SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue36Ecopolitical Mapping: A Multispecies Research Methodology for Environmental Communication author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


CS

Print version ISSN 2011-0324

CS  no.36 Cali Jan./Apr. 2022  Epub May 25, 2022

https://doi.org/10.18046/recs.i36.5344 

Artículos

Trayectorias, cruces y caminos de la ecología política feminista latinoamericana: entrevista a Diana Ojeda*

Trajectories, Intersections and Pathways of Latin American Feminist Political Ecology: An Interview with Diana Ojeda

Jesús Alejandro Garcia** 
http://orcid.org/0000-0001-5633-9722

** Universidad de California (Berkeley, Estados Unidos) Estudiante del Doctorado en Environmental Science, Policy, and Management, en la Universidad de California, Berkeley (Estados Unidos). Es politólogo con Maestría en Filosofía en la Universidad de los Andes. Su investigación doctoral combina la ecología política y los estudios sociales de la infraestructura, con el fin de analizar cómo distintas operaciones extractivas modelan y son moldeadas por los paisajes anfibios y formas de vida ribereñas de la cuenca alta del río Magdalena. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: “Foucault on Iran: the Division of History and the Revolution Otherwise” (con Carlos Manrique, en el libro Aftershocks of an Event, 2020); “‘Es la vida lo que está en riesgo’. Ontología y política de un levantamiento” (en la revista Nómadas, 2017). Correo electrónico: alejo_garcia@berkeley.edu


Nota introductoria

Décadas de neoliberalización, privatización y despojo en Latinoamérica han fraguado un mosaico de crisis y disputas múltiples, yuxtapuestas y con profundas raíces históricas. Los tiempos que corren en el continente son, por ende, los de una profunda crisis socioambiental, acentuados por la desigualdad, los efectos de la pandemia del COVID-19 y las dinámicas de brutalidad policial; pero son también, y quizá antes que todo, los tiempos de las luchas contra el extractivismo y la militarización, y los del escalamiento de la acción de redes de colectivas y movimientos sociales por la defensa y el cuidado de la vida.

En este panorama, la ecología política feminista latinoamericana se ha consolidado como una praxis teórico-política indispensable para comprender la complejidad de nuestro presente y las tensiones que lo animan, así como para cultivar la disidencia y la apertura a otros futuros posibles. En esta entrevista, Diana Ojeda, una de las investigadoras de mayor reconocimiento en esta disciplina, reflexiona sobre las trayectorias, cruces y caminos de esta praxis teórico-política en el continente. La presente conversación nos invita a pensar el carácter fundamental del género en la estructuración de las relaciones entre naturaleza y poder, la articulación de distintas violencias que sostienen el extractivismo agrario, y la proliferación de lenguajes y fuerzas vitales que siempre exceden los distintos ataques a las formas de sostenimiento de la vida humana y no humana. Esta es una mirada al quehacer de la ecología política feminista latinoamericana, con miras a la revuelta de los tiempos presentes.

Jesús Alejandro García: Diana, muchas gracias por aceptar hacer parte de nuestro número especial en la Revista CS sobre Humanidades Ambientales en América Latina. Empecemos por tu artículo "Género, naturaleza y política: los estudios sobre género y medio ambiente", que publicaste en HALAC1 hace 10 años y que se ha convertido en un referente obligado en los estudios de género y medio ambiente en el continente. Allí tú señalabas la ecología política feminista, la justicia ambiental y los análisis sobre naturaleza, cultura y poder como los 3 ejes de mayor relevancia para la comprensión de la constitución mutua entre sujetos y naturaleza. ¿ Qué caminos han seguido estos ejes durante estos 10 años? ¿Qué avances teóricos te han sorprendido positivamente y qué preguntas siguen siendo urgentes? ¿Qué nuevos ejes agregarías hoy como indispensables para entender las relaciones de género y ambiente?

Diana Ojeda: Muchas gracias por la invitación. Me parece que el tema es muy relevante y es muy interesante poderlo pensar en términos de: ¿qué pasa 10 años después? Porque además han sido 10 años que han traído el fortalecimiento de todos estos estudios sobre género y medioambiente, y en particular de la ecología política feminista latinoamericana. Yo creo que este es un campo abierto, que se alimenta de muchas tradiciones críticas de aquí, de América Latina, del Caribe, pero también del Norte global, en unos diálogos que son muy potentes y que incluyen muchas cosas que no necesariamente se llamarían a sí mismas ecología política. Yo creo que lo que nos permite movernos cómodamente aquí es saber que estamos hablando sobre naturaleza y poder, sobre eso que es político y ambiental al mismo tiempo y que no podemos separar, que no tiene sentido separarlo. Y que la separación misma es problemática porque lo que hace es no dejarnos comprender mejor lo que está sucediendo en este momento actual tan complicado, sino que, además, desde ahí hay muchas pistas para desestabilizarlo. Este momento actual de cambio climático, de destrucción ambiental en escalas masivas, un momento muy complicado también por la pandemia por COVID-19, y un momento muy difícil en términos de desigualdad y despojo en toda América Latina, y entonces creo que de ahí viene toda esta fuerza tan grande que ha ganado la ecología política feminista latinoamericana.

Para mí una de las cosas centrales en esa relación entre poder y naturaleza es la comprensión del género no como algo añadido, no como un epifenómeno de la clase, por ejemplo, sino el género como un articulador del orden socioambiental; entonces el género termina siendo -como yo le digo a mis estudiantes- como el Super Bonder que junta muchas relaciones de poder.

Sobre eso se trata el artículo de HALAC, sobre cómo el género permite ver mejor lo que está sucediendo, permite leer de una forma mucho más cuidadosa las relaciones de poder, abre posibilidades de análisis y, en esa medida, abre posibilidades para irrumpir, para cuestionar, para tumbar ese orden socioambiental actual que es tan perverso. Esos siguen siendo puntos importantes, y creo que el artículo, aunque está viejito, siempre tuvo la intención de invitar a la lectura. La intención del artículo para mí era: "si usted no se ha pillado estas cosas, es importante que las tenga en cuenta", justo porque lo estaba escribiendo a finales del 2010, en el momento de las inundaciones provocadas por el fenómeno de La Niña, un momento brutal, apabullante, que, además, estaba permeado por unas narrativas muy problemáticas del cambio climático y los desastres naturales. Entonces, el artículo empieza por decir: "si le preocupa lo que está pasando, venga y le cuento un poco".

Yo creo que todavía se sostienen esas tres líneas. Esta preocupación por la ecología política feminista, en el sentido de que el género termina siendo un factor muy importante cuando nos estamos pensando, no solo las mujeres, sino cómo ocurren esas dinámicas más grandes. Dinámicas que están superpresentes también en tu propio trabajo, Alejo, como la militarización, el extractivismo, la explotación, como que uno se queda muy corto si no las entiende desde el género. Clarísimo, por ejemplo, la militarización sin el género, pues, se cae, el género también es muy importante para entender paradigmas de desarrollo, de sostenibilidad. Pensar el género como un articulador muy poderoso de esas relaciones entre lo político y lo ambiental, lo social y lo ambiental, lo económico y lo ambiental, que no se pueden separar, me parece que sigue teniendo toda la relevancia.

