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Revista eleuthera

Print version ISSN 2011-4532

Rev. eleuthera vol.18  Manizales Jan./June 2018

https://doi.org/10.17151/eleu.2018.18.8 

Enfoques

EL LUGAR DE LAS EMOCIONES EN LA SOCIALIZACIÓN FAMILIAR MEDIADA POR LAS TIC: UNA EXPERIENCIA QUE TRANSITA ENTRE LA CULPA, EL MIEDO Y LA ANGUSTIA EN LOS PADRES Y MADRES*

THE PLACE OF EMOTIONS IN THE FAMILY SOCIALIZATION MEDIATED BY ICTs: AN EXPERIENCE THAT TRANSITS BETWEEN GUILT, FEAR AND ANGUISH IN PARENTS

Claudia Martínez-Giraldo** 

** Universidad de Caldas. Manizales, Colombia. E-mail: claudia.martinez@ucaldas.edu.co, orcid.org/0000-0003-4522-0798.


Resumen

Objetivo.

Presentar los resultados de una investigación realizada entre los años 2015-2017 con niños y niñas de 4 a 6 años y sus familias de la ciudad de Manizales. El tema fue la socialización familiar mediada por las TIC en la primera infancia. Este artículo centra el interés en situar las emociones en los procesos de socialización familiar en interacción con las tecnologías.

Metodología.

Se recurrió al método hermenéutico como opción pertinente a la perspectiva epistemológica del interaccionismo simbólico, la cual fundamentó el estudio.

Resultados.

La socialización familiar mediada por las TIC activa la vivencia de las emociones y la manera como estas emergen y se movilizan en los adultos encargados de acompañar la crianza.

Conclusiones.

El miedo, la angustia y la culpa, en particular esta última, se presentan ancladas a un discurso hegemónico del cuidado familiar, feminizado y maternizado. De igual forma, presentan estrecha relación con el estilo educativo parental practicado.

Palabras clave: socialización familiar; primera Infancia; TIC; emociones

Abstract

Objective.

The main goal is to present the results of a research carried out between the years 2015-2017 with 4 to 6 years old children and their families from the city of Manizales. The topic was family socialization mediated by ICTs in early childhood. This article focuses on placing emotions in the processes of family socialization in interaction with technologies.

Methodology.

The hermeneutic method was used as a relevant option to the epistemological perspective of symbolic interactionism, which was the basis of the study.

Results.

Family socialization mediated by ICTs activates the experience of emotions, and how they emerge and move in adults responsible for accompanying upbringing.

Conclusions.

Fear, anguish and guilt, particularly the latter, are anchored to a hegemonic, feminized and mother-oriented discourse of family care. Similarly, these feelings have a close relationship with the parental educational style practiced.

Key words: family socialization; early childhood; ICTs; emotions

Introducción

Históricamente frente a la familia se ha promovido en contextos académicos, culturales, institucionales y sociales, el paradigma de ser un escenario de socialización esencial para el crecimiento y desarrollo de sus miembros. En efecto, esta concepción seguirá vigente a pesar del paso del tiempo; solo que la función socializadora a hoy está siendo compartida con otros agentes. Antes, la familia era considerada como el único agente de socialización, con una marcada responsabilidad en torno a la formación en valores, hábitos y normas de sus integrantes. Actualmente, esta labor ya no es potestad y exclusividad de la familia, sino que es acompañada por otros actores o ámbitos extrafamiliares que, igualmente, comparten como misión la educación, el desarrollo integral, la atención y cuidado de la infancia temprana o también conocida como “primera infancia”, los cuales han ido asumiendo una especie de socialización complementaria, que está alcanzando una incidencia importante en las actitudes y comportamientos de los niños.

Según la UNICEF y los lineamientos de la política pública de primera infancia, el proceso de socialización cobra trascendencia en esta etapa por ser el periodo comprendido entre el nacimiento hasta los 6 años de edad, donde el ser humano está más apto para aprender; se caracteriza por una rápida evolución del desarrollo físico, cognitivo, social y afectivo del niño que demanda un cuidado especial, por parte de los adultos que están a su alrededor, por lo que se convierten en cuidadores significativos de este momento vital de crecimiento del ser humano.

En consecuencia, la tradicional separación o diferencia entre socialización primaria y secundaria se ha ido desconfigurando, debido al efecto de ciertos procesos1 y agentes2, que han influido de manera directa en los valores de los niños, el desarrollo de sus competencias psicosociales y la formación de su identidad. Algunos de estos agentes socializadores, emergentes de esta modernidad, son las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), las cuales se han convertido en un “acompañante” de la vida familiar, ya que inducen a la familia, como lo dicen Coll y Monereo (2008): “A crear nuevas formas de relación, que conllevan a nuevos marcos de socialización” (p. 66). Su impacto ha trascendido todas las esferas de la sociedad, y resulta imposible no sentirse afectados y cautivados por ellas. Los niños, de manera precoz y a edades cada vez más tempranas, se acercan al mundo mediático y tecnológico con la misma motivación e interés que al mundo real. Este despliegue y expansión de las TIC, en los escenarios familiares, escolares y sociales, indica la influencia que estos nuevos medios virtuales empiezan a tener sobre las personas y, en particular, sobre las familias, sus interacciones familiares y procesos de socialización.

Es así como emergen las emociones en el proceso de socialización familiar, ante lo cual Berger y Luckman (2006) afirman que:

resulta innecesario agregar que la socialización primaria comporta algo más que un aprendizaje puramente cognoscitivo. Se efectúa en circunstancias de enorme carga emocional. Existen ciertamente buenos motivos para creer que, sin esa adhesión emocional a los otros significantes, el proceso de aprendizaje sería difícil, cuando no imposible. (p. 165)

Es decir, en este proceso cobran relevancia las emociones3, entendidas como esas reacciones o respuestas que los niños deben aprender a manejar y controlar, que les posibilita desenvolverse en la sociedad y poder relacionarse con otros, ya que estas son cultivadas en la interacción social y dan cuenta de realidades específicas.

Las emociones en el mundo de la vida son necesarias, ya que le brindan al niño la posibilidad de formarse un paisaje del mismo. Las emociones en el infante son esas afirmaciones que él hace de las cosas buenas y malas, fundamentadas en las representaciones sociales que se despliegan sobre el bien y el mal. De ahí que el yo vaya encontrando su lugar en la subjetividad del niño y se configure a partir de los resultados que obtenga de sus primeras experiencias, relacionadas con la satisfacción de sus necesidades de seguridad y bienestar. Asimismo, de los intentos por ajustarse y adaptarse a su entorno. A través de estas experiencias recurrentes, el niño aprende a significar lo bueno y lo malo. Según Nussbaum (2008): “Son intentos mediante los cuales aprende qué bienes y males también forman parte de su propio yo, o cuáles están bajo su control y cuáles no” (p. 241).

Es así como, entre los hallazgos más significativos del estudio, se encontró que las emociones y sentimientos emergentes y consecuentes de la sociedad de la información giran en torno a la culpa, el temor o miedo, la angustia y la preocupación4, presentes especialmente en los padres, madres y cuidadores (eje central del artículo); entre tanto, en los niños y niñas, aparece el ejemplo como un aspecto potenciador del aprendizaje por observación o modelado, que a su vez activa en los infantes el deseo de tener lo que el otro tiene y la curiosidad de experimentar e imitar lo que el otro hace. También se observa la comparación entre los infantes, lo que termina estimulando la competencia con sus pares y cuidadores por el acceso y uso de los aparatos tecnológicos. De igual manera, los niños se sienten encantados y sueñan con tener tecnologías, al estas conferirles poder, reconocimiento y posicionamiento ante su propia familia, compañeros, vecinos, parientes y amigos.

Otra emoción que florece fruto del despliegue y expansión de las tecnologías en los escenarios familiares es la soledad de los niños, soledad que las tecnologías suplen pero no curan. Estas emociones, esbozadas especialmente en los niños, hacen parte de los siguientes subcapítulos que se desarrollan a profundidad en la investigación, pero que no son objeto del actual artículo y se plantean como provocaciones, para quienes deseen ahondar en estas discusiones y reflexiones.

Referente teórico y conceptual

La mayoría de las sociedades confiere a la familia un rol protagónico y trascendente en la preparación del individuo como sujeto social, en la formación de su sistema de valores y creencias, y en la construcción de su identidad. Retomando a Musitu y Cava (2001) se espera además, que la familia sea capaz de lograr:

  1. Enseñar a los hijos5 a controlar sus impulsos -emociones- para poder vivir en sociedad e interacción con otros. Independientemente del tipo de socialización que se implemente (tolerante o restrictiva) los niños deben controlar sus impulsos -emociones- y aprender a demorar las recompensas o estímulos.

  2. Preparar a los hijos para desempeñar determinados roles sociales, es decir, deben aprender esas conductas esperadas cuando se es hombre, mujer, madre, padre; aquellas funciones propias de cada género -roles concretos y diferentes en cada etapa evolutiva de la persona-.

  3. Fomentar en los hijos por medio de la socialización, un significado global acerca de qué es lo importante, qué es lo que se premia o sanciona en su cultura y sociedad. Se trata de las razones y explicaciones del significado de la vida humana, de los valores predominantes en su contexto cultural y social -sentido de vida-.

Estas funciones hablan del papel preponderante y de la responsabilidad que la familia tiene en la socialización del niño y, en particular, en la etapa de la primera infancia cobra relevancia. Cabe agregar que, dependiendo de la forma como se viva el proceso socializador en los primeros años, se podrán tener repercusiones en las siguientes etapas: infancia, adolescencia y adultez. Cada familia posee un currículo implícito que construye y reproduce de generación en generación, a través del cual se apoya para llevar a cabo la socialización familiar, con el fin de enseñar a sus hijos valores, normas y costumbres legitimados como familia, los cuales deben apropiar sus miembros, como una forma de prepararlos para asumir los retos y adversidades de la vida. Sin embargo, este currículo se ha ido deconstruyendo, flexibilizando y transformando, debido al impacto de los cambios que han experimentado las familias en relación con sus dinámicas familiares, las funciones socializadoras, la emergencia de otros agentes de socialización y la creciente mirada de la socialización familiar como un proceso en doble dirección: de padres a hijos y de hijos a padres.

