La Flora de Bogotá
Zea presenta la Flora de Bogotá a Cavanilles:
Cádiz a 27 de diciembre de 1798
Muy Señor mío:
[...] Me complace sobremanera el pensamiento de elogiar al Señor Mutis, llamando la atención de Europa sobre [su] flora de bogotá. - De esta obra que está para publicarse, hay sobre tres mil láminas de colores y otras tantas en negro. [.] A la descripción de las plantas acreditadas en aquel reino [de la Nueva Granada] precede la historia de su descubrimiento y aplicaciones, despreciando unas, adoptando otras, que él mismo ha comprobado, e indicando algunas nuevas que pudieran hacerse. [...] Los botánicos encontrarán en ella fructificaciones singulares y aún partes desconocidas en las plantas, a que ha sido preciso dar nuevos nombres. Sus prolijas observaciones sobre el sueño y poligamia de las plantas, sobre sus fructificaciones y otras partes, sobre las fecundaciones recíprocas y las especies híbridas o mestizas, etc., darán a la ciencia luces inesperadas. [.] Me olvidaba de advertir que la obra en mi tiempo [como Segundo Agregado de la Expedición Botánica (1791-1794)] pasaba de treinta volúmenes de a cien láminas, pero en el día creo que llegue a cuarenta, porque se han añadido muchas láminas, cuyo total no bajará de cuatro mil. [.]2. (RJB, C, leg. 24, carp. 4, carta 9 ff. 1 r., 2 r.)
Se trata de un pasaje de una carta privada inédita preparado por encargo para la publicación. La calidad del contenido se consideraba proporcional a la condición de Zea como subdirector de la Expedición Botánica (1783-1816) y protegido de Mutis. Tras intervenir el fragmento, Cavanilles lo integrará a su célebre artículo “Materiales para la historia de la botánica”, que apareció en Anales de Historia Natural en junio de 1800. Esta primera revista española, especializada y de difusión internacional, comenzará a circular en octubre de 1799. El decreto fundacional del rey Carlos IV (1748-1819) manifestaba la voluntad de que allí se publicasen, como en efecto pasó, “los descubrimientos hechos [.] por los extranjeros [y] los que se hacen en España en la Mineralogía, Química, Botánica y otros ramos de Historia natural” (Fernández Pérez, Anales 1: 15). Cavanilles ejercía como editor, junto con Cristiano Herrgen (1765-1816), mineralogista alemán, y los químicos Joseph-Louis Proust (1754-1826), francés, y Domingo García Fernández (1759-1829), español. La representación se publicó un año antes del arribo de Cavanilles a la dirección del Real Jardín Botánico (RJB) (Madrid), el 1.° de junio de 1801 (López Piñero, 89), tras la jubilación forzosa de Casimiro Gómez Ortega (1741-1818), con “salario pero con poca honra” (Puerto Sarmiento 305).
¿Por qué es importante la descripción de Zea? Mutis morirá sin levantar inventarios de su gabinete: herbario, dibujos, óleos, biblioteca, curiosidades y manuscritos3. Reiteradamente desobedeció órdenes de enviar adelantos de su Flora, con destino a la publicación prevista al cuidado del RJB. La situación generó la Real Orden del 27 de octubre de 1789, que solicitaba explicar los retardos. Para entonces, había optado por enviar al ministro de Estado, conde de Floridablanca (1728-1808) una muestra de su obra: el almendrón, que identificó como especie amygdaliferum del género Caryocar. La supuesta nueva especie llegó prolijamente descrita y delineada en tres láminas en gran folio, llamado Imperial (± 54,5 x 38 cm): una en color, modelo para la iluminación; otra en blanco y negro para el grabado y la tercera iluminada representando la anatomía de la flor y del fruto. Distintiva de la Flora en el aspecto iconográfico, la muestra se hallaba lejos de reflejar con idéntica fidelidad el precario adelantamiento de la obra en descripciones y clasificación. Las láminas, en particular, documentaban el estilo adaptado por Mutis en homenaje al difunto rey Carlos III (1720-1788), con ocasión del establecimiento de su expedición4. El gran folio iluminado a mano era entonces el lujo de los lujos de las artes gráficas.
Zenón Alonso, ahora oficial de la Secretaría de Gracia y Justicia, secretario del Virreinato de Nueva Granada (1786-1789), aficionado a la historia natural, amigo de Mutis y de Cavanilles5, fue el elegido por el director para que le entregara la muestra al ministro. Floridablanca ordenó trasladarla al Consejo de Indias, que solicitó el dictamen de Gómez Ortega y de Cavanilles, quienes “han confesado que no han visto cosa igualmente bien executada por la exactitud y verdad”. Cavanilles validará la novedad en 1797-1798 (Icones 37-42; Tab. 361 y 362). Los consejeros devolvieron a Floridablanca la descripción de C. amygdaliferum para que la presentara al rey. El ministro se conformó en todo con la Mesa y expidió la Real Orden del 27 de enero de 1790, felicitando a Mutis y animándolo “a remitir a España lo que estuviera concluido”.
