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Fronteras de la Historia

Print version ISSN 2027-4688

Front. hist. vol.20 no.2 Bogotá July/Dic. 2015

 

De reyes, reinas y capitanes: los dirigentes de los palenques de las sierras de María, siglos XVI y XVII

Kings, Queens and Captains: Leaders of the Palenques of Sierras de María, during the 16th and 17th Centuries

MARÍA CRISTINA NAVARRETE
Universidad del Valle, Cali, Colombia
mcmanavarr@gmail.com

Recibido: 20 de enero de 2015
Aceptado: 16 de junio de 2015


RESUMEN

Una de las características del Caribe colonial neogranadino, especialmente de la provincia de Cartagena en las últimas décadas del siglo XVI y durante el siglo XVII, fue la existencia de palenques, poblados fortificados, habitados por esclavizados fugitivos. Además de defender su vida independiente, tuvieron sus propias formas de organización social, actividad económica y funcionamiento político. Aunque es difícil identificar los tipos de liderazgo, sí fue posible reconocer algunas formas de dirigencia política en tres de los principales palenques de las sierras de María. El trabajo se realizó con base en fuentes documentales del fondo Santa Fe del Archivo General de Indias de Sevilla.

Palabras clave: Arcabuco, capitán, cimarrones, esclavizado, palenque, reina, rey.


ABSTRACT

One of the characteristic of the Caribbean area, situated in the New Granada during colonial period, especially in the Province of Cartagena, was the presence of palenques or fortified villages, inhabited by fugitive slaves, during the last decades of the 16th century and the 17th century. As well as holding on to their independent lives, they also had their own ways of social organizations, economic activities and political functioning. Although it is difficult to identify the types of leadership that existed, it was possible to examine different forms of political leadership in three of the main Palenques, located in the sierras de María. The investigation been realize using primary sources found in the Santa Fe files from the Archivo General de Indias in Seville.

Keywords: Bush, captain, enslave, king, maroons, Palenque, queen.


Para comenzar1

La historia que relataré sobre los dirigentes de los palenques era posiblemente considerada una epopeya por los esclavizados de los siglos XVI y XVII; sin embargo, para los vecinos de la provincia de Cartagena, aquellos esclavizados fugitivos eran los causantes de su ruina, perturbadores del orden por quienes sentían un terror insospechado2. Desde la perspectiva europea, el cimarronaje aparecía como "una plaga crónica", una especie de hidra griega (Gomes, A hidra)3. Estando al margen de la ley, los cimarrones inquietaban a la sociedad esclavista y causaban desórdenes, lo que en muchas ocasiones hizo que las autoridades del Nuevo Mundo se vieran forzadas a solicitar tratados de paz a las comunidades de fugitivos ofreciéndoles la libertad y la integridad territorial.

Este artículo tiene el propósito de indagar acerca de los modelos de liderazgo político que tuvieron tres de los principales palenques de las sierras de María a finales del siglo XVI y durante el siglo XVII y cuáles fueron sus desempeños. Se basa en fuentes primarias del Archivo General de Indias de Sevilla, fondo documental Santa Fe.

Según el concepto analítico de Eric Hobsbawm, la historia de los dirigentes de los palenques sería parte de una historia de "gente de abajo", de la que existen pocos vestigios porque las autoridades de la época no encontraron valores trascendentes en sus expresiones culturales. La imposibilidad de que los cimarrones dejaran huellas escritas de su memoria y la visión negativa que tenían de ellos los agentes del poder constituyen problemas para el historiador, que debe forzosamente utilizar los documentos oficiales, los relatos de testigos y las declaraciones que los dueños de estancias hacían de acuerdo con sus propios intereses, pero esto no significa que tales fuentes no ofrezcan datos importantes. De allí que, para entender el pasado de la "gente de abajo", el historiador esté obligado a reunir una gran cantidad de información, así sea fragmentaria, y armar el rompecabezas, es decir, determinar cómo esos fragmentos podrían encajar entre sí. Debe dedicar su tiempo a indagar cómo funcionaban las sociedades, cuándo dejaban de hacerlo y cómo cambiaban, lo que ayudaría a tener una visión más amplia de la gente común y corriente, que en últimas conforma en gran medida la sociedad (Hobsbawm 213).

En cuanto a los palenques caribeños del norte del Nuevo Reino de Granada, es preciso rescatar la importancia de las comunidades de fugitivos por su resistencia al esclavismo, lo cual permite profundizar en la comprensión del esclavizado como sujeto histórico. Además, es urgente superar la tesis de la incapacidad política del esclavizado, percibir la dimensión política de los palenques y comprenderlos como un proyecto político que evidenciaba estrategias de autonomía pensadas y practicadas por sus miembros (Guimarães 144-155).

Cierto número de cautivos tuvieron un papel protagónico en la existencia de los palenques como fenómeno de naturaleza política. Eran esclavizados que se proyectaban como líderes y ejecutaban tareas fundamentales: convencer a otros de la huida, servirles de guías, dirigir y organizar a la comunidad y, en ocasiones, articular varios poblados. Hay evidencias de que estas comunidades poseían jefaturas a las cuales la población se subordinaba; el gran problema es identificar el carácter de aquellas. En relación con el poder interno, los documentos no permiten avanzar sino constatar que representaban una forma de ejercicio del poder que pasaba por la autoridad de unos individuos a veces acompañados por sus compañeras u otras mujeres (Guimarães 146, 148 y 154).

