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Fronteras de la Historia

Print version ISSN 2027-4688

Front. hist. vol.20 no.1 Bogotá Jan./June 2015

 

Bibliografía médica y sensacionalismo. El caso de los Discursos medicinales de Juan Méndez Nieto

Medical Bibliography and Sensationalism. The Discursos Medicinales of Juan Mendez Nieto

ELENA DEL RÍO PARRA
Georgia State University
rio@gsu.edu

Un poeta dijo que los habladores se habían de convertir en peces en el
Infierno. Los peces no solo no articulan palabra, pero ni tienen voz.
Grande tormento sería para un charlatán nadar en las llamas infernales
convertido en sardina, sin poder siquiera dar un gemido. Infierno es muy
correspondiente para el que habló mucho en el mundo, infierno callado.

Juan de Zabaleta, El día de fiesta por la tarde


RESUMEN

Este artículo analiza los Discursos medicinales de Juan Méndez Nieto (ca. 1531-1616) como inconsistentes dentro del corpus bibliográfico médico del siglo XVI. Su retórica y temática los aproxima a la charlatanería, más que a un tratado científico de carácter terapéutico o especulativo. Los Discursos se acercan más a la pseudoautobiografía y a los pliegos sensacionalistas que al grupo de textos sobre remedios americanos.

Palabras clave: Cartagena, charlatanería, medicina, Méndez Nieto, Santo Domingo, siglo XVI.


ABSTRACT

This article analyzes Juan Méndez Nieto's (ca. 1531-1616) Discursos Medicinales as inconsistent within the 16th century medical bibliography. Its rhetoric and topics link it to quackery, rather than to a therapeutic or speculative scientific treaty. The Discursos fit better within genres such as pseudo-autobiography and sensationalist pamphlets, rather than with those on American remedies.

Keywords: 16th century, Cartagena, medicine, Méndez Nieto, quackery, Santo Domingo.


El triunfo del charlatán: los Siglos de Oro

En L'elisir d'amore (Gaetano Donizetti, 1832), el joven Nemorino compra un singular brebaje al doctor Dulcamara, un charlatán profesional que, a su paso por un pequeño pueblo vasco, le asegura que despertará una pasión desenfrenada en su amada. Ese será el comienzo de sus problemas. La charlatanería, condenada de antiguo e identificada con el emblema de la garrulits de raíz ovidiana, ha conocido muchas asociaciones desde sus mismos orígenes: en la emblemática, que la representa en la figura de Progne, entregada a un monólogo incesante desde el amanecer (figura 1), sirve de glosa permanente en libros de sentencias morales y vidas deplorables, donde los Midas, Ecos y sofistas pululan a sus anchas y despliegan sus artes verbales. Por ello, no resulta sorprendente que encuentre terreno bien abonado en los Siglos de Oro, en los que el engaño se oficializa como arte. El Diccionario de la Real Academia (1729) remite a dos campos semánticos de charlatan, ambos relevantes para el tema que nos ocupa. Por una parte, es "el hablador que gasta muchas palabras sin sustancia ni discreción, fiado en la apariencia y sonido de las voces"; por otra, "el herbolario o curandero que anda vagando por el mundo, que otros llaman chacharero. Lat. Splafiarius circulator".

El charlatán, también conocido como sminiverbius, parlero, glossogasoras, hablador, verboso, palabrero, montambanco, blaterón, balandrón, chocante y deslenguado, es un chirriador que no sabe más que trufar, rebuznar, gañir, perturbar, bramar, sonar y reteñir. Dentro de este abultado campo léxico, el intelectual erasmista Bernardo Pérez de Chinchón distingue al hablador nato del profesional; al metido a opinar en calles, casas, barcos, corrillos, juegos y audiencias, de aquel que lleva su tinglado y monta un espectáculo de palabras. No obstante, quien es charlatán por naturaleza no queda libre de condena1, por más modélica que haya sido su vida, ya que la parlería, incluso la más inocente, es el origen de males mucho peores, tanto para el hablador como para quien le presta oídos2, y desencadenante único de castigos post mortem:

En cierta ciudad [...] estaba una monja honesta en la vida y costumbres, aunque habladora y mofadora. Murió y fue sepultada en una iglesia de san Lorenzo de la misma ciudad. Venida la noche, el sacristán y guarda de la propia iglesia vio que era llevada a las gradas del altar, y allí dividían con una sierra en dos partes el cuerpo, y la una, en que estaba el rostro y la lengua, era abrasada, quedando la otra mitad sin daño. Venido el día, refirió el sacristán lo que había visto a otros clérigos, y llevándolos al lugar donde fue quemado el medio cuerpo, vieron en los mármoles y losas del suelo, delante el altar, la señal de la llama, como si con fuego material y corpóreo fuera una persona quemada. (Villegas, f. 459 r.)

Aunque el hablador de nacimiento es pernicioso y debe aprender a contener su verborrea3, no llega a ser tan nocivo para la república como el profesional, un artista capaz de mimetizarse camaleónicamente. Desde "un charlatán mentiroso, de estos que se mantienen de nuevas" (Timoneda 141), hasta el que se hace nigromántico o mágico (Sepúlveda 112-118), herbolario o triaquero, el abanico profesional en los Siglos de Oro es amplio y acoge a todo el que utiliza las palabras como disfraz, bien para publicar milagros médicos o para vender sus historias al mejor postor. El parlero es una figura recurrente que aparece escondida debajo de oficios legítimos, como procurador, abogado, barbero, bañador, carretero, marinero, tabernero y cocinero; de animales, como la cigarra y la golondrina; de naciones, como la francesa; de edades, como la senil, y de sexos, como el femenino4. Tampoco escapa a los intelectuales e interesados en la condición humana que teólogos y políticos, bajo su capa de autoridad, son profesionales del atrio y magos en pervertir el uso de las palabras. Por un lado, Huarte de San Juan denuncia que "la vanilocuencia y parlería de los teólogos alemanes, ingleses, flamencos, franceses y de los demás que habitan el septentrión echó a perder el auditorio cristiano con tanta pericia de lenguas, con tanto ornamento y gracia en el predicar por no tener entendimiento para alcanzar la verdad" (452). Por su parte, Gracián desenmascara al falso político que embauca a las masas con su retórica y es capaz de alcanzar la cumbre del engaño:

A tan mecánico aplauso, subió en puesto superior [...] un elocuentísimo embustero, que después de una bien paloteada arenga, comenzó a hacer notables prestigios, maravillosas sutilezas, teniendo toda aquella innumerable vulgaridad abobada [...] Este es un falso político llamado el Maquiavelo, que quiere dar a beber sus falsos aforismos a los ignorantes. (235)

La dimensión que cobra la figura del charlatán en los Siglos de Oro no es anecdótica o decorativa, sino que se explica por su relación con la realidad y la apariencia, dicotomía fundamental en el Barroco. Quien mucho habla da pie al engaño sembrando el caos, mientras que quien sabe callar avala el acercamiento a la verdad, base de una sociedad armónica, como ha explicado José Manuel Pedrosa:

Dos conceptos sumamente importantes, esenciales, críticos, que se asociaban a la continencia y a la incontinencia verbal -respectivamente- eran los de verdad y mentira. Vinculados a cada uno de ellos había otros dos igualmente importantes: armonía y violencia. En los códigos ideológicos y de comportamiento de la época, al hablar poco pero con cordura, economizando las palabras pero no la sinceridad, en voz clara e inteligible y no murmurando a escondidas ni gritando inmoderadamente, se le identificó con el acercamiento a la verdad y con el distanciamiento de la mentira [...] Esa es la razón de que abunden en la literatura y en la cultura de los Siglos de Oro las imprecaciones contra las malas lenguas, contra los murmuradores y los calumniadores, contra los maledicentes y los embaucadores, contra los malsines y los noveleros, contra los maledicentes y los chismosos. (2)

A las alegorías construidas alrededor de la charlatanería cabe sumar otra de las columnas que sostienen el pensamiento barroco: el exceso, que se traduce en múltiples modos de repetición. A la cabeza, la sinonimia se alza como recurso que convierte el mucho hablar en no decir nada, esto es, en la trampa y el cartón que desencadenan la disolución y aniquilación del saber por la multiplicación infinita de la nada, según advierte el padre Francisco de Osuna:

Úsase tanto la parlería inútil y a las veces muy dañosa, que cuasi claramente podemos conocer cuán poco espíritu tienen los parleros, pues naturalmente vemos que [...] si ladras mucho, eres como perrillo que da pena con su mucho ladrar no trayendo algún provecho. El cántaro que suena mucho señal es que está vacío, y el mucho aire que tiene lo hace sonar. (58)

Los estudios áureos han rastreado tradicionalmente la charlatanería profesional alojada en las actividades de saludadores, ensalmadores y sacadores de espíritus, en la hechicería y nigromancia, en la picaresca y celestinesca, en los falsos santos, en la beatería y en la ilusión5. A esta amalgama, donde muchas veces no se distingue lo vivido de lo construido, no es ajena la presencia de lo científico -bajo la etiqueta de filosofía natural, astronomía, matemática, cirugía y medicina, entre otras disciplinas-, que ha hecho su aparición en causas inquisitoriales, verso teatral, literatura de corte satírico, contenido divulgado en pliegos sueltos y arbitrismo de diverso tono y propósito. En lo estrictamente referido a impresos, el consenso general apunta a una parcial degradación de la bibliografía científica durante el siglo XVII, no ajena al ímpetu sensacionalista y espectacular que vivieron otras áreas de conocimiento. Si Perdiguero se refirió a la popularización de la medicina durante la Ilustración, nosotros preferimos hablar de su vulgarización, situarla siglo y medio antes y asociarla a la corriente científica empírica, no sin antes desbrozar brevemente el campo bibliográfico médico.

Entre las manifestaciones pseudocientíficas más accesibles al lector no profesional cabe mencionar determinados libros de filosofía natural y misceláneas de perqués, secretos y trucos. Ejemplos representativos son la Silva de varia leccion de Mexía (1542), el Jardin de flores curiosas de Torquemada (1570), o los Secretos de don Alexo Piamontes [...] llenos de maravillosa diferencia de las cosas traducido por Alonso de Santa Cruz (1563), fuente de entretenimiento para algunos y de verdad para otros. Estas obras abarcan un amplio rango de temas que van desde la fisionomía hasta las tinturas y afeites, pasando por remedios caseros para males menores, chistes, facecias, anécdotas y refranes. Otra parte de este cuerpo bibliográfico deliberadamente divulgativo la constituyen tratados médicos propiamente dichos, bien destinados a facultativos titulados para practicar su oficio, bien a aquellas comarcas que carecen de doctor y botica, donde la prescripción es doméstica y tiene como objetivo fijar tratamientos básicos. Estos manuales no se recrean en historias maravillosas ni curiosidades, sino que recogen, por orden alfabético y más o menos por extenso, los males y sus correspondientes remedios. Algunos títulos representativos son el Libro de medicina, llamado Tesoro de pobres de Pedro Hispano (1519); el Tratado breve de medicina de fray Agustín Farfán (1610); el más extenso Tesoro de medicinas para todas enfermedades de Gregorio López (1671); y la Medicina domestica, necesaria a los pobres y familiar a los ricos de Felipe Borbón (1686).