El expediente del asunto deja ver que ya para 1789-1790 las autoridades sospechaban la asimetría de la Flora, entre el “grado de perfección de sus láminas” y el atraso de la parte científica6. Tal diagnóstico quedó ratificado el 19 de mayo de 1793 en el informe confidencial del deán de la Catedral de Santafé, Francisco Martínez (m. 1794), preparado a instancias del ministro de Gracia y Justicia, Pedro de Acuña (n. 1755):
Dicho Director [Mutis] [...] me franqueó toda su oficina y cuantas láminas tiene trabajadas en el ramo de botánica, que es el único que ha podido abrazar y en el que sigue actualmente sus observaciones. [.] Lo que vi no fue más que lo correspondiente a sus láminas de botánica que son de considerable número y exquisito primor. Pero habiendo observado que es muchísimo lo emprendido y muy poco lo acabado, y haciéndome cargo igualmente de que la parte científica que mira a las descripciones y demás trabajos literarios quizás estarán menos adelantados que lo que yo examiné, me causó notable dolor el considerar tan escasa la salud de este sujeto y su edad un poco avanzada; está expuesta esta grande obra a padecer un infortunio irremediable, cuyo acontecimiento sería digno de sentirse por muchas razones [...]. (Pérez Arbeláezet al. 131)
Es significativo el silencio de Martínez acerca de lo que se podía esperar de la agregación, desde 1791, de Zea, Sinforoso Mutis (1773-1822) y Juan Bautista Aguiar a la plantilla de la expedición7.
La Flora fue presentada por Zea con un “no bajará de cuatro mil” láminas8, a lo que, sin fundamento, Cavanilles agregó “y otras tantas descripciones” (“Materiales” 28)9. Este atributo cuantitativo inédito en el mundo de aquel entonces abrumó y continúa abrumando (tabla 1). La administración hizo la vista gorda frente a la magnificación cometida por Cavanilles.
Fuente: elaboración propia a partir de la consulta de las obras publicadas pertinentes entre 1791 y 1802.
Así fue como las líneas de Zea se convirtieron en lugar obligado para el conocimiento de la Flora. Las novedades aportadas ratificaban el dictamen emitido diez años atrás por Gómez Ortega y Cavanilles. Por difícil que pueda resultar creerlo, la muestra publicada en Icones era la única prueba que detentaba la ciencia metropolitana de la realidad sensible de la obra (Chartier 59)10, en la redefinición de que fue objeto a partir de 1783 y entendiendo por realidad sensible piezas originales (láminas, ejemplares de herbario, descripciones). A ello se agregó que el propio Mutis y Cavanilles, junto con las autoridades decidieran ocultarle a Europa y a las nuevas generaciones de naturalistas -Caldas, Zea, S. Mutis y Mariano Lagasca (1776-1839)- las limitaciones de la obra. Todo indica que el director aprobó plenamente la “Memoria”. Zea aseguraba haberle “dado [a Mutis] una [copia]” (RJB, C, leg. 24, carp. 4, carta 14, f. 1 v.). Por otra parte, la correspondencia conocida de Mutis a Cavanilles no solicita enmienda, como queda claro en la carta de Santafé a 19 de julio de 1802, donde consigna: “Me divierto ahora con los Anales que me ha traído Sinforoso [Mutis, que acababa de regresar de España]. Cuántas cosas buenas!, o por mejor decir, todo bueno y escogido” (Hernández de Alba, Archivo epistolar 2: 186). Esta debilidad de la imaginación (Chartier 57-58) asociada de complicidad para salvaguardar tanto el honor de la nación como el prestigio del sabio, contribuye a explicar el poder simbólico y persuasivo que alcanzaron los “Materiales” durante más de tres lustros. Fue Caldas el único que logró liberarse de esta representación11, descubrió el secreto y denunció la verdad; Zea, Lagasca y quizá Sinforoso Mutis quedaron atrapados en aquella debilidad. Inútil decir que aquí no se toma el testimonio de Caldas como elogio sino como constatación.
Hebephilo y su experiencia formativa con la Flora de Bogotá
Ahora se trata de establecer la experiencia formativa de Zea en la expedición. El asunto es relevante porque condiciona la descripción de la Flora por Zea. Un vector se proyecta de la experiencia formativa a dicha descripción y de esta a la representación narrativa publicada por Cavanilles. Los autores movilizados para la elaboración teórica de esta investigación, Louis Marin, Roger Chartier y Pierre Bourdieu, desatienden deliberadamente el asunto del referente sensible de la representación. Ese referente se halla integrado aquí por aprendizajes, experiencias, vivencias y recuerdos. Sin embargo, las herramientas teóricas seleccionadas son aportes decisivos para entender el relato de Cavanilles como medio de representación de la Flora, al proyectar sus dimensiones excepcionales, con el fin de persuadir al público ilustrado de que la obra estaba efectivamente representada en la materialidad textual editada por él (Chartier 51; Marin 139).
Zea fue integrado a la expedición por el virrey José Manuel de Ezpeleta (1739-1823) el 11 de noviembre de 1791 (Hernández de Alba, Archivo epistolar 3: 268), con un sueldo de 500 pesos anuales12, conforme a los términos de la solicitud elevada por Mutis el 27 de octubre de aquel mismo año de 1791. Como se ha dicho, hacia 1789, la Corona había presionado para que se explicara el retardo en la publicación de la Flora. En mayo de 1791, el mismo Ezpeleta ordenó el traslado de la expedición de Mariquita a Santafé, para controlar mejor el adelantamiento. La vinculación de Zea obedecía además a instrucciones impartidas por Madrid.
Vuestra Excelencia previno anteriormente, con mucha oportunidad, al Virrey tomase las medidas que le dictase su prudencia para que si llegase el caso de enfermedad, muerte u otro funesto incidente del Director, nada se extraviase de sus papeles y trabajos. Sería el complemento de este acertado pensamiento el que se pusiese al lado de Mutis alguna persona instruida en la Botánica, ya fuese de allá si lo (sic) había a propósito, ya que se enviase de España, que formado (sic) bajo su disciplina, se pusiese en estado de ayudarle ahora y después de continuar bajo un pie uniforme sus tareas. (Nota de la Mesa del Consejo de Indias al Secretario de Estado Floridablanca, Pérez Arbeláezet al. 127)
El nombramiento se hizo “en atención a la sobresaliente instrucción [y] vivísimos deseos [del designado para] entregarse enteramente al estudio de la naturaleza” (Hernández de Alba, Archivo epistolar 2: 66). Zea ignoraba el abecé de la botánica. Se seleccionó a un criollo en razón de la voluntad del director de mantenerse independiente del RJB, particularmente de Gómez Ortega (Amaya 1: 61, 344-345; Amaya y Torres 46-50). Zea adelantaba estudios de derecho en el Colegio de San Bartolomé desde 1786. Se esperaba que se graduaría en 1791 (Soto, Francisco52, n. 13), lo que nunca ocurrió. Siendo todavía estudiante, el alma mater le confió la cátedra de gramática (1788) y la de filosofía (1789). Se desempeñaba además como preceptor de los hijos del virrey (Botero 56).
Llama la atención que Mutis se haya fijado en Zea, líder estudiantil y autor de la serie censurada, “Avisos de Hebephilo”. Allí se ignora la autoridad de Mutis para “derrotar” el ergotismo y “llevar las luces á las tenebrosas Escuelas, donde habita la ignorancia” (Zea, “Avisos” 8: 64). Aparecieron dos entregas, el 1° y el 8 de abril de 1791, en Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. Criticaban a un pequeño y aparentemente ilustrado sector de la administración que habiendo identificado los medios para contribuir al enriquecimiento del país prefería mantenerlos en silencio. Según el novel autor, la universidad, lejos de preparar a la juventud para el progreso, proponía una enseñanza oscurantista. Era la distancia entre un gobierno informado e indiferente y una juventud inteligente y abandonada a la ignorancia, lo que exasperaba al autor y lo reafirmaba en la convicción de que el autodidactismo era la única vía para despertar a los jóvenes e imponerse allí donde los mayores -entre los cuales citaba a Mutis- no habían tenido el coraje de fundar o regentar duraderamente cátedras de ciencias útiles. Los “Avisos” impugnaban la esperanza de que los cambios tecnológicos para la explotación de las riquezas naturales vinieran de la élite ilustrada. La mediocridad de la enseñanza le imponía a la juventud el deber de acceder por sus propios medios a las Luces y promover por esta vía las ciencias útiles, con la mira de incrementar la productividad del pueblo laborioso. Todo ello conduciría a una evolución socioeconómica que desterraría la pobreza y la miseria “del suelo en que nacimos, y que vamos à honrar con nuestras luces” (Zea, “Avisos” 9: 68).
Mutis y su crítico pertenecían a la administración. Becario, Zea vivía interno en San Bartolomé. Su pensión anual a cargo del rey ascendía a unos 83 pesos13. Se agregaban los honorarios de catedrático: 250 pesos anuales. La cabeza de la reforma universitaria operaba desde la administración y se beneficiaba de un sistema que criticaba severamente. Como estudiante era colega de sus profesores, quienes ejercieron autoridad sobre el protestatario hