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Fronteras de la Historia

Print version ISSN 2027-4688

Front. hist. vol.18 no.2 Bogotá July/Dec. 2013

 

Sobre la historia de la arquitectura de los conventos del norte de la Península de Yucatán: Desde la llegada de los Franciscanos a Campeche en 1544 hasta la construcción del convento de Santa Clara de Asís en 1567

ANA RAQUEL VANOYE CARLO
Universidad Nacional Autónoma de México
raquelvanoye@gmail.com

Recibido: 20 de enero de 2013
Aceptado: 5 de agosto de 2013


RESUMEN

En 1524, con el arribo de los doce franciscanos dirigidos por fray Martín de Valencia, inició la evangelización de la Nueva España. Los conocimientos y la experiencia del grupo no serían suficientes para el éxito de esta empresa; fue necesario también incorporar los hábitos esenciales de las culturas prehispánicas en ese proceso. El sincretismo derivado de ello generó resultados en todas las disciplinas humanas. Para la arquitectura, el más importante fue el convento novohispano del siglo XVI, que resignificó los espacios y fue un verdadero eje de la vida de las nacientes poblaciones. Este trabajo es un recuento del proceso de evangelización del norte de la península de Yucatán, a través de la presentación y el análisis de la arquitectura de los conventos franciscanos.

Palabras clave: Arquitectura en Yucatán, Dzidzantún, evangelización en Yucatán, pintura mural, sincretismo religioso.


ABSTRACT

The evangelization of Nueva España begun in 1524, when twelve Franciscan monks led by Martín de Valencia arrived to Yucatán. All of them were wise and experienced. However, their knowledge was not enough to accomplish their mission. To reach their purposes, they had to learn the essential pre-Hispanic cultural habits and apply them to the evangelization process. This lead to a syncretism which influenced all human activities. For example, in architecture, the most important result was the way they built convents in Nueva España during the sixteenth century, which gave a new meaning to spaces and became the very axis that ruled the life in the new rising countries. This is a synopsis of the evangelization process in the northern zone of Yucatán peninsula, presented through the consideration and analysis of the Franciscan convents architecture.

Keywords: Architecture in Yucatán, Dzidzantún, evangelization in Yucatán, mural painting, religious syncretism.


Para llevar a cabo su proyecto de evangelización en la Nueva España, los franciscanos siguieron un modelo de expansión que tenía dos etapas. La primera consistía en incursionar de manera continua en territorios cada vez más lejanos y dominarlos, mientras que la segunda implicaba mejorar la infraestructura y, con ello, la comunicación entre los lugares ya controlados.

En teoría, para cumplir esas etapas, bastaba con que los frailes construyeran conventos de modo simultáneo y sostenido, que pudieran dotarlos de recursos, servicios y áreas de producción adecuadas, y que fueran capaces de agrupar a un número suficiente de individuos en torno a estas construcciones. Pero muy pocas veces fue posible llevar a cabo, desde el principio y simultáneamente, todas estas tareas. En muchas ocasiones, las circunstancias obligaron a los menores a modificar ese esquema ideal de expansión. Entre ellas, las más frecuentes fueron las condiciones económicas y sociales poco favorables del lugar, la presencia del clero secular o de otras órdenes mendicantes, la existencia de relaciones hostiles con los encomenderos y la resistencia ofrecida por la población nativa.

La arquitectura también ofrece argumentos que confirman que este modelo, en no pocas ocasiones, sufrió modificaciones. Actualmente hay suficiente evidencia para considerar que los conventos que Manuel Toussaint identificó y cuya existencia difundió en sus escritos son la última expresión arquitectónica de un proceso que comenzó incluso antes de 1524, año en que arribó a la Nueva España el grupo de los doce franciscanos encabezados por fray Martín de Valencia. Antes de estos conventos existió una serie de construcciones cuyo reconocimiento y entendimiento es útil para comprender los elementos y procesos que condujeron a la configuración final del convento novohispano característico del siglo XVI.

Estos inmuebles precursores han sido agrupados en tres fases bien identificadas y, por lo tanto, caracterizadas. La primera comenzó al mismo tiempo que los contactos entre los mendicantes y los indígenas. Durante esta etapa, los frailes tuvieron las experiencias que determinaron la configuración de los espacios adecuados para llevar a cabo el proceso de evangelización. Muy probablemente se trataba de lugares improvisados y al aire libre. Este comienzo fue bien descrito por fray Diego de Valadés al referirse a la ubicación de los sitios de predicación: "en todos los lugares a donde llegan a predicar, pero fuera de las poblaciones". Señala también el tipo de espacio: "de grandes dimensiones, limitado por muros de mampostería y sin que esté adosado a ninguna construcción. Por lo tanto no hay ahí ni templo, ni convento" (cit. en Chanfón 205)1.

Es más difícil precisar las construcciones que pertenecen a la segunda etapa, pues esta agrupa a todas las erigidas después de la aparición de las que acabamos de describir y antes del tipo de convento identificado por Toussaint; es decir, todas las que contribuyeron a la configuración final de este último. Aunque muchas se han perdido, es posible mencionar que cualquier edificación que haya fusionado antiguas construcciones prehispánicas con estructuras europeas pertenece a este grupo; por ejemplo, como lo veremos más adelante, el Convento Grande de Mérida. También están incluidas en este conjunto aquellas obras en las que, a pesar de haberse utilizado un diseño europeo, algunos asuntos estructurales y materiales fueron resueltos usando técnicas, herramientas o conocimientos desarrollados por las culturas prehispánicas. Este es el caso de las estructuras construidas en material orgánico en lugar de las iglesias.

En un tercer grupo se reúnen los inmuebles de los que Kubler y Toussaint dieron testimonio y que además estudiaron. Se trata de aquellos cuyo diseño se basa en el patrón arquitectónico manejado en Europa desde el siglo IX, pero que presentan rasgos, como los grandes espacios abiertos (los atrios y las capillas abiertas), que satisficieron algunas prácticas y hábitos provenientes de la forma de vida indígena2.

El sureste del virreinato quedó excluido de la etapa inicial del proceso descrito anteriormente porque el diseño, la experimentación y la evaluación del mismo se llevaron a cabo, en su totalidad, en el centro de la Nueva España. Esa ventaja inicial de la región suroriental no facilitó la implementación de dicho proceso, pues fue difícil dominar este territorio. De hecho, "el interior, escasamente poblado, nunca fue conquistado, y en realidad, los límites territoriales del Yucatán español retrocedieron a fines del siglo XVI y durante el XVII" (Gerhard 44)3. Pero una vez que los españoles lograron el control de las costas del norte y del poniente, la Corona consideró como prioritaria la conversión de los mayas a la religión católica.

