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Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad

versión impresa ISSN 1909-3063

rev.relac.int.estrateg.segur. vol.12 no.2 Bogotá jul./dic. 2017

https://doi.org/10.18359/ries.2793 

ARTÍCULO DE REFLEXIÓN
DOI: http://dx.doi.org/10.18359/ries.2793

EL EMPLEO ACTUAL DEL CONCEPTO GUERRA EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES*

THE CURRENT USE OF THE CONCEPT WAR IN INTERNATIONAL RELATIONS

O EMPREGO ATUAL DO CONCEITO GUERRA NAS RELAÇOES INTERNACIONAIS

Mariano Bartolomé**

* El presente trabajo deriva del proyecto de investigación en curso (Código J143) El sistema mundo en el siglo XXI y el ejercicio de la fuerza, desde los atentados del 11S hasta el conflicto de Crimea. Estudios de casos. Los medios empleados y los debate en el Derecho Internacional Público, en desarrollo en el Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
** Graduado y doctor en Relaciones Internacionales. Secretario Académico de la Facultad de Defensa Nacional (Fadena), de la Universidad de la Defensa Nacional (UNDEF). Profesor en el Doctorado en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en la Maestría y Doctorado en Relaciones Internacionales, de la Universidad del Salvador (USAL) y en la Licenciatura en Relaciones Internacionales, de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa). Correo electrónico: marianobartolome@yahoo.com.ar.

Referencia: Bartolomé, M. (2017). El empleo actual del concepto guerra en las relaciones internacionales. Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad, 12(2), 43-66. DOI: http://dx.doi.org/10.18359/ries.2793

Recibido: 2 de marzo de 2017
Evaluado: 6 de marzo de 2017
Aprobado: 31 de marzo de 2017


Resumen

El presente artículo de reflexión se inserta en el campo específico de la seguridad internacional contemporánea, que cotidianamente exhibe múltiples formas de empleo de la violencia, en diferentes partes del mundo. En ese contexto, se propone un trabajo de naturaleza exploratoria, que repase las diferentes significaciones del concepto guerra en el campo de la seguridad internacional, apartándose de las lecturas tradicionales, relacionadas con los postulados de Clausewitz. Los niveles de análisis serán el descriptivo y el explicativo, y se anticipa, a modo de confirmación, el avance de enfoques que abordan la cuestión de la guerra de manera integral, y de esta manera se trasciende el uso de la violencia como herramienta racional para revalorizar otros factores.

Palabras clave: asimetría, Clausewitz, conflicto armado, fuerzas armadas, guerra, violencia.


Abstract

The present reflection article is inserted in the specific field of contemporary International Security, which daily exhibits multiple forms of employment of violence, in different parts of the world. In this context, we propose a work of exploratory nature, which reviews the different meanings of the concept of "war" in the field of International Security, far from the traditional points of view, related to the postulates of Clausewitz. The levels of analysis will be descriptive and explanatory, and it is possible to confirm the advance of approaches that understand the issue of war in an integral way, transcending the use of violence as a rational tool to reassess other factors.

Key words: Armed conflict, armed forces, asymmetry, Clausewitz, violence, war.

Resumo

Este artigo de reflexão está inserido no campo específico da Segurança Internacional contemporânea, onde podem ser observadas periodicamente múltiplas formas de uso da violência, em diferentes partes do mundo. Neste contexto, o trabalho explorativo proposto trata-se de uma revisão dos diferentes significados do termo "guerra" no campo da Segurança Internacional, fora das leituras tradicionais relacionadas com os princípios de Clausewitz. Nossa análise será descritiva e explicativa, e confirma um avanço de leituras que abordam a questão da guerra holisticamente, indo além do uso da violência como uma ferramenta racional para revalorizar outros fatores.

Palavras-chave: assimetria, Clausewitz, conflito armado, forças armadas, guerra, violência

Introducción

A mediados de noviembre de 2015, a propósito de la ocurrencia de una serie de atentados terroristas en París, el papa Francisco consideró que una tercera guerra mundial se hallaba en pleno desarrollo, aunque se presentaba de manera fragmentada en múltiples conflictos armados, genocidios y acciones destructivas, en diversas partes del planeta. Menos de dos meses más tarde, en una entrevista periodística, Giovanni Sartori se refirió al impacto en suelo europeo del extremismo fundamentalista islámico, sentenciando que el Viejo Continente se hallaba inmerso en una guerra de nuevo tipo. En sus propias palabras: "vivimos una guerra terrorista, global, tecnológica y religiosa" (Gómez Fuentes, 1 de enero 2016). Más allá de la coincidencia, o no, con apreciaciones tan alarmantes como las formuladas por el Sumo Pontífice y el renombrado politólogo italiano, lo que se pone en tela de discusión es si en ambos casos se está empleando el concepto guerra de manera correcta, de acuerdo con las visiones en boga, o si asistimos a un uso de escaso rigor académico.

Con este contexto, el presente trabajo tiene como objetivo repasar las formas predominantes de empleo del concepto guerra en las relaciones internacionales actuales, con natural hincapié en el campo de la seguridad internacional. A ese efecto, se presenta una estructura básica compuesta por la presente introducción, una etapa de desarrollo donde se lleva adelante lo propuesto, en tres fases, y finalmente unas breves conclusiones. En su primera fase, el desarrollo analiza inicialmente al concepto guerra desde la perspectiva tradicional de la seguridad internacional; luego se repara en abordajes alternativos a este, de uso actual, basados en criterios cuantitativos y cualitativos; por último, se consignan ciertas innovaciones registradas en los últimos tiempos, que a priori pueden sugerir un empleo laxo y poco riguroso del concepto. Para concluir, debe decirse que los niveles de análisis fluctúan entre los planos descriptivo y explicativo, y que las conclusiones eventualmente incluyen aspectos prescriptivos.

La guerra en la perspectiva tradicional de la seguridad internacional

Se dice de la seguridad internacional, de manera simplificada, que es un campo de las relaciones internacionales cuya especificidad está dada por su objeto de estudio, que son las amenazas que se ciernen sobre los actores del sistema internacional, y los efectos que esta situación genera. Este recorte disciplinar dista de ser homogéneo, desde el momento cuando compiten dentro de sus límites dos visiones claramente diferenciadas, correspondiendo la primera de ellas a perspectivas de claro cuño teórico realista basadas en una matriz westfaliana. En esa perspectiva, el foco del análisis se centra en la forma de empleo del instrumento militar por parte del Estado, incluyendo las políticas específicas que este adopta a la hora de prepararse para una guerra, prevenirla o involucrarse en ella (Walt, 1991). Quienes se adhieren a esta óptica rechazan todo intento de redefinirla, argumentando que cualquier eventual modificación de la agenda de seguridad destruiría la coherencia intelectual que se registraba en este campo de análisis (Del Rosso, 1995). Así, la seguridad internacional queda vinculada con la polemología, esa disciplina que el francés Bouthoul (1984) definió alguna vez como "el estudio objetivo y científico de la guerra como fenómeno social susceptible de observación" (p. 60).

