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Revista eleuthera

Print version ISSN 2011-4532

Rev. eleuthera vol.22 no.1 Manizales Jan./June 2020

https://doi.org/10.17151/eleu.2019.22.1.13 

Reseñas

HAY SILENCIO EN LAS ARTICULACIONES

Mateo Ortiz-Giraldo1 

1 La Patria. Manizales, Colombia. E-mail: mateoortizgiraldo96@gmail.com.


Hasta los 10 años hablé poco, por poco me refiero a realmente poco. Mis palabras no se articulaban. Por el contrario. Todo estaba disperso, desdoblado y necesariamente sin forma. Durante esos años de silencio entendí la quietud. No fue reflexivo, simplemente ocurrió: las manos se ciñen una sobre la otra, las rodillas se pliegan y la cabeza queda estática. El juego de la estatua: congelado, gritan.

Sí, estuve congelado. Estaba “inmóvil y de pie en una pendiente recóndita y apartada en el monte, igual que si fuera uno de los árboles bajo la lluvia”, como narra Han Kang en su libro “La Vegetariana” (Ratta, 2017), acerca del proceso de transformación vegetal de Yeong-hy, una ama de casa coreana.

Esa novela emprende una indagación sobre el cuerpo callado, silencioso y que muta hacia el completo silencio. Esta ama de casa emprende un proceso contrario al mío: pasa de la movilidad y la acción, hacia la inacción y el mutismo. Ruido blanco que tranquilamente le pone peso a la gravedad de la soledad.

Para entender, alguien callado es alguien solitario. Las dimensiones de su anatomía no se ramifican sobre otras, sino que devienen en roca. No hay interacción social. Así como Yeonghye cuando empieza abandonar los hábitos que le construían: comer carne, tener sexo, hablar con su familia e interactuar, en general.

Gracias a la “La vegetariana” el cuerpo cobra una importancia mayúscula. Se trata de una extensión marchita y anulada, pero también limpia. Su protagonista busca, aunque no oímos su voz más que en sueños, sacarse de dentro la muerte que ha consumido. Es una decisión intempestiva. Como la mía de hablar y tratar de interactuar.

Cuerpo + muerte

El cuerpo como tema es una constante en la literatura. Hay largas reflexiones sobre las necesidades, los placeres y los temores. Cuerpos que van de un estadio a otro, cuerpos que se pudren, cuerpos que son cárcel. Pero pocas novelas se centran en el cuerpo, quieto y callado, como una forma de liberación.

“Inclúyanme afuera” de María Sonia Cristoff (2014), está en esa línea. En la novela se narra una historia de contención: el ruido del mundo queda aislado y, por lo tanto, encapsulado fuera de la narración. En la contradicción de su título está la clave para entender por qué acallar al cuerpo no es un proceso contrario que habitar en sociedad.

Un cuerpo que calla es también un cuerpo consciente de su límite, de la muerte próxima. No lo ve como condena sino como hecho inevitable. “Todos sabemos que nuestro corazón late, pero no muchos soportan una descripción meticulosa del intrincado de arterias y mecanismos involucrados; todos sabemos que un día exacto dejará de latir”, narra.

La conciencia de la muerte, en ese estado de músculos tensos y miradas fijas, no llega sola. Hay un antecedente, una situación previa. La quietud es, quizás, el estado más cercano a la muerte. Tanto la protagonista de Hang Kan como la de Cristoff, piensan en su inmovilidad como un paso anterior al final. Hay un llamado constante de la muerte.

Cuerpo + no-olvido

En mi infancia no pensaba en la muerte. Los niños solemos ver la vida en un eterno presente. Razón por la que el futuro, y con ello la muerte, les corresponde a los adultos. Son ellos los que mueren, nosotros solo observamos y preferimos no decir nada. Sin embargo, esa quietud sí alarmaba. Para mi familia siempre fue un gesto de madurez, pero para sus amigos fue un símbolo de extrañeza.

Una extrañeza que se extiende. No hay límites en ella y contagia otros momentos. Aún la percibo. El silencio está junto a mí y actúa como un sifón. Me traga, me obliga a permanecer en jaque. Todo apuntala a mí, como apuntó a alguna vez a Guadalupe Santa Cruz y quedó plasmado en “Esta parcela”, novela que narra un periodo de decadencia del cuerpo. Aquí el cuerpo no solo se calla sino que lo callan. La cantante que la protagoniza no puede volver a cantar. Ella es una Guadalupe cambiada, pues la autora escribió esta novela en su etapa de enfermedad. Aquí, como Roberto Bolaño: escritura + enfermedad = enfermedad.

Una de las oraciones finales de “Esta parcela” reclama sobre lo lábil, lo que es poco estable, “Solo interrumpo un aspecto lábil de mi cuerpo”. Con esta interrupción, nace la movilidad, la inquietud. Pero el remanente queda. El niño callado no se evapora, aprende palabras y las despliega, pero nunca olvida un estado inicial de manos ceñidas y rodillas plegadas.

Como citar este artículo: Ortiz, M. (2020). Hay silencio en las articulaciones. Revista Eleuthera, 22(1), 231-233. DOI: 10.17151/eleu.2019.22.1.13.

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