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Fronteras de la Historia

Print version ISSN 2027-4688

Front. hist. vol.19 no.2 Bogotá July/Dec. 2014

 

Territorios en papel: las guías de forasteros en Hispanoamérica (1760-1897)

Territories on Paper: The Stranger's Guides in Latin America (1760-1897)

LINA CUELLAR WILLS
Universidad de los Andes, Bogotá
l.cuellar86@uniandes.edu.co

Recibido: 29 de enero de 2014
Aceptado: 18 de julio de 2014


RESUMEN

Pasada la segunda mitad del siglo XVIII, empezó a producirse en la América hispana una serie de impresos bajo el título Guía de forasteros. Eran pequeños directorios, generalmente acompañados de almanaques o calendarios, que registraban la estructura del funcionariado en los reinos de ultramar. Sus contenidos a lo largo de los años muestran algunas de sus utilidades: difundir un conocimiento oficial e institucionalizado, así como visiones operativas de las ciudades hispanoamericanas. El objetivo de este artículo es mostrar, en el marco de la historia cultural, cómo las guías de forasteros fueron recursos de diseminación de conocimiento en la América hispana durante un siglo XIX largo, y que sirvieron, así mismo, como medio para establecer un orden social, político y burocrático de las ciudades ligado a la administración colonial española.

Palabras clave: Almanaques, guías de forasteros, historia cultural, historia del libro, reformas borbónicas.


ABSTRACT

After the second half of the 18th century, a series of prints called Stranger's Guides were printed for the first time in Spanish America. These were small directories that registered the Spanish administration's structure in America, and which generally came together with almanacs or calendars. Over the years, the Guides contents showed some of its features: spreading official and institutional knowledge, as well as displaying operative views of Latin American cities. This paper aims to show, in the frame of cultural history, how the Stranger's Guides were resources for the Spanish Monarchy to spread knowledge in Spanish America during a long 19th, working as a means to establish a social, political, and bureaucratic order of the cities as part of the administration.

Keywords: Almanacs, bourbon reforms, cultural history, history of the book, stranger's guides.


Las guías de forasteros fueron un tipo especial de impreso producido en Europa y en América durante un siglo XIX largo (1760-1897)1. Estas, a diferencia de los diarios de viajes, no comprendían relatos de experiencias vividas por extranjeros: eran textos esquemáticos y escritos a priori para comunicar, entre otras cosas, una forma de ordenamiento y funcionamiento de una ciudad o un país a un público amplio, foráneo o local. Teniendo en cuenta que las imprentas empezaron a ocupar mayor espacio en los talleres de los diferentes países de América Latina a lo largo del siglo XIX (Calvo 138; Febvre y Martin 242), la producción significativa de guías que se dio en el continente plantea, siguiendo a Gaston Bachelard y a Pierre Bourdieu, un "caso particular de lo posible" que permite estudiarlas en el marco de la historia de la cultura impresa2. Una de las principales razones de esto es el hecho de que las guías de forasteros han sido consultadas generalmente en cuanto fuentes de referencia para estudiar diferentes temas, como la historia, el comercio o la demografía latinoamericana, pero pocas veces han sido objeto de análisis en sí mismas. De hecho, las guías son más que fuentes de referencia para estudiar otros temas de la cultura latinoamericana; su producción sistemática a lo largo de un siglo en muchos de los países hispanoamericanos (entre los que se cuentan México, Perú, Colombia, Cuba y Argentina) muestra que fueron un producto permanente y rentable en el mercado de los impresos durante el siglo XIX.

Las guías de forasteros, como campo de producción cultural, siguiendo a Pierre Bourdieu, "ocupan una posición dominada, temporalmente, en el seno del campo del poder" (321), pues revelan su dependencia frente al funcionamiento de las imprentas y los intereses políticos, económicos y sociales de gobiernos e instituciones. Afirma Bourdieu que "por muy liberados que puedan estar [los campos de producción cultural] de las imposiciones y de las exigencias externas, están sometidos a la necesidad de los campos englobantes, la del beneficio, económico o político" (321). El tratamiento de las guías de forasteros como fuente de análisis histórico, entonces, no puede desvincularse de las relaciones objetivas que componen su existencia como campo de producción cultural. No en vano la imprenta fue un instrumento importante en la construcción de sociabilidades, de redes de conocimiento y de mecanismos de comunicación sujetos a intereses particulares3.

Las guías eran objetos para ser leídos y usados, pero a su vez para ser transmisores de conocimiento y de las visiones de entidades e individuos que hacían parte de las élites letradas, sobre cómo se componían y organizaban las sociedades y las ciudades hispanoamericanas. Por lo tanto, son fundamentales aquellos agentes que participan en su creación: las imprentas en los diferentes territorios de ultramar, los autores, los objetivos implícitos en sus contenidos, los lectores y su relación con otros impresos contemporáneos a ellas. De esta manera, se propone que las guías de forasteros sirvieron como canal de difusión de un conocimiento proveniente de élites letradas, cuya filiación o vinculación a ciertas instituciones o posiciones sociales determinaron en gran medida la forma como se representaban las ciudades y su organización (simbólica o física) en este tipo de impresos.

El objetivo de este ensayo es proponer una perspectiva de análisis, en el marco de la historia cultural, de las guías de forasteros impresas en América Latina entre 1760 y 1897. Para tal efecto se tendrá en cuenta especialmente que fueron impresos que estuvieron constreñidos a campos de dominación cultural como los intereses del reformismo borbónico en América, en su primera etapa, y posteriormente de las élites letradas, con el fin de crear visiones operativas (principalmente comerciales) de las ciudades del continente hispanoamericano a la luz de su progresiva modernización. Las guías de forasteros se han organizado en una periodización basada en los planteamientos de Ángel Rama, José Luis Romero y Annick Lempérière sobre la concentración del conocimiento y de la producción cultural en la ciudades en los siglos XVIII y XIX, así como en el reconocimiento de cambios sustanciales que tuvieron estos impresos durante el tiempo en que circularon en Hispanoamérica. La etapa inicial, denominada "burocrático-colonial", va de 1760 a 1830 y consiste en el periodo de mayor uniformidad de las guías, generalmente basadas en un "modelo borbónico" (enfocado en las instituciones y el funcionariado) iniciado por el impresor novohispano Felipe de Zúñiga y Ontiveros. La segunda etapa, la "comercialrepublicana", va de 1831 a 1897 aproximadamente, época en la que estos impresos cambian progresivamente su enfoque temático de la burocracia al comercio como eje de interés. La definición de estos lapsos de tiempo no es excluyente, por lo cual el comercio también aparece en las guías anteriores a 1831 y la burocracia después de 1830. Sin embargo, se presentan tendencias que muestran que, junto con los cambios culturales y políticos, las guías se adaptan a los procesos de modernización de las ciudades y a los intereses de los impresores/ editores, los lectores y de las sociedades en las que fueron usadas.