La impronta de este enfoque no solo remite al sistema estadocéntrico que emergió tras la Guerra de los Treinta Años, sino fundamentalmente a los planteos elaborados dos siglos más tarde por Clausewitz, de donde se deriva que la guerra es un fenómeno político básica y esencialmente interestatal, librado a través del instrumento militar nacional, formado por ciudadanos. Es cierto que en la obra del prusiano se encuentran referencias a formas de combate que rompen con ese modelo, como sería el caso de las pequeñas guerras (Kleine Kriege) o las guerras populares (Volkskriege), pero ellas configuran siempre episodios auxiliares y tributarios al esfuerzo bélico militar. En consonancia con esa perspectiva, que suele ser conocida como "Trinidad Clausewitziana" debido a sus tres elementos basales, una definición clásica de guerra es aquella elaborada por Norberto Bobbio: "conflicto entre grupos políticos respectivamente independientes o considerados tales, cuya solución se confía a la violencia organizada" (Ramírez, 2009, p. 39). Aunque el italiano no explicita el protagonismo estatal, sí lo sugiere al hablar de grupos políticos independientes, en tanto la referencia a la violencia organizada presupone que existe un aparato preparado para ese objetivo, que sería el constituido por las Fuerzas Armadas.

Sin embargo, hay definiciones que evidencian el carácter estatal de la guerra. En este sentido, Yoram Dinstein la entiende como la "interacción hostil entre dos o más Estados, sea en un sentido técnico o material" (citado por Mei, 2013, p. 41); aquí, el sentido técnico alude al estatus formal producido por una declaración de guerra, mientras el sentido material remite al uso de las Fuerzas Armadas, al menos por una de las partes. Más contundentes e inequívocas son las definiciones de Martin Van Creveld (2004), que indica: "un conflicto armado librado en forma abierta por un Estado contra otro, a través de sus ejércitos regulares" (p. 3), y de Luigi Ferrajoli: "enfrentamiento armado y simétrico entre Estados llevado a cabo por ejércitos regulares" (citado por Ramírez, 2009, p. 27).

Aunque sin concertar el apoyo unánime del pasado, todavía hoy se registran adhesiones a estas visiones tradicionales, según las cuales la seguridad internacional remite a la forma de empleo del instrumento militar y a la guerra, siendo esta última una actividad de claro sesgo interestatal. En esta línea, un renombrado académico brasileño sugiere que el objeto de estudio de la seguridad internacional es el de las relaciones de fuerza entre unidades decisorias basadas en el mutuo reconocimiento y delimitación de las respectivas estructuras estratégicas (Saint Pierre, 2013). Si la mención de unidades decisorias remite inequívocamente a un actor estatal, la idea de estatura estratégica puede dar lugar a malinterpretaciones. En concreto, refiere a la aptitud de un Estado para proyectar su poder y avalar sus decisiones internacionales o su voluntad política en un ámbito de relaciones de poder. Dicho en otras palabras, la estatura estratégica es lo que permite a ese Estado buscar un protagonismo y un rol activo en el plano internacional, en lugar de limitar sus acciones al ámbito vecinal, y aunque involucra todos los factores de poder, la dimensión militar es fundamental (Contreras Polgatti, 2004).

El derecho internacional público es la forma jurídica que adoptan las mencionadas relaciones de fuerza entre unidades decisorias, a las que refiere Saint Pierre. Ese enfoque jurídico analiza la guerra desde diferentes perspectivas, siendo particularmente interesantes los cuatro abordajes que propone el citado Bobbio: como antítesis del derecho, como instrumento del derecho, como objeto del derecho y, por último, como fuente del derecho. El cruce de estos cuatro abordajes con cinco dimensiones del accionar bélico (¿quién?, ¿contra quién?, ¿con qué?, ¿cómo?, ¿en qué medida?) desemboca en un tema candente, objeto de acaloradas discusiones y controversias: el de la legitimidad o ilegitimidad de la guerra y su tipificación en justa o injusta (Aznar, 2012). En esta línea de investigación, que reconoce a Walzer entre sus principales referentes, actualmente se destaca Bellamy (2009) por la erudición de su análisis, en perspectiva histórica.

Hasta aquí la visión tradicional de la guerra, experiencia interestatal instrumentada a través de instituciones armadas permanentes. Sin embargo, ya se ha anticipado que hoy existen claras divergencias entre los académicos en torno a los alcances y límites de ese concepto, pudiéndose discriminar a grandes rasgos entre quienes se aferran a las mencionadas lecturas y quienes adoptan aproximaciones más flexibles. Tal flexibilización se entiende a partir de lo planteado al inicio de este artículo, en el sentido de la existencia de dos visiones claramente diferenciadas de la seguridad internacional; en esta línea de razonamiento, si la lectura tradicional de la guerra responde a una determinada perspectiva de la seguridad internacional, en la medida en que esta perspectiva se erosione, es de esperar que lo mismo le acontezca a la mencionada lectura. En este punto, resulta imprescindible aclarar que el poder militar, más allá de su enorme e insoslayable importancia, no solo no monopoliza la agenda de la seguridad internacional contemporánea, sino que probablemente tampoco sea su tema más relevante, si se repara en el incremento cuantitativo y la complejización cualitativa de sus contenidos, a partir de la incorporación de nuevas visiones y perspectivas.

Existen matices y divergencias a la hora de explicar cómo se desembocó en este estado de cosas, aunque resulta imposible soslayar el impacto que en este campo tuvieron los enfoques preliminares de Ullman (1983), quien en épocas de vigencia de la Guerra Fría arguyó que lo que definía a una acción o secuencia de eventos como "amenaza" a la seguridad no era su naturaleza militar o no, sino su capacidad de afectar drásticamente y en un lapso relativamente próximo la calidad de vida de la población, o de reducir el abanico de opciones políticas del Estado, o de otros actores (personas, grupos, corporaciones, etc.) que interactuarán con este.