João José Reis cree que los líderes de los movimientos esclavistas generalmente no eran gente recién llegada a la tierra americana, pues el africano terminaba la travesía de navegación traumatizado, sin alientos y no desembarcaba planeando una revuelta; por el contrario, los líderes rebeldes ya conocían la forma de vida de los blancos, eran ladinos con alguna ocupación y experiencia (34). Es probable que, durante los siglos XVI y XVII, los cimarrones estuvieran gobernados por aquellos compañeros que combinaban la destreza militar con el conocimiento de las actitudes de los blancos y las tradiciones africanas. Dada la naturaleza de sus comunidades, estas prefirieron tener como líderes a personas que comprendían el mundo de los amos y el de los cimarrones, por lo cual se hacían especialmente valiosas como dirigentes (Campbell 406; Deive 271; Price, "Resistance" 88).

En las comunidades cimarronas, en ausencia de mecanismos formales para mantener el control social, los pobladores otorgaron gran poder y autoridad a sus líderes, y aprendieron a vivir con duras sanciones cuyo fin era dirimir las disensiones internas. Hoy casi no sabemos sobre estos liderazgos, pero es claro que quienes aparecen como dirigentes y guerreros en los documentos coloniales tal vez fueron aquellos a quienes los fugitivos querían reconocer como tales. Asimismo, es difícil saber cómo definían los palenques a sus líderes (Gomes, Palmares 113; Price, "Resistance" 87).

Pocos palenques sobrevivieron a los turbulentos años de guerra. Sin embargo, los que lograron permanecer por largos periodos representan historias de caso de significado sociológico especial, puesto que su evolución puede ser aproximadamente reconstruida desde su formación hasta la plenitud de su desarrollo. Parece claro que, cuando las comunidades cimarronas sobrevivieron por mucho tiempo, aspectos importantes de su organización política y social sufrieron alteraciones durante su existencia (Price, "Resistance" 88). San Basilio de Palenque y sus antecesores (los palenques de San Miguel Arcángel, El Limón y otros de las sierras de María) son ejemplos concretos de resistencia, de luchas por la autonomía, de negociaciones con las autoridades coloniales, de fuertes dirigentes y de larga duración en el tiempo hasta consolidar el poblado de San Basilio de Palenque, patrimonio insigne de la humanidad4.

El rey del arcabuco

El asunto de los esclavizados fugitivos en la provincia de Cartagena se dio tan temprano como el establecimiento de los españoles en esta región. En septiembre de 1540, solo siete años después de la fundación de la ciudad, el rey de España emitió una cédula dirigida al gobernador provincial. Su majestad había recibido informes de que en esta provincia muchos negros andaban fugitivos por los montes causando daños a los indios, lo cual no había podido remediarse. Para esto, la solución sería concederles el perdón; así quedarían en paz, volverían con sus amos y no cometerían agravios contra los indios.

Ante esta petición, el Consejo de Indias acordó con el rey enviar una real cédula al gobernador de Cartagena de Indias donde se le ordenaba que, al recibirla, hiciera pregonar en la provincia "que los negros que anduviesen alzados se vuelvan a servir a sus dueños, que volviendo se les perdonará cualquier cosa que hasta entonces hayan hecho". Una vez efectuado el pregón y regresados los negros voluntariamente al servicio de sus amos, estos no actuarían contra ellos y los perdonarían por el alzamiento y los daños causados a los indios (AGI, SF8, f. 184 r.).

En años posteriores, en la década de 1590, su majestad y el Consejo de Indias estudiaron la relación presentada por don Pedro de Coronado Maldonado, procurador general de la provincia de Cartagena, en la que informaba que los negros cimarrones que habían huido de sus amos "andaban por la tierra robando y matando mucha gente", a pesar de que se había castigado a muchos para erradicar el problema. En la relación, también se advertía que si el asunto no era atendido con presteza, se podrían esperar mayores daños (AGI, SF8, f. 185 r.). Fue así como el monarca ordenó al gobernador, en febrero de 1596, pregonar en toda la provincia un perdón general a los negros que regresaran con sus amos en los siguientes dos meses. En caso de que no lo hicieran, aquellos que hubieran huido y se hubieran ausentado por más de un año, quedarían condenados a galera perpetua. Determinó que, por cada negro que fuese aprehendido vivo, el dueño pagaría 50 ducados para la caja real; si no los entregaba, los esclavos recuperados, junto con los que no tuvieren dueño, serían enviados a galeras o a trabajar en las fortificaciones de la ciudad. Asimismo, el rey solicitó que se le remitiera informe de los efectos producidos por esta medida y se le sugiriera lo que convendría proveer para evitar los daños causados por los negros que permanecieren alzados.

En tanto que las cédulas reales se sucedían con la continua fuga de los esclavizados de hatos, estancias, minas y casas señoriales y su consecuencia, la formación de palenques, los cimarrones se preocupaban por la mejor manera de organizar sus comunidades clandestinas y definir sus caudillos. Para poder comprender este proceso es preciso reconocer la realidad de las circunstancias históricas y las características de las condiciones de esclavización que muestran que los palenques fueron comunidades con diversidad de valores, maneras de entender el cimarronaje y divergencias sociales, étnicas y políticas.