Naturaleza de las guías de forasteros

Las guías de forasteros eran impresos que generalmente traían como primera sección un almanaque o calendario con las fases lunares, el comportamiento del clima, las festividades, una cronología del mundo (por ejemplo, a qué año estaban de la creación o del diluvio universal), otra cronología con las fechas de los nacimientos de los reyes de España (en el caso de las guías producidas durante el periodo de la Colonia) y las témporas, entre otros4. Posteriormente se daba inicio a la sección titulada "Guía de forasteros", en la cual se enumeraban, ordenados por dependencias, los nombres de los funcionarios vinculados a cada organismo institucional. Esta parte comporta el grueso de la guía, dada la ya conocida burocracia que imperó en el sistema administrativo colonial (Rama 57). Las guías de forasteros editadas en Cuba presentan más paratextos desde sus inicios que las de otros países: un mapa de la isla, itinerarios de caminos, horarios de salida y entrada de las embarcaciones o número de esclavos ingresados a la isla anualmente. Estas particularidades dicen mucho sobre el uso que se les dio a estos impresos y las necesidades comerciales manifiestas en ellos: la información está relacionada con el tiempo y el mercado, dos aspectos fundamentales de la modernización5.

Las diferencias entre las guías por región muestran también la capacidad que tenían los impresores de introducir novedades gráficas, como mapas o recuadros de gran tamaño, en sus impresos. El caso de la imprenta de los Zúñiga y Ontiveros es una muestra de ello, en cuanto sus trabajos en la agrimensura y la ingeniería hidráulica y de minas los obligaban a manejar tecnologías de las que otros impresores de guías de forasteros podían prescindir. En las guías de 1794 y 1795, Mariano de Zúñiga incluye dos mapas en los que hace la misma referencia: el primero es un plano general de la ciudad de México; el segundo, un "Mapa de las cercanías de México que comprehende el real desagüe de todas sus lagunas que se forman de las vertientes de las sierras que le rodean con los pueblos inmediatos", ambos de 1791. El tórculo se utilizaba para la impresión de mapas por calcografía o grabado en cobre y en hueco (Gómez 3), por lo cual se puede explicar por qué los Zúñiga, además de ser los primeros impresores de guías de forasteros en Hispanoamérica, fueron también los primeros en agregarles material cartográfico6.

Más avanzado el siglo XIX, en especial pasada la tercera década, las guías de forasteros empezaron a incluir introducciones, presentaciones, resúmenes o juicios históricos sobre las nuevas repúblicas e ilustraciones de lugares y de próceres de la Independencia. Aunque la mayoría de las guías no abandonaron el almanaque y la enumeración de instituciones oficiales, este cambio en la estructura y en algunos de los contenidos muestra una ruptura con el interés de "vigilar" e informar sobre el apropiado funcionamiento de las instituciones y los mercados establecidos jerárquicamente por una autoridad. La inclusión de pauta publicitaria en ciertos casos, por ejemplo, indica que los lectores y usuarios de las guías de forasteros siguieron guardando cierto vínculo con el comercio, pero no necesariamente a gran escala. Podía tratarse de un potencial comprador de lujos, suvenires o pequeños artículos de una naciente burguesía consumidora.

Del mismo modo, la publicidad en las guías de forasteros les permitió a los impresores establecer un sello diferenciador frente a la competencia; tal es el caso del Calendario y guia de forasteros de Trujillo para el ano de 1834 o de la Guia de forasteros de la ciudad de Mexico para 1854, del reconocido librero Galván Rivera. En ellas los editores, además de incluir publicidad de otros establecimientos comerciales, hacían uso de espacios al final de una sección o de la guía completa para promocionar sus productos. En la de 1854, Galván agrega un "Aviso", en el que enumera los "Libros que se hallan de venta en la librería núm. 7 del portal de Mercaderes" (351), información útil para analizar qué clase de material producía este editor, a qué tipo de público se dirigía y hasta a qué precios vendía los impresos.

Las guías de forasteros tuvieron diferentes facetas, principalmente en España, mientras que en Hispanoamérica conservaron generalmente una unidad temática, estructural y material. Las guías modernas aparecieron en un momento en que se estaba dando una "revolución en la lectura", a mediados del siglo XVIII, cuando se produjo el tránsito, según Roger Chartier, de una práctica de lectura "intensiva" a una "extensiva": los lectores pasaron de tener acceso a pocos textos, que eran leídos en repetidas ocasiones, a contar con un amplio corpus de material impreso que les permitió diversificar y elegir el tipo de lectura que deseaban (17)7. Una de las primeras señales de este proceso es la periodicidad con que se imprimieron las guías de forasteros, que en algunos casos, como en Perú y Cuba, llegó a ser anual, mientras que en otros países fue de dos o tres años. Estas tuvieron también un importante papel dentro de la cultura del impreso de la Ilustración: ofrecían contenidos que combinaban distintos tipos de discursos y crearon una categoría de lector que, aunque se enmarcaba dentro del término forastero, fue más amplio de lo que su nombre indica.