En algún punto intermedio se sitúa un tercer grupo de obras, de entre las que destacan los Discursos medicinales, que ocuparán nuestra atención6. Escritas por y para médicos, se declaran textos científicos tanto por sus fuentes -"de gravísimos autores", desde Hipócrates hasta Amato Lusitano- como por lo probado de sus remedios. Al igual que otros tratados, describen casos médicos y su tratamiento, así como las proporciones, los simples y los compuestos terapéuticos necesarios. No obstante, sus autores tienden a olvidar el carácter técnico de las obras y a convertir los remedios y los casos en moneda de cambio, con lo que fomentan la idea de que cualquiera puede ser facultativo con solo consultarlas. Sirvan como botón de muestra los Secretos de philosophia y astrologia y medicina y de las quatro matematicas ciencias de Alonso López de Corella (1547), el Libro de experimentos medicos faciles y verdaderos de Jerónimo Soriano (1598), la Cirugia, ciencia y metodo racional: teorica y practica de las curaciones en el cuerpo humano, pertenecientes a la ciencia de la cirugia de Juan Bautista Ramírez de Arellano y Almansa (1680), y la Medicina y cirugia racional y espargirica del presbítero Juan de Vidós (1674). Todos estos tratados se distinguen por declarar, con más o menos énfasis, haber curado a numerosos pacientes con remedios que a veces se anuncian como universales, ser capaces de erradicar enfermedades consideradas incurables, reducir el coste de los medicamentos, sanar con inexplicable premura y hacerlo con tratamientos nuevos e indoloros cuyos secretos artificios desafían a la propia naturaleza. Este cuerpo bibliográfico permite, así, rastrear la charlatanería registrada por escrito en la práctica médico-quirúrgica, cuya retórica suscita las quejas del propio gremio profesional7.

Es cierto que una delgada línea separa la palabrería insustancial de la divulgación científica, y que Monardes y otros médicos y filósofos naturales insistían en el secreto desvelado y demás reclamos que proclamaban la importancia de sus obras, pero no es menos relevante señalar que esta retórica venía respaldada con auténticas novedades técnicas y químicas, cuantitativa y cualitativamente hablando, desconocidas para la medicina antigua, y no con versiones de las viejas recetas de Avicena o de tratados farmacológicos de amplísima difusión en la Europa tardomedieval. Las categorías, que como estableció Greenblatt se ponen en entredicho por intervención de lo maravilloso, no llegan a sacudir los cimientos de la sacrosanta bibliografía médica galénica e hipocrática perpetuada en las universidades europeas, pero tienen el curioso efecto de abrir la puerta a nuevos compuestos a partir de principios americanos más o menos experimentados, y con ello permiten incorporar recetas alternativas a las tradicionales (20). Un efecto secundario, el que ahora nos interesa, es la revitalización de viejos discursos alojados en el imaginario científico: la piedra filosofal, la quintaesencia, la panacea, la perfecta medicina, el agua de la vida o el bálsamo perpetuo se reubican, si es que alguna vez se vieron desplazados o desterrados, en la bibliografía médica, quirúrgica, farmacológica y astronómica. Las nuevas sustancias americanas vuelven a abrir la puerta a la posibilidad y, de paso, a la charlatanería.

Méndez Nieto: un médico en acción

El caso del facultativo Juan Méndez Nieto (ca. 1531-1616) es arquetípico, podríamos decir "patológico", dentro de este cuerpo bibliográfico8. Marcel Bataillon apuntó con acierto a su escaso conocimiento médico, salvándolo por sus habilidades retóricas: "El triple valor reconocido por Rodríguez Marín a los Discursos -para la medicina, para la historia, para el lenguaje y el arte literario- habrá de aquilatarse hoy concediendo mayor atención a la aventura humana del autor, a su estilo de práctica médica (algo charlatanesco) y a su talento de narrador, que no a la calidad de su saber científico" (57). Este peculiar estilo retórico también llamó la atención de Granjel, quien incide en lo hiperbólico del relato:

Otra cosa es la calificación que a los casos de su experiencia atribuye Juan Méndez, pues todos son presentados como sucesos peligrosos y extraños [...] Los títulos de los discursos ya anticipan el tono con que son expuestos los hechos [...]; se repiten, con singular constancia, las calificaciones de espantoso y horrendo, secreto y jamás visto, milagroso, admirable y maravilloso; entramos, de la mano de Méndez Nieto, leyendo su obra, en un mundo, más que médico, sobrenatural. (Los " discursos" 58)

El viaje de Juan Méndez Nieto a América fue real, pero no representó un tránsito a nuevas fuentes de conocimiento. El autor se refiere con insistencia a dos obras que dice haber escrito: De la facultad de los alimentos y medicamentos yndianos y Tratado de las enfermedades praticas deste Reino de Tierra Firme9. Estos textos, perdidos o inexistentes, supondrían un amplio conocimiento práctico de enfermedades y remedios indígenas; lo desconcertante es que los Discursos medicinales apenas hacen mención a sustancias de Indias ni a males endémicos de Cartagena o Santo Domingo, lugares en los que Méndez Nieto practicó durante años. Son contadas las referencias a compuestos medicinales10, apenas doce en un tratado manuscrito de quinientos folios, frente al festín descriptivo de principios activos, preparados, destilados y aplicaciones de los Monardes (1574) o Hernández de Toledo (1576). Méndez Nieto, en cambio, recoge contados remedios americanos envueltos en el manto de lo maravilloso con el mismo ímpetu que, bajo la excusa de lo poco conocido, anuncia como nuevo lo milenario, presentando curas secretas para condiciones como la esterilidad que, en realidad, saca de los textos de Galeno o Brassavola.

Muy probablemente el perfil más completo del médico charlatán sea el redactado por Feijoo dos siglos después, aglutinando características coincidentes con lo que Méndez Nieto revela de sí mismo en el manuscrito de los Discursos medicinales, que no llegó a ver publicado. El hablador prototípico, según Feijoo, es extranjero o se hace pasar por tal, anuncia conocer secretos de medicina para enfermedades incurables como la gota, la tisis o la perlesía, y circula impunemente de lugar en lugar. Engaña a gente de todas clases sociales y se aprovecha de la desesperación de los pacientes, "que adquieren por la experiencia de que no podían curarlos los médicos aprobados" (47). Además, aprovecha para relatar lances de su vida a los espectadores, y cae en contradicción fruto de sus embustes. Algunos parleros se presentan ocasionalmente como milagreros, mientras que otros simulan curaciones elaboradas con medicamentos de nombres impronunciables o exóticos.

Juan Méndez Nieto, el médico peninsular en Nueva Granada, salpica toda su obra con afirmaciones autocomplacientes: se dice capaz de sanar con solo una visita y sin ayuda de recetas, e incluso desde su propia cama, sin explorar a los enfermos, por la gracia de Dios, puesto que ha sido llamado a estudiar medicina contra los deseos de su padre. Asimismo, en su relato afirma que quien habla por su boca al diagnosticar y pronosticar es algún ángel, y llega a presentarse como profeta, cual Jonás en Nínive, y poseedor del don milagroso de atenuar la fiebre11. Achaca a la envidia profesional la acusación de trato con algún cacodemon12, al tiempo que presume de una extraordinaria tasa de acierto en sus pronósticos, así como de poseer un arsenal de secretos y curas maravillosas que sanan desde la gota coral hasta la mola matriz, pasando por la ictericia, el dolor de cólico y de barriga en las cámaras de sangre, el mal de madre, las opilaciones de bazo, la diarrea causada por las purgas y la hidropesía. Nuestro autor se suma a muchos otros facultativos entusiastas de la novedad -el siglo XVI fue fértil en opúsculos que anunciaban las bondades de ciertos medicamentos con reclamos de exclusividad y rapidez (J. Rodríguez)-, e insiste en que sus medicamentos "secretos" y jarabes magistrales, a diferencia de los preparados en la botica, son asequibles y efectivos y pueden sanar enfermedades y afecciones tenidas por incurables, como la locura o melancolía, la jaqueca, la esterilidad y la modorra, e incluso aquellas, como el mal de ojo, debatidas por la medicina convencional y atendidas por brujas y hechiceras13.

Los Discursos medicinales presentan remedios y curas "exquisitos", "nunca usados", definitivos e indoloros, en una época anterior al furor decimonónico de la anestesia, cuando cirujanos y médicos debían infligir dolor para curar. Precisamente, el equivalente al actual "tratamiento indoloro" se consideraba parte del bagaje del charlatán: "La labor del cirujano también implicaba el provocar dolor útil y, por ello, debía mantener alejados a los impostores y 'reclamos' de los trileros, hechiceros y encantadores que prometían ser capaces de evitarlo" (Rey 63)14. La insistencia de Méndez Nieto en la facilidad y el carácter anestésico de sus tratamientos, así como en el bajo precio de los medicamentos y su notable efectividad, invoca los tres cebos que, junto con la novedad, anuncia el charlatán clásico: "sin dolor", "fácil/rápido" y "barato"15. Además, el practicar en América, un espacio tan regulado como el peninsular pero de más difícil supervisión, le permite, promocionando y recetando medicamentos de composición propia, aunar el prestigio de la práctica médica con el de la farmacológica.

Buena parte del texto de Méndez Nieto se dedica al intrusismo profesional y la mala práctica, y a denunciar que "no queda cirujano, boticario ni barbero que no haga oficio de médico, y esto sin las comadres, mohanes, caciques y mayordomos, que es otra escuela de ellos por sí; y todos se hacen doctores sin temor de Dios ni de la justicia, porque no hay quien les vaya a la mano, y así curan públicamente en grande perjuicio de la humana salud y de toda la república" (Discursos, lib. 3, disc. 28). Mención aparte merecen curanderas como la célebre Villasanta de Cartagena, cuya actividad debe erradicarse por criterios estrictamente médicos, no de competencia clientelar. A ella se refiere como punta de lanza de un grupo cuya actividad considera perniciosa:

Ahora ya será tiempo que revolvamos sobre las curanderas, cuajo y paletilla, para desengañar al mundo del error tan antiguo y pernicioso que tiene, creyendo que las insipientes mujeres y los hombres idiotas son bastantes para remediar sus enfermedades; y para ello las llaman y se ponen en sus manos sin escrúpulo alguno, siendo, como es averiguado, que aun los que han estudiado, si no son metódicos y buenos artífices, no son bastantes a curar [...] Y se deja ver claramente su error e ignorancia de estas curanderas, en que a todos curan de una misma manera, hallándoles a todos cuajo y paletilla caídos, que no puede ser mayor desatino, porque ni el cuajo, que es el estómago, ni la paletilla, que es el remate del hueso del pecho [...] se pueden caer ni tiene adónde [...] Por lo cual son muy perjudiciales a la república estas mujeres y deben ser con rigor castigadas de la justicia, perdonando a los que con ellas se curan, porque las más veces los castiga la misma cura, y no comoquiera, sino con pena de muerte muchas de ellas. (Discursos, lib. 2, disc. 14)

Al hacer alusión al precio de las curanderas, más baratas que médicos y boticarios, Méndez Nieto hace recaer en el enfermo la responsabilidad de escoger a un facultativo autorizado, no a aquellos que lo usarán para experimentos con fines pedagógicos o quienes le cobrarán menos:

No todos [los] médicos tienen licencia ni facultad para concertarse con el enfermo, sino aquellos tan solamente que, siendo muy doctos, son muy ciertos y experimentados en sus curas; que los demás que curan a poco más o menos, con poco estudio y menos ciencia, estos tales, cuando curen de balde, como las más veces curan, se les hace mucha merced y es para ellos muy grande paga, pues que aprenden y se hacen más sabios y experimentados a costa de las vidas de los miserables enfermos que [...] buscan y admiten para su salud el médico o charlatán que más a mano hallan y más barato; y, cegándose con la codicia de ahorrar y no mirando ni echando de ver lo mucho más caro que les sale las más de las veces, cosa digna de ser llorada, escrita y predicada, para que tan perversa y detestable costumbre y tan cara y perjudicial ganancia tenga fin. (Discursos, lib. 2, disc. 19)

En pura paradoja, el autor considera que su profesión está en declive, y que parte de la tarea del enfermo consiste en huir de los facultativos necios, ignorantes, charlatanes, pusilánimes, asquerosos, que compran a los hospederos para que los llamen o que hacen cuadrilla con otros médicos y boticarios "para robar y matar los enfermos peor que salteadores" (Discursos, lib. 3. disc. 12). Hace recaer parte de la culpa en "el necio vulgo", que, por ahorrar, prefiere contratar a barberos que han saltado a cirujanos y creer a quien más habla (aludiendo a la sentencia hipocrática, in disputtinibus coram popul qu magis garrulous est vincit, es decir, "en las disputas a la vista del pueblo, vence quien sea más charlatán"), más sabio parece o más vistosas novedades presenta, a diferencia del buen paciente, que desprecia las palabras y valora las acciones (aegrtus nn querit medicum loquentem, sed snantem, esto es, "el enfermo no quiere un médico elocuente, sino sanante")16.

Resulta irónico que Méndez Nieto, a quien acusaron de charlatán al menos dos veces y cuyo perfil y retórica respaldan este juicio, se refiera con tanto detalle a los facultativos enredadores entre los casos de intrusismo y mala práctica profesional17. Los Discursos medicinales coinciden con otros textos científicos en las descripciones del médico parlero en acción, quien inventa palabras y gestos teatrales que dan carta de naturaleza a su ignorancia. Para Méndez Nieto, los médicos que recalan en las Indias son comúnmente los desechados que no tienen talento para ganar de comer en España y viven únicamente de su lenguaje y puesta en escena:

Mayormente la orina, en quien el necio vulgo tanto confía, sin tener la menor virtud para ello del mundo, sino que los médicos charlatanes engañamundo la miran y menean para el efecto con muchos ademanes y visajes, fingiendo que les enseña y muestra si está la mujer preñada o no, no pudiéndola desengañar en este caso más que si fuera una taza de vino blanco; y con esta mentira engañan y se quieren autorizar para que los tengan por sabios y admirables. (Discursos, lib. 3, disc. 30)

Paralelas a las denuncias, reconocemos en su propio relato prácticas profesionales impropias de un buen facultativo. Mientras que Cristóbal Francisco de Luque, catedrático de Prima en la Universidad de Sevilla, explica que desde antiguo "las consultas de los médicos en las graves enfermedades son útiles y medio más seguro para el acierto, que curarse con uno solo", Méndez Nieto huye de cualquier compañía porque su gracia sanadora "se le agua y disminuye", comportamiento atípico en la profesión (Luque 6). Por otro lado, explica cómo muchas veces se le llama in extremis, cuando la vida de un paciente corre peligro, porque ningún otro médico ha sido capaz de remediarlo y se espera el milagro en el que Méndez Nieto es capaz de mediar18. Sabido es, como reconoce el propio médico, que tanto las clases bajas -por el menor coste de su consulta- como los enfermos ricos pero desesperados llamaban a saludadores, ensalmadores y milagreros sin estudios formales cuando no había otra alternativa. Así sucedió cuando, para salvar al príncipe Carlos, se recurrió a Pinterete, sanador morisco a quien se convocó urgentemente, y ocurrió lo propio cuando Mariana de Austria cayó enferma en 1696. Nuestro autor parece enorgullecerse de haber recalado en esa categoría marginal, como si se tratase de un privilegio.

El caso médico como relato sensacionalista

No cabe duda de que uno de los aspectos más llamativos de los Discursos medicinales es su prosa y la gran variedad de temas extracientíficos que trata. Salta a la vista la diferencia con otros libros de materia médica, entre los que no encaja. El propio título de la obra declara que sus destinatarios son "los que profesan y ejercitan el arte médica", pero su contenido no se corresponde con este propósito, puesto que incluye abundante material para curiosos y para aquellos legos que quieran adentrarse en el mundo de los remedios caseros. Méndez Nieto da cabida a cualquier asunto que sea llamativo: "no escribo sino sucesos raros y exquisitos, que fueron, y hoy día lo son, públicos y notorios a todo el mundo, para que de ellos se saque alguna buena moralidad [...] y esto por no ir siempre tratando de remedios y curas" (Discursos, lib. 2, disc. 4). Es así como se mezclan historias de ballenas, bacalaos, delfines y tiburones gigantes con incursiones piratas, cuentos graciosos, raros, peregrinos, donosos, lastimosos y peligrosos supuestamente vividos por Méndez Nieto, quien insiste en el carácter autobiográfico de su narración, a pesar de que Arrom ha trazado la procedencia medieval de algunas de estas historias, abundantes, por lo demás, en otras fuentes.

Luis Granjel, al referirse a las descripciones clínicas de los Discursos medicinales, afirma que todas son semejantes en su esquema, y que "el autor sabe transmitir al lector la emoción de lo vivido" (Los " discursos" 37). Ciertamente, Méndez Nieto confunde el género del cuadro clínico, bien establecido en la tradición médica, con el relato sensacionalista convencional. Los casos médicos recogen demasiadas marcas autobiográficas e insisten sospechosamente en los nombres, parentesco y círculo de amistad de los pacientes, detalles irrelevantes como dato científico, pero útiles para dotar de veracidad el relato. En los epígrafes, Méndez Nieto se hace eco, más que de tratados técnicos stricto sensu, de los libros y pliegos sensacionalistas salidos de las prensas españolas en los Siglos de Oro, recoge casos "jamás vistos ni oídos", "extraños", "horrendos" y "raros", dicta pronósticos "escandalosos", "monstruosos", "admirables", "provechosos", "más que humanos", "solertes" y "grandes". Este estilo constituye un ingrediente esencial del perfecto médico charlatán que es Méndez Nieto, y permite trazar las coordenadas entre medicina y relato sensacionalista, en cuya paradoja se mueve constantemente cual heroico interventor de todo cuanto presencia.

