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Revista eleuthera

Print version ISSN 2011-4532

Rev. eleuthera vol.23 no.1 Manizales Jan./June 2021  Epub Oct 22, 2021

https://doi.org/10.17151/eleu.2021.23.1.15 

Enfoques

Trabajo Social y el “octubre chileno”. La vocación cuestionadora de nuestra historia profesional para los desafíos disciplinares del presente*

Social work and the “Chilean October”. The questioning vocation of our professional history for the disciplinary challenges of the present

Víctor Orellana-Bravo1 

1 Universidad de Chile. Santiago de Chile, Chile. E-mail: v.orellanabravo@gmail.com. orcid.org/0000-0002-1257-009X. https://scholar.google.com/citations?hl=es&user=tcQPHt8AAAAJ.


Resumen

Objetivo.

El artículo tiene como objetivo realizar una reflexión teórica y analítica acerca del Trabajo Social chileno y los desafíos que enfrenta, a propósito del singular momento que vive actualmente el país sudamericano desde octubre 2019, en el que se abre un ciclo de confrontaciones en el seno de la sociedad chilena.

Metodología.

Para responder esta pregunta, el artículo se sirve de los resultados de la investigación doctoral del autor para recorrer la experiencia histórica de la Reconceptualización a partir de claves historiográficas extraídas del concepto de historia en Walter Benjamin.

Resultados.

Existen momentos explosivos en nuestra historia profesional que ofrecen claves analíticas para abordar críticamente los desafíos del presente disciplinar.

Conclusiones.

La vocación cuestionadora en determinados períodos históricos, junto al compromiso con los sectores populares, constituyen dos elementos claves para enfrentar los desafíos del Trabajo Social chileno en el presente.

Palabras clave: octubre chileno; reconceptualización; desafíos disciplinares; trabajo social

Abstract

Objective.

The article aims to carry out a theoretical and analytical reflection on Chilean Social Work and the challenges it faces regarding the special moment that the South American country is currently experiencing since October 2019, in which a cycle of confrontations within Chilean society starts.

Methodology.

To answer this question, the article makes use of the results of the author’s doctoral research to explore the historical experience of Reconceptualization based on historiographic keys extracted from the concept of history in Walter Benjamin.

Results.

There are explosive moments in our professional history that offer analytical keys to critically approach the challenges of the disciplinary present.

Conclusions.

The questioning vocation in certain historical periods, together with the commitment to the popular sectors, constitute two key elements to face the challenges of Chilean Social Work in the present.

Key words: Chilean October; reconceptualization; disciplinary challenges; social work

Introducción

El 9 de octubre de 2019, Sebastián Piñera, presidente de Chile, declaraba en televisión: Chile es un verdadero oasis en una América Latina convulsionada. El multimillonario empresario, en su condición de presidente, hacía una comparación respecto a la situación de Chile en relación con varios países vecinos que, en aquel entonces, se encontraban atravesando por recesiones económicas, crisis políticas o, de manera más expresiva, presentaban multitudinarias protestas, como era el caso de Ecuador. Esta idea del “oasis” es perfectamente coherente con el relato que se ha exportado por las agencias de propaganda del capital a todo el mundo y que buscan colocar a Chile como un irrefutable ejemplo de éxito de la adopción de políticas neoliberales. Ahora bien, para mantener la validez de este relato han sido necesarias ciertas omisiones.

En primer lugar, se ha omitido, como era de esperar, el “secreto no contado” del éxito económico chileno, basado en una “... explotación feroz del trabajo y de la naturaleza por el capital nacional y trasnacional (...) una extracción de plusvalía descomunal sobre el trabajo vivo, acoplada a un modelo primario-exportador extractivista” (Gaudichaud, 2015, p. 22) y del cual se han beneficiado un grupo reducido de familias que concentran celosamente la riqueza del país1.

Lo que este relato también omite es el creciente descontento y su expresión en formas de protestas que, con diferentes niveles de organización, se han presentado en el país sudamericano, sobre todo a partir de la última década, dando cuenta de aquello que el PNUD notifica como una creciente politización de la sociedad chilena expresada en la “ampliación de la discusión pública, el aumento de la conflictividad y la movilización social (...) el aumento de las acciones de protesta y del número de personas involucradas en ellas” (PNUD, 2015, pp. 15-16). Nos referimos a la aparición, en la escena sociopolítica del país, de la sostenida acción de movimientos sociales de distinta índole que, a pesar de su diversidad, coinciden en atacar y cuestionar, de manera frontal, los cimientos de esta pax neoliberal instalada en el país desde la dictadura militar y profundizada magistralmente por los gobiernos civiles que continuaron y perfeccionaron el modelo.

Lo anterior le permitía, hace ya varios años atrás a un economista chileno, advertir que la “utopía neoliberal muestra fisuras... [aflorando] un malestar inusitado y, en éste, un potencial de ruptura” (Agacino, 2015). Se trata de las que, ya en 2015, eran descritas como “las fisuras del neoliberalismo chileno” (Gaudichaud, 2015), fisuras que -nueve días después de las declaraciones con las que abrimos este texto- se transformarían en una fractura expuesta en la columna vertebral del oasis chileno.

El 18 de octubre de 2019, un nuevo aumento en $30 en la tarifa del transporte público (metro y buses) de la capital chilena, vino a actuar como el factor detonante del descontento social acumulado por décadas, desatando lo que transversalmente se conoce como el Estallido Social en Chile. Bajo el lema “No son 30 pesos, son 30 años”, explotan de manera masiva y violenta las mayores protestas sociales luego de terminada la dictadura cívico-militar en 1990: millones de personas ocuparon las calles en decenas de ciudades a lo largo del país, intercalando formas de protesta pacífica -como los “cacerolazos”, marchas, intervenciones artísticas y multitudinarias concentraciones- con otras de índole violenta, produciéndose ataques e incendios en oficinas gubernamentales, autobuses, sucursales bancarias (las más castigadas), tiendas del retail, empresas trasnacionales, farmacias, supermercados (saqueos), acciones que fueron la expresión de la furia inorgánica desatada un día de octubre en que la rabia contenida se desbordó2.

El oasis chileno se transformó, de la noche a la mañana, en un escenario donde el descontento se paseaba desnudo, vociferante y multitudinariamente por las calles de las principales ciudades del país, encendiendo barricadas en miles de avenidas, tumbando las estatuas de “conquistadores” españoles y repletando cientos de plazas a lo largo del país, rayando miles de muros con consignas, en las que era posible leer: “¡no era paz, era silencio!”.

La respuesta, como era de esperarse de un gobierno cuyo sector político colaboró activamente con la dictadura de Pinochet, fue adoptar la política del enemigo interno. Piñera (2019) sostuvo: “estamos en guerra contra un enemigo poderoso” y, consecuentemente, decretó un Estado de Excepción Constitucional. Las tanquetas del Ejército y militares férreamente armados volvieron, por vez primera luego de finalizada la dictadura, a patrullar las calles de Santiago. Se decretó un toque de queda y las protestas, que fueron duramente reprimidas, no sólo no retrocedieron, sino que fueron en progresivo aumento en los meses sucesivos.

El saldo actualizado al 18 de febrero de 2020, es lapidario: más de 30 personas fueron asesinadas, 445 tienen lesiones oculares (pérdida de un ojo, en algunos casos los dos), hay 2.500 personas -en su mayoría jóvenes- en prisión preventiva sin ninguna otra prueba que los testimonios de las propias policías; 3.400 civiles fueron hospitalizados (heridas de bala, balines, perdigones), hubo más de 10.000 detenciones, 197 denuncias por violencia sexual contra la policía, 520 denuncias de torturas y más de 1.000 por uso excesivo de la fuerza, entre otros datos3. Los hechos recientes corroboran que, fieles a su tradición histórica4, los uniformados chilenos -policías y militares-, volvieron a atentar contra sus propios connacionales5.

Es marzo de 2020 y en el momento en que las manifestaciones retomaban el impulso de octubre, irrumpe en la escena la pandemia del coronavirus y, con ello, las medidas de aislamiento social consiguieron lo que la abierta represión no había podido, esto es, confinar la protesta social dentro de los hogares. Como primera medida “sanitaria”, el gobierno volvió a declarar Estado de Catástrofe, imponiendo nuevamente el toque de queda y la militarización de las calles.

Replegada en sus casas, la sociedad chilena ve por televisión la aplicación sistemática de paquetes de medidas favorables a las grandes empresas y la banca, en desmedro de una diezmada clase trabajadora6, la que -en los momentos en que escribo este artículo- continúa impávida, entre el shock del confinamiento, el desempleo y la desesperación de una crisis económica que, según lo señalado por Ignacio Briones (Ministro de Hacienda), será la peor registrada en Chile, desde la crisis de 1982, años en que -en pleno contexto de represión dictatorial- el hambre se instaló en millones de hogares chilenos7.

El octubre chileno abre un escenario social y político que la historia chilena no conocía hace décadas, desatándose una crisis con consecuencias que se encuentran en pleno desarrollo, lo que nos obliga a colocar en modo de hipótesis exploratorias cada una de las caracterizaciones que pretendamos realizar. En ese sentido, las fisuras del neoliberalismo chileno se han abierto de par en par (Agacino, 2006), lo que comporta posibilidades, pero en caso alguno implica que el sistema esté herido de muerte. El sistema continúa vivo, herido, pero vivo, recuperando terreno en el contexto de la pandemia y coagulando estrategias para detener la hemorragia que el octubre chileno le significó, coherente con el modo en que el capitalismo se reinventa y busca fortalecerse en cada crisis: “... la historia muestra que el capitalismo no se desvanece por sí sólo: la crisis es incluso su naturaleza, su esencia misma, su motor” (Gaudichaud, 2015, p. 107).

¿Cómo interpela este escenario al Trabajo Social? No es posible, no al menos desde la perspectiva teórica en que sustentaré el escrito, reflexionar sobre desafíos disciplinares de manera desarticulada de la realidad social e histórica en la que la categoría profesional se inserta. Eso explica tan extensa introducción, pues es desde el actual intersticio sociopolítico que me propongo esbozar algunas reflexiones en torno a los desafíos que la actual coyuntura histórica comporta para la disciplina del Trabajo Social y de cómo, en este sentido, una revisión de experiencias históricas de la propia categoría profesional podría ofrecernos pistas analíticas y políticas para los desafíos del presente.

En este sentido, y es necesario explicitarlo, la revisión que aquí realizaremos se referirá -por el tipo de objeto y fuentes estudiadas- a los debates disciplinares que tuvieron lugar en el ámbito de la formación universitaria del Trabajo Social, desde donde se miró con ojo crítico las tensiones en el ámbito de la actuación profesional y, por tanto, los desafíos que aquello implicó para los procesos de formación. Para ello, organizaremos el escrito de la siguiente forma:

Primero, fundamentaremos teóricamente la importancia de asumir una relación dialéctica entre el Trabajo Social y las relaciones sociales en las que éste se inserta en determinadas coyunturas históricas, para luego presentar -en el mismo ítem- un posible método de análisis historiográfico derivado de tal fundamentación. Luego, de la mano de las claves historiográficas exhibidas, estableceremos puentes con una parte de nuestro pasado profesional en el que la disciplina enfrentó un momento de grandes exigencias, cambios y redefiniciones: el período de la Reconceptualización (décadas 60 y 70) y, más concretamente, la rica experiencia de la Escuela de Trabajo Social de la UC8. Para finalizar, nos proponemos esbozar algunas reflexiones que nos permitan encarar los desafíos del presente social y profesional, recurriendo no tanto a las certezas del pasado, sino más bien, a los cuestionamientos a los que se enfrentaron y, sobre todo, al modo en que una parte de la categoría profesional buscó renovarse a través de éstos.

