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CS

versión impresa ISSN 2011-0324

CS  no.24 Cali abr. 2018

https://doi.org/10.18046/recs.i24.2488 

Reseña

Las resistencias históricas que desafían al hombre de hierro

JUANITA CUÉLLAR-BENAVIDES* 
http://orcid.org/0000-0001-6672-3146

* Politóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de doctorado en el programa de Ciencias Sociales en Desarrollo, Agricultura y Sociedad, Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ), con maestría en el mismo programa.

BARTRA, A.. 2014. El hombre de hierro. Límites sociales y naturales del capital en la perspectiva de la Gran Crisis. México: Universidad Autónoma de la Ciudad de México,


En su libro El hombre de hierro. Límites sociales y naturales del capital en la perspectiva de la Gran Crisis, cuya primera edición fue publicada en 2008, el mexicano Armando Bartra reflexiona sobre el mundo capitalista y las resistencias al mismo. Dialoga permanentemente con el marxismo y hace uso del lenguaje coloquial y de metáforas, rescatando las historias de resistencias, especialmente de las periferias. Argumenta que frente a la uniformidad del sistema capitalista, existe una diversidad intrínseca al hombre y a la naturaleza. La resistencia constituye un elemento fundamental en la reflexión de Bartra, y esta se encuentra tanto dentro como fuera del orden capitalista. La resistencia es, en este sentido, lo que nos encamina hacia la utopía. Nos referiremos a los principales argumentos desarrollados a lo largo del texto.

Una autocrítica a la izquierda

En primer lugar, Bartra va a realizar una crítica a algunos aspectos del pensamiento marxista y de izquierda,«con el ánimo carnavalesco de quien sepulta muertos para abrirle cancha a los vivos» (Bartra, 2014:22). Su intención, entonces, no es dilapi dar el marxismo, sino realizar una crítica que permita el surgimiento de una nueva izquierda en donde impere la sociedad solidaria. Esta crítica parte de una lectura cuidadosa de Marx y de los marxistas. Este objetivo requiere, por lo tanto, de luchas no solo contra los intelectuales neoconservadores y los Chicago Boys, sino también contra el determinismo económico de izquierda.

Para Bartra parece fundamental reflexionar sobre la experiencia socialista del siglo XX, pues las revoluciones en ese tiempo no ocurrieron, como lo preveía Marx, en los países industrializados de Europa, ni tuvieron como protagonista al proletariadoindustrial. Las revoluciones se dieron en lo que llama orillas del sistema, y estuvieron encabezadas por el campesinado. Si bien el socialismo resultó ser un paso inédito hacia la modernidad neocapitalista, hacia la industrialización y la urbanización, Bartra destaca que, al mismo tiempo, fue un proyecto social en donde los campesinos, además de otras fuerzas, tuvieron un papel destacado. Hay en el argumento de Bartra una intención de valorar las revoluciones, pues en sus palabras: «buenas, malas o feas, ésas fueron las revoluciones del siglo XX» (Bartra, 2014: 31).

Las críticas también apuntan a ideas que dominan la historia, como la cartografía del norte y del sur, y las ideas del centro y de la periferia, pues considera que el mundo es descentrado y multicéntrico. Para sustentar su crítica, se refiere a un acontecimiento reciente como las Torres Gemelas. En sus palabras:

La lección profunda de las Torres Gemelas es que no hay exterioridad, que los otros están entre nosotros -que somos los otros de los otros-, que en el mundo global los vientos y las tempestades agitan las cortinas de todos los hogares sin excepción, incluidos los de la Gran Manzana (Bartra, 2014: 33).

Para el autor, la izquierda no debe tan solo pensar en un modelo económico alternativo, sino que debe avanzar hacia un nuevo orden social, pues lo que se requiere es una sociedad libre y justa, que además no caiga en el error de la uniformidad, sino que permita construir distintos proyectos de futuro. La diversidad va a ser uno de los ejes centrales del libro, pues para él, el capitalismo y la industrialización promueven una idea emparejadora y homogeneizadora, intentando opacar un elemento que no puede ocultarse: la diversidad. Tanto esta, como la igualdad, deben ser defendidas conjuntamente.