La justicia ambiental, también, y de nuevo pensar en un sentido muy amplio; no solo pensar en la tradición de environmental justice, en Estados Unidos, de todos estos estudios, sobre todo de comunidades negras muy afectadas y, bueno, racializadas en general, así como también comunidades latinas muy afectadas por los cancer clusters, sino la justicia ambiental entendida en un sentido muy amplio. En eso la crítica Latinoamericana ha sido superpoderosa, porque se mueve siempre en las intersecciones entre justicia ambiental, justicia social, justicia de género, como todo este trabajo de zonas de sacrificio, que también hemos visto crecer en estos últimos años. Esta perspectiva de análisis a mí me parece que es bien potente para pensar estas problemáticas y el momento actual.

Y el tercero, quizás hoy lo llamaría ecofeminismo. En el momento de escribir el artículo, el ecofeminismo estaba muy pegado a esta esencialización de las mujeres como cuidadoras, como cercanas a la Pachamama. Y, en cambio, creo que el ecofeminismo, en la medida en que ha agarrado más fuerza en América Latina, ha empezado a preguntarte cosas muy interesantes, como la relación cuerpo-territorio y cómo cuando uno afecta el agua, el suelo, la comida y el monte se lleva por delante también, pues, cuerpos y sujetos, que están ahí también, ¿no? Y en eso también ha habido un movimiento muy fuerte.

Quizás lo que le hace falta al texto, que ahora también es muy fuerte, es todo el trabajo anticolonial de quienes están pensando el medio ambiente desde esta perspectiva. Yo creo que la ecología política feminista latinoamericana tiene una crítica muy poderosa no solo a la colonialidad del poder, no solo a la matriz colonial de dominación -porque yo prefiero usar los términos de Silvia Rivera Cusicanqui-, sino, justamente, una crítica al proyecto de modernidad-colonialidad. Esto es una crítica muy bonita que no es decolonial, es anticolonial, en el sentido en el que todo este trabajo decolonial, que ha ocupado un lugar tan importante en el pensamiento latinoamericano, se ha vuelto muy problemático, entre otras cosas, porque se olvidó de los temas del género, y esto es algo que le señala Silvia Rivera Cusicanqui a quienes han sido los principales exponentes del proyecto modernidad-colonialidad. Creo que eso sí le haría falta al artículo.

JAG: Me parece magnífico que traigas a colación la crítica anticolonial al proyecto modernidad-colonialidad, ya que uno de sus elementos centrales, si bien no el único, es una crítica a la geopolítica de los flujos de conocimiento. Hablemos entonces de las geografías de la ecología política feminista latinoamericana. La publicación del libro Feminist Political Ecology, editado por Dianne Rocheleau, Barbara Thomas-Slayter y Esther Wangari, en 1996, suele considerarse como uno de los momentos centrales en el surgimiento de la ecología política feminista. Allí, las autoras combinaron herramientas teóricas provenientes de la ecología política y la geografía feminista para proponer un marco conceptual que pusiera de relieve, como tú señalabas, que las dinámicas de género son constitutivas de los problemas ecológicos, como el cambio ecológico, el acceso y control de recursos generales, entre otros. Las autoras también dejan claro que ese marco conceptual estaba inspirado por conocimientos locales y experiencias de lucha de movimientos ambientales de base del Sur global, incluidos algunos de Latinoamérica. ¿Dónde ubicas tú el surgimiento de una ecología política feminista latinoamericana?, ¿cuáles son las cuestiones específicas que la animan? y ¿cómo hoy en día esta ecología política feminista latinoamericana interpela y se relaciona con esas tradiciones que provienen de otras latitudes?

DO: Yo creo que ahí tengo que insistir en que para mí la ecología política feminista latinoamericana es un marco amplio, donde caben muchas cosas que, sobre todo, tienen esa preocupación por la desigualdad, la injustica, por las formas de subordinación, de explotación y de dominación. Para mí, un trabajo cabe dentro de la ecología política feminista latinoamericana si cumple con esa condición. Por supuesto, no todo el mundo estaría de acuerdo conmigo, pero para mí lo que es muy importante es podernos pensar cómo dentro de la tradición de pensamiento crítico latinoamericano hay un trabajo muy poderoso desde ecologismos y feminismos, que se pueden identificar desde los setenta, y que, además, no es un trabajo que venga necesariamente desde la academia. La institucionalización de la ecología política feminista ocurre sin duda con el texto de Dianne Rocheleau, Esther Wangari y Barbara Thomas-Slater y, sobre todo, con Dianne, que es la que sigue con ese legado.

Pero hay trabajos previos que han permitido poner la pregunta por el género y que no venían necesariamente de la academia, sino que venían de movimientos sociales, de la fuerza que tiene en América Latina la agroecología, el hecho de que la cuestión agraria no se puede pensar sin mujeres. Por supuesto, si uno lo mira desde las reformas agrarias -y ahí está el trabajo de Carmen Diana Deere y Magdalena León-, pues, lo que uno ve ahí es la exclusión de las mujeres y de otros sujetos feminizados por nociones superpatriarcales de la familia, de quien sí trabaja la tierra, pues la tierra para el que la trabaja no era para quienes, sobre todo, estamos a cargo del trabajo del cuidado.

Hay una cosa muy fuerte, por ejemplo, desde Montes de María, que es donde yo he hecho más trabajo de investigación, de las mujeres como recuperadoras de tierra y ahí, por ejemplo, la figura de Juana Julia Guzmán, que era La Roba Tierras, es una figura central. Entonces, claro, mucho de lo que es la ecología política feminista latinoamericana no viene de espacios académicos, necesariamente, sino que viene de movimientos, de comunidades campesinas, indígenas y negras, y de muchas críticas, que si bien nos la presentaron de una forma supermasculinista, como por ejemplo la IAP... Pensarse la ecología política feminista latinoamericana tiene mucho de IAP, pero ese trabajo nos lo presentan como el trabajo de Fals Borda solo, con una mirada muy masculinista y salvadora, pero cuando uno indaga un poco más, era un trabajo que no solo hacían otras personas, mujeres, entre ellas Edelmira Pérez, sino que además permitía también entender otros espacios de lo político que, así quedaran en la historia oficial relegadas a un segundo plano, pues, tienen ahí mucha fuerza. Yo creo que la cuestión agraria tenía una gran participación de mujeres, de niñes, muchos de los reportes de robos de tierras, las mismas imágenes, eran un montón de niñes haciéndole ahí frente a la represión armada.

Pero también [existe] una tradición por pensarse los ecologismos latinoamericanos desde distintos feminismos: los feminismos indígenas, los feminismos comunitarios, los feminismos populares, que tienen una historia larguísima en América Latina y que siento que empiezan a coger mucha más fuerza en las últimas dos décadas. Si yo tuviera que hablar de la ecología política feminista latinoamericana creería que las últimas dos décadas son centrales y eso coincide con el extractivismo y con cómo hemos visto este nuevo empuje del capitalismo, ya no solo minero y de hidrocarburos, sino capitalismo agrario, y capitalismo agrario además que, a veces, se viste de "verde", que a veces se viste de mitigación de cambio climático, de conservación y de turismo. Creo que en los últimos años lo que hemos visto es una mayor articulación de la crítica a lo que está ocurriendo en América Latina, y eso, sin la ecología política feminista latinoamericana, no se puede entender.

Considero que es un error pensarlo desde un modelo difusionista, como decir: "Ah, es que aquí llegaron tres gringas a hablar en inglés de la ecología política feminista y nosotros le colgamos el adjetivo latinoamericana". Empezando por algo que tú ya habías mencionado, y es que el trabajo de Dianne es un trabajo que ella hace sobre todo en Kenia, pero también en República Dominicana y que, en los últimos años, ha sido un trabajo muy fuerte con comunidades zapatistas, y lo mismo para otras personas que son muy importantes para la ecología política feminista en general: el trabajo de Judith Carney, en Gambia; el de Johnny Seager, que tiene una pata en Mongolia. Entonces, pensar que Diane llegaba a República Dominicana y no aprendía nada, pues... ¿cierto que no? Es todo lo contrario, es a partir de los movimientos en Zambrana-Chacuey, a partir de las iniciativas de grupos de distintas mujeres, de las colectivas, que empieza a salir esta crítica de la ecología política feminista, y yo creo que Dianne estaría de acuerdo conmigo, podríamos llamarla [risas]. Yo creo que ella estaría de acuerdo en que su pensamiento está totalmente atravesado por esa experiencia. Hay un texto que ella tiene que es sobre los árboles, Árboles como textos y árboles como herramientas [Trees as Tools, Trees as Texts] y es brutal, es ahí, en ese momento, en el que yo siento que empieza otra historia: preguntas por la propiedad privada, preguntas por quién hace el trabajo y qué tipo de trabajo. Estaban ahí.

Entonces, creo que una mirada difusionista se cae. No solo por las tradiciones tan grandes que ya vienen en el pensamiento crítico latinoamericano y cómo permiten articular feminismos y ecologismos, pero también se cae de su propio peso, porque la ecología política feminista latinoamericana es un montón de diálogos y de formas de aprendizaje que, si bien están atravesadas por la geopolítica global, no los atraviesan sin ser visibilizados, cuestionados, subvertidos. Y una tercera razón que yo creo fundamental es, por algo de lo que ha hablado Sofía Zaragocin, que es una geógrafa ecuatoriana que hace parte del colectivo de geografía crítica del Ecuador, junto con otras diosas como Melissa Moreano, y es que ella menciona un diálogo hemisférico y cómo las críticas que se están haciendo desde feminismos populares, comunitarios, indígenas, negros, en América Latina, están en diálogos superpotentes con críticas indígenas en Canadá, que están entendiendo el extractivismo desde lugares que dialogan.

Entonces, si bien entiendo todo lo problemática que es la geopolítica del conocimiento, entiendo que esas relaciones no son entre pares, creo que una de las cosas que explica la fuerza de la ecología política feminista latinoamericana son todos esos cruces, trayectorias, genealogías, y diálogos que existen ahí y que, aún hoy, gran parte de este conocimiento, pues, no sale de las universidades. Y yo creo que mucho de lo que estamos entendiendo de la crisis del cuidado actual viene de Máxima Acuña, de Francia Márquez, de Berta Cáceres, y es desde el pensamiento de ellas que estamos dándole sentido a lo que está ocurriendo. Entonces, creo que sería absurdo pensar que es que nos cae desde Estados Unidos, y no, es mucho más grande, mucho más fuerte, tiene que ver con el movimiento feminista latinoamericano, con colectivas, con que las universidades están muy conectadas con la calle y con los movimientos en América Latina y eso es verdad, para México, para Chile, para Argentina y para Colombia, sobre todo estos últimos años.

JAG: Esta forma de plantear las trayectorias de la ecología política feminista latinoamericana, a la vez como resultado y como precursora de diálogos hemisféricos, digamos, multisituados, que son desiguales y problemáticos, pero tremendamente generativos, es muy esclarecedora, porque, de un lado, nos deja ver la relación entre su devenir histórico y geográfico y, de otro, nos señala las direcciones en las que la ecología política feminista latinoamericana está haciendo contribuciones importantes. Me gustaría que profundizáramos en algunas de esas contribuciones.

Tu trabajo, junto con el de otras pensadoras latinoamericanas como Rocío Silva Santisteban, Maristella Svampa, Astrid Ulloa, Verónica Gago, por mencionar algunas, ha liderado los análisis sobre las dinámicas neoliberales de despojo y nuevas disputas ecoterritoriales en Latinoamérica. El trabajo de ustedes ha sido central para entender cómo la producción de diferencias basadas en género, en articulación con sistemas de dominación basados en raza, etnia, y clase ha sido fundamental en el despojo de tierras y agua, el asalto a las formas de reproducción social y la creación de nuevos enclaves minero-energéticos, pero también en la resistencia contra esas mismas dinámicas, en la defensa de la vida y los territorios, y las luchas por la justicia ambiental. De allí han surgido conceptos de gran calado como extractivismo y territorio. ¿Cuáles son las inquietudes y las apuestas teórico-políticas que alimentan esos conceptos? ¿Cuáles son los límites de esos conceptos y, sobre todo, cuáles son los límites que tú le ves al concepto de territorio para pensar esas formas de resistencia frente al extractivismo?

DO: ¡Ay, no! Gracias por esta pregunta. Creo que es una pregunta difícil porque son conceptos que están en construcción y que poder dar una respuesta a, por ejemplo, "Dame una definición de territorio", pues es una respuesta que toca ir y mirar el contexto específico; de lo contrario, terminan siendo conceptos que van perdiendo su fuerza explicativa, porque necesitan ser cualificados y entender cómo se está movilizando y cuáles son sus efectos. Extractivismo creo que ha ganado mucha fuerza y por eso hay que tomárselo en serio. Creo que extractivismo está en el lenguaje político de muchas formas de organización comunitaria, de movimientos sociales de base, está ganando mucha fuerza y, si nos ponemos a ver qué significa, pues empieza uno como a tambalear un poco, porque entonces casi siempre se define en función de la descripción de sus efectos. Es decir, el extractivismo destruye la naturaleza y tiene unos efectos sociales devastadores, más allá del simple hecho de que las ganancias se van para fuera y no se quedan en las comunidades locales, pero ¿en qué se diferencia del capitalismo? ¿Hay extractivismo no capitalista? Esa también puede ser una pregunta, y yo creo que ahí podemos pensar en régimen de plantaciones. Sí, habría que pensarlo de una forma muy detallada y muy situada. Lo que sí me parece es que tiene mucha fuerza política como para ignorarlo y para no meternos en esa discusión.

Entonces a mí me gusta centrarme en que extracción tiene que ver con captura de valor, que captura de valor nos hace pensar no solo en la naturaleza que está siendo apropiada, explotada y empacada para mandar a otro lugar, sino que nos hace pensar en el trabajo, entonces qué pasa con les trabajadores que son quienes llevan esto a sus espaldas, cómo, además, trabajadores y comunidad no pueden separarse, ¿cierto? Y esto es algo que le he escuchado en su trabajo a Andrés León Araya, a Jun Borras, a Tania Li, un llamado a pensar qué está pasando no solo con la comunidad, sino con quienes trabajan allí, que a veces se nos olvida, quizás por setentero, por marxista, porque ser sindicalista en un país como Colombia pues es llevar una mira en la espalda. Eso está presente, por ejemplo, en el trabajo de Ángela Serrano, y todo esto nos permite volver a la pregunta sobre la captura de valor. Sandro Mezzadra y Verónica Gago nos hacen la pregunta de cómo funciona el extractivismo en sus distintas piezas y cómo la financiación es parte del extractivismo... Entonces, bueno, es un concepto que todavía podemos trabajar muchos más y debemos seguir haciéndonos la pregunta de qué ganamos si hablamos de extractivismo y no de otra cosa.

Para mí sigue teniendo sentido pensar en despojo. Y despojo desde cómo ha sido conceptualizado y analizado en distintos contextos. No solo pensando acumulación por despojo, ¿no? David Harvey, que es donde nos vamos de una, sino también tratar de analizarlo de una manera más cuidadosa, y en eso la ecología política feminista latinoamericana ha sido clave, porque lo que ha puesto en el centro es la crisis en el sostenimiento de la vida, cómo lo que hemos estado viviendo es precisamente un ataque rampante al sostenimiento de la vida, y ahí la pregunta por despojo es fundamental para entender extractivismo y las crisis actuales.

Y, bueno, territorio también es otro de esos conceptos que tiene una gran fuerza política desde movimientos y círculos que van mucho más allá de la academia y, para mí, es un concepto difícil, muy difícil, porque también es un concepto que se volvió una herramienta fundamental de multiculturalismo oficial estatal. Entonces, el territorio es el lenguaje del que se puede hablar ahora porque hay otros lenguajes políticos que se cerraron. Se puede hablar de defensa del territorio, pero no de lucha por la tierra, para el caso concreto de Colombia, y se asume, además, que comunidades campesinas no tienen territorio. No tenemos Zonas de Reserva Campesina, o sea, existen, pero tú sabes el lugar político tan difícil que ocupan en Colombia. Entonces, yo no sé si el territorio puede rescatarse de ese lugar.

Pero, bueno, hay análisis superpoderosos del territorio, por ejemplo, el colectivo de miradas críticas al territorio desde el feminismo que -ahí hacen parte Mar Daza, Delmy Tania Cruz, entre otras compañeras- es una mirada que estalla absolutamente esa versión hegemónica del territorio que es tan complicada y que permite conectar con lo que los feminismos comunitarios han llamado el cuerpo-territorio, o con lo que los feminismos negros han trabajado un montón sobre estas cargas en el cuerpo y estos efectos en el cuerpo que llevan cuerpos racializados. Entonces, creo que, de nuevo, son conceptos para seguir pensando y seguir dándole vueltas y que, pues, hay mucho trabajo para hacer desde las ciencias sociales.

JAG: Una cosa que me parece muy pertinente del concepto extractivismo frente a, digamos, el concepto de extracción es la manera en que ha tendido puentes de diálogo muy claros entre movimientos sociales que el multiculturalismo neoliberal de base identitaria tiende a segregar. Movimientos campesinos, movimientos indígenas, movimientos de comunidades negras, pero también ambientalistas, feminismos populares, movimientos de jóvenes urbanos, académicas y académicos de distintas disciplinas, ONG, etc., han encontrado y han hecho de las disputas contra el extrac-tivismo un espacio de articulación de luchas socioambientales muy amplio a nivel latinoamericano. Eso tiene, además de su riqueza política que tú ya señalabas, una riqueza analítica tremenda, ya que nos permite entender las conexiones entre distintas problemáticas socioambientales, así como ver la dimensión socioambiental de problemáticas que, a veces, no se perciben de esa manera.

En esa misma línea, me gustaría que habláramos de la articulación entre extractivismo y militarismo. En Colombia, tu trabajo ha sido una fuente de inspiración para quienes nos esforzamos por comprender la manera en que las prácticas de securitización estatal, militarización y paramilitarización han estado estructuralmente relacionadas con el extractivismo y con las dinámicas neoliberales de despojo. En tu trabajo en Montes de María y en el Parque Tayrona, has mostrado cómo esas prácticas, lejos de generar un ambiente de paz y seguridad, engendran cartografías profundamente desiguales, en las que espacios de inversión, extractivismo, conservación neoliberal y turismo son sostenidos por la producción de espacios de despojo, exclusión y criminalización. ¿Qué rol juega la producción y reproducción de relaciones de género en la constitución y configuración de estas geografías desiguales de la militarización, la paramilitarización y el extractivismo?

DO: Todo que ver, en verdad. Bueno, creo que tiene gran poder esta cosa de movilizar una versión de seguridad hegemónica, que va muy de la mano con pensar que el extractivismo es un destino manifiesto: que no hay otra cosa, que sin minería no se puede, que sin monocultivos, que sin que las empresas estén a cargo del campo NO se puede. Y eso se replica en muchos ámbitos y creo que, además, estuvo en el centro de la fallida implementación de los acuerdos de paz, porque, a pesar de que el punto uno de los acuerdos es repoderoso, no cuestiona el modelo extractivista del campo, la propiedad privada, los mecanismos desde los que se decide que la vocación del suelo de un lugar es extractivista. ¿¡Pero a quién se le ocurrió que esta es la forma de alimentar a la gente!? Y, bueno, la pandemia nos puso en la cara los problemas tan serios de ese sistema alimentario.