No es un secreto que los estudios sobre el aumento y la complejización de la agenda de la seguridad internacional se expandieron desde el fin de la compulsa bipolar. Ese avance ha sido explicado a partir de la interacción de cuatro factores: la constante incorporación de nuevos métodos de análisis, particularmente de las ciencias sociales; la exploración de nuevos periodos históricos, con los cuales se rompe cierto encorsetamiento que se observaba en relación con las cuestiones asociadas al conflicto Este -Oeste; el aumento cuantitativo de los centros de estudios universitarios en la materia, interconectados a escala global, terminando con el monopolio temático que otrora tenían los organismos estatales (sobre todo militares), y la proliferación de publicaciones especializadas, que facilitan el debate de ideas, la difusión del conocimiento y la transferencia tecnológica (Lynn Jones, 1991). Así, durante el decenio posterior a la contienda interhegemónica, los debates en este campo indagaron preferentemente qué actores (profundización) y cuáles temas (ampliación) debían ser incluidos en esta área temática. Así, los criterios de profundización y ampliación constituyeron las claves de la producción académica de esos años en materia de seguridad internacional (Tarry, 1999).

Una revisión bibliográfica, aun de naturaleza no exhaustiva, arroja numerosos enfoques alternativos sobre la evolución de la agenda de la seguridad internacional. Solo por citar algunos casos a modo de ejemplo, está Buzan (1997), que la ha detallado como un proceso de cambios paulatinos, ordenables en una secuencia de tres estadios, en cuyo transcurso se incorporaron al análisis de dimensiones del poder alternativas al militar y actores diferentes al Estado. Por su parte, Ayoob entiende que la evolución de la agenda de la seguridad internacional se vincula con la búsqueda de una definición de seguridad que preserve sus contenidos originales de sesgo realista, pero al mismo tiempo que incorpore las preocupaciones de seguridad de la mayoría de los países (los "subalternos", en su línea discursiva), que son internas y suelen guardar relación con procesos incompletos o deficientes de consolidación estatal (Ayoob, 1997). Una tercera ampliación que algunos autores agregan a las dos modificaciones más importantes observadas en este ámbito, derivadas de los procesos de profundización y ampliación mencionados, remite a la incorporación del "mercado" como proveedor de seguridad, a partir del surgimiento de las llamadas Compañías Militares Privadas (Krahmann, 2008).

Más cerca de nuestras latitudes, se ha interpretado que la agenda de la seguridad internacional se amplió a partir de la progresiva erosión de su modelo tradicional dominante, el llamado paradigma westfaliano, entendiendo quetanto en el referido desgaste como en la aparición de nuevos enfoques desempeñaron un papel crucial los avances producidos en el campo teórico de las relaciones internacionales, que a su vez dieron cuenta de lo registrado en el plano de la praxis. En esa zaga de avances teóricos, iniciados en la década de los setenta con la irrupción del concepto de transnacionalidad, luego continuados con el planteo de la interdependencia compleja y aportes de cuño marxistareenfocados en estudios de paz, los enfoques constructivistas y postmodernistas no han quedado al margen, aunque su importancia suele ser soslayada (Bartolomé, 2006 y 2016).

Precisamente los enfoques constructivistas han sido de capital importancia en la cuestión que nos ocupa, que es la flexibilización de la visión tradicional de la guerra, desde el momento cuando admiten la deconstrucción y resignificación de conceptos, así como la aparición de otros nuevos, al calor de factores ideacionales. Sin embargo, también hubo un cierto abuso del concepto, un empleo absolutamente discrecional de este que no ha hecho más que desvalorizarlo. Sobre esta cuestión, Elkins (2010) comenta que es habitual la referencia a la guerra de forma metafórica por parte de un actor, para dar cuenta de un elemento o cuestión susceptible de generarle un daño, que consecuentemente debe ser neutralizado o desactivado. Ese elemento puede ser externo al actor o interno, pero percibido como "ajeno", por cuanto conspira contra el propio bienestar. Ejemplos de lo primero serían los habituales llamados gubernamentales a sus sociedades civiles a librar guerras contra la pobreza o la desnutrición, mientras la "guerra al narcotráfico" sería una muestra representativa de lo segundo. En las dos opciones, el uso del vocablo guerra da cuenta de la prioridad conferida a la cuestión, traducida en la asignación de recursos escasos.

Perspectivas cuantitativas y cualitativas de las guerras actuales

Con el contexto que proporciona la evolución de la agenda de la seguridad internacional en los últimos tiempos, un rápido repaso a la situación actual arroja una doble confirmación. En primer lugar, analistas y académicos le otorgan una insoslayable vigencia a las guerras tradicionales y sus probabilidades de ocurrencia en el corto y mediano plazos, sobre todo de la mano de renovadas pujas geopolíticas clásicas motivadas por el acceso a, o el control de, recursos naturales estratégicos (Klare 2001, 2003 y 2006).

También constituye una alerta en este sentido el constante y creciente deterioro de las relaciones de seguridad entre Estados Unidos y Europa, por un lado, y Rusia, por otro, una degradación que hace unos meses llevó al ministro de Defensa eslavo a advertir el inicio de una nueva Guerra Fría.1 En segundo término, no obstante lo antedicho, no son ese tipo de contiendas las predominantes en el tablero global, sino otras formas de conflicto armado. Esas formas de conflicto armado prevalecientes merecen diferentes denominaciones, para conformar así un panorama extremadamente heterogéneo, aunque algunos criterios de sistematización pueden esbozarse.

Algunos expertos entienden que el criterio que define a una guerra, independientemente de otras cuestiones, es la intensidad de la violencia que conlleva, pudiendo esta medirse en términos cuantitativos. Un ejemplo en este punto lo aporta la Universidad de Uppsala, cuya matriz se ha hecho mundialmente conocida sobre todo a través de los trabajos realizados por Wallensteen y otros académicos durante más de dos décadas (Wallensteen y Sollemberg, 1999; Pettersson y Wallensteen, 2015). La institución sueca en su mundialmente conocida base de datos Uppsala Conflict Data Program (UCDP) discrimina entre conflictos armados menores, cuando en todo su transcurso se generan menos de mil decesos; conflictos armados medios, cuando el total de víctimas fatales producidas a lo largo de todo su desarrollo supera el millar, aunque no se alcanza esa cifra en ninguno de los años comprendidos; y guerras, cuando los muertos exceden el millar en cada uno de los años que componen su lapso de duración.2 Un modelo similar, aunque más complejo, es el que propone la Universidad de Heidelberg, que clasifica a los enfrentamientos armados en disputas violentas, guerras limitadas y guerras propiamente dichas, a partir de la sumatoria de diversos indicadores cuantificables: personal involucrado por las partes intervinientes, víctimas fatales, desplazados internos y refugiados, entre otros (Heidelberg Institute for International Conflicts Research, 2016).