Los casos clínicos que selecciona no escatiman en detalles escabrosos, como el dedo medio cortado de un maestre de navío, las setenta piedras expulsadas cual granizo por un paciente, la mola arrojada en catorce pedazos por una señora de Sevilla, la mujer que seguía pariendo a sus sesenta años, el hombre aparentemente muerto y resucitado, la lombriz de veintiocho pies de largo que expulsó un nativo de Cartagena, o la deformidad de Dominica Téllez finalmente remediada, cómo no, por el autor, quien describe el caso en estos términos:

Saliéndole a la cara y manos una como lepra o morfea que la desfiguró y puso como un monstruo, fea y quemada, siendo ella de antes de gentil rostro y donaire [...] y purgándola otras tantas, la vinieron a enflaquecer y adelgazar tanto que no le dejaron más del cuero pegado a los huesos, y ese muy quemado, escabroso y feo, con pies y manos, orejas y labios hinchados y llenos de aquella lepra o morfea [...] Acabada esta cura y restaurada esta señora contra la opinión de todos los médicos y cirujanos y gente de vulgo, que todo es una agua, luego se divulgó por toda la provincia como cosa y cura milagrosa, que tal fue ella; y acudieron a mí luego los demás que estaban tocados del mal de San Lázaro. (Discursos, lib. 3, disc. 38)

Dichos temas, alejados del historial clínico, aparecen en los pliegos de sucesos peregrinos, monstruos y seres maravillosos, engrosan las misceláneas y libros de recetas y secretos de la naturaleza19, y se sirven de la retórica propia del relato inventado para su rápida venta, de cuya divulgación oral se jacta Méndez Nieto. El autor no era ajeno a las posibilidades recreativas del sensacionalismo, que permite publicar exitosamente relatos breves o misceláneas que alimenten las inquietudes del curioso lector, pero equivocó el género que le sirve de marco. Sus Discursos no guardan información autorizada para facultativos que se precien de rigurosos20, pero tampoco apelan al lector común, que puede encontrar ese tipo de casos únicos en pliegos, florestas, misceláneas y libros de secretos, sin tener que acudir a un tratado de medicina.

Residente en Cartagena, en aquella época el mayor puerto del Virreinato del Perú, sin duda tuvo acceso a las relaciones de sucesos y noticias que transportaba la flota ordinaria, y pretendió aunar lo útil medicinal con lo entretenido de los géneros discursivos abarcadores de una vida entera. La motivación de un anciano Méndez Nieto no pudo haber sido pecuniaria -no competía con otros médicos puesto que ya no ejercía, y no pretendía vender sus "exclusivos" remedios-, sino más bien reivindicativa de su dilatada experiencia, escrita a partir del modelo que más admiraba, esto es, el tratado de carácter empírico, propio de alguien que valora más el aspecto práctico de las artes médicas que su lado intelectual. Ricardo Senabre ha enlazado con acierto los Discursos medicinales con la autobiografía novelesca y "el tratado de medicina empírica -repleto de descripciones minuciosísimas de enfermedades, dietas, tratamientos y fórmulas magistrales-" (90-93). El libro de cabecera declarado de Méndez Nieto es un texto de medicina popular entre los universitarios, que presenta como proscrito21 y llegado milagrosamente a sus manos por intervención divina, y del que dice no haber vuelto a ver otro ejemplar en las librerías por más que lo ha buscado. Méndez Nieto, poseedor, según él, de una biblioteca de más de doscientos cuerpos, recomienda en su obra no guardar siempre los preceptos y reglas de medicina, y escoger un médico de vida y costumbres honradas frente a uno letrado, y a uno habilidoso frente a uno sabio. Estas declaraciones lo alinean, como él mismo declara, con los llamados "empíricos", algunas de cuyas obras formaban parte del currículum académico, mientras que otras estaban mal consideradas y se deslizaban por la senda de lo marginal22. Ciertamente, la inclusión de casos extraordinarios es común en tratados médicos. En ellos, el médico aparece esporádicamente como héroe salvador -sacando un feto de la madre difunta o improvisando artilugios poco convencionales-, pero nunca se declara, como hace Méndez Nieto, milagrero en calidad y abundancia de episodios extraordinarios. Obras como la de Méndez Nieto, en cambio, inciden en el valor de la experiencia sobre el estudio, y como prueba de aprendizaje suelen incluir numerosos episodios extremos vividos por sus autores, engrosar el acervo de historias clínicas que aportan experiencias únicas y que permiten, o justifican, la promoción a facultativos sin formación académica especializada (Solomon 59-61).

La biblioteca de Méndez Nieto se compone de tratados que cualquier médico autorizado manejaría, no de florestas de diversión y curiosidad23. En su bibliografía no hay una preponderancia de empíricos ni libros denostados por charlatanes. No obstante, prefiere poner por escrito aquello que tanto critica pero que lleva practicando toda su vida: deslumbrar a los lectores/pacientes para acrecentar su prestigio. Su caso es atípico, y no sin razón Méndez Nieto fue motejado por sus colegas como "espíritu de contradicción": es licenciado en medicina y hace de esta su modo de vida, critica a los intrusos y a quienes se sirven de esta arte sin conocerla, posee una biblioteca autorizada, previene contra los médicos habladores y dice escribir sus experiencias. Sin embargo, el resultado no es un tratado científico empírico que lo reivindique como médico establecido, sino más bien una obra de carácter popular que ningún estudiante de medicina compraría más que por entretenimiento. Los Discursos medicinales, fascinantes por otros muchos motivos, no son "el primer tratado colombiano de medicina" (Castillo). El noble intento de Méndez Nieto de legar sus conocimientos al mundo da en un compendio de reiteradas recetas y curas inverosímiles sin apenas novedad terapéutica. Si tomamos al pie de la letra la afirmación de Quevedo: "mucha más gente matan los habladores y entremetidos que los médicos" (239), hemos de deducir que un médico hablador es altamente perjudicial. Si tomamos al pie de la letra la condena de Zabaleta que abre este trabajo: "los habladores se habían de convertir en peces en el Infierno", es posible que Méndez Nieto esté dando vueltas como una sardina en ese Averno callado reservado a los charlatanes.


