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Revista eleuthera

Print version ISSN 2011-4532

Rev. eleuthera vol.23 no.2 Manizales July/Dec. 2021  Epub Feb 14, 2022

https://doi.org/10.17151/eleu.2021.23.2.10 

Diversidad y Justicia Social

Las estrategias de paz del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio (Caldas)*

Peace strategies of the Volunteer Fire Department of Riosucio (Caldas)

Claudia Andrea Escobar-Zuluaga1 

1 Universidad de Caldas. Manizales, Colombia. E-mail: andreaazzul@gmail.com. orcid.org/0000-0002-9665-2761. https://scholar.google.com/citations?hl=es&user=z-f8sbQAAAAJ.


Resumen

Objetivo.

Analizar las estrategias desplegadas por el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio (Caldas) para comprender, mitigar y transformar el conflicto armado.

Metodología.

La investigación se basó en la Investigación Acción Participativa. En este sentido, el planteamiento de la investigación, su desarrollo y resultados, fueron concertados y analizados entre el investigador y las personas partícipes del proceso investigativo.

Conclusiones.

En el municipio de Riosucio (Caldas) el conflicto armado se imbricó en dinámicas e imaginarios históricos que repercutieron en las expresiones de violencia. Estos imaginarios fueron configurados en los procesos de poblamiento que dieron lugar a la existencia de diversas identidades. El Cuerpo de Bomberos Voluntarios desplegó tres estrategias para comprender, mitigar y transformar el conflicto armado y su tejido en los conflictos identitarios: la acción humanitaria, la conformación de la brigada de bomberos indígenas y la participación en procesos de reincorporación.

Palabras clave: conflicto armado; paz imperfecta; estrategias culturales; Cuerpo de Bomberos Voluntarios; experiencias de paz

Abstract

Objective:

To analyze the strategies deployed by the Volunteer Fire Department of Riosucio (Caldas) to understand, mitigate and transform the armed conflict.

Methodology:

The research was based on Participatory Action Research. In this sense, the research approach, its development and results were agreed and analyzed between the researcher and the people participating in the research process.

Conclusions:

The armed conflict in the municipality of Riosucio (Caldas) was embedded in historical and imaginary dynamics that had an impact on expressions of violence. These imaginaries were configured in the settlement processes that gave rise to the existence of various identities. The Volunteer Fire Department deployed three strategies to understand, mitigate and transform the armed conflict and its hatching in identity conflicts: humanitarian action, the formation of the indigenous fire brigade, and participation in reincorporation processes.

Key words: Armed conflict; imperfect peace; cultural strategies; Volunteer Fire Department; experiences of peace

Introducción

“El ser humano desperdicia vivir bien porque no ha valorado al otro”

Óscar Fernando Mejía,

Capitán de Bomberos de Riosucio (Caldas)

Riosucio es un municipio ubicado en la región del alto occidente del departamento de Caldas. Está constituido por cuatro resguardos indígenas pertenecientes a la etnia Embera Chamí (Cañamomo-Lomaprieta, San Lorenzo, Escopetera Pirza y Nuestra Señora Candelaria de La Montaña) que abarcan una gran parte de su territorio y representan el 71,73% de su población, de acuerdo con el Censo de 2018 (TerriData, 2020). En uno de estos resguardos habita una comunidad negra reconocida como Consejo Comunitario. A su vez, su cabecera municipal la conforman, principalmente, personas descendientes de los procesos de colonización caucana y antioqueña y descendientes de españoles, ingleses y alemanes que llegaron con la explotación minera (Gártner, 2005).

En abril de 2019 regresé a Riosucio. Retornaba después de haber terminado mi tesis de maestría referida a las memorias de la Masacre de La Rueda, ocurrida durante los años del conflicto armado en el resguardo Cañamomo-Lomaprieta. Uno de mis nuevos contactos fue el capitán del Cuerpo Bomberos, Óscar Fernando Mejía. En años anteriores había escuchado algunos comentarios sobre sus acciones, pero hablar con él me permitió dimensionar la magnitud de labor de los bomberos riosuceños. Decidí, entonces, contarle mi interés de investigación y solicitarle una entrevista que me llevó a otras conversaciones.

En sus diálogos, el capitán mencionó reiterativamente a Pedro Hernández, un hombre reincorporado de las FARC-EP que halló en la brigada de bomberos indígenas un camino para estar de nuevo en su territorio y reconstruir su identidad como miembro de un resguardo indígena. También con Pedro conversé en varias oportunidades. Los relatos del capitán y de Pedro, las conversaciones sobre la importancia del visibilizar las acciones del Cuerpo de Bomberos Voluntarios, la realización de tres entrevistas y un grupo focal, sumado a la revisión bibliográfica, constituyen el material del presente artículo. El trabajo de campo se realizó entre los meses de junio y noviembre de 2019, e incluyó un espacio de lectura conjunta de la versión inicial del documento, a partir del cual se elaboró una nueva versión. Aunque figuro como autora, su elaboración contó con la valiosa información y compañía de Óscar Fernando Mejía y Pedro Hernández. Agradezco profundamente a los dos su disposición para esta construcción colectiva.

Narró entonces en el presente texto, la experiencia del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio (Caldas), como una organización que ha construido miradas y acciones para comprender, gestionar y transformar las lógicas y consecuencias del conflicto armado1. Durante el tiempo más álgido del conflicto, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio (Caldas) desplegó una estrategia de acción humanitaria que permitió regular el impacto de la guerra, generar alternativas para evitar su expansión, establecer posibilidades de reconciliación y reincorporación y gestionar conflictividades históricas.

A partir de la comprensión de la existencia en el territorio de dinámicas de continuidad entre lo rural y lo urbano, y entre el mundo indígena y mestizo, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios creó una postura autónoma frente al conflicto para enfrentar y tramitar sus tensiones y consecuencias, a la par que posibilitó una transformación pacífica del mismo. Por medio de la creación del programa de bomberos indígenas, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios generó alternativas frente a los procesos de reclusión, estableció redes de confianza con todos los actores armados legales e ilegales y creó escenarios para los procesos de reintegración y reincorporación.

Respecto a los referentes teóricos, tomo como guía de análisis los postulados de la paz imperfecta y la transformación pacífica de conflictos, desarrollados por Francisco Muñoz, Jorge Bolaños y Sonia Paris. Además, las investigaciones de autores colombianos que siguen estos mismos preceptos. Relaciono los conceptos de los investigadores mencionados con los trabajos de Marco Tobón al referirse al despliegue de prácticas culturales con las cuales los pueblos indígenas encaran la situación excepcional de la guerra (Tobón, 2016).

Para la comprensión de las maneras como el conflicto armado se tejió con los conflictos históricos, especialmente con el conflicto identitario, referencio algunos de los trabajos de historia del municipio en relación a los procesos de poblamiento. De manera especial, los planteamientos de Nancy Appelbaum referidos a la construcción de imaginarios históricos presentes en los conceptos de raza y nación.

Discusión

La paz imperfecta y las resignificaciones de la violencia

En los años 90, en el Instituto de la Paz y de los Conflictos de la Universidad de Granada (España), surge la categoría de “paz imperfecta”2. Resultado de las investigaciones del profesor Francisco Muñoz, este concepto propone abordar el estudio de la paz desde la paz y no desde las violencias, a partir del reconocimiento de la existencia de la conflictividad como rasgo característico de las sociedades humanas. “A diferencia de las concepciones violentológicas, la paz imperfecta invita al reconocimiento de múltiples y diversas expresiones y vivencias pacíficas como producto de regulaciones y transformaciones positivas de conflictos, aun en medio de violencias” (López y Bustamente, 2019, p. 222).

La paz imperfecta aborda dos categorías fundamentales: los conflictos y las vivencias pacíficas o paces. Respecto a la primera, la investigadora Paris (2009) plantea que los conflictos, en cuanto constituyen las vivencias humanas, son construidos socialmente en todas las culturas y se vinculan en los contextos en los que suceden. Son, a su vez, procesos activos que se encuentran en movimiento constante pasando por diferentes etapas. Estos, “no son negativos ni positivos en sí mismos, su carácter depende de los medios usados para su regulación” (Paris, 2009, p. 13). Si los conflictos son gestionados con violencia, serán negativos y fruto de las consecuencias destructivas. Si son regulados con la práctica de medios pacíficos, serán positivos debido al cuidado de las relaciones resultantes.

Desde esta perspectiva, los conflictos son observados y comprendidos, no solo en sus consecuencias devastadoras, sino también como fuentes de creatividad y renovación continua (Muñoz, 2001). Y es precisamente en esta mirada que las conflictividades se convierten en escenarios para la existencia de la segunda categoría: las vivencias pacíficas o experiencias de paz.

En síntesis, la paz imperfecta “es una categoría de análisis que no está centrada en el estudio y la finalización de la violencia como condición para la paz” (López, 2013, p. 51), sino en “aquellos espacios e instancias en las que se pueden detectar acciones que crean paz, a pesar de que estén en contextos en los que existen los conflictos” (Muñoz y Molina, 2009, p.18).

El giro epistemológico y la ruta metodológica de la paz imperfecta, conllevan a la “identificación y comprensión de las capacidades humanas y sociales creadoras y generativas aun en medio de las adversidades” (López y Bustamante, 2019, p. 298) Estas capacidades creadoras están presentes en los lugares y situaciones en los que personas y comunidades construyen su vida. Por ende, la paz imperfecta es una paz territorial que como tal adquiere múltiples expresiones. De allí el concepto plural de paces.

En Colombia, en el escenario del conflicto armado, existe una extensa diversidad de experiencias en las que comunidades e individuos han logrado la regulación y transformación de los conflictos empleando medios no violentos, es decir, espacios donde se expresa la paz imperfecta. En medio de las expresiones más intensas del conflicto armado, en distintos territorios del país, hombres y mujeres haciendo uso de sus recursos culturales (Tobón, 2016), materiales y simbólicos (Uribe, 2008) construyen distintas formas de tramitar momentos de tensión y proteger sus territorios.

En el medio río Caquetá, como es narrado por el antropólogo Marco Alejandro Tobón (2016), los indígenas Muina ante la presencia de las FARC y del Ejército hicieron uso de las bromas, del humo del tabaco, el masticar de la hoja de coca, para superar situaciones de tensión, romper las concepciones rígidas y serias de la guerra, “sanar” el territorio y “espantar amenazas” encarnadas en la presencia de los protagonistas del conflicto armado en la vida social. En diferentes reuniones convocadas por las FARC, los Muina apelaron a su sentido del humor y a la risa colectiva, y utilizaron el tabaco y la hoja de coca para enfriar y aliviar la enfermedad de la guerra.

En otros territorios de Colombia, los habitantes de pequeños pueblos desafiaron los actos de inhumanidad física y simbólica realizados por los actores armados, a través de rituales en los que santificaron a los muertos, aliviaron el sufrimiento de los NN y les entregaron una identidad y una familia. Como lo expone la investigadora María Victoria Uribe (2008), en un pueblo del Huila ubicado en la cabecera del río Magdalena, dos personas torturadas y asesinadas brutalmente se convirtieron en santos. Un guerrillero asesinado por el Ejército, cuyo cuerpo destrozado fue arrastrado por las calles del pueblo y enterrado como NN, en el imaginario popular se transformó en un hombre milagroso, ya no bajito, de piel oscura y facciones indígenas como había sido en vida, sino alto, de ojos claros y cabello largo. Al igual que el guerrillero, una niña de 13 años -descuartizada por su madrasta- también se constituyó en un ser milagroso. Ambos seres fueron santificados debido al sufrimiento y dolor que supuso su muerte violenta (Uribe, 2008).

En Puerto Berrio (Antioquia), los cientos de cadáveres que dejaron las operaciones contrainsurgentes, junto a los cuerpos sin vida que bajaban por el río y se detenían junto al pueblo, fueron enterrados en tumbas de NN. Los habitantes más humildes del municipio, poco a poco, fueron adoptando estos difuntos sin identidad a través de un pacto de reciprocidad: el difunto escogido, a cambio de la realización de un deseo, obtiene rezos por su alma y el cuidado de su tumba. Si las peticiones son satisfactoriamente cumplidas, el difunto adquiere un nombre y pasa a ser miembro de la familia del adoptante. Los NN logran el necesario descanso de su alma mediante los rezos que buscan aliviar su sufrimiento, y adquieren nuevamente una identidad (Figura 1). Con estas acciones, en las que los muertos se incorporan a sus vidas y obtienen un lugar social, “los habitantes de Puerto Berrío contravienen el mandato de los actores de la guerra que condenan a los NN al ostracismo y al olvido [...] construyendo nuevos significados que transforman el horror de la guerra” (Uribe, 2008, pp. 183-184).

Fuente: obra del maestro Juan Manuel Echavarría.

Figura 1 Réquiem NN. 

De manera similar, en las riberas de uno de los ríos más importantes de Colombia, el río Cauca, mujeres de diferentes municipios adoptan los cadáveres que la corriente del río dejó en tierra firme cerca a sus casas. Esta práctica dio lugar a la iniciativa artística denominada ‘Magdalenas por el Cauca’ y al impactante y conmovedor cuento escrito por Jorge Eliécer Pardo (2011) titulado “Si nombres, sin rostros y sin rastros”, del cual me permitiré mencionar el siguiente fragmento inicial:

Como a mis hermanos los han desaparecido, esta noche espero a las orillas del río a que baje un cadáver para hacerlo mi difunto. A todas en el puerto nos han quitado a alguien, nos han desaparecido a alguien, nos han asesinado a alguien, somos huérfanas, viudas. Por eso, a diario esperamos los muertos que vienen en las aguas turbias, entre las empalizadas, para hacerlos nuestros hermanos, padres, esposos o hijos. (p. 317)

En la investigación de mi tesis de maestría encontré que, ante una de las masacres ocurridas en Riosucio (Caldas), la Masacre de La Rueda (Escobar, 2019), las comunidades afectadas construyeron un relato de memoria en el que se sitúan de manera autónoma ante los sucesos del conflicto armado. En las narraciones de la Masacre de La Rueda, las memorias de la violencia se tejen con las memorias de las luchas por la recuperación de la tierra iniciadas desde los años 20 del siglo XX. En este tejido, las memorias del acontecimiento traumático se conectan con memorias largas -las memorias de la recuperación de la tierra- para encontrar un sentido a la violencia recibida históricamente como pueblo indígena: su condición de legítimos dueños de un territorio ancestral y, por ende, recuperadores del mismo. Por consiguiente, estas memorias dotan de sentido el continuum de la guerra, no principalmente desde el lugar del trauma y la desesperanza, sino desde la construcción de una identidad colectiva de luchadores y recuperadores de su tierra, legado material, cultural y espiritual de los antepasados.

En las anteriores experiencias, la violencia del conflicto armado es resignificada. Las personas y comunidades adjudican sentidos a la muerte y a las dinámicas de la guerra distintos a los impuestos por los actores armados. La muerte y la desaparición adquieren simbolizaciones que van más allá de ser medios para borrar y aniquilar la existencia humana, puesto que las comprensiones de la guerra y las respuestas a la misma se hacen a partir de prácticas y significados culturales y sociales propios. Estas resignificaciones y simbolizaciones constituyen recursos culturales autónomos propios de las actuaciones políticas de colectivos humanos para regular y transformar las violencias del conflicto armado presentes en los territorios. Son, por tanto, medios no violentos que expresan capacidades creadoras ante los conflictos.

En síntesis, en Colombia las resignificaciones y simbolizaciones de las comprensiones de conflicto armado y de la muerte se constituyen en una manifestación de la paz imperfecta, en cuanto expresión de las capacidades humanas para construir vivencias pacíficas. A continuación, narraré una de estas experiencia de paz: las estrategias desplegadas por el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio (Caldas), tanto en los años de mayor intensidad del conflicto armado como posterior a la firma del “acuerdo de paz”.

En medio del conflicto armado: las acciones humanitarias del Cuerpo de Bomberos Voluntarios

El presente apartado lo construí a partir de una revisión documental sobre el conflicto armado en el municipio de Riosucio (Caldas), y las consideraciones y observaciones realizadas por el capitán Óscar Fernando Mejía y Pedro Hernández a partir de sus conocimientos y vivencias.

Los años del conflicto armado

En el municipio de Riosucio (Caldas) el conflicto armado, definido a partir de la presencia de organizaciones armadas ilegales como los grupos paramilitares y las organizaciones guerrilleras, tiene su origen en los años 80 del siglo XX. Durante esta década, el M-19, el EPL y las FARC-EP llegan al territorio del alto occidente de Caldas. Mientras la presencia del primer grupo fue transitoria, el segundo tuvo una mayor permanencia territorial (Sentencia N° 025 de 2018; CEDAT, 2016).

Cuentan Pedro Hernández y Óscar Fernando Mejía que el EPL tuvo un accionar fuerte en la región entre 1985 y 1990 principalmente en el municipio de Quinchía (Risaralda) y el resguardo indígena San Lorenzo. Su primer comandante en la zona fue Óscar William Calvo, y cuando este murió lo sucedió “Barranquillo”, para luego ser remplazado por “Leyton”, de quien “decían que tenía pacto con el diablo y no le entraban las balas, que era brujo y se convertía en animal para escaparse” (Semana, 2016), hasta el día en que fue asesinado en 2016 por el Ejército colombiano.

Para Pedro Hernández, el Noveno Frente fue el primer grupo de las FARC-EP que llegó al municipio en 1985, con la orientación de Arnulfo Castellano. En 1988 llegó el Frente 47, y en 1994 se desplazó hacia el norte de Caldas y fue remplazado por el Frente Aurelio Rodríguez de esta misma organización guerrillera. El Aurelio Rodríguez hizo presencia fuerte hasta 2009. Esporádicamente estuvo el Frente Cacique Calarcá del ELN por la parte alta del municipio, haciendo recorridos desde del suroeste del departamento de Caldas hasta los departamentos de Risaralda y Chocó (Grupo focal, 6 de noviembre, 2019).

Durante la década de los 80 del siglo XX, grupos paramilitares llegaron al territorio movilizados desde el norte del departamento de Caldas en “bloques contrainsurgentes [...] con el propósito de destruir sus redes de apoyo y controlar los corredores de movilidad” en las zonas de influencia guerrillera (Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH, 2006, p. 33). Actuaron, vinculados con organizaciones narcotraficantes, delincuencia organizada y con organismos del Estado. Por ejemplo, uno de estos grupos paramilitares fue ‘Los Magníficos’ conformado por miembros del F2 y a quienes se les acusa de una serie de asesinatos y desapariciones de líderes sociales (Defensoría del Pueblo, 2007).

Tanto los paramilitares como las organizaciones insurgentes realizaron un control territorial a través de asesinatos, amenazas, restricciones a la movilidad, desapariciones, reclutamientos, secuestros y tomas armadas que afectaron principalmente a los resguardos y asentamientos indígenas (Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH, 2006). Uno de los hechos de violencia que hirió fuertemente a las poblaciones indígenas fue el asesinato del candidato indígena a la alcaldía de Riosucio, Gilberto Motato, en 19883. Asimismo, durante este mismo año, el asesinato del docente y sindicalista Rey María Salazar perteneciente al resguardo indígena San Lorenzo, a quien el Ejército detuvo el 17 de julio y tres días después su cuerpo fue encontrado con claros signos de tortura (Amnistía Internacional, 1990).

En las décadas siguientes, la dinámica armada se intensifica, específicamente entre los años 1994-2010. En 1998, las FARC realizan la primera toma del centro poblado de San Lorenzo, hostigan el centro poblado de Bonafont y hacen retenes en las vías de Jardín Antioquia-Riosucio, Supía-Riosucio y Guamal-Manizales (Grupo focal, 6 de noviembre, 2019). El 7 de agosto de 2000 secuestran al político Óscar Tulio Lizcano, en 2001 atacan la estación de policía del centro poblado de San Lorenzo, y en 2002 realizan un secuestro masivo de 24 personas y hacen un hostigamiento nuevamente contra la estación del centro poblado mencionado (Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos, 2006, p. 34).

En 2001, el paramilitarismo llega al municipio a través del Frente Cacique Pipintá perteneciente al Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Una de las primeras acciones realizadas por esta organización fue la masacre de El Salado en el resguardo Nuestra Señora Candelaria de La Montaña durante el año en mención, la cual provocó el desplazamiento de las comunidades de El Salado, El Rubí, el Oro y Llano Grande y de alrededor de 184 personas que conformaban 40 familias (Defensoría del Pueblo, 2003). Meses después, el 24 y 25 de noviembre, cometieron la Masacre de La Rueda, en la que fue asesinado el médico tradicional Luis Ángel Chaurra, y dos años más tarde la Masacre de La Herradura. En esta última fue asesinado el candidato por el movimiento indígena a la alcaldía de Riosucio, Gabriel Ángel Cartagena. Un año antes había sido asesinada otra líder indígena, también candidata a la alcaldía municipal, Fabiola Largo.

En 2006, en el escenario del proceso de Justicia y Paz, el Frente Cacique Pipintá de las AUC, al no optar por el proceso de desmovilización, se restructura y rearma en los años siguientes bajo nuevas denominaciones como las Águilas Negras, los Urabeños y los Rastrojos (Defensoría del Pueblo, 2007, 2014).

Durante estos años, la disputa por el control territorial y poblacional entre las FARC-EP, el Ejército y las AUC ocasionó gran cantidad de violaciones a los derechos humanos que afectaron enormemente a los pobladores del municipio, de manera más directa a las comunidades indígenas. La situación de riesgo contra la vida de los líderes indígenas dio lugar al establecimiento de medidas cautelares, dictadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos el 15 de marzo de 2002 a favor de 40 indígenas Embera Chamí del alto occidente de Caldas (Corporación Reiniciar, 2003). Entre los hechos destacados en las denuncias de las organizaciones indígenas está el constante proceso de estigmatización4 realizado por funcionarios del Estado y miembros de la Fuerzas Armadas al señalarlos como auxiliadores o miembros de las organizaciones guerrilleras5 (Defensoría del Pueblo, 2015; CEDAT, 2016).

Para Pedro y para Óscar Fernando, el año 2010 es el momento en que el conflicto reduce su intensidad. La presencia de las FARC es cada vez menor hasta el momento de la firma de los acuerdos de paz en 2016 y el inicio del proceso de reincorporación.

La fuerza humanitaria

Durante estos años del conflicto armado, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio jugó un papel fundamental en el camino de la paz imperfecta, al constituirse en una “fuerza humanitaria” (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, 6 de junio, 2010). Esta institución, además del desempeño de las labores de atención de incendios y otros desastres, fue el único actor del municipio que realizó acciones humanitarias en los escenarios de guerra. Tanto en las zonas rurales como urbanas, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios recogió los cadáveres, atendió a los heridos, protegió a personas en medio del fuego cruzado, intermedió en situaciones de secuestro, acompañó a la población desplazada, posibilitó procesos de reinserción e, inclusive, desempeñó labores de partería.

Cuando estaban esos grupos tan arraigados en la zona, prácticamente nadie podía ir por un enfermo. Si había un herido, otras entidades no tenían las condiciones y a los conductores normales les daba temor. Entonces, por eso la institución asumió ese rol de ser la única intermediaria para prestar la ayuda humanitaria. Ese servicio de salud no era nuestra competencia, pero sinceramente nos teníamos que poner la mano en el corazón y no dejar las comunidades desprotegidas y dejar que se perdieran vidas humanas por falta de una asistencia médica, de un vehículo, de una ambulancia. (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, 6 de junio, 2019)

El Cuerpo de Bomberos Voluntarios fue la única institución que tuvo las condiciones de ingresar a los escenarios de confrontación y ocupación armada para actuar ante los impactos de la guerra. El Cuerpo de Bomberos Voluntarios atendió a los heridos durante las tomas guerrilleras de San Lorenzo, brindó ayuda humanitaria en distintos secuestros, acompañó y ayudó a los desplazados de las comunidades de El Salado, El Rubí, El Oro y Llano Grande, y posibilitó procesos de reinserción.

Estas acciones fueron posible gracias a su capacidad logística, a las características de su equipamiento, pero sobre todo a la existencia de una ética del cuidado de la vida que consistió en superponer la voluntad de ayuda sobre las situaciones de riesgo y en asumir una postura “neutral” antes los actores armados ilegales, es decir, en no adoptar una ideología o juicio que implicara en la ayuda humanitaria. Prestar esta labor fue posible por medio de un actuar transparente y del despliegue de una estrategia de mediación a través del establecimiento de una relación de diálogo permanente con los diferentes actores armados, lo que permitió la construcción de relaciones de confianza.

Para eso también tuvimos que ser muy transparentes en nuestra ayuda humanitaria, porque se podría prestar para malos entendidos. Digamos, a la fuerza pública le estábamos informando constantemente de nuestras actividades, a la misma Fiscalía, a las autoridades judiciales para poder prestar ese servicio de una manera transparente. Los mismos grupos armados al margen de la ley, también se daban cuenta acerca de lo que hacíamos nosotros, que no podíamos dejar una comunidad desprotegida donde se podía perder la vida de una señora, un niño o un adulto porque no podía llegar un carro a las doce de la mañana a una comunidad o una vereda.

Entonces tuvimos que socializar ese servicio de nosotros con todo el mundo, con todos los actores armados, todos los que existían en la época y eso conllevó a que fuéramos la única institución que prestábamos ese servicio. Llegó tan el extremo del conflicto en esta zona que, ante las personas que habían sido víctimas de homicidio, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios fue también quien tuvo la función de evacuar esos cadáveres. Porque en el momento la fuerza de Policía, el Ejército, la Fiscalía, no podían ir a hacer ese procedimiento por seguridad, por temor a que los emboscaran, y surgieran entre víctimas más víctimas. El CTI, la CIJIN, la misma Policía, nos pedía por escrito que fuéramos a recoger una persona víctima de un homicidio de equis o ye comunidad o vereda.

Todos los grupos mandaban emisarios a hablar con nosotros acerca de qué tipo de labores íbamos a realizar, y como estaba tan complicada la cosa tocaba pedir permiso, pedir autorización tanto a los unos y a los otros. Y decían, “pilas que el Cuerpo de Bomberos Voluntarios es el único que puede hacer esta ayuda humanitaria”. Si había una señora con trabajo de parto a las dos de la mañana en una vereda a cuatro horas de camino, éramos los únicos que podíamos atenderla. (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, 6 de junio, 2019)

En las confrontaciones armadas existen momentos en los que se construyen ciertas concesiones, márgenes, puntos de excepcionalidad, establecidos en el reconocimiento de humanidad entre los distintos actores. Es como si, por ciertos espacios de tiempo o frente a determinados sucesos, primara el valor de la vida sobre la muerte. Estos momentos y escenarios no surgen espontáneamente, se construyen a través de acciones o gestos provenientes de los mismos actores del conflicto o de actores externos. Retomando a Muñoz et al. (2005), estos intersticios son las mediaciones, definidas:

[...] como aquellos ámbitos o circunstancias en los que su problemática, o conflictividad [...] es parsimoniosa, sin estridencias. Por lo que la situación no puede ser entendida -o no opera- ni como paz ni como violencia. [...] Son importantes por su capacidad para catalizar y dinamizar situaciones. (pp. 80-81)

Esta fue la labor que realizó el Cuerpo de Bomberos Voluntarios: construir y sostener cuidadosa y sabiamente estos intersticios o mediaciones que le dieron valor a la vida en medio de la guerra. La estrategia utilizada fue la edificación de una confianza con todos los actores -organizaciones guerrilleras, paramilitares, fuerzas estatales y comunidades- a través de la realización de acciones que implicaron exclusivamente labores de ayuda humanitaria, sin importar el tipo de hecho violento, las afiliaciones políticas o la proveniencia social de los afectados.

Nosotros nos atrevimos a mostrarle a todo el mundo, a todos los actores armados que estaban en la época, a la misma comunidad, que el Cuerpo de Bomberos Voluntarios no prestaba más de lo que tenía que prestar: ayuda humanitaria. Nunca nos prestábamos para hacerle inteligencia a nadie o movilizar en los vehículos algo ilegal, no. Eso le dio tanta credibilidad a la institución que, en el proceso de conflicto en Riosucio, nos estregaron ocho personas que estaban secuestradas por grupos armados. Eso se dio por la confianza y la transparencia que la misma institución manejó. Adicionalmente a esto, nunca se hizo nada a espalda de las autoridades del país, en el caso de las mismas fuerzas militares de Policía, GAULA, Defensoría del Pueblo, Alcaldía, Oficina del Alto Comisionado para La Paz. Todo el mundo se daba cuenta o le informábamos de que acciones humanitarias tenía que desarrollar la institución. Me atrevo a decir que, en algunos casos, la misma fuerza pública nos pedía a nosotros que entráramos a ser mediadores para recibir alguna persona que estaba secuestrada o que estaba lesionada. (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, 6 de junio, 2019)

La generación de confianza con los grupos armados y con las poblaciones afectadas se hizo, entonces, por medio de un actuar transparente, pero también a través de la consolidación de un equipo de bomberos que fue siempre el encargado de atender las situaciones que requerían ayuda humanitaria.

Hubo condiciones que se impusieron, siempre manejábamos una transparencia, los vehículos nuestros no estaban exentos de ser requisados en cualquier retén de la fuerza pública o de cualquier otro grupo armado, para mirar que no llevábamos nada diferente de lo que teníamos que llevar. El personal con el que manejábamos esa situación siempre era el mismo, nunca cambiábamos a nadie para generar confianza entre la misma gente. Y ahí también viendo la necesidad de que la comunidad se mantuviera protegida.

Adicionalmente a eso, hay que decirlo, que entre los grupos armados de la ley había gente de la misma zona, de la misma región, entonces esa gente también nos conocía a nosotros. Eso también, de alguna manera, daba la confianza. La misma gente que estaba integrando un grupo armado sabía quiénes eran el Cuerpo de Bomberos Voluntarios. (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, 6 de junio, 2019)

El programa de bomberos indígenas: utilización de recursos culturales para transformar conflictos históricos

Para la realización de la ayuda humanitaria de una manera ágil y oportuna, pero también previniendo mayores impactos de la guerra en la vida social, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios creó en 1999 el programa de bomberos indígenas. Reconociendo que la mayoría de la población del municipio es indígena y que gran parte de su territorio pertenece a la figura de resguardo, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios descentralizó su estructura operativa e instituyó un grupo de bomberos voluntarios conformados por hombres y mujeres de los resguardos más afectados por el conflicto armado: San Lorenzo y Cañamomo-Lomaprieta.

Entonces yo pensé en actuar en pro de las necesidades existentes. En esa época se presentaban incendios forestales en esas comunidades, se presentaban heridos y, adicionalmente, pues me daba miedo de un terremoto o un temblor y que la gente de la comunidad no tuviera cómo atenderse o que nosotros no pudiéramos acceder. (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, 6 de junio, 2019)

El programa inició con 35 bomberos indígenas de las comunidades de Lomitas, Blandón, San José y Pulgarín con el propósito de actuar en los escenarios del conflicto, ante los incendios forestales y en posibles situaciones de temblores y terremotos. Hoy cuentan con cuatro estaciones de bomberos indígenas en los territorios rurales, ubicadas en las comunidades de Lomitas, Blandón y San José del resguardo San Lorenzo, y otra en la comunidad de Portachuelo del resguardo Cañamomo-Lomaprieta.

Además de la acción rápida y oportuna en la ayuda humanitaria, fueron otros los impactos en las regulaciones y transformaciones de los conflictos que generó la existencia de la brigada de bomberos indígenas. Uno de ellos fue su contribución en disminuir el ingreso de jóvenes en los grupos armados durante los años de mayor escalada del conflicto armado.

La institución evitó que muchos jóvenes se fueran para los grupos ilegales. Como nosotros hacíamos convocatorias en las comunidades para hacer cursos de bomberos y prestar los servicios sociales en ellas, mucha gente se valió de bomberos para que más bien sus hijos estuvieran aquí y así evitar que los grupos armados los reclutaran. Es tanto que una vez un comandante de un grupo ilegal me llamó y me dijo: “Oiga, usted nos está haciendo mucha competencia”. “¿Y por qué, hombre?”. “Porque es que ya los muchachos de por aquí dicen que quieren meterse a bomberos y que están en bomberos, eso nos está afectando”. Me lo dijo en tono de charla, pero sinceramente sí. Entonces mire, con el programa de los bomberos indígenas ¿cuántas vidas salvamos y cuántos jóvenes salvamos de la guerra? (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, 6 de junio, 2019)

Otro de los impactos en los procesos de paz del programa de bomberos fue su contribución en la regulación de conflictos históricos identitarios marcados principalmente por una distinción y disputa entre lo rural y lo urbano, entre el mundo indígena y mestizo.

La presencia de diferentes identidades poblacionales en el municipio de Riosucio -principalmente la indígena y la mestiza- ha dado lugar a disímiles narrativas históricas “a través de las cuales varias facciones rurales y urbanas opuestas imaginaron y reimaginaron a Riosucio, primero como indígena, luego como blanco, y en tercer lugar, como mestizo” (Appelbaum, 2003, p. 115). Estas narrativas confluyen, transitan, recorren los diversos escenarios que constituyen el municipio, generando contradicciones, disputas, alianzas, acuerdos y potencialidades. Dichas narrativas se cimientan en una historia de poblamiento que tiene sus orígenes en el pasado precolonial con la existencia de población aborigen, que continúo en los momentos históricos de la Conquista y la Colonia con la llegada de población española y afrodescendiente, y que prosiguió en la Independencia con la presencia de ingleses y alemanes interesados en la explotación minera, y en el proceso de colonización antioqueña y caucana de mitad del siglo XIX y principios del XX.

Esta historia de poblamiento dio lugar a un complejo proceso de relaciones y mixturas culturales, reflejada en la existencia de cuatro resguardos indígenas, en un departamento considerado -en algunas narrativas- como no indígena6. Así mismo, en la configuración identitaria de los pobladores de los resguardos indígenas, quienes sin perder su particularidad étnica expresada en sus prácticas y representaciones propias comparten características culturales con los campesinos productores de café descendientes de la colonización antioqueña. De igual manera, en la presencia de campesinos dentro de los territorios indígenas, debido a las legislaciones estatales que promulgaron los procesos de colonización y estimularon una suerte de “desindianización” por medio de la asimilación al campesinado de las comunidades indígenas (Lopera, 2010, p. 65). A su vez, en la conformación de uno de los resguardos por personas afrodescendientes que en su mayoría se autorreconocen como indígenas. La complejidad cultural también está presente en la configuración del casco urbano del municipio habitado por no indígenas descendientes de los procesos de colonización.

La conformación del programa de bomberos indígenas permitió mediar en estas complejas relaciones y mixturas culturales y acercar las distancias entre lo urbano y lo rural, entre el mundo indígena y mestizo, en tanto posibilitó regular las violencias simbólicas. La integración de las comunidades indígenas, como parte de fuerza humanitaria que atendió a Riosucio durante los años más álgidos del conflicto armado, cuestionó la estigmatización generalizada de colaborador o simpatizante guerrillero, a la que se vieron expuestos los pobladores de la comunidad Embera Chamí, la cual tuvo sus cimientos en las maneras como el conflicto se vinculó con divisiones identitarias históricas presentes en narrativas de exclusión en las que se niega la existencia de los resguardos o se cuestiona su validez.

Una contribución más del programa de bomberos indígenas en la regulación del conflicto armado fue reconocer y potencializar uno de los recursos culturales de las comunidades para tramitar las violencias del conflicto armado: la solidaridad.

Sí, la solidaridad, porque uno quema un volador a las tres de la mañana por allá en esas comunidades y la gente sale a ver qué hay que hacer, qué hay que ayudar. ¿Qué nos encontramos allí?, las ganas de ayudar al prójimo. La gente de las comunidades indígenas es muy solidaria y eso es un valor agregado que nosotros no hemos descubierto en muchas partes. A veces decimos, “¡no!, es que a la gente ya no le duele lo de la gente”, no, más bien hemos dejado acabar esa solidaridad. Esa solidaridad siempre está ahí y ese es el valor más grande que tienen los bomberos indígenas y las comunidades indígenas, son muy solidarios. Nosotros sabemos explotar esos talentos, esos recursos en bien de la comunidad a través de estimularlos. ¿Cómo se estimula la gente? Esa gente no pide un peso, solo “denos dotación, capacitación, herramientas, uniformes y ahí estamos”.

El sentido solidario que tiene la comunidad hay que valorarlo. Lo más importante es que la comunidad es participativa, le gusta hacer parte de los grupos sociales y cívicos del municipio. A la gente le gusta que la tengan en cuenta y ellos se sienten importante haciendo parte de estas instituciones u organizaciones. Entonces eso nosotros no lo podemos desechar. (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, 6 de junio, 2019)

La solidaridad configura las concepciones y prácticas de los pueblos indígenas del municipio, la cual se expresa en la reproducción de la vida a través de acciones como la minga o la mano prestada, presentes en el desarrollo de actividades productivas como la molienda o en actividades de beneficio social como la adecuación de caminos y el cuidado de los enfermos. Reconocer y aprovechar esta solidaridad es hacer uso de los recursos culturales y sociales existentes para afrontar los impactos de la guerra, transformar sus lógicas, proteger la vida y el territorio. Es una expresión de la actuación con recursos autónomos frente a situaciones límites.

Cuenta el capitán Óscar Fernando Mejía que es gracias a este valor de la solidaridad que el programa bomberos indígenas ha sido considerado un ejemplo de Buena Práctica por parte de la Agencia de Cooperación Internacional y la Presidencia de la República, y que además fue catalogado como la fuerza de tarea élite de los bomberos de Colombia.

El Cuerpo de Bomberos Voluntarios en los procesos de reincorporación

La firma de los acuerdos de paz en 2016 entre las FARC-EP y el Gobierno nacional de Colombia, trazó las rutas para el proceso de reincorporación en el escenario legal del posconflicto a través de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN). A este proceso se suman otros dos: la reintegración, dirigida a personas que se desmovilizaron de grupos armados al margen de la ley pero no en el marco del acuerdo, y la reintegración especial, dirigida a excombatientes que cometieron crímenes de lesa humanidad y que cumplieron condenas (Villanueva, 2019).

Riosucio (Caldas) es habitado actualmente por 32 hombres y mujeres reincorporados de las FARC-EP que dejaron las armas en el escenario de los acuerdos de paz, y otros reinsertados que se desmovilizaron en años anteriores. La mayoría nació en los resguardos indígenas y actualmente integra la Cooperativa Multiactiva Indígena para la Paz (COOMIPAZ), junto a mujeres víctimas del resguardo Cañamomo-Lomaprieta.

Tanto en los momentos del conflicto armado, como en el marco de los acuerdos de 2016, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio abrió escenarios para los procesos de reintegración y reincorporación al integrar a esta población dentro de su institución. Pedro Hernández es uno de ellos.

A Pedro lo conocí en la estación de bomberos el día en que le realicé la primera entrevista. Me embargaba una gran expectativa saber quién era pues había escuchado de él en diferentes relatos. Me sorprendieron sus ojos brillantes y la fuerza de sus palabras. Como el mismo lo nombra, es un exguerrillero de las FARC-EP que ahora integra el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio (Caldas).

Mi nombre es Pedro Hernández. Soy del municipio de Riosucio (Caldas), del resguardo indígena de Cañamomo-Lomaprieta, de la comunidad de Portachuelo. Soy un excombatiente FARC vinculado al Cuerpo de Bomberos Voluntarios hace exactamente cinco años. Pertenecer al Cuerpo de Bomberos Voluntarios ha sido una experiencia muy grande y muy bonita porque he encontrado ese apoyo, esa hermandad, ese cariño para mi proceso de reincorporación a la vida civil. Fue el Cuerpo de Bomberos Voluntarios el que me abrió las puertas para llegar a mi pueblo, para llegar a mis comunidades, para llegar a mi familia. Fue el Cuerpo de Bomberos quien dijo: tú sirves para algo, tú puedes seguir apoyando tu comunidad sin necesidad de tener el fusil terciado, tú puedes hacer un trabajo grande. Y en verdad, hoy me siento súper orgulloso de ser bombero voluntario de Colombia. Tengo bajo mi responsabilidad 38 bomberos forestales, todos del resguardo indígena Cañamomo-Lomaprieta. Tengo bajo mi responsabilidad una escuela de bomberos infantiles forestales con 25 estudiantes. Pero, además, gracias al Cuerpo de Bomberos Voluntarios he tenido una aceptación única dentro de mi resguardo, dentro de mi comunidad. Ya no me miran como la persona que en su tiempo tenía que utilizar las armas para transmitir sus ideas y pensamientos. No, hoy me ven como una persona más de la comunidad, como un líder, como un amigo, como un hermano, como esa persona en la cual pueden confiar.

Hoy, digamos que Pedro se ha convertido en el símbolo de ejemplo para la juventud, y eso se lo debo al Cuerpo de Bomberos Voluntarios. No tendría yo palabras de lo que el Cuerpo de Bomberos ha hecho, no solamente por mí sino también por los compañeros que estamos en el proceso de reincorporación y que están vinculados al Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Colombia... Bomberos de Colombia ha sido pieza clave, pieza fundamental para el proceso de reincorporación. (Pedro Hernández, comunicación personal, 5 de agosto, 2019)

Para Pedro, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios es el escenario que ha hecho posible su regreso al territorio donde nació y vivió una gran parte de su vida: la comunidad de Portachuelo, una de las 32 comunidades que conforman el resguardo indígena Cañamomo-Lomaprieta. Ha sido el medio para reconstruir su identidad como indígena a través del programa de bomberos indígenas, y ha sido el camino para reconstruir su vida familiar y obtener un reconocimiento comunitario y social por su labor de ayuda voluntaria. Pedro cuenta con orgullo cómo se ha convertido en un referente para los niños de su comunidad, cómo las historias de su paso por la cárcel son ejemplos para transmitirles enseñanzas, cómo se enamora cada día más de su labor como bombero cuando recibe el mejor de los pagos: los agradecimientos por el servicio prestado. También, narra con especial énfasis, haciendo referencia a una de las labores humanitarias en medio de una confrontación armada de grupos paramilitares, “cómo se queda el guerrero atrás y va el bombero, el que se convirtió en neutral”.

Ya a mí como bombero no me interesa que usted pelea por tal cosa, no, me interesa la vida humana, me interesa prestar ese servicio como persona, como bombero. Ese servicio ya no tiene un color político, puedo servirle a él, como te puedo servir a ti. (Pedro Hernández, comunicación personal, 5 de agosto, 2019)

El relato de Pedro advierte una transformación en la lógica de la guerra. En las ideologías de las organizaciones armadas de izquierda existe el principio de la transformación de condiciones de desigualdad e injusticia social a través de una lucha armada contra los dominadores y opresores. Este altruismo continúa presente en las palabras de Pedro, pero ahora expresado en un sentimiento de ayuda universal ante situaciones límites, sin importar la condición social o la creencia ideológica o política de quien la precise.

La experiencia de Pedro en el Cuerpo de Bomberos Voluntarios Indígenas, al igual que la de otros reincorporados y reinsertados de las FARC-EP, es otro de los aportes realizados por el Cuerpo de Bomberos Voluntarios para la transformación del conflicto armado por medios no violentos.

Eso fue una manera de ir quitándole fuerza a la guerra aquí en esta zona, porque pues hombre, si yo quiero buscar una alternativa sana de prestar un servicio a la comunidad de no seguir haciendo cosas que no se deben hacer, por qué le voy a negar yo la oportunidad. Y eso es lo que falta en muchas partes, de que le demos espacio a la gente que se quiere reintegrar a un proceso de paz. Que se reintegre a un proceso y demostrarles que hay que darles la oportunidad. (Óscar Fernando Mejía, comunicación personal, comunicación personal, 6 de junio, 2019)

Conclusiones

Riosucio fue uno de los municipios del departamento de Caldas que vivió el conflicto amado. Este conflicto se tejió con uno de los conflictos históricos: la disputa por una única definición de la identidad de sus habitantes en los imaginarios de construcción social, marcada principalmente por una distinción y tensión entre lo rural y lo urbano, entre el mundo indígena y mestizo. En este tejido de conflictividades, los pobladores indígenas adquirieron el estigma de colaboradores o integrantes de las organizaciones guerrilleras.

Frente a los conflictos mencionados, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio (Caldas) construyó respuestas autónomas. Logró edificar una mirada de los actores armados que fue más allá de criterios políticos o de juicios de valor para concebirlos en su condición de humanidad. En este sentido, transformó las lógicas de la guerra. A partir de estas formas de comprensión, estableció relaciones mediadas por la confianza, base de la aceptación por los distintos actores de las acciones humanitarias.

En su labor de mediador superó los criterios de distinción propios de la guerra entre “buenos” y “malos” o entres “ellos” y “nosotros”, posibilitando la existencia de una experiencia de paz imperfecta, como una paz que “nos ‘humaniza’, nos permite identificarnos con nuestras propias condiciones de existencia y nos abre las posibilidades reales -basadas en la realidad que vivimos- de pensamiento y acción” (Muñoz, 2001, p. 22).

El programa de bomberos indígenas permitió transformar las divisiones y discriminaciones del discurso racial y cuestionar las violencias simbólicas. Con la atención a todas las víctimas del conflicto construyó solidaridades que tejieron relaciones entre las comunidades rurales y los pobladores del casco urbano. Asimismo, la brigada de bomberos indígenas evitó que fuera mayor el número de personas que integraran los grupos armados y, a su vez, contribuyó en los procesos de reincorporación y reintegración social.

El Cuerpo de Bomberos Voluntarios es expresión de un empoderamiento pacifista, en tanto advierte la existencia de capacidades creadoras en el territorio particular del municipio de Riosucio (Caldas). Estas capacidades creadoras están presentes en una ética del cuidado de la vida que se construye por medio del valor de la solidaridad, como un valor arraigado en las prácticas culturales de los pueblos indígenas, y que por tanto actúa, como un repertorio de actuación política.

En sí, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios supo construir y sostener cuidadosa y sabiamente intersticios y mediaciones, concepciones y estrategias que le dieron valor a la vida en medio de la guerra, de-construyendo los juicios ideológicos y morales que los seres humanos tenemos frente a los otros.

Referencias

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1 Para la jurisprudencia colombiana, el conflicto armado culmina con la firma del “Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, suscrito por el Gobierno nacional y las FARC-EP en 2016; de ahí en adelante son los tiempos del posconflicto. Si bien esta categoría es utilizada por muchas instituciones e investigadores, otros prefieren hacer mención al posacuerdo para referirse a los tiempos actuales, debido a que aún hay presencia de actores armados ilegales en el territorio colombiano y continúa la violencia. Por ejemplo, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) menciona la existencia actual de cinco conflictos armados en Colombia (Oquendo, 2019). En el municipio de Riosucio (Caldas) me referiré a los años del conflicto armado como aquellos donde prevaleció la presencia permanente del paramilitarismo y la guerrilla. Aunque, como lo mencionan las alertas tempranas y notas de seguimiento de la Defensoría del Pueblo y los diversos comunicados de las organizaciones indígenas, aún hay actores armados ilegales en el territorio y su presencia es difusa, no permanente y sus implicaciones son menores.

2 “La idea de la ‘paz imperfecta’ se hizo pública en la reunión fundacional de la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ) en 1997, donde se contó con la adhesión decidida de Vicent Martínez; igualmente en un seminario celebrado en Bogotá, 1998, bajo el título ‘La paz es siempre imperfecta’, organizado por el Observatorio de la Paz, donde estaban presentes diferentes actores de los procesos de reinserción” (Muñoz y Bolaños, 2011).

3 En la década de los 80, el movimiento indígena de Riosucio decidió participar en las contiendas electorales para asumir la alcaldía municipal. Esta decisión se fortaleció en los años que han transcurrido del siglo XXI, logrando el acceso a la administración municipal en los periodos de 2004-2007, 2012-2015 y 2016 hasta la actualidad (Escobar, 2019).

4 Para Norbet Elias (1998), el estigma “[...] es un arma que grupos superiores emplean contra otros grupos en una lucha de poder, como medio de conservación de su superioridad social” (p. 20).

5 En 1996 el Secretario del departamento de Caldas, Jaime Escobar Herrera, afirmó la existencia de claros nexos entre los gobernadores indígenas de la región alto occidente de Caldas y los grupos guerrilleros. Haciendo alusión a los predios entregados por el INCORA a los resguardos, concluyó que las tierras se adjudicaron a la guerrilla (resguardo indígena Cañamomo-Lomaprieta, agosto 25 de 2003) y que otros predios de los resguardos eran campos de entrenamiento guerrillero. Debido a estas declaraciones en julio de 2019, el gobernador Guido Echeverri, en el marco del cumplimiento de la Sentencia 025 de 2018, pidió perdón a la comunidad indígena del resguardo San Lorenzo (Rodríguez, 2019).

6 Hoy existen discursos que niegan la existencia de población indígena en el municipio y, por ende, desconocen la autenticidad de los resguardos indígenas. Un ejemplo presente son las declaraciones del partido político del Centro Democrático respecto a la validez la Sentencia T-530 de 2016, dictada por la Corte Constitucional respecto al resguardo Cañamomo-Lomaprieta, y la Sentencia 025 de 2018 emitida por un juez de tierras a partir de una demanda interpuesta por Restitución de Tierras en el resguardo San Lorenzo (Lopera, 2010).

* Este capítulo es el resultado del trabajo desarrollado a través del “Programa de Investigación Reconstrucción del Tejido Social en Zonas de Posconflicto en Colombia”, Código SIGP: 57579, con el proyecto de investigación “Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios”, Código SIGP: 57729. Financiado en el marco de la convocatoria Colombia Científica, Contrato n.° FP44842-213-2018. Fue realizado gracias a la colaboración de Lina Fanely Salgado Díaz, quien acompañó la toma de entrevistas y comentó algunos de los apartados.

Cómo citar este artículo: Escobar, C. A. (2021). Las estrategias de paz del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Riosucio (Caldas). Revista Eleuthera, 23(2), 185-206. http://doi.org/10.17151/eleu.2021.23.2.10.

Recibido: 19 de Diciembre de 2019; Aprobado: 23 de Julio de 2020

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