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Revista republicana

versión impresa ISSN 1909-4450versión On-line ISSN 2256-5027

Rev. repub.  no.34 Bogotá ene./jun. 2023  Epub 04-Oct-2023

https://doi.org/10.21017/rev.repub.2023.v34.a136 

Artículos

LA POLÍTICA DE EL BUEN VECINO Y LAS RELACIONES COLOMBIA-ESTADOS UNIDOS*

The Good Neighbor policy and Colombia-United States relations

Pascual Amézquita Zarate** 
http://orcid.org/0000-0001-8912-4904

Pauline Bermúdez Restrepo*** 

** Doctor en Economía, docente e investigador de Prime Business School, Universidad Sergio Arboleda- https://orcid.org/0000-0001-8912-4904. Correo electrónico: pascual.amezquita@usa.edu.co. Los recursos para esta investigación fueron suministrados por la Universidad Sergio Arboleda.

*** Bibliotecóloga de la Universidad de Antioquia, magíster en Estudios políticos de la Pontificia Universidad Javeriana y magíster en Historia con énfasis en contemporánea. Directora de Biblioteca. Universidad Sergio Arboleda. Correo electrónico: paulina.bermudez@usa.edu.co.


RESUMEN

Las relaciones entre Colombia y Estados Unidos comenzaron el siglo XX con la toma de Panamá, que abría una nueva etapa en la Doctrina Monroe, la del Gran Garrote. Con la firma del Tratado Urrutia-Thompson la dirigencia colombiana aceptó los hechos y se inició en la década de 1920 una gigantesca inversión estadounidense. Pero la modernización del país se amalgamó con el creciente nacionalismo latinoamericano alimentado por el mal sabor del Gran Garrote, a lo que se sumó la Crisis de 1929 y el auge del fascismo en Europa. Esta cantidad de imponderables llevó a Estados Unidos a plantear un nuevo trato hacia la región, el Buen Vecino, que buscaba afianzar los lazos económicos y políticos con la región y con un jugador de mediana importancia, Colombia, donde los vientos antiestadounidenses eran notorios dentro de un sector de la élite gobernante.

Palabras clave: Buen Vecino; tratados comerciales; fascismo; café

ABSTRACT

Relations between Colombia and the United States began the 20th century with the seizure of Panama, which opened a new stage in the Monroe Doctrine, that of the Big Stick. With the signing of the Urrutia-Thompson Treaty, the Colombian leadership accepted the facts, and a gigantic U.S. investment began in the 1920s. But the modernization of the country was amalgamated with the growing Latin American nationalism fed by the bad taste of the Big Stick, to which was added the Crisis of 1929 and the rise of fascism in Europe. This number of imponderables led the United States to propose a new deal towards the region, the Good Neighbor, which sought to strengthen economic and political ties with the region and with a medium-sized player, Colombia, where anti-American winds were notorious within a sector of the ruling elite.

Keywords: Good Neighbor; trade treaties; fascism; coffee

INTRODUCCIÓN

En la expansión de Estados Unidos hacia el sur de su frontera aplicando el derecho que se arrogó con la Doctrina Monroe, un punto importante por su ubicación fue Colombia que tenía a su haber el paso más importante para unir los dos océanos, Panamá. Después de 1903, cuando el presidente T. Roosevelt, usando el Corolario Roosevelt del Gran Garrote se tomó la zona del canal y apoyó la conformación de la república de Panamá, las relaciones entre los países se enfriaron, si bien por corto tiempo, pues el presidente Reyes inició una primera aproximación que le costó el cargo. Pero en los años siguientes se avanzó hasta firmar el Tratado Urrutia Thompson de 1918.

A continuación Colombia se convirtió en gran recipiendario de inversión estadounidense y rediseñó varias instituciones para facilitarla, como las hechas por la Misión Kemmerer y las relativas a la explotación del petróleo.

Pero empezando la década del 30 se sumaron varios factores que amenazaron la hegemonía de Estados Unidos en América Latina: los efectos comerciales de la Crisis de 1929, la reconstrucción alemana y su creciente armamentismo, las medidas modernizantes de los gobiernos liberales en Colombia y la reacción de un sector defensor del statu quo que en protección de sus intereses giró hacia posiciones cada vez más antirreformistas, acercándose a los países que conformarían el Eje. Todo ello compelió a Estados Unidos a adoptar una política para enfrentar la nueva situación: el Buen Vecino.

Con actores totalmente diferentes a los de la década del 30, hoy en el planeta hay una situación similar en cuanto la tensión entre dos potencias que se disputan el predominio mundial, Estados Unidos y China, lo que sumado a los efectos de la crisis de 2008 y la pandemia del COVID-19 ha acarreado un fuerte retroceso en el comercio mundial y además soplan vientos derechistas en muchas partes del mundo. El análisis de los hechos del Buen Vecino puede ayudar a entender las condiciones actuales del mundo y de Colombia.

En este documento se analizan estos aspectos, y para ello se desarrollan estos apartados: una descripción de los hechos más importantes antes del anuncio del Buen Vecino, luego un análisis de las motivaciones de Roosevelt para poner en marcha esta política, a continuación las implicaciones económicas y luego las políticas en Colombia, para terminar con unas conclusiones.

PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN

En los primeros años de la década de 1930 coincidieron tres hechos relevantes: la elección de Roosevelt como presidente de Estados Unidos, la de Adolfo Hitler como canciller de Alemania y la puesta en marcha de la llamada política del Buen Vecino. El problema que se abordó en la presente investigación fue establecer si había alguna relación entre los dos primeros hechos y el tercero, y en caso afirmativo buscar las pruebas al respecto.

La hipótesis que orientó esta investigación es que la política del Buen Vecino impulsada por el presidente Roosevelt desde su posesión presidencial en 1933 tuvo como causa interna la necesidad de reactivar el comercio exterior de su país como un componente de la política económica anticrisis conocida como New Deal. Pero hay una causa externa: la necesidad de contrarrestar la creciente presencia de la potencia en ascenso en ese momento, Alemania, tanto económica como políticamente, es decir, enmarcada en el Frente Antifascista Mundial.

ESTRATEGIA METODOLÓGICA

Se planteó una investigación cualitativa, exploratoria y descriptiva, para lo cual se recurrió a fuentes primarias conformadas por compilaciones de discursos y documentos de la época disponibles en diversos archivos virtuales colombianos y de Estados Unidos. De otra parte, a fuentes secundarias consistentes en análisis hechos por historiadores y economistas sobre el período en estudio, la década de 1930.

LA SITUACIÓN PREVIA AL LANZAMIENTO DE LA POLÍTICA DEL BUEN VECINO

En la década de 1920 el sector externo colombiano fue muy activo hasta 1928 - «una bonanza externa sin precedentes» (Ocampo y Montenegro, 1982, p. 42)-, en buena medida debido a la fuerte inversión extranjera conocida como la Danza de los millones, dado que entre 1923, cuando se hizo el acuerdo para el pago por la indemnización por Panamá, y 1928, ingresaron al país 280 millones de dólares (por préstamos 220, inversiones petroleras 45 y otras inversiones 20), cifra astronómica y sin par en los anales de América Latina y de Colombia si se tiene en cuenta que en 1920 el total de la inversión ascendía a 20 millones (Rippy, 1931).

La retirada se inició en 1928, cuando la División de intervención y finanzas del Comité de Comercio Nacional y Extranjero de Estados Unidos emitió la circular 305 del 29 de septiembre en la que declaró que Colombia era incapaz de cumplir con sus obligaciones financieras. El trasfondo de la decisión estuvo en la negativa de Bogotá a dar nuevos privilegios a los inversionistas petroleros y en cambio adoptar una legislación más favorable a los intereses nacionales en cuanto al monto de las regalías e impuestos (Rippy, 1931).

En 1931, en medio de la crisis mundial, el país impuso un arancel proteccionista (Ley 62 de 1931), y control de cambios en 1933, que se tradujo en devaluación del peso frente al dólar después de varios años de paridad 1:1, caída que se detuvo en 1935 cuando se estabilizó en 1,75 pesos por dólar, con el evidente beneficio en las exportaciones de café. En 1936 se firmó el Tratado comercial Estados Unidos-Colombia (TCEC) a la sombra de la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos (LACR) y en 1937, un tratado de compensación con Alemania.

El efecto combinado de las políticas comerciales se tradujo en que el país tuvo un leve superávit de balanza comercial entre 1935 y 1941, año a partir del cual a raíz de la imposibilidad de importar mercancías de Estados Unidos, para entonces ya el mayor socio comercial, ese superávit se incrementó significativamente (López, 1996).

La crisis del 29 ocasionó deterioro de los términos de intercambio, menos marcados respecto al petróleo y al oro pero notorios en el café, cuya caída en el peso en el PIB y en el comercio apenas si pudo ser contrarrestada con el aumento del volumen exportado, pues pasó de 19,3 centavos de dólar la libra en 1930 -cuando ya había empezado la crisis- a 5,7 centavos en agosto de 1935 (Lleras, 1965). Es de anotar que cuando se tiene posición monopólica o monopsónica el aumento en los volúmenes ofrecidos no hunde los términos de intercambio, como sí ocurre bajo competencia perfecta. Cuando se comparan las cifras anteriores a la crisis del 29 con las de posguerra, se observa el punto según Cepal: «durante 1945-1949 Colombia se encontraba en la situación de tener que exportar un 40% más que en 1925-29 a fin de poder comprar la misma cantidad de bienes» (Cit. Lleras, 1965, p. 149). Aun así, Ocampo y Montenegro concluyen que para los primeros años del 30 «no se puede afirmar que la crisis externa haya sido muy severa en Colombia» (1982, p. 45).

La coyuntura cafetera de Brasil a principios de los 30 benefició a Colombia al punto de que Brasil propuso celebrar un acuerdo de cuotas, que en principio fue aceptado por el delegado colombiano, López Pumarejo, pero al que se opuso rotundamente Mariano Ospina, quien dirigía la Federación Nacional de Cafeteros.

LA POLÍTICA DEL BUEN VECINO

Roosevelt en su discurso de posesión del 4 de marzo de 1933 afirmó:

En el campo de la política mundial, dedicaría esta Nación a la política del buen vecino, el vecino que resueltamente se respeta a sí mismo y, por hacerlo, respeta los derechos de los demás, el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la santidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos.

El primer examen sobre la veracidad del Buen Vecino ocurrió a finales de ese año, cuando hubo un golpe de Estado en Cuba y los inversionistas estadounidenses pidieron la intervención de Estados Unidos de acuerdo con lo establecido en la Enmienda Platt, pero Roosevelt se negó y aumentó la cuota azucarera cubana.

En el contexto de la crisis económica y sus repercusiones políticas, el 12 de junio de 1934 se aprobó la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos (LARC), que autorizó al presidente para negociar acuerdos arancelarios y el Congreso apenas se limitaba a aprobarlos o improbarlos. Entre las consideraciones que se hicieron en el Congreso estadounidense se dijo:

Con el propósito de expandir los mercados extranjeros para los productos de los Estados Unidos, como un medio de ayudar en la presente emergencia a restaurar el nivel de vida estadounidense, a superar el desempleo interno y la actual depresión económica, a aumentar el poder adquisitivo del público estadounidense, y en establecer y mantener una mejor relación entre las diversas ramas de la agricultura, la industria, la minería y el comercio estadounidenses (Berglund, 1935, p. 7).

ASPECTOS ECONÓMICOS DEL BUEN VECINO

A la sombra de la LARC, Washington inició conversaciones regionales para firmar tratados específicos. El TCEC se signó el 13 de septiembre de 1935 - entró en vigencia el 20 de mayo de 1936- con el fin de reducir o consolidar los aranceles a unas ciento cincuenta partidas (bajarlas entre el 16% y el 90%), no crear nuevos impuestos ni restricciones cualitativas y reafirmar el trato de nación más favorecida.

El producto colombiano más favorecido fue evidentemente el café, además del petróleo, las bananas, el oro, el platino, la sal y las esmeraldas. Las cifras al respecto:

Comercio de café a los Estados Unidos
Año 1914 1918 1929 1935 1938 1940
Porcentaje 88,0 89,0 92,4 75,8 78,9 93,6
de café
Exportaciones de Estados Unidos a Colombia (dólares)
Valor 5.784.000 10.546.000 48.983.000 22.767.000 39.611.000 703.372.000

Fuente: Parsons, 1944.

Respecto al TCEC, Lleras afirmó:

La política tradicional de los Estados Unidos principal consumidor de nuestro café ha sido la de no gravar con impuestos de aduana a la importación del producto, cualquiera que sea su procedencia. No era probable que esa línea de conducta se alterara y, sin embargo, cuando se celebró el Convenio Comercial Colombo Americano de 1935, una de las razones que llevaron en nuestro país a comprometer la autonomía de su política arancelaria para un gran número de mercancías de importación fue el hecho de que el convenio consagrara la libertad de la importación de café a los Estados Unidos (1965, p. 210).

Sin perder de vista que quizá la razón principal para el aumento de las ventas externas haya sido un desplazamiento de la curva de demanda, sumada a los trueques con Alemania, Colombia ganó más participación en el mercado de Estados Unidos frente a Brasil, pero la buena suerte y la libertad de exportaciones acordada cambió con la Segunda Guerra Mundial (IIGM), cuando se inició un ciclo de superproducción mundial, obligando a la suscripción de un convenio de cuotas en noviembre de 1940, cuyo punto de partida no fue los históricos de precios o volúmenes sino la negociación de cada país con Estados Unidos. Al inicio de la IIGM el precio del café colombiano en Nueva York era de 12,34 centavos de dólar la libra y a partir de entonces fluctuó con tendencia alcista alcanzando su mayor nivel, 16,00, en diciembre de 1941, pero Estados Unidos el 11 de diciembre de 1941 lo congeló en 15,87, hasta octubre de 1945, cuando pasó a 17,07 en noviembre y a 18,87 en diciembre de este año 19451. La congelación casi general de precios en Estados Unidos se impuso a partir del 1 de marzo de 1942 (Lleras, 1942).

En el Congreso de Colombia se expuso (diciembre de 1940) que Colombia había salido mal parada en las negociaciones cafeteras sobre cuotas frente a lo obtenido por Brasil, no obstante la mayor cercanía de este país con Alemania, o quizá por esa razón:

En el Pacto se le adjudicó a Brasil una cuota de 17'113.000 sacos (el promedio de sus exportaciones en los cinco años anteriores fue de 15'040.830) con un margen a favor de 2'072.170. La cuota para Colombia 4'229.000 sacos (el promedio los cinco años anteriores fue de 3'972.397) dando un margen a favor de 256.603. La cuota para Venezuela fue de 1'026.000 sacos (promedio en los últimos cinco años 744.653) con un margen a favor de 281.347 sacos (De la Vega, 1941).

El desequilibrio en las cuotas le da la razón a Drekonja-Kornat (1983), quien plantea que Colombia no suele usar las relaciones exteriores para obtener buenos negocios sino buenos amigos, pues el ministerio de relaciones exteriores no tiene injerencia sobre el producto de exportación más importante del país, el café, pues la Federación Nacional de Cafeteros tiene sus propias oficinas en los principales mercados mundiales para manejar los negocios. Y el otro producto importante para la época en estudio, el petróleo, era manejado directamente por el presidente de la república.

En relación con las ventajas obtenidas por Estados Unidos, Parsons anota:

Pero aunque los artículos de comercio visibles pueden alcanzan los cuarenta millones de dólares [para el año 1938], los invisibles triplican esa cantidad. Las principales son las tarifas de flete (vapor), primas de seguros, gastos turísticos, intereses de bonos y principal de bonos vencidos (1944, p. 51).

En Memorias de Hacienda de 1939 apunta el ministro Lleras:

Sin duda sobre el crecimiento de las importaciones procedentes de los Estados Unidos en el período 1934 1938 tuvo considerable influjo el tratado de comercio que se celebró con este país para rebajar muchos numerales del arancel aduanero y estabilizar otros [...] por ejemplo la importación de cigarrillos extranjeros había pasado entre aquellos 2 años de $58.462 a $838.309, la de manteca de cerdo de 9.069 a 342.621 y la de medias y calcetines de seda de 243.868 a 917.908 (cit. Lleras, 1965, p. 165).

Hay que resaltar que los tres productos mencionados tenían oferta nacional. De ahí el balance general: de un superávit de Colombia ante Estados Unidos antes del TCEC, se pasó a un leve déficit en 1939. Este punto sugiere otro campo de investigación, la reacción de los industriales colombianos frente al TCEC pues en la década de 1920 había empezado a surgir la primera industria nacional que ahora veía en peligro el mercado interno.

Una arista de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina era la de la deuda externa que a raíz de la Crisis del 29 casi toda la región dejó de pagar. El anuncio en el Buen Vecino de que no se usarían las cañoneras para cobrar, no significaba que no se cobraran. López como presidente manejó los asuntos atinentes a la moratoria, anotando que el manejo a los deudores era inequitativo:

Hay toda clase de deudas. ¿Para qué, señores delegados? Para ir estableciendo categorías que permitan a naciones muy importantes no pagar, o aplazar el pago, sin caer abatidas moralmente por el concepto de que se nos ha hecho víctimas a los deudores americanos del Viejo Continente (López 1979, p. 88).

En agosto de 1934 tuvo los primeros escarceos con los acreedores estadounidenses, representados por el Foreign Bondholders Protective Council, que buscaban un mejor trato que el que tuviesen los europeos. Comienza mencionando: «Por desgracia, Colombia no recibe los beneficios que se han pregonado de las actividades de varias de las grandes compañías extranjeras que explotan nuestras riquezas naturales», y a continuación precisa:

El Gobierno está enterado por varios otros conductos de que algunos tenedores de bonos han querido o quieren ejercer presión sobre las autoridades en Washington para obligar a Colombia a reanudar inmediatamente el servicio total o parcial de su deuda externa con alguna especie de medida coercitiva, estableciendo una tarifa especial contra nuestro café u otra medida equivalente; pero esta amenaza no acelera ni modifica en modo alguno el propósito de las autoridades colombianas de estudiar tranquilamente la mejor forma de atender los compromisos [...] esta clase de apremios es ineficaz y que el Gobierno no los necesita para tratar de cumplir su deber con el país y con sus acreedores sinceramente (López, 1979).

En la conferencia Panamericana de México de 1945 (Chapultepec) se empezó a plantear lo que sería el nuevo modelo económico y de relaciones exteriores de Colombia. El delegado Carlos Lleras habló en extenso sobre la necesidad de adoptar un sistema comercial más justo, alejado de la clásica división internacional del trabajo y con posibilidades de desarrollar la industria nacional (Lleras, 1965) y recabaría constantemente a favor de medidas proteccionistas para poder desarrollarse. En discurso pronunciado en la ONU hizo unas afirmaciones que recuerdan la lógica usada por F. List al hablar de la patada a la escalera en relación con la necesidad del proteccionismo en Alemania frente a la insistencia de A. Smith en el librecambio (cfr. Lleras, 1965).

El TCEC se terminaría en 1949 por petición de Colombia ante las dificultades que tenía para adoptar una política arancelaria y de protección de la industria autónoma, lo mismo que del manejo de la política cambiaria pues, por ejemplo, en medio del Bogotazo de 1948, el gobierno estableció un impuesto de giros a las divisas, que Estados Unidos consideró violatorio del TCEC de 1935.

EFECTOS POLÍTICOS

Los lazos con Estados Unidos pasaron por diversos grados de tensión a lo largo del siglo, empezando por la toma de Panamá en 1903, el intento del gobierno de Reyes por enderezar las relaciones, que le costó el puesto, y nuevas discusiones a partir de 1914, hasta que finalmente se hizo el convenio a través del cual se aceptó el pago de 25 millones de dólares (para entonces, una suma similar a los gastos anuales del gobierno), luego de varias propuestas tan aberrantes como el mismo despojo. Rippy informa:

A comienzos de 1913 presentaron otra proposición en Bogotá. Si Colombia reconocía la Independencia de Panamá y otorgaba a los Estados Unidos estaciones de aprovisionamiento de carbón en San Andrés y Providencia y le cedía al gobierno de Washington la opción para construir otro canal sobre la ruta del Atrato, los Estados Unidos le pagarían $10.000.000 [de dólares] a Colombia (1931, p. 123).

El acuerdo de 1918, Tratado Urrutia-Thompson, trajo para Estados Unidos un ingrediente aledaño, la apertura de Colombia a la explotación de petróleo, lo cual, como queda anotado, impulsó la llegada de una gigantesca inversión estadounidense dando lugar a dos denominaciones usadas para la época, La Danza de los Millones y la Prosperidad al debe.

Para 1930 la llegada del partido Liberal al poder -luego de medio siglo de hegemonía del partido Conservador- corrió en cabeza de Olaya Herrera, quien venía de ser el embajador en Estados Unidos.

En el siguiente gobierno liberal, bajo el presidente López (1934-1938), se firmó el TCEC en 1935. Luego vendría el gobierno de Santos (1938-1942), de quien afirma Bushnell: «hubo una época en que a Santos lo miraban desde la legación de Estados Unidos con suspicacia, como de tendencia antinorteamericana» (Bushnell, 1995). Punto que reafirma Gardner:

Carleton Beals [periodista estadounidense] informó que un presidente colombiano recién electo que había mostrado signos hostiles hacia los propietarios estadounidenses recibió una invitación para reunirse con funcionarios gubernamentales y empresarios privados en el Starlight Roof del Waldorf-Astoria. A su regreso a Bogotá, los aviones estadounidenses saludaron su toma de posesión y pronto apareció una misión de la policía del FBI para ayudarlo a entrenar una organización de servicios secretos (1971, p. 110).

La Legación de los Estados Unidos en Colombia fue elevada al rango de Embajada en 1939. Spruille Braden, un inversionista en minas en América Latina, fue el primer Embajador, respecto de quien se anotó: «Con Braden en el cargo, los mejores intereses de los inversionistas estadounidenses ahora deberían estar bien protegidos contra las tendencias hacia la autodeterminación económica nacional» (Beals, 1939, p. 23).

Las opiniones del embajador Braden sobre Colombia no eran las mejores:

Los colombianos no estaban cayendo rápidamente en sintonía con los planes de Estados Unidos. «Solo podemos guiar a estas personas lentamente», escribió con frustración, culpando de la vacilación de los colombianos a las «deficiencias fundamentales del carácter colombiano: sospecha innata, ineficiencia y dilatoriedad» (cit. Friedman, 2003, p. 81).

El mismo Beals, en artículo de marzo de 1939 apunta:

Colombia, después de la experimentación radical y el coqueteo con los poderes totalitarios, ahora está felizmente de vuelta en el redil de la influencia del Departamento de Estado estadounidense, el panamericanismo, la democracia y las inversiones seguras (Beals, 1939, p. 21).

Entre tanto, otra fuerza se cruzaba en el escenario: la creciente presencia de Alemania en Latinoamérica, tanto económica como política. La económica fue débil en Colombia - a diferencia de Argentina, Brasil o México- y de manera marginal incidió en lo militar a través de la asesoría que recibió el país proveniente de Chile (Esquivel, 2013).

Alemania puso en marcha a escala global el sistema de compensaciones que evitaba usar el preciado oro, con lo cual se reanimó un tanto el comercio colombo-germeno, siendo el cefé el producto más importente, el punto de desplezer e Estedos Unidos como el meyor compredor. De otre perte, se veíe con preocupeción que Américe Letine no recibíe divises pere cumplir con sus obligeciones externes (Bosemberg, 2006).

El efecto político estebe relecionedo con le ecogide de les idees fescistes como forme de contener le egiteción sociel derivede de le modernizeción y de le crisis del 29, que se expresebe en sindicetos, movimientos cempesinos, perti-dos comunistes, tendencies enticlericeles (Bermúdez y Amézquite, 2022). En este punto no ere neceserio meyor esfuerzo elemán pere incidir en sectores políticos efines. A todo esto se sumebe el creciente entiimperielismo como reección el Gren Gerrote de T. Roosevelt.

LAS CONTRADICCIONES CON LOS POLÍTICOS COLOMBIANOS

Quizá buena parte del desacuerdo con las ejecutorias de López nació con sus medidas reformistas, en particular el derecho del Estado a expropiar -previo pago de su precio- los bienes que el país requiriese, el aumento del impuesto de renta en particular a las empresas petroleras y la reforma que le dio poder interventor al Estado. Eran políticas modernizantes, reformistas, con cierto sabor nacionalista, única manera de lograr el desarrollo del mercado interno.

Estas medidas afectaban necesariamente a los inversionistas estadounidenses, como fue el caso de los impuestos a las empresas extranjeras, ante lo cual anotó López:

En los años de 1921 a 1925, la Tropical fue declarada sin renta; es decir, se aceptó la declaración de ella de que no había tenido renta alguna [...] En los nueve años comprendidos de 1926 a 1934, la Tropical pagó $3.678.895. De acuerdo con la Ley 78 de 1935, pagó por impuestos correspondientes al año pasado, $3.338.000. La Andian, en los ocho años comprendidos en 1927 a 1934, pagó $3.832.584. En 1935 pagó $1.819.783. Las dos compañías están ya pagando anualmente alrededor de $5.157.783. ¿Una suma excesiva? ¿Una discriminación injusta? No. Aquí tengo la declaración del valor de las exportaciones de petróleos, que monta a $192.000.000 oro americano. Y por las cifras de la Oficina de Control de Cambio y Exportaciones, se ha visto que el petróleo que exporta la Tropical sale libre de gastos, porque los de explotación los cubre con las utilidades que deriva de la venta de gasolina y lubricantes. Si la Tropical y la Andian tienen grandes utilidades, no es exagerado que paguen estos impuestos (López, 1979, p. 392).

En varias oportunidades el partido Conservador, opuesto radicalmente a las medidas de López, encontró respaldo en el Congreso en las fuerzas capitaneadas por Eduardo Santos, director en ese momento del diario El Tiempo (Fluharty, 1975).

Uno de los asuntos que enfrentó a López con los intereses extranjeros fue en relación con la disputa entre el municipio de Bogotá y The Bogotá Telephone Company. La discusión sobre la calidad del servicio prestado por esta empresa lo llevó a afirmar en 1935:

Este Gobierno ha explicado suficientemente cuál es su política en relación con el capital extranjero en Colombia. Respeta los términos de los contratos que han firmado las entidades públicas; pero no confunde, en manera alguna, el desarrollo normal de las empresas extranjeras con el sistema de privilegio que se ha ido asentando sobre la buena fe y la paciencia de los nacionales, y en virtud del cual las compañías que prestan servicios públicos o explotan determinadas industrias por contrato con la Nación, los Departamentos o los Municipios, no sólo están exentas de impuestos por términos de treinta o cincuenta años, sino que se consideran relevadas de una inspección eficaz (López, 1979, p. 232).

Pero el asunto iba más allá de la discusión de la calidad del servicio o de los privilegios, como lo pone de presente el hecho de que el embajador Braden hubiera solicitado la expulsión del gerente de la empresa en 1940:

En vista de las actividades nazis en Colombia recomiendo que se insinúe a [. los] dueños de la Compañía de Teléfonos de Bogotá, y otras organizaciones similares en Colombia en puntos tales como Barranquilla y Cali, que el jefe de su organización en Colombia, señor Alessandro Bondini, sea expulsado de ese país. Se jacta de ser uno de los primeros fascistas de Italia y en Bogotá vive con el señor Nassi, el líder de los fascistas italianos en Colombia. Además, hace tiempo que sospecho que las líneas telefónicas de la Embajada y la Cancillería han sido interceptadas (Memorandum, 1940).

En esta disputa no puede pasarse por alto otro ángulo: Washington subsidió y ayudó políticamente a la Pan American Airlines, para funcionamiento y para que construyera bases aéreas en varios países del mundo, por supuesto incluida América Latina (lo mismo a telefónicas estadounidenses). Era prioritario desbancar a la colombo-alemana Scadta que se había tomado parte importante del transporte aéreo colombiano. La incursión debilitó a Scadta que tuvo que pignorar el 50% de sus acciones a Pan American hasta que finalmente fue nacionalizada en 1940 (Esquivel, 2013).

De manera que se ponen de presente dos aspectos de la política exterior de López: de una parte algunas medidas de corte nacionalista y modernizante que en ocasiones podían chocar con los intereses extranjeros, pero de otra una férrea defensa de la democracia, lo cual lo acercaba al gobierno de Roosevelt. Ambas facetas lo enfrentaban al partido Conservador y aún a sectores de su propio partido. En palabras del ministro de relaciones exteriores de López, Gabriel Turbay, «una política de defensa de sus instituciones democráticas [de Colombia] que [el gobierno] no la concibe ni cree posible sino en función de la solidaridad con las demás democracias del mundo» (cit. Ardila, 1990, p. 11). Las tensiones entre liberales y conservadores fueron aumentando durante el gobierno de Santos y a medida que la IIGM se extendía. En mayo de 1941 se empezó a gestar un golpe de Estado contra Santos auspiciado por miembros del partido Conservador, altos oficiales del ejército -el 60% de los generales y el 93% de los tenientes serían pronazis - y asociaciones civiles como la Organización Nacional, la Acción Nacional Militar Católica, la Legión Cóndor y la Legión Colombiana según Galvis (1995), quien da cuenta de al menos cinco intentos, su modus operandi y comunicaciones entre altos funcionarios colombianos y estadounidenses.

También fue objeto de intentonas, López, durante su segundo mandato (1942-45), y solo el de 1944 logró llevarse a cabo -los otros fueron develados a tiempo- y los responsables fueron detenidos y procesados. El golpe de mayo de 1944 dio pie a que el embajador Braden informara a su gobierno:

Hitler está desesperado por incrementar las actividades nazis hasta el punto de provocar golpes de estado con el fin de distraer la atención de los Estados Unidos hacia países suramericanos en lugar de concentrarse en su ayuda a Inglaterra. La situación de Colombia no es estable y creo que empeorará (p. 2).

A medida que crecían los ataques de Hitler en Europa, Washington se parapetaba en América Latina. Llegado Santos al poder firmó un convenio de asistencia militar con Washington en 1938 y el diario El Siglo fue, entre los grandes medios, el único que mostró su desacuerdo. El periódico «admitió la necesidad de asistencia técnica, pero argumentó que tales misiones deberían ser traídas de países con los que Colombia tiene "más afinidad de espíritu"» (Beals, 1939, p. 21).

El grupo conservador Los Leopardos, conformado por Silvio Villegas, José Camacho y Eliseo Arango, fue acérrimo defensor del pujante fascismo de los años 30 y ácido contradictor de la presencia estadounidense en Latinoamérica. Recordando varios de los sucesos de la diplomacia del Gran Garrote, acusaron a Estados Unidos por la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, y por supuesto sus políticas y ejecutorias en Colombia, empezando por la toma del Canal y la apropiación del petróleo a través de concesiones leoninas. La defensa de la nación la hizo a nombre de las tradiciones más conservadoras, la religión y la cultura hispánicas. En clara alusión a Estados Unidos, Villegas plantea:

Nosotros hacemos un llamamiento a la unión de la patria para resistir al cosmopolitismo de la riqueza y a la penetración extranjera. [...] Lo que no entiende la población colombiana es el turbio ajetreo de la finanza cosmopolita y la obligada consulta de nuestros negocios económicos y administrativos con los banqueros de Wall Street, como lo realiza metódicamente nuestro gobierno (1937, p. 242).

Los ataques culturales los pone de presente el embajador Beals citando a El Siglo en estos términos:

Enemigos del «cristianismo que irradia de Roma». [los estadounidenses] representamos a «Lutero contra Cristo». Nuestras actitudes amorosas y literarias están enmarcadas en el libro de Anita Loos, «Los caballeros las prefieren rubias» (Beals, 1939, p. 21).

Villegas, en el prólogo a un libro de su copartidario y senador estrella, José De la Vega, se aleja del lenguaje políticamente correcto. Afirma:

El cambio de régimen en 1930, ha venido convirtiendo a Colombia en una colonia yanqui [...] El doctor Eduardo Santos ha sido en el poder el fiel intérprete del doctor Olaya Herrera en su política de entrega sistemática a los Estados Unidos. Si el partido conservador ha tenido que adoptar una política radical contra las tesis del gobierno, no es por hostilidad hacia la Casa Blanca, sino para buscar la bisectriz del decoro y de la libertad en esta carrera desenfrenada hacia la servidumbre (De la Vega, 1941, p. 9).

Esto no obsta para que Villegas afirmara en el mismo lugar, "una Alemania victoriosa no es una garantía de independencia para el continente colombiano" (p. 12), llamando a la unidad latinoamericana: «Ahora, ante el peligro nazi, y ante el riesgo de un excesivo dominio de los Estados Unidos sobre nosotros, la mejor trinchera amparadora de cada patria encuentra su prolongación, natural y necesaria en la frontera de la patria vecina» (p. 14). Este llamado al regionalismo era válido pero evidentemente la arremetida nazi en el mundo planteaba la necesidad del frente único antifascista, que necesariamente incluía a Estados Unidos.

En 1938 el Departamento de Estado creó la División de Relaciones Culturales para hacer presencia en América Latina y pocos años después el Centro Colombo-Americano, en Bogotá. Por la misma época se iniciaron visitas de estudiantes colombianos a Estados Unidos y el establecimiento de una escuela de administración de empresas adscrita al Gimnasio Moderno de Bogotá - con recursos del Departamento de Estado- y el Instituto Interamericano de Meteorología en Medellín en 1943.

Dado el comercio entre Colombia y Estados Unidos antes de la IIGM, era de prever que, al desatarse la contienda, Colombia tendría dificultad de algunos suministros. Ante ello, el ministro Luis López de Mesa defendió que el país debía comenzar a producir aquello que se requería y se lo hizo saber al embajador Braden, en abril de 1939, quien ripostó afirmando que ese temor era infundado y antieconómico y en cambio podría lesionar las relaciones entre los dos países y distraería recursos dedicados al pago de las deudas con Estados Unidos para ahora invertirlos en nuevas industrias.

La historia tiene un tinte rocambolesco, pues el mismo embajador se opuso a que un agente de la inteligencia británica asesinara a López de Mesa (Beck, 1939) a raíz de la discusión que suscitó la existencia de una lista negra de supuestos agentes pronazis. Pero hay más, según informa López de Mesa:

Ha perdido [Alemania] sus colonias, tiene angustiado y en fuga su capital, crece su población. Nosotros pudiéramos ofrecerle un convenio en que a cambio de favores especiales para nuestros productos de exportación, y conservando nuestra soberanía, les diéramos zonas en el Atrato, en la costa del Pacífico y en los afluentes del Amazonas para que ahí desarrollaran las materias primas y los productos tropicales de que carecen, libres de todo gravamen por un tiempo prudenzialmente estipulado (cit. De la Vega, 1941, p. 118).

López de Mesa era un acérrimo antijudío y antiindigenista, poco amistoso con Estados Unidos y, como se ve, proclive a Alemania, no obstante ser del partido Liberal. Pero su comportamiento no era aislado, ni siquiera dentro del partido Liberal. En el país se expidieron varias leyes y decretos que directa o indirectamente prohibían la entrada o la nacionalización de los judíos al punto que el destacado columnista Calibán, seudónimo de Enrique Santos Montejo, afirmaba: «El judío de la Europa central representa uno de los tipos humanos más bajos» (Leal, 2011, p. 27). La misma autora Leal mencionan a Santos y López como promotores en sus períodos de gobierno de leyes antijudías, y a sus ministros como obsecuentes ejecutores. Los ataques se enmascararon bajo la defensa del trabajo nacional (peluqueros, sastres, conductores), de la religión y hasta por el daño que causarían las ventas a plazos, ocupación de un grupo de inmigrantes. Varios de los antijudíos fueron cambiando su opinión durante la IIGM y en la posguerra, quizá un poco tarde.

Además del tono antiestadounidense muy ácido, con no pocos visos antisemíticos, fue profundamente antidemocrático. Un ejemplo es el de Villegas (1937), quien no cesa de hacer la apología de Mussolini y de Hitler, ante todo por su lucha contra el comunismo, aún a costa de la democracia: «Las derechas en todos los países del mundo han tenido que renunciar a sus métodos democráticos de lucha y buscar procedimientos más eficaces de acción» (p. 112). Suficientes argumentos para plantear que se oponían a cualquier tipo de acuerdo contra Hitler como el logrado entre Roosevelt y Churchill con Stalin para la defensa de la democracia y sus instituciones como el parlamento, que, proponían Los Leopardos, debía ser reemplazado por una corporación similar a la italiana de los 30.

Una de las herramientas para enfrentar las contradicciones fueron las listas negras. La embajada de Estados Unidos en Colombia y el FBI elaboraron una lista de nacionales sospechosos de ser agentes pronazis directa o indirectamente, la llamada Quinta Columna: 630 personas, en particular del ejército y del partido Conservador, pues varios de sus dirigentes manifestaron sin reservas su admiración por Alemania e Italia, Hitler y Mussolini y las formas de gobierno que establecieron. Anota Ardila:

La lista negra contenía los nombres de aquellas personas que actuaban a favor del nazismo. Por todos era sabido que en el país había pronazis entre reconocidos miembros de la clase política, como Laureano Gómez, Silvio Villegas, José de la Vega y Gilberto Alzate Avendaño. Estos nombres pasaron inadvertidos en términos oficiales y nunca fueron incluidos en las llamadas listas negras. Otros partidarios del nazismo, principalmente empresarios alemanes, fueron detenidos, luego de someter sus pertenencias a fideicomiso (1990, p. 13).

La presión sobre Colombia se hizo sentir en varios frentes, por parte del activo embajador de Estados Unidos, que habló de la existencia de la Quinta Columna alemana en América Latina, a la cual había que atacar. Así, por ejemplo, «el gobierno de Estados Unidos suspendió la venta de papel al periódico laureanista hasta que no cambiara la orientación antinorteamericana en sus escritos» (Martínez, 2011, p. 30), dado que Laureano Gómez estaba identificado como un político antiestadounidense y muy afín al fascismo y en particular a Franco (Fluharty, 1975, p. 49 y 62); del mismo modo se hizo la exigencia de que los soldados colombianos no usaran los quepis de diseño alemán.

No puede pasarse por alto un dato discutido en el senado de Estados Unidos: la relación entre Hitler y Franco tendría un efecto en América Latina dada la cercanía entre varios líderes conservadores y el dictador español: «Si Alemania controlara España, la amenaza se intensificaría por los vínculos culturales entre Sudamérica y ese país» (Gardner, 1971, p. 124; Fluharty, 1975).

Puede observarse que la política del Buen Vecino daba el ancho suficiente para disciplinar a la dirigencia colombiana, pues el presidente Santos tuvo que aceptar que las personas incluidas en la lista fueran concentradas o extraditadas entre 1941 y 1942, a cambio de evitar que se instalara una base militar en el país. El asunto se orquestó con el falso anuncio propalado por Washington en septiembre de 1941 de que Alemania estaba construyendo una base militar en Urabá. Hay que recordar el mencionado intento de Washington por hacerse al control de las islas de San Andrés y Providencia, a través de compra o a través de Nicaragua que las pidió como propias en los años 30, y aunque parece surreal, la oferta de comprarle a Cartagena, a principios del siglo XX (De la Vega, 1941).

Durante la IIGM fue muy importante, por evidentes razones, la defensa del Canal de Panamá, para lo cual la Casa Blanca pidió al gobierno colombiano armarse, a través de un préstamo de Washington, en desarrollo de lo acordado en la Conferencia de Cancilleres de La Habana de 1940 sobre el respaldo colectivo ante las agresiones del Eje, y en particular Colombia firmó unos acuerdos secretos sobre espionaje, uso de bases y asesores militares (Galvis, 1995). La embajada entregó información al gobierno sobre la existencia de una falange nazi en Colombia, con estrechos lazos con la española, de la cual harían parte Gómez, Valencia y Betancur (futuros presidente del país), Villegas y De la Vega, entre otros (Fluharty, 1975).

La compra de armas suscitó una fuerte discusión en el Congreso, pues unos senadores sostuvieron que Colombia debía declararse neutral, a la par que se recurrió al nacionalismo recordando que Panamá fue de Colombia y que no tenía mucho sentido ahora defender el Canal, propiedad de Estados Unidos. Los argumentos en contra por parte del Partido Conservador se centraban en dos hechos contundentes: la poca tradición democrática mostrada por Estados Unidos a lo largo de su existencia en las relaciones exteriores, y la falta de democracia en Colombia. Villegas (1937) y De la Vega (1941) fueron dos de los más notorios expositores de tales argumentos. Pero más allá de la discusión sobre la existencia de la democracia está el punto de la verdadera y también innegable agresión del nazismo alemán al planeta, en asocio de Italia y de Japón. De la Vega, vocero del partido Conservador indicó:

Si entre nosotros se practicara el «referéndum», como en Suiza, yo le plantearía a nuestro pueblo esta cuestión concreta: ¿Cree usted que debe sacrificarse la vida de un solo colombiano para que los Estadas Unidos sigan manteniendo su dominio sobre el canal de Panamá? (1941, p. 60).

Y remata a nombre de su partido:

Por eso muchos de nosotros votaremos negativamente el proyecto de ley que destina treinta millones para contribuir, ¿a qué?, a mantener a los Estados Unidos en el canal de Panamá, a mantenerles su dominio, su dominio imperialista sobre ese canal (1940, p. 69).

Por su parte, Gómez afirmó desde las columnas de El Siglo -periódico que según el embajador de Estados Unidos había recibido financiación alemana - que puestos a escoger era mejor que el canal quedara en manos de los alemanes o los japoneses (Fluharty, 1975, p. 62).

La oposición al empréstito no fue solo del partido Conservador, sino también de una voz tan respetable del liberalismo como la de López Pumarejo en el interregno entre sus dos mandatos, quien coincidía en darle un uso productivo al dinero: «Por qué es más importante conjurar peligros militares en el Caribe para la primera potencia americana, que evitar la bancarrota de veinte países cuya economía ha trastornado la guerra?» (Cit. De la Vega, 1941, p. 190).

El ataque a Pearl Harbor acentuó las contradicciones. Washington planteó que los países del continente debían declarar la guerra a Alemania. Finalmente en noviembre de 1943 el gobierno colombiano declaró el «estado de beligerancia», cuya existencia no estaba contemplada en la Constitución de 1886. El Decreto 2643 de 1943 prohibió el uso público de la lengua alemana en Colombia y ordenó que unos 150 alemanes, italianos y japoneses fuesen concentrados en el poblado de Fusagasugá y otros 10 en Cachipay. La iracundia de Gómez no se hizo esperar. Acusó al gobierno de haberse entregado a los «violadores de Panamá» y a la «Gestapo Yanqui» (Fluharty, 1975).

Las medidas contra los intereses alemanes en el país empezaron a tomarse, a pesar de que para el transporte del café se dependía en alta medida de los barcos alemanes. Se incautaron 2.500 empresas de alemanes, además 1.500 de italianos (Esquivel, 2013), que inicialmente pasaron a ser administradas por agencias estatales. Entre las expropiadas estuvieron Empresa Hanseática, Química Schering Colombiano, Anilinas Alemania Compañía Ltda., Compañía de Colorantes y Productos Químicos Ltda., Instituto Behring de Terapéutica Experimental Compañía Ltda., y Química Bayer-Weskott y Compañía, pero Washington presionó para que se liquidaran, abriéndole así campo a las farmacéuticas estadounidenses.

De manera exótica se agregó a esta lista negra a la colombiana Laboratorios Román, establecida en Cartagena, y sus propietarios Raimundo Emiliani y Eduardo Lemaitre fueron puestos en la lista, lo mismo que el librero bogotano Hans Ungar. Debe destacarse que Colombia había firmado un acuerdo con Alemania en 1894 en el que se establecía que en caso de guerra,

Ninguna de las partes firmantes podía sujetar la propiedad de los nacionales de la otra a embargos, secuestros, ni confiscar las propiedades, ni los títulos de crédito público, asignaciones, así como tampoco las acciones en beneficio del país donde se encuentren (Martínez, 2011, p. 29).

Las empresas expropiadas fueron puestas en subasta, pero los colombianos no tenían ni el capital ni la experticia técnica para manejarlas, por lo cual terminaron en manos de estadounidenses casi todas. De ahí la conclusión de un funcionario de ese país sobre el programa de expropiaciones: «diseñado para reemplazar los intereses económicos alemanes en estas repúblicas con industrias estadounidenses calificadas» (Friedman, 2000, p. 587). O en palabras del embajador de Estados Unidos en Colombia en 1944, John C. Wiley: «Ahora que estamos eliminando las influencias del Eje, principalmente alemanas, en Colombia, no debemos dejar un vacío. Debemos reemplazar la penetración del Eje con la penetración estadounidense».

Otra llamativa iniciativa fue la creación de la Office of the Coordinator of Inter-American Affairs, en Washington, en 1940, para supervisar la legislación que se produjera en la región (Parsons, 1944). Entre las iniciativas de origen privado de aquella época deben destacarse la Rockefeller Foundation y el Carnegie Institute.

El objetivo de la política comercial es muy acuciosamente descrito por C. Murchison, un importante empresario estadounidense y funcionario público: Hemos intentado, por un lado, expandir nuestras exportaciones por medios artificiales y, por otro lado, hemos impuesto barreras casi infranqueables a la compra de bienes en el exterior [...] Por supuesto, el motivo no es, como afirman ciertos críticos, de carácter altruista. Es, principalmente, aumentar los negocios estadounidenses y proporcionar empleos estadounidenses para los estadounidenses (Murchison, 1936, p. 246).

Para agitar más las aguas, Colombia, como otros países a tono con el frente único antifascista, permitió la apertura de la embajada de la URSS en Bogotá en 1943, lo que dio más argumentos a los conservadores para atacar a López por comunista.

Estos sucesos se sumaron a las contradicciones entre López y Gómez por los asuntos de políticas internas hasta convertirse en una feroz pelea entre ambos bandos que llevaría al golpe de Estado de julio de 1944 y a la renuncia de López a la presidencia en agosto de 1945, un año antes de terminar su mandato.

Aunque el período en estudio es hasta el año 1945, conviene mencionar tres hechos que sirven de colofón al forcejeo entre las diferentes fuerzas en los años de Entreguerras en Colombia. El primero, que poco a poco la política exterior de Colombia fue ajustándose a lo que Drekonja-Kornat identifica como «dependencia consentida» (1983, p 234); el segundo fue la designación del colombiano Alberto Lleras como primer secretario general de la recién constituida OEA, y el tercero consistió en que siendo presidente de Colombia, Laureano Gómez, en 1950, envió tropas a combatir en Corea del lado de Estados Unidos, convirtiendo al nuestro en el único país latinoamericano en hacerlo.

A ello hay que sumar que el mayor exponente de las ideas antiestadounidenses y prohitlerianas, Silvio Villegas, terminaría ajustándose a los nuevos tiempos. Indican Gaitán y Malagón:

El beligerante Silvio Villegas renegaría en 1943 ante la Cámara de Representantes de las doctrinas de Hitler y Mussolini, y los simpatizantes del nazifascismo se recondujeron hacia el franquismo, en una etapa en la que los Estados Unidos tomó el relevo de la nueva cruzada anticomunista durante la cual, sin duda, se explotaron nuevamente todos los «valores eternos» que los derechistas habían cultivado en la etapa anterior (2009, p. 313).

Así los viejos enemigos se encuentran en una nueva etapa, la lucha contra el comunismo, que pondría punto final a la política del Buen Vecino con el golpe de Estado contra el presidente guatemalteco Jacobo Árbenz en 1954.

CONCLUSIONES

La política del Buen Vecino lanzada por el presidente F. D. Roosevelt en su discurso de posesión en 1933 buscaba aumentar el comercio como uno de los componentes del New Deal y recomponer las relaciones con sus vecinos del Sur luego de tres décadas de atropellos contra la región bajo el período conocido como del Gran Garrote.

En sus inicios no se encuentra un énfasis político antifascista como lo fue adquiriendo con el transcurso de los años hasta ser el elemento fundamental una vez Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial luego del ataque a Pearl Harbor en 1941.

Es decir, desde esta perspectiva se puede concluir que a medida que el poder de Hitler se extendía y mostraba sus características antidemocráticas era evidente que América Latina jugaría un papel importante geopolítico. Es decir, la política del Buen Vecino se convirtió de un asunto meramente comercial a uno de contenido altamente político.

En Colombia el efecto económico del Buen Vecino no fue significativo, que si bien se manifestó la firma de un tratado comercial, al igual de lo que ocurrió con otros países de la región, no afectó significativamente la dinámica de los grandes negocios en el país. En efecto, los dos productos básicos del comercio exterior de Colombia en esa década, el café y el petróleo, fueron regulados con Estados Unidos a través de negociaciones realizadas con anterioridad, en particular a raíz del pago de la indemnización por la pérdida del Istmo de Panamá.

No obstante los pocos efectos económicos en la preguerra, en cambio los políticos en esta etapa sí fueron evidentes, pues las reformas adelantadas en la primera administración de López (1934-38) acentuaron las contradicciones entre los modernizadores nacionalistas y los defensores del statu quo, lo que se tradujo en una fuerte lucha entre el nuevo gobierno respaldado por una parte del Partido Liberal y los viejos poderes heredados desde la época de la Regeneración de Rafael Núñez en el último cuarto del siglo XIX, ahora unidos bajo el Partido Conservador. A ellos se unió una fracción disidente del Partido Liberal que no vio con buenos ojos las reformas de la Revolución en Marcha de López, y cuya fuerza opositora fue creciendo a medida que las reformas aparecían más y más radicales.

Estas tensiones se acrecentaron a medida que el fascismo se fortalecía en Alemania, España e Italia, pues en Colombia significativos grupos partidistas principalmente del Partido Conservador se identificaron con el rumbo antidemocrático planetario. Ello en respuesta a sus propios intereses, pues el bando opuesto al fascismo era el socialdemócrata, el socialista y el comunista, que entre otras circunstancias implicaban un favorecimiento a los obreros a través de la reforma laboral desarrollada por López, y la reforma agraria aprobada por el Congreso pero frenada en su ejecución por los poderes económicos prevalecientes. Así que el carácter aparentemente socialista (realmente modernizante capitalista) de las reformas de López polarizaron al país político nacional, enfilándolo bien hacia el lado de Roosevelt, bien hacia el lado de Hitler.

Washington aprovechó su renovada imagen construida con la negativa a resolver por la fuerza -como había sido su tradición en las décadas anteriores- los hechos de Cuba y de Brasil. Ahora la solución fue a través de medidas de apoyo económico.

Esta nueva imagen sirvió para alinear las fuerzas en Colombia a favor del frente único antifascista que se constituyó en el mundo con Roosevelt, Churchill y Stalin, consiguiendo que finalmente los vientos antiestadounidenses que tomaron fuerza entre la élite colombiana en la década del 30 amainaran y desaparecieran en los años 40.

El resultado es que los mayores opositores que tuvo la política de Estados Unidos en Colombia, provenientes del Partido Conservador, acallaron sus recias críticas y participaron en la tarea de enfrentar el peligro fascista.

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*El presente artículo de investigación científica hace parte de la producción científica correspondiente al Proyecto de investigación sobre entorno económico, perteneciente al Grupo de Investigación Gestión Empresarial de Prime Business School de la Universidad Sergio Arboleda. Identificación Grupo COL0037102.

1 En López, 1996, p. 426 y s.s. hay información mensual desde 1935 hasta 1945 sobre precio del café en NY. Para datos sobre exportaciones de café de Brasil, Colombia, Centro América, México y otros para el período: Ocampo y Montenegro, 1982, p. 46 y 52. Y por destinos (Estados Unidos, Alemania, Canadá, ídem, p. 53.

Recibido: 20 de Febrero de 2022; Aprobado: 10 de Abril de 2023

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