Además, esas ideas hegemónicas de seguridad están superbasadas en nociones de género muy complejas. En mi trabajo en el Tayrona, era clave para mí que lo que se movilizaba era una figura superpatriarcal del Estado y una idea de seguridad para muy pocos, porque hombres con armas hacen sentir seguros, pues, a 3 personas, o sea, en realidad hay que ser de clase media o más, hay que ser blanco, cis hetero, no tener pelo punkero, no ser mujer, no ser gay, ¿cierto?, hay un millón de cosas que hay que no ser para que el hecho de que una ciudad este militarizada lo haga sentir a uno bien. Entonces, no es solo una seguridad superdesigual, para muy pocos cuerpos, que de nuevo no son cuerpos racializados, no son cuerpos feminizados, pero que además está basada en esta idea superpatriarcal de que uno, a cambio de protección, entrega todos sus derechos, entonces uno entrega el derecho a hablar, a quejarse, el derecho a decidir sobre su vida; muchos derechos a cambio de que me cuiden, porque uno necesita ser cuidada.

Y sobre esto ha escrito cosas hermosas Cindi Katz, por ejemplo, que dice que cuando llegan los militares a un lugar lo que activan es la idea de que son necesarios. Cuando el ESMAD llega a reprimir una marcha, lo que nos hace pensar es que la marcha se va a salir de control, pero cuando uno ve la historia es superdistinta, quien calienta el parche, pues, es casi siempre el ESMAD, y eso lo hemos visto en temas de violencia policial. También está el hecho de que la violencia política tiene un componente de género superfuerte y eso, con Las Tesis, fue algo muy claro, y también lo vivimos mucho en el paro y lo seguimos viendo. Y es que la violencia policial y de la represión armada tiene un componente fuertísimo de género, por eso las torturas, las humillaciones, las mutilaciones están atravesadas por esas lógicas de lo femenino como inferior y de lo masculino como superior, lógicas superhetero que, bueno, sobre eso también se han escrito muchas cosas superdolorosas de ver.

Pero, además, en términos superconcretos del trabajo que he hecho más reciente en Montes de María, es claro cómo la violencia de género está muy amarrada a las lógicas de acaparamiento de tierras, a esas lógicas de paramilitarización y militarización de los distintos lugares. Eso está en un trabajo que hicimos con Eloísa Berman, donde analizamos las geografías ordinarias de la violencia; cómo la casa, el agua, la comida, el cuerpo mismo de mujeres y niñas es una pieza fundamental en esa violencia que es paramilitar y que, al mismo tiempo, es extractivista. Y está también en otro trabajo que escribí sobre extractivismo agrario en Colombia, que busca entender el lugar que ocupan las mujeres, cómo ocupan los márgenes de los márgenes de estas economías extractivistas, cómo sin su trabajo no se logra esa captura de valor y cómo la implementación de cultivos de palma aceitera en Montes de María se da gracias a mucha violencia basada en género.

Esas desigualdades de género no solo alimentan el extractivismo, sino que son también un resultado. La mayor presión para conseguir comida, la mayor presión ambiental solo se traduce en jornadas más largas de trabajo de cuidado para mujeres y niñes, y otres sujetes feminizades quienes se encargan de estas labores, pero, además, como aumenta la dependencia hacia quienes sí mantienen un empleo asalariado, pues las hace más vulnerables a tipos de violencia basadas en género, como violencia física o sexual; que es justo lo que hemos visto con la pandemia, los trabajos que se perdieron son los trabajos llevados a cabo por mujeres, y quienes han sufrido lo peor en términos de la violencia de los confinamientos han sido mujeres, niñes y disidencias sexuales, que quedaron atrapades en sus casas con el agresor. Estamos en unos tiempos brutales para ver cómo se articulan de muchas maneras la violencia política, la violencia extractivista y violencia basada en género.

Algo muy importante para entender esa conexión es que sostener la vida se vuelve una hazaña, porque en sus cruces todas esas formas de violencia dejan esta idea de que la vida no vale nada, y no todas las vidas. Justamente, porque designa vidas eliminables, lugares fumigables con glifosato, designa cuerpos que si se mueren no pasa nada, ¿cierto? A propósito del año de la masacre de los niños en los cañaduzales de Llano Verde, el trabajo de Lorena Arias, por ejemplo, es sobre los cañaduzales como lugares de muerte, y de muerte de muchas maneras: no solo está la muerte literal de la violencia directa, está la muerte del envenenamiento por gliffosato y por otros pesticidas y agrotóxicos que se usan todo el tiempo, está la muerte -como la llama Ruthie Gilmore-, esa condena anticipada a la muerte, ¿no?, que es una muerte prevenible, pero que además es muerte prematura, que es uno de los elementos de la definición de racismo que señala Ruthie Gilmore en sus geografías abolicionistas, que son superpoderosas. Es la muerte en el sentido político, es la muerte porque pues sí, si tu vida no vale lo que tienes para decir pues muchos menos, es la muerte del hambre y eso me hace pensar también en el trabajo de Nancy Scheper-Hughes, de la muerte sin llanto, de tener que escoger quién come y a quién dejas morir porque no alcanza la comida. Todas estas muertes que se acumulan y que, por supuesto, nos hablan de procesos atravesados por el género, por la raza, por el poder colonial, y que dejan, además, superclaro que el capitalismo es incompatible con el sostenimiento de la vida.

Para mí es muy útil pensar esa articulación desde lo que Francia Márquez denominó la política de la muerte. Yo creo que cuando ella habla de la política de la muerte, habla justamente de esa violencia que, además, no es accidental, que es una violencia histórica, sistemática, arbitraria, despiadada en todos sus niveles.

Pensaba en la película La tierra y la sombra, que muestra esa muerte en tantos niveles: la del hambre, la de la salud, la de que te quiten la tierra, la de la angustia de cómo sostener la vida; y que tiene, además, conectada la militarización y formas de ecofacismo que empezaron a salir con la pandemia, pero que ya las habíamos visto en otros momentos, ¿cierto?

En el trabajo de Betsy Hartmann, por ejemplo, ella habla clarísimo sobre cómo el cambio climático se vuelve una forma de militarizar zonas enteras de África, bajo la idea de criminalizar unos potenciales migrantes ambientales, unas cosas que ella viene diciendo desde hace décadas y es el precio altísimo que tienen estas políticas, que son, además, totalmente neomalthusianas. Además, no solo eso, sino que quien tiene la culpa son las mujeres y sujetos gestantes empobrecides, racializades del Sur global, y cómo son los culpables del daño ambiental y cómo la solución termina siendo otra vez la misma: hay que reciclar, hay que comprar un cepillo de bambú, hay que no tener hijes y montar en bicicleta. Hagamos todo, pero ahí no está la respuesta, digamos, de ahí no vamos a salir solo con eso.

Estas formas de ecofascismos, para mí, han sido impresionantes, porque la primera respuesta para el COVID fue militarización. Lo primero que pasó fue militarizar las calles. En Bogotá, recuerdo el helicóptero y su sonido abrumador todo el tiempo, drones con termómetros para medir dónde era que estaba la gente con fiebre, mandaban al ESMAD a entregar mercados, mientras el mismo ESMAD desalojaba gente porque no podían pagar sus arriendos. Y este paisaje tan doloroso de los trapos rojos, que son los trapos que muestran hambre en las ventanas, y cómo Bogotá era un montón de trapos rojos mientras el helicóptero estaba encima. Entonces la violencia policial, como en la militarización, termina siendo la forma supuesta de garantizar la vida, la salud y la seguridad. Semejante máquina de muerte. Una contradicción absoluta.

