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Universitas Medica

Print version ISSN 0041-9095On-line version ISSN 2011-0839

Univ. Med. vol.60 no.3 Bogotá July/Sept. 2019

https://doi.org/10.11144/javeriana.umed60-3.sabe 

Artículos originales

Desigualdades entre mujeres y hombres mayores y menores de setenta años. Encuesta Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE) Colombia 2015 a

Cecilia de Santacruz1 

Diego Andrés Chavarro Carvajal2  3  b 

Luis Carlos Venegas-Sanabria4  5 

Ana Carolina Gama6  7 

Carlos Alberto Cano Gutiérrez8  9 

1Profesora del Instituto de Envejecimiento, Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia

2Profesor del Instituto de Envejecimiento, Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia

3Médico geriatra, Unidad de Geriatría, Hospital Universitario San Ignacio, Bogotá, Colombia

4Médico geriatra, Unidad de Geriatría, Hospital Universitario San Ignacio, Bogotá, Colombia

5Profesor del Instituto de Envejecimiento, Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia

6Médica geriatra, Centro de Memoria y Cognición Intellectus, Hospital Universitario San Ignacio, Bogotá, Colombia

7Profesora del Instituto de Envejecimiento, Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia

8Director del Instituto de Envejecimiento, Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia

9Director de la Unidad de Geriatría, Hospital Universitario San Ignacio, Bogotá, Colombia


Resumen

Introducción:

El abordaje diferencial, sabidas las desigualdades e inequidades en los adultos mayores, ayuda en la evaluación de sus condiciones y en el diseño de intervenciones, la investigación y la docencia.

Objetivo:

Identificar las peculiaridades y las desigualdades relativas a la generación y sexo/género en la población colombiana de personas adultas mayores.

Metodología:

Estudio observacional, descriptivo y analítico que realizó un análisis secundario de la encuesta poblacional del estudio SABE Colombia.

Resultados y discusión:

Se exponen los resultados según desigualdad entre hombres y mujeres y por generación; de pobreza monetaria y movilidad, violencia y desplazamiento. Ingresos económicos. Situación durante la infancia. Acceso a servicios públicos. Entorno familiar. Condiciones de salud.

Conclusión:

Las disparidades están relacionadas con representaciones y prácticas vinculadas al género y a la edad, menos evidentes en lo económico. Deben reforzarse acciones para mejorar las condiciones de vida de todos y las concepciones e imaginarios que naturalizan las diferencias, y para evitar nuevas desventajas por los logros saludables del envejecimiento.

Palabras clave desigualdades; género; adulto mayor; envejecimiento

Abstract

Introduction:

The differential approach, knowing the inequalities in older adults, helps in the evaluation of their conditions and in the design of interventions, research and teaching.

Objective:

To identify the peculiarities and inequalities related to the generation and sex/gender in the Colombian population of older adults.

Methodology:

Observational, descriptive and analytical study in which a secondary analysis of the SABE Colombia population survey was carried out.

Results and Discussion:

We present the results according to the inequality between men and women and by generation; of monetary poverty and mobility, violence and displacement. Economic income. Situation during childhood. Access to public services. Family environment. Health conditions.

Conclusion:

The disparities are related to representations and practices related to gender and age, less evident in the economic aspect. Actions must be reinforced to improve the living conditions of all and the social conceptions and imaginaries that naturalize the differences, and to avoid new disadvantages due to the healthy achievements of aging.

Keywords inequalities; gender; elder; aging

Introducción

La generación no se trata solo de la edad, sino también del contexto en el cual nacieron y crecieron sus miembros, y en ello se conjugan las dimensiones históricas y públicas con las individuales y familiares en una “generación social”, resultado de la fusión y transformación recíproca del tiempo biográfico y el tiempo histórico (1). La noción de género, por su parte, pertenece al orden simbólico, al igual que la edad es una confección cultural, en este caso acerca de las diferencias sexuales. Así, se habla también del sistema sexo-género. En el campo de la vejez y el envejecimiento son evidentes las disparidades materiales y de representaciones sociales entre hombres y mujeres.

La coincidencia de cada una de las dos generaciones (mayores y menores de setenta años de edad) con cambios históricos, sociales y de desarrollo que vivió el país marcan diferencias en relación con la urbanización, la adopción de políticas de salud pública y el impacto en el perfil epidemiológico con una importante disminución en las causas infecciosas (2), en las tasas de mortalidad infantil, en la tasa de fecundidad y mayor participación de las mujeres en la fuerza de trabajo (3), alfabetización (4), mejoras en la calidad de vida, oportunidades y modernización jurídica (5).