Otras perspectivas, aunque coinciden en que una guerra se determina por criterios cualitativos antes que cuantitativos, simplemente entienden que sus contenidos pueden variar con el paso del tiempo; de esta manera, un fenómeno que en otras épocas no hubiera sido definible como guerra hoy sí puede serlo. Como se anticipó en la sección anterior del presente trabajo, puede decirse que esto comprende la aplicación de criterios constructivistas al campo de la seguridad internacional. Un ilustrativo ejemplo es el conocido concepto nuevas guerras, acuñado en las postrimerías del siglo pasado por la británica Mary Kaldor (2002, 2005 y 2006), refinado en etapas ulteriores y empleado hasta el presente por muchos otros autores. Del conjunto de aportes realizados sobre esta cuestión, queda claro que estos eventos no solo exhiben formas asimétricas de empleo de la violencia y protagonistas subestatales, sino también importantísimos déficits de gobernabilidad, vínculos sinérgicos con la criminalidad organizada y clivajes de tipo cultural antes que ideológico. Münkler (2005), por su parte, destaca de las nuevas guerras su carácter difuso, que dificulta una clara discriminación en cuatro sentidos: entre guerra y paz; amigo y enemigo; combatiente y no combatiente, y violencia permitida y no permitida.

También debería agregarse a ese breve listado de cualidades distintivas de las nuevas guerras la prolongación en el tiempo de estos eventos, a despecho de una eventual debilidad creciente de sus protagonistas. Este fenómeno suele obedecer a que en la mayoría de esos episodios existen terceros actores estatales involucrados, enfrentados entre sí, que de esa manera pujan por sus respectivos intereses, al tiempo que evitan un choque directo.3 Tal involucramiento se traduce en respaldos materiales o económicos que impiden el agotamiento de los contendientes, que de esta forma se tornan crónicos (Fisher, 26 de septiembre de 2016); Siria, Irak o Libia serían adecuados ejemplos actuales. Por último, no puede soslayarse el carácter absoluto que adquiere esta contienda al menos para uno de los contendientes (el actor subestatal), lo que neutraliza un inhibidor clave del proceso de escalada conocido en la lógica clausewitziana como ascensión a los extremos (Mei, 2013). De seguro, ese carácter absoluto se constituye en un factor adicional a la hora de explicar la prolongación de estos conflictos en el tiempo.

Las diferencias entre las guerras tradicionales y los conflictos armados de sesgo asimétrico, protagonizados parcial o totalmente por actores no estatales -de los cuales las llamadas nuevas guerras son un epítome-, resultan evidentes. Aunque no existen disensos en esta cuestión, su validez fue recordada recientemente a partir de la comparación que efectuó un periodista británico (Storey, 30 de junio de 2015) entre la batalla de Waterloo, tal vez la más famosa y trascendente en su época, que precisamente es la que vivió Clausewitz, y la llamada Guerra de Afganistán de nuestros días, exactamente doscientos años más tarde. Hace dos siglos, en los campos belgas chocaron de forma simétrica dos ejércitos de base nacional, a resultas de lo cual uno de los bandos desplazó al otro de sus posiciones, y lo obligó así a retirarse; hubo un contundente vencedor, por caso Wellington, y las hostilidades tuvieron una nítida finalización. En contraste, en suelo afgano no se registró una sola batalla en más de una década, sino una continua insurgencia, con clivajes sectarios, signada por la asimetría; el concepto victoria se volvió vago y difuso, sin registrarse una culminación clara de las hostilidades.

El autor de esta comparación incluso fue más allá, hasta cuestionar cuáles son los criterios que permiten hablar actualmente de "buenas guerras", siendo que su fisonomía ha mutado. En esta línea de pensamiento, se identifican como factores por tener en cuenta el resultado de la contienda armada, el involucramiento de la sociedad en dicha contienda y la importancia de ese evento en la historia y evolución del propio Estado. La interacción de los tres factores debería responder, al menos en teoría, si la participación en el conflicto armado de marras fue necesaria, exitosa y con aceptables costos materiales y humanos (Storey, 30 de junio de 2015).

Considerados en su conjunto, los conflictos armados de la pos Guerra Fría han encajado de manera mucho más nítida en los esquemas de las nuevas nuerras, que en los cánones de la guerra tradicional; esto a pesar de que, como hemos anticipado, en la mayoría de esos episodios se detecte el involucramiento de terceros actores estatales. Probablemente la Guerra del Golfo de 1991 haya sido el último gran evento bélico de formato clausewitziano. Richard Haas, quien hoy preside el influyente Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense y en aquel entonces integraba el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) del presidente Bush, apuntó sobre ese hecho, un cuarto de siglo más tarde: "La Guerra del Golfo se ve hoy como una anomalía: corta e intensa, con claro comienzo y final, enfocada en repeler una agresión externa [...] y combatida en campos de batalla por ejércitos combinados, no en ciudades por fuerzas especiales e irregulares" (Haas, 31 de julio 2015).

Las comparaciones históricas también son contundentes, si se toma como referencia la Primera Guerra Mundial. Un siglo después de la Gran Guerra, múltiples conflictos armados azotaban todos los continentes (tabla 1), lo que generaba miles de muertos y enormes masas de desplazados y refugiados, y ninguno de ellos era trinitario.

¿Un uso "à la carte" del concepto guerra?

En este contexto tan dinámico, y de contornos tan difusos, diversos hechos acontecidos en el tablero global en los últimos años vuelven a poner sobre el tapete la fisonomía de la guerra. De la mano de las acciones de Rusia en Crimea y regiones orientales de Ucrania, y de China en su cercano exterior, se sostiene que emergen nuevas formas de guerra fuertemente influenciadas por la globalización de raíz tecnológica (Pomerantsev, 29 de diciembre de 2015). Una globalización que no constituye per se una amenaza a la seguridad, sino en todo caso un factor susceptible de reforzar, maximizar o agravar amenazas. La literatura reciente refiere a esta cualidad bajo el rótulo de "conductores (drivers) de inseguridad", "potenciadores de riesgo" (Instituto Español de Estudios Estratégicos, 2013) o "causas subyacentes" (Abbott, Rogers y Sloboda, 2006), cuya lista está dominada por la heterogeneidad: amén de la globalización, la pobreza y desigualdad socioeconómicas extremas; el cambio climático, las brechas tecnológicas, las ideologías radicales, el crecimiento poblacional, la urbanización masiva, la escasez de recursos naturales, particularmente el petróleo, la militarización global y la licuación del poder del Estado en beneficio de formas alternativas de gobierno, entre otras.

Esas guerras fuertemente influenciadas por el proceso globalizador pueden expresarse en diferentes planos, por lo general simultáneamente: el psicológico, el de los medios de comunicación, el económico, el legal y el cibernético, entre otros, además del referido a la violencia física. Sin embargo, los dos primeros planos mencionados (el psicológico y el mediático) sobresalen del conjunto. La expresión psicológica y mediática de estos eventos inevitablemente traza paralelismos con la idea previa de Guerras de Cuarta Generación (4GW), surgida haciafines de la década de los ochenta, a partir de un desarrollo teórico que se difundió inicialmente desde las publicaciones del Marine Corps estadounidense. Uno de los primeros trabajos en la materia (Lind, 1989) asoció este concepto a la transición en la morfología bélica registrada durante los siglos XIX y XX, e identificó dos grandes hitos que marcan el final y el inicio de tres generaciones de conflictos: en el primer hito, el incremento del poder de fuego, aunado al desarrollo del arte táctico, decretan que el poder de fuego masivo reemplace al poder humano masivo tácticamente pobre; en elsegundo, al poder de fuego se le suma una mayor movilidad.

Así, puede hablarse de un proceso evolutivo donde la primera generación de conflictos culmina con las guerras napoleónicas, la segunda se prolonga hasta la Primera Guerra Mundial, y la tercera es generada por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Secuencialmente, cada una de las tres etapas genera una ampliación del campo de batalla, que en el caso de los 4GW abarca a la sociedad en su conjunto y a su cultura. Estos eventos no reconocen límites claros entre guerra y paz, o entre combatientes y no combatientes, ni permiten identificar con precisión los frentes de batalla. Están signados por una gran dispersión geográfica y valorizan, en mayor medida que en cualquier generación anterior, el rol de las operaciones psicológicas y el manejo de los medios masivos de comunicación (Lind, 1989; Lind, Schmitt y Wilson, 2001).

El desarrollo conceptual de las 4GW experimentó un avance a partir de las campañas bélicas estadounidenses que se desarrollaron en Irak y Afganistán, tras los atentados terroristas del 11S. En esa etapa evolutiva, el énfasis se colocó en el carácter mucho más político que militar de estos conflictos, subrayando que la meta concreta es producir la parálisis política del oponente. Su desarrollo se registra simultáneamente en diferentes sentidos y en una línea de tiempo mucho más larga que los conflictos convencionales, y se prioriza así la viabilidad de los objetivos a largo plazo antes que la efectividad de las acciones bélicas en el corto plazo. El uso de los medios de comunicación y las redes informáticas ocupan un lugar central, y sirven de vehículos para la transmisión de diferentes mensajes a distintos segmentos de una audiencia que se sabe fragmentada (Hammes, 2005).

A grandes rasgos, el caso de Ucrania se adapta perfectamente al modelo esbozado. Allí, el ejecutivo ruso explotó los planos sicológico y mediático de manera intensiva y con alto grado de efectividad, y de esta manera desacreditó a su oponente y melló su imagen internacional, al tiempo que fragmentaba su cuerpo social explotando sus clivajes étnicos. Estas iniciativas se complementaban con acciones bélicas llevadas adelante por unidades propias de operaciones especiales, o milicias locales dirigidas por Moscú. También en Siria los rusos apelaron a las operaciones psicológicas sustentadas en el uso intensivo de los medios de comunicación, lo cual instaló en la opinión pública internacional la imagen de Vladimir Putin como el único líder verdaderamente resuelto a combatir abierta y frontalmente a la organización Estado Islámico, en contraste con una administración Obama titubeante e irresoluta. En el terreno, en tanto, los ataques soviéticos no se habrían concentrado mucho en el Estado Islámico como en otros grupos opuestos al régimen de Assad, muchos de ellos financiados por naciones occidentales (Pomerantsev, 29 de diciembre de 2015).

Los episodios en Ucrania contribuyeron a un mayor conocimiento en el Oeste de la importancia que adquiere en la estrategia militar rusa el concepto maskirovka, que ha sido traducido como enmascaramiento. La idea, vigente hace siglos,4 remite a operaciones de engaño y distracción que ayudan a optimizar las acciones militares propias, y de esta manera capitalizan el "factor sorpresa", al tiempo que se confunde al oponente. En el caso ucraniano, el Kremlin utilizó de forma intensiva los propios medios de comunicación y redes sociales, al tiempo que manipulaba los que no estaban bajo su control, para distorsionar la realidad del país vecino y maximizar los éxitos de los rebeldes prorrusos que se alzaban contra la autoridad de Kiev, así como de sus propias unidades de combate (Ash, 29 de enero de 2015). Evidencia de la consideración de esta conducta como un severo desafío en el Viejo Continente fue que, a modo de respuesta, la Unión Europea (UE) organizó en el seno de su Servicio de Acción Exterior un "grupo de comunicación estratégica", conformado por expertos en comunicación social y periodismo, con el objeto de contrarrestar lo que definieron como acciones moscovitas de desinformación (Aemisegger, 4 de septiembre 2015).

Tal fue la repercusión de la conducta del Gobierno de Putin en relación con Ucrania, maskirovka mediante, que el prestigioso medio estadounidense The Atlantic se preguntó si no se estaba asistiendo a un nuevo tipo de guerra. Los especialistas consultados respondieron de manera afirmativa, aludiendo a una guerra no lineal signada por la deliberada creación de confusión y fragilidad en los adversarios, a través de campañas psicológicas sustentadas en las herramientas tecnológicas del siglo XXI (Friedman, 29 de agosto de 2014).

También existen numerosas aproximaciones a este presunto nuevo tipo de guerra que lleva adelante Rusia desde el concepto guerras híbridas, una referencia susceptible de generar confusión desde el momento cuando suele ser asociada a los planteos desarrollados hace una década por Hoffman (2007). Conviene recordar que esos enfoques se referían a la conjunción de modos de combate clásicos e irregulares, por parte de actores no estatales, en su enfrentamiento con instrumentos militares más poderosos, con el objetivo de lograr efectos favorables, no solo físicos, sino también psicológicos. Esta perspectiva, desarrollada tras la Segunda Guerra del Líbano (Operación Recompensa Justa), conceptualizacomo guerra híbrida a "una combinación de la letalidad de la guerra estatal con el fanatismo de la guerra irregular" (Hoffman, 2007, p 38). Ulteriormente, sostiene que la tipificación de ciertas contiendas armadas como asimétricas es insuficiente y engañosa, asemejándose más a lo que se concibe como un conflicto multimodal donde al menos uno de los contendientes utiliza de forma simultánea y complementaria los formatos asimétricos y simétricos, en aras de una mayor letalidad de sus acciones (Hoffman, 2009).