Perspectiva teórica: claves historiográficas

Lo primero será explicitar el referencial teórico desde el cual abordaremos la reflexión. En este sentido, la perspectiva histórico-crítica, sustentada en categorías de análisis marxistas y elaborada principalmente en el contexto del Trabajo Social brasilero -lo que en Latinoamérica conocemos como el servicio social crítico- nos permite y exige comprender dialécticamente la relación entre la profesión y la historia social de la cual es, al mismo tiempo, producto y productora.

[...] como institución componente de la organización de la sociedad, [el Trabajo Social] no puede escapar de la realidad. Las condiciones que peculiarizan el ejercicio profesional son una concretización de la dinámica de las relaciones sociales vigentes en la sociedad, en determinadas coyunturas históricas. (Iamamoto, 2014, p. 81)

Se trata de concebir la disciplina inserta en relaciones sociales que adoptan determinadas características resultantes del momento histórico en que tienen lugar. Esas características específicas condicionan y moldean el ejercicio profesional (postura ético-política, reflexión teórica, dimensión interventiva), al mismo tiempo que ese ejercicio profesional impregna de sus características propias a las relaciones sociales que lo condicionan y sobre las cuales actúa.

Se trata de una relación de mutuo condicionamiento que tiene lugar en un espacio-tiempo históricamente determinado.

Lo anterior es de suma importancia, pues nos permite entender que si son las coyunturas históricas las que peculiarizan al Trabajo Social -sus debates teóricos, posicionamientos ético-políticas y las formas de intervención de allí resultantes-, entonces se vuelve del todo pertinente la pregunta por el modo en que la actual coyuntura histórica de la sociedad chilena podría peculiarizar las características -a modo de tendencias, por cierto, nunca de manera monolítica- del Trabajo Social chileno en el presente.

¿Por qué esta primera clave? Porque, para nuestra reflexión, visitaremos principalmente un período histórico donde la sociedad chilena también mostraba procesos de conflictividad social y abierta confrontación con los cánones imperantes, impactando en las discusiones que tuvieron lugar en la formación universitaria del Trabajo Social, al mismo tiempo que -producto de esas discusiones- tuvieron lugar experiencias propias de la disciplina que contribuyeron a la radicalización de la conflictividad de los procesos sociales en los que estaban insertas. Con esa clave, podemos entender que la agudización de las contradicciones de la sociedad chilena en el actual contexto tensiona los debates profesionales, al mismo tiempo que las reflexiones resultantes de tales debates pueden incidir en esos procesos coyunturales. He ahí la dialéctica de la relación.

En segundo lugar, corresponde definir el método de aproximación historiográfica hacia el objeto y mediante el cual pretendemos, en este sentido, traer hacia el presente socio histórico las voces de nuestro pasado profesional. Para ello, recurriremos a algunos de los originales elementos que Walter Benjamin propone para comprender la historia, no como lugar formado por el tiempo homogéneo y vacío, sino como un objeto en construcción que está cargado de momentos actuales, del tiempo-del-ahora, el Jetztzeit (Benjamin, 1989).

Es el Jetztzeit la clave que nos permite sortear las vallas temporales de los calendarios oficiales y reunir, en un solo lugar, el material explosivo que habita en distintas latitudes de la historia. Michel Löwy nos ayuda a comprender esta idea, cuando sostiene...

El Jetztzeit es definido como aquel ‘material explosivo’ al cual el materialismo histórico coloca la mecha. Se trata de hacer explotar el continuum de la historia con la ayuda de una concepción del tiempo histórico que lo percibe como “lleno”, cargado de momentos “actuales”, explosivos, subversivos. (Löwy, 2005, p. 120)

Esta concepción implica una conexión pasado-presente desde una idea sincrónica del tiempo. En el Libro de los Pasajes, Benjamin afirma:

Todo presente está determinado por aquellas imágenes que le son sincrónicas: todo ahora es el ahora de una determinada cognoscibilidad [...] No es que lo pasado arroje luz sobre lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en donde lo que ha sido se une como un relámpago al ahora de una constelación. (Benjamin, 2005, p. 465)

En esta cita, lo que ha sido representa un pasado capturado por la misma luz que refulge en el ahora, que acontece en apenas un instante en el que, sin embargo, están contenidos todos los instantes: “... el materialista histórico aborda un objeto histórico única y solamente allí donde éste se le presenta como mónada” (Benjamin, 1989, p. 196). Esta mónada -que “... según Leibniz es un reflejo de todo el universo [y que] Benjamin la define como ‘cristal de la totalidad de los acontecimientos’...” (Löwy, 2005, p. 138)- representa una experiencia única y fugaz a partir de la cual el materialista histórico puede “... descubrir la constelación crítica que ese fragmento del pasado forma precisamente con el presente en cuestión” (Löwy, 2005, p.62).

Con esta clave, iremos en la búsqueda, en la próxima sección, de aquellos momentos explosivos del pasado que, cargados del tiempo-del-ahora, pueden tener eco en los debates y desafíos del presente.

Reconceptualización: una vocación cuestionadora

De la amplia gama de posibilidades a explorar que nos ofrece uno de los momentos de mayores controversias, discusiones y reformulaciones en la cuasi centenaria historia del Trabajo Social latinoamericano, el interés por la Reconceptualización en este escrito se va a centrar en un elemento en particular: la obstinada vocación de amplios segmentos de la categoría profesional por elaborar y profundizar radicalmente su capacidad de cuestionarlo todo. El movimiento de Reconceptualización representó, en ese sentido, un momento en que un amplio segmento de la categoría profesional -fundamentalmente desde el ámbito académico- se colocó en cuestión a sí misma, abriendo un período de hondas discusiones y furibundas críticas hacia los fundamentos teórico-políticos y metodológicos que orientaban, hasta aquel entonces, la formación disciplinaria y, por tanto, los alcances de su actuación profesional9. Por tanto: ¿qué nos interesa, para este artículo, conocer y traer al presente de esa experiencia del pasado? La respuesta es: su vocación cuestionadora.