Notas
1 Es el caso de la pícara Justina, quien declara con orgullo su estirpe: "Ves aquí el abolengo parlón de quien nació Justina parlona. Solo les hago ventaja a mis abuelos, que ellos parlaban cuando el oficio lo pedía, pero yo a los oficios mudos hago parleros" (López de Úbeda 179). Hemos modernizado la grafía en todas las citas.
2 "Del gozo en oír cosas inútiles derechamente nace distracción de la imaginación, parlería, envidia, juicios inciertos y variedad de pensamientos, y de estos otros muchos y perniciosos daños" (Cruz 388).
3 López de Villalobos, médico en las cortes de Fernando el Católico y Carlos I, dedicó al diagnóstico clínico y remedio de "la gran parlería" parte de su Tratado de las tres grandes, una suerte de disección moral y psicológica de tres pasiones, al frente de las cuales se sitúa la locuacidad enfermiza.
4 "Alberico quiere que el hermafrodito engendrado de Mercurio y de Venus sea el hablar el hombre palabras lascivas sin razón; este tal, habiendo de ser varón, por la delicadeza de las tales palabras parece hembra" (J. Pérez 287-288). La parlería, frecuentemente hermanada con la cobardía, es condición para la que se prescribe el ayuno, incluida con frecuencia en los libros de vituperios contra las mujeres.
5 El médico titulado no queda fuera de este catálogo. Pérez de Chinchón recuerda con humor cuán peligrosa puede llegar a ser la locuacidad de algunos facultativos, no solo en la consulta, sino también en reuniones sociales: "Hipocrás con juramento manda a los médicos que sean callados, dando a entender que no podrá ser uno buen médico si es parlero [...] Muchos hay que tienen por más liviana la enfermedad que la parlería del médico. Muchos no los osan llevar a los convites porque presumen de muy médicos y fuera de tiempo siempre traen en la boca las perlesías, apoplejías, síncopes, epilencias, y entre el comer se paran a desmembrar el hombre, contándole las venas y coyunturas, tanto que ponen asco aunque sean los manjares los mejores del mundo" (69).
6 El manuscrito de los Discursos medicinales consigna 1607 como fecha de conclusión. A pesar de los esfuerzos de Méndez Nieto, su voluminosa obra impresa en cuarto menor (24 cm) permaneció inédita hasta su publicación en 1936 en el Boletín de la Real Academia de la Historia. A ella siguió una edición facsimilar del manuscrito conservado en la biblioteca de la Universidad de Salamanca bajo la signatura ms. 2208.
7 Exploramos con más profundidad el contraste entre novedad legítima y novelería en Materia médica. Rareza, singularidad y accidente en la España temprano-moderna, de próxima aparición.
8 La recepción crítica de sus Discursos medicinales, redactados a la edad declarada de 76 años, ha sido muy desigual. Algunos creen al pie de la letra todas sus afirmaciones, considerándolo un mediador cultural ideal por transportar conocimientos europeos, incorporar los de Indias a su acervo y tratar a pacientes de toda clase socioeconómica (Martelo); otros ven en él a un verdadero pícaro (Rico-Avelló); a un transmisor en América del cuento medieval español (Arrom); o a un autor admirable por su retórica y su profusión léxica (F. Rodríguez). Sin duda, el rasgo más sobresaliente de sus Discursos es la inconsistencia de la información que proporcionan: a pesar de que Méndez Nieto se presenta como licenciado y doctor, Rico-Avelló no localiza más que su acta de bachiller en medicina en los archivos de la Universidad de Salamanca (40-41). En varios renuncios más lo coge Bataillon, documentando la falsedad de los salarios y los contratos que el facultativo decía haber firmado; destapando su dilatado proceso judicial por haber pasado a Indias sin licencia, ocultando sus orígenes judíos; comparando su cojera gotosa y su triunfo sobre una escuadrilla de piratas en dos informes contradictorios; recordándonos su matrimonio de conveniencia; y sospechando que solicitó su regreso a Castilla con la secreta intención de no volver jamás a España, cosa que consiguió.
9 La primera de estas obras, mencionada como parte del alegato de defensa de Méndez Nieto en su proceso de expulsión, "prometía tratar de los mantenimientos de estas partes y de las hierbas, árboles, plantas, raíces, frutas, semillas, zumos, resinas, piedras, betunes, animales" (AGI, J 38, ff. 142 r.-142 v.).
10 Entre estos se incluyen la "esponjilla", el abey, las "uvitas de la mar", el bálsamo de tolú, el mamey, la piña, la raíz de la batata, el anón, el tabaco, la higuera del Infierno, el árbol limpiadientes y la "tecamahaca". Análogamente, la prosa de Méndez Nieto carece de indigenismos.
11 Méndez Nieto declara sin ambages "que antes se suelen quitar [las fiebres] en tomando yo el pulso al enfermo [...] que tengo particular gracia para ello, como el rey de Francia para los lamparones" (Discursos, lib. 1, disc. 19).
12 Los Discursos medicinales aluden a constantes conspiraciones contra su autor, quien llega a declarar que sus colegas le han apodado "espíritu de contradicción" (lib. 3, disc. 18). Por culpa de todos ellos, dice, estaba tan desocupado que emprendió la redacción de "estos discursos y otro libro en latín que contiene las flores y todo lo bueno en 'summa' que todos los sabios e ilustres médicos han escrito" (lib. 3, disc. 32).
13 Méndez Nieto no conoce límites y se atreve con casi cualquier afección: "Presuponiendo, pues, esta verdadera máxima y deseando aventajarme en procurar la común utilidad y salud, tengo emprendido curas de enfermedades que son de las que comúnmente no le hallan remedio, y son en la opinión del vulgo y de sus vulgares médicos de las que dicen incurables, como apoplejía, epilepsia, hidropesía [...] piedra de riñones, cámaras de sangre [...] hética y tísica [...] y otras muchas a este tono, como gota, bubas y ciática" (lib. 3, disc. 32); "ves aquí, lector amigo, un mal incurable, y que hasta hoy no se le había hallado remedio siendo, curado y sanado con dos facilísimos, para que entiendas que no solamente mejores medicamentos, como Galeno dice, pero mejores maneras de curar se pueden y suelen hallar cada día, si con diligencia se buscan" (lib. 3, disc. 28). Paradójicamente, en los Discursos medicinales se critica que algunos facultativos prometan sanar enfermedades incurables (lib. 2, disc. 14).
14 "The labour of the surgeon also involved provoking useful pain and thus he had to ward off the impostors and the 'trick cries' of the swindlers, sorcerers and quacks who promised to be able to avoid it".
15 "Y por aliviar a los próximos y excusarles tanto trabajo, he querido aquí yo dar noticia de una breve y galana cura con que a poca costa tengo curado muchos de ellos en esta Cartagena occidental" (Discursos, lib. 3, disc. 33). En realidad, el 80 % de las terapias descritas consiste en sangrías y purgas y, como gran aportación, en no beber vino y vomitar semanalmente.
16 Son sumamente interesantes los comentarios de Méndez Nieto acerca de la relación paciente-doctor: sobre los reparos de muchos que, por no ofender al médico, no se atreven a llamar a otro facultativo; sobre los médicos que no recetan remedios fuertes para no molestar a los pacientes poderosos, sin olvidar a quienes varían el diagnóstico según la presión a que se vean sometidos.
17 Asombrosamente, el propio Méndez Nieto declara con orgullo que el Dr. Olivares, preguntado por Felipe II, dijo de él: "será algún charlatán engañamundo, de muchos que andan por todo el reino, que tienen necesidad de visita y pesquisidor particular para castigarlos y desterrarlos" (Discursos, lib. 1, disc. 13).
18 "Trata de un maravilloso caso y cura que en mi persona sucedió en este mes de septiembre de 1608 [...] Y entonces, viendo el enfermo y sus deudos el peligro [...] acudieron al último remedio, que es llamarme a mí, para que por mi mano le diera Dios salud, haciendo milagro en él como muchas veces lo ha hecho en otros" (Discursos, lib. 3, disc. 36).
19 El rango abarca desde lo estrictamente médico hasta lo mágico (como en el Tratado en que se disputan tres questiones a cerca de la peste que à avido en Italia de Díez de Pavía), pasando por lo picaresco en la anónima Resurrección de D. Miguel de Pons en Zaragoza, sin haber muerto (como allí se fingió).
20 Ya en su época, ciertos médicos se mofaban de Méndez Nieto por seguir creyendo en la astrología como ciencia necesaria para su práctica, si bien algunos todavía seguían recurriendo esporádicamente a ella bien entrado el siglo XVII: "incluyeron la astrología entre los saberes del médico Andrés de León, Diego Cisneros y Juan de Figueroa, autor este último de un Opúsculo de astrología en medicina (1660); impugnaron, por el contrario, la astrología médica Gaspar de los Reyes Franco y Tomás Murillo Velarde" (Granjel, La medicina 123).
21 "[...] que por tener el título de empírico era secta reprobada entre los médicos" (Discursos, lib. 1, disc. 4). Se trata de la Medicatio empirica singularum morborum de Benedicti Victorii Faventinus (Venecia, 1544). Es probable que Méndez Nieto poseyese la versión en italiano (Prattica d'esperienza [...] nella quale si contengono maravigliosi rimedii da lui istesso, & da molti altri [...] medici esperimentati in tutte l' infermità, che occorrer possono nel corpo humano), en edición anterior a la popular veneciana (Bolognino Zaltieri, 1570), puesto que sus citas figuran en dicho idioma.
22 Todavía en el siglo XVIII, Feijoo seguía alertando de su presencia nociva: "Este conocimiento experimental ¿cómo se había de adquirir sino haciendo ciegos a muchos, antes de poder curar alguno? Puede ser que tal nos venga acá, que pueda ser útil. En cuarenta años que ha que habito en esta ciudad, solo he visto dos que se decían oculistas, pero no sabían una palabra del arte" (53-54).
23 Médicos, cirujanos y químicos se mezclan entre sus fuentes, entre las que menciona a Hipócrates, Galeno, Mateo de Gradi, Gainerio, Paulo, Aecio, Avicena, Rasis, Arévalo, Alderete, Holerius, Antonio Brassavola, Orta, Acosta, Cartagena, Batista Teodosio, Geremías Trivero, Joannes Langio, Alfonso Lupeyo, Luis Lobera de Ávila, Michael Verinus. El rastreo completo de estas fuentes puede encontrarse en Del Castillo Mathieu (382-384), si bien queda por establecer una demarcación clara entre libros denostados y aquellos autorizados por los profesionales médicos.


BIBLIOGRAFÍA

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