Frente a este punto, aclara Dayspring (2015), a menudo el concepto de guerra híbrida está excesivamente focalizado en aspectos vinculados con el ejercicio de la violencia física y con actores no estatales, cuando en realidad su clave radica en el establecimiento de objetivos estratégicos y el empleo encubierto de medios que violan la soberanía de otro Estado en tiempos de paz. Otros teóricos que analizan la aplicación del citado concepto al caso de Rusia, esta vez desde el otro lado del Océano Atlántico, advierten que su uso es válido solamente si remite a una estrategia del máximo nivel decisorio que combine la utilización de medios militares de manera abierta o encubierta, con el empleo intensivo de los medios de comunicación, donde la propaganda está en primer plano y los límites entre guerra y paz tienden a difuminarse; caso contrario, se incurriría en el error de reducir un complejo y novedoso concepto a un mero abordaje de tipo operacional, nacido al calor de otras circunstancias (Renz y Smith, 2016). Un renombrado especialista europeo en asuntos de seguridad rusos coincide en cierta insuficiencia de la noción estadounidense de "hibridez" para interpretar las conductas del gigante euroasiático en Crimea y Ucrania, alegando de manera contundente lo siguiente:

    Rusia, puede decirse simplemente, está aplicando una Gran Estrategia en el sentido clásico. Este intento de la totalidad del aparato estatal ruso para gerenciar un conflicto (involucra) un amplio rango de diferentes ministerios y agencias gubernamentales incluyendo aquellas responsables de la energía, la economía, la ecología y otras, que trabajan juntas bajo el liderazgo del Estado Mayor General (de la Defensa). (Giles, 2015, p. 21)

El caso chino es aún más notable que el ruso, desde el momento cuando plantea un modelo de guerra que hasta ahora ha excluido el empleo de la violencia directa. Ese modelo se conoce en Occidente como guerra irrestricta, de acuerdo con la traducción no literal del título del libro en el cual los coroneles Qiao Ling y Wang Xiangsui (1999) plantean cómo China puede vencer a un rival tecnológicamente superior como Estados Unidos apelando a una variedad de medios.5 Entre estos últimos se incluye el instrumento militar, y se indica que debe emplearse en operaciones cortas y precisas, atento a su creciente costo, pero también herramientas legales (el llamado lawfare), económicas y psicológicas, así como las redes informáticas (network warfare) e incluso la comisión de acciones terroristas.

La guerra irrestricta se presenta a sí misma como un pensamiento innovador sobre la guerra, entendiendo que esta demanda una nueva estrategia que no se acote al mero aspecto militar, sino que lo exceda para incluir medios no militares. Además, plantea un vínculo directo con el pensamiento de Sun Tzu, para quien "el supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar". Su traducción en doctrina oficial habría tenido lugar en 2003, momento cuando el Ejército Popular de Liberación (PLA) adoptó el concepto de tres guerras en referencia a la coordinación de operaciones psicológicas, manipulación mediática y planteos jurídicos para influir en las percepciones, estrategias y conductas del oponente. Este concepto se instrumenta a partir de "mapas cognitivos" elaborados en diferentes unidades castrenses especializadas, lo cual capitaliza experiencias previas desarrolladas respecto a Taiwán (Raska, 2015).

Llevando a la práctica el planteo descrito, el gigante oriental ha echado mano a herramientas legales, psicológicas y mediáticas para librar una guerra no declarada con muchos de sus vecinos, e incluso con Estados Unidos, por la supremacía en sus espacios marítimos cercanos. Hablamos aquí del Mar del Sur de China, un enorme reservorio de recursos naturales energéticos y paso obligado de innumerables líneas marítimas de comunicación, verdaderas carreteras de la economía globalizada. En el marco de esta guerra no declarada, que parece combinar los imperativos geopolíticos del siglo XXI con las enseñanzas de El Arte de la Guerra, Pekín ha construido islas artificiales, y con esto ha reclamado soberanía en sus aguas adyacentes y ha amenazado con sanciones económicas a los países vecinos que no acepten la nueva situación. Al mismo tiempo, sobre esas islas sui géneris y otros puntos costeros e insulares, incrementa su presencia militar, disputándole a Estados Unidos el papel de estabilizador de esta, en lo que se conoce como "estrategias antiacceso y de denegación de área" (A2/AD).

Incluso la Unión Europea también concibe nuevas formas de guerra que no incluyen la violencia física, aunque debe decirse que esta, al contrario de lo que ocurre en el modelo chino de guerra irrestricta, no es siquiera contemplada en la ecuación. Este modelo europeo postula que las sanciones y represalias no militares, en el contexto actual de profunda interdependencia e "hiperconectividad" planetaria, tienen mucho más efecto que en otras épocas.

Así es como en tiempos de la referida Primera Guerra Mundial el proceso globalizador se detuvo por el estallido de esa conflagración, mientras hoy la globalización se "weaponiza" en la medida en que crece el rechazo a enfrentar una nueva guerra. En este sentido, es en el complejo entramado de la interdependencia donde los países intentarán explotar y capitalizar las asimetrías de sus relaciones. Y lo harán en tres campos principales, que se presentan especialmente atractivos a este efecto: la economía, principalmente las sanciones, consideradas como una suerte de "drones" desde el momento cuando generan un alto nivel de daño sin exponer a las propias tropas; las instituciones internacionales, ya sea bloqueándolas o empleándolas en beneficio propio, y las infraestructuras de la globalización, tanto físicas como virtuales.

Tres ejemplos que propone el autor grafican la idea de una guerra sin balas basada en la hiperconectividad del actual mundo globalizado. El primero, las represalias que Rusia aplicó contra el régimen de Recep Tayyip Erdogan tras el derribo de uno de sus aviones de combate desplegados en Siria, por parte de tropas turcas, consistentes en la suspensión de importación de bienes primarios, de licencias para operadores turísticos de esa nacionalidad y de la exención de visa entre ambos países. Turquía precisamente protagonizó el segundo ejemplo, al capitalizar en su favor la posibilidad de regular el flujo de refugiados sirios en camino a Europa Occidental, con lo cual obtuvo de sus vecinos del Viejo Continente réditos financieros claros. A su turno, Europa no reaccionó ante la anexión rusa de Crimea con el envío de tropas, sino con la activación de una batería de medidas que incluyó la suspensión de otorgamientos de visas, el bloqueo de cuentas bancarias de altos dirigentes de Moscú y represalias comerciales específicas contra sectores sensibles de la economía de Rusia, como el financiero y el de la exploración energética (Leonard, 2016).