La guía de forasteros europea más antigua, entre las que se han documentado hasta ahora, es la Guia y avisos de forasteros, adonde se les ensena a huir de los peligros que hay en la vida [...], de Antonio Liñán y Verdugo, publicada en Madrid en 16208. Esta pretendía prevenir a los visitantes de Madrid, principalmente litigantes y pretendientes, de los peligros que pudieran hallar en la ciudad tras la abrupta llegada de foráneos que tuvo lugar desde que se nombró a Madrid como capital del reino de España en 1561 (González, "Rémoras" 58-59). La Guia y avisos, según lo explica David González, es una obra que, aunque ha sido generalmente interpretada como literaria, es también un discurso ideológico en el que "detrás del elogio pomposo al rey, aparece un claro mensaje sobre la necesidad que tiene la república de mejorar ciertos aspectos de su política social", como "la protección de la religiosidad, [el] ensalzamiento monárquico y [el] peligro de la ociosidad" ("Rémoras" 67). Si bien no es del todo pertinente considerar la Guia y avisos de Liñán y Verdugo como "antecedente" de las guías de forasteros americanas del siglo XVIII, es una oportunidad para encontrar en la preocupación del autor español un indicio que permita darle sentido a una parte de la naturaleza de las guías de forasteros modernas. Los tres objetivos de la guía de 1620 que señala González no son ajenos a aquellas producidas en América. No en vano, en las primeras versiones de las guías de forasteros del siglo XVIII se detecta, por medio de la estructura enumerativa de las principales instituciones y la inclusión de cronologías sobre los monarcas españoles, una intención de establecer el orden colonial en torno a los principales organismos de poder de la Corona española en América.

A mediados del siglo XVIII, las guías de forasteros tomaron un aspecto estructural y discursivo en función del carácter informativo sobre un espacio geográfico determinado. La prosa en las primeras guías americanas es escasa e impera un lenguaje poco explicativo u orientado a guiar narrativamente al lector. El forastero, según los contenidos de las guías publicadas bajo ese título entre 1760 y 1830 en lugares como Nueva España, Perú, Nueva Granada y Cuba, era considerado como un individuo que llegaba al territorio con propósitos relacionados con asuntos comerciales o institucionales: no era un viajero ni un turista. Por lo tanto, forastero fue un término determinante en la composición de estas guías, que funcionaban como material oficial9.

Como se mencionó al inicio, las guías de forasteros presentan diferencias significativas con otro tipo de guías, como las de viajeros, las ilustradas, las de pecadores y los almanaques. La principal disparidad con todas ellas es la intención discursiva de las de forasteros, que muestran los espacios geográficos como lugares habitados, organizados, operativos y funcionales en su dimensión comercial y burocrática. Los almanaques o calendarios, que se editaron en Europa desde el siglo XIV y fueron así mismo un material editorial recurrente en las imprentas de los reinos de ultramar, se enfocaron principalmente en la noción del tiempo cristiano: fiestas de santos, témporas, ayunos, entre otros. También se incluían temas de interés general, como el estado del clima, predicciones sobre las enfermedades por estaciones, recetas para curaciones, entre otros.

Las reformas borbónicas impulsadas por Carlos III implicaron, en el siglo XVIII, la migración de aproximadamente 53.000 funcionarios españoles a América (N. Sánchez 35). Esta cifra, aunque poco significativa si se tiene en cuenta que en la misma época se trajeron al continente alrededor de 300.000 esclavos, es útil para hallar una conexión entre el surgimiento de las guías de forasteros y la migración española, especialmente del funcionariado burocrático y de los comerciantes. Los destinatarios de las guías, esos "forasteros", aun cuando no eran nuevos en las colonias españolas en América, sí empezaron a aumentar a finales del siglo XVIII con la autorización del comercio interno entre Perú, Nueva Granada, México y Guatemala en 1774, del comercio libre entre quince puertos españoles y veinticuatro americanos en 1775 y de la creación del Virreinato del Río de La Plata en 1776. Estos cambios necesitaron de un aumento en el número de empleados que vigilaban y verificaban el funcionamiento de las nuevas medidas comerciales, por lo cual las reformas borbónicas pusieron bastante atención a la burocracia asalariada (Alcàzar 48). De esta manera, para incrementar el potencial público de las guías de forasteros, "llegarán a América nutridos grupos de administradores peninsulares con el fin de poner en funcionamiento las reformas -especialmente [...] desde el nombramiento de José de Gálvez como visitador general- y se incrementará la inmigración peninsular" (Alcàzar 50).

Entre los factores que impulsaron las reformas mencionadas también estaba la alta incidencia del comercio clandestino, en el que los británicos tuvieron una participación significativa desde finales del siglo XVIII y durante el inicio de las revoluciones independentistas. De hecho, "después de 1808 la presencia comercial británica en las colonias españolas se debió [...] a las autorizaciones comerciales de ámbito local y de duración temporal que se le otorgaron, o bien a las transacciones clandestinas ilegales" (Wadell 211). El análisis de la intención discursiva y estructural de las guías de forasteros muestra que los contenidos abarcan más que datos organizados cronológicamente: eran además una manera de concentrar el interés en la legalidad y legitimidad de las instituciones establecidas en virreinatos y capitanías generales, de modo que los forasteros pudieran tener conocimiento de las operaciones de cada uno de los organismos que gobernaban las colonias y supieran eventualmente enfrentar el mercado negro que se había establecido con comerciantes de diferentes procedencias.

El papel de la imprenta durante estos años de cambio fue también fundamental. Participó del control político que las autoridades ejercían sobre los habitantes de los reinos de ultramar (en el que se cuentan los privilegios y licencias de impresión, la censura y la regulación de la venta y distribución de impresos), pero se constituyó así mismo como un canal de distribución del conocimiento que escapaba muchas veces a este dominio. Varios ejemplos de ello se manifiestan en la creación de otras formas de sociabilidad, como las tertulias, los cafés o los espacios privados, así como en la formación de la opinión en la esfera pública en cuanto una herramienta de enfrentamiento y oposición política, social e ideológica (Guerra y Lempérière; Piccato). Llama la atención que, como se verá más adelante, estén registradas en los catálogos de diversas bibliotecas más guías de forasteros de la primera etapa que de la segunda (alrededor de 96 entre 1760 y 1830, frente a 49 entre 1831 y 1897). Curiosamente, esta información se contrapone al desarrollo que tuvo la imprenta durante el siglo XIX, ante todo a partir de las guerras de independencia en el continente americano. El hecho de que se produjeran más guías de forasteros cuando existían mayores restricciones, controles y dificultades para elaborar impresos en América indica que las guías contaban con el beneplácito del gobierno español; no solo las auspiciaba, ordenando su producción u otorgando privilegios de impresión por largos periodos de tiempo (como en el caso de Felipe y Mariano de Zúñiga y Ontiveros), sino que a su vez se servía de ellas para cumplir fines relacionados con el control gubernamental en los territorios reseñados en las guías.

