decir, como ocurría en la década anterior, que se estén acomodando a su política (bandwagon). De todo ello no cabe ninguna duda, pero en estos modelos tampoco se reconoce, como vimos, que el sistema internacional contemporáneo refleja mecanismos de relaciones hobbesianas entre Estados en competencia que buscan maximizar sus capacidades de poder. Puesto que el mundo de hoy se encuentra en un punto medio entre la hegemonía y el equilibrio, las relaciones de poder no son del todo cooperativas, o mejor, donde la cooperación se da precisamente como un mecanismo de promoción de sus intereses individuales. Dicho de otro modo, el sistema actual es más competitivo y egoísta de lo que comúnmente se acepta.

Si bien China y Rusia no tienen la misma disposición a cooperar como lo hace el resto de Occidente con Estados Unidos, cuando lo hacen tienen en mente intereses individuales que proteger o promover, y no lo hacen por una actitud completamente multilateralista. China actúa promoviendo su participación en el mundo subdesarrollado defendiendo otros valores, que no son precisamente ni democráticos ni basados en la defensa de los derechos humanos, la intervención o ayuda humanitaria, y ni mucho menos pregonando la implantación de reformas económicas amparadas en las reglas del FMI. De hecho, China promueve una nueva política exterior expansionista, aunque si bien es revolucionaria es al mismo tiempo prudente. Rusia sigue sumida en la convicción de que debe promover su "destino manifiesto" después del derrumbe del zarismo y el fracaso de la revolución socialista mundial. Sea que Rusia se sumerja más profundamente en la autocracia, es decir, que su sistema político evolucione hacia una democracia más pluralista, el hecho es que su política exterior y de seguridad nacional seguirán siendo "históricas", esto es, basándose en la idea del imperialismo, el expansionismo territorial y los parámetros de la seguridad nacional clásica, no colectiva.

Este periodo transicional refleja que los procesos y los posibles resultados no van más allá del "usual" ejercicio del poder que llevan a cabo las grandes potencias en este tipo de sistemas. El sistema internacional contemporáneo tiene, en ese sentido, un parecido sorprendente con el mundo previo a 1914: una potencia hegemónica en declive, la Gran Bretaña, y otras potencias en ascenso, como Alemania y Estados Unidos, que junto a otras hicieron posible un sistema en equilibrio hasta el estallido de la guerra mundial; también es el momento culminante de la idea de la soberanía nacional, un sistema en el que los Estados poderosos creían fielmente en el principio de que su seguridad y su dignidad nacionales solo podían preservarse por medio del sistema de la auto-ayuda, empleando sus propios recursos -incluyendo las alianzas-, en vez de recurrir al sistema de concierto entre las potencias como el instrumento para solucionar colectivamente los conflictos internacionales. Sin embargo, a diferencia del mundo de 1900, en el periodo actual se evidencia que en medio de un entorno anárquico, de Estados soberanos -como en la cumbre del momento bismarckiano- las formas de colaboración internacional se han vuelto más recurrentes -como las conferencias o congresos en la era del Concierto Europeo de 1815-. En todo ello ha contribuido el poderoso factor disuasorio de las armas nucleares, la globalización del terror y la aparente cooperación en las relaciones internacionales. El sistema internacional contemporáneo refleja un mundo de Estados soberanos en competencia, pero que al mismo tiempo se ven influenciados por los imperativos racionales del sistema.

Paradójicamente, el mundo de hoy es más estable en medio del caos o desorden que caracteriza a las relaciones internacionales. A ello puede contribuir el hecho de que todavía no exista un equilibrio de poderes entre las grandes potencias. Pero lo más probable es que incluso cuando se llegue al equilibrio -y quizás incluso cuando ese equilibrio sea rebasado por otra potencia pretendiente a la hegemonía-, por las mismas razones "sistémicas" que se han descrito atrás, ni en el corto ni en el mediano plazo cabe pensar en la posibilidad de que la nueva configuración de poder termine por definirse como en 1914, esto es, con una guerra.



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* Este artículo es producto de una parte de las memorias del Seminario de Sistema Internacional, impartidas por el autor durante los cursos del año 2010 en la carrera de Relaciones Internacionales de la UMNG. Se presenta aquí como una versión modificada y actualizada de una ponencia dictada a fines de octubre de ese mismo año, y que en muchos sentidos es la continuación de anteriores ensayos dedicados al orden y desorden mundial que caracteriza a las relaciones internacionales contemporáneas (véase, al respecto, mi artículo referenciado en la bibliografía). Agradezco a la profesora Alejandra Ripoll por los comentarios que hizo al primer manuscrito, que, como es usual en sus afirmaciones (aunque no siempre estemos de acuerdo en muchos puntos), reflejan un gran sentido crítico y una valiosa reflexión sobre el sistema internacional contemporáneo. Sin embargo, toda la responsabilidad del escrito recae exclusivamente en el autor.

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