Los padres y madres inician este proceso de socialización con unas expectativas y sueños en relación con sus hijos y comienzan a inculcar en ellos unos determinados valores, normas y pautas de comportamiento. Sin embargo, cuando el niño nace e inicia su proceso de crecimiento y establece sus propias relaciones e interacciones, los padres y madres pueden darse cuenta de que sus creencias y expectativas no se han cumplido o que las deben cambiar. Esto sucede porque los hijos son diferentes a sus progenitores y pueden no ser como ellos esperaban. Además, porque los hijos empiezan a influir sobre su propio proceso de socialización y sobre los mismos padres en cuanto a los valores, hábitos y hasta en la misma forma de vida, a través de lo que aprenden de otros agentes socializadores (amigos, escuela, internet, moda), es decir, se presenta como una oportunidad para un ejercicio recíproco del poder.

El proceso de socialización es, cuanto menos, un proceso en doble dirección y, por supuesto, mucho más dinámico y complejo de lo que se ha sugerido habitualmente. Además, es probable que este proceso sea, en cierto modo, circular y cada vez más acentuado conforme los hijos cumplen años. (Musitu y Cava, 2001, p. 117)

Como bien lo manifiestan estos autores en su texto La familia y la educación, existen distintas formas en que los padres y madres educan y socializan a sus hijos, precisando las siguientes:

Estilo autorizativo: los padres que utilizan este estilo mayoritariamente suelen mostrar a sus hijos agrado cuando se comportan bien y les transmiten el sentimiento de que son aceptados y respetados. Fomentan el diálogo con sus hijos. Las relaciones padres-hijos suelen ser satisfactorias. Están dispuestos a escuchar a sus hijos y hasta modificar ciertas normas familiares, si los argumentos de sus hijos se consideran adecuados.

Estilo indulgente: estos padres son tan comunicativos con sus hijos como los padres autorizativos, pero cuando el hijo se comporta de manera incorrecta, no suelen utilizar la corrección y la imposición, sino que solamente utilizan el diálogo y el razonamiento para establecer límites con los hijos. Estos padres permiten a sus hijos regular sus propias actividades, ayudándoles con las exploraciones y razonamientos, evitando las imposiciones. Son figuras parentales con bajo control sobre sus hijos y altos niveles de apoyo y aceptación.

Estilo autoritario: estos padres son muy exigentes con sus hijos y, simultáneamente, muy poco atentos y sensibles a sus necesidades y deseos. Asimismo, la comunicación es mínima y tiene una sola dirección. Estos padres no suelen ofrecer razones cuando emiten órdenes, son los que menos estimulan las respuestas verbales y el diálogo ante las transgresiones. Son indiferentes a las demandas de los hijos y utilizan con menos probabilidad el refuerzo positivo, mostrándose indiferentes ante las conductas adecuadas del hijo.

Estilo negligente: se caracteriza por una escasa aceptación del hijo y bajo nivel de control. Se trata de un estilo caracterizado tanto por escasez de afecto como de límites, escasa supervisión y cuidado de los hijos. Los padres negligentes consultan poco a sus hijos acerca de las decisiones internas del hogar y les dan pocas explicaciones de las reglas familiares. Son poco implicados en su educación. (Musito y Cava, 2001, p. 127-129)

En efecto, estos estilos de socialización están siendo permeados por la creciente ubicuidad y presencia de la sociedad de la información y el auge de los medios tecnológicos. Estas nuevas pantallas están teniendo un protagonismo central en las relaciones y cotidianidades familiares y están actuando como potentes mediadores en la socialización de los niños. Existe una tendencia a considerar que los niños de hoy, son “nativos digitales” y parecen estar más preparados que los adultos para usar sin reparo las tecnologías. Parafraseando a Malo y Figuer (2010), los niños de hoy día, y cada vez a más temprana edad, están viviendo la “infancia de los medios” ya que su mundo infantil está siendo permeado e impactado por los medios electrónicos.

En este nuevo marco de socialización (mundo virtual) las emociones emergen y son asumidas desde otra perspectiva. Esta nueva lectura de las emociones responde a otras lógicas que han ido tomando fuerza y a la vez distancia del imaginario social, que por mucho tiempo estuvo arraigado en nuestra cultura occidental respecto a la vivencia de las emociones, ya que se debían evitar y eran vistas de forma negativa y en conflicto permanente con la capacidad de pensar y razonar.

Esa relación de tensión entre la emoción y la razón se ha ido suavizando, en la medida en que existe mayor comprensión respecto a la necesidad de entretejer la razón con la emoción, al constituirse en nuestro diario vivir, así lo explica el maestro Maturana (2001): “Si no existe la emoción no existe la acción. Es la emoción la que hace grato todo quehacer. No es lo que uno hace lo que produce emoción, sino la emoción con la cual se hace” (p. 27).

Si las emociones son juicios de valor, tal como sostiene Nussbaum (2008), no pueden dejarse de lado a la hora de dar cuenta de los juicios y principios valorativos, sino por el contrario:

(…) tendremos que considerar las emociones como parte esencial del sistema de razonamiento ético. No podemos obviarlas razonablemente una vez que reconocemos que las emociones contienen juicios que pueden ser verdaderos o falsos y pautas buenas o malas para las elecciones éticas. (Somoza et al., 2015, p. 28)

En este sentido, los autores hacen un llamado para que las emociones no sean reprimidas, ni apaciguadas o invisibilizadas por la razón; al contrario, deben ser tenidas en cuenta en las actuaciones de los seres humanos y utilizadas como mecanismos básicos de regulación, de valoración del propio yo en la relación con los otros y lo otro, y evaluar las razones por las que haría una acción u otra, con el fin de lograr llegar a un juicio ético, previo análisis de las consecuencias para la persona y los demás. Al respecto Rodes (2011), citando a Maturana, refiere que lo humano se constituye en el entrelazamiento de lo emocional con lo racional.