Pero el ejemplo más contundente de esta nueva especie de guerra donde el plano psicológico y el empleo de medios de comunicación complementan -e incluso eclipsan- a las acciones bélicas- es el mencionado Estado Islámico, constituido el 29 de junio de 2014 cuando fue oficialmente anunciada su existencia por Abu Bakr al-Baghdadi, su líder y autoproclamado califa. Cabe recordar, en este punto, que la idea del califato remite a la sociedad árabe que Mahoma edificó en el siglo VII y se expandió durante épocas posteriores hasta llegar al siglo XIX, cuando el título de Califa fue empleado por última vez por Abdulmecid-I, entre 1823 y 1861. Con la disolución del Imperio Otomano y la constitución de la Turquía moderna en 1924, por obra de Atartuk, esa denominación fue extinguida.

Por un lado, en lo que a empleo de la violencia se refiere, rotular a la organización Estado Islámico como mero grupo terrorista no solo es subestimarla, sino también no entenderla. Pues junto a las células capaces de realizar cruentos atentados como los registrados en París (7 de enero y 13 de noviembre de 2015), Bruselas (22 de marzo de 2016), Niza (13 de julio de 2016), Berlín (19 de diciembre de 2016) y contra Rusia el 17 de noviembre de 2015,6 coexiste una importante y compleja maquinaria bélica que en su mejor momento se componía de unidades de infantería motorizada y mecanizada, caballería blindada y artillería pesada, además de grupos de operaciones especiales y francotiradores. En un listado que de manera alguna pretende ser exhaustivo, el arsenal incluía lanzagranadas RPG; cañones remolcados Howitzer de 105 y 155mm; afustes antiaéreos ZU-23 de fabricación rusa; misiles portátiles de origen estadounidense y ruso, tanto antitanque Tow y Kornet, como antiaéreos Igla y Stinger; blindados de combate T-54 y T-55; vehículos Humvee y morteros de 120mm. De acuerdo con algunas fuentes, el Estado Islámico disponía incluso de algunos aviones y helicópteros.

Todo este material fue operado por tropas regulares que llegaron a ser estimadas en 35 mil a 40 mil efectivos (aunque algunas lecturas incrementaron esa cifra hasta 200 mil), de los cuales cerca del 90 % serían iraquíes y sirios, en su gran mayoría ex miembros de las Fuerzas Armadas de esos países. En el caso de los iraquíes, todos ellos con experiencia de combate contra Estados Unidos tras la invasión de 2003, aunque algunos también participaron en la Guerra del Golfo de 1991. El remanente serían combatientes extranjeros, de unas 90 nacionalidades distintas, incluyendo naciones árabes y exrepúblicas soviéticas, ávidos de librar su propia jihad (Martín, 2015, p. 61).

Como se ve, en la forma de empleo de la violencia que planteó el Estado Islámico coexisten y se complementan sinérgicamente actos terroristas, actividades insurgentes y operaciones bélicas en el sentido clásico; o dicho de otro modo, asimetría y simetría. En este caso el concepto nueva guerra se torna insuficiente, y consecuentemente inaplicable, pareciendo más atinada la idea de guerra híbrida surgida al calor de la llamada Segunda Guerra del Líbano (Operación Recompensa Justa) y referida en pasajes anteriores del presente trabajo (Hoffman, 2009).

Por otro lado y complementariamente con lo anterior, el Estado Islámico constituyó y utilizó de manera intensiva una enorme maquinaria de propaganda orientada a consolidar su imagen de history-maker, es decir, de actor que ha irrumpido en la realidad para reorientar por la senda correcta el curso de la historia. Ese aparato de propaganda, basado en Internet y las redes sociales, con énfasis en Twitter y Youtube, rompe con el bajo perfil que en este sentido exhibía Al Qaeda y de hecho no registra parangón en otras organizaciones terroristas o insurgentes. Alcanzó tal importancia y complejidad esa estructura que Abdel Bari Atwan (2015), redactor jefe de Al-Quds Al-Arabi (periódico árabe conbase en Londres), caracterizó al Estado Islámico de "califato digital", título que ostenta su último libro.

Por medio de ese aparato se le ofreció a la feligresía musulmana la posibilidad de participar de la construcción de una comunidad unificada, sustentada en sólidas pautas morales y valores religiosos, como lo hizo Mahoma en el siglo VII tras recibir el mensaje divino. De ese llamado no quedaron excluidas las minorías musulmanas en países europeos, muchas veces víctimas de la exclusión social, económica y cultural. El mensaje que transmite el Estado Islámico enfatiza que la entidad posee la capacidad real de gestionar y gobernar, y proveer así a la población de diversos servicios sociales -muchas veces gratuitos- que tal vez nunca recibió de los ineficientes o corruptos Gobiernos anteriores, hayan sido estos de base religiosa o laicos. Esa capacidad se sostuvo en cuantiosos y diversificados ingresos, procedentes del contrabando de petróleo, la compraventa de armas, los secuestros extorsivos, el contrabando de obras de arte, el cobro de impuestos internos (más altos para quienes no son musulmanes sunníes) y aduanas para mercaderías en tránsito, y las donaciones tanto locales como exógenas. Hacia comienzos de 2015, se estimaba que ingresaban a las arcas de la organización entre uno y tres millones de dólares diarios, solamente por los hidrocarburos.7

Pero al mismo tiempo, a través de su maquinaria de propaganda la entidad también insta a los fieles a no vacilar en tomar las armas para concretar el citado proyecto de comunidad unificada, pues, como ha indicado un periodista español (Martín, 2015): "[...] muertas las esperanzas de lograr un mundo diferente, quebrados los sueños libertarios, anegada la justicia por la vía democrática, y con la integración como quimera, el único valor que queda es la rebeldía del fusil" (p. 22). A ese llamado han respondido personas individuales en diversas partes del globo, que migraron hacia los territorios controlados por el Estado Islámico para combatir bajo su bandera, o permanecieron en sus lugares habituales de residencia, transformados en potenciales "lobos solitarios"; pero también han acusado recibo de ese llamado diversos grupos preexistentes, que se subordinaron a la autoridad de alBaghdadi tornándose en una suerte de franquicia de su organización. Por otro lado, un espacio nada desdeñable dentro de esta estrategia lo ocupa la difusión de los terribles castigos a los que son sometidos enemigos, delatores y desertores, atrocidades que lejos de minar el respaldo al Estado Islámico, parecen reforzarlo. La causa, en la visión de una especialista (Napoleoni, 2015), postula que en el contexto de vorágine informativa en la cual nos encontramos inmersos, la "propaganda del miedo" capta la atención de la audiencia global de manera mucho más efectiva que los sermones religiosos.

Conclusiones

El campo de la seguridad internacional remite al estudio de las amenazas que se ciernen sobre los actores del sistema internacional y los efectos que esta situación genera. Dentro de sus límites, el concepto guerra ha experimentado importantes y sustanciales cambios, al calor de las mutaciones experimentadas por el mencionado recorte disciplinar. En este sentido, una lectura ortodoxa de la seguridad internacional, centrada en la forma de empleo del instrumento militar por parte del Estado, le asigna un lugar de relevancia al fenómeno de la guerra en los términos cristalizados tras la consolidación del sistema internacional westfaliano y la irrupción de los planteos teóricos de Clausewitz.

La rigidez del concepto guerra ha disminuido, en la medida en que se flexibilizaron los contornos de la seguridad internacional, lo que ha incorporado nuevos enfoques y perspectivas. Esa flexibilización facilitó que junto a una lectura tradicional de dicho concepto, asociada al modelo trinitario clausewitziano, coexistan interpretaciones alternativas basadas en criterios cualitativos antes que cuantitativos que aplican el referido concepto a los conflictos armados actuales, signados por formas asimétricas de empleo de la violencia por parte de actores no estatales. Conflictos que encuentran en el postulado de nuevas guerras propuesto por Kaldor, un formato referencial.

Aunque estos abordajes ya no son novedosos, por cuanto comenzaron a construirse teóricamente apenas culminada la contienda bipolar, en los últimos años han ganado importancia los enfoques que abordan la cuestión de una manera más integral, si se quiere "holística", lo cual trasciende el mero uso de la violencia como herramienta racional para revalorizar otros factores. En el marco de esa revalorización, cobran una importancia crucial factores económicos, legales, psicológicos y mediáticos, con particular énfasis en los dos últimos. Son elocuentes ejemplos los casos de Estado Islámico; de Rusia y su maskirovka, que algunos teóricos occidentales se esfuerzan en tipificar como una sui géneris guerra híbrida, y de China con la llamada guerra irrestricta. Al contrario que los dosprimeros casos, el que propone China admite una eventual ausencia de violencia armada en la guerra, lo cual suena como un contrasentido aunque en teoría no lo es; esa ausencia deja de ser una posibilidad para convertirse en una certeza, en el planteo europeo de guerras de conectividad.

El dato insoslayable, llegados a este punto, es que tanto China y Rusia, como la Unión Europea, responden en última instancia a una matriz westfaliana, mientras el Estado Islámico no lo hace. Entonces, nuestra conclusión más importante es que no sería exagerado sugerir que el Estado Islámico, más que los dos gigantes estatales, ha anticipado la irrupción de un nuevo tipo de guerra, cuyos trazos más representativos podrán ser adoptados en un futuro por otros actores, más allá del desenlace que tenga la organización de al-Baghdadi, a tres años de su constitución. Es una suerte de tercer estadio evolutivo, considerando como instancias previas a las guerras trinitarias convencionales y a los conflictos armados no convencionales, siempre desde una perspectiva cualitativa antes que cuantitativa. La liviana referencia a una "Guerra 3.0", formulada por un periodista español pocos días antes del cierre del presente trabajo (Rodríguez, 10 de febrero de 2017), no parece estar errada, después de todo.

Se consideran como rasgos distintivos de este tipo de guerra, en primer lugar, que guarda una importante correspondencia con las versiones actualizadas de 4GW, surgidas ya en el corriente siglo; segundo, que es una guerra signada por la hibridez, en la cual se trascienden las formas asimétricas de empleo de la violencia, para operar también de acuerdo con formatos simétricos; en tercer término, es un evento en cierto modo desterritorializado, en el cual las citadas formas asimétricas de empleo de la violencia pueden ocurrir a miles de kilómetros de distancia de los ámbitos geográficos que le dan sentido e identidad al conflicto; finalmente, le asigna un lugar central a las actividades de propaganda, beneficiadas por el empleo intensivo de tecnología y desarrolladas a través de Internet y las redes sociales, lo que le otorga al plano psicológico una importancia crucial. Desde esta perspectiva, las reflexiones del papa Francisco, y sobre todo de Giovanni Sartori consignadas al principio de este trabajo, cobran asidero y permiten anticipar un empleo correcto del concepto guerra, siempre en el contexto de la innovación que constituyó el Estado Islámico.

Queda, a modo de reflexión final con cierto tono prescriptivo, la perentoria necesidad de adecuar las instituciones estatales de la seguridad y la defensa a estos nuevos desafíos, dinámicos y polifacéticos. Una adecuación que debe abarcar desde los plexos normativos hasta los diseños de fuerza, pasando por las doctrinas de empleo que derivan de los primeros y le dan sentido a los segundos. Más allá del curso que adopte ese esfuerzo de adecuación, puede anticiparse con un alto grado de certeza que la flexibilidad, la innovación y la adaptabilidad deben ser sus ejes distintivos.


Notas

1 Declaraciones del ministro ruso, Dmitri Medvédev, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, en febrero de 2016. Volver

2 La base de datos en cuestión (UCDP) se encuentra disponible en http://ucdp.uu.se/ Volver

3 Este formato es habitualmente conocido como guerra por delegación (en inglés, proxy war). Volver

4 Se ha alegado que hay antecedentes de "maskirovka" en el siglo XIV. Concretamente en la batalla de Kulikovo en 1380, cuando el príncipe moscovita Dmitri Donskói con 50 mil guerreros venció a 150 mil soldados mongoles y tártaros liderados por Khan Mamai. Volver

5 Cabe destacar que, de acuerdo con especialistas, la traducción literal del título original del libro sería Guerra sin ataduras (War without bounds). Volver

6 Atentado con explosivos contra un avión de transporte de pasajeros ruso Airbus A-321, de la aerolínea Metrojet de ese país, en vuelo desde Egipto hacia Rusia. Volver

7 A comienzos de 2015 se calculaba que el Estado Islámico contrabandeaba hacia el exterior unos 70 mil barriles de crudo diarios, con un precio promedio de US$ 26 por barril de petróleo pesado y US$ 60 por barril de petróleo. Tomando en cuenta las comisiones de los intermediarios en estas operaciones ilegales, se llega al cálculo de US$ 1 millón a US$ 3 millones diarios, lo que totaliza entre US$ 365 millones y US$ 995 millones anuales. Volver


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