La experiencia luddita

Bartra va a retomar un poco de la historia del siglo XVIII y XIX para trabajar en torno a la idea del luddismo y del hombre de hierro, tema que da origen al título de su obra. El autor, de esta forma, intenta reivindicar la importancia del luddismo, haciendo su propia lectura e interpretación, que permita, además, identificar experiencias similares a lo largo del siglo XX. El autor nos introduce a uno de los principales temas de discusión, narrando cómo en el siglo XVIII el incremento de la producción llevó a una revolución tecnológica, en donde el sector textil tuvo un impacto importante. En este sector, los salarios comenzaron a decrecer de forma abrupta, pasando de 33 chelines en 1795, a 5 chelines y 6 peniques en 1830, incrementando también las malas condiciones de trabajo en las fábricas.

Se presenta también un desplazamiento importante de los trabajadores, debido a la mecanización, al mismo tiempo que se experimenta el fin del proteccionismo de los artesanos. Esto genera dos movimientos reivindicativos: por un lado, el de los trabajadores en Inglaterra que comienzan a organizarse para negociar sus derechos y promover en el Parlamento leyes relacionadas con las condiciones laborales (salario, jornada laboral), y por otro, el de las asociaciones clandestinas que emprenden acciones directas contra las máquinas, pues estas representan el fin de la economía moral, retomando la discusión desarrollada por el historiador E.P.Thompson en obras como La economía moral de la multitud o Costumbres en común.

Sobre este último punto, Bartra relata que entre 1811 y 1817 se creó una asociación conspirativa en cabeza de Edward Ludd, con el objetivo de destruir las máquinas, no a sus dueños. Según Bartra, los ludditas entraron a la historia como conservadores que añoraban recuperar un viejo régimen y que se oponían, al mismo tiempo, al desarrollo de las fuerzas productivas. Esa lectura parece desconocer el hecho de que los ludditas

[…] no cuestionaban el abaratamiento de las telas en cuanto tal; luchaban contra el abaratamiento de los trabajadores. No se oponían al avance de la ciencia en general; se rebelaban contra la imposición de una tecnología que hacía de las fábricas siniestras prisiones donde hombres y mujeres laboraban turnos de más de 16 horas y donde los niños -algunos de cuatro años- permanecían día y noche (Bartra, 2014: 52).

Marx va a referirse también a los movimientos de destrucción de las máquinas, en medio de la construcción de su teoría del gran dinero, en donde identifica «el huevo de la serpiente» en la tecnología desarrollada por el capital; y en este sentido, los ludditas estarían apuntando hacia la cuestión principal, que sería la base mate rial de la producción capitalista. Años más tarde, sin embargo, Marx va a escribir, en El Capital, que un avance del movimiento obrero fue justamente el hecho de haber conseguido diferenciar las máquinas del sistema que las utiliza, es decir, la diferencia entre la maquinaria y su empleo capitalista, entendiendo, de esta forma, el ataque a la tecnología como una forma primitiva de anticapitalismo, o como una parte importante de una confrontación mayor.

Lo que trajo el siglo XX

En términos generales, el industrialismo, la colonización comercial y la financiera que se llevaron a cabo durante el siglo XIX daban la idea de un mundo que reproduciría la Europa fabril. Se pensaba que con el capitalismo y el industrialismo llegaría la uniformidad global, rasgo característico de estos procesos. Sin embargo, esto no ocurrió. De igual forma, no se dio la implementación del capitalismo sin fronteras ni tampoco las revoluciones proletarias, que era el camino apuntado por el marxismo. En este sentido, el siglo XX tuvo otros protagonistas y otros procesos no esperados. Uno de los principales elementos del siglo XX fue la constatación de que los campesinos no podían ser entendidos como agentes del pasado, pues este fue un siglo de revoluciones campesinas, y ellos están presentes en el nuevo milenio. Para Bartra, el siglo XX «no fue el siglo del centro sino el de las orillas, no el del proletariado sino el de los campesinos, no el de la expropiación de las fábricas sino el de la recuperación de las tierras» (Bartra, 2014: 57). Para ilustrar este argumento, el autor cita como ejemplos la revolución mexicana, la revolución rusa, la revolución china, las movilizaciones campesinas en la India. Como resultado de estos procesos, surgieron nuevas realidades rurales, los campesinos se transformaron profundamente y mostraron su vitalidad como actores sociales.

Fue un siglo de grandes convulsiones, donde emergieron diferentes procesos. Es también en el siglo XX donde irrumpe La Bomba (mayúsculas del autor), que va a tener una connotación importantísima pues simboliza un orden capaz de eliminarnos como especie. Para Bartra, el movimiento pacifista de la posguerra (en el cual E.P. Thompson participó activamente), podría entenderse como una prolongación del luddismo. Bartra destaca otros hechos que tuvieron lugar en el siglo XX, como los movimientos de liberación nacional, la revolución de Nicaragua y la independencia de Zimbabwe, además del surgimiento del activismo de las minorías oprimidas o negadas que reclaman reconocimiento y derechos y luchan por su reconocimiento identitario. Es un periodo en el cual se intensifican, también, las migraciones de las periferias a las metrópolis. El flujo poblacional que se origina en África, Asia y América Latina, dirigido especialmente a Estados Unidos, Europa y Australia, esconsiderado por este autor como la globalización plebeya, creando un nuevo apartheid que reproduce en los centros una periferia premoderna, «un más allá salvaje donde todo se vale» (Bartra, 2014: 65).

En el siglo XX surge también el Estado de bienestar, en el cual países desarrollados, así como algunos periféricos, aplican medidas económicas anticíclicas, políticas de empleo y redistribución del ingreso, incentivando, a su vez, el consumo. Surge también, en ese siglo, la colonización de las conciencias por parte de la industria cultural, inaugurando un nuevo hombre de hierro, una nueva fuerza productiva, los medios de comunicación de masas. Hacia finales del siglo XX esta industria cultural se va a volver un actor político, pues las campañas electorales transcurren en los medios y son las empresas de radio y televisión las que acaban decidiendo los resultados de los comicios. Afirma Bartra: «y así, en el centro y en la periferia, el hombre de hierro mediático pasa de ser el autómata audiovisual que nos entretiene a ser también el autócrata electrónico que nos gobierna» (Bartra, 2014: 74).

El autor también se refiere a la lucha de las mujeres por los derechos económicos, políticos y familiares, cuyo origen se sitúa en el siglo XIX y que desemboca en una lucha internacional, a través de la creación del International Council of Women. La Primera Guerra Mundial tuvo un papel importante en esta lucha, pues la participación de los hombres dio como resultado la contratación de mujeres en trabajos tradicionalmente considerados de hombres. En 1916 van a presentarse huelgas de obreras, y en 1918 se incorpora al Tratado de Versalles y a la Convención de la Sociedad de las Naciones el principio de «a trabajo igual salario igual». De la misma forma, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, van a ser millones las mujeres vinculadas a las fábricas.

Sin embargo, el final de la guerra significó la vuelta al trabajo de las fábricas por parte de los hombres, y las mujeres volvieron sus casas. Esta lucha, no obstante, no terminó. En la cultura de masas comienzan a aparecer mujeres con atributos viriles, y es precisamente la generación de hijas de estas mujeres, las que van a cuestionar, en la década del 60, el trabajo doméstico invisible y van a proclamar su condición de clase oprimida y explotada por un sistema patriarcal. Para Bartra, esta lucha, en el momento en que es asumida por las mujeres, se extiende a los electrodomésticos, que serían, bajo la lectura del autor, un hombre de hierro «hogareño que, a la postre, resulta tan opresivo y siniestro como el fabril» (Bartra, 2014: 80).

El siglo XX es también el momento en que surgen los cuestionamientos al capitalismo ambientalmente insostenible, frente al empleo de insumos y agroquímicos en el marco de la Revolución Verde. Este cuestionamiento trae consigo la crítica a la irracionalidad de las fuerzas productivas. El movimiento ecologista que surge en ese siglo no va a ser entendido por Bartra solo como un movimiento del primer mundo, pues existe también el ecologismo popular, que se refiere a luchas por la salud, agua potable, áreas verdes. El movimiento campesino también va a insertarse dentro de estas resistencias frente a los transgénicos.

Otro acontecimiento que el autor destaca durante el siglo XX se relaciona con la privatización de las ideas. Comienza entonces un lucro relacionado directamente con estas, en donde los derechos de autor y las patentes están al servicio del gran capital. En esta perspectiva, se patentan los seres vivos, las secuencias genéticas, las bases de datos, las metodologías, afectando de esta forma el flujo libre de datos, procedimientos e ideas, y por consiguiente, afectando la creatividad humana. Lo anterior no ocurre sin procesos de resistencias, pues frente a este nuevo fenómeno se encuentran movimientos como el de Creative Commons, volcado a la puesta en común de la cultura, o los hackers, que impulsan el desarrollo de fuentes abiertas. En términos generales, para Bartra, frente a nuevos procesos inesperados del siglo XX, surgen también esas nuevas resistencias, que tienen una fuerza fundamental.

Bartra entra también en el debate de la ciencia, para mostrar que el gran engaño del capital consiste en hacernos creer que no está en la tecnología, y que la ciencia y sus aplicaciones son asépticas y neutrales. La ciencia responde a políticas públicas, a financiamientos privados, a criterios de rentabilidad, a tendencias ideológicas. La ciencia se convierte en industria, que paga de forma directa o indirecta por la investigación científica, y a partir de este momento, las nuevas tecnologías van a estar pensadas en términos de productividad, entendida esta como rentabilidad.

En la primera mitad del siglo XX avanza el pensamiento crítico próximo al marxismo, que analiza las relaciones de producción y distribución del capitalismo, y no tanto la condición material de sus fuerzas productivas. Este pensamiento crítico llamó la atención sobre las crisis económicas del mercantilismo absoluto pero no sobre su insostenibilidad ambiental. No es solo una omisión del pensamiento marxista, pues, de hecho, la discusión sobre la relación sociedad-tecnología se desarrolló principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX. La historia mostraría que la experiencia socialista no avanzó en subvertir los paradigmas tecnológicos y políticos, sino que se quedó en el plano de la equidad distributiva, llevando de esa forma a la insostenibilidad ambiental, a la producción por la producción y al autoritarismo. Y afirma, categóricamente, que para cambiar el sistema no se requiere solo que la tecnología cambie de manos y de propósitos, sino que debe poder pensarse en otra ciencia y en otra tecnología.

La agricultura

Un tema de gran relevancia en la trayectoria de Bartra y que retoma con fuerza en este libro tiene que ver con la agricultura. Aunque el autor dedica a este tema el capítulo titulado «Perversiones rústicas», a lo largo del texto hace referencias constantes a las transformaciones agrícolas y a los campesinos, a quienes les da especial importancia. Para este autor, en el marco del capitalismo la fábrica propicia la uniformidad tecnológica y la serialidad humana, uniformando a los obreros con overol proletario. Por el contrario, la agricultura es el reino de la diversidad, debido a la variedad de climas, altitudes, relieves, hidrografías, suelos, especies biológicas, ecosistemas, paisajes. En este sentido, las sociedades campesinas se caracterizan por su pluralidad. Esa heterogeneidad de los agrosistemas, no obstante, lucha contra los intentos del capitalismo por sustituirla por la agricultura industrial, que responde a esa idea homogeneizadora del capitalismo, que intenta aplanar suelos, represar las aguas, talar los bosques y promover la especialización de los cultivos. Esto, pese a que los patrones de reproducción del capital son incompatibles con los de la reproducción humana-natural.

Bartra llama la atención para el hecho de que la separación radical entre el hombre y su medio pasó por la proletarización del trabajo y la privatización de la tierra, y después por la sustitución de saberes y habilidades campesinas por tecnologías de intensificación y emparejamiento de procesos productivos agropecuarios. Nos remite de nuevo al siglo XIX en Inglaterra, para ilustrar cómo, en ese tiempo, la trilladora mecánica comenzó a sustituir el trabajo vivo en la época más dura del año, el invierno. En palabras de Bartra: «la trilladora mecánica es real y simbólicamente la expresión más flagrante del absurdo capitalista» (Bartra, 2014:127). Afirma que la trilladora ocasiona miseria, desempleo, eleva el costo social de la producción al sustituir el trabajo vivo por el muerto. Sin embargo, ese trabajo vivo debe ser de igual forma reproducido pues se requiere más tarde. La trilladora es el principal ejemplo que utiliza para ilustrar su argumento, este es, que el capitalismo agrícola sería, en ese sentido, tecnológicamente más irracional que el capitalismo industrial.

La actividad agropecuaria tiene sus ciclos y tiempos determinados por factores naturales, lo que lleva a que las cosechas se concentren en unos periodos del año que no necesariamente coinciden con los de consumo. Sin embargo, en el siglo XX la agricultura experimentó dos grandes momentos de cambio tecnológico siguiéndola lógica capitalista. El primer momento fue la Revolución Verde, a mitad de siglo, que significó una mayor mecanización y sobretodo el empleo de semillas híbridas, uso de insumos químicos y pesticidas. Es el llamado «paquete tecnológico» que sigue la lógica del productivismo y del modelo estadounidense de agricultura, donde pre dominan las grandes extensiones de tierra, normalmente planas, con condiciones agroecológicas más homogéneas. El uso de semillas híbridas lleva a sistemas de alta homogeneidad genética que resultan ser muy frágiles; además, las plantas se debilitan con los fertilizantes y biocidas.

El segundo momento se refiere a la modificación genética de plantas y al surgimiento de los cultivos transgénicos, ampliamente extendidos en la década del 90. Este nuevo momento es llamado por la Red del Tercer Mundo una nueva clase de colonialismo genético. Se han identificado variedades transgénicas que contaminan las criollas. Además, algunas plantas son alteradas genéticamente para volverlas estériles en la segunda generación. Hay entonces una nueva batalla por el control de regiones biodiversas por parte de gigantes corporativos para implementar monocultivos de variedades transgénicas. En términos generales, los estragos que padece el mundo agrícola del tercer mundo provienen, por un lado, del uso de técnicas de clima templado en el trópico; pero también, y principalmente, de la incompatibilidad de la lógica del capital con la racionalidad de los sistemas socio ambientales.

La economía moral

Bartra establece, a lo largo del texto, un diálogo con el historiador E.P. Thompson, como se evidencia en el debate sobre economía moral. Plantea que la naturaleza tecnológica del capitalismo exige la conversión material de todos los procesos productivos, lo que constituye una fuente de contradicciones externas, debido a las dificultades de controlar la reproducción de las condiciones naturales y sociales de la producción. El capital, entonces, requiere de acciones extraeconómicas y agencias políticas para su reproducción, lo que se hace visible al estudiar la forma como son definidas la jornada de trabajo y el salario. De acuerdo con Marx, estos procedimientos imprimen el elemento «moral» a la reproducción del capital.

La lucha de los ludditas, nos recuerda el autor, se da de forma paralela con la de trabajadores que se encontraban formando las uniones, cuya lucha se centraba en la moderación de la explotación asalariada y la regulación de las condiciones laborales. Para Marx este elemento moral es indispensable para la reproducción del sistema del gran dinero. Sin embargo, estas luchas sociales imponen límites al capital, posibilitando al mismo tiempo su reproducción, pues sin ellos, el capital acabaría con sus propias premisas. Situación similar ocurre con la naturaleza, pues sin límites relacionados al acceso y aprovechamiento de los recursos naturales, el impulso «ciego y desmedido» del capital lo llevaría a romper las barreras naturales.

Para Bartra, el sistema de mercado absoluto es insostenible, pues se mueve por el lucro sin reconocer el agotamiento de los factores de producción que no se reproducen como mercancías. Y de forma similar a otras temáticas abordadas a lo largo del texto, Bartra va a mostrar que sobre el uso indiscriminado de los recursos naturales también existen resistencias. En la década del 70 comenzó la emergencia de movimientos que luchaban contra el deterioro del medio ambiente; existe una lucha de los ambientalistas contra el contenido tecnológico del sistema capitalista, contra la ingeniería genética y la manipulación nanoescalar. Lucha que se parece, en alguna medida, a la de los ludditas contra las máquinas.

Dentro y fuera del sistema capitalista

Bartra trabaja sobre lo que llama las exteriorizaciones, o los de adentro y los de afuera del sistema, que lo están por una cuestión de exclusión o de subsunción indirecta. Para este autor, la inclusión y la exclusión son dos movimientos que han sido propios dentro del capitalismo. Existen, en este sentido, procesos, recursos y actividades que no son controlados por el gran dinero, como la reproducción de la fuerza de trabajo que ciertos capitales, como los agrícolas, consumen estacionalmente, o la producción de bienes y servicios domésticos, o el cultivo de las peores tierras. En este sentido, el autor llama la atención para una serie de actividades para capitalistas que serían parte de la economía informal o subterránea, definida esta por su irregularidad, y conformada por legiones de mini empresarios de subsistencia o trabajadores por cuenta propia. Son, en este sentido, excluidos de la sociedad salarial, y a este grupo se sumarían también las mujeres que desempeñan labores domésticas, los campesinos, jornaleros agrícolas, trabajadores urbanos inestables, artesanos, pequeños comerciantes, practicantes de la economía subterránea, jubilados con «trabajitos» para completar su pensión.

Llama la atención también sobre un hecho relacionado con la economía capitalista, y es que esta crece sin generar nuevos puestos de trabajo estables, y cuando los genera estos son por lo general contingentes, mal pagados y precarios. De la misma forma, en empresas de punta se da la convergencia entre revolución tecnológica y flexibilización laboral. Bartra se pregunta quiénes son los que acaban ocupando esos puestos de trabajo precarios, quiénes son los que integran esa «infraclase», como la llama, que es la que lava platos, pinta paredes, arregla jardines, etc. En los países metropolitanos son principalmente los inmigrantes y, específicamente, los indocumentados, quienes llegan a esos lugares en busca del sueño americano o europeo. Bajo esa lógica, los migrantes acaban por ocupar lugares en la periferia productiva del centro, pasando, de esta forma, de la periferia a la periferia, de la marginalidad subdesarrollada a la marginalidad primermundista. Esta reflexión sobre los migrantes parece ser una cuestión que preocupa a Bartra a lo largo del texto, e intenta visibilizarla y entenderla tanto desde el lugar de salida de los migrantes, como desde su lugar de llegada.

Pero en la periferia se tejen relaciones comunitarias y de cooperación, así como lazos de solidaridad, como los colectivos de campesinos en países de Asia, África o América Latina. Resalta la existencia de espacios donde campesinos, artesanos, comunidades indígenas, entre otros, preservan y reinventan la diversidad productiva, consuntiva y cultural, como forma de sustentabilidad y sobrevivencia. Son experiencias a las que habría que sumar algunas de economía solidaria en diversos países, como algunas acciones desarrolladas por el MST en Brasil y los piqueteros en Argentina. Para Bartra, la clave para ejercer el derecho de las personas a permanecer en sus lugares de origen, tiene que ver con revalorizar la comunidad agraria y la economía campesina, en reconocer y ponderar las actividades domésticas, comunitarias y asociativas.

Y a partir de las experiencias del siglo XX, Bartra retoma a autores como Horkheimer para discutir sobre la revolución, coincidiendo con este autor en que la revolución no sería la culminación del desarrollo sino un salto fuera de ese desarrollo, un punto de quiebre, y su condición subversiva va a depender de la continuidad, acumulación y rumbo de las mudanzas. Las revoluciones deben modificar de raíz el mundo material, lo que demanda intensos programas de transformación que deben ser ejecutados mediante ingeniería social. Esta ingeniería social puede darse en el nivel local, en las regiones. Para esto, trae el ejemplo de Chiapas con los zapatistas, los cuales cuentan con un modelo de autogestión de administración pública insurgente. El EZLN es, entonces, uno de los iconos inspiradores de la nueva izquierda, que llama de altermundista. Y concluye diciendo que:

[…] quizá la magia de la palabra «revolución» radica en que evoca estos raptos libertarios. Porque las revoluciones verdaderas son lentas y a las vez fulgurantes: producto de la ingeniería social pero obra también de la imaginación utópica que nos aporta no tanto la dramaturgia como la vivencia anticipada de los otros mundos posibles (Bartra, 2014: 212).

Reflexiones sobre los diferentes

Bartra retoma la discusión sobre la pluralidad y diversidad que habita en el capitalismo a pesar de los intentos de estandarización humana. Para él, el siglo XX se caracterizó por lo que llama rebelión de los distintos, que incluye a las identidades negadas como a identidades neonatas, debutantes, emergentes. Esta diversidad y pluralidad tienen estrecha relación con los procesos anticolonialistas, y en esa perspectiva se identifica que esa parte significativa y beligerante de las identidades colectivas proviene de los procesos de expansión colonial.

De nuevo, Bartra resalta el lugar central que tienen los campesinos, a quienes identifica como modernos. Ellos constituyen una clase peculiar que contrasta con la burguesía y con el proletariado. Tienen, de cualquier forma, una base económica compleja, y, a diferencia de la clase proletaria, no están insertos necesariamente en una relación salarial. La identidad e interés social de los campesinos está determinada por su pertenencia al colectivo. Es, en este sentido, una clase con una base estructural socialmente heterogénea y culturalmente abigarrada. Bartra, entonces, considera importante referirse a los campesinos como una clase, en la medida en que son grupos extensos que participan de relaciones técnicas, económicas, sociales y culturales, y están en confrontación con otros grupos.

Por otro lado, las múltiples reivindicaciones y luchas de diversos grupos serían para este autor una respuesta a los muchos rostros del monstruo capitalista. Los agravios del sistema son multidimensionales, pero también lo son las resistencias y sus actores. Finalmente, el llamado es a construir un orden solidario, donde la política no sea una esfera autónoma y donde se asuman funciones de gobierno, no bajo la lógica de obedecer sino de servir. La solidaridad cobra importancia en la medida en que la máquina del hombre de hierro disuelve las solidaridades «haciendo de nosotros mercancías devoradoras de mercancías» (Bartra, 2014: 243).

La Gran Crisis

En los tres últimos capítulos, incluidos en la segunda edición, Bartra trabaja sobre la Gran Crisis, retomando discusiones más recientes y haciendo, de alguna forma, un análisis de coyuntura. Aunque para el autor se estaría hablando de una sola crisis, no de múltiples crisis, esta crisis es multiforme, tiene distintas dimensiones, las cuales se entrelazan entre sí: medioambiental, energética, alimentaria, sanitaria, migratoria, política, bélica y económica. Aunque desde 2008 la discusión sobre la Gran Crisis se ha centrado en su dimensión económica, para el autor estaríamos frente a un quiebre histórico, un colapso civilizatorio que no se agota en la dimensión económica. Lo que está ocurriendo sería el deterioro de condiciones naturales y sociales de producción, es la crisis del capitalismo como modo de producción, el agotamiento del modelo civilizatorio urbano industrial, es la crisis del progreso y la modernidad como paradigmas. Esta crisis no puede ser pensada de forma fragmentada, ni puede ser interpretada como coyuntural o circunstancial.

El autor hace un llamado a pensar la crisis desde los sujetos sociales, pues son los que le dan a la crisis el carácter de quiebre histórico. La interpretación que se haga de la misma va a determinar las acciones individuales y colectivas. Así, al explorar el potencial subversivo de la marginalidad, Bartra parece llenarse de optimismo al referirse a las manifestaciones en diversos lugares del mundo protagonizadas por jóvenes que ocupan las calles y los escenarios políticos, teatralizando, ritualizando y estetizando sus acciones.

El Hombre de Hierro. Límites sociales y naturales del capital en perspectiva de la Gran Crisis es, así, un texto que recorre la historia del capitalismo, haciendo énfasis en la cuestión de la resistencia. Podría considerarse como una revisión histórica del capitalismo desde abajo, teniendo como protagonistas a los sujetos subalternos, marginados, que se encuentran en las orillas del sistema y que han resistido de diversas formas al hombre de hierro. Bartra se aproxima a los movimientos sociales, a la militancia y al ciudadano común, usando un lenguaje coloquial y lleno de metáforas, sin perder, por esto, la rigurosidad académica. Realiza un recorrido por la historia, la sociología, la antropología, la ciencia política, que complementa con las ricas referencias a la literatura, al cine, al comic, a la mitología. De esta forma, parece estar neutralizando la pesada y densa carga de la temática que trata en el libro. El optimismo de Bartra parece provenir de las diversas experiencias que están teniendo lugar en México, en América Latina, y en distintos lugares del mundo, lo que explica el cuidado que tiene, a lo largo del texto, de hablar no de una sino de múltiples resistencias. Esta obra es también un llamado a la transformación. En las discusiones que suscita, sin embargo, no se profundiza en dos cuestiones que parecen fundamentales: el Estado y la democracia. Su abordaje parece ser más superficial, sin que quede claro si tendrían algún papel en la construcción emancipadora.

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