Por otra parte, podría suponerse que las guías de forasteros tuvieron un papel importante en la constitución de las guías turísticas modernas, especialmente a mediados del siglo XIX, cuando empezaron a incluir resúmenes históricos, recomendaciones de lugares para visitar o reseñas sobre costumbres del lugar. El paso, aunque no definitivo, de la estructura de "quién es quién" a una de manual instructivo para extranjeros y locales, es la primera señal que podría respaldar esta posibilidad. Sin embargo, siguió habiendo una continuidad en las guías de forasteros que no permite establecer con contundencia este cambio de intención: persistió en muchas de ellas un interés comercial, a través de la enumeración sistemática y detallada de establecimientos de negocios, horarios de transportes y correos, del almanaque y, más adelante, de la introducción de avisos y publicidad. Era un material aún necesario para comerciantes más que para turistas. Dicha dualidad es uno de los motivos principales para contrastar los discursos y las estructuras de los contenidos así como su dimensión material y los posibles usos que se les dieron a las guías durante el siglo XIX. El formato del impreso, sus materiales de edición y los recursos visuales son fuentes significativas de información para entender que las guías, además de ser portadoras de visiones sobre las jerarquías, la organización social y económica o la historia de un país o una ciudad, fueron también objetos usados por determinados grupos sociales. En principio, este sector corresponde a personas que sabían leer y que habitaban áreas urbanas o de alto movimiento comercial, con cierto poder adquisitivo para comprar un impreso de este tipo y con la posibilidad de encontrar un lugar donde conseguirlo y tiempo para consultarlo10.

Se han documentado para esta investigación alrededor de 145 guías de forasteros editadas en castellano, bajo el dominio de la Corona española y hasta finales del siglo XIX, en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Guatemala, México, Perú y Venezuela. En países como Paraguay, Ecuador y Uruguay este tipo de impresos está ausente de los catálogos de los archivos y bibliotecas públicas11. Con la reorganización administrativa ocasionada por las reformas se produjo un reagrupamiento geográfico importante en el Cono Sur: la creación, en 1776, del virreinato del Río de La Plata, que comprendía los actuales territorios de Argentina, el Alto Perú, Paraguay y la Banda Oriental (esta última región abarcaba lo que hoy son Uruguay y el estado brasilero de Río Grande del Sur) (Garavaglia y Marchena 50). Esto podría explicar la concentración de imprentas, principalmente, en los virreinatos de Nueva España y del Perú, que antes de 1776 tenía jurisdicción sobre los territorios del Río de La Plata, y las pocas que había en la nueva administración: aparte de la "Imprenta guaraní" de 1700, en Paraguay, existió otra en Córdoba de Tucumán que fue instalada en 1767 por los jesuitas y, menos de dos años después, trasladada por partes, a lomo de buey, hasta Buenos Aires y reinaugurada en 1780 (Mitre; Viñuales 113).

Si bien, por fines prácticos, el corpus de guías se organiza según la ciudad de impresión y la división política actual, hay que tener en cuenta que no todos los territorios americanos se comportaron administrativa y culturalmente de la misma manera durante los siglos XVIII y XIX. Aunque capitales como Bogotá, Buenos Aires, Lima y México constituyeron desde sus inicios importantes centros administrativos para los reinos de ultramar, la organización política de Latinoamérica sufrió cambios relevantes durante la implementación de las reformas borbónicas y durante los procesos de formación de los Estados independientes en el siglo XIX. Un ejemplo es el caso de Bolivia, donde no hay documentadas guías de forasteros antes de su independencia en 1825, pero sí hay dos guías publicadas para el Río de La Plata, en 1789 y en 1803, lo que involucraría a la región del Alto Perú. Si se analiza la tabla de guías de forasteros hispanoamericanas producidas entre 1760 y 1897, hay que considerar que algunas de ellas se enfocaron en las capitales de los virreinatos y sus provincias, mientras que otras organizaron la información necesaria para referirse a ciudades y repúblicas independientes.

Como se enumeró antes, la génesis de las imprentas en Hispanoamérica muestra que fueron los virreinatos de Nueva España y del Perú los primeros en poseerlas; por lo tanto, no es una gran sorpresa encontrar que estos países están entre aquellos con mayor cantidad de guías de forasteros producidas desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XX. En la tabla 1 se muestra el número de guías por países.

El número de guías de forasteros para México y Perú es consecuente con la entrada de la imprenta a estos territorios, así como con la función que cumplieron estos impresos durante los periodos de la Colonia y la República. Dado el impacto de la reorganización comercial y política producida por las reformas borbónicas, y dada la independencia de los nacientes Estados durante la primera etapa del estudio de las guías, su número sugiere también su utilidad: ubicar geográficamente, conocer el orden administrativo y establecer la existencia de instituciones. En el siguiente apartado se tratará el papel de los autores de las guías y su relación con el campo de dominación cultural, teniendo en cuenta la época a la que pertenecieron. Esto permitirá estudiar con mayor detenimiento si dichos impresos hicieron parte de un "programa" de organización social y de difusión del conocimiento.

Las ciudades: un motivo

Según Antonio Annino, "la idea de que la ciudad representaba la civilización no fue una invención decimonónica; pertenecía a la tradición del iusnaturalismo católico desde el siglo XVI, y había gozado de un notable éxito en la América hispánica colonial. En el siglo XIX solo fue reinterpretada de acuerdo con el moderno constitucionalismo" (153). Los vínculos entre la ciudad, la civilización y las guías de forasteros se produjeron en la medida en que, a partir de las últimas décadas del siglo XVIII, se dieron dos importantes consecuencias del reformismo borbónico: la liberación del comercio entre los virreinatos hispanoamericanos y la inmigración de comerciantes de diferentes países de Europa y de "nutridos grupos de administradores peninsulares" a los reinos de ultramar, como se mencionó (Alcàzar 49-50). Hubo en las guías un significativo énfasis en las ciudades hispanoamericanas como focos de interacción comercial, política, cultural y social. Las guías de forasteros, entonces, entraron a cumplir un papel como instauradoras de un orden institucionalizado. Estos impresos desempeñaron una función importante en la representación de lo que Ángel Rama denomina la ciudad letrada: los religiosos y administrativos fueron el objeto de interés de las primeras guías de forasteros, mientras se mantuvieron dentro de un orden de poder; es decir, mientras sirvieron de soporte de las instituciones oficiales, la burocracia y el funcionariado y mientras formaron parte de la estructura del orden colonial a finales del siglo XVIII. Aunque no son aspectos tan relevantes en las guías, también hubo otras entidades que, según Rama, fueron parte necesaria del proceso de institucionalización de ciertos grupos sociales en estas ciudades letradas: universidades, seminarios, colegios y audiencias (57-62).

A pesar de la dificultad de definir el concepto de ciudad, se suele tener en cuenta el tamaño de la población que habita un espacio y "la complejidad de funciones ejercidas por el agrupamiento humano en los niveles económico, financiero, de prestación de servicios, político-estratégico e ideológico, tanto en el plano interno como en el regional o internacional" (Lahmeyer 219). A partir de esta definición, las ciudades son contempladas a la luz de su operatividad y funcionamiento con respecto a los mercados, lo que implicaría supeditar, por ejemplo, la cultura (el papel de los hombres de letras, de la imprenta, de las instituciones educativas, el mestizaje, etc.) a las actividades comerciales y burocráticas de estos espacios. Si bien existen otros aspectos de relevancia para definir la ciudad y, aún más, las ciudades hispanoamericanas con todas sus particularidades, las guías de forasteros (especialmente aquellas anteriores a las repúblicas latinoamericanas) se crearon con una idea operativa de las ciudades. Esta visión se enmarcaba especialmente en el contexto de las instituciones que representaban a la monarquía, pues desde los primeros años de la colonización "la concentración de la población constituía un requisito estructural para la dominación centralizada del territorio, tanto por asuntos prácticos de seguridad y supervivencia del territorio, como por el hecho de que la Corona vio en las ciudades la forma más clara y directa de preservar el control sobre los nuevos reinos" (Patiño 310).

Muchos de los títulos de las guías de forasteros publicadas durante los siglos XVIII y XIX contienen nombres de ciudades o capitales de virreinatos. Está la Guia de forasteros en la ciudad y virreinato de Buenos-Ayres (1791), el Kalendario manual y guia de forasteros en Santafe de Bogota, capital del Nuevo Reino de Granada, para el ano 1806 o la Guia de forasteros politico comercial de la ciudad de Mexico para el ano de 1842. Aunque no es recurrente encontrar en los títulos de estos impresos el término ciudad, sí hay alusiones directas a la ciudad. Los anteriores ejemplos muestran que las guías tenían una orientación general similar, aun cuando en muchos casos se planteara en la portada que se trataba del Estado, el virreinato o la capitanía. A pesar de que su estructura cambió notoriamente entre la época de la Colonia y la República, algunas de las secciones de las guías de diferentes años muestran cuáles eran las instituciones que ordenaban el funcionamiento del sistema legislativo, mercantil, judicial y eclesiástico, entre otros. Un ejemplo de lo anterior se encuentra en el Almanaque peruano y guia de forasteros para el ano de 1805, cuya sección de guía de forasteros inicia con Lima, la capital, aunque su portada anuncia que se remitirá a todo el Perú. Posteriormente se mencionan las instituciones oficiales de otras provincias y gobiernos, como Puno y Maynas, pero estas organizaciones políticas estaban supeditadas al gobierno central del virreinato. Si se compara este impreso con el Calendario y guia de forasteros de la republica peruana para el ano de 1847, de Eduardo Carrasco, aparecen cambios importantes en la estructura de la guía, la disposición de sus contenidos y la intención del discurso. Sin embargo, hay algo que permanece: el interés por presentar la ciudad como centro de modernización y organización. En el caso de la guía de Carrasco, se incluyen secciones como la siguiente:

VACUNA.

Se ha administrado en la capital por los médicos conservadores del fluido vacuno el año anterior a 1.817 niños en los lugares públicos determinados, que son el Colegio del Espíritu Santo, Escuela de San Lázaro, Hospital de Santa Ana, Casa de Huérfanos y a más en casas particulares.

Nota- La vacuna se conserva buena, y todas las clases de la población concurren a recibir este beneficio como preservativo de la asoladora viruela. (49)

Aunque Carrasco habla del saneamiento y la prevención del contagio de enfermedades en Lima a mediados del siglo XIX, esto fue consecuencia del reformismo borbónico en los reinos de ultramar; específicamente, durante el virreinato de Francisco Gil de Taboada en Perú, en la última década del siglo XVIII:

Ampliamente ayudado por el celebrado médico peruano Hipólito Unanue, [Gil de Taboada] prohibió la libre entrada de ganado a la ciudad, cerró las alcantarillas abiertas y proveyó un número de carretas para desagotar los pozos negros privados. En este contexto, es significativo que ambos -[el virrey de Nueva España, conde de] Revillagigedo y Unanue- reconocieron la relación entre el saneamiento urbano y la enfermedad contagiosa, y sus efectos en la tasa de mortalidad. (Brading 200)

Por lo tanto, las guías de forasteros se convirtieron progresivamente en parte de un proyecto de modernización de las ciudades y los demás territorios de ultramar. Lo anterior debe ser visto en conjunto con la constante preocupación monárquica de combatir la influencia protestante en las sociedades hispanoamericanas, preocupación que, según Richard Morse, puede encontrarse a manera de analogía con las guerras de independencia (169). François-Xavier Guerra se refiere a la unidad político-religiosa promovida por la Corona española, que en últimas defendió una fuerte identidad arraigada a la "nación española" como escudo frente al protestantismo anglosajón ("Las mutaciones" 201). Este es uno de los motivos por los cuales la mayoría de las guías de forasteros, si no todas, incluyen almanaques con la información que ya se ha mencionado. Profesar lealtad a la Corona española significaba profesar la fe de la Iglesia católica; de esta manera, según lo plantea Guerra, se evitaba la dispersión de la fidelidad al imperio y, así mismo, se retenía la avanzada de ideas reformistas provenientes del protestantismo12.

Autores y prácticas de lectura

La cita que hace referencia a la introducción de vacunas en Lima añade otra dimensión al análisis, enfocada en el papel de los autores en la creación de las guías de forasteros. Ya se mencionó que estas fueron producidas, en su primera etapa, por funcionarios virreinales y, posteriormente, por "hombres de letras" asociados con los movimientos patriotas, las universidades y el periodismo o la política durante la época republicana (no sobra recordar que algunas de estas actividades no eran excluyentes entre sí). La guía peruana de Eduardo Carrasco no es la única que muestra un vínculo entre el conocimiento científico del autor y su interés en la ciudad. En diferentes ocasiones los autores de estos impresos fueron encargados de redactarlos, o asignados para hacerlo, durante un periodo de tiempo en el que tenían ocupaciones o profesiones asociadas con el trabajo científico o universitario (como la Cátedra de Prima en Matemáticas o las labores de los cosmógrafos mayores). Felipe de Zúñiga y Ontiveros publicó en 1770 un escrito titulado Bomba hidraulica para levantar los suelos, además de numerosos almanaques desde mediados del siglo XVIII, lo que indica que era un hombre que conocía las técnicas de medición de suelos y de manejo de información climática y lunar, entre otros temas (Suárez, "Felipe" 27-29).

Algo similar sucedió con el aragonés Cosme Bueno (1711-1798), cosmógrafo real del virreinato del Perú, quien en 1741 recibió instrucción del virrey José Antonio de Mendoza Caamaño y Sotomayor, tercer marqués de Villagarcía, para que redactara la Descripcion de las provincias entre 1767 y 1796, al igual que los almanaques y guías de forasteros del virreinato (McPheeters). Sus conocimientos, como en el caso de los Zúñiga, no se limitaban a las predicciones meteorológicas; también se recibió como médico e incursionó en las matemáticas, la historia y la geografía (Mcpheeters 487). En 1768, Bueno publicó un manual de matemáticas para su uso en la cátedra de la Real Universidad de San Marcos, bajo el argumento de que "la naturaleza nunca es más admirable, que cuando es menos incomprensible; pues cuanta más se conoce, más admira" (Certamen 18). Así, esta obra alimenta la idea de que algunos de los autores de las guías de forasteros no solo guardaban una significativa relación con la producción de conocimiento, sino un interés en difundirlo a gran escala haciendo uso del recurso de la imprenta13.

A simple vista, parece que el carácter esquemático y estático de la sección correspondiente a las guías de forasteros contrasta con una mayor posibilidad discursiva en los almanaques, cuya información dependía de lecturas previas y del conocimiento del autor. Sin embargo, no es solo la exposición de dicho conocimiento lo que hace a algunos de los autores de las primeras guías americanas representantes de la Ilustración hispanoamericana14. También influye su relación con la cultura escrita de los reinos de ultramar, que progresivamente iba transformando los hábitos de lectura y las formas de difusión del conocimiento en América. A pesar de la idea de algunos historiadores de la primera mitad del siglo XX de que los impresos en la América colonial circularon poco y tuvieron un escaso índice de producción, investigadores posteriores encabezados por el argentino José Miguel Torre Revello demostraron que "pese a la legislación hubo gran cantidad de libros y bibliotecas, que su temática fue muy variada, que se leía mucho y se procuraba obtener libros pese a las restricciones vigentes" (Maeder 8). Un ejemplo de ello aparece en las listas de impresos que produjeron a lo largo de su vida tanto Felipe como Mariano de Zúñiga y Ontiveros en México, Cosme Bueno y José Gregorio Paredes en Perú e Ignacio Beteta, quien aunque no era un científico de formación, fue un influyente impresor de la Capitanía General de Guatemala. De su autoría se registran, además de cuatro guías de forasteros (1794, 1805, 1806 y 1807), la segunda y la tercera etapas de la Gazeta de Guatemala (1793-1794 y 1797-1816, respectivamente)15.

Aún más interesante resulta el análisis de la comunicación que se estableció entre las guías de forasteros de diferentes países y de su lugar frente a otras publicaciones contemporáneas, análisis que conduce al estudio de redes de comunicación y conexiones entre autores. Un ejemplo es el del ya citado cosmógrafo Cosme Bueno. En su Conocimiento de los tiempos, de 1781, en el que incluye al final una guía de forasteros, aparece la siguiente nota: "Como esta obra se imprime dos meses antes de acabar el año para que con tiempo pueda distribuirse por el reino: se hallarán en ella algunos oficios sin nombre de sujetos, por ser la elección al principio del año. Pueden llenarse por escrito en enero, como se practica en la guía de México" (s. p.).

Las referencias a la circulación de las guías en los territorios de ultramar y a las necesidades de tiempo para producirlas tienen que ver con el funcionamiento de las imprentas y del mercado de los libros. Sin embargo, también implican otra dimensión: la relación de los lectores con las guías y, aún más, su participación en la construcción de las mismas. No es extraño encontrar, en las introducciones a algunas guías del siglo XIX, una solicitud explícita del autor de que le envíen más información para completar la edición del siguiente año o una disculpa por la ausencia de algunos datos en la presente, como en el ejemplo anterior o en el Almanaque de Bogota de José María Vergara y Vergara. Aunque en muchos casos quienes proveían al autor con información sobre el funcionamiento del virreinato, la capitanía, la ciudad o el país no eran necesariamente lectores permanentes de la publicación, la reclamación por la tardanza o por el carácter incompleto de los datos les llegaba por medio de estos impresos, lo que creaba una comunicación entre redactores y "proveedores". Similar al ejemplo de la guía de Cosme Bueno es el Calendario manual y guia de forasteros de la isla de Cuba para 1800. En la nota final, el autor reclama lo siguiente:

NOTA

Esta guía pudiera salir con la mayor exactitud, si algunos de los encargados en colectar estas noticias, particularmente en lo interior de la isla, las hubiesen remitido, como se previno por la superioridad, en todo el mes de octubre; así el comisionado para formarla, suplica que en el presente año, y en los subsecuentes, se envíen estas con arreglo al formulario que se pasó en 14 de agosto de [18]93, añadiendo todo cuanto se prevea que pueda y deba ser digno de colocación y enmienda [...] en el concepto de que no es otro el deseo que el del mejor acierto y coordinación de la obrita, en lo que todos debemos interesarnos. (s. p.)

Durante la última etapa del periodo colonial, las guías de forasteros no surgían esporádicamente y, en cambio, se atenían a un plan de publicaciones. En el caso citado, el autor informa sobre un formulario que se hizo circular seis años antes de la edición de la guía (es decir, desde que se inició la publicación de este tipo de impresos en la isla). Si bien la comunicación en este caso parece ser en una sola vía, la respuesta a tal solicitud aparecerá en la guía del siguiente año materializada en la cantidad y la precisión de los contenidos, con lo cual podrá confirmarse tanto el alcance como la efectividad del mensaje enviado por el autor/editor.

Un segundo tipo de lectores se hace visible a partir de la revisión de las glosas o de las notas al margen de algunas de las guías de forasteros. Estas connotan las prácticas de lectura que suscitaron estos impresos y el tipo de información requerida y revisada por los lectores. En el Almanaque peruano y guia de forasteros para 1803, del cosmógrafo y catedrático peruano Gabriel Moreno, se observa cómo un lector de la guía estableció un diálogo permanente con la misma. Por un lado, utilizó el calendario del almanaque para consignar datos sobre, por ejemplo, temblores, salidas de embarcaciones y hechos sociales como el ahorcamiento, un jueves 21 de julio de 1803, de una tal María Raimunda por haber asesinado a su marido. En la sección de la guía de forasteros, el dedicado lector completó, siguiendo la petición de Cosme Bueno, los nombres de funcionarios de diferentes áreas. En este caso, las anotaciones muestran un interés por documentar y complementar la descripción del territorio con datos del acaecer tanto geográfico y climático como social y comercial. Es probable que este lector no fuera un forastero que buscara información puntual para llevar a cabo una empresa comercial, legal u oficial. Se aproxima más a una persona informada, que conocía el funcionamiento de la ciudad y para quien la lectura de la guía era una forma de enterarse de cuestiones operativas, así como de confirmar o corregir lo que ya sabía.

Esta faceta del uso de las guías de forasteros muestra la relación que se dio entre los lectores y los libros, la cultura de los impresos y los autores desde finales del siglo XVIII en América Latina. La periodicidad y continuidad con que se imprimieron estos textos, la popularidad que tuvieron en diferentes regiones del continente y las huellas dejadas en algunos de los ejemplares que se conservan en archivos y bibliotecas permiten sostener que las guías de forasteros fueron parte importante de la cultura del impreso en Hispanoamérica, así como parte de un campo de dominación en el que el orden y la oficialidad tuvieron un papel significativo. No fue un material extraño ni le apuntaba a un público especialmente reducido (la presencia del almanaque o calendario lunar es prueba de ello). Aún más, se convirtió en un material de consulta y de difusión de conocimiento e ideas sobre distintas dimensiones de las sociedades hispanoamericanas. El trabajo de los autores con los almanaques y, sobre todo, con las guías de forasteros requería de búsqueda, acopio, organización, selección y estructuración de los datos antes de que pudieran imprimirse. Por esta razón, se ha hecho énfasis en el rol de los autores como creadores de representaciones de sociedades y de espacios geográficos cuyo criterio y cuya vinculación a determinadas formaciones, posiciones sociales e instituciones intervinieron en la redacción de estas publicaciones. Las guías fueron también mecanismos (si bien no necesariamente nuevos) para establecer relaciones con los lectores, quienes rayaban las hojas, completaban la información, apoyaban al autor en el proceso de creación de la siguiente guía y, en últimas, servían de vigilantes de la calidad de dicho impreso.

* * *

Los temas planteados en este artículo proponen otros problemas que enriquecen el análisis de las guías de forasteros. Por un lado, el estudio de las ciudades americanas en cuanto partes de proyectos modernizadores, tanto de la Corona española como de las repúblicas independientes, plantea preguntas acerca de la forma en la que estos espacios fueron representados en publicaciones esquemáticas como las guías de forasteros. En algunos casos se puede encontrar una tendencia, dependiendo de la función comercial y gubernamental que cumplía cada territorio en el sistema monárquico y, posteriormente, en la América independiente. Un paso que no se puede evitar, en todo caso, es la búsqueda de una definición más amplia del concepto de ciudad, en concordancia con el contexto en el que era considerado. De esta manera, hay que mirar la ciudad más allá de su dimensión geográfica, pues (con contadas excepciones) solo hasta pasada la segunda mitad del siglo XIX se hace referencia a lugares concretos en este tipo de publicaciones. Las ciudades eran entonces órdenes institucionales, proyecciones del reformismo borbónico a través de sus funcionarios y de la legalidad, de los calendarios anuales, mensuales y diarios y del funcionamiento de los medios de transporte, entre otros. Es por esta razón que las guías constituyen un objeto de análisis rico y, a la vez, problemático: su carácter material, su inserción en el mercado de los impresos y su función social forman un conjunto de redes y conexiones, no solo entre los objetos, sino también entre sus contextos.

Por otra parte, al estudiar la procedencia, filiación y ocupación de los autores de las guías de forasteros, se da por sentada la cualidad de autores de estos hombres de letras. Por lo tanto, la consideración de las guías como una producción sistemática, posiblemente un género en Hispanoamérica, hace necesario indagar sobre la función social de los impresos y sobre quienes los creaban. Una parte importante del análisis histórico de la cultura impresa se refiere, así mismo, a los individuos que interactúan alrededor de ella, tanto lectores y creadores como distribuidores. Por esta razón, el estudio de la función social de los impresos se amplía cuando se tienen en cuenta factores que vuelven más compleja su existencia: las relaciones y conexiones entre países y regiones, los campos de producción cultural en los que intervienen y de los cuales participan, las restricciones de su campo de dominación y el papel que juegan en la construcción del sentido quienes hacen uso de este material.

La consideración de las guías de forasteros como participantes relevantes en la cultura de los impresos en América durante el siglo XIX responde a la riqueza de sus posibilidades de análisis, que van desde la dimensión material, la estructura discursiva y las tendencias editoriales que muestran en las diferentes regiones, hasta el lugar que ocupan en las prácticas de lectura y en la configuración de un discurso de "ordenamiento" de la amplia cultura latinoamericana. No es gratuito que en la actualidad sean usadas como fuentes de referencia para el estudio de los más variados temas de interés, principalmente de investigaciones relacionadas con la historia y el urbanismo.