Las pesquisas sobre el período10 señalan la existencia de una necesidad cada vez más punzante de hacerse cargo de incomodidades crónicas en la formación y el ejercicio profesional en los planteles universitarios de la época. Nos detendremos en la experiencia de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Católica, cuya historia contextualizaremos sucintamente para, luego, identificar en su proceso de mudanzas reconceptualizadoras al menos tres expresiones bastante nítidas de este impulso por cuestionar drásticamente los cimientos disciplinares.

Nos referiremos a la Escuela de Trabajo Social Elvita Matte de Cruchaga, fundada en 1929 por el Arzobispado de Santiago, bajo la protección de la Pontificia Universidad Católica, luego de que el viudo de Elvira Matte, el destacado político del Partido Conservador chileno, Manuel Cruchaga Tocornal, hiciera una importante donación de recursos para fundar una escuela de Trabajo Social en homenaje a su difunta esposa (Matus et al., 2004). Para la concreción de la iniciativa, la UC “... designa a las señoritas Rebeca y Adriana Izquierdo, damas de la aristocracia, conocidas por sus inquietudes asistenciales, para que tomen a su cargo el estudio de la formación de la Escuela” (Aedo et al., 1973, p. 90), las que consiguen contratar, en 1930, a la Dra. Luise Jörinssen -en ese entonces Directora de la Escuela de Servicio Social en München- para que dirija los esfuerzos iniciales en esta nueva escuela.

Con una impronta cristiana, la escuela “... concibe el Trabajo Social como una vocación más que una simple profesión: trabajo para el cual se necesita ciencia y abnegación (...) con un amplio y recto criterio y espíritu cristiano” según relataba Rebeca Izquierdo (Matus et al., 2004, p. 55), quien asumiría como directora en 1936 y, junto a su hermana Adriana, estarían a la cabeza de la Escuela hasta 1964, año en que son obligadas a renunciar.

El estilo de liderazgo de las hermanas Izquierdo, descrito como “... un régimen casi monárquico, cerrado, elitista e incluso clasista” (Aedo et al., 1973, p. 91), actuó casi sin contrapesos, hasta 1952, año en que tiene lugar un primer movimiento de protesta de parte de las estudiantes y un grupo reducido de docentes, quienes reclaman por el carácter autoritario de la dirección de la Escuela y su excesiva independencia -financiera y administrativa- en relación con la PUC. Como resultado de aquello, la dirección aceptó que se conformase una organización de representación estudiantil (centro de alumnas) y la Escuela de Trabajo Social quedó anexada a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la PUC. Pero los cambios más profundos van a llegar recién 12 años después.

En junio de 1964, el Centro de Alumnos de la Escuela de Servicio Social de la UC decide interpelar nuevamente a la dirección, para lo cual solicita apoyo a la Federación de Estudiantes de la UC-FEUC. Aunando fuerzas con aquella instancia de mayor representación estudiantil, exponen ante el Consejo Superior de la Universidad, un documento titulado “Informe sobre la Escuela de Servicio Social”, en el que las alumnas cuestionan que la escuela exija solamente vocación y experiencia, acusando la “ausencia de un espíritu común de seria y profunda curiosidad por el saber” (Moreno et al., 1973, p. 24). Dos meses después, en agosto de 1964, se celebra una Convención de la Escuela -a la que las hermanas Izquierdo se rehúsan a participar- en que se profundizan los cuestionamientos antes presentados. En la declaración final, es posible leer:

El Servicio Social no está cumpliendo con su papel de promoción en cambios estructurales y organismos de base [...] Actualmente se trabaja más en la solución de efectos y consecuencias de problemas que en sus causas, salvo casos aislados que no pesan en el conjunto. Falta una visión global. (Aedo et al., 1973, p. 93)

Estas expresiones no son casuales en el contexto social en el que son emitidas, pues era la propia sociedad chilena la que ingresaba en un período de profundas disputas sociales y políticas en torno a la necesidad de cambios estructurales, al tipo de modelo de desarrollo que había que adoptar, con la emergencia de movimientos sociales y organizaciones populares (organismos de base: campesinos, obreros, pobladores-pobres urbanos) en creciente capacidad reivindicativa11. Es noviembre de 1964, mes en que asume el gobierno demócrata cristiano de Eduardo Frei Montalva, mismo mes en que Paulo Freire llega a vivir su exilio en Santiago de Chile y se involucra enérgicamente con esta Escuela, mismo mes en que el Rector de la UC decide apoyar a las alumnas de la escuela, aceptando la renuncia, y con ello dando por finalizada la hegemonía de 32 años, de las hermanas Izquierdo a la dirección de la escuela.

Nos encontramos así con esa vocación cuestionadora que, durante los años venideros no haría más que aumentar. Para presentarlas, las hemos agrupado -sólo para efectos de la exposición- en tres formas de expresión: (i) cuestionamiento a los límites de un paradigma adaptador del sujeto a la realidad social; (ii) cuestionamiento al lugar de la categoría profesional dentro de un orden social de clases; (iii) cuestionamiento hacia el tipo de métodos, tanto de intervención como de organización de la formación profesional.

En primer lugar, ya desde los inicios del proceso se instalan cuestionamientos en torno al esquema que reduce el papel del Trabajo Social al de contribuir en la adaptación de los sujetos al sistema, en un contexto en que, tal como apuntado en la Declaración de Principios de la Escuela (1968), “...es un hecho evidente que un alto porcentaje de los habitantes de nuestro continente viven en condiciones infrahumanas” (“Declaración de Principios...” apudAedo et al., 1973, p. 100). La cuestión planteada es: ¿Es acaso el sistema el adecuado y, en realidad, el problema es que la inmensa mayoría de la población vive de manera inadecuada?

En este sentido, se plantea una crítica a la ideología que justifica y permite un rol profesional de esas características. En un documento de 1968 titulado “Algunas Reflexiones sobre Fundamentos y Metodología del Servicio Social” -que sería conocido como el “Libro Blanco” de la ETSUC-, se sostiene:

El Servicio Social siempre ha estado inspirado por una ideología, no habiendo conciencia de ello. Al nacer en la época del auge del liberalismo, inconscientemente una ideología liberal se infiltró en él, orientando sus acciones y métodos, llevándolo a una concepción individualista del hombre en desmedro de su dimensión comunitaria. Es así que frente a la sociedad ha tratado de crear mayores recursos asistenciales y aumentar el bienestar, dentro de una concepción liberal de ayuda al desposeído y acomodándose a las estructuras vigentes. (“Algunas Reflexiones...” apudAedo et al., 1973, p. 101)

[...] el Servicio Social] necesita definir qué estructuras deben ser cambiadas totalmente y cuáles deben ser solo transformadas e iniciar, simultáneamente, el proceso de concientización que permita la participación activa de la mayoría de las personas, tanto en el análisis de las estructuras, en su modificación y destrucción, como en la creación de estructuras nuevas y en la imaginación y construcción de la nueva sociedad, mediante una planificación democrática. (“Algunas Reflexiones...” apudAedo et al., 1973, p. 102)

Se cuestionaba profundamente el hecho de que la responsabilidad caiga sobre los hombros de “los asistidos” y se critica que el Trabajo Social no posea herramientas para poder actuar a nivel de las estructuras sociales que inciden en la pauperización de vastos sectores de la población con los cuales la disciplina ejerce su acción profesional y, consecuentemente, se generan problemas por expectativas no cumplidas, tanto de los/as profesionales como también de las comunidades. Una tesis (memoria) de grado de aquellos años, señala:

[...] la imagen tradicional de las visitadoras sociales creaba en la comunidad una serie de expectativas que no se podían satisfacer puesto que [la acción profesional] se consideraba ineficaz para solucionar los problemas globales de la sociedad. (Aedo et al., 1973, p. 105)

Aquello iría incubando, a lo largo de todo el proceso, un “cuadro poco satisfactorio” para la profesión, caracterizado, en ese entonces, por una insatisfacción de un gran número de profesionales, frustración del alumnado, desconfianza o indiferencia de las organizaciones populares por el aporte que el profesional puede realizar y, también, un bajo estatus social (Editorial Revista de Trabajo Social, 1970).

Sin embargo, no sería sino hacia fines de los 60 en que la radicalización política que vivía el país implicó, a su vez, una radicalización teórica por parte de la Escuela de Trabajo Social de la UC, concluyendo, en 1970, que...

[...] vemos necesario llegar hasta la raíz del problema, la cual creemos está en el sistema capitalista y la estructura de dependencia y subdesarrollo de nuestra sociedad. Mientras el sistema se mantenga y la estructura no cambie, el Trabajo Social se seguirá encontrando en el mismo callejón sin salida. (Aylwin, Poblete y Solar, 1970, p. 5-6)

Entramos, de esta manera, a un segundo nivel de cuestionamiento, en el cual la agudización de la lucha de clases en el seno de la sociedad chilena implicó la toma de postura política y, por tanto, también teórica dentro de la escuela. Es aquí donde los cuestionamientos dejan de ser al “sistema”, en abstracto, y apuntan abiertamente -como vemos en la cita anterior- al sistema capitalista.

Los cuestionamientos, por tanto, permiten incorporar en la reflexión de la Escuela de Trabajo Social de la UC, una perspectiva de clases sociales que le permitirá, por un lado, comprender los problemas sociales sobre los que actúa como expresión de los conflictos de clase y, por otro, tomar partido por los intereses de la clase trabajadora. Debido a ello es que, incluso antes de 1970, la escuela afirma que la acción profesional “... implica una relación vital entre el trabajador social y los grupos con los que trabaja y una real identificación con los intereses de la clase trabajadora, la que constituye el centro mayoritario de su acción” (Aedo et al., 1973, p. 107). ¿Qué permitió este salto? Una monografía de un grupo de alumnas de la misma escuela afirma:

Si, durante 32 años, la Escuela tuvo una concepción unilineal y monolítica de la realidad y que obedecía a la concepción de su dirección, desde el año 1965 en adelante, la Escuela observará como penetra a ella, a su cátedra, a sus docentes y a sus alumnos, la conflictualidad social. (Moreno et al., 1973, p. 26-27)

Permitirse penetrar por la conflictualidad social traía consigo complejas exigencias que debían resolverse, además, en el ámbito teórico. Aquello llevó a la escuela a un proceso de búsqueda de “... una fundamentación teórica adecuada y de una teórica crítica de la realidad, [descubriendo] este aporte en el materialismo histórico y en la metodología dialéctica” (Aedo et al., 1973, p. 107).

En este último punto nos abrimos en un último nivel de cuestionamientos que en este escrito queremos presentar y que dice relación con la búsqueda incesante, característica de todo el proceso, de un modo que permitiera traducir todas las cuestionamientos teóricos y políticos en metodologías de formación pedagógicas que fueran coherentes con las reflexiones levantadas.