La fecha de formación y duración de estas comunidades tuvo influencia en la manera como se organizaron políticamente. Aquellas que se constituyeron en los siglos XVI y XVII parecen haber sido diferentes de las formadas posteriormente tanto en el tipo de líderes que escogieron como en el modelo usado para legitimar su autoridad (Price, "Maroons" 619)5. Antes de 1700, la mayoría de los líderes de quienes tenemos información habían nacido en África. Ganga-Zumba, Domingo Biohó, Yanga y Bayano decían haber sido reyes en sus lugares de origen en África. Como en este periodo se acudió a los modelos de monarquía, Ganga-Zumba y sus parientes crearon una "dinastía" en Palmares, Domingo Biohó era rey del arcabuco en el palenque de La Matuna y, en Panamá, Bayano era tratado con reverencia y obedecido como señor y rey natural (Price, "Resistance" 87).

En la provincia de Cartagena, a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, en el palenque de La Matuna, la forma de liderazgo a la que acudieron los cimarrones fue la monarquía, como lo afirma Carlos Esteban Deive a propósito de los manieles de la isla Española (271). La gran cuestión que los documentos no permiten resolver se relaciona con el carácter de los "reinados". Carlos Magno Guimarães se pregunta ¿cuál era el criterio utilizado en la definición de quien sería elevado a la condición de rey? ¿Cuál era el poder efectivo de este "rey"? ¿Cuál sería el vínculo con los linajes aristocráticos de África? Y ¿hasta qué punto la denominación de rey y reina, para estas jefaturas, reflejaba el hecho de que la sociedad esclavista era gobernada por reyes y reinas? (150). De esta manera, las palabras rey y reina que aparecen en la documentación asociadas a los líderes políticos y militares de palenques, manieles y quilombos en los siglos XVI y XVII deben ser relativizadas debido al limitado conocimiento sobre su significado "verdadero" (Gomes, A hidra 114; Gomes, Palmares 379).

Se tiene noticia de que, a finales del siglo XVI (1599), en la provincia de Cartagena, un joven africano llamado Domingo Biohó por el establecimiento, procedente de las islas de los bijogoes y esclavizado por Juan Gómez, se rebeló contra su amo6. Con su mujer y treinta compañeros emprendió la huida hacia la ciénaga de La Matuna, se asentó con ellos en las cercanías de esta y bajo su liderazgo levantaron un poblado rodeado de estacas en el que construyeron fosos, caminos falsos y muchísimas trampas. Domingo Biohó fue reconocido por sus seguidores como rey del arcabuco o de La Matuna.

Tratar de descifrar si su reinado se debía a que pertenecía a una aristocracia africana o a que hubiera optado por emular al monarca español, es una difícil tarea. Quizás se pueda pensar que las dos ideas se entrelazaron para dar vida a una temprana dirigencia de los palenques. De todas maneras, es indudable el liderazgo de este valeroso esclavizado que tuvo el coraje de huir, convencer a otros de la fuga y organizar una comunidad autónoma clandestina.

Algo semejante sucedió en Brasil, donde pareciera que entre los esclavizados negros existía una mentalidad monárquica que pudo ser recreada con base en concepciones de autoridad reforzadas en la colonia bajo el gobierno de la Corona portuguesa. La concepción del rey como principio de justicia, común entre la plebe rebelde europea también, se difundió en el Nuevo Mundo, incluyendo a los esclavizados. En Palmares, localizado en las sierras de Barriga, Pernambuco, el principal líder era denominado "rey". Muchos cabecillas de los levantamientos se hacían llamar reyes o reinas, ya fuera que se hubieran constituido aquí o que hubieran tenido algún rango de autoridad en su tierra (Reis 32).

Durante el gobierno de Jerónimo de Suazo, el asunto de los cimarrones seguía presente. Para 1603, el palenque de La Matuna continuaba en pie dirigido desde su fundación y poblamiento por el rey del arcabuco. Los vecinos y el Cabildo de la ciudad de Cartagena, con el apoyo del gobernador, decidieron gestionar su destrucción. Los cimarrones y su rey se hallaban guarecidos en la ciénaga de La Matuna donde tenían cercado su poblado con estacas de madera, de modo que para tomarlo se requería entrar con el agua al pecho (AGI, SF38, r. 2 n.o 51/1). En una de las embestidas de las fuerzas del gobierno contra el palenque, los cimarrones, al sentir a los soldados, lo abandonaron, siguiendo una de sus estrategias, y se internaron en los montes.

Como puede imaginarse, este asedio al palenque, al igual que tantos otros, no fue suficiente para destruirlo. Domingo Biohó reunió gran cantidad de gente, organizó de nuevo el palenque y los cimarrones volvieron a poblarlo. En 1604, el gobernador le explicaba al rey que por ser la tierra tan montuosa y áspera y los cimarrones gente criada en los montes, no había sido posible acabar con el palenque ni perseguir a los rebeldes (AGI, SF38, r. 2 n.o 62/1).

Ante la imposibilidad de la destrucción de La Matuna, las autoridades resolvieron enviar al capitán de infantería Luis Polo del Águila a pactar la paz. El rey Domingo, afirmando que estaba dispuesto a servir al rey de España "sin ensangrentar más la guerra", aceptó la idea (Simón 171). Malos entendidos entre las partes hicieron fracasar este acuerdo. En la década de 1610 hubo un nuevo intento de hacer la paz mediante otro tratado. Gracias a este, el rey del arcabuco y sus seguidores recibieron autorización para entrar en la ciudad; desde entonces, él se paseaba por ella con gran arrogancia, vestido a la española y portando daga dorada (171-173).

Domingo Biohó logró que los españoles tuvieran que tolerarlo y que el palenque fuera reconocido. Su liderazgo y diplomacia se expresaron en su admisión de tratados de paz, unos de ellos exitosos, otros marcados por la desconfianza y el recelo de ambas partes. Poco se sabe sobre sus actividades de gobierno, pero es evidente que creó una comunidad palenquera en la que ejercía el mando y a la que defendía, como caudillo y estratega de un grupo de milicianos, en las guerras contra el ejército regular. Obtuvo el respeto de su gente y de los esclavizados de la ciudad y la provincia de Cartagena. Además, era valiente y tenía gran poder de convocatoria.

En marzo de 1622, el gobernador, don García de Girón, escribió una misiva al rey relatando el alzamiento de Domingo Biohó. Decía que era un "negro tan belicoso y valiente que con sus embustes y encantos se llevaba tras de sí a todas las naciones de Guinea que había en esta ciudad y provincia" (AGI, SF38, r. 6 n.o 176/1). Se hacía denominar rey y continuaba viviendo en el palenque con otros cimarrones en la ciénaga de La Matuna. Gracias a los privilegios que había recibido de las autoridades, entraba a la ciudad y, en una ocasión, después de un incidente con un guardia del presidio, fue tomado preso y llevado ante el gobernador a las diez de la noche. En un juicio amañado y expedito, fue sentenciado al castigo mayor y ahorcado.

La reina y el capitán

El 17 de octubre de 1629, don Francisco de Murga tomó posesión de la plaza de gobernador y capitán general de la provincia de Cartagena. Durante el desempeño del cargo fue perturbado por las presiones de los vecinos y las confusas y dilatadas cédulas reales que llegaban. Los esclavos no cesaban en la búsqueda de su autonomía y los palenques se multiplicaban como la hidra griega.

El palenque que más lo exasperaba era el de El Limón o El Limonar, poblado desde las últimas décadas del siglo XVI y dirigido por el bravío capitán Francisco Criollo. Como lo dice su "apellido", se trataba de un negro de la tierra con suficientes conocimientos del mundo señorial esclavista y de la geografía de la provincia. Tenía don de mando y atraía seguidores.

Según dice Richard Price, en el siglo XVII los palenques eran dirigidos por reyes y fue en el XVIII cuando aparecieron capitanes, gobernadores o coroneles, de los cuales pocos eran africanos y la mayoría criollos ("Resistance" 88). Pero en el caso de El Limón y de otros palenques de las sierras de María, empezaron a surgir los capitanes criollos tempranamente. Aunque las ideas de Price no coincidan exactamente con el proceso cimarrón de la provincia de Cartagena, la secuencia sí refleja los cambios sucedidos en la organización política de los palenques de la región. Como ya se dijo, la fecha de formación de estas comunidades y su permanencia en el tiempo determinaron el modelo de liderazgo. Además, otros factores, como el origen étnico de sus habitantes y el arribo de nuevos pobladores, incidieron igualmente. También debe tenerse en cuenta que, a pesar de que los palenques eran semejantes en la medida en que estaban constituidos por esclavos fugitivos que respondían a la misma modalidad de rebeldía, eran diferentes debido a su época de existencia, región geográfica y respuesta a problemas de sobrevivencia, de modo que cada uno constituía una configuración histórica y cultural específica (Guimarães 142).

El 26 de agosto de 1634, don Francisco de Murga le escribió a su majestad para dar cuenta del grave estado en que se encontraba la ciudad de Cartagena por el atrevimiento de los cimarrones del palenque de El Limón y de sus vecinos Polín y Sanaguare, que se consideraban dueños de María la Alta y María la Baja. Su castigo parecía imposible porque se encontraban guarecidos en valles retirados y montuosos y habitaba en ellos mucha gente, lo que aumentaba su osadía (AGI, SF40, r. 1 n.o 20).

El Limón se ubicaba a 12 o 15 leguas de Cartagena, colindaba con el río Grande de la Magdalena, y estuvo en pie por más de 60 años, según informó el gobernador Murga al rey de España7. En ese caso, habría sido fundado entre 1570 y 1580 (AGI, p 234, r. 7/1; McKnight 6). Allí, los cimarrones se encontraban resguardados en varios lugares, vale decir palenques (Polín y Sanaguare), que reconocían a El Limón como superior y le declaraban obediencia8.

En sus inicios, los cimarrones de estos palenques se dedicaron a domesticar el ambiente; posteriormente, durante varias décadas, alternaron la paz con la defensa de su autonomía sin causar mayores daños a los vecinos, pero en los últimos años agudizaron la acción bélica con la llegada de nuevos pobladores. El Limonar permaneció relativamente pacífico, sin perturbar las villas y ciudades, y actuó solamente cuando fue agredido. Declaraciones de vecinos y esclavos informan que los pobladores habían coexistido en paz con los dueños de estancias y pueblos de indios de los alrededores. Hacia 1634, la comunidad cimarrona se componía de criollos, tanto de la región como del palenque, africanos angolas, especialmente malembas, y otros de origen diverso (AGI, p 234, r. 7/2).

Durante varios años, el capitán Francisco Criollo detentó la más alta jerarquía, cuya función era probablemente la organización del palenque y la dirección de las milicias, y ejerció la organización política y militar de El Limonar. A Francisco lo seguían los "mandadores", especie de jefes militares, ayudantes del capitán en el ejercicio de su cargo y quienes ordenaban a los demás cimarrones las labores que debían ejecutar. La posición de mandador era parecida a la existente en las estancias de la provincia, donde había capitán y mandador. Los mandadores eran criollos nacidos en El Limón (Navarrete 119).

Detentar el cargo de capitán en esta época era normal. Es probable que su homólogo fuera el gobernador y capitán general, máxima autoridad de la provincia de Cartagena. Se trataba de un cargo que conllevaba dos funciones: la de gobernante, ejecutor de la administración regional, y la de capitán, jefe militar de la soldadesca del presidio. Siendo el palenque una comunidad, necesitaba quién la gobernara y, siendo una población clandestina, situada por fuera del orden establecido, debía estar preparada para la confrontación bélica. La estructura de poder cambió hacia 1632, cuando arribó a El Limonar la gente conquistada de Polín, criollos de las provincias cercanas y antiguos esclavizados de origen angola, especialmente malembas. Los de Polín encontraron allí a una criolla de padre angola y con dos maridos malemba, se aliaron con ella y la convencieron de que fuera la reina del palenque. Esta situación demuestra la heterogeneidad interna de los palenques, la cual se reflejaba en las diferencias entre criollos y africanos. En ocasiones se exacerbaba la animosidad de unos con respecto a otros, pero si se trataba de la defensa del palenque, eran todos para uno.

El liderazgo de la reina, el capitán y los mandadores sugiere que los cimarrones trataron de inventar sus propias jerarquías. Para denominar a sus líderes, usaban aquella nomenclatura europea que les era familiar en la identificación de las personas con poder político, social y militar, aunque en su concepción de organización social respondiera a la de África y el Nuevo Mundo (Navarrete 120).

En el caso de El Limón o El Limonar, la reina Leonor, a pesar de ser criolla, asumió el papel de reina y fue apoyada por malembas debido a la cercanía étnica y cultural de sus padres con esta casta, aunque es posible que también se congraciara con los criollos por serlo ella misma9. Leonor acudía a las empresas militares "porque ella iba a todo con su gente", en ocasiones vestida con "hábito de hombre". Para asistir a los combates, los milicianos, armados de arcos y flechas, machetes y lanzas, se organizaban en cuadrillas.

Lo interesante es que Francisco Criollo continuó ejerciendo su oficio de capitán y acompañaba a la reina en las confrontaciones; ambos aconsejaban a su gente que si era perseguida por los blancos no debía permitir que estos conocieran el camino al palenque, que no huyera junta sino por diversos lados. Lorenzo Criollo declaró ante las autoridades que la reina era la que mandaba sobre todos los negros del palenque, quienes obedecían lo que ella, el capitán y los mandadores ordenaban (AGI, p 234, r. 7/2).

Los malembas recién llegados no solo cambiaron la estructura del poder sino también el carácter general de El Limonar. Querían aumentar su población para tener más hombres guerreros y trabajadores, y capturar mujeres para formar familias. En consecuencia, adoptaron una actitud violenta contra los indígenas, los labradores de las estancias y los transeúntes, e hicieron que Leonor los apoyara en esta empresa dándole a beber una pócima de hierbas. Como explica Antonio Angola, "a la reina le subía una cosa y luego decía lo que habían de hacer" (AGI, p 234, r. 7/2). Cuando la tomaba, todos le obedecían, hasta el capitán, porque algo le pasaba en la cabeza que la hacía caminar como loca, cayéndose y golpeándose antes de hablar.

Al recuperar sus sentidos, hacía miles de declaraciones salvajes. Según Helene Vignaux, se trataba de una pócima mágica que la hacía entrar en trance o éxtasis, y para preservar su poder, Leonor bebía la sangre de sus víctimas o de un animal (35). Antón Angola, un palenquero de El Limonar, la consideraba mohana, término utilizado para denominar a los chamanes indígenas. Esto sugiere que Leonor posiblemente ejerciera un liderazgo mágico-religioso relacionado con algunas prácticas realizadas en el centro y el occidente de África (McKnight 8-9).

El gobernador, don Francisco de Murga, trató de reducir a El Limonar varias veces y gastó más de 14.000 pesos en el empeño. Consiguió destruirlo inmisericordemente entre finales de 1633 y comienzos de 1634. Algunos de sus habitantes lograron sobrevivir al embate y huir a otros destinos, como el palenque de la Magdalena, al otro lado del río Grande. A mediados del siglo XVII, los sobrevivientes regresaron junto con sus residentes a los montes de María, asediados por los indios chimilas y por el gobernador don Pedro Zapata, quien, violando la jurisdicción de su vecino, el gobernador de la provincia de Santa Marta, se introdujo en los predios de este para desbaratar el palenque. Así fue como Domingo Criollo fundó San Miguel Arcángel, futuro San Basilio de Palenque.