Notas
1 Tomando la propuesta de Eric Hobsbawm de los siglos largos y cortos, en este artículo se habla de un "siglo XIX largo" que comprende las fechas extremas de 1760 a 1897. Esto, debido a que las guías circularon sistemáticamente, de manera aproximada, desde 1760 hasta la última década del siglo XIX. Durante estos más de cien años las guías de forasteros tuvieron su mayor apogeo y, posteriormente, se transformaron, a principios del siglo XX, en otro tipo de impresos, como guías comerciales y guías de ciudades.
2 Las primeras imprentas llegaron a América en el siglo XVI, en 1539 a México y en 1581 a Lima.
Sin embargo, su popularización se dio especialmente entre finales del siglo XVII y la tercera década del siglo XIX. Los últimos países en instalar una imprenta fueron Bolivia, en 1825, y Costa Rica, en 1830. Por otra parte, una vez se han definido las características principales del objeto científico, Bourdieu aclara que "el desafío es interrogar sistemáticamente el caso particular constituyéndolo como 'un ejemplo particular de lo posible', según expresa Bachelard" (Bourdieu y Wacquant 287).
3 Al respecto, François-Xavier Guerra estudia detalladamente las diferentes facetas de la modernidad en Hispanoamérica a la luz de los procesos de independencia. Menciona, por ejemplo, la aceleración que tuvo el desarrollo de la imprenta en Nueva España en el siglo XVIII, tanto entre los impresores con licencias como entre aquellos que no producían papeles y libros avalados por la oficialidad (Modernidad 282-289).
4 La publicación de los almanaques en América se dio mucho antes que las guías de forasteros, poco después de la llegada de la imprenta a los reinos de ultramar. Algunos de los ejemplos más antiguos en Nueva España datan de 1580 y 1587 (Suárez, "El negocio" 73).
5 Con respecto al cambio de concepción del tiempo, el historiador inglés E. P. Thompson explica que, a partir del siglo XVII, el progresivo abandono de la consideración del tiempo sideral como organizador de tareas por desarrollar va dando paso al uso del reloj y a la creación de horarios, especialmente en el trabajo urbano. A pesar de que el ensayo de Thompson se refiere sobre todo al caso británico, esta idea permite encontrar otra faceta del porqué de algunos de los contenidos incluidos en las guías de forasteros (56-97).
6 Agradezco a Kenneth Ward, curador de libros latinoamericanos de la Biblioteca John Carter Brown (EE. UU.), por compartir su conocimiento sobre el tipo de imprentas que utilizaban los Zúñiga y Ontiveros en México.
7 Se hace referencia a "guías modernas" en contraste con guías anteriores al siglo XVIII, como las guías de peregrinos o las guías de pecadores, generalmente concentradas en aspectos espirituales o morales.
8 El historiador Richard Gassan habla de una guía similar para Londres, publicada entre 1698 y 1703 por Ned Ward y titulada The London Spy: The Vanities and Vices of the Town Exposed to View, en la cual se exponen los vicios y los lugares que debían evitar quienes visitaran la ciudad (51).
9 Tanto al cosmógrafo real del virreinato del Perú, Cosme Bueno, como a Felipe Zúñiga y Ontiveros en México, la Corona española les otorgó licencias para producir las guías de forasteros por varios años, lo que indica que estos impresos tenían un alto grado de oficialidad, además de que no podían salir de la imprenta sin pasar antes por el Tribunal de la Inquisición. En el caso de Felipe y Mariano de Zúñiga y Ontiveros, su imprenta recibió en 1774, de parte del virrey de Nueva España Antonio María de Bucareli, la exclusividad de imprimir el Calendario manual y guía de forasteros. Dicho privilegio lo tuvieron los Zúñiga hasta la independencia de México en 1821 (Suárez, "El negocio" 80). En el virreinato del Río de La Plata, las guías de Araujo de 1792 y 1803 se imprimieron bajo licencia del superior gobierno, así como las de José Joaquín Durán y Díaz de 1793 y Antonio José García de la Guardia de 1805 y 1806 para el Nuevo Reino de Granada. Aún hace falta constatar si hubo guías "piratas" o no oficiales de esta índole.
10 Otros factores pueden influir en la determinación de este sector social, como por ejemplo el tiraje y el nivel de circulación de los impresos. Es posible, aunque algo difícil de demostrar, que las guías de forasteros no siempre fueran compradas, sino también pasadas de mano en mano o reutilizadas.
11 Los hermanos alemanes Eduardo y Henrique Laemmert produjeron consecutivamente, entre 1844 y 1889, el Almanak administrativo, mercantil e industrial, enfocado entre 1844 y 1871 en la ciudad de Río de Janeiro; entre 1872 y 1882 se suma la ciudad de Santos; y desde 1883 hasta 1889 se edita el almanaque para todo el Imperio del Brasil.
12 El que los almanaques y calendarios que acompañan las guías de forasteros incluyan apartados con la lectura de los astros y el calendario zodiacal no debe entenderse como un fenómeno de "paganismo". De hecho, desde el siglo XVI estos contenidos eran comúnmente aceptados y no estaban en contra del cristianismo (Chapman 1258).
13 La cosmografía y las matemáticas fueron profesiones asociadas a cargos oficiales de la Corona española. De hecho, "desde la fundación de la Casa de la Contratación en 1503 la cosmografía fue considerada una ciencia que serviría a los fines del imperio. Los cosmógrafos intentaban demostrar la utilidad de la observación, la experimentación y el conocimiento teórico para la resolución de problemas como la determinación de la latitud y la longitud, la declinación magnética o el establecimiento de la forma física de la tierra" (A. Sánchez 716).
14 A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, por ejemplo, los médicos integrantes del Tribunal del Protomedicato tuvieron, entre otras, las funciones de "asesorar a los virreyes, examinar a los aspirantes a ejercer la medicina, la cirugía, la farmacia; vigilar la buena calidad y los precios de los remedios y las drogas que se expendían en las boticas, o establecer cuarentenas en ocasión de las epidemias. Sus miembros escribieron sobre temas como el uso del agua, los alimentos o el peligro de las epidemias, aunque se pronunciaron igualmente en materia de meteorología, sobre eclipses o los cometas y sus respectivas influencias astrológicas en la salud de los hombres" (Mazín 68-69).
15 Según Catalina Barrios, "se conoce, con fecha junio de 1793, la solicitud del impresor Ignacio Beteta que deseaba sacar a la luz una gaceta mensual [...]. Beteta se proponía transcribir el contenido de las gacetas de Madrid, Lima y La Habana, más algunas noticias de Guatemala. La solicitud de Beteta se basaba en su deseo por la mayor civilización del reino, a lo cual 'contribuyen mucho las noticias y ejemplares públicos'. El fiscal Balaller respondió afirmativamente a Beteta, pues le pareció incluir artículos dedicados a 'puntos geográficos de este reino y curiosidades de su historia natural'" (17).


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