Hay diversas valoraciones respecto de las desigualdades en cuanto al género —desigualdad, disparidad, inequidad, potenciación, desarrollo de género, de oportunidades económicas de las mujeres, salud, condición jurídica y social, participación y empoderamiento político— (6) y la salud en los distintos grupos de edad que evalúan las condiciones de salud y el acceso a los servicios. Para la tercera edad se examinan desigualdades en cuanto a acceso a los servicios de salud y resultados de salud: morbilidad, discapacidad y mortalidad (7). El Ministerio de Salud y Protección Social señala que el análisis de equidad en salud compara grupos en relación con resultados de mortalidad, morbilidad, discapacidad y atención, aunque recomienda siempre un análisis descriptivo de las diferencias utilizando más de un indicador e interpretar los resultados contextualizándolos según las variables y los motivos y circunstancias de su determinación (8,9).

En los últimos años se ha incrementado la investigación acerca de las personas viejas en el país, y el estudio nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE) Colombia 2015 (10) ofrece información amplia y completa de las personas mayores de sesenta años (más de cinco millones en el momento del estudio). Este, un análisis secundario de los resultados, pretende identificar las peculiaridades y desigualdades relativas a la generación y al sexo/género en esa población, reconociendo sus expresiones en el proceso de envejecer y en la vejez en un contexto sociohistórico, no solo para evidenciar las disparidades, sino para reforzar los caminos que conducen a subsanarlas.

Metodología

Este fue un estudio observacional, descriptivo y analítico que realizó un análisis secundario de la encuesta poblacional del estudio SABE Colombia.

SABE Colombia es un estudio poblacional descriptivo en salud, envejecimiento y bienestar de la población mayor de sesenta años en el país, que valoró determinantes del envejecimiento activo (socioeconómicos, entorno social, entorno físico, factores personales, factores conductuales, condiciones de salud y uso y acceso a servicios de salud) y tres mediciones antropométricas (tensión arterial, función física y parámetros hematológicos y bioquímicos), con base en tres componentes: estudio cualitativo, encuesta a cuidadores familiares y encuesta poblacional (muestreo probabilístico, por conglomerados, polietápico en zonas urbanas y rurales, entrevistando a 23.694 personas en sus hogares).

En el análisis secundario se consideraron los siguientes indicadores y dimensiones de la encuesta SABE:

Variables dependientes: diferencias entre mujeres y hombres, entre mayores y menores de setenta años y pobreza monetaria.

Variables independientes: incluidas en el constructo de “igualdad de género y generación”, elaborado con miras a seleccionar y organizar variables dentro de la base de datos del SABE, para una aproximación descriptiva a las desigualdades. Se partió del enfoque de tres brechas (11): educativa, económica y de empoderamiento (o fortalecimiento), ajustando los indicadores de acuerdo con los datos disponibles y las orientaciones conceptuales y metodológicas, así:

  • Brecha educativa: grado de alfabetización (saber leer y escribir, independientemente del nivel educativo), y máximo nivel educativo alcanzado (educación primaria, educación secundaria o terciaria).

  • Brecha económica: actividad laboral principal (trabajo al que dedicó más tiempo, se considera laboralmente activo, trabaja actualmente); edad de inicio de la actividad laboral (haber tenido un trabajo remunerado, edad a la que empezó a trabajar); razones para no haber trabajado (razón por la cual nunca trabajó) y grado de pobreza monetaria (encontrarse debajo del umbral nacional de pobreza monetaria del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, año 2015 (12) (total de ingresos mensuales independientemente de su origen y número de personas dependientes económicamente de la persona encuestada).

  • Brecha de fortalecimiento: se hicieron varias modificaciones a la propuesta de Social Watch (11), debido a las características de la población analizada. Entonces, partiendo del marco de referencia, las variables para el fortalecimiento se asociaron con la asunción de poder en la vida cotidiana (dependencia económica, relación con el jefe del hogar, dependen otras personas del encuestado, tener personas que dependan económicamente y ser el jefe del hogar, modo de afiliación al Sistema de Salud, participación en algún grupo social [religiosos, deportivos, políticos, culturales, comunitarios, ecológicos, gremiales, étnicos, de salud, de personas mayores, gimnasia, ejercicio o actividad física], maltrato: por un miembro de la familia o un extraño, acceso a la tecnología, principal medio de transporte, vida sexual: importancia de la vida sexual [poco importante, e importante o muy importante] y conocimiento de los derechos sexuales [vida sexual libre de violencia y con protección legal y jurídica frente a la violencia sexual; a relacionarse sexualmente con una persona del mismo sexo; a una vida sexual placentera]).