Por lo común vivimos nuestros argumentos racionales sin hacer referencia a las emociones en que se fundan. Las ignoramos, pero todas nuestras acciones tienen su fundamento emocional, aunque creamos que lo emocional limita nuestro ser racional.

El maestro Maturana (2001) hace una observación bien importante al expresar que el fundamento emocional de lo racional no es una limitación sino, por el contrario, su condición de posibilidad. En este orden de ideas, las emociones si bien nos generan un efecto corporal que indica que hemos visto, oído o experimentado algo que nos afecta, provocado por algo externo, de raíz está un pensamiento o creencia, que determina que eso que acabamos de sentir es bueno o malo, y que impulsa a una acción de evasión o de aceptación.

Como bien lo manifiesta Camps (2011) en El gobierno de las emociones:

hemos visto que las emociones son modos de reaccionar ante la realidad, que a su vez, provocan otros tantos modos de actuar en ella. Pueden aumentar o disminuir el deseo de hacer cosas; pueden suavizar las aristas de la vida en común o hacerlas más hirientes. Los nombres que las identifican no son inocentes, ni neutros. El miedo, la ira, la alegría, la tristeza, la compasión, la confianza o la vergüenza son palabras que connotan algo que, en principio, es positivo o negativo. Spinoza lo entendió también así, cuando clasificó los efectos en dos categorías: alegres y tristes, entendiendo que los primeros aumentan nuestra potencia de actuar, mientras los otros las disminuyen. Los efectos alegres nos convienen, los tristes no. (…) que las emociones sean mejores o peores para el individuo no significa, sin embargo, que en sí mismas sean buenas o malas. (p. 109-110)

Metodología

La trayectoria metodológica de la investigación de donde emerge este artículo estuvo marcada por distintos momentos y espacios de conversación con los participantes del estudio. En un primer momento, se realizaron entrevistas en profundidad con cada familia (cinco familias) y la docente de los niños y niñas. Aquí la narrativa individual permitió develar el sentir, pensar, decir y actuar de las familias y los cuidadores significativos de los infantes. En un segundo momento, en torno a la escucha y el diálogo colectivo (grupo de discusión) se intercambiaron experiencias, creencias, percepciones y significados frente al proceso de socialización con mediación tecnológica. Además, los grupos focales se enriquecieron con la otredad y la alteridad.

En un último momento, se llevó a cabo una actividad pedagógica (sesión interactiva y lúdica de títeres) con los niños y niñas a partir de un guion sencillo que narraba una historia alusiva al tema de interés. Esta actividad permitió movilizar sus discursos, prácticas e imaginarios frente a la presencia de las tecnologías en sus entornos familiares y escolares. Posteriormente, se dio lugar al análisis e interpretación de la información, para lo cual el lenguaje, el significado de los fenómenos, la interacción dialéctica y el movimiento del pensamiento cobran importancia en este momento investigativo.

Las técnicas de registro y sistematización que acompañaron el proceso investigativo fueron: grabaciones y transcripciones, matrices argumentativas, análisis del discurso, triangulación y uso instrumentos como: notas de campo, fichas de contenido, mapas conceptuales, entre otros. Seguidamente, se decantó la información, se hicieron reflexiones y conexiones, se analizaron e interpretaron los hallazgos con el propósito de responder a la pregunta y los objetivos de la investigación. Es importante aclarar que el conocimiento que se pretende aportar a través de este artículo en relación con la presencia de emociones como: la culpa, el miedo y la angustia en los procesos de socialización familiar con mediación tecnológica, responde especialmente a lo develado en las prácticas y discursos de padres y madres, mediante la aplicación de las técnicas de entrevista en profundidad y grupo de discusión.

Resultados y discusión

Según se ha citado, las emociones son colonizadas en el terreno de las interacciones sociales, son formas de relación social (con el otro y lo otro) y corresponden a escenas sociales particulares, que motivan una respuesta ante lo que viven y sienten las personas en relación con sus experiencias vitales, posibilitando así la construcción social de su realidad. Las emociones ocurren en el escenario del cuerpo, son vivenciales, sensoriales y de acuerdo a cada cultura y contexto las respuestas y expresiones de las mismas son diferentes.

Las emociones son significados culturales y relaciones sociales fusionados de manera inseparable, y es esa fusión lo que les confiere la capacidad de impartir energía a la acción. Lo que hace que la emoción tenga esa “energía” es el hecho de que siempre concierne al yo, y a la relación del yo con otros situados culturalmente. Cuando se me dice: “otra vez llega tarde”, el hecho de que sienta vergüenza, enojo o culpa dependerá casi exclusivamente de la relación que tenga con quien me lo dice. Es probable que un comentario de mi jefe sobre mi llegada tarde me produzca vergüenza; si se trata de un colega, es probable que me enoje; pero si el que lo dice es mi hijo que me espera en la escuela, lo más probable es que me sienta culpable. Sin duda la emoción es un elemento psicológico, pero es en mayor medida un elemento cultural y social. (Illouz, 2007, p. 16)

Ante el ejemplo citado por la autora y en correspondencia con el tema de la investigación y los hallazgos encontrados, se podría interpretar y hacer un símil de la siguiente manera: cuando se le dice a una madre o padre de familia: “otra vez pegada del celular”, si el comentario se lo hace el jefe, posiblemente sentirá vergüenza6; si se trata de una amiga, podría producirle enojo; pero si se lo expresa su hijo, que está en casa esperándola(o) desde hace rato para jugar o para mostrarle un trabajo que hizo en el jardín infantil, probablemente sienta culpa. Esta es una de las emociones que a diario pueden sentir y vivir los padres de familia ante una situación mediada por el uso frecuente de las tecnologías.