Esta tarea fue asignada, como en muchas otras partes de la Nueva España, a los franciscanos.

Los mendicantes enfrentaron sus propias dificultades para llevar a cabo la evangelización, como las enfrentaron los conquistadores para lograr la conquista. Entre las geográficas se encontraban el clima, que es extremadamente caluroso y húmedo, y la escasez de agua, porque todos los ríos son allí subterráneos; entre las sociales, las fricciones con los encomenderos, debidas a los malos tratos que les daban a los indígenas; y entre las culturales, el desconocimiento de la lengua maya. No obstante, la inaccesibilidad del centro de la península fue la causa principal de que no se pudieran cumplir simultáneamente las dos fases de su modelo de evangelización, pues les sirvió a los indígenas para evitar los maltratos, el trabajo forzado y los excesivos tributos impuestos por los encomenderos, lo que provocó la disminución de la mano de obra de la que disponían los mendicantes y la pérdida de individuos por adoctrinar4.

Debido a lo anterior, los franciscanos resolvieron implementar las fases por separado: durante los quince años posteriores a su llegada a Yucatán, en 1544, construyeron conventos que tenían como prioridad lograr el control religioso de las zonas norte y oeste de la península de Yucatán; luego, durante los siguientes diez años, aproximadamente entre 1560 y 1570, levantaron conventos para mejorar la comunicación entre los ya existentes. Solo después de 1570 tuvieron la suficiente capacidad económica y social para cumplir de manera simultánea ambos objetivos.

Este trabajo se centra en el análisis arquitectónico de algunas de las construcciones correspondientes a estos primeros veinticinco años. Este ejercicio es posible debido a que, durante este periodo, los franciscanos siguieron una forma de expansión lineal, es decir, no levantaron un nuevo convento mientras no estuvo erigido el anterior, lo que permite reconstruir la primera parte de su historia en Yucatán y, además, explorar las limitaciones arquitectónicas a las que se enfrentaron los frailes. Después de este lapso, los franciscanos financiaron, diseñaron e implementaron un modelo de expansión no lineal que básicamente suponía la construcción simultánea de varios inmuebles, lo que dificulta la reconstrucción histórica por la imposibilidad de rehacer el recorrido de los menores y por la escasez de fuentes y archivos.

El análisis se centra en destacar las similitudes arquitectónicas y ornamentales que existen entre los diferentes inmuebles considerados. Aunque la conversión de los indígenas a la religión católica fue la razón principal de la construcción de los conventos, una serie de actividades habituales para sus moradores y visitantes terminó, por un lado, transformándolos inevitablemente en centros multifuncionales en los que la evangelización, el adoctrinamiento, la educación, el almacenamiento de provisiones, la salud, la organización social y el gobierno estuvieron siempre ligados y, por el otro, incidiendo en la configuración de la sociedad rural novohispana5. La lectura del trabajo de Isabel Fernández sugiere que "el convento fue parte de los métodos usados por la cultura dominante para concentrar, reducir o congregar pueblos, aun en contra de la lógica del modo de vida y producción indígenas" (211); es decir, el convento no solo reemplazó los antiguos centros prehispánicos mayas o modificó el paisaje natural y cultural, también permitió la organización de la naciente sociedad indígena novohispana en la medida en que reunió la gran mayoría de sus actividades.

Esto último insinúa que los diferentes recintos del convento debían ser espacios adecuados, al menos en dimensiones, ventilación e iluminación, para que las personas ligadas a él pudieran desarrollar sus distintas actividades. Los estudios de Kubler muestran también la existencia de rasgos que refuerzan la idea de que los espacios brindados por estos inmuebles tendían a propiciar y facilitar la convivencia de todos sus usuarios: las diferencias entre las decoraciones murales indicaban el carácter público o privado de los recintos, esto es, señalaban los espacios a los que solo los frailes tenían acceso y los que eran de uso colectivo.

La variedad de tareas ligadas al convento, la asociación de cada una de ellas a determinados recintos arquitectónicos y la diferenciación de dichos recintos son los resultados del proceso de resignificación de espacios que comenzó con el levantamiento de los inmuebles de la primera etapa y que tuvo su máxima expresión en los pertenecientes a la tercera, es decir, en la aparición del convento. En general, este proceso comprende todos los pasos que fueron necesarios para que los indígenas aceptaran y utilizaran los inmuebles propios de la nueva arquitectura religiosa. Entre ellos podemos destacar la subordinación de la arquitectura maya a la franciscana, que se tradujo en el levantamiento del convento sobre el ku más importante de cada centro ceremonial maya a partir de las piedras y los materiales de los kus aledaños6.

Sin embargo, acompañando esta experiencia de índole negativa, el proceso de construcción del convento dio pie a una serie de circunstancias, como el trabajo en equipo, la convivencia entre frailes e indígenas y el intercambio de costumbres culinarias, lingüísticas y culturales, que contribuyeron a generar orgullo y aprecio por el inmueble, simpatía por sus moradores y, en general, un sentimiento de pertenencia. Con el paso del tiempo y con el uso cotidiano y adecuado de estos edificios, los afectos y empatías depositados en ellos se irían acrecentando y modificando. Este uso habitual significó para el indígena aprender a desarrollar buena parte de sus actividades diarias y todas las religiosas en un marco arquitectónico diferente que imponía, en la segunda fase del proceso descrito, abandonar las ceremonias al aire libre y aceptar como un rasgo característico de los espacios sagrados la artificialidad de los ambientes generados por la arquitectura. Sin duda, entender estas diferencias fue fácil, pero aprobarlas y depositar la fe en ellas sería parte de un proceso más complejo del que la resignificación del espacio a través de los conventos es solo una parte.

Para comprender el papel que el convento tuvo en la enseñanza y el aprendizaje de la nueva religión, no se debe olvidar que los frailes no dudaron en suavizar la severidad de sus lineamientos originales cuando lo juzgaron conveniente y que la arquitectura no escapó a esta premisa; si en sus inicios los muros conventuales fueron los encargados de borrar los antiguos centros ceremoniales mayas, algunos años después esos mismos muros rescataron y resguardaron todos aquellos elementos mayas que fueron de utilidad para que los indígenas entendieran y aceptaran la nueva religión. Tal es el caso de la cruz verde, que para los mayas tiene relación con la ceiba (figura 1)7.

La historia de las fundaciones hechas por estos misioneros comenzó en 1544 con el arribo a Campeche de los franciscanos fray Luis de Villalpando, fray Lorenzo de Bienvenida, fray Melchor de Benavente y fray Juan de Herrera. Su primer convento, establecido bajo la advocación de san Francisco de Asís, se erigió en 1546 sobre las ruinas de lo que durante el periodo prehispánico fue conocido como Can Pech, hoy Campeche. Después, en el mismo año, este grupo de franciscanos marchó al norte de la península, hacia la antigua ciudad maya de T´hó (también llamada Ichcaanzihó), la actual Mérida, y estableció allí el segundo convento, dedicado igualmente a san Francisco de Asís8. Este recinto, también conocido como el Convento Grande y destruido hasta sus cimientos a principios del siglo XIX, exhibió ciertas características arquitectónicas que señalan su pertenencia a la segunda fase del proceso explicado al inicio de este trabajo.

Según el relato de fray Ciudad Real, el Convento Grande "está pegado con la misma ciudad, puesto sobre un ku o mul antigua, y aun edificada parte de él sobre los mismos edificios viejos de los indios antiguos. Todo él está labrado de cal y canto, con su claustro alto y bajo, dormitorios y celdas; hay en él una buena huerta [...], hay también algunos cañafístolos" (García y Castillo 2: 340). El relato sugiere que algunas de las estructuras arquitectónicas del mul fueron reutilizadas en el convento, sobre todo como celdas o dormitorios9. Este edificio, que fusiona en su composición y estructura dos arquitecturas, es un ejemplo correspondiente a la segunda etapa del proceso que hemos descrito. Algunos autores han llamado esta etapa la de los pasos intermedios, para enfatizar que el proceso evolutivo de los espacios arquitectónicos destinados a la evangelización estuvo integrado por diferentes fases10.

Hay varias razones probables por las que los menores aceptaron llevar a cabo esta mezcla: tal vez porque la mayor parte de la población asentada en Mérida era española y la fusión de arquitecturas no generaba la confusión que habría generado si la población hubiera sido mayoritariamente indígena; o quizá porque no disponían de suficiente mano de obra para levantar una edificación desde los cimientos; o acaso decidieron construir sobre los edificios prehispánicos para comenzar el proceso de resignificación de los espacios, explicado en párrafos anteriores, y mandar un mensaje claro acerca de la falta de lugar que estas edificaciones tendrían dentro de la naciente sociedad virreinal, al igual que todo lo concerniente a la cultura maya.

Después de construir este convento, el objetivo de los menores era dirigirse al oriente, hacia la villa española de Valladolid, y elevar allí un tercer convento, pero el adelantado Francisco de Montejo, conquistador de la península, les pidió que primero atendieran su encomienda en Maní. Los franciscanos fundaron en este lugar, en 1549, su tercer convento, esta vez bajo la advocación de san Miguel Arcángel (figura 2). Lo hicieron tanto por la petición de Montejo como por las excelentes condiciones que el sitio ofrecía, pues el batab Tutul Xiu, que era el dirigente maya, y la numerosa población que se encontraba bajo su mando eran aliados de los españoles. Esto garantizó que los frailes realizaran su actividad evangelizadora con relativa tranquilidad. Además, se trataba de una zona densamente poblada, por lo que los franciscanos adoctrinaron a un gran número de personas en un periodo corto y dispusieron de una buena cantidad de mano de obra.

Estas excepcionales condiciones servirían para mucho más que la rápida construcción del convento. En general, le aseguraron al lugar una posición económica y política privilegiada porque, siendo la península de Yucatán un territorio que carece de recursos minerales, el trabajo indígena se perfiló, desde el inicio del virreinato, como el recurso más valioso de la región. Al contar con él, Maní se convirtió en uno de los principales puntos económicos del centro de la península, al menos hasta mediados del siglo XVII, cuando otros poblados, como Ticul, Tekax, Oxkutzcab y Teabo, comenzaron a tener más importancia. Desde entonces, Maní ya no sería lo que había sido. Ticul estaba mucho mejor ubicado respecto de la redes de comunicación del Yucatán español, y Tekax lo estaba respecto de la emergente frontera misionera franciscana en el Petén. Oxkutzkab y Teabo tenían una creciente importancia agrícola (Bretos 52).

En particular, las condiciones mencionadas sirvieron para que los franciscanos dotaran esta tercera construcción de unas características arquitectónicas diferentes de las que tenía el Convento Grande de Mérida. De hecho, el de Maní fue el primero en ajustarse a los criterios de tamaño, diseño, disposición y ornamentación que los franciscanos tendrían en cuenta para las edificaciones de la tercera etapa en el resto de la Nueva España, identificadas y estudiadas por Kubler.

El convento de San Miguel, al igual que los de Campeche y Mérida, está construido sobre un antiguo mul maya, pero a diferencia de los dos anteriores este fue nivelado y cubierto hasta ser enterrado, y el terreno se emparejó, es decir, la estructura prehispánica solo se utilizó como la plataforma del nuevo edificio religioso. Con esto, los menores lograron una edificación de grandes dimensiones colocada en un punto alto, donde podía ser vista por toda la comunidad que, a partir de ese momento, creció y se desarrolló alrededor de ella.

Además, como ya lo mencioné, la iglesia de San Miguel Arcángel cumple con la mayoría de los requisitos que, según George Kubler, caracterizan a estas construcciones religiosas novohispanas del siglo XVI (9-13). Entre ellos se encuentran la simplicidad de su masa y su perfil, la planta de una sola nave con ábside ciego en el extremo oriente, el uso de bóvedas nervadas de crucería para techar el presbiterio -que en el caso de Maní tienen un diseño muy sencillo: un par de bandas entrecruzadas (figura 3)- y el de una bóveda cilíndrica de cañón corrido para cubrir el resto de la nave.

Otra característica de esta iglesia es el uso de elementos de defensa, propios de los castillos, como ornamentos; es el caso de las almenas que rodean el borde superior de sus muros. Un elemento decorativo más de este convento es la pintura mural.

En realidad, esta edificación conserva una buena cantidad de murales, correspondientes a distintas temporalidades, distribuidos en diferentes partes del inmueble: en el intradós de algunos arcos formeros de los muros norte y sur de la iglesia, en la capilla abierta, en el claustro bajo, en la antigua y en la nueva sacristías, en las capillas laterales, en la bóveda de lacerías y en el muro absidal. En este trabajo solo hablaré del retablo mural del ábside porque las representaciones que contiene garantizan su pertenencia al periodo en el que el convento estaba en manos de los franciscanos.

Detrás del actual retablo de madera tallada sobrevive uno ejecutado en pintura mural (figura 4). Coronando el tímpano se colocó, en una cartela sostenida por dos ángeles, una representación de los símbolos pasionarios dentro de una pila bautismal; debajo de esta se localiza un friso, adornado con triglifos, que funciona como el remate de un muro hecho de sillares. Son ilustrativos los pasajes de la Retórica cristiana, de fray Diego de Valadés, para explicar los grabados acerca de las jerarquías civil y eclesiástica, en los que se emplean imágenes arquitectónicas de origen bíblico:

[...] la piedra angular (Cristo), "las piedras vivas" y las "piedras cuadradas" (los fieles) que conforman la iglesia y que son mencionadas por Pedro y Pablo en sus epístolas; de manera que la simulación de sillería [...], para el recubrimiento de paramentos, parece responder a esta necesidad simbólica, ya que los padres de la Iglesia y los liturgistas emplearon frecuentemente dichos símbolos. (cit. en Estrada 69)

En la parte inferior, el retablo mural tiene dos nichos: el de la izquierda alberga a san Miguel Arcángel y el de la derecha, a san Francisco de Asís recibiendo los estigmas.

La pintura se ejecutó, en su totalidad, con los colores rojo, azul y negro y sus distintas tonalidades. Los grises se aplicaron sobre los elementos arquitectónicos y sus ornamentos -imitando, al parecer, una estructura tallada en piedra- y en la ropa de los franciscanos allí representados. El azul y el rojo se utilizaron, siempre de manera alterna, sobre el vestido de san Miguel Arcángel y en los atributos que tanto este como los menores portan. A lo largo de esta exposición veremos que esa paleta y las reglas de uso del color por las que se rigió tuvieron una amplia aceptación.

La figura 4 también muestra una tela blanca en el centro de la composición descrita. Detrás de esta tela hay un rectángulo que no conserva vestigio alguno de ese tipo de pintura y cuyas dimensiones son las mismas de la tela que lo cubre. Además, en la parte inferior, en el centro, tiene un nicho, lo que sugiere que la composición mural funcionaba como el marco del elemento que se colocaba en este rectángulo central y que, muy probablemente, era un pequeño retablo de madera que hoy está perdido.

El tamaño del supuesto retablo de madera indica también que, casi con seguridad, en ese momento su material era escaso y, debido a ello, la responsabilidad del diseño de los interiores recaía en la arquitectura y en la pintura mural. Por lo demás, en esa primera etapa se dio una preeminencia de la pintura sobre la arquitectura, pues esta quedaba oculta detrás de lo que recreaba la pintura. Esa relación irá cambiando con el tiempo. Las composiciones finales muestran un vínculo más equilibrado, por cuanto las representaciones pictóricas son mucho más pequeñas, lo que indica que la pintura mural ya no sustituía a la arquitectura ni se encargaba por completo de la reconstrucción del aspecto de los espacios, sino que se coordinaba con aquella para lograr su adecuada configuración.

El diseño del convento de San Miguel Arcángel también incorporó elementos derivados de la forma de vida indígena, como la necesidad de espacios públicos amplios y abiertos que se tradujo en el atrio, o gran patio, de grandes dimensiones y en las cuatro capillas posas ubicadas en sus esquinas, de las que solo sobrevive una. En estos lugares se realizaron diversas actividades religiosas y civiles, como la enseñanza de la doctrina religiosa y la impartición de sacramentos y justicia, en el primero, y el desarrollo de procesiones, en el segundo.

Sin embargo, hay características que comenzaron a utilizarse en estas primeras construcciones y que perduraron durante todo el virreinato; su uso es exclusivo y característico de la región. Es el caso de la espadaña que la iglesia de Maní ostenta en la parte superior de su fachada11, que se utilizó en lugar de los campanarios y que es resultado de una modificación llevada a cabo en el primer cuarto del siglo XVIII12. La existencia de estos rasgos sugiere que en la región se aplicaron estrictamente los estatutos franciscanos de 1260:

En muchos de los templos conventuales mendicantes hay una diferencia constructiva muy marcada entre el templo y la nave. Esta característica es especialmente notable en los monasterios de Yucatán [...]. Nos parece que [esto se debe a una] aplicación estricta de los estatutos franciscanos de 1260 que prohibían abovedar los templos, excepto el presbiterio, y vedaban también la construcción de torres y el uso de vidrieras con imágenes. (Chanfón 330)

El tamaño y la configuración del convento de San Miguel Arcángel destacan el hecho de que los franciscanos hayan logrado construir un inmueble típico novohispano, perteneciente a la tercera etapa, solo cinco años después de haber llegado a la región. Esto insinúa la rapidez con la que alcanzaron la capacidad económica y social necesaria para estabilizar el proceso constructivo así como el dominio que de este último tenían. En adelante, las construcciones llevadas a cabo por estos misioneros se ajustarían a ese tipo.

Una vez que los franciscanos terminaron de construir el convento de Maní, se dirigieron al noreste de Yucatán, que en ese tiempo era la segunda zona más poblada de la península. El lugar elegido para comenzar su actividad evangelizadora fue un antiguo santuario maya construido en honor al dios Itzimná, "patrono de las ciencias y los conocimientos e inventor de la escritura" (Bretos 67)13. Aquí, y sobre las ruinas del recinto dedicado a los chaacs, los franciscanos levantaron su cuarto convento bajo la advocación de san Antonio de Padua.

El arquitecto que edificó el cuarto convento fue el mismo del de Maní: fray Juan de Mérida, por lo que algunas de las características observadas en este, así como en muchos otros de la Nueva España, vuelven a estar presentes. Entre ellas podemos mencionar el emplazamiento sobre una estructura prehispánica y el tratamiento arquitectónico que se le dio a esta con el fin de convertirla en una base amplia, sólida y adecuada para soportar el nuevo edificio, pues no solo se enterró y se emparejo dicha estructura sino que además se rebajó y se demolió el santuario de la parte superior. Otra similitud tiene que ver con la forma de distribuir el área resultante del proceso anterior: nuevamente, una parte generosa fue destinada para el atrio y la huerta.

En cuanto a la iglesia de este convento, podemos apreciar, como en el caso de Maní, que se trata de un inmueble con planta de una sola nave con ábside ciego en el extremo oriente. Para techar el presbiterio, se usó una bóveda doble nervada, y para hacer lo propio con el resto de la nave, una de cañón corrido (figura 5).

La iglesia cuenta, además, con vanos para ventanas, separados y colocados de modo irregular en lo alto de las paredes laterales, y con almenas para adornar la parte superior de los muros. Y al igual que la de Maní, también tiene espadañas como remates de su fachada principal. En este caso son tres: una central, que alberga dos campanas, y dos laterales más pequeñas, cada una de las cuales sostiene una campana.

Así mismo, en el convento de San Antonio de Padua hay pintura mural, pero en una proporción mucho menor que en Maní; esta se concentra en la entrada del convento y en la fachada de la iglesia. Básicamente, se trata de escenas de la vida de los franciscanos y de una pintura de caballete en la que se figuró a santa Bárbara y que, tal vez, en su representación inicial fue una escultura, porque todavía se aprecia la peana sobre la que se apoya el cuerpo de la santa, así como sus atributos: una palma en su mano derecha y la torre con tres vanos en su izquierda.

Las ampliaciones y modificaciones arquitectónicas que el convento de Izamal ha sufrido a lo largo de su historia hacen que actualmente, sin importar que haya sido construido por el mismo arquitecto, luzca muy diferente de Maní. Entre estas podemos mencionar la arquería que recorre todo el perímetro del atrio, y que incluso absorbió e incorporó el antiguo portal que articulaba la iglesia, el convento y la capilla abierta; la construcción del camarín de la Virgen, recinto típico del clero secular; las tres rampas de acceso y las sucesivas remodelaciones a la fachada de la iglesia, que incluyen la edificación de una torre de reloj que se fusionó con una de las espadañas laterales. En realidad, todas estas adecuaciones muestran que frailes y párrocos encontraron en la arquitectura el medio ideal para reclamar y recuperar para el catolicismo el prestigio de santuario del que este lugar ha gozado desde la época precolombina.

Con la construcción del convento de Izamal, los franciscanos, que ya se habían asegurado el control de la zona oeste de la península con los conventos de Campeche, Mérida y Maní, comenzaron a dominar la zona norte. Dado que desde el inicio del virreinato la región central de la península estuvo bajo el control del clero secular y que la selva hacía del sur un territorio impenetrable, los franciscanos se dirigieron posteriormente al oriente del actual estado de Yucatán, donde faltaba un convento alrededor del cual organizar la evangelización de las principales poblaciones de indígenas allí establecidas. Llegaron a esa región en 1552 y al año siguiente levantaron el convento de San Bernardino de Siena en Valladolid (figura 6).

Tal vez Valladolid fue el lugar que más retos ofreció a los franciscanos. Por un lado, al igual que Mérida, era una ciudad que albergaba población española y, por otro, Saci, su emplazamiento, fue durante el periodo prehispánico un importante centro político y religioso donde residían los señores del linaje cupul. Debido al ensanche de las antiguas calzadas indígenas que la comunicaban con Mérida y poblaciones vecinas, Valladolid se convirtió en un centro de acopio y distribución de tributos. Esto atrajo mano de obra indígena que se fue estableciendo a orillas de la villa, por lo que se hizo necesaria la presencia de los franciscanos (González 98). Eso explica la ubicación del convento en los alrededores de la población, en un lugar llamado Sisal, ubicación que traía como principal desventaja el aislamiento de la edificación con respecto a la primera manzana de la comunidad, en la que se asentaban el clero secular y los órganos de gobierno. Para mitigar esta situación, los frailes decidieron implementar algunas modificaciones arquitectónicas, como el cambio de localización de la capilla abierta y el de las dimensiones del atrio, que más adelante abordaré.

La disponibilidad de mano de obra, aunada al hecho de que el arquitecto fue el mismo de las edificaciones de Maní e Izamal, fray Juan de Mérida, hicieron posible que los franciscanos levantaran en Sisal un convento muy similar a los descritos anteriormente. El uso de arcos de medio punto en el diseño del claustro, al igual que en los de Maní e Izamal, es un ejemplo que ilustra esa similitud. San Bernardino es una construcción masiva y sobriamente ornamentada. Los elementos decorativos se concentran en la iglesia. El interior vuelve a presentar las características de sus predecesoras: planta de una sola nave con ábside ciego en el extremo oriente, con una doble bóveda nervada de crucería que techa el presbiterio y una de cañón corrido que hace lo propio en el resto de la nave, y vanos para ventanas muy separados y colocados de forma irregular en lo alto de los muros laterales. Sin embargo, las nervaduras exhiben un diseño más complejo aquí: las de la primera bóveda representan una estrella de cinco picos, mientras que las de la segunda, una de ocho con cuatro picos largos y cuatro cortos colocados de manera alterna (figura 7). El exterior de la iglesia luce almenas en el borde superior de los muros y un pequeño torreón que corona el lado norte de la fachada principal, en lugar de espadañas.

Otra característica propia de los primeros inmuebles de este tipo en la región, común a los dos conventos ya analizados y al de Valladolid, es el uso de portales de acceso que articulan la iglesia y el convento. Aunque los actuales datan del siglo XVII, es probable que hayan sido construidos en lugar de una estructura anterior más frágil debido a los materiales empleados. Miguel Bretos afirma en su investigación:

[...] los conventos de fray Juan [de Mérida] se ajustan al modelo mendicante novohispano del siglo XVI, aunque, como hemos visto en Izamal y Maní, con ciertas variaciones importantes. La más notable era el tratamiento frontal de la iglesia y convento con sendos portales. En Sisal existen actualmente portales, empero los mismos datan del siglo XVII según una placa que nos dice haber sido comenzados por fray Francisco de Abarca y terminados por fray Juan de Quiñones en 1678. (78)

Además, el convento conserva una capilla abierta cuyo frente no apunta hacia el atrio, como en el caso de Maní, porque está adosada al muro suroeste de la iglesia. En general, estas soluciones arquitectónicas (posición de la capilla y uso de torreones) fueron empleadas en virtud de que Valladolid era una villa española y eso hacía necesario lograr una mejor integración del aspecto del inmueble y su funcionamiento a los lineamientos de un poblado de esta clase. Por otro lado, San Bernardino está construido sobre un cenote. En su tiempo, este hecho significó un aprovisionamiento constante y seguro de agua; sin embargo, también provocó demasiada humedad en el interior del edificio. Debido a esto, los encalados se humedecían y eran poco durables, cosa que hizo imposible que la mayoría de la pintura sobreviviera. Actualmente solo quedan dos retablos murales que flanquean el presbiterio, pues están ubicados en los paramentos laterales de la iglesia.

Curiosamente, y a manera de compensación por el lugar sobre el que está construido este convento, "la historia de los retablos del santuario de Sisal está bien documentada", como afirma Miguel Bretos:

Según el bachiller Cárdenas Valencia, quien escribía durante el primer cuarto del siglo XVII, el retablo mayor era de pincel, con su sagrario de escultura, "hecho con toda curiosidad". Cogolludo se refiere al sagrario como "obra moderna". Es posible que en la factura del sagrario interviniera fray Julián de Cuartas (1553-1610), a quien se debían "numerosos retablos de escultura y media talla muy vistosos y costosos". (83)

Esto indica que el presbiterio de la iglesia de Valladolid, al igual que el del templo de Maní, albergó un retablo principal ejecutado como pintura mural. La descripción de este aparece en el inventario de la secularización del convento:

Un retablo de altar con cuatro medias columnas y un sagrario, con divisiones como de marcos de cuadrados en las cuales están quince lienzos: en el de la parte superior la imagen del Eterno Padre y en los dos siguientes de en medio, en uno pintada la imagen de Cristo crucificado y en otro la imagen de Nuestra Señora, y en el que termina sobre el sagrario un nicho con la imagen de bulto del Señor San Bernardino: y en el lado diestro seis lienzos y en el siniestro otros tantos de diversas imágenes de santos. (Bretos 83)

La afirmación "en el que termina sobre el sagrario un nicho con la imagen de bulto del Señor San Bernardino" sugiere la existencia de un pequeño retablo de madera que albergaba la escultura del santo y que estaba rodeado por un retablo mural cuya estructura, similar a la del retablo de la iglesia de Maní, se muestra en la figura 8. Lo anterior reafirma que en los primeros años de expansión de los conventos en Yucatán, no solo eran parecidos los contenidos de los programas pictóricos, sino también su composición y el lugar elegido para representarlos.

Con estas tres últimas construcciones, la orden alcanzó cierto control sobre los puntos más importantes del norte de la península y, finalmente, estuvo en posición de construir conventos que, acortando las distancias, mejoraran la comunicación, ya fuera entre los mismos conventos, ya fuera entre estos y otros puntos importantes. Con esta lógica, los frailes fundaron dos más en 1561: el de San Luis de Tolosá, en Calkiní, a mitad de camino entre Campeche y Mérida, y el de San Buenaventura, en Homún, que acercaba el Convento Grande de Mérida a la región de Sotuta, bastión natural del clero secular.

Posteriormente, en 1563 y al norte del convento de San Bernardino de Siena, fue erigido el de Los Tres Reyes, en Tizimín, que acercaba dos puntos significativos: Valladolid y Río Lagartos. Propiamente hablando, este último no se encuentra a la orilla de un río, sino de una ría, es decir, de un flujo de agua marina que corre entre la tierra firme y una estrecha franja de playa. Debido a esta ubicación, durante la época virreinal Río Lagartos funcionó como puerto de arribo para los barcos.

En 1567, cuatro años después de la edificación de Los Tres Reyes, los franciscanos fundaron el convento de San Juan Bautista en Motul, punto central del camino que comunica a Mérida con Izamal. Ese mismo año, Motul se convirtió en paso obligado para ir del Convento Grande de Mérida al recién construido de Santa Clara de Asís, en Dzidzantún (figura 9).

Al parecer, la construcción de este convento no respondió al objetivo de mejorar la comunicación entre los ya existentes. En su tiempo, fue la edificación religiosa situada más al norte en Yucatán. Esto sugiere que su fundación obedeció al deseo de los menores de incursionar en la costa septentrional de la península, lo que sitúa su levantamiento al inicio de la etapa en la cual los franciscanos ya tenían la capacidad de llevar a cabo su proceso de expansión cumpliendo de manera simultánea sus propósitos: controlar nuevos territorios y mejorar la conexión entre ellos. Ese cambio en la ejecución del esquema revela la capacidad económica, política, religiosa y social alcanzada por los menores en un periodo muy corto. Algunas características arquitectónicas de este convento, muchas de ellas presentes por primera vez en él y de manera exclusiva, constituyen un testimonio de dicha capacidad.

Según López de Cogolludo, el convento de Santa Clara fue fundado en el antiguo cacicazgo maya de Ah Kin Chel (1: 303), lo que indica, una vez más, la costumbre de los franciscanos de ocupar recintos prehispánicos y resignificarlos. Respecto a este claustro de Dzindzantún, Luis Vega señala que "fue erigido por capítulo celebrado en Mérida el 13 de abril del año de 1567. Pertenecía a las doctrinas del territorio de la costa y tenía como visitas a los pueblos de Yobaín y Zilam. Su primer guardián fue el P. F. Diego Zazo" (2: 149).

Basta con recorrer la iglesia, el convento y en general todos los espacios que forman parte de este inmueble para descubrir algunos rasgos que resaltan su importancia o el cambio de énfasis en ciertos atributos que indica, a su vez, el cambio del arquitecto que dirigía su construcción.

La iglesia del convento tiene algunas particularidades. Es la más larga de todas las que hay en Yucatán. Aunque presenta, al igual que las de Izamal y Valladolid, dos bóvedas nervadas de lacería utilizadas para techar el primer tercio de la nave, la primera, la que descansa sobre el muro absidal, exhibe el diseño más complejo entre los ejecutados en la región hasta ese momento (figura 10). Sin embargo, esta bóveda resultó ser más prolongada que el espacio definido por los cinco muros que forman el ábside; debido a eso, el arquitecto decidió construir solo hasta terminar la parte central del diseño, porque de ese modo lograba que empatara la bóveda con el muro final del ábside (figura 10). Tal decisión generó fuertes alteraciones estructurales, pues mientras el lado derecho de la lacería es lo suficientemente resistente para soportar el peso de la bóveda, el izquierdo no, lo que provoca que este último se hunda. La solución a este problema fue la construcción de una pilastra que apuntaló la bóveda.

Ahora bien, la presencia de la pilastra en el presbiterio rompía con la función de este espacio, en razón de lo cual se adelantó el altar mayor construyendo la pared que se observa detrás de la pilastra (figura 10).

El espacio que quedó entre el ábside original y el nuevo muro se usó como sacristía, mientras el que quedó delante de este último se destinó al nuevo presbiterio, que se techó utilizando una bóveda de nervaduras de lacería cuyo diseño es igual a la de la iglesia de Izamal (figura 11, comparar con la figura 5).

La bóveda de cañón también presenta singularidades: es inusualmente larga y, además, resultó muy pesada para los muros de la iglesia. La pared norte sorteó bien este problema porque el propio convento sirvió de apuntalamiento14, pero el muro sur comenzó a ceder al peso de la bóveda, aun cuando las columnas de esta fueron ensanchadas y el muro reforzado. Finalmente, en 1916 la bóveda se vino abajo (Zetina, comunicación personal).

En la iglesia de Santa Clara se dan otras particularidades. Por un lado, es el único templo que tiene relieves tallados en los vanos de las tres ventanas del muro sur. Se trata de una decoración en trama cuya unidad es un rombo inscrito en un cuadrado. Muchas de esas tramas todavía conservan rastros de pintura azul y roja. La misma ornamentación se puede observar en el arco toral de la iglesia y en las nervaduras de la segunda bóveda. Por otro lado, este inmueble es el que más pintura mural conserva. Esta se localiza en el ábside, en las bóvedas que techan el claustro bajo, en el vano de la puerta que comunica este último recinto con la nave de la iglesia y en el muro sur de la portería del convento.

Al igual que los muros absidales de las iglesias de Maní y Valladolid, el del templo de Dzidzantún alberga un retablo mural cuyo diseño es, también, muy similar. La figura 12 muestra el aspecto actual de esta estructura, que está coronada, como la de Maní, por una representación bastante deslavada de los símbolos pasionarios: de hecho, solo se pueden apreciar, a la izquierda, las pinzas y, debajo de ellas, los clavos; en el centro, la parte inferior de la cruz, y a la derecha, la parte inferior de la escalera. El retablo es de grandes dimensiones, ocupa igualmente casi todo el muro. Su autor lo compuso usando dos estructuras arquitectónicas anidadas que enmarcan tres elementos dispuestos verticalmente: una representación de la coronación de la Virgen es el superior; la escena de la asunción, el central, y un rectángulo de color crudo, el inferior. Así mismo, la característica principal de dicho rectángulo es un nicho en la parte inferior central, y sobre él, probablemente, también se colocaba un pequeño retablo al que rodeaba la composición descrita en el párrafo anterior.

Además, en este retablo se observan algunas de las características plásticas exhibidas en el retablo mural del convento de San Miguel Arcángel: los colores azul, rojo y negro y sus distintas tonalidades se usaron para ejecutar la totalidad de la composición; el negro y su gama de grises se utilizaron nuevamente sobre los elementos arquitectónicos y sus ornamentos; el rojo y el azul se emplearon, de manera alterna, en las ropas de los santos y en sus atributos, en las alas de los ángeles y en los paños que estos portan en sus manos. Otros murales de este convento, sobre todo los de la portería y los de la puerta claustral, se realizaron utilizando la misma paleta y los mismos criterios; sin embargo, son posteriores15. Con todo, su existencia refuerza la idea de que la decoración mural basada en estos colores fue ampliamente aceptada durante un periodo prolongado.

La figura 13, que muestra la distribución de todos los conventos mencionados en este trabajo, indica que para 1570, menos de treinta años después de la llegada de los menores, estos habían logrado su objetivo de controlar el norte y el poniente de la península de Yucatán. El clero secular y la selva hacían imposible continuar la expansión hacia el sur, por lo que las actividades y los objetivos debieron ser replanteados: en adelante, sería imperativo maximizar el dinamismo de cada una de las comunidades y sistemas económicos y políticos que comenzaban a crecer alrededor de los recién fundados conventos.

Conclusiones

La reconstrucción de muchos de los procesos que formaron parte de la evangelización del sureste mexicano está pendiente, sobre todo la de los que tienen que ver con la configuración del panorama arquitectónico y, en general, artístico. Este trabajo propone, en primer lugar, que es válido retomar métodos y procedimientos diseñados a la luz de otras regiones de la Nueva España para dar cuenta del patrimonio arquitectónico, con la finalidad de comenzar esa reconstrucción aplazada.

En particular, este artículo retoma la clasificación, diseñada para el centro de México, de los inmuebles religiosos en tres etapas arquitectónicas y la aplica al caso de los conventos que sobreviven en el norte de la península de Yucatán, todos de filiación franciscana. Uno de los primeros resultados de esa aplicación es la definición de un proceso arquitectónico de dos etapas, en lugar de tres, en el sureste mexicano. Es decir, en esta región, el proceso mencionado se inicia con la aparición de inmuebles que fusionan antiguos edificios prehispánicos con nuevas estructuras europeas.

Que la evangelización no haya comenzado en esos grandes espacios delimitados con muros de mampostería, en primer lugar, sugiere el conocimiento y el dominio de las culturas prehispánicas que los frailes habían alcanzado menos de veinticinco años después de haber entrado en contacto con ellas y, en segundo lugar, refrenda la importancia que tenía el centro de la Nueva España como generador de procesos de diversa naturaleza. La construcción del convento de Maní, que por sus características pertenece a la tercera etapa del proceso arquitectónico, apenas cinco años más tarde de que los franciscanos hubieran llegado a la península de Yucatán, indica la madurez y la solidez de la empresa de evangelización emanada del centro del virreinato. Esta suponía el conocimiento de los elementos rectores de la vida de las culturas prehispánicas. No se podía invertir la cantidad de recursos económicos y humanos que los franciscanos emplearon en levantar un convento con las características del de San Miguel Arcángel, construido en el área mexica, sin tener la seguridad de que el inmueble cumpliría sus objetivos en relación con los mayas: resignificación del lugar de asentamiento, transmisión efectiva de la nueva religión y organización de la vida comunal.

El estudio de los conventos que pertenecen a la fase final del proceso nos permite identificar los rasgos arquitectónicos que, como las espadañas, se desarrollaron de manera particular en esta región y la caracterizaron. Además, el análisis de la secuencia del levantamiento de las construcciones de los mendicantes proporciona una idea sobre el conocimiento que estos tenían de la región y de sus prioridades. Al observar el mapa final, es innegable que los frailes sabían que sus primeros esfuerzos debían estar encaminados a cubrir el norte y el oeste de la península de Yucatán, pues ese era el territorio disponible. Una vez concluida esta fase de expansión, lo siguiente fue maximizar las dinámicas económicas y sociales generadas alrededor de cada uno de los conventos. El estudio de los aspectos que determinaron esas dinámicas está pendiente.

Por otro lado, las particularidades arquitectónicas de cada uno de los inmuebles presentados proporcionan información sobre la situación de los mendicantes en la península y sobre los cambios, ante todo económicos, que esa situación fue experimentando con el paso del tiempo. Por ejemplo, los atributos arquitectónicos del convento de Valladolid, así como su ubicación, sugieren unas circunstancias llenas de contrastes. San Bernardino de Siena expone una dualidad: por un lado, su arquitectura refleja los intentos de los frailes por penetrar en la vida de una villa española; por el otro, su localización fuera del cuadro principal de la ciudad refleja el papel secundario que jugaron los frailes en la vida de la villa.

Otro ejemplo de la afirmación anterior es la ornamentación de los inmuebles analizados, que estuvo fuertemente condicionada por la situación económica y por los recursos naturales disponibles. La carencia de minerales, la incapacidad de dominar la selva (que anuló la posibilidad de contar con madera de forma ilimitada) y la lejanía del lugar con respecto al centro del virreinato retrasaron la producción de esculturas y retablos, lo que determinó que el peso de la ornamentación recayera en una de las actividades mejor dominadas por los mayas: la pintura mural.

El estudio de cualquiera de las etapas que forman parte de esta técnica, desde la colocación de los morteros hasta la aplicación de los colores, pasando por el trazado de las escenas usando sinopias rojas, ofrece indicios del hábil manejo de ella que se logró en esta región. Esta destreza garantizaba la existencia de experimentación, tanto con los materiales como con los procedimientos, y por lo tanto aseguraba su cambio y evolución constante. Garantizaba también la existencia de dinámicas de aprendizaje, entrenamiento y enseñanza, es decir, de escuelas que manejaban determinados gustos, tendencias y características. Esta idea es reforzada por los atributos que, de manera persistente, aparecen en algunos conjuntos de murales y que, en el caso de las decoraciones absidales analizadas en este trabajo, son fundamentalmente la paleta de color rojo, azul y gris empleada en las iglesias de Maní y Dzidzantún, la forma alternada de aplicación del color y el uso de una sinopia roja para bosquejar las imágenes.

La comprensión de las técnicas, las condiciones y las ideas que animaron las primeras construcciones arquitectónicas y los programas pictóricos relacionados con ellas es importante no solo para reconstruir el proceso de evangelización o el de la arquitectura sino también el de la pintura mural en la península de Yucatán.


Notas
1 Nos parece evidente que en un principio la predicación haya tenido que hacerse en lugares improvisados y ante pequeños grupos de oyentes; desde luego, al aire libre. Los espacios ceremoniales abandonados, los grandes patios de edificios públicos y los recintos de los templos en ruinas quizá pudieron servir. Estas situaciones probablemente se dieron entre 1521 y 1524. Al llegar el grupo de los doce, debieron formalizarse las experiencias para elegir el tipo de espacio necesario y la ubicación conveniente. El momento en que se establecieron los criterios para definir estos dos aspectos (espacio útil y ubicación) podemos tomarlo como el primer escalón de un camino ascendente que culminaría en los conventos tal como hoy los conocemos.
2 "A finales del siglo VIII y principios del IX, las autoridades religiosas y civiles europeas propiciaron un movimiento de unificación que logró expresiones arquitectónicas ya probadas que, apoyadas por las autoridades, desplazaron otras existentes, consideradas entonces menos eficientes, menos controlables o simplemente distintas. Un importante documento gráfico testifica los criterios unificatorios desarrollados en esa época. Es el documento conocido como Plano de Sankt Gallen, que en forma sintética y esquemática muestra el programa arquitectónico discutido y aprobado en dos sínodos celebrados en agosto de 816 y en julio de 817 en el palacio imperial de Aquisgrán. El hecho importante que debemos aquí registrar es que este partido arquitectónico, documentado ya a principios del siglo IX, vino a tener en América su última expresión, cuando ya en Europa había caducado. Los ejemplos novohispanos, sin embargo, extraordinariamente ricos en calidad y cantidad, construidos en algo más de medio siglo, conservaron fielmente el partido arquitectónico carolingio, aunque lo complementaron con elementos espaciales mesoamericanos que les dan genuina individualidad" (Chanfón 289-291).
3 Yucatán fue conocido por los españoles por lo menos en 1511, fue redescubierto en 1517 y escasamente visitado en la década siguiente, mientras Cortés y sus hombres se dedicaban a la conquista del centro de México. Uno de los capitanes de Cortés, Francisco de Montejo, fue comisionado como adelantado y llevó a cabo dos intentos no muy exitosos de conquistar Yucatán en los periodos 1527-1528 y 1530-1534. Apenas en 1540-1547 se aseguró el dominio español en las áreas más pobladas (Gerhard 44).
4 Desde la segunda mitad del siglo XVI, la región de las montañas de Yucatán se constituyó en refugio de los mayas fugitivos del noroeste. Huían individualmente o en pequeños grupos, y durante las epidemias, sequías, plagas de langosta y hambres que azotaban la parte colonizada, numerosos contingentes emigraban hacia allá en busca de alimentos silvestres, vegetales y animales (Quezada 37).
5 González Cícero ha considerado que algunas funciones (de los barrios) siempre estuvieron ligadas a la parroquia: evangelización y adoctrinamiento, educación, salud, organización social y algunas veces de gobierno (52).
6 Ku es la palabra con la que los mayas se referían a sus construcciones arquitectónicas.
7 Como todos los grupos mayances, los cehaches eran devotos de la ceiba, árbol sagrado llamado en maya yaxche; su nombre completo es yaxcheilkab. Acostumbraban plantarla en el centro del pueblo. Los itzaes la concebían como el primer árbol del mundo. Su forma estilizada se asemeja a la de una cruz. Era venerada como representación de la lluvia (Chávez 52).
8 Probablemente, en ese mismo año se fundó la custodia de San José de Yucatán, subordinada a la provincia del Santo Evangelio de México (Chávez 50).
9 Mul es otra denominación de las estructuras arquitectónicas mayas.
10 "Hemos analizado las necesidades espaciales que se plantearon al inicio de la gran campaña de evangelización. Por otro lado, conocemos los conventos construidos por las tres órdenes mendicantes, que han llegado hasta nosotros y que han sido objeto de múltiples estudios. Surge ahora el cuestionamiento sobre si, entre ambos extremos, hubo pasos o etapas intermedias que integren un proceso evolutivo de los espacios arquitectónicos de la evangelización. Por ahora nuestra opinión es que sí hubo pasos intermedios, de los que las mismas páginas de fray Diego de Valadés dan pista" (Chanfón 312).
11 La espadaña es un muro que sobresale de la fachada que sirve de campanario. Suele poseer uno o más vanos, en los cuales se ubican las campanas.
12 Para 1562, el conjunto arquitectónico de Maní era ya un todo armónico y coherente. Así permanecería hasta principios del siglo XVIII, cuando su aspecto se alteró radicalmente debido a una serie de cambios; entre otros, la construcción de la actual fachada de la iglesia, el enmuramiento de la capilla de indios, la demolición de los antiguos portales y, posiblemente, el replanteo de parte del perímetro del atrio (Bretos 49).
13 "A unos sesenta kilómetros al noreste de Maní se yergue: San Antonio de Padua Izamal. La erección del convento tomó lugar en el capítulo provincial del 29 de septiembre y a petición de los caciques del lugar. Antiguamente Izamal había sido un importante santuario de Itzamná 'Casa-del-Mago-del-Agua', el poderoso numen maya, patrono de las ciencias y los conocimientos, inventor de la escritura" (Bretos 67).
14 En la Nueva España, la mayor parte de las iglesias tenían una orientación oriente (presbiterio) poniente (fachada principal); en Yucatán, los conventos se construían adosados al muro norte para aprovechar la sombra proporcionada por el templo (Chanfón 320).
15 El uso del punzón y las plantillas, en lugar de la sinopia roja, para trazar elementos geométricos como los círculos sugiere, entre otras cosas, esta afirmación.


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