JAG: Entonces hablemos un poco del COVID y del momento histórico que atraviesa Colombia. El COVID no solo hizo evidente la vinculación entre violencia basada en género, militarización, brutalidad policial, sino que vino a articularse y a alimentar una inconformidad social que venía creciendo. En noviembre de 2019, poco antes de la pandemia, se llevó a cabo el Paro Nacional 21N, una de las movilizaciones sociales más grandes del país en años recientes y, en medio de la pandemia, en abril de 2021, se celebró el Paro Nacional 28 de Abril, la movilización social y política más grande de la que muchos tengamos memoria y, sin duda, una de las más grandes de los últimos 50 años en Colombia: dos meses completos de paro de varios sectores económicos y organizaciones sociales, marchas multitudinarias en varias ciudades y bloqueos de carreteras por todo el país; todo esto, por supuesto, alimentado por la desastrosa gestión que el Gobierno nacional le dio a la pandemia y detonado, en última instancia, por una propuesta de reforma tributaria que pretendía extender el impuesto del IVA a los alimentos de la canasta familiar.

Algo que me ha llamado poderosamente la atención del Paro del 28 de Abril fue la respuesta macabra del Gobierno y la Policía Nacional, que, en medio de una pandemia respiratoria, lanzaron un ataque químico basado en el uso indiscriminado de gases lacrimógenos -algunos de ellos vencidos- contra protestas, en su gran mayoría pacíficas, y especialmente contra barrios residenciales. A través de redes sociales vimos centenares de fotos del ESMAD lanzando gases lacrimógenos dentro de los conjuntos residenciales, dentro de casas y apartamentos en Bogotá, Cali, Medellín, Pereira, Popayán; fotos de familias forzadas a evacuar sus casas con sus hijes y adultes mayores en medio de gases, ataques respiratorios y una pandemia letal, buscando y compartiendo leche o vinagre con los vecinos para recuperar la respiración. La pregunta que quiero hacerte es la siguiente: ¿qué tanto de este ataque químico-biológico que constituye el uso indiscriminado de gases lacrimógenos en medio de una pandemia respiratoria corresponde a la acentuación de una dinámica que ya conocíamos de brutalidad policial y de ataque rampante a las formas de sostenimiento de la vida y qué tanto obedece a que estamos transitando en dirección de algo enteramente nuevo, pero que está aún por definirse de manera más clara en el horizonte? Dicho de otra manera, ¿estamos frente a la acentuación de un fenómeno de largo alcance o estamos también frente a la emergencia de una nueva forma de gobernar las poblaciones en la cual el ecofascismo está empezando a comandar el set de estrategias de gobierno?

DO: Siempre hay que tener cuidado con las narrativas de lo nuevo porque, incluso, por supuesto que la pandemia por COVID-19 es una pandemia nueva, sin precedentes, como que nos pone de frente a unas realidades distintas, pero al mismo tiempo no, ¿cierto? No es la primera pandemia, lo que pasa es que el ébola tuvo, digamos, su lugar en regiones específicas de África; lo que pasa es que el SIDA se llevaba sobre todo a hombres gais, aunque, bueno, no solamente, pero así es como nos la pintaron; el zika, también. Cuerpos racializados, sobre todo este efecto en cuerpos gestantes y mujeres, especialmente en espacios rurales, como lo muestra muy bien Claudia Rivera Amarillo en su trabajo. Entonces, es como que hemos tenido pandemias, pero sectorizadas, y como son sectorizadas entonces, quizás, por eso son menos visibles.

Creo que cuando hablamos de lo nuevo de la pandemia y de estas nuevas formas de fascismo, no se nos puede olvidar lo que ya vivieron estas otras personas, como, por ejemplo, el trabajo de Fernando Ramírez, que es sobre hombres que tienen sexo con hombres en los ochenta y noventa en Bogotá. Allí se ve, justamente, cómo represión, violencia policial y fascismo están muy ligadas a ideas del contagio, de la salud, que son muy brutales y que, de alguna manera, vimos volver otra vez. Entonces, yo creo que no necesariamente se trata de cosas enteramente nuevas, sino de rearticulaciones y reconfiguraciones de algo que ya estaba allí. Lo mismo con la violencia policial, pues el ESMAD que le cae a la gente en Ituango y cuando el ESMAD le cae a las mujeres lideresas en los Montes de María, cuando cierran las compuertas de ese distrito de riego es muy parecido a lo que vimos, lo que pasa es que creo que sí hay una cosa como, ¡uf...!, sin precedentes: lo que vimos en términos de abuso policial que hasta el día de hoy todavía recibimos noticias de Puerto Resistencia, del Portal de las Américas, todavía allanamientos, todavía no aparecen estudiantes, todavía asesinatos de jóvenes, mujeres y hombres, que habían sido, quizás, menos visibles, tal vez, puede ser eso, ¿no?

Yo me acuerdo de que cuando empecé a ver esas imágenes del 28 de abril eran como la operación Orión, pero, pues, en muchos lugares al mismo tiempo. No era como que no hubiera pasado la operación Orión antes, no era como que no estuvieran esas camionetas desapareciendo gente en el gobierno de Turbay, bajo la lógica del "enemigo interno", no era como que no supiéramos ya del nivel de violencia política. Pero sí, definitivamente creo que sí, que, mejor dicho, si toca pensarlo más, lo que tú decías, hasta ahora lo estamos procesando. Yo siento que todavía no he terminado de entender muy bien qué está pasando, pues, porque, además, ha sido apabullante, ha sido como muy difícil vivirlo, además, en vivo, en directo, 24/7.

Creo que toca pensarlo mucho más y que toca ligarlo con la fallida implementación de los acuerdos de paz, y es que, al mismo tiempo, lo que estamos viendo es asesinatos de firmantes de paz y sus familias, y de líderes y lideresas. Y no solo asesinatos, sino amenazas de muerte y otras formas de violencia en las cuales se castigan a cuerpos feminizades y a mujeres, que son muy específicas, y es que a veces matar una mujer no vale ni la bala, pero entonces puedes hacer otras cosas para amenazarla, para callarla, casi siempre con violencia vicaria, con violencia sexual. Se utilizan otros tipos de violencia que no son solo el asesinato, que es lo que termina estando dentro del conteo. Entonces, creo que no son solo cosas totalmente nuevas, pero que sí hay una nueva dimensión, un nuevo alcance que es acongojante y que no terminamos aún de entender.

JAG: Otra cosa que se ha hecho evidente, en esta coyuntura histórica del COVID y el auge de protestas en Colombia, es un nuevo alcance de las redes de colectivos que están, justamente, al frente de la defensa de la vida y del sostenimiento de la vida. Durante las épocas más duras de confinamiento por el C OVID, por ejemplo, fue muy claro que redes de colectivos y de organizaciones feministas, que ya existían y que han venido trabajando por décadas en los barrios populares de las grandes ciudades, escalaron su capacidad de movilización de una manera tal que les permitió ponerse al frente del recaudo autogestionado y distribución autónoma de comida en Bogotá, en Quito, en Santiago de Chile. Y también se constituyeron redes de cuidado de la vida muy difusas, enteramente nuevas, quizá efímeras, no lo sabemos, pero que, por ejemplo, pusieron en el centro el cuidado de personas mayores que viven solas y que, por el confinamiento y su alta vulnerabilidad, no podían salir a comprar medicamentos o comida. Y algo similar pasó durante el Paro del 28 de Abril, ¿no? La constitución de Primeras Líneas de jóvenes, de madres cabeza de familia, de abogados, hasta de sacerdotes, por todo el país, para defender las marchas y los plantones de los ataques del ESMAD; la creación de prácticas de documentación y registro unificadas para visibilizar los abusos policiales y para prevenir las detenciones ilegales.

Todo esto nos muestra que, si están bajo ataque las formas de sostenimiento de la vida, también existen unas redes de sostenimiento que son fuertes, y que si el asalto a las formas de la vida da un nuevo paso y adquiere un nuevo alcance es porque quizá esas redes y otras nuevas se están reconfigurando y tomando también nuevos alcances. Sobre eso, entonces, quisiera preguntarte: ¿qué potencialidad ves tú en esas políticas comunitarias del cuidado y qué rumbos crees que pueden tomar esas redes del cuidado de la vida?

DO: Sí, yo solo voy a añadir un poquito, porque creo que tú ya lo habías dicho. Quizás también por eso el nivel de represión y el alcance de la represión, y es porque igual nos seguimos juntando, igual seguimos sosteniendo la vida, que con ollas comunitarias o transferencias de plata se logra también apoyar esos distintos movimientos, que son formas de organización política. La represión no nos puede dejar olvidar que hubo un estallido gigante que dijo "esta forma de atacar el sostenimiento de la vida es perversa y no va más", ¿cierto? Es que ya la gente no da más. Y tal vez sí, solo añadiría eso, la importancia de las ollas comunitarias, las asambleas barriales.

Pero también uno de los puntos claves con la pandemia ha sido y fue, sobre todo en el comienzo, la justicia reproductiva y la justicia sexual, y es que de los medicamentos que escasearon primero fueron los medicamentos para abortar y muchos de los servicios que fueron más difícil de acceder, pues, eran justamente los servicios de aborto y a pesar de eso seguimos... se sigue abortando, se sigue comiendo, se sigue cuidando, porque no hay otra forma de defender la vida. Que, además, no es cualquier vida, es una vida vivible, que vale la pena y es una vida digna. Creo que ni la pandemia ni el ESMAD ni los militares pueden borrar todos esos esfuerzos y esas formas de organización de un momento para otro. Lo que pasa es que son las más subvaloradas, las más invisibilizadas, las más precarias que, además, son montones de mujeres, niñes y otros sujetos feminizades sosteniendo el mundo en medio de lo que parecería totalmente imposible de hacer.

JAG: Bueno, ya que estamos hablando de salud me gustaría transitar en dirección del trabajo que estás desarrollando, con una red amplia de académicas, sobre los vínculos entre la salud humana y la salud ambiental, y su naturaleza multiescalar. La pandemia del COVID es un claro ejemplo de la manera en que fenómenos localizados de destrucción ambiental están estructuralmente conectados con fenómenos globales que pueden desencadenar crisis de salud pública igualmente globales, pero que se hacen patentes en cuerpos y geografías particulares, y que, además, son intensificados por dinámicas de desigualdad socioambiental. La pandemia es un excelente ejemplo, pero está lejos de ser el único. ¿Qué nos dice la salud, en tanto vínculo socioambiental, sobre las relaciones entre humanos y no humanos con quienes cohabitamos los ecosistemas? ¿Y qué retos implica la multiescalaridad que atraviesa la salud, en tanto vínculo entre humanos y no humanos para las luchas por la reproducción y del cuidado de la vida?

DO: ¡Ay! Esa es una pregunta muy importante, porque sí creo que ha habido un cambio de paradigma, de pensar la salud humana como algo separado de todo lo demás, y está este otro nuevo marco, que, incluso, yo diría ya es el marco de organismos multilaterales y de agencias de desarrollo, que es el de la salud planetaria. Ese marco sigue esta idea de que es una salud y de que la salud planetaria tiene que ser entendida de esta manera, que no podemos separar humanos y no humanos en esto. Y creo que el COVID, para pensar esto, claramente es superrelevante: deforestación, nuestra forma de producir y transportar alimentos está conectada con pandemias, pero también con cambio climático, los incendios que estamos viendo en Cataluña, California, las tasas de deforestación brutales en Brasil, las inundaciones en lugares como Mocoa, pero también en Centroamérica.

Entonces creo que sí nos obliga a repensarnos esa versión hegemónica de la salud. Y que, además, nos obliga, necesariamente -a mi modo de ver-, a cuestionar el modelo capitalista, pero también sus amarres con el patriarcado, sus amarres con el racismo, sus amarres con el colonialismo. Hemos visto que sí, que incluso médicos, epidemiólogas, están pensando esto muy en serio, por ejemplo, el trabajo de Fabián Méndez, Irene Vélez Torres de UniValle, pues, es clave, porque están, justamente, pensando esta idea de ecosalud, de que la salud tiene que ver con la ecología, tiene que ver con esas redes enredadas. Pensando también un poquito con Dianne Rocheleau, desde la ecología política feminista y de la ecología política feminista latinoamericana -han estado ahí muy presentes-, la pregunta por cómo no se puede separar el daño que le haces a un lugar del daño que les hace a los cuerpos que están allí y que producen ese lugar, y que son producidos por ese lugar.

Mi investigación actual sobre gliffosato tiene esa pregunta por la salud en el centro. Sobre cómo, como nos dice el feminismo comunitario, si se daña el territorio, se daña el cuerpo, se daña la tierra: no se pueden separar. Esto está muy presente en el trabajo de la Asociación Herrera, de Guisella Lara Veloza, Juliana Flórez, pero también de Eliana Carrillo sobre mujeres y defensa del agua. Es volver a la noción de cuerpo-territorio desde Lorena Cabnal, Delmy Tania Cruz, Catalina Quiroga, entre otras. En nuestro trabajo nos interesa pensar cómo los paisajes del despojo del glifosato son también paisajes del envenenamiento que tienen que ver con geografías profundamente desiguales, resultado de una política agraria revanchista. Esto todavía lo estamos pensando, pero sabiendo las muchas dimensiones de la vida que se afectan cuando el capitalismo no se negocia, ni con los acuerdos de paz ni con la pandemia, al contrario, parecería salir renovado.

