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CS

Print version ISSN 2011-0324

CS  no.10 Cali July/Dec. 2012

https://doi.org/10.18046/recs.i10.1363 

ARTÍCULOS

 

REVERBERACIONES FEMINISTAS1

 

FEMINIST REVERBERATIONS

 

REPERCUSSÕES FEMINISTAS

 

 

JOAN WALLACH SCOTT

1 Universidad de Princeton. New Jersey, Estados Unidos. jws@ias.edu

 

Artículo de reflexión: recibido 21 /11 /11 y aprobado 24 /10 /12

 


RESUMEN

En el discurso inaugural de la Conferencia Berkshire sobre Historia de las Mujeres, celebrada en la Universidad de Connecticut, Storrs, en junio de 2002, Joan Wallach Scott reflexiona sobre las analíticas feministas del poder y las aplica a una interpretación crítica de la crisis desatada por la guerra contra el terrorismo, la historia de las mujeres y el género y el conocimiento global y local –este último, tema central de la conferencia. Con el concepto de reverberaciones–ecos de sucesos, teorías, estrategias, etc., que viajan en el espacio y en el tiempo y que producen efectos– la autora da unidad a su reflexión sobre temáticas tan dispares.

Palabras clave: Analíticas feministas del poder, Mujeres y conflicto, Guerra contra el terrorismo, Metodología feminista.


ABSTRACT

In the keynote address delivered at the Berkshire Conference on the History of Women, held at the University of Connecticut, Storrs, in June 2002, Joan Wallach Scott deliberates about the feminist analytical power. Utilizing a critical interpretation the author applies these logical analyses to the crisis activated by war against terrorism, the history of women and gender, and to global and local knowledge; being this last one the subject of the conference. Using the reverberation concept –related to events echoing, theories, strategies, etc., that travel in space and time producing effects– the author unify her reflections on such as diverse topics.

Key words: Feminists analytical power, women and conflict, war against terrorism, feminist methodology.


RESUMO

No alocução de abertura da Conferência de Berkshire sobre a História das Mulheres, adiantada na Universidade de Connecticut, Storrs, em junho de 2002, Joan Wallach Scott conjetura sobre as análises feministas do poder. Logo ela as aproxima, numa interpretação crítica, à crise desencadeada pela guerra contra o terrorismo, à história das mulheres, e ao gênero global e conhecimento local, sendo o último o tópico da conferência. Com o conceito de repercussões –considerado neste caso como ecos de acontecimentos, teorias, estratégias, etc, que viajam no espaço e no tempo, produzindo efeitos– a autora unifica as suas reflexões a propósito de temas bem diferentes.

Palavras–chave: Analises feministas do poder, mulheres e conflito, guerra contra o terrorismo, metodologia feminista.


 

 

Nota introductoria

Este artículo fue presentado por Joan Wallach Scott como discurso inaugural en la Conferencia Berkshire sobre historia de las mujeres, que tuvo lugar del 7 al 9 de Junio de 2002, en la Universidad de Connecticut, Storrs. Fundada en 1929, la Conferencia Berkshire de Mujeres Historiadoras fue una forma temprana de asociación feminista en el seno de la Asociación Histórica Americana. En 1973, en el contexto del surgimiento de la 'segunda ola' del feminismo, el grupo comenzó a patrocinar conferencias en las que pudieran presentarse nuevos conocimientos sobre mujeres. Celebrada cada dos años1, y con una asistencia regular de dos mil académicos estadounidenses y de otros lugares, esta conferencia se ha convertido en un foro internacional de la historia de las mujeres, y ha tenido un importante rol en la legitimación y diseminación de la escritura de la historia de las mujeres y de género.

En Marzo de 1942, solo unos cuantos meses después de que los Estados Unidos entraran en la Segunda Guerra Mundial, el presidente del comité programador de la reunión anual de la Asociación Histórica Americana, Stanley Pargellis –historiador de la universidad de Yale–, escribió a la profesora del Hunter College, Dorothy Ganfield Fowler –o Sra. Fowler, como se dirigió a ella en calidad de secretaria de la Conferencia Berkshire de Mujeres Historiadoras–, en busca de consejo (a todos los hombres mencionados en la carta se refirió como profesor). El tema general de la reunión de 1942 era, muy apropiadamente, 'Civilización en Crisis', y el comité programador – que en un inicio se las había arreglado para no incluir a una mujer– intentó organizar una sesión sobre las mujeres y las grandes crisis de la civilización. Pargellis pensaba que si se encontraban los académicos ideales, hombres o mujeres, entonces 'podríamos crear una significativa y original sesión de una o tres ponencias; una que trate de las cambiantes funciones de las mujeres en los siglos V o XVI, y una sobre la naturaleza del problema en la actualidad' (Marzo 6, 1942). Fowler le respondió con los nombres de dos académicas, la Dra. Pearl Kibre, medievalista, y la Dra. Mary Sumner Benson, americanista dedicada a los siglos XVIII y XIX; además, sugirió –mostrándose como un modelo de rectitud disciplinaria– que la pregunta sobre el estatus de las mujeres en el presente podía ser mejor abordada, de manera informal, por los miembros de la audiencia, en vista del poco material confiable disponible para una investigación seria (Marzo 18, 1942). Al día siguiente, el profesor Pargellis, bruscamente, rechazó su propuesta por escrito:

Estimada Sra. Fowler. Me alegra que se haya interesado por el tema sobre el que le escribí. No obstante, debo confesar que me decepcionó saber que se ha dado tan poca atención al problema de cómo el estatus de las mujeres refleja el carácter de una civilización. Deduzco de su carta que ambas, la Dra. Kibre y la Dra. Benson, solo han abordado el tema descriptivamente, y que no hay quien pueda darle un tratamiento más interpretativo a los grandes periodos críticos. Si mi interpretación de su carta es correcta, creo que sería mejor abandonar los planes de una sesión sobre tan importante tema (Marzo 19, 1942).

Algunos días después, Fowler, en su respuesta a Pargellis, le aseguró que las académicas que le había recomendado eran muy capaces de desarrollar enfoques interpretativos, y le ofreció que la Conferencia Berkshire asumiera toda la responsabilidad de la sesión (Marzo 23, 1942). Él contestó que 'sin comprometernos de ninguna manera', el comité programador estaba dispuesto a dejar que las mujeres historiadoras explorasen algunas posibilidades. Su carta continuaba detallando, de la manera más altiva, sus expectativas, con definiciones de términos –'por un cambio radical queremos decir algo más profundo y de mayor alcance que una guerra [...]'– y periodos de tiempo –'en lo referente a la Revolución Americana, hemos llegado a la conclusión de que tiene poco sentido quedarse con la interpretación del cambio del Medioevo a la modernidad como un periodo de crisis' (Marzo 27, 1942). Fowler le contestó, cortésmente, que ella asumiría todo con sus colegas en la siguiente reunión de la Conferencia, pero no hubo más correspondencia después de eso (Abril 22, 1942). En todo caso, la reunión anual no tuvo lugar en diciembre de 1942, por petición de la Oficina de Defensa de Transporte2 (la Oficina de Seguridad Nacional3 de la época). En su lugar, la Asociación publicó The Quest for Political Unity in World History4, una serie de artículos que habían sido preparados para las reuniones. No debe sorprender que, dado el intercambio de cartas, el tema de las mujeres en la historia no estuvo entre ellos (ver Pargellis).

Cito este incidente por varias razones. Primero, nos permite felicitarnos por el papel de la Conferencia Berkshire en el proceso de hacer de las mujeres y de la historia de las mujeres parte integral de la profesión y la disciplina. Hemos recorrido un largo camino en sesenta años, cuando menos, en lo referente a algunos objetivos feministas. Creo que reconocer este hecho y el rol de estas pioneras es una buena manera de comenzar esta conferencia. Segundo –y esto no es motivo de celebración– estamos, nuevamente, en un periodo de grave crisis, al borde de lo que en ocasiones parece ser otra guerra mundial. Alrededor de treinta años de escritura de historia de las mujeres –gran parte de ella nutrida en esta Conferencia, espacio de debates teóricos y sustantivos del feminismo– han garantizado que, en este momento, estemos en posición de proporcionar una interpretación crítica (Stanley Pargellis anhelaría los días de la historia descriptiva de las mujeres si hubiera tenido académicas como nosotras para contender). El feminismo nos ha enseñado a analizar las operaciones de la diferencia y el funcionamiento del poder, y podemos llevar dichos análisis a muchas arenas diferentes. Lo que Wendy Brown ha llamado analíticas feministas del poder (feminist analytics of power) es uno de los resultados duraderos de la segunda ola de estudios feministas. Efectivamente, una de nuestras primeras afirmaciones –que la atención a las mujeres y al género llevaría a los análisis de la política más allá de las relaciones entre hombres y mujeres– ha sido confirmada durante los últimos veinte años (Brown y Scott). Las analíticas feministas del poder son mi tema de hoy. Reflexionaré sobre sus ideas porque se aplican a la crisis actual, a la historia de las mujeres y el género, y a los temas globales y locales que atraviesan estos campos aparentemente dispares.

 

'Unidades dispares'

Aunque el título de esta Conferencia, 'Conocimiento Local ? Conocimiento Global', fue escogido mucho antes del 11 de Septiembre, plantea una buena problemática para un periodo de crisis, así no refleje el sentido de urgencia, rabia y desesperación que muchos de nosotros hemos sentido en los últimos meses. Las flechas ente las dos esferas, local y global, apuntan en ambas direcciones implicando interacción e intercambio: flujos bidireccionales de información, población, tecnología, mercados, capital, recursos naturales, objetos culturales, significados culturales, enfermedades y sus curas. Hay lugar en nuestros análisis de lo global–local –de no haberlo en estas representaciones icónicas– para las asimetrías del poder, para la dominación y la resistencia, aún para la interpenetración y la hibridez. Lo que no pueden expresar el título ni las flechas benignas –ellas son, después de todo, signos direccionales, no instrumentos de agresión– son las horribles imágenes de ataques terroristas y de guerra implacable que hemos presenciado últimamente. La implosión de las torres del World Trade Center, la explosión de bombas suicidas, nuestras armas de destrucción masiva que buscan localizar y destruir terroristas y sus armas de destrucción masiva, tanques que destruyen hogares con residentes en su interior, fuerzas brutales de ocupación que destruyen deliberadamente la infraestructura de un Estado que aspira a ser. Las desgarradoras escenas en periódicos y televisión: rostros que se contorsionan de dolor inexpresable; refugiados que corren y gritan o fuego y humo moviéndose silenciosamente; familias destrozadas y enlutadas por sus pérdidas; civiles perplejos que deambulan entre las ruinas, ensangrentados, hambrientos y sin hogar; oradores iracundos que protestan, cargados de odio, contra enemigos exteriores; banderas en llamas; insignias de odio garabateadas en edificios en ruinas; acusaciones amargas e intercambios de disparos a través de fronteras minadas: Pakistán, India, Afganistán, Israel, Líbano, Nueva York. La amenaza de las armas nucleares ya no puede contenerse con los pactos mutuos de la Guerra Fría, por ello regresan ahora los temores de devastación acallados en el pasado. Reflexionamos con inquietud sobre las conexiones entre la sangre y el petróleo: ¿el derramamiento de una garantiza el flujo del otro? Los líderes de EE. UU. –la única superpotencia– comprometen flagrantemente el imperio de la ley, nacional e internacional, al tiempo que dicen que es su misión protegerlo. En EE. UU., la Ley Patriota (Octubre 26, 2001) elimina la supervisión judicial a la vigilancia y la represión de individuos y organizaciones por parte del gobierno; autoriza allanamientos, incautaciones y detenciones que en otras circunstancias serían inconstitucionales. En los últimos meses hemos visto el encarcelamiento, con los más débiles argumentos, de sospechosos 'marcados' étnicamente; la creación de tribunales militares; el silenciamiento de la disensión crítica (incluida la suspensión, en algunas universidades, de profesores –generalmente árabes o, en un caso, del traductor de un clérigo musulmán encarcelado– por expresar opiniones pro Palestina); la abrogación unilateral de tratados internacionales; el flagrante desconocimiento de instrumentos internacionales del derecho internacional como la Convención de Ginebra y la temeraria adopción de una 'diplomacia de vaqueros'5. Todo se justifica en nombre de una visión moral apocalíptica, revelada a estos guerreros fríos renacidos cuyas acciones parecen intensificar, no mitigar, las posibilidades de conflictos mayores y más peligrosos. La apropiada caracterización de Clifford Geertz –'El mundo en pedazos'6–, una referencia metafórica a la fractura de identidades y lealtades a nivel local y global, toma ahora la fuerza de una predicción. 'Paz en el mundo, –decía nuestra canción protesta en los cincuenta– o el mundo en pedazos'.

El informe de Stanley Pargellis a la Asociación Histórica Americana de 1942, se tituló La búsqueda de unidad política en la historia mundial. Cerca de sesenta años después, tal búsqueda parece, en el mejor de los casos, ingenua. Nadie ofrece en este momento la unidad mundial como una salida a la crisis actual, y de hacerlo emplea términos absolutos y binarios: alianzas del bien contra el mal, racionalismo secular occidental contra fundamentalismo religioso islámico, modernidad contra tribalismo primitivo, razón de Estado contra fuerzas del terrorismo. Se trazan líneas y se producen categorías para dar coherencia esquemática a los complicados entrelazamientos de la política local, nacional, regional e internacional.

Como feministas, hemos aprendido a desconfiar de dichas categorías – Denise Riley las ha llamado 'unidades ficticias'– porque, aún cuando ofrecen términos de identificación, crean jerarquías y oscurecen diferencias que necesitan ser vistas (Riley, 176). (Paradójicamente, el hecho de que ellas sean ficticias no hace menos reales sus efectos). 'Hombres y 'mujeres', ahora sabemos, no son simples descripciones de personas biológicas, sino representaciones que aseguran sus significados a través de contrastes interdependientes: fuerte – débil, activo – pasivo, racional – emocional, público – privado, mente – cuerpo. Un término adquiere su significado en relación con el otro y también con otros pares binarios cercanos. En efecto, 'el otro' es un factor crucial (negativo) para cualquier identidad positiva, y ésta está en relación de superioridad con la negativa. La supuesta falta de razón de las mujeres ha sido, históricamente, una justificación para negarles educación o ciudadanía, al tiempo que ha servido para representar la razón como una función de la masculinidad. Los límites entre lo público y lo privado no han reflejado la existencia de roles de hombres y mujeres, sino que, por el contrario, los han creado. El mapa imaginado de territorios de género se ha convertido en un referente, no solo para la organización social, sino para los significados mismos (sociales, culturales y psicológicos) de las diferencias entre sexos. Si los significados de la diferencia son creados por categorías contrastantes, dentro de las categorías se producen identidades coherentes a través de la negación de diferencias. Entonces, así como las 'mujeres' han servido históricamente para consolidar movimientos feministas, también han relegado a un segundo lugar la raza, la clase, la etnia, la religión, la sexualidad y la nacionalidad, como si estas distinciones entre nosotros –y los posicionamientos jerárquicos que los acompañan– importaran menos que las similitudes físicas que compartimos. Por lo menos, desde 1980, los estudios feministas han aprendido (frecuentemente de forma bastante dolorosa –piensen en los amargos desafíos impuestos por las mujeres de color a la hegemonía de las mujeres blancas, de las lesbianas a la heterosexualidad normativa del feminismo dominante, por las mujeres de Europa del Este a la presunta superioridad de la teoría feminista occidental–) a hacer distinciones matizadas según múltiples ejes de diferencia; sus teorías no asumen relaciones fijas entre entidades pero las tratan como efectos cambiables de dinámicas de poder (temporalmente, culturalmente, históricamente) específicas. El mantra 'raza, clase, género' fue una forma de tematizar –que hacía tan rígido y por ello reducía la aplicabilidad de– un enfoque analítico que es, de hecho, mucho más abierto. Lo importante de este enfoque son las premisas, por cuanto ellas, necesariamente, inspiran lecturas detalladas de situaciones específicas. Si existe algo que pueda llamarse metodología feminista, ésta podría resumirse en las siguientes afirmaciones axiomáticas: no existe una identidad propia ni una identidad colectiva sin su correspondiente par opuesto; no existe inclusión sin exclusión, un universal sin un particular rechazado, neutralidad que no privilegie un punto de vista con intereses de por medio. El poder siempre está en disputa en la articulación de estas relaciones. Puesto en otras palabras, podríamos decir que todas las categorías realizan algún tipo de trabajo productivo. Las preguntas serían ¿cómo? ¿Con qué propósito?

Necesitamos esta metodología feminista en la crisis actual. Ésta debería obligarnos a detenernos frente a las divisiones binarias del mundo del bien y el mal, frente a la evocación fantasmagórica de una cruzada a muerte, de siglos de antigüedad, del islam contra occidente –aún cuando reconocidos académicos como Samuel Huntington y Bernard Lewis la ofrecen. Como aquellas fantasías misóginas de mujeres sexualmente frenéticas que ponen el mundo de revés, estas predicciones son la razón amenazada por el desorden, la tolerancia consumida por el fanatismo desenfrenado, la luz amenazada por las fuerzas oscuras del sexo y la superstición, los conflictos primarios (representados como castración o incorporación) presentados como eternos y predictores del fin del mundo. Ciertamente, esta forma de pensar es7 el fin de la historia y la política.

Den una mirada al conflicto israelí–palestino, descrito como un encuentro entre dos fuerzas iguales y opuestas: judíos y terroristas (palestinos). Ariel Sharon y otros han aprovechado los eventos del 11 de Septiembre para hacer de este conflicto de Medio Oriente el guión maniqueo más grande. La retórica oficial israelí y estadounidense no tiene en cuenta los detalles significativos o las dinámicas políticas de una relación desigual: los efectos de la ocupación israelí –que, recientemente, solo puede tildarse de una forma de terrorismo estatal–; de la constante expansión de asentamientos judíos en desafío del acuerdo de Oslo y de otros similares; de la humillación y privaciones infligidas diariamente, a lo largo de los años, a los palestinos en Israel, en la Ribera Occidental y en Gaza. Por el contrario, Israel es mostrada como la víctima injustificada de la rabia palestina, sobre la base de una asociación de los judíos con el Holocausto que no es apropiada en esta situación. Sí, ocurren horribles e injustificables ataques a la población civil israelí, pero el Estado de Israel no es una víctima; es un gran poder militar, una fuerza de ocupación. Sin excusar o tolerar las bombas suicidas, podemos interpretarlas como las armas de los débiles, síntomas de injusticias atroces que incluyen la negación a los palestinos de las bases institucionales que les permitirían participar en formas de política alternativas (y más pacíficas) o incluso formas más aceptables de guerra. ¿Acaso debe sorprendernos que quienes son tratados brutalmente respondan de igual manera; que aquellos que se dejaron por fuera de la ley (los palestinos son ciudadanos de segunda clase en Israel y no tienen un Estado propio) se comporten ilegalmente? Existen diferencias innegables entre sufragistas ingleses y terroristas suicidas, y con ello no quiero igualarlos de ningún modo, pero ¿acaso no dijeron los sufragistas ingleses –quienes incendiaron y quebraron ventanas a principios de los años 1900– 'no esperen comportamientos lícitos de quienes no tienen permitido hacer las leyes'? ¿Acaso no existe ya una respuesta análoga a la que llevó a las acciones feministas violentas a constituirse en prueba de la naturaleza histérica de las mujeres, que trata a cualquier protesta de palestinos como inherentemente terrorista, como si el terrorismo fuese un rasgo esencial de los palestinos?

No solo la oposición entre el bien y el mal anula las condiciones particulares de este conflicto y enmascara las desigualdades entre los bandos, sino también dificulta que las diferencias dentro de cada bando –a causa de las disputas políticas– sean escuchadas o vistas. En la representación israelíestadounidense del conflicto, todos los judíos son equivalentes al Israel de Sharon y los palestinos a Arafat (y el mundo está condenado a tener a estos dos hombres como únicos representantes de sus bandos). Si se es crítico de las políticas israelíes, entonces se es antisemita y si se cree que es posible defender a Palestina, luego se es un apologista del terror. De una forma perversa, esta categorización reduccionista ha abierto nuevos espacios a expresiones tradicionales de antisemitismo. Los judíos, como grupo, se han convertido en un objetivo, no solo para aquellos que se oponen a las acciones de Israel, sino para racistas que han odiado a los judíos por mucho tiempo, lo que ha privado de una voz a quienes no son antisemitas pero sí críticos de Israel. Por ejemplo, en abril de 2002, un judío llegó a una manifestación en París contra los ataques a sinagogas, solo para descubrir que se trataba de un mitin a favor de Israel. Como este hombre pensaba que el gobierno de Sharon había contribuido a provocar los ataques, no pudo participar, le contó tristemente a un reportero. Y no había más adonde ir. Se ha intentado, por supuesto, desafiar estas categorizaciones: muchos europeos y sus líderes han rechazado las oposiciones simplistas y han hecho llamados a una comprensión más histórica del conflicto (aunque Benjamin Netanyahu y Ariel Sharon los hayan declarado antisemitas); y hay una cantidad de peticiones firmadas por judíos quienes, deliberadamente, invocan su identidad grupal para disociarse de las políticas de Israel. Aún así, la abrumadora presión, al menos en este caso, busca desplegar las categorías esencialistas y homogenizar la identidad, hacer de la diferencia un asunto de cualidades morales más que de política e historia. Como feministas, sabemos que las artimañas del esencialismo, en cualquiera de sus disfraces, perpetúan en última instancia las desigualdades y militan contra el cambio. No es necesario que las mujeres sean el objeto explícito del debate para que despleguemos nuestras analíticas del poder con fines útiles.

Pero, cuando lo son, cuando las mujeres se convierten en el objeto de campañas de las fuerzas del bien en contra de las fuerzas del mal, es importante usar nuestras metodologías para leer lo que sucede. El cínico intento de hacer de la guerra en Afganistán y de la amenaza de guerra contra Irak cruzadas en beneficio de la emancipación de las mujeres, no debe confundir a las feministas, no solo porque la preocupación por los derechos de las mujeres no era precisamente una prioridad de la administración de Bush de manera previa a los eventos del 11 de Septiembre, sino porque lo que anima nuestro escepticismo es nuestra comprensión de las maneras en que las categorías opuestas funcionan para eliminar contradicciones y crear la ilusión de homogeneidad (todos los que estamos en el bando bueno debemos creer en las mismas cosas). La combinación del terrorismo y la opresión de las mujeres elimina cualquier problema que el bando bueno pueda enfrentar (donde no hay terrorismo, se sigue que no existe la opresión hacia las mujeres), y reúne el apoyo de algunos críticos internos potenciales (feministas, liberales, defensores de derechos humanos). 'La lucha contra el terrorismo es también la lucha por los derechos y dignidad de la mujer', dijo Laura Bush a la nación en su discurso radial en noviembre de 2001. 'La opresión brutal de las mujeres [dijo ella] es el principal objetivo de los terroristas'. No todos los musulmanes son terroristas, añadió Bush (distinción que no era observada en aquel entonces ni ahora por el FBI y el Departamento de Justicia de EE. UU.), 'solo los terroristas y los talibanes le prohíben la educación a las mujeres. Solo los terroristas y los talibanes amenazan con arrancar las uñas a las mujeres por usar esmalte de uñas' (Noviembre 17, 2001) (aquí, todas las posibilidades han sido evaluadas: las feministas de la igualdad obtienen educación mientras que las feministas de la diferencia, esmalte de uñas). Además, el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld se unió al coro, y atribuyó a nuestras 'recientes victorias militares contra los talibanes' las libertades recién adquiridas de las mujeres afganas. No solo habían levantado lo restrictivos códigos de vestido, alardeó, sino que también las golpizas 'por el crimen de reír en público' habían acabado (citado en Rhem). (Me resulta difícil imaginar a las mujeres afganas reír en –público o en privado– mientras llovían bombas estadounidenses sobre sus pueblos. También me pregunto qué nos dice sobre la imaginación de Rumsfeld y su concepción de los derechos humanos esta fijación en la risa de las mujeres en público como una señal de libertad). No quiero insinuar aquí que los talibanes trataban bien a las mujeres, solo que estas ecuaciones simplistas del bien y del mal, de la virtud y el terror, de nosotros y ellos no ofrecen diagnósticos creíbles de los problemas o soluciones a los mismos, de las mujeres afganas o, de hecho, de cualquier mujer. Adicionalmente, se promueve una visión particular de las mujeres como víctimas, específicamente de 'otras' mujeres (del tercer mundo, Medio Oriente, islámicas), como si necesitaran ser salvadas por occidente. Inevitablemente, si seguimos nuestros desarrollos teóricos, esto crea una jerarquía que promueve y refuerza un sentido, no solo de superioridad occidental, sino también de la superioridad de las mujeres occidentales –la vieja relación colonial emerge intacta, una operación de dominación disfrazada de una misión de salvación. Lila Abu Lughod advierte del peligro que supone el fuerte atractivo de tales campañas de salvación: 'Cuando se salva a alguien –nos recuerda– se le salva de algo; [pero] también se le salva para algo. ¿Qué violencias implica esta transformación? ¿Qué presunciones se hacen sobre la superioridad del propósito para el que se les salva? Esta es la arrogancia que las feministas deben cuestionar' (788).

La justificación de la guerra en Afganistán, en términos de la salvación de las mujeres, tuvo una resonancia más amplia. No solo reconfiguró un complejo conflicto geopolítico (en el que oleoductos, entre otros temas fundamentales, fungen un rol en absoluto despreciable) en una simple batalla contra el terrorismo, sino también empleó referencias de género reconocibles para articular relaciones de poder entre protector y protegido. Como feministas, desconfiamos acertadamente de entregarle nuestro destino a aquellos que prometen protección y que justifican sus acciones (sean agresivas, represivas o que, simplemente, procedan sin consultar) en nombre de la seguridad. (Desde luego, una de las críticas a los talibanes era que ellos justificaban su forma de tratar a las mujeres como un asunto de 'protección'). Como ha argüido Iris Young, la lógica central de este tipo de protección es masculinista, y asume 'la relación subordinada de aquellos en la situación de protegidos. A cambio de la protección masculina, la mujer concede objetividad y autonomía en la toma de decisiones' (inédito). Al ampliar el análisis, Young sostiene que por benigno que parezca, la protección patrocinada por el Estado niega a los ciudadanos el rol que deberían desempeñar en sociedades democráticas.

A través de la lógica de la protección, el Estado reduce a los miembros de una democracia a seres dependientes. Los oficiales del Estado adoptan la postura de un protector masculino; nos dicen que les confiemos nuestras vidas, no que les cuestionemos sus decisiones sobre lo que nos mantendrá a salvo. Su posición de protector nos pone, a los ciudadanos y residentes, que dependemos de su fuerza y vigilancia para nuestra seguridad, en una posición de mujeres y niños bajo el cuidado del macho protector. Porque ellos toman el riesgo y organizan la agencia del Estado, es su prerrogativa determinar los objetivos de acción protectora y sus medios. En un régimen de seguridad no hay lugar para poderes separados y compartidos, como tampoco para cuestionar y criticar las decisiones y las órdenes del protector. La buena ciudadanía en un régimen de seguridad consiste en obediencia cooperativa por el bien y la seguridad de todos.

Las relaciones establecidas por la lógica de la protección son múltiples y complejas: el protector son los EE. UU., y en consecuencia las mujeres estadounidenses también se posicionan como protectoras del resto del mundo. No obstante, al interior, las mujeres, junto con la mayor parte de la población, se encuentran en una posición femenina de dependencia y subordinación al gobierno de George W. Bush. El punto de vista de la administración se convierte en el único cierto, aunque los hechos tengan que ser fabricados por el Departamento de Defensa (una propuesta hecha y retirada, tal vez lo recuerden ustedes, durante los primeros días de la guerra en Afganistán). Una de las premisas del feminismo a lo largo de los años ha sido que la igualdad para las mujeres significa más y mejor democracia. 'Democracia sin las mujeres no es democracia', fue el eslogan de las feministas en la Unión Europea8 en los decenios de 1980 y 1990. La validez de esta afirmación parece confirmarse con el análisis de Young sobre el régimen de seguridad y su lógica de protección. Dependencia y subordinación nunca benefician a los protegidos porque excluyen la verdadera participación, al tiempo que niegan agencia y silencian aquellas voces que pueden tener una propuesta diferente.

 

Reverberaciones9

Necesitamos el análisis feminista de categorías de identidad, no solo para detectar los diferenciales de poder construidos por oposiciones binarias –supuestamente eternas, naturales y universales–, sino también para contextualizar e historizar estas categorías. La metodología feminista nos ha enseñado a cuestionar la variación, la diferencia y el conflicto cuando se nos presentan entidades perfectamente contenidas –no solamente 'hombre' y 'mujer'. De acuerdo con nuestra metodología, y aunque no seamos especialistas en el campo, debemos asumir que no existe un islam uniforme ni una entidad única llamada Medio Oriente. Estas son etiquetas políticamente convenientes que enmascaran las variedades de estados y regímenes en la región, al igual que movimientos religiosos –incluidos los feminismos islámicos que ofrecen nuevas interpretaciones del Corán para legitimar reivindicaciones de cambios en el estatus de las mujeres. Son estos feminismos, extraños a nuestras tradiciones de individualismo secular, los que Fátima Gailani (miembro del Gran Consejo que deliberó sobre la reconstrucción política de Afganistán) nos recuerda que necesitan un cierto reconocimiento y autonomía. Ella insta a las feministas estadounidenses a ejercer presión en los EE. UU. para que la política exterior no 'salve' mujeres afganas según nuestros valores, sino para que cree las condiciones necesarias que les permitan participar plenamente en debates, ineludiblemente acalorados, sobre el futuro de su propio país.

Hemos aprendido –en ocasiones con gran dificultad– a reconocer estos feminismos tan diferentes, a aceptar el hecho de que el feminismo se refiere a una multiplicidad de movimientos, frecuentemente en conflicto. La noción de Global–local, aún en sentido bidireccional, no lo capta adecuadamente. Puede haber un núcleo de significado reconocible, pero el feminismo (como cualquier concepto del mismo tipo) necesita comprenderse como una traducción. Anna Tsing nos ha dicho que estas son siempre 'falsas traducciones', porque las diferencias culturales y lingüísticas, así como sus usos específicos, afectan los significados de las palabras (253). Eco puede ser una mejor metáfora que traducción para designar la mutabilidad de las palabras o conceptos, pues es más móvil, connota no solo la repetición distorsionada, sino también el movimiento en espacio y tiempo–historia (ver Scott). Tal vez, en estos días de transmisión catastrófica, sería aún mejor hablar de reverberaciones, ondas expansivas que se desplazan desde epicentros dispersos y transforman formaciones geológicas a su paso. La palabra reverberación implica un sentido tanto de causas de regresión infinita –las reverberaciones son re–ecos, sucesiones de ecos– como de efecto –las reverberaciones también son repercusiones.

Se me ocurre reverberación, creo, porque es la mejor forma de caracterizar los circuitos de influencia actualmente. Aplica bien en el caso de Francia, donde he seguido el exitoso esfuerzo feminista (en junio de 2000) de hacer pasar la ley de parité que requiere que igual número de hombres y mujeres compitan por cargos de elección popular. Los eventos del 11 de Septiembre y el conflicto del Medio Oriente han sido un contratiempo para la implementación de la ley de paridad de la siguiente manera: en las recientes elecciones presidenciales francesas, Jean– Marie Le Pen, nacionalista de derecha, realizó un despliegue bastante grande para asegurarse un puesto en la segunda vuelta de la competencia. El atractivo de Le Pen era su postura anti–inmigración, que en Francia significa anti–musulmán. El alcalde de una de las ciudades industriales que votó fuertemente por el Frente Nacional explicaba que la hostilidad hacia los inmigrantes musulmanes –quienes constituyen un quince a veinte por ciento de la población local– se había intensificado en los últimos meses. 'Lo que pasó en Nueva York, Afganistán, en el Medio Oriente, ha profundizado las divisiones religiosas [aquí]', dijo (citado en Cowell). (Seguramente, Francia no es el único lugar en el que las tensiones locales han sido reformuladas en términos de 'inseguridad' frente a las amenazas del terrorismo –que ahora incluye todo, desde delincuencia juvenil hasta movimientos de resistencia en estados autoritarios– y cuyos resultados electorales –una importante actuación de la extrema derecha– han tenido repercusiones en el país y en el escenario internacional). En un esfuerzo por prevenir las victorias legislativas del partido de Le Pen, los partidos de centro e izquierda en Francia decidieron no implementar la paridad en la selección de sus candidatos para las elecciones a la Asamblea Nacional, en junio de 2002. En vista de que 'se trata de ganar' –comentaba el dirigente de un partido– la participación de las mujeres era una gran amenaza para ese objetivo. Si una de las repercusiones del 11 de Septiembre representa un contratiempo provisional para el feminismo francés, existen otras reverberaciones del mismo movimiento de parité que avanzan mejor. Retomemos el argumento de que la ciudadanía significa no solo votar sino ocupar un cargo. Las mujeres desde México hasta el Reino Unido, desde la India hasta EE.UU., han presionado por leyes para incrementar sus números como representantes. Este es un ejemplo de una idea que se populariza, que es adaptada mientras se desplaza, y que funciona de modo diferente en diferentes contextos.

Reverberación es una buena forma de pensar sobre esta circulación global de estrategias feministas, del mismo feminismo y también del término analítico de 'género'. Por lo general, se asume que ambos términos –'género' y feminismo– tienen orígenes anglo–americanos. Efectivamente, para algunos críticos, ellos son un ejemplo del único sentido de la trayectoria de la globalización, tanto en la transmisión de bienes como de ideas. En consecuencia, el feminismo ha sido vituperado como uno de aquellos bienes 'Made in the U.S.A.'10 que corrompen la cultura de las sociedades tradicionales, mientras el 'género' (de similar origen) ha sido tomado como constituyente de una amenaza a lo natural o a las distinciones entre los sexos 'dadas por Dios'. De hecho, ni el feminismo ni el 'género' son homogéneos, ni siquiera en sus procedencias (si es que éstas pueden identificarse). Las formas que toman estos conceptos y los significados dados a los mismos son adaptados a las circunstancias locales, que luego tienen reverberaciones internacionales propias.

Tomen el ejemplo del 'género', un término que emanó de los círculos estadounidenses feministas. Incluso aquí no hubo un significado fijo más allá de la idea de 'sexo social'. Hubo feministas que tomaron la diferencia sexual como algo dado, como el terreno sobre el que luego se construyeron sistemas de género; hubo otras que tomaron la diferencia sexual como un efecto de prácticas discursivas del 'género' históricamente variables. El primer enfoque dio mucha importancia a la distinción sexo–género, se enfocó en la 'construcción cultural' –la asignación de roles, la atribución de rasgos a individuos sexuados– y, consecuentemente, dejó por fuera, de forma deliberada, el asunto de la naturaleza. La investigación emprendida tendía a ser empírica: historias de mujeres ejemplares; recuperación de escritoras y artistas; demostraciones estadísticas de discriminación salarial y ocupacional; documentación del sexismo de doctores, sacerdotes, educadores y políticos. El segundo enfoque rechazó las dicotomías sexo–género y naturaleza–cultura. 'Si se controvierte el carácter inmutable del sexo [escribió Judith Butler], tal vez este constructo llamado 'sexo' resulta tan culturalmente construido como el género. En efecto, quizá fue desde siempre género, con la consecuencia de que la distinción entre sexo y género resulta no ser una distinción en lo absoluto' (7). Las investigaciones realizadas desde este punto de vista se preguntaban por cómo el conocimiento de la diferencia sexual se producía e institucionalizaba, y frecuentemente se hallaban inspiradas en las teorías post–estructuralistas y psicoanalíticas.

Pero la claridad de nuestra división teórico–empírica se hizo borrosa en el momento en que feministas de todo el mundo se 'tomaron' el término 'género', a veces traducido (frecuentemente, con muchas dificultades), y en ocasiones sin traducirlo (de cualquier manera, había tensiones reveladoras, subversiones tremendamente interesantes que podrían, por ejemplo, convertir el sexo en género o el género en sexo [ver Nikolchina, 'Translating Gender']). En Europa del Este, los diferentes usos teóricos del 'género' tuvieron mucho que ver con posiciones políticas. Quienes buscaron formas de contrarrestar nociones conservadoras derechistas de lo natural y de los hechos biológicos dados por Dios, se apropiaron de teorías que deconstruían oposiciones binarias y enfatizaban en la indeterminación y la variedad, al igual que en la mutabilidad de las diferencias atribuidas al sexo biológico. Por el contrario, quienes contendían con los conservadurismos de izquierda que tomaron por significado de la igualdad la anulación de la diferencia (por lo general, la subsunción de las mujeres en la categoría 'hombres'), buscaron maneras de hacer de las diferencias sexuales y de las desigualdades sociales que ello engendra, un principio central de su quehacer teórico y un hecho visible de la vida. Para ellos, la documentación estadística era fundamental si las políticas sociales iban a hacer frente a las desigualdades de género. Aquí no importaba si la diferencia sexual (o natural) se reificaba en el proceso, pues el objetivo era demostrar que ahora el sexo era, lo que no debía ser en el futuro, un terreno para el trato social desigual. Dependiendo de las condiciones locales, las feministas de los distintos países post–comunistas se enfrentaron a distintas constelaciones de conservatismos. Según sus propias políticas, ellas combinaban distintas perspectivas teóricas en la formulación de sus estrategias. Estas nuevas combinaciones luego hicieron eco a través de las fronteras internacionales, en foros de las Naciones Unidas y en otros lugares, para ser retomadas y reajustadas a nuevas circunstancias por otros motivos estratégicos.

Podemos contar historias similares sobre las reverberaciones del feminismo. Quisiera contar dos. La primera es sobre Julia Kristeva, a quien más frecuentemente se refieren como 'feminista francesa' (junto con Hélène Cixous y Luce Irigaray). En los debates entre feministas de los EE. UU. en los años ochenta, el 'feminismo francés' se igualaba a las teorías post–estructuralistas del lenguaje y del psicoanálisis, con énfasis en la diferencia. Esta corriente era contrapuesta a un feminismo anglo–americano, más empírico y científico, que enfatizaba en la igualdad. Este contraste, por supuesto, oscurecía muchas cosas, entre ellas la multitud de académicos franceses y activistas comprometidos con la ciencia social y la igualdad, al igual que el sinnúmero de anglo–americanos que abrazaron el post–estructuralismo. Resulta aún más interesante el que este contraste haya borrado una historia de intercambio que desdibuja no sólo la oposición Francia–EE.UU., sino también una dicotomía que se destacó durante el decenio de 1990: aquella entre el feminismo de Europa Oriental y el propiamente occidental. Julia Kristeva nació y se educó en Bulgaria, donde empezó su carrera como intérprete de Mikhail Bakhtin. Bakhtin desarrolló su versión historizada del estructuralismo (una variante de la semiótica estructuralista de Iurii Lotman y del estructuralismo de Roman Jakobson, para nombrar solo algunos de los que trabajaron en este campo en la época) como una forma de desafiar el dogma estalinista. El énfasis de Bakhtin en las lecturas textuales formales, estaba destinado a remplazar las crudas caracterizaciones sociológicas de los productos artísticos y culturales dadas por el oficialismo soviético. La sugerencia de que los significados se moldeaban dialógicamente contradecía la creencia del Estado comunista de que el lenguaje podía ser vigilado y los signos controlados (ver Engelstein). Kristeva fue a París y llevó la noción de polifonía de Bakhtin a los debates franceses estructuralistas a mediados los años sesenta, y acuñó el término 'intertextualidad' para prestarle (en sus palabras) 'dinamismo al estructuralismo' (Dose, 55). Lo que llegó a llamarse feminismo francés, estaba en ese entonces fuertemente influenciado por movimientos filosóficos que se oponían al comunismo en el 'este', así como por una teoría que afirmaba no el choque de las diferencias, sino la interacción como base de la comunicación.

Esta historia socava la presunta superioridad, 'sobre las europeas del este', de las feministas 'occidentales' en los años noventa, quienes ofrecieron lo que ellas llamaron (en singular) 'teoría feminista' como la solución a los problemas de las mujeres en la era postcomunista. La historia más complicada del decenio de 1970 es que, mientras algunas feministas inglesas y estadounidenses buscaban reconciliar el marxismo con el feminismo (en el contexto de la nueva izquierda), las feministas 'del este' que pertenecían a movimientos de resistencia rechazaban la teoría oficial de los estados comunistas, al adoptar versiones del estructuralismo y luego del post–estructuralismo. Como lo ha demostrado Miglena Nikolchina, ya existía abundante teoría en el 'este' antes y después de la caída del comunismo, y algunos componentes del feminismo 'occidental' ya habían sentido sus reverberaciones ('The Seminar'). Pero, en la década del 90, la diferenciación entre 'este' y 'occidente' ofrecía una división en la que el trabajo teórico era frecuentemente atribuido a 'occidente', mientras al 'este' se le dejaba la tarea de llenar los vacíos con datos empíricos. (Las fundaciones occidentales –Soros, Ford– exacerbaron el problema al pagar únicamente por la traducción de escritos de feministas occidentales a idiomas de Europa del Este). Tal división este–occidente, y su correspondiente omisión de la historia –la historia general intelectual de la región y las historias particulares, intelectuales y políticas, de las muchas variantes del comunismo en Polonia, Hungría o Yugoslavia– tuvo muchas repercusiones. Éstas cubrían un espectro que iba desde tensiones en la red feminista este–occidente hasta las acciones más chocantes de Catherine Mackinnon a favor de las mujeres croatas violadas. Al faltarle conocimiento de la intrincada política yugoslava y de las asediadas redes feministas multiculturales que allí operaban, Mackinnon terminó aliada con los nacionalistas croatas, cuya preocupación por las mujeres violadas llegaba hasta sus fronteras y no les impidió justificar las violaciones de mujeres bosnias o serbias como actos legítimos de guerra. Las acciones de Mackinnon tuvieron repercusiones: mientras llamó la atención sobre un aspecto de las atrocidades de la limpieza étnica, perdió la oportunidad de criticar el nacionalismo virulento que lo alimentó, y que hizo más peligrosa la vida de aquellas feministas yugoslavas que trataban de hacer tal crítica. Éstas incluían feministas que, desde 1991, se han tomado las calles en protesta silenciosa, semana tras semana. Ellas son conocidas como las Mujeres de Negro. Su historia es el segundo relato de reverberaciones de los feminismos que quiero contar.

Mujeres de Negro fue iniciado en Jerusalén, en 1988 (época de la primera Intifada), por mujeres que protestaban contra la ocupación de la Ribera Occidental y Gaza. 'Una vez a la semana, a la misma hora y en el mismo lugar –en una intersección de mucho tráfico– [un grupo de mujeres vestidas de negro] levantaba una señal, en forma de mano, que decía 'detengan la ocupación'. La idea se extendió rápida y espontáneamente a otros lugares de Israel [...]' en los que mujeres palestinas y judías a menudo se solidarizaban, y luego se transmitió a otros países, donde se hacían vigilias de la solidaridad en apoyo a las acciones de las mujeres israelíes ('Whats Women in Black?'). 'Aproximadamente en 1990 [continúa el sitio web de las Mujeres de Negro] las vigilias de las Mujeres de Negro tomaron vida propia'. Sus manifestaciones tenían lugar en muchos países, y con frecuencia no tenían nada que ver con la ocupación israelí. En Italia, protestaban contra la violencia de la mafia; en Alemania, se oponían a los ataques de neo–Nazis a trabajadores inmigrantes; en India, hacían un llamado para ponerle fin a los maltratos a mujeres por parte de fundamentalistas religiosos. Desde 1991, en el antiguo Belgrado yugoslavo, luego en Zagreb y en otras ciudades, las Mujeres de Negro han retado el nacionalismo étnico que sumió el país en guerra y que aún define su política. Recientemente, en mayo de 2000, las Mujeres de Negro emergieron en Fiji para protestar contra el derrocamiento de su gobierno democráticamente elegido (National Council of Women). Actualmente se realizan cerca de 123 manifestaciones regulares de estas mujeres alrededor del mundo, algunas en zonas de conflicto, otras en señal de solidaridad con vigilias celebradas en otros lugares (World–Wide Women in Black Vigils– Información de contacto). Algunas vigilias han perdurado –sus miembros incluso han realizado reuniones internacionales–, otras van y vienen en la medida en que los eventos parecen requerirlas. Sus impactos varían, en parte, según su proximidad a la violencia contra la que protestan. Es difícil y más peligroso para las Mujeres de Negro de Israel y Serbia o Kosovo que para sus adeptas en Londres o Nueva York (excepto, por supuesto, cuando las seguidoras acuden a esos lugares, como lo hicieron algunas en Ramallah el pasado invierno o cuando –como ocurrió en San Francisco después de los ataques del 11 de Septiembre– las partidarias se convirtieron en objeto de una investigación del FBI a causa de sus 'conexiones internacionales' pro palestinas [Kapoor, Kingston]). Entre más se alejan las seguidoras de ciertas políticas, es más difícil apuntar a objetivos políticos, como lo descubrieron las Mujeres de Negro en Londres cuando se reunieron para protestar contra los bombardeos de la OTAN en Serbia y Kosovo (Cockburn). Su objetivo abstracto de paz se desvió fácilmente hacia otros fines, y su acción fue suspendida tan pronto se vieron al lado de manifestantes nacionalistas serbios, pro–serbios y pro–Milosevic. Con todo, es claro que, como movimiento internacional, las Mujeres de Negro han alcanzado un cierto grado de reconocimiento como fuerza política. En 2001, una mujer de Belgrado y una de Kosovo aceptaron el premio Milenio para Mujeres por la Paz, de las Naciones Unidas, a favor de la red internacional de Mujeres de Negro. Y éstas serían nominadas a un premio Nobel en 2001 por miembros de los parlamentos danés y noruego.

Es difícil imaginar que se concedan estos premios a un fenómeno que no es una organización concreta, porque lo increíble de Mujeres de Negro es que es una estrategia de improvisación, desplegada localmente, no una rama de cualquier asociación centralizada. Las Mujeres de Negro son, en sus palabras, 'una red libre de mujeres mundialmente comprometidas con la paz con justicia y activamente opuestas a la guerra y a otras formas de violencia', no en lo abstracto, sino en situaciones específicas. Ellas no son una organización, sino –nuevamente, en sus palabras– 'un medio de movilización y una fórmula para la acción' ('Women in Black'). Los medios prácticos de movilización son las cadenas de afiliación entre individuos, como el teléfono y las listas de correo electrónico. Los medios simbólicos son el ejemplo que otros han dado: una agencia paradójica (paradoxical agency) frente al poder oprimente –paradójica, porque el testigo mudo y no violento significa impotencia, al tiempo que envía un mensaje de paz como la única alternativa racional a la catástrofe. La acción es la misma –todas mujeres, todas de negro, de pie silenciosa y pacíficamente, en un lugar público, a una fecha y hora programadas con regularidad–, pero sus objetivos varían según el contexto político al que están dirigidos. Ellas se presentan como feministas y no afirman ser pacificadoras natas. Sostienen que las mujeres 'se encuentran frecuentemente en el extremo receptor de la violencia de género, tanto en situación de paz como de guerra, y [que] la mayoría de los refugiados son mujeres'. Pero es su análisis feminista –no su naturaleza femenina– lo que las lleva a ver 'las culturas masculinas como especialmente proclives a la violencia', y les da 'una perspectiva particular sobre la seguridad' y la guerra ('Women in Black').

Las Mujeres de Negro despliegan lo que yo he llamado analíticas feministas del poder en contextos políticos concretos (y diferentes). Sus acciones contradicen los pronunciamientos oficiales sobre amigos y enemigos al rehusarse a aceptar (y en consecuencia, a hacer realidad) las membresías en las 'unidades ficticias' ofrecidas por sus líderes. Por el contrario, ellas demuestran, en sentido literal, las complejas realidades de la política que reconocen la interconexión de historias. Así, en Israel, los grupos de Mujeres de Negro unen a mujeres judías y palestinas en desafío a la idea de que pertenecen a bandos necesariamente antagónicos. En Belgrado, adoptaron alianzas multiétnicas que recuerdan a sus compatriotas el hecho de que serbios, croatas y bosnios han vivido por varias generaciones juntos, casados entre sí, y habían compartido ciudadanía hasta que la agresión nacionalista los separó. Más recientemente, en agosto de 2001, las Mujeres de Negro serbias hicieron un llamado para acabar con la violencia armada en Macedonia entre albaneses, turcos, serbios y macedonios. En el momento de los bombardeos de la OTAN, en 1998, fueron atacadas como los 'enemigos internos de Serbia', colaboracionistas al servicio de los Estados Unidos, y sus manifestaciones fueron prohibidas. Su reporte anual de ese año fue una 'confesión de culpabilidad' por siete años de activismo en oposición a la homogenización étnica y al militarismo. Quiero leérselas porque es una clara demostración de metodología feminista aplicada que, al mismo tiempo, es característica y nos resulta conocida. La escuchamos como un eco, la sentimos como una reverberación.

Confieso a mi larga actividad anti–guerra, que no estuve de acuerdo con las severas golpizas a personas de otras etnias y nacionalidades, fes, razas, orientaciones sexuales; que yo no estaba presente en el acto ceremonial del lanzamiento de flores a los tanques que se dirigían a Vukovar, en 1991 y Prishtina, en 1998; que alimenté mujeres y niños en los campos de refugiados, escuelas, iglesias y mezquitas; que envié paquetes a mujeres y hombres en los sótanos de Sarajevo durante la ocupación en 1993, 1994 y 1995; que durante todo el año crucé las murallas de los etno–estados balcánicos, porque la solidaridad es la política que me interesa; que entiendo por democracia un apoyo a las activistas–amigas–hermanas anti–guerra –mujeres albanesas, croatas, romanís, mujeres sin Estado–; que primero desafié a los asesinos del Estado en el que vivo y luego aquellos de otros estados, porque considero que esto es el comportamiento político responsable de un ciudadano; que a lo largo de todas las estaciones del año insistí en que se pusiera fin a las masacres, destrucción, limpieza étnica, evacuación forzada de personas y violaciones; que cuidé de otros mientras que los patriotas cuidaban de sí mismos (citado en Hughes).

Lo que está plasmado aquí no es solo disidencia al poder regente del Estado (una negativa a aprobar sus acciones, ceremonialmente y en la práctica –'yo no estaba de acuerdo', 'yo no estaba presente'), sino también una transgresión activa de sus límites ('alimenté a mujeres y niños en los campos de refugiados', 'envié paquetes a mujeres y hombres [...] en Sarajevo', 'crucé las murallas de los etno–estados balcánicos'). Estos son agentes de resistencia (ciudadanos responsables) que insisten que hay (ha habido, habrá nuevamente) alternativas políticas democráticas a los regímenes bajo los que han sido forzados a vivir.

Lo impresionante de las Mujeres de Negro, a diferencia de muchos movimientos feministas pacíficos previos, es que no se basa en una reivindicación de la semejanza de las mujeres o de la unidad de las feministas. Por el contrario, la existencia de las Mujeres de Negro como 'un medio de movilización y una fórmula para la acción' presume diferencias fundamentales entre feministas, diferencias de contexto, diferencias de historia, diferencias de interpretaciones de lo femenino y del feminismo mismo. Reuniones internacionales, como la celebrada en Novi Sad para marcar el décimo aniversario de las vigilias serbias, han atraído cerca de 250 mujeres de dieciséis países. Estas reuniones brindan una oportunidad para intercambiar información e identificar nuevos objetivos, pero no tentativas de elaborar una plataforma común que vaya más allá de una oposición al militarismo y a la violencia. El reconocimiento de la diferencia es fundamental, incluso si la forma de la protesta y el nombre para describir a las protestantes es el mismo. 'Cada grupo es autónomo, cada grupo se enfoca en los problemas particulares de la violencia personal y de Estado en su parte del mundo' ('Women in Black: An International Movement of Women for Peace'). Las Mujeres de Negro encarnan el feminismo como una operación estratégica situada; no es un asunto de lo global y lo local, sino de ecos y reverberaciones que recorren el mundo.

 

Los rastros de la historia

Asumo a las Mujeres de Negro como un ejemplo de las analíticas feministas del poder en acción, como solo una de las reverberaciones de los últimos veinte años de teorizar y afilar nuestras metodologías. (Y no pretendo declarar públicamente que sea la mejor o más creativa forma que pueda tener la política feminista. Solo la propongo como un buen ejemplo de reverberaciones feministas). Aquí hay un movimiento que no se restringe estrictamente a asuntos de interés de las mujeres, sino que asume como propio el dominio de la política a gran escala. Éste perfora los sueños inflados de unidad nacional, expone la toxicidad de la limpieza étnica, e insiste en la posibilidad de reconocimiento mutuo en lugar de la disolución de las diferencias. Se rehúsa a aceptar los acuerdos imperantes del poder como algo natural o inevitable, e insiste en que se consideren mejores alternativas. Y –para recordar el eslogan de una era más temprana– éste 'le dice la verdad al poder'; el gesto del testigo mudo reprende severamente a aquellos que nos harían dependientes al afirmar que gobiernan en 'nuestro' nombre.

Pero en este gesto –todas mujeres, todas de negro, en silencio y en actitud de desaprobación– también hay un innegable eco de una historia previa: una política feminista que yacía en la infalibilidad de las mujeres quienes, como madres, ponían los intereses y el cuidado de los demás sobre el suyo propio. El llamado a 'todas las mujeres de todas las naciones que sufren el parto con el mismo dolor' (María Verone, feminista francesa, citada en Bard), dio origen a la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad cuando inició la Primera Guerra Mundial; inspiró muchos movimientos de paz del feminismo de la primera y segunda ola (Greenham Common entre ellas); y todavía es, para algunas, lo que hace posible la hermandad global (citado en Bard, 45). Aunque las Mujeres de Negro evitan cuidadosamente cualquier llamado a la acción o afirmación de unidad sobre los fundamentos del maternalismo, los ecos de tal esencialismo en estas manifestaciones –exclusivamente– de mujeres parecen aún audibles. Ellas, pues, son una prueba del hecho de que las reverberaciones no solo son contemporáneas (corren horizontalmente, rodeando el globo), sino también históricas (corren verticalmente, a través del tiempo). El feminismo se constituye por medio de sus métodos, su teoría y su historia. Traemos nuestros pasados al presente, pero nunca en su totalidad. Si hemos extendido el alcance de nuestra política más allá de las protestas en contra de la discriminación de género, hemos hecho eco –mas hemos reafirmado– a una vieja reivindicación feminista de que los intereses de las mujeres son los intereses de la sociedad. Hay una repetición pero no una perfecta continuidad, porque la repetición misma establece una diferencia –es11 una diferencia. Quizás sea, precisamente, una conciencia de la inevitabilidad y la omnipresencia de la diferencia lo que distingue nuestra comprensión de la de nuestras predecesoras –la diferencia como un hecho de la existencia humana, como un instrumento de poder, como una herramienta analítica y como una característica del feminismo mismo.

La diferencia, sin embargo, debe entenderse no como un marcado contraste, sino como una sucesión de ecos, de reverberaciones. Esta Conferencia es una de esas reverberaciones. Toma su nombre e inspiración de un resistente grupo de mujeres decididas a promover la cooperación y el intercambio intelectual entre ellas, así como y a mejorar su situación dentro de la Asociación Histórica Americana. Aunque podemos identificarnos con la resistencia de Dorothy Fowler hacia Stanley Pargellis, admirar su persistencia y (yo por lo menos) envidiar su paciencia, nuestro feminismo es diferente al de ellas. Vivimos en un mundo diferente: post–colonial, post–Guerra Fría, post–moderno. Es difícil encontrar una forma de detallar las diferencias que separan sesenta años de historia sin recurrir al pensamiento binario que he criticado a lo largo de esta charla. Solo la distancia del tiempo y la miopía que la acompaña nos permite describir la tarea de Fowler como más simple que la nuestra, y nuestras herramientas como más afiladas que las suyas. Por esto es que las reverberaciones son una mejor forma de pensar nuestra relación con la historia feminista que vinimos a conmemorar y a practicar a en los próximos días. Las reverberaciones de feminismo, generalmente, no han tenido gran trascendencia, pero han causado todo tipo de alteraciones, lateral y longitudinalmente. Nosotras disfrutamos estas alteraciones porque en sus mejores circunstancias son intransigentes y transgresoras, paradójicas y subversivas. Éstas siempre dejan una estela de efectos: algunas veces visibles y otras imperceptibles, suponen realineamientos y reorganizaciones sociales, políticas y personales. Afectan nuestro propio ser –como mujeres, como ciudadanas y como actores estratégicos situados que hacemos una diferencia en nuestros mundos.

 


NOTAS

1 Nota del editor: CS agradece al Department of Rights and Permissions de Duke University Press por concedernos el permiso para publicar este artículo en nuestra revista. Igualmente, damos las gracias a la autora por aceptar publicar su trabajo con nosotros. Este artículo fue publicado originalmente en Differences. A journal of feminist cultural studies. 2002. 13, (3), 1–23.

 

1 Según la página web de la Conferencia Berkshire de Mujeres Historiadoras, la Conferencia Berkshire de Historia de las Mujeres se realiza cada tres años. http://berksconference.org/membership/. Revisado el 4 de Noviembre de 2012.

2 N.T: En inglés, Office of Defense Transportation.

3 N.T: Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, creado en 2002.

4 N.T: En español, La búsqueda de Unidad Política en la Historia Mundial.

5 N.T: En inglés, la palabra cowboy (vaquero, en español) en una de sus acepciones, alude a una persona temeraria, agresiva o independiente –cualidades usualmente asociadas con la figura del vaquero– o que hace cosas consideradas tontas o peligrosas; además, designa también a la persona que opera un negocio sin control o sin regulaciones (Fuente revisada el 14 de noviembre: http://www.merriam–webster.com/dictionary/cowboy). La expresión cowboy diplomacy –diplomacia de vaquero, en español– es empleada por los críticos de un gobierno o una administración para referirse a un estilo de diplomacia en el que los conflictos internacionales se resuelven con acciones arriesgadas, intimidación, despliegue militar o una combinación de esas tácticas. La expresión se empleó por primera vez, a principios de siglo XX, para criticar la política exterior de Theodor Roosevelt; también se utilizó para criticar el gobierno de Ronald Reagan y, más recientemente, a la de George W. Bush. (Fuente revisada el 14 de noviembre de 2012: http://www.nytimes.com/2012/04/07/us/politics/obama–embracesnational–security–as–campaign–issue.html?_r=2&hp&)

6 N.T: Parte del libro Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos, Paidós, 2002.

7Cursivas del texto.

8 Si bien la autora habla de Unión Europea en los años ochenta y noventa, debe recordarse que en 1992, la Comunidad Económica Europea (CEE) pasó a llamarse, con el Tratado de Maastricht, Comunidad Europea (CE). Además de este cambio, el tratado dio origen a la Unión Europea y subsumió bajo esta organización supranacional a la Comunidad Europea (CE), la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA, que existió hasta 2002) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o EURATOM).

9 N.T: Reverberation, al igual que en español, se refiere a fenómenos de reflexión de la luz y el sonido (e.g., eco). No obstante, en inglés tiene una tercera acepción. En sentido figurado, reverberation es consecuencia, efecto o repercusión de algo (noticias, protestas, etc.).

10N. T: Hecho en los Estados Unidos. Cursivas mías.

11 N.T: Cursivas del texto.


 

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