La vivencia de las emociones descritas está condicionada a la relación que haya construido la persona con ese otro situado culturalmente, con el rol que represente en la vida de ese otro y la significación que tenga sobre ese otro, de ello dependerá la connotación o dimensión que tome la emoción frente a una determinada situación o realidad circunstancial. Estas respuestas emocionales pueden, por lo tanto, ser moduladas y es aquí donde se muestra la estrecha conexión entre emociones, sentimientos y procesos socializadores. Este análisis converge con los planteamientos hechos por Somoza et al. (2015), respecto a que no se trata de una reacción automática, se hace un filtro evaluativo entre las causas y las emociones para ajustarlas a los requerimientos de la cultura. En los siguientes relatos se puede develar cómo el color de la emoción depende de la relación que se construye con ese otro situado, según perspectiva de Illouz (2007).

Personalmente pienso que sí… por ejemplo, yo hace dos años no tenía celular con WhatsApp, no me interesaba, pero creo que ahora sí pesa, porque yo trabajo por ahí, mis amigos son por ahí, a veces me idiotizo con el celular, entonces eso cambia muchísimo, a uno le hablan y uno no presta atención, uno trata de manejarlo, pero a veces se peca. (Relato 6 de una madre, comunicación personal, noviembre de 2015)

(…) Hay momentos que desafortunadamente por mi trabajo, a veces para mí es más cómodo que se quede un buen rato ahí… pero en mi corazón hay culpas. (Relato 5 de una madre, comunicación personal, noviembre de 2015)

Estas son voces que develan culpa a partir de la interacción que los padres y madres de familia tienen con las herramientas tecnológicas, tanto en el ámbito familiar, como laboral y social. Este tipo de sentimiento, en particular, aflora como respuesta a la valoración y significación que le están dando a la relación construida con sus hijos, al rol parental que desempeñan, lo que marca a su vez el tipo de emoción que pueden experimentar. Con relación a este aspecto, llama la atención en los hallazgos cómo en los discursos y prácticas de los padres y madres con un estilo de socialización indulgente o permisivo, se presenta una tendencia a sentir culpa, miedo y angustia, por el “ejemplo” que le están dando a sus hijos frente al valor, uso, manejo y tiempo dedicado a las tecnologías a nivel personal, familiar y laboral, y las consecuencias que está trayendo sobre sus hijos. Esta situación obedece a que a estos padres y madres se les dificulta poner límites y ejercer control, ya que evitan las imposiciones y les conceden un alto grado de autonomía a los hijos. Así lo evidencia el siguiente relato:

(…) uno muchas veces se deja absorber en la parte laboral que a la final uno no es coherente, yo le digo: de tal hora a tal hora estás ahí en el computador, entonces luego me dice: mami otro ratico, y yo le respondo: bueno, otro ratico pues, y termina siendo otras dos o tres horas más. (Relato 27 de una madre, comunicación personal, enero de 2016)

Caso contrario ocurre con los padres y madres del estudio que utilizan una forma autoritaria de educar y socializar a sus hijos al no sentir culpa, miedo o angustia por el manejo y tiempo que le dedican al uso de la tecnologías, respaldándose en concepciones patriarcales, adultocentristas y convencionales que reafirman sus características de exigencia, control y comunicación unilateral que establecen con sus hijos, lo que los hace indiferentes a la vivencia de este tipo de sentimientos y emociones. En cuanto a los padres y madres que asumen un estilo democrático o autorizativo, se encontró que este tipo de emociones no logran perturbarlos, pero tampoco son insensibles a las necesidades, intereses y deseos de sus hijos. Estos padres y madres tratan de situarse en un punto intermedio, les inquieta el efecto que puede tener sobre sus hijos un mal uso o abuso de las tecnologías, tanto por parte de ellos como de sus hijos, pero buscan estrategias de control y regulación. Y referente al estilo de socialización negligente, este no se halló entre las familias del estudio.

De igual modo, un aspecto generalizado que se encontró en las narrativas discursivas de las madres, es el sentirse juzgadas, confrontadas e interrogadas por sus propios hijos ante el uso de las tecnologías y el mundo virtual. Es evidente cómo en la medida en que los niños y niñas crecen y maduran, y que establecen interacciones más cercanas con el contexto actual, comienzan a tener otras demandas y a influir de una manera más potente sobre su propio proceso de socialización y sobre las actitudes o actuaciones de sus padres y madres, debido a los elementos que retoman o absorben de los otros significantes considerados también como referentes próximos llamados: pares, parientes, amigos, cuidadores y medios tecnológicos, incorporándolos y desplegándolos en el escenario familiar. Este análisis e interpretación coincide con lo afirmado por Musitu y Cava (2001) respecto a que los hijos también pueden influir en los propios valores de los padres y madres. Los hijos influyen también en los progenitores mediante los dispositivos que asimilan de otros agentes de socialización.