JAG: Para concluir, Diana, en tu trabajo, la ecología política feminista latinoamericana ha encontrado un puente muy interesante entre el quehacer académico-político y formas de hacer que uno podría llamar artísticas, como la novela gráfica. Estoy pensando particularmente en Caminos condenados, la novela gráfica basada en tu investigación "Paisajes del despojo en Montes de María", que narra la lucha de Lucía, una campesina de Montes de María, junto a otros campesinos de la región, por defender sus modos de sustento de las empresas y terratenientes del agronegocio que se beneficiaron de la desmovilización y expropiación agenciada por la violencia paramilitar. Cuando leí Caminos condenados me pareció una ventana sensible, directa y muy poderosa a los regímenes de terror, de desposesión y de toxicidad que el agronegocio configuró en la zona de Montes de María. ¿Qué te llevó a ti a acercarte a esa intersección? ¿Cuál es la riqueza de las metodologías basadas en el arte para pensar y conceptualizar los problemas acuciantes de militarización, de desposesión y de toxicidad de los que venimos hablando? ¿Cómo puede fortalecerse esa intersección entre la ecología política feminista latinoamericana y el quehacer artístico y de las humanidades?

DO: Pues yo creo que gran parte del conocimiento que produce, y de las iniciativas políticas sobre ecología política feminista latinoamericana, pues, no vienen de lo académico, de los círculos académicos; eso es solo una parte chiquita. Mucho viene del movimiento, mucho viene de artistas, de grafiteros y grafiteras, cantantes, miles de formas distintas que tienen una tradición muy larga en América Latina también. Entonces, creo que, de alguna manera, es apenas lógico que si vamos a dar la pelea la demos usando todos los lenguajes posibles. Y, bueno, hay muchos antecedentes, pero yo creo que para mí es muy importante entender que estas otras formas de conocimiento, estos otros lenguajes en los cuales uno puede hablar, entre los cuales el lenguaje gráfico es uno, pues no pasa por difusión ni por simplificación. Es decir, no es esta idea de que hay que hacerlo más fácil para que gente que no sabe pueda leer. La idea es más bien hacerlo llegar a otros espacios.

Creo que hay que usar distintos lenguajes, porque distintos lenguajes mueven distintas cosas, y así como el lenguaje académico es muy importante para mover discusiones teóricas y analíticas -y yo sigo creyendo que ese sigue siendo un espacio de disputa importante-, pues, creo que también hay otros. Entonces Caminos condenados nace de leer novelas gráficas de guerra como Persépolis, está el trabajo de Gipi en Italia y, bueno, por supuesto el antecedente de la Historia gráfica de la lucha por la tierra en la Costa Atlántica, que es uno de los cómics que sacó la IAP en 4 entregas. Pero, de nuevo, para mí no era esta idea de que hay que contarle a las y los campesinos su propia subyugación y quitarles la venda que. claro, es una idea que habría que entender situada en su momento histórico, pero que tiene mucho esta idea del salvador o de alguien que puede enseñar algo. Por el contrario, se trataba más bien de poder estallar ese lenguaje y mostrar otras cosas. Entonces una de las cosas que tiene Caminos condenados, que es superlinda, son los saltos de tiempo entre pasado, presente y futuro; tiene los silencios, esos momentos que a uno lo desgarran y que dibujados tienen mucho más sentido o, por ejemplo, otra cosa, pues, es el sonido de la palma sobre la teja de zinc. Eso en un cómic uno puede mostrarlo, pero en un artículo académico no. Entonces era como, de alguna manera, usar otras herramientas.

Después de Caminos condenados, trabajamos en Recetario de sabores lejanos, que son 8 recetas, y cada receta busca jalar, justamente, estas historias de violencia, de despojo, de extractivismo, a través de la comida. Y ahí, pues, era otra cosa, era también como acercarnos al fogón, a la barriga, a esas cosas que, además, son lo más cercano al corazón. Para mí, comer, cocinar, es superimportante, porque son esos momentos donde el sostenimiento de la vida se hace superclaro, pero, además, donde me conecto con mi abuela, como con una red de responsabilidades que van más allá simplemente de qué quieres comer o cómo lo preparas, pero que tienen que ver con ante quién eres responsable, y creo que eso, para mí, eso es superbonito de la comida. Entonces, el recetario tenía eso.

Ahora estamos trabajando con Daniel Ruiz en un libro ilustrado que se llama Belicopedia, y es una enciclopedia ilustrada de la guerra en Colombia y tiene 28 entradas, de la A a la Z, y cada entrada trata de ampliar, justamente, ese lenguaje, tratando de entender los amarres entre humanos y no humanos en la guerra. Entonces, está la J de jaguar, la R de río, la T de territorio, como tratando de dar otras entradas posibles. Y la diagramación y la parte gráfica están muy bonitas. Y, bueno, como tratar de usar lo que tengamos a la mano para poder, justamente, entender mejor estos momentos actuales, y transformarlos, porque esto sin grafiti, por ejemplo, esto sin serigraffía, esto sin tantas otras formas, pues, sería impensable. Mucho del pensamiento crítico, de la movilización política y de la transformación de la movilización política misma pasa por ahí, necesariamente.

* Realizada el 17de agosto de 2021. Diana Ojeda es profesora asociada del Centro Interdisciplinario de Estudios del Desarrollo (CIDER), de la Universidad de los Andes (Colombia). Es economista e historiadora de la Universidad de los Andes, y tiene Maestría y Doctorado en Geografía de Clark University (Estados Unidos). Su trabajo combina la ecología política, la geopolítica feminista y los estudios de la ciencia y la tecnología en el análisis del acaparamiento y despojo de tierras, destrucción socioecológica y la violencia estatal en el Caribe colombiano. Entre sus más recientes publicaciones se destacan: “Social Reproduction, Dispossession, and the Gendered Workings of Agrarian Extractivism in Colombia” (en el libro Agrarian Extractivism in Latin America, 2021); “Malthus’s Specter and the Anthropocene” (con Jade S. Sasser y Elizabeth Lunstrum en la revista Gender, Place & Culture, 2020); “Formaciones actuales de lo campesino en América Latina: conceptualizaciones, sujetos/as políticos/as y territorios en disputa” (con Maite Yie y Jennifer Devine en Antípoda, 2020), entre otras. Correo electrónico: dc.ojeda@uniandes.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2009-8060

1 Historia Ambiental Latinoamericana y Caribeña (HALAC) es la revista de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental.

Cómo citar/How to cite García, Jesús Alejandro (2022). Trayectorias, cruces y caminos de la ecología política feminista latinoamericana: entrevista a Diana Ojeda. Revista CS, 36, 345-365. https://doi.org/10.18046/recs.i36.5344

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons