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CS

Print version ISSN 2011-0324

CS  no.30 Cali Jan./Apr. 2020

https://doi.org/10.18046/recs.i30.3846 

Reseña

El florecimiento de los “indisciplinados”

Luis Ernesto Valencia-Angulo* 
http://orcid.org/0000-0001-5331-1687

* Doctor y magíster en Filosofía por la Universidad del Valle (Colombia). Licenciado en Historia de la misma universidad. Docente universitario en la Universidad del Pacífico (Colombia). Correo electrónico: luisva5@yahoo.com ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5331-1687

Arboleda-Quiñonez, Santiago. 2016. Le han florecido nuevas estrellas al cielo. Suficiencias íntimas y clandestinización del pensamiento afrocolombiano. Cali: Poemia, 290p.


El lector tiene en sus manos un libro fascinante y de profundidad oceánica. Escrito por uno de los intelectuales afrocolombianos más importantes de los últimos tiempos, quien con una pluma llena de vitalidad, creatividad y carácter, nuevamente desafía los cánones de la academia colombiana en lo referente al campo de las ciencias sociales y las humanidades.

En seis capítulos, Arboleda-Quiñonez desarrolla el objetivo principal de su libro:

Contribuir a la reconstrucción y comprensión de las vertientes y trayectorias intelectuales, que configuran el pensamiento político afrocolombiano en sus conexiones y diálogos con la intelectualidad africana y afrodiaspórica, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, (…) hasta llegar a la década de los años 80 del siglo XX. (21)

En términos metodológicos, el autor dice haber asumido el enfoque relacional, es decir, ver el devenir del pensamiento afrocolombiano en su complejidad: en el conjunto de las ciencias sociales y humanas en Colombia, en los diferentes ambientes culturales, en la relación que tiene dicho pensamiento con las diferentes escalas (local, regional, nacional e internacional) y en la complejidad de las diferentes temporalidades. Desde las primeras páginas, el desarrollo de este objetivo es afrontado con creatividad y arrojo. La confesión del autor en el apartado llamado “Incitación” permite sostener dicha afirmación. En este capítulo se manifiesta que la frase que compone parte del título del libro (“Le han florecido nuevas estrellas al cielo”) es un estribillo que forma parte de los cantos populares afrocolombo-ecuatorianos y de la heredad colectiva presente en las diversas latitudes de la diáspora africana. En fin, es una frase que condensa no solo la riqueza presente en la ancestralidad afro, sino también los elementos de continuidad que la conforman.

Tres aspectos son de gran relevancia en este texto: el primero se relaciona con la construcción de una periodización que el autor hace (desde la década de los 50 hasta la de los 90) y que da cuenta de cómo, desde disciplinas como la antropología y la historia, se ha ido posicionando una tradición académica que ha construido al negro o afrocolombiano, construcción que el autor califica como contradictoria, pues “ilustra un juego de claro/oscuro; de inclusión/exclusión; de aceptación/negación; finalmente de afirmación de sus identidades y exclusión de parte de ellas al tiempo; es decir, de la configuración de sujetos a medias, de una reconstitución cultural escamoteada” (36). Frente a esta tradición académica, Arboleda-Quiñonez presenta la tradición de pensamiento afrocolombiano que, con gran esfuerzo y agudeza, busca abandonar su condición de marginalidad y exclusión estructural, además de evidenciar el carácter eurocéntrico y colonial de la academia colombiana. No obstante, la respuesta de la academia tradicional y hegemónica ha sido acusar a los representantes del pensamiento afrocolombiano de ser portadores de un discurso denunciativo, inmediatista y subjetivo; acusación que va de la mano con toda una política de invisivilización en la que estos representantes quedan expulsados de la legitimidad de la discusión epistémica y ética. Arboleda-Quiñonez denomina esto como clandestinización pública del pensamiento y de la agencia de los afrocolombianos como correlato de la colonialidad del poder. Es todo un ejercicio de sometimiento que consiste en proscribir y reducir públicamente (mediante diferentes estrategias o focos epistemológicos) el pensamiento/conocimiento africano y afrodiaspórico a infrapensamiento o prepensamiento. Esto explicaría el tardío reconocimiento de académicos e intelectuales como Aquiles Escalante y Rogelio Velázquez, entre otros.

El segundo aspecto tiene que ver con la contribución del pensamiento afrodiaspórico africano y de pensadores que no pertenecen a dicha tradición (pero se ocupan de ella) a dar legitimidad al tipo de intelectual que está más acorde con la experiencia de vida afrocolombiana. En este sentido, luego de revisar referentes académicos-intelectuales como el africano Ahmed Sékou Touré, el argentino Ernesto Sábato, el martiniqués Aimé Césaire y el colombiano Manuel Zapata-Olivella, Arboleda-Quiñonez concibe un punto de partida sencillo y profundo a la vez: la defensa de la vida humana y natural como gran contribución y columna vertebral de lo que define al intelectual afrocolombiano. Un mensaje que forma parte de las religiones y filosofías africanas y diaspóricas afroamericanas en contraste con la concepción occidental hegemónica moderna y colonizadora, cuyo mensaje es el control (instrumentalización) de la vida humana y natural.

Por lo anterior, se entiende que hay varias capacidades y compromisos que el intelectual afrocolombiano debe asumir: primero, el compromiso por la vida humana y natural ante el proyecto de muerte presente en los metarrelatos coloniales, modernizantes y de neoliberalismo globalizante y multiculturales. Segundo, el compromiso por su comunidad como referente que hace que el esfuerzo por superar la marginalidad sea mucho más vivo. Tercero, el compromiso con la ética del bien colectivo sintonizada con el sentido común y los intereses del bien común. Cuarto, la capacidad de ejercer su oficio a partir de las diferentes formas de lenguaje, pues un código (escritura alfabética, oralidad u otras formas) no niega a otros.

El tercer y último aspecto a resaltar en el libro se relaciona con la diversidad que constituye la tradición de pensamiento intelectual afrocolombiano. En esta se destacan tres esferas de acción y producción de pensamiento: la esfera intelectual letrada, la esfera intelectual política y la esfera intelectual del artista gestor cultural.

En la primera esfera, Arboleda-Quiñonez destaca autores como Candelario Obeso, Alfredo Vanín, Manuel Zapata-Olivella y Arnoldo Palacios, un conjunto de intelectuales cuyas obras y acciones tienen el común denominador de la desclandestinización, es decir, una política vitalista emancipadora que descansa en la convicción de que “entre más alejadas estén las comunidades afroamericanas de las autoridades del Estado, se tiene más libertad, autonomía y felicidad” (202). Convicción que forma parte de lo que el autor llama suficiencias íntimas, esto es, la capacidad de las comunidades de arreglárselas a solas, de resistir y reexistir creativamente.

En la segunda esfera, Arboleda-Quiñonez destaca la tradición de pensamiento político que él denomina como radical. Entre estos presenta a Luis A. Robles (conocido como el Negro Robles), Diego Luis Córdoba y Amir Smith Córdoba, tres intelectuales que, aunque son portadores de “diferentes énfasis ideológicos y discursivos que corresponden con los momentos específicos de cada sujeto” (233), comparten el esfuerzo por desmantelar el racismo colonial, en ocasiones acudiendo a un proyecto integracionista o a un proyecto autónomo que sin ser aislacionista propende por “la cultura propia, la cultura negra y su bastión ideológico, la negritud” (234).

En la tercera esfera, Arboleda-Quiñonez señala cuatro figuras: los decimeros Benildo Castillo y Martín Silva-Solís, Teófilo Potes y su alumna Alicia Camacho. Esta esfera intelectual de artistas y gestores culturales se caracteriza por evidenciar formas otras de pensamiento y conocimiento, esto es, la creación de distintos espacios para la reflexión, la acción y la construcción de políticas culturales identitarias que han posibilitado la movilización de la conciencia y la liberación comunitaria. Para Arboleda-Quiñonez, cada uno de estos intelectuales, pese a la indiferencia estatal, han sumado esfuerzos que han contribuido significativamente a la trasformación del campo cultural, permitiendo que este sea valorado no desde la visión de pasatiempo, sino como un campo desde donde se interpela al gobierno central, un campo desde donde se crean estrategias de conexión, narrativas que “revelan ante todo, la conciencia de la historicidad diferenciada entre las comunidades negras o afrocolombianas y el resto del país” (261).

Para concluir, me atrevo a decir que el lector está frente a un texto riguroso, agudo y cuestionador del quehacer de los campos académicos y políticos de la realidad colombiana. Un texto en el que se aportan elementos claves para un proyecto crítico de las secuelas del colonialismo y que busca fortalecer de manera genuina y creativa el diálogo, el respeto por la vida (humana y no humana) y, por ende, el respeto por la diversidad. En este sentido, se entiende la validez de exigir a la academia colombiana que amplíe su horizonte interpretativo de tal forma que comprenda que existe una tradición de pensamiento intelectual afrocolombiano. Tradición proscrita e invisibilizada no por el alcance de sus propuestas, sino por la estrechez de los marcos interpretativos eurocéntricos a partir de los cuales tradicionalmente ha sido valorada y que no hacen sino reproducir la violencia y el racismo epistémico como una de las tantas formas de menosprecio hacia los afrocolombianos.

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