El análisis entre sexos y generación se realizó dividiendo los resultados por hombres y mujeres. Cada uno de estos grupos se organizó posteriormente según generación (mayores y menores de setenta años) y además se separaron los resultados por la presencia o no de pobreza monetaria. Se tuvieron en cuenta aspectos relacionados con movilidad, desplazamiento, origen de los ingresos económicos, acceso a servicios públicos, entorno familiar, situaciones de salud y situaciones en la infancia.

Análisis estadístico (software estadístico SPSS versión 24): las variables categóricas se catalogaron como porcentajes y las diferencias fueron analizadas con chi cuadrado. Las variables cuantitativas se representaron como media y desviación estándar (variables con distribución normal), y como mediana y rango intercuartílico (variables sin distribución normal). Las diferencias entre los grupos para las variables continuas con distribución normal se analizaron con la prueba T de Student y con la prueba no paramétrica U de Mann-Whitney, si la variable no cumplía ese criterio. Se definió la significancia como un valor menor a 0,05.

Fortalezas y limitaciones: sus fortalezas se refieren a utilizar los resultados de las condiciones de salud y calidad de vida del primer estudio de la población de adultos mayores de 60 años; así como a seguir las guías internacionales utilizadas previamente en otras ciudades capitales en América Latina, adaptadas a la situación social e histórica colombiana. Sus limitaciones se deben a que el SABE Colombia es un estudio transversal que no permite establecer causalidad y a los posibles sesgos de memoria de los datos autorreportados, como sucede con estudios basados en la población.

Consideraciones éticas: estudio aprobado por el Comité de Ética e Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana y Hospital Universitario San Ignacio. Por su parte, el SABE Colombia fue financiado por el Ministerio de Salud, a través de Colciencias. Fue aprobado por los comités de Ética de las universidades de Caldas y del Valle. Todos los participantes firmaron un consentimiento informado, a fin de cumplir con los principios éticos de la Asociación Médica Mundial (Declaración de Helsinki) y la normativa nacional vigente.

Resultados

El resultado del análisis de los datos de 23.694 sujetos, 13.582 (57,32 %) mujeres recalca las diferencias entre sexos, diferencias por generación y por sexo y generación, según pobreza monetaria.

Diferencias entre sexos (tabla 1). Se encontraron diferencias estadísticamente significativas en la brecha de educación en el grupo de personas cuyo máximo nivel educativo fue la primaria, a favor de las mujeres (55,8 % vs. 57,6 %; p = 0,007); mientras que en la educación terciaria había una diferencia significativa a favor de los hombres (7,2 % vs. 5,4 %; p = 0,000). En la brecha económica, la mayoría de los hombres (99,1 %) había trabajado y recibido remuneración, por lo menos, una vez en su vida, y un 78,4 % de las mujeres lo había hecho. Dentro del grupo de personas que nunca trabajaron, el cuidado de la familia (58,3 %) y el cuidado del hogar (14,8 %) fueron las razones más frecuentes entre las mujeres; mientras que la falta de oportunidades (32,3 %) y los problemas de salud (29 %) lo fueron para los hombres. El ser obrero o empleado fue el trabajo más común en hombres y mujeres (35,5 % y 33,8 %, respectivamente); pero el empleo doméstico predominó en las mujeres (28,9 % vs. 0,3 %; p = 0,000), y para los hombres ser jornalero o peón en el campo (37,9 % vs. 9,8 %; p = 0,000).

Tabla 1  Constructo de igualdad: diferencias entre mujeres y hombres  

Tabla 1 (cont.)  Constructo de igualdad: diferencias entre mujeres y hombres  

La pobreza monetaria mostró una diferencia significativa: fue mayor en las mujeres (21,1 % vs. 23,0 %; p = 0,001), al igual que en la brecha de fortalecimiento, con mayor dependencia económica, mayor maltrato por parte de familiares, están menos familiarizados con el uso de tecnologías, menor acceso a un computador personal (p = 0,000), menor importancia de la sexualidad en la vida de los encuestados, menor conocimiento de los derechos a una vida sexual y placentera y a relacionarse sexualmente con personas del mismo sexo.

Diferencias entre generaciones (tablas 2 y 3). En ambos sexos se hallaron diferencias entre las personas mayores y menores de 70 años. En la brecha de educación hay diferencias significativas en alfabetización, en educación secundaria y terciaria a favor de las personas menores de setenta años en ambos sexos.

Tabla 2  Constructo de igualdad: diferencias entre mujeres mayores y menores de 70 años  

Tabla 2 (cont.)  Constructo de igualdad: diferencias entre mujeres mayores y menores de 70 años  

Tabla 3  Constructo de igualdad: diferencias entre hombres mayores y menores de 70 años  

Tabla 3 (cont.)  Constructo de igualdad: diferencias entre hombres mayores y menores de 70 años  

Se hallaron diferencias estadísticamente significativas para las mujeres mayores de setenta años, con menor acceso a un trabajo remunerado, mayor dependencia económica, menor afiliación al sistema de salud en régimen contributivo, menor porcentaje de cotización al sistema de pensiones, participación social, acceso a las tecnologías de la comunicación e importancia de la vida sexual, y mayor maltrato por familiares.

En los hombres mayores de setenta años, las diferencias estadísticamente significativas se observan en una edad más temprana del inicio de la vida laboral, mayor dedicación a trabajos como obrero, jornalero e independiente, mayor pobreza monetaria, mayor dependencia económica, menor afiliación al sistema de salud al régimen contributivo, menor porcentaje de cotización al sistema de pensiones, menor participación social, menor acceso a las tecnologías de la comunicación, menor conocimiento de los derechos sexuales y mayor maltrato por parte de algún extraño.

Diferencias entre mujeres y hombres de las dos generaciones según pobreza monetaria (tabla 4):

  • Movilidad, violencia y desplazamiento. Se encontró que las mujeres menores de setenta años sin pobreza monetaria han permanecido siempre en el área rural, a diferencia de las mujeres mayores en iguales condiciones económicas, quienes se han desplazado (14 % vs. 12,2 %; p = 0,007). En los hombres sin pobreza monetaria existe también una diferencia significativa: los mayores de setenta años han permanecido en áreas rurales más que los menores (13,5 % vs. 15,8 %; p = 0,004). En relación con el desplazamiento por el conflicto armado, no hay diferencias en el grupo de mujeres ni por generación, ni por ingresos económicos; por el contrario, los hombres mayores de setenta años tanto con pobreza monetaria (17,5 % vs. 26,4 %; p = 0,00) como sin ella (12,5 % vs. 20 %; p = 0,00) sufrieron más desplazamiento que los más jóvenes.

  • Ingresos económicos. Aunque no existen diferencias estadísticamente significativas, más del 80 % de las personas (hombres y mujeres en las dos generaciones) tiene un nivel económico bajo, más hombres menores de setenta años reciben pensión en comparación con los mayores de setenta años, sin afectación por la pobreza monetaria (26,3 % vs. 22,2 %; p = 0,025 y 22,9 % vs. 17,7 %; p = 0,00). Por el contrario, más mujeres sin pobreza monetaria mayores de setenta años reciben pensión en comparación con las más jóvenes (14,9 % vs. 20,6 %; p = 0,00), no se observó diferencia significativa en el grupo de mujeres con pobreza monetaria. Con relación a la recepción de subsidios, se encontró que en el grupo de mujeres sin vínculo con la existencia o no de pobreza monetaria, más mujeres menores de setenta años reciben subsidios en comparación con las mayores de setenta años (40,7 % vs. 28,9 %; p = 0,00 y 34,7 % vs. 24,8 %; p = 0,00), diferente a lo que sucede en los hombres en los que se observa que los mayores de setenta años reciben más subsidios que los hombres jóvenes, sin vínculo con la existencia o no de pobreza monetaria (27 % vs. 33,9 %; p = 0,001 y 24,4 % vs. 31,1 %; p = 0,00).

  • Situación durante la infancia. Entre el 26,1 % y el 31,8 % de los encuestados experimentó hambre durante la infancia. Con diferencia significativa en el grupo de hombres, los menores de setenta años la sufrieron más que los mayores de setenta años, en ambos subgrupos con y sin pobreza monetaria (44,2 % vs. 38,6 %; p = 0,02 y 27,4 % vs. 24,6 %; p = 0,01).

  • Acceso a servicios públicos. En todos los casos, el acceso a energía eléctrica es mayor al 95,7 %; a acueducto, mayor al 80 %; al alcantarillado, mayor al 62,2 %, y el acceso a gas natural es el más bajo, pues está entre el 48,7 % y el 79,4 %. Tanto los hombres como las mujeres menores de setenta años tienen mayor acceso a los servicios públicos con diferencias significativas frente a los mayores de setenta años, sin o con pobreza monetaria.

  • Entorno familiar. El porcentaje mayor de convivencia es con los hijos, en hombres y mujeres con y sin pobreza monetaria; en todos los casos, más del 91,2 % de los encuestados ha tenido hijos. Más mujeres mayores de setenta años viven solas, sin efecto sobre este ítem de la pobreza monetaria (6,8 % vs. 8,7 %; p = 0,009 [con pobreza] y 6,7 % vs. 9,8 %; p = 0,00 [sin pobreza]).

  • Condiciones de salud. En todos los casos (hombres y mujeres con y sin pobreza monetaria) los menores de setenta años tienen una mejor funcionalidad medida por un Barthel mayor a 90; por el contrario, los mayores de 70 años tienen un estado cognoscitivo más deficitario evaluado con un Minimental menor a 24, y padecen más enfermedad cardiovascular, respiratoria, diabetes mellitus y patología osteoarticular con respecto a los menores, sin estar afectado por la situación o no de pobreza monetaria. Todos estos aspectos presentan diferencias estadísticamente significativas.

Tabla 4  Diferencias por género y generación según pobreza monetaria  

Tabla 4 (cont.)  Diferencias por género y generación según pobreza monetaria  

Discusión

Igualdad de sexo/género y generación. En cuanto a los aspectos educativos, las brechas se observan entre hombres y mujeres y generación. En primer lugar, a los mayores de 70 años corresponden los porcentajes más altos de quienes no saben leer ni escribir (mujeres: 30 %; hombres: 28,2 %), los cuales disminuyen de manera importante para la segunda generación analizada (mujeres: 18,1 %; hombres: 17,9 %). En segundo término, para la educación formal más de la mitad de las personas mayores solo alcanzó la primaria (cifra levemente mayor para los hombres), lograr estudios secundarios es más frecuente para la segunda generación (mujeres: 18,1 %; hombres: 18,6 %) que para la primera (mujeres: 10,7 %; hombres: 10,4 %), esta consideración es similar para los estudios terciarios, agregando que lo es más para los hombres (menores de 70 años: mujeres: 7,8 %; hombres: 10,0 %; mayores de 70 años: mujeres: 2,8 %; hombres: 4,4 %). Las disparidades observadas permiten inferir el impacto de las transformaciones en el sistema educativo del país.

Ahora bien, lo que debe señalarse, más allá de estas desigualdades son las que en su conjunto presentan las personas viejas frente al resto de la población, derivadas de las restricciones en el acceso a las oportunidades educativas durante su infancia y juventud. Pues si bien, en la década de los treinta la educación primaria se tornó gratuita y obligatoria, creciendo su presupuesto y también la matrícula (con variaciones por departamentos), lo hizo de manera insuficiente y con escasa retención. Explica Cajiao (13) que durante la primera mitad del siglo, por tratarse de una sociedad agraria, la educación era una tarea familiar y comunitaria encaminada a resolver los aspectos de la vida diaria y a transmitir los valores y formas de comportamiento esperado. Luego de los años cincuenta, la educación pasó a ser fundamentalmente responsabilidad del Estado, ampliando la oferta, presionado por la migración desde el campo y la demanda de la industrialización

En lo que concierne a la brecha económica, aparecen algunas diferencias entre las generaciones; pero las verdaderamente llamativas corresponden al sexo, entre estas el que la casi totalidad de los hombres recibiera alguna vez remuneración por su trabajo (99,2 % y 99,1 %) y para las mujeres esta situación se diera entre un 17,2 % y un 24,5 % menos con respecto a los hombres de su generación (82,0 % y 74,6 %). Igualmente, los motivos aducidos para no trabajar dejan claro el asunto del género, pues para las mujeres estos en un 87,6 % se deben a cuidar la familia, dedicarse al hogar, casarse joven o no tener permiso de los padres; en los hombres estas razones solo obtienen un 28 %. En sentido contrario, están los problemas de salud y la falta de oportunidades, respondidas por más del 60 % de los hombres y solo por el 6,1 % de las mujeres menores de 70 años y el 3,7 % de las mayores de 70 años. El tipo de labor realizada confirma lo anterior: trabajo doméstico para mujeres (29,6 % para las menores de 70 años y 28,1 % para las mayores) vs. hombres (0,3 %); jornalero o peón de campo (mujeres: 7,6 % y 12,3 %) y hombres (33,8 % y 42,1 %).

La pobreza monetaria en su situación actual (hombres: 21,1 % vs. Mujeres: 23,0 %) habla de la posibilidad de ubicarse en el mercado asalariado para los miembros de la familia; en este caso, depende del trabajo gratuito de las mujeres. La mayor pobreza que ellas sufren se debe tanto a la dedicación a ese trabajo de sostenimiento de la vida como a ocupaciones peor pagadas, parciales, entrando y saliendo del mercado laboral, y el que sus contribuciones económicas se consideren complementarias, porque ayudan “a evitar la pobreza de la familia, pero no su pobreza individual” (14).

Por otra parte, la edad de inicio de la vida laboral (hacia los 14 años) es similar, un poco menor para los hombres más viejos, coincidente con la aceptación del trabajo por parte de niños y jóvenes hasta más allá de la mitad del siglo pasado. Ser obrero o empleado ocupó aproximadamente a una tercera parte de las personas viejas, con más frecuencia para la segunda generación (menores de 70 años: 38,0 % para las mujeres y 38,4 % para los hombres; mayores de 70 años: 28,9 % para las mujeres y 32,5 % para los hombres). Nuevamente, debe recalcarse, además de lo anotado, el mínimo porcentaje (entre 0,9 % y 1,6 %) de personas viejas que dedicó la mayor parte de su tiempo a ser patrón o empleador, siendo usual entonces la condición de subordinación para la totalidad de la población mayor. Las ocupaciones son en un 85 % informales, 76 % independientes. En general, el capital humano de las personas mayores es inferior, comparado con el resto de la población trabajadora; las peores condiciones sociolaborales son exhibidas por las mujeres, los habitantes de áreas rurales y las personas más viejas (15).

El hecho de que un buen número de personas mayores continúe trabajando se ha explicado, entre otros motivos, por una acogida acrítica del temor a la dependencia, la información demográfica catastrófica, las demandas de un envejecimiento activo y el poder de la ciencia y la tecnología para garantizar estos logros. Esto puede menguar aún más los beneficios en materia de seguridad social para las personas viejas (16). Sin embargo, llama la atención la diferencia entre las personas, tanto hombres como mujeres, que están dispuestas a trabajar y las que logran tener un trabajo (hombres: 50,6 % y 1,5 %; mujeres: 19,4 % y 1,0 %).

En la brecha de fortalecimiento, mujeres y hombres de ambas generaciones en porcentajes parecidos (un poco mayor de 60 %) dependen de sí mismos; para los restantes hay discrepancias, pues más mujeres que hombres dependen del cónyuge o compañero, particularmente las más jóvenes (35,4 %), y menos los hombres más viejos (9,5 %). Igualmente, en la dependencia de los hijos, los porcentajes de las mujeres son mucho más altos que los de los hombres; pero esta condición es más frecuente en todos los mayores de 70 años. Si bien debe reconocerse el valor de estas redes familiares de apoyo para la subsistencia, tal subordinación de hijos y parientes puede afectar la autonomía de las mujeres y la regularidad de los ingresos (17). La jefatura del hogar está prioritariamente en manos de los hombres (85,7 % y 76,7 %), especialmente de los menores de 70 años, lo que da continuidad a la concepción de la autoridad y el control asociados con el género masculino.

La afiliación al régimen subsidiado de salud es más usual (alrededor del 60 %) que la pertenencia al contributivo, otra de las muestras de dependencia de las personas mayores y, como es de esperarse, la cotización a pensión es muy escasa para todos y claramente para las mujeres. La situación de minusvaloración de la vejez y el sometimiento a otros es posiblemente una razón para el maltrato por parte de familiares, hallado hasta para una quinta parte de las mujeres.

Por otro lado, la participación es baja globalmente (confirmando lo reportado por la Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015), con algunos puntos a favor de las mujeres en este caso. El uso y el acceso a las tecnologías de la comunicación es muy superior en la segunda generación (los más jóvenes); en promedio, hasta casi un 80 % de los hombres y las mujeres sabe utilizar teléfonos móviles y en una cifra levemente menor poseen uno propio, accesibilidad que se restringe en gran medida con respecto a los computadores, sobre todo en las mujeres. Tales datos que deben analizarse a la luz de lo que algunos han denominado nuevo analfabetismo.

Acorde con el marco de referencia planteado, la valoración de la importancia de la sexualidad y el conocimiento acerca de los derechos en este aspecto alcanza cifras divergentes con predominio del interés y conocimiento por parte de los hombres y de los más jóvenes, dejando entrever el moldeamiento de género.

Sexo/género, generación y pobreza monetaria. El análisis de los resultados de la dimensión de pobreza monetaria por sexo/género y generación arroja cinco puntos centrales que alertan sobre la importancia de desarrollar de manera efectiva la política colombiana de envejecimiento humano y vejez 2014-2024.

En primer lugar, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, el 27,8 % de la población colombiana en 2015 (año de recolección de los datos de la Encuesta SABE) vivía en situación de pobreza monetaria, es decir, no recibe el dinero suficiente para cubrir la canasta básica de alimentos y otros servicios; en otras palabras, sus ingresos están por debajo de la línea de pobreza, y en las zonas rurales el porcentaje de personas en esta situación puede alcanzar el 36 % (12). En la población estudiada en la encuesta SABE, el porcentaje de personas que vive en zona rural y se encuentra en situación de pobreza monetaria alcanza el 26,7 %, cifra alta si se tiene en cuenta que es población mayor de 60 años y las posibilidades de recuperación económica son muy limitadas.

Por otro lado, es importante comparar los datos de Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), que informan que en Colombia 3.389.986 personas (7,3 % de la población) han sido víctimas de desplazamiento forzado (18), cifra que se eleva de forma importante en las personas mayores de 70 años que participaron en la encuesta SABE, en la que el 35 % declaró haber sido víctima de desplazamiento por el conflicto armado o violencia. De estas, el 5 % de mujeres que vive en pobreza monetaria lo fue después de los 60 años, y el 3,1 %, de los hombres. Estas cifras ponen de manifiesto las dificultades de los programas para garantizar el mínimo de subsistencia a las personas desplazadas por la violencia.

La protección económica a la población mayor colombiana es también un factor importante de análisis. En el estudio realizado por Fedesarrollo y la Fundación Saldarriaga Concha se evidenció que el 77,2 % de las personas mayores 60 años no recibe pensión; solo el 20 % de las mujeres y el 27,4 % de los hombres de la misma edad lo hacen (19). Sin embargo, se evidencia una diferencia importante en la encuesta SABE en la que solo el 9,8 % de las mujeres mayores de 70 años y el 8,6 % de los hombres de la misma edad informa recibir una pensión. En los grupos de mayores ingresos hay más mujeres de más 70 años que reciben pensión, en comparación con las mujeres menores de 70 años. Estos datos podrían relacionarse con que la división de roles en nuestra sociedad hace que las mujeres trabajen sin remuneración en el hogar y se limite su acceso a las actividades económicas que les permitan ahorrar para su vejez, así las mujeres mayores pueden recibir pensiones por sustitución y las jóvenes aún viven con su pareja.

Ahora, el grupo de hombres más jóvenes se beneficia significativamente más que los mayores de 70 años de esta prestación. Probablemente, en relación con la informalidad de los trabajos, a principios y mediados del siglo XX, y que inicialmente el régimen pensional cubría únicamente a trabajadores del sector público y no fue sino hasta 1967 cuando se amplió al sector privado en el régimen de prima media a través del Instituto de Seguros Sociales.

Ya que el sistema pensional no alcanza la cobertura necesaria, otro punto muy importante de la protección económica es la recepción de subsidios para la vejez. En la población estudiada, más mujeres menores de 70 años con y sin pobreza económica reciben subsidios en comparación con las mujeres mayores de 70 años; al contrario que en los hombres, dentro de los cuales los mayores de 70 años con y sin pobreza económica reciben más subsidios que los menores de 70 años. A pesar de que en los análisis por subgrupos se observan diferencias estadísticamente significativas, al revisar la cantidad específica de personas que recibe subsidios, en ningún subgrupo el porcentaje total de personas que recibe estos apoyos es mayor al 40 %, cifras que coinciden con el estudio Misión Colombia envejece: cifras, retos y recomendaciones, en el que se revela una diferencia de 25 puntos porcentuales entre la tasa de pobreza de la población mayor (44,7 %) y el total de la población (19,5 %), lo que refleja el fracaso del sistema de protección económica para la vejez (19).

Por último, al analizar las condiciones de salud, podemos ver que los determinantes sociales de salud, que son las circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud (20), tal y como es sabido, influyen en la aparición de ciertas patologías, si tenemos en cuenta el modelo socioeconómico de salud de Dalgren & Whitehead, en el que se explica cómo las desigualdades sociales en salud son el resultado de las interacciones de diferentes niveles de condiciones causales, de lo individual a las comunidades, partiendo de factores de riesgo individuales y no modificables como la edad, el sexo y la herencia, conductas personales y estilos de vida (21). Podemos entender cómo las diferencias significativas en el acceso a servicios públicos, estar casado y vivir en compañía de la pareja, a favor de las personas más jóvenes, en el análisis por generaciones de ambos géneros y sin importar el nivel de ingresos, posibilitan las enfermedades crónicas en los grupos de mayor edad, en los cuales la prevalencia de patologías cardiovasculares, respiratorias, osteoarticulares y diabetes mellitus fueron significativamente mayores.

Conclusiones

Las diferencias más significativas entre sexos (en detrimento de las mujeres) se refieren a la educación (primaria máximo nivel educativo), a la vida laboral (no haber trabajado o hacerlo sin remuneración debido al cuidado de la familia y del hogar, o vinculación primordial al servicio doméstico), a la mayor pobreza monetaria, a la dependencia económica, al maltrato por parte de familiares, al menor uso de tecnologías y a la importancia de la sexualidad en la vida.

En cuanto a las disparidades según generación, la escolaridad es más baja en todos los mayores de 70, y en las mujeres mayores menor acceso a un trabajo remunerado, mayor dependencia económica, menor afiliación al sistema de salud en régimen contributivo, menor porcentaje de cotización al sistema de pensiones, participación social, acceso a las tecnologías de la comunicación e importancia de la vida sexual, y mayor maltrato por parte de familiares. En los hombres mayores de 70 años, edad más temprana del inicio de la vida laboral; mayor dedicación a trabajos como obrero, jornalero e independiente; mayor pobreza monetaria; mayor dependencia económica; menor afiliación al sistema de salud al régimen contributivo; menor porcentaje de cotización al sistema de pensiones; menor participación social; menor acceso a las tecnologías de la comunicación; menor conocimiento de los derechos sexuales, y mayor maltrato por parte de algún extraño.

Las diferencias entre hombres y mujeres y entre generaciones se mantienen independientemente de la presencia o ausencia de pobreza monetaria.

Con lo anterior puede inferirse que estas disparidades están relacionadas con representaciones y prácticas vinculadas al género y a la edad; así mismo, que son observables cambios que van reduciendo la brecha entre mujeres y hombres con respecto a las desigualdades educativas. Menos evidentes en lo económico y en el fortalecimiento del poder de las mujeres en los entornos cotidianos, aunque sí son contundentes las transformaciones en cuanto a los dos grupos de edad (o generaciones) considerados en esta investigación, que exhiben mayores desventajas entre sí.

Lo anterior presiona por reforzar todas las políticas y programas que permitan avanzar en la línea de reducir las condiciones precarias para todos, permitiendo la universalización de la protección social, a través, por ejemplo, de las pensiones no contributivas.

Desde una perspectiva intergeneracional, no pueden dejarse de lado los enfoques diferenciales de envejecer, asociando mejores condiciones de vida durante la niñez y la adolescencia, con mejor envejecimiento (22). Por ello, la intervención del Estado en el cuidado y vigilancia del desarrollo de la infancia será primordial, y deberá convertirse en un estandarte en los planes de desarrollo.

A la par con la imprescindible mejora en las condiciones globales de vida de la población en su conjunto, deben ocurrir las modificaciones de las representaciones e imaginarios sociales subyacentes a la naturalización de las disparidades por género y generación. Sobre todo, estar atentos a no introducir otras diferencias, entre los ganadores del envejecimiento activo, exitoso o saludable y los perdedores por enfermedad y discapacidades, afirmando diversas maneras de envejecer y de ser.

Referencias

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aPresentado al concurso del Premio Guillermo Marroquín a Mejor Trabajo de Investigación en el XIII Congreso Colombiano e Iberoamericano de Gerontología y Geriatría, Barranquilla (Colombia), 17 al 19 de mayo de 2018.

Recibido: 26 de Diciembre de 2018; Aprobado: 26 de Marzo de 2019

a Correspondencia: chavarro-d@javeriana.edu.co

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