Así, a través de los hijos, algunos valores de la escuela, de los medios de comunicación, el internet, la moda, entran en el interior de las familias.

Siguiendo con el análisis, la culpa es entendida como una evaluación negativa realizada por el propio sujeto desde la perspectiva del otro presente o ausente, concreto o generalizado. Cuando se siente culpa, se escucha la voz interior juzgándose desfavorablemente.

(…) La culpa se deriva, por tanto, de una trasgresión de los estándares morales e implica una dolorosa autoevaluación negativa de sí mismo. Se ha causado daño al otro, bien infringiéndole estímulos negativos, bien privándole de algunas gratificaciones a las que tenía derecho, que son las dos formas posibles de ejercer el poder. El sentimiento de culpa suele estar acompañado de remordimientos, aunque aquí es necesario advertir que es el propio punto de vista del actor sobre su poder, el que produce el sentimiento de culpa. (Bericat, 2000, p. 155)

En estos relatos puede constatarse:

ella efectivamente está diciendo que para diciembre quiere una Tablet, pero igual, yo en esa parte ya soy muy cuidadosa, ya que cometí un error, cuando los BlackBerry estaban de moda, todos los adolescentes tenían su equipo, la niña mayor tenía 13 años y le dije a mi esposo: comprémosle uno, todos sus amigos tienen equipos y por qué no darle la oportunidad para ver ella cómo lo maneja… desde ahí es adicta, para mí fue un error porque yo fui la que la motivé a que se lo comprara. Ya después empezaron a introducir otros equipos de alta gama y ella al ver esto iba pidiendo más, decía: no, este ya se me daño, ya quiero otros, y desde ahí mi esposo me decía: tú eres la culpable. (Relato 3 de una madre, comunicación personal, noviembre de 2015)

Yo no quiero volver a cometer el error de meter a la niña en esto, además es muy prematuro desde la parte cognitiva, la creatividad, la parte de la socialización con la familia, me parece que fue el peor error y no quiero volver a cometer el mismo error que cometí con la primera niña. (Relato 4 de una madre, comunicación personal, noviembre de 2015)

En esto discursos narrativos se identifica el arrepentimiento (acompañante de la culpa) que siente la madre, fruto de una situación familiar que vivió en el pasado con su hija mayor, reconociendo lo permisiva y “alcahueta” que fue con ella frente a la adquisición, uso y manejo del celular. Dicha actitud contribuyó al desarrollo de una dependencia o apego, que presenta su hija actualmente frente a las tecnologías; razón por la cual, no quiere repetir la misma historia con su hija menor. Al respecto Williams y Nussbaum presentan desarrollos sobre el tema de la culpa, encontrando en sus planteamientos puntos de encuentro y desencuentro, lo que en la siguiente cita se revela:

(…) la culpa, sin embargo, afirma Williams, va más allá de un momento determinado: se extiende en el tiempo, y el sujeto advierte que, aun si desapareciera, dicho sentimiento seguiría acompañándole. Solo aquí hay una pequeña diferencia entre el planteamiento de Nussbaum y el de su maestro. Puesto que ella sostiene que el sentimiento de culpa se dirige hacia un acto concreto y no hacia la totalidad de la persona, considera que ésta es contextual y limitada en el tiempo. Williams, por el contrario, parece extender la culpa en el tiempo. (Gil, 2014, p. 252)

En este sentido, los autores permiten confirmar el hallazgo develado en los relatos anteriores, en tanto la madre presenta un sentimiento de culpa que ha prolongado a través del tiempo y que sigue experimentando en el presente, proyectándolo hacia sus interacciones familiares actuales, en especial con su hija menor. Existe en ella una carga moral al sentir que cometió un error, el cual debe reparar.

De otra parte, refiere que se siente afectada por la presencia y uso de las tecnologías en el espacio familiar, debido a la incidencia que han tenido sobre las relaciones, interacciones y comportamientos de los miembros de su familia, incluyéndose ella misma. Además, aduce que su hija mayor se ha convertido en un referente poco constructivo para su hermanita, por el uso y abuso permanente que hace de las tecnologías tanto a nivel intra como extrafamiliar: “Mi hija mayor va al baño con el celular en la mano, pasa a la mesa con el celular en la mano, vive en función de eso” (Relato 30 de una madre, comunicación personal, enero de 2016).

En los dos relatos que se vienen analizando, se develan dos situaciones que se presentan a la par en la cotidianidad de los espacios familiares: de un lado, se observa cómo el fenómeno tecnológico ha irrumpido en la cotidianidad familiar, permeando los hábitos, valores y costumbres de sus miembros; y de otro lado, se identifica que está siendo estigmatizado por algunos padres y madres de familia al connotarlo y anclarlo a las vivencias y experiencias propias o ajenas poco gratificantes acontecidas por la incursión de las TIC en la vida personal, familiar y social de los sujetos. Pero lo que realmente subyace a esta postura, son las tensiones, fragilidades y desafíos que los padres y madres hoy día deben afrontar en su maternar y paternar.

El anterior testimonio muestra sintonía con lo que plantea Nussbaum (2008), respecto a que los seres humanos experimentan las emociones de formas modeladas, tanto por su historia individual como por las normas sociales. Es decir, la madre quedó marcada por la experiencia de vida y el señalamiento familiar y social del que fue objeto en el pasado, debido al estilo de socialización que asumió con su hija mayor, el cual estuvo caracterizado tanto por la presencia e influencia constante de las TIC, como por el poco control, los límites débiles y difusos, la escasa regulación de su comportamiento y actividades, al igual que por una baja imposición y aplicación de correctivos. Estos aspectos estuvieron presentes a lo largo del proceso de crianza de su primera hija, por lo tanto, de esta experiencia se puede inferir que un estilo educativo parental permisivo o indulgente, no favorece el proceso de inserción y adaptación de los hijos al mundo mediático y tecnológico de manera constructiva y puede desencadenar en los padres y madres culpa y arrepentimiento.

Es por esto que, a partir de los aprendizajes construidos alrededor de este suceso, la madre le da significación emocional a su experiencia actual y la relaciona con su historia personal pasada. Este análisis e interpretación converge con los planteamientos de Nussbaum (2008): “Puesto que los nuevos objetos de amor, de ira, de dolor o de temor arrastran los sedimentos de ciertos objetos antiguos, también nuestras emociones frente a dichos objetos son, en muchas ocasiones, emociones relativas a nuestro propio pasado” (p. 206).

Siguiendo con el análisis de los discursos familiares, aparecen también otras dos emociones en los padres y madres, consideradas como las más antiguas, estas son: el miedo y la angustia, las cuales se manifiestan de forma similar y pueden presentarse al mismo tiempo. Ambas se develan con fuerza en los relatos de las madres de familia de manera particular.

El miedo como la mayoría de las emociones que nos ocupan, es un estado de ánimo que se sustenta en creencias o en sospechas que luego serán confirmadas o refutadas. Es una emoción que mira al futuro y no al pasado. (…) a su vez, el miedo como todas las emociones, es motivacional, genera un deseo o una actitud que mueven a actuar. (Camps, 2011, p. 182-183)

Entre tanto, la angustia es entendida como un estado emocional ante algo desconocido, se experimenta sin motivo alguno o cuando nos preocupamos demasiado por la posibilidad de que algo ocurra, nos sentimos temerosos, amenazados o en riesgo.

Ella prende el computador para ver fotos, el celular generalmente no dejo que me lo coja, siempre lo mantengo conmigo, porque no quiero que ella gire en torno a la tecnología y me da miedo que descuidemos el vínculo familiar, es lo que a mí me enseñaron y quiero enseñárselo a ella y me interesa manejarlo así. (Relato 2 de una madre, comunicación personal, octubre de 2015)

Me genera angustia saber que la chiquita me reclame, me pide evidencia de un tiempo real y significativo, a veces no puedo suplirla, porque estoy pegada de la herramienta. (Relato 5 de una madre, comunicación personal, enero de 2016)

Estos relatos dejan entrever la angustia y el miedo que sienten las madres ante los requerimientos de los infantes. La angustia como una reacción ante un peligro desconocido, se presenta usualmente a la par con el miedo. En algunas madres de familia participantes del estudio ambas emociones confluyeron, al expresar que sienten miedo y angustia a ser juzgadas, señaladas o criticadas, por no darles un “buen ejemplo” a sus hijos y por no compartir más en familia, ya que se encuentran cautivadas por lo que ofrece el mundo virtual y los espacios cibernéticos. Estos hallazgos concuerdan con lo dicho por Nussbaum (2008):

(…) hasta ahora he subrayado la universalidad de ciertas emociones humanas. Basadas en vulnerabilidades y apegos, de las cuales los seres humanos difícilmente pueden carecer, dada la naturaleza de su cuerpo y su mundo. Las emociones como el temor, el amor, la ira y la aflicción cuentan con muchas probabilidades de ser en algún sentido ubicuas. (p. 169)

En efecto, se reconoce cómo el miedo puede estar proyectando esas tensiones y desafíos que ya se han mencionado a lo largo de esta discusión y que experimentan las madres de familia a diario, por no alcanzar a cumplir con lo que se espera socialmente de ellas en su ejercicio de maternar, además, de sentir que pierden legitimidad en la autoridad e imagen frente a sus hijos. De igual manera, el sentir tanto miedo y angustia como culpa, puede estar asociado a una reproducción desigual de género y un discurso familístico, hegemónico y esencialista del cuidado familiar, es decir, que las madres pueden estar sintiendo estas emociones y sentimientos porque han naturalizado que es su responsabilidad y deber darles buen ejemplo a sus hijos, ser buenas madres y convertirse en un referente positivo para ellos. También se observa cómo el cuidado es asumido como una tarea femenina y de la mujer-madre, por lo tanto, sienten que por estar “enchufadas” a las tecnologías no están cumpliendo con ese mandato e imaginario social que les han inculcado a través de sus propios procesos de crianza y socialización, y por consiguiente afloran en ellas este tipo de sentimientos y emociones.

Estos planteamientos convergen y reafirman lo dicho a lo largo de este análisis, frente a la importancia de la socialización en la primera infancia. Esta suele definirse como:

el proceso mediante el cual la persona adquiere los valores, creencias, normas y formas de conducta, apropiadas a la sociedad a la que pertenece. Lógicamente, en el periodo de la primera infancia, niñez y adolescencia cobra relevancia este proceso y en consecuencia, la familia es un lugar especialmente privilegiado para la enseñanza de estos elementos culturales. (Musitu y Cava, 2001, p. 115)

Conclusiones

Frente a la tesis de hallazgos alrededor de la cual se estructuró este artículo: “El lugar de las emociones en la socialización familiar mediada por las TIC: una experiencia que transita entre la culpa, el miedo y la angustia en los padres y madres”, se elaboran las siguientes reflexiones finales.

La emergencia de las emociones en los padres y madres tiene estrecha relación con el estilo educativo parental o estilo de socialización que apropian estos como adultos significativos en el proceso de crianza y formación de sus hijos. Es necesario que tanto los padres como las madres se interroguen y reflexionen frente a si sus estilos de socialización y prácticas educativas están acompasadas con el devenir de los tiempos y las demandas del contexto actual. En esta medida, podrán construir un escenario educativo familiar acorde con las necesidades y características de sus hijos, que posibiliten unas relaciones más constructivas y cercanas, al igual que unos entornos más seguros, de cuidado y apoyo para sus hijos, ante los nuevos invasores de los mundos y espacios cotidianos.

Las emociones son una construcción relacional y en ese sentido el color de la emoción florece de acuerdo a la relación que se teja con ese otro y lo otro, y el significado o representación de ese otro y lo otro para mí. De igual forma, las emociones tienen una relación insoslayable con la historia personal y el trayecto de vida individual, de tal modo que las experiencias vividas en el pasado dejan huella y memoria en la persona, significando la emoción en el presente. Asimismo, la vivencia de las emociones depende de los criterios sociales o morales y creencias que cada cultura o contexto tenga legitimadas o pautadas socialmente.

La culpa se presenta como un sentimiento anclado a un discurso hegemónico del cuidado familiar, feminizado y maternizado, y solo en la medida en que se superen esos esencialismos y se transite hacia una construcción social del cuidado y una lectura de corresponsabilidad frente al mismo (familia-instituciones-Estado), esta emoción se podrá desvanecer.

Existe una progresiva contribución de los niños a su propio proceso de socialización. Los hijos han empezado a influir con fuerza sobre las actitudes y actuaciones de sus padres y madres, así se convierten en motor del cambio en ellos. Esto evidencia un ejercicio recíproco del poder, una mirada bidireccional de la socialización y una concepción del niño como sujeto activo titular de derechos y protagónico de su vida.

La familia juega un papel trascendental en la configuración de la identidad, el sentido de vida y el desarrollo de cierto autocontrol (impulsos-emociones) del sujeto para desenvolverse en sociedad; en la formación de su sistema de creencias y conductas asociadas al género, entre otros retos que debe asumir la familia. En consecuencia, esta puede contribuir de manera significativa a atenuar la influencia del mundo tecnológico en el proceso de crianza y socialización de los infantes, al igual que en las interacciones con sus entornos inmediatos.

Referencias

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* Artículo producto de la investigación titulada: “Sentido asignado por las familias a los procesos de socialización familiar en la primera infancia, a partir de la presencia y el uso de las tecnologías de la información y comunicación en los escenarios familiares”, realizada por la autora como requisito para optar al título de Magíster en Intervención en Relaciones Familiares del Departamento de Estudios de Familia de la Universidad de Caldas, Manizales, Colombia, 2017.

Cómo citar este artículo: Martínez, C. (2018). El lugar de las emociones en la socialización familiar mediada por las TIC: una experiencia que transita entre la culpa, el miedo y la angustia en los padres y madres. Revista Eleuthera, 18, 133-149. DOI: 10.17151/eleu.2018.18.8.

1El ingreso de las mujeres al mercado laboral, “familias con doble ingreso”; diversificación de las formas familiares, aumento de los niveles educativos de la mujer; incremento de las familias con jefatura femenina; menor duración de las relaciones o uniones, y migraciones. De igual manera, la creciente participación económica de las mujeres, les permite la independencia económica y la autonomía personal y social, para constituir o continuar con hogares sin parejas. De otro lado, emergen la desfamiliarización y la individualización como procesos propios y actuales del mundo moderno, que inciden igualmente sobre la socialización y sociabilidad.

2La función socializadora está siendo compartida por otros espacios/agentes, como: hogares infantiles, jardines, CDIT, escuela, amigos, familiares, vecinos, medios de comunicación y nuevas tecnologías.

3Las emociones conforman el paisaje de nuestra vida mental y social, como los “levantamientos geológicos” que un viajero puede descubrir en un paisaje donde hasta hace poco solo se veía una llanura; imprimen a nuestras vidas un carácter irregular, incierto y proclive a los vaivenes (Nussbaum, 2008, p. 20).

4Este tipo de emociones coinciden en un rasgo fundamental: implican una valoración del propio yo, ya sea positiva o negativa, expresan un juicio de valor acerca del estado del yo en el contexto de las interacciones sociales con otros sujetos considerando múltiples aspectos, como los beneficios o perjuicios obtenidos en la interacción; la percepción del juicio de valor que muestran los demás acerca de nosotros (Somoza, Mahamud y Pimenta, 2015, p. 28).

5Se advierte que, al hablar de los hijos y niños, se está teniendo en cuenta el género masculino y femenino (se refiere a hijos y niños, en términos incluyentes de género).

6Citado por Camps (2011) en el gobierno de las emociones, donde conceptúa que “es un sentimiento derivado de la caída de imagen que uno tiene de sí mismo, la pérdida de reputación, el descredito ante algún otro o ante la sociedad”. (p. 111)

Recibido: 24 de Agosto de 2017; Aprobado: 15 de Noviembre de 2017

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