Vale la pena mencionar que, hasta noviembre de 1964, la formación profesional en la Escuela de Trabajo Social de la UC giraba en torno a liturgia, puericultura, contabilidad, nutrición, anatomía y primeros auxilios, las asignaturas que componían el plan de estudios hasta ese año. Menos de 10 años después, antes del Golpe de Estado de 1973, los términos recurrentes en el plan de formación eran conciencia de clase, socialismo, concientización, capitalismo y dialéctica. Nada de eso se consigue sin llevar adelante un proyecto radicalmente crítico, no sólo con las antiguas bases teórico-político-metodológicas de la disciplina, sino que, sobre todo, con las nuevas definiciones con las que estas buscaban ser reemplazadas.

Durante casi 10 años, la ETSUC realizó decenas de encuentros, jornadas, declaraciones y elaboró numerosos documentos. El proceso no fue homogéneo, ni mucho menos sistemático y ordenado. Muy por el contrario, se trató de un período marcado por la permanente búsqueda de definiciones y un también constante cuestionamiento a las certezas a las que el proceso iba arribando. De ahí que sea perfectamente posible que la publicación de un documento con ciertas definiciones coincida, temporalmente, con la emergencia de nuevos debates que ya las rechazaban, todo por el mismo cuerpo académico-estudiantil que hizo de la insatisfacción intelectual un modus operandis.

En este contexto, la ETSUC experimentó varias propuestas metodológicas que, incluso en el caso de algunas -como el caso del taller-, fueron replicadas por otras escuelas latinoamericanas de la época. En uno de los primeros intentos por implementar modificaciones en 1965, se señala al “método de caso” como uno demasiado demandante y que, por tanto, impedía abrir los análisis y las prácticas hacia problemas más complejos que involucrasen otras escalas de análisis e intervención. Ante esta situación, una primera (y fallida) alternativa fue invertir el orden de las unidades de intervención: pasar del caso-grupo-comunidad a la comunidad-grupo-caso, lo cual ni siquiera alcanzó a implementarse, al no contar con mínimos acerca del cómo podría funcionar una propuesta como esa. También se intentó desarrollar los tres métodos en paralelo, sin que se consiguieran fórmulas satisfactorias que permitieran su funcionamiento simultáneo.

La experiencia de enseñanza paralela no resulta por la incapacidad de integrar un equipo de trabajo entre los docentes de metodología. El intento, a pesar del fracaso, es positivo, puesto que permite empezar a vislumbrar determinadas constantes en el proceso de los métodos tradicionales. (Aedo et al., 1973, p. 98)

¿Qué es lo que interesa destacar de estas propuestas? No son tanto los contenidos específicos de cada una de ellas, sino más bien el movimiento que las animaba, donde, incluso el intento, a pesar del fracaso, se considera como positivo. De lo que se trataba era de asumir que, delante del contexto socio histórico en el que se estaba, la categoría profesional precisaba hacer una búsqueda intensa que no se conformara con soluciones apuradas de simulada satisfacción. Era preciso revisar críticamente los principios mismos de la profesión y de cada una de las propuestas que emergiesen como alternativas posibles.

Servicio Social está viviendo un período decisivo, lo que se caracteriza por el hecho de que todo lo que en la profesión hasta ayer nos parecía sólido y estable, hoy está puesto en duda y necesita revisarse, no solamente en relación a la problemática social actual, sino frente al Servicio Social mismo (“Algunas Reflexiones...”. apudAntezana et al., 1969, p. 3)

Dentro de esta búsqueda, en 1968 se elabora el Método Básico, el que consigue romper, por vez primera en el contexto de la Escuela, con la “división previa tradicional, para abordar los problemas sociales a partir del estudio global de la situación” (Aedo et al., 1973, p. 1). Lo anterior responde a la necesidad, ya descrita desde el inicio del proceso, de superar una acción profesional limitada apenas a la solución de problemáticas puntuales de los sujetos con los que se interviene, estéril frente a las problemáticas sociales de índole estructural en que se desarrollaba la intervención. A pesar del avance que esta innovación supuso para la escuela, dos años más tarde la propuesta sería rechazada por insuficiente por el mismo cuerpo académico-estudiantil que la propuso. No es extraño que así haya sido, pues el desafío era no menor: la escuela asume la conflictualidad y, con ello, una posición de clase, por lo tanto, precisaba de una propuesta metodológica que le permitiera involucrarse con los sectores populares, la clase trabajadora.

Lo que importaba era, en este sentido, hacer la crítica, declarar la inconformidad, levantar los cuestionamientos y, paulatinamente, elaborar propuestas que permitieran hacerse cargo de tales cuestionamientos a través de propuesta teóricas y metodológicas sucesivas. Así es como emerge el taller, “un método pedagógico que reúne docentes y alumnos en una misma actividad de contacto directo con terreno y reflexión sobre él, en relación con un marco de análisis de la Realidad Nacional que contenga la visión de distintas disciplinas” (Nattero, 1973, p. 39). Hacia inicios de los 70, el taller era el lugar donde la categoría profesional se trenzaba orgánicamente con la realidad de los pobladores, campesinos, trabajadores, sindicatos y organizaciones populares y, por tanto, era el método por antonomasia que estructuraba toda la formación profesional... ¿Qué nos pueden decir estas experiencias a propósito de la actual coyuntura histórica y los desafíos que ésta comporta para el Trabajo Social?

Reflexiones para el presente

La primera advertencia por realizar tiene que ver con una necesaria y enérgica diferenciación entre los períodos históricos a los cuales estamos haciendo referencia. Las condiciones sociales, la correlación de fuerzas internas y el mapa geopolítico internacional prohíben, terminantemente, cualquier intento de extraer lecciones descontextualizadas, al estilo paquete de medidas, de un período a otro. No es eso lo que las claves historiográficas con las que nos propusimos hacer el ejercicio nos ofrecen; sino algo mucho más interesante.