A finales de 1642, la hidra seguía aumentando sus cabezas. Ese año, don Nicolás Heras Pantoja, regidor y procurador de la ciudad de Cartagena, informó a las autoridades metropolitanas que en los montes y arcabucos de la provincia había más de seiscientos negros fugitivos, conocidos como cimarrones. Andaban en cuadrillas huyendo de sus amos y "para conservarse en su libertad y malas costumbres, robos y daños que cometen se fortifican con palenques en lo más áspero y estrecho de los montes" (AGI, SF8, f. 185 r.). De esta manera, ponían en riesgo la ciudad, a los vecinos y a los indígenas que iban a las estancias. Teniendo en cuenta el peligro que constituía el número de fugitivos, el regidor y procurador solicitó a su majestad una cédula que concediera un perdón general y prometiera la libertad para tratar de convencer a los fugitivos de volver con sus propietarios. La cédula se pregonaría anualmente en la ciudad, en las estancias y en los lugares de la jurisdicción provincial.

Esta petición fue leída y estudiada por el Consejo de Indias y su fiscal. En vista de ella, su majestad ordenó al gobernador de Cartagena que informara si las cédulas de 1540 y 1596 en las que se concedía un perdón general habían sido publicadas y cuáles eran sus resultados. Asimismo, que hiciera relación de la cantidad de negros que se hallaban fugitivos en los montes, quebradas, arcabucos y llanos, las inquietudes y daños que causaban y la esperanza que se tendría de reducirlos si se les concedía el perdón (AGI, SF8, f. 185 r.).

El capitán de los palenques confederados

En este apartado voy a referirme al liderazgo de Domingo Criollo, conocido como Domingo Grande o Domingo Criollo el Bueno, quien a mi entender habría sido el capitán de varios palenques localizados en las sierras de María10.

Podría tratarse de una confederación de palenques11, puesto que su caudillo ejercía el mando en ellos y se movilizaba desde su palenque de residencia, San Miguel Arcángel, hacia otros que le obedecían: Arenal, Duanga y Joyanca, los cuatro principales de la sierra. También sus habitantes circulaban de uno a otro12.

Esta hipótesis no parece descabellada, ya que el gran quilombo de Palmares fue en verdad una federación de varios agrupamientos de fugitivos y llegó a contar con millares de pobladores (Reis 16). Lo reitera Flávio dos Santos Gomes al explicar que Palmares comprendía varias comunidades interdependientes y articuladas. No era un solo mocambo, se trataba de decenas de poblados, unos grandes, otros pequeños, unos estables y otros provisionales, que se enlazaban entre sí o por funciones sociales o parentesco. Aunque algunos mocambos tuviesen autonomía militar y económica, el poder central de Palmares, entre 1645 y 1678, estuvo posiblemente en manos de Ganga-Zumba, uno de sus líderes más importantes. También se conoce a Ganga-Zona como jefe destacado, hermano del anterior. Los documentos hablan de Acotirene, madre de Ganga-Zumba, quien comandaba uno de los mocambos. Parece que el nuevo líder de la federación, a partir de 1678, pudo haber sido Zumbi, nacido en Palmares y posible sobrino del viejo Zumba (Gomes, Palmares 29, 83-84 y 138-139).

En la confederación de los palenques de las sierras de María, los cimarrones definían su residencia en un determinado palenque por parentesco, amistad u origen. El Arenal lo pobló la gente de "castas", es decir, africanos que prefirieron separarse de los criollos. Su capitán era Francisco Mina, quien a la vez era el jefe militar de todos los palenques. Los demás parecen haber sido habitados por criollos de la tierra, criollos de los montes y gente diversa. Esta situación demuestra que existían dificultades de convivencia que causaron deterioro en las relaciones entre criollos y africanos y en la toma de decisiones13. Los palenqueros trataron de atenuar la dificultad residiendo en comunidades diferentes pero en comunicación continua. Sin embargo, cuando el peligro de la embestida del ejército oficial era inminente, se reunían en una sola población para la defensa14. Eso sí, todos decían que donde se encontraban habrían de vivir toda su vida y "que no saldrán de allí a poblarse en otra parte aunque les cueste el pescuezo" (AGI, sf 213).

Domingo Criollo actuaba como capitán de los criollos y de todos los palenques de la sierra, se desplazaba de uno a otro en el ejercicio de gobierno y, en San Miguel Arcángel, donde residía, presidía reuniones en un bohío amplio que también servía de iglesia; en las grandes decisiones reunía allí a todos los cimarrones, los preparaba para el peligro, daba noticias del gobierno y de rumores que llegaban de amenazas. Cuando había alarma de una posible incursión de las fuerzas militares, emitía bandos previniendo a los habitantes del peligro. De cuando en vez los congregaba para recordarles quiénes eran sus propietarios, lo cual era una estrategia para que en caso de ser aprehendidos conservaran la unidad familiar y regresaran juntos; además, porque aquellos que no reconocían propietario podían ser asignados a la Corona real (AGI, SF212; AGI, SF213).

Los documentos hablan de cuatro capitanes para las diferentes "naciones", posiblemente los cuatro palenques principales. Domingo tenía capacidad política, diplomática y de negociación porque había tratado por todos los medios de sostener la independencia de los palenques apoyándose en intermediarios que habían intentado ayudarlos. Estos fueron principalmente gente de iglesia que sentía empatía hacia los fugitivos negros y que les prometían no delatarlos.

En 1682, el párroco de Turbaco, don Baltasar de la Fuente Robledo, en una de sus visitas misionales avistó una población grande en las sierras, habitaba por cimarrones. Avisados de que andaba por estos parajes, lo llamaron para que les administrase los sacramentos; en otra de las poblaciones bautizó adultos y párvulos, realizó matrimonios e hizo algunas prédicas espirituales. Pocos días después, volvió a buscarlo Domingo Criollo. Este actuaba como gobernador de aquellos montes, tenía bajo su obediencia a seiscientos hombres y varios capitanes, y le advirtió al sacerdote "que él gobernaba aquella gente y otros muchos" (AGI, SF213). Quería decirle que le ofrecía obediencia al gobernador de Cartagena si les daba la libertad. Después de varias conversaciones entre el prelado y el capitán, acordaron una serie de capitulaciones para ser entregadas al gobernador.

El gobernador, don Rafael Capsir y Sanz, fue informado de la propuesta del capitán de los palenques ese mismo año de 1682; lo propio ocurrió con don Juan de Pando y Estrada, quien tomó el gobierno de la provincia en 1683, sin que la propuesta mereciera respuesta alguna de parte suya. En vista de ello, don Baltasar llevó personalmente un memorial ante su majestad y el Consejo de Indias con las capitulaciones que proponían los cimarrones de las sierras de María (AGI, sf 213). Esta solicitud fue un ejemplo de diplomacia y negociación del capitán de los palenques, al que su majestad respondió con una cédula pacifista en 1691, violada luego por el Cabildo y los vecinos de Cartagena.

El padre Miguel de Toro también procuró asistirlos hacia 1687 a través de la Audiencia del Nuevo Reino en Santafé. Era el cura doctrinero del pueblo de Santiago, jurisdicción de la villa de Tenerife, en la otra margen del río Grande de la Magdalena, gobernación de Santa Marta. Los cimarrones de las sierras de María le habían pedido que solicitara el apoyo del gobierno superior y Toro les consiguió una provisión que los habilitaba para pasarse a la margen opuesta del río conservando su integridad e independencia. Serían ubicados en un espacio que les entregarían las autoridades de Santa Marta (AGI, SF213). Cuando, en 1693, el sacerdote recibió, de manos de Juan del Río, cartas del gobernador, le replicó que no desistiría de lo ordenado por la Real Audiencia y, si otra cosa se determinaba, "valiéndose de la fuerza de las armas se pasaría a su palenque y lo defendería a balazos con sus negros hasta morir" (AGI, SF213).

Infortunadamente, los conflictos de interés entre los dos eclesiásticos, las presiones del Cabildo y los vecinos, que convocaron a cabildo abierto y junta de guerra, y la presencia de un gobernador interino en la provincia de Cartagena (1694), que desconoció la cédula real de 1691, echaron al traste los intentos de paz acordados previamente. En 1694, el gobernador interino, don Sancho Jimeno de Orozco, hizo recuento al rey de las actividades emprendidas para destruir los palenques de la sierra. Marchó personalmente en dirección a San Miguel, que era el más importante de todos, y encontró a los negros reforzados con los pobladores de los demás palenques. Ante la embestida de las tropas del gobierno, los cimarrones abandonaron las armas, prendieron fuego al palenque y se fugaron. El gobernador permaneció en la zona 48 días y se enteró de que se habían trasladado a Duanga, localizado a 7 leguas de San Miguel. Paralelamente, envió 2 capitanes de su ejército contra el Arenal, donde apresaron a varios de sus habitantes, mataron a otros, quemaron y arrasaron el palenque. Al mismo tiempo, despachó varias cuadrillas para perseguir a Domingo Criollo y a la gente que lo acompañaba. El capitán Domingo el Grande fue asesinado de un arcabuzazo y su cabeza fue remitida a Cartagena para ser exhibida en lugar público (AGI, SF212)15. La avanzada de las fuerzas del gobierno había arrasado los palenques de San Miguel Arcángel, Arenal y Duanga, pero algunos de sus pobladores alcanzaron a huir y refugiarse en los montes o en otros palenques.

La cabeza de la hidra no dejó de multiplicarse: algunos fugitivos se escondieron en los palenques de las sierras de San Lucas y otros reconstruyeron San Miguel Arcángel de las cenizas. En 1714, el capitán de ese entonces, Nicolás de Santa Rosa, se dispuso a firmar la paz y una serie de capitulaciones acordadas con el obispo Antonio María Cassiani, quien sirvió de mediador. El poblado recibió el nombre de San Basilio Magno en honor a la orden de San Basilio, a la que pertenecía el Obispo, y conservó la denominación genérica de palenque honrando a todos los que existieron y lucharon por la libertad en las sierras de María.

Para concluir

Este artículo intentó escudriñar las fuentes primarias que ofrecen información sobre los palenques caribeños de la provincia de Cartagena, especialmente aquellos de las sierras de María y sus cercanías, y seleccionar los datos referentes a sus dirigentes. Al armar el rompecabezas, se observó una probable evolución de las formas de liderazgo en los palenques a medida que la población de criollos aumentaba y la sociedad colonial se desarrollaba. En la segunda mitad del siglo XVI y durante el XVII se manifestaron tres modelos de liderazgo: un rey del arcabuco de origen africano; un capitán criollo, jefe de un palenque, a quien en fechas posteriores se asoció una reina con la que, conjuntamente, dirigieron la comunidad; y un capitán de los palenques de las sierras de María que actuaba como máximo caudillo de una confederación, con el apoyo de los capitanes de los palenques aliados.

Todavía queda mucho por investigar en relación con este tema. Lo que se ha escrito es solo un abrebocas para el escrutinio público o para su continuación.

Por fortuna, aún quedan documentos en los archivos históricos para mostrar al futuro las hazañas y alegrías de la vida independiente de los cimarrones y, a la vez, sus penurias y luchas contra las milicias coloniales en la defensa del derecho a la autonomía.


Notas

1 Este artículo es uno de los resultados de un proceso de investigación iniciado hace varios años sobre los cimarrones y palenques de la costa caribe colombiana, especialmente en la provincia de Cartagena, siglos XVI y XVII. Las sierras de María se conocen también como montes de María. Ambos nombres se utilizarán indistintamente. Son elevaciones ubicadas en la provincia de Cartagena, al norte de los actuales departamentos de Bolívar y Sucre. En los siglos XVI y XVII tenían vegetación tupida y espesa.
2 En el territorio del Nuevo Reino de Granada, las comunidades de esclavos fugitivos fueron llamadas palenques, en Brasil quilombos o mocambos, en la isla Española manieles y en Venezuela cumbes.
3 Aprovecho esta oportunidad para destacar el valioso trabajo sobre esclavitud, resistencia y quilombos de los historiadores brasileños contemporáneos, cuyas publicaciones permiten elaborar estudios de historia comparada con el período colonial colombiano. Conozco las investigaciones realizadas por Flávio dos Santos Gomes (A hidra; Palmares), João José Reis, Silvia Hunold Lara, Rafael de Bivar Marquese, Carlos Magno Guimarães, Donald Ramos, Ronaldo Vainfas, Laura de Mello e Souza, a las que debe sumarse el trabajo de la historiadora greco-brasileña Katia de Queirós Mattoso, entre otros.
4 El palenque de El Limón también era conocido como El Limonar.
5 Richard Price afirma que, en el siglo XVIII, los dirigentes cimarrones tendieron a asimilar la idea de que eran capitanes, gobernadores o coroneles ("Maroons").
6 El rey del arcabuco fue llamado Domingo Biohó en su traslado de África al Nuevo Mundo. La tradición oral lo conoce como Benkos Biohó. El apelativo Biohó indica que posiblemente había nacido en una de las islas del archipiélago de los Bijogoes, localizadas al occidente de África, en el área de la Alta Guinea.
7 Esas 12 o 15 leguas son equivalentes a 66 o 70 kilómetros. El alférez Diego Márquez, vecino de Cartagena, declaró que el palenque estaba situado en las sierras de El Limón, términos de María, a 20 leguas de la ciudad (AGI, p 234, r. 7/2).
8 En la carta del gobernador de Cartagena, don Francisco de Murga, a su majestad, se menciona que los de El Limón conquistaron a los de Polín, mataron al capitán de este último, Sebastián Congo, y se llevaron a su gente. De Sanaguare no informan los documentos consultados (AGI, p 234, r. 7/1).
9 Por casta se entiende el grupo africano de origen de donde procedían los esclavizados traídos de ese continente. Era sinónimo de nación. Era también una palabra genérica para referirse a los nacidos en África.
10 En la década de 1690, Domingo Criollo era un hombre de edad mayor; tenía nietos, entre ellos Tomás, que era un "negro de más razón" y uno de los principales del palenque (AGI, SF213, "Representación del padre Fernando Zapata"). Cuando los palenques de las sierras de María fueron destruidos en 1694, Domingo no pudo participar en la emboscada porque era "un negro tan pesado, corpulento y de alguna edad que no podía retirarse y huir con los demás" (AGI, SF212).
11 De este aspecto me hizo caer en cuenta el historiador brasileño João José Reis en conversación personal que tuvimos en Salvador de Bahía, en septiembre de 2010.
12 Con ocasión de un ataque a uno de los palenques de la sierra, los cimarrones dieron cuenta al capitán, "que en ese momento se hallaba en otro localizado más adentro", de los prisioneros que habían tomado (AGI, SF213).
13 Una mulata que salió de uno de los palenques de la sierra le comentó al padre Miguel de Toro, en 1692, "que entre el capitán criollo y el mina hubo grandes contiendas". Tenían diferencias en relación con recibir nuevos cimarrones mientras Domingo Criollo trataba de negociar la paz (AGI, SF213).
14 Cuando los palenqueros de las sierras de María entendieron que iban a ser atacados, "llegaron los minas y demás naciones a unirse en población con los criollos" (AGI, SF213).
15 Domingo el Grande también podría haber muerto por dos tiros de escopeta.


Bibliografía

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