En este sentido, toda la presentación de la experiencia de la ETSUC la realizamos resaltando el espíritu que motivó el accionar de nuestras colegas de antaño, donde la posibilidad de cuestionar era el motor de toda la acción. Es el eco de esas voces lo que, al menos desde este escrito, nos interesa pueda reverberar en los vacíos del presente. Para ello, nos detendremos, en esta parte final del artículo, en tres reflexiones (de muchas posibles).

La primera se refiere al lugar que ocupa la profesión en la reproducción de las relaciones sociales en el contexto del orden social capitalista. Este elemento fue una de las claves cuestionadoras que abrió la crítica en el pasado profesional aquí analizado; en este sentido, la actual coyuntura por la que atraviesa la sociedad chilena bien podría estimularnos a mirar de manera (auto)crítica el papel de la profesión en el tiempo presente. Teresa Quiroz, quien asumió la dirección de la ETSUC en octubre de 1971, señalaba abiertamente:

El Servicio Social nació y se desarrolló como un producto de la intención de beneficencia de los grupos dominantes que querían curar las heridas que ellos mismos producían, sin cambiar el sistema que los privilegiaba. Como producto social, esta profesión acepta espontáneamente y sin ninguna crítica los objetivos que el sistema le adjudicaba. (Quiroz, 1972, p. 15)

El cuestionamiento apunta hacia esa condición de meros ejecutores a-críticos de directrices que, en la mayoría de los casos, son diseñadas por otros profesionales, por otras esferas de poder y decisión, restándonos, a nosotros/as los/as trabajadores/as sociales, nada más que su correcta implementación.

Lo anterior cobra especial relevancia en un contexto como el que vive Chile, en el que descontento acumulado por 30 años también alcanza a las injusticias y abusos contenidos en la propia dinámica de las políticas sociales que atienden demandas y necesidades de la ciudadanía. En esos espacios trabajadoras y trabajadores sociales jugamos un papel fundamental, por lo que sería pertinente explorar -aunque no nos guste- la idea de que el estallido social también fue contra nosotros.

En un paradero de microbuses de Santiago, en plena revuelta de octubre, era posible leer: “Sin justicia para el SENAME, ¡no para el fuego conchetumare!”. La referencia es al Servicio Nacional de Menores, dependiente del Ministerio de Justicia, que administra cientos de hogares donde son (o deberían ser) protegidos los niños, niñas y adolescentes más pobres del país. Diferentes investigaciones se han revelado infames condiciones en las que viven esos niños, niñas y adolescentes, sometidos a violencia y abusos (psicológicos, físicos y sexuales): en los últimos 12 años, han muerto más de 1.300 de ellos/as12. ¿Qué autocrítica nos cabe como categoría profesional? En todos esos hogares de niños/as, los/as trabajadores/as sociales tenemos presencia, la cual se extiende prácticamente a toda la red de programas, públicos y privados, que implementan políticas sociales.

Lo que se sugiere de esta reflexión es una crítica al funcionarismo que se impregna en la actuación profesional, en la implementación a-crítica de programas y políticas sociales que, lejos de propender a la ampliación de derechos de las clases oprimidas, contribuyen precisamente a la reproducción de los esquemas de abuso y opresión. ¿Cuánto de esa crítica del pasado nos resuena provocadoramente en el tiempo presente? Mantener sensibles los umbrales de inconformidad con la propia acción profesional, tener la capacidad de identificar y develar esos “cuadros pocos satisfactorios” de la profesión y articular formas colectivas de confrontarlos es, tal vez, una primera y fundamental lección que el pasado arroja sobre nuestro presente profesional.

Una segunda reflexión -más directamente relacionada con el ámbito académico y de la formación profesional- va a decir relación con la capacidad de cuestionar, desde la honesta perplejidad, la pertinencia de nuestros actuales recursos teóricos para enfrentar un escenario abierto y cambiante que nos demanda intelectualmente. Vale recordar, en este caso, una editorial de la Revista de Trabajo Social de la ETSUC, donde, frente al desafío de reinventarse teóricamente dado el contexto de cambios en que se encontraban en los años ‘70, no tenían problemas en reconocer que carecían “... de una claridad teórica mínima acerca del rol que puede desempeñar el Trabajo Social en una sociedad socialista, lo cual es en ese momento una de nuestras tareas más urgentes” (Aylwin et al., 1971, p. 9).

Si nos inspiramos en esa pregunta para pensar los desafíos del presente, podemos cuestionarnos: ¿cuáles serían nuestras claridades teóricas mínimas acerca del rol que podría desempeñar el Trabajo Social en una sociedad donde, luego de 30 años, se han abierto de par en par las fisuras desde las que se confronta el actual esquema de dominación? Si nos inspiramos, además, en la honestidad del que se declara ignorante, podemos sin problemas asumir, primeramente, el carácter incipiente de nuestras ideas, asumir que no sabemos, pero que queremos saber. Nada de fácil, en un contexto académico cada vez más competitivo y productivista, que valora la producción en serie de expertos indexados, por sobre la creación de espacios donde desnudar nuestras incertezas y arroparlas colectivamente.

Para finalizar, si hay una inspiración clave en la experiencia de la Reconceptualización en general y la experiencia de la ETSUC en particular, esta es el claro y robusto compromiso de la categoría profesional con los sectores populares, con la clase trabajadora y sus intereses. En ese sentido, de las cuestiones que se abren en el escenario presente, tal vez la más provocativa y compleja sea pensar en esquemas que nos permitan, como Trabajo Social, comprometernos e involucrarnos orgánicamente con el mundo popular y, tal como lo hicieran nuestras colegas de antaño, entrar abiertamente en la conflictualidad de lo social, sus contradicciones y antagonismos de clases, sus diversos actores, intereses y los juegos de poder que entre éstos se configuran, lo que implica esforzarnos por comprender teórica, política y metodológicamente a la profesión inserta dentro de los conflictos sociales, no para apaciguarlos, sino para posicionarnos en su interior.

Desde ahí podemos cuestionarnos: ¿Cuál es la articulación dialéctica que opera actualmente entre el Trabajo Social chileno del presente y las manifestaciones de los movimientos sociales y organizaciones populares que se colocan como objetivo la superación del actual orden de dominación? ¿De qué manera dialogamos, como categoría profesional, con el proyecto societario que un sector de la sociedad busca construir, desde abajo, una alternativa de superación al dominio actual? Ciertamente no son preguntas que vamos a responder aquí, sin embargo, realzamos la necesidad de plantearnos estas interrogantes.

Consideraciones finales

En este artículo hemos revisado apenas una experiencia de un período histórico para articular diálogos y traer esa vocación cuestionadora al tiempo presente ¿Cuántas vocaciones en cuántas experiencias en cuántos períodos históricos existirán en nuestra historia profesional y que aún permanecen en el terreno de lo desconocido?

Conocer nuestra historia profesional no representa un mero ejercicio intelectual sin implicaciones para los desafíos disciplinares del presente. Tanto en el ámbito de la formación como también de la actuación profesional, distintas investigaciones sugieren que en todos los períodos históricos existen colegas que, a contrapelo de las corrientes oficiales, han organizado alternativas para el desarrollo de un Trabajo Social que, junto a los sectores populares, consiga cuestionar los esquemas de dominación e ir más allá de ellos13.

En ese sentido, la idea del “tiempo-del-ahora” en Benjamin permite comprender que en las luchas actuales están presentes, también, todas las luchas que fueron actuales en otro(s) momento(s). Es una clave historiográfica que ofrece la posibilidad de hacer explotar el continuum de la historia al concebir el tiempo como uno cargado de “momentos explosivos” y ponerlos a disposición de los desafíos del presente. ¿Cuántos momentos explosivos aguardan a ser descubiertos en los casi cien años de historia del Trabajo Social chileno y que podríamos invitar al momento presente?

El “octubre chileno” ha abierto una oportunidad histórica para la sociedad chilena y, por consiguiente, para la profesión. El proceso, que está en pleno desarrollo14, muestra que todas las opciones están abiertas: una salida democrática soberana y popular, una salida “democrática” tutelada y controlada por los partidos del orden (opción que hasta ahora lleva la delantera) o un nuevo asalto al poder por la fuerza auspiciado por las elites golpistas y reaccionarias que siguen vigentes en el país. En este contexto, enfrentar el presente con todas las fuerzas de la historia representa un desafío central para un Trabajo Social que se quiera emparentar con las luchas de todos/as quienes lucharon alguna vez.

Referencias

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1 El 1% más rico de Chile concentra el 33% del total del país, empinándose como uno de los más “concentradores” a nivel mundial, por sobre el 1% más rico de los EE. UU. y Rusia, que concentran el 20%, el Reino Unido, China, Canadá y Singapur, el 14%. Más detalles en http://www.fundacionsol.cl.

2 Dentro de la copiosa cantidad de más registros audiovisuales, podemos destacar el documental alemán “Chile in Flammen”, disponible en https://youtu.be/5im92x9yK3w.

3 Información oficial proporcionada por el Instituto Nacional de Derechos Humanos, http://www.indh.cl.

4 Tradición que no se remonta, apenas, al papel desempeñado por las fuerzas de orden durante la Dictadura de Pinochet. Para más antecedentes, ver Manns (1972), Las Grandes Masacres.

5 Existen numerosos registros audiovisuales de las violaciones a los Derechos Humanos cometidas por agentes del Estado contra civiles en el marco de las protestas. Ver: Estallido Social en Chile (Piensa Prensa, 2020), disponible en https://youtu.be/AK4BySWBQt4.

6 Para un análisis detallado y muy bien respaldado en datos, ver Kremerman y Durán (2020), en artículo disponible en http://www.ciperchile.cl.

7“Esta podría ser la peor crisis económica desde los años ‘80” sostenía el secretario de Estado, en consonancia con las sombrías proyecciones de crecimiento económico que instituciones como el FMI han realizado para Chile y toda América Latina, a propósito de la pandemia.

8 El estudio de aquella Escuela corresponde al objeto de estudio de mi tesis doctoral, disponible en Orellana, V (2019) El eco de otras voces que dejaron de sonar: la Reconceptualización de la Escuela de Trabajo Social UC (tesis de doctorado), UERJ, Brasil.

9 Para evitar reiterar aquí información ampliamente publicada en decenas de otros trabajos referida al contexto geopolítico latinoamericano, recomendamos ver: Netto (2005), Yazbek y Iamamoto (2019).

10 Para una síntesis del “estado del arte” sobre publicaciones e investigaciones referidas a la Reconceptualización en Chile, ver Orellana (2019).

11 Para la coyuntura de la lucha de clases específicamente en el contexto chileno, ver Orellana et al. (2018).

12 Informe de la Policía de Investigaciones, diciembre 2018. El mentado informe fue ocultado por más de 7 meses, dada la brutalidad de sus resultados.

14 Redacto estos párrafos faltando menos de un mes para el plebiscito constitucional del 25 de octubre, 2020, en que el país continúa militarizado, con toque de queda y una represión que no deja de cobrar víctimas semana tras semana.

* El presente artículo muestra resultados parciales de la tesis del doctorado del autor, titulada “El eco de otras voces que dejaron de sonar. La Reconceptualización en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Católica de Chile-ETSUC” (2019).

Como citar este artículo: Orellana, V. (2021). Trabajo Social y el “octubre chileno”. La vocación cuestionadora de nuestra historia profesional para los desafíos disciplinares del presente. Revista Eleuthera, 23(1), 283-301. http://doi.org/10.17151/eleu.2021.23.1.15.

Recibido: 24 de Abril de 2020; Aprobado: 30 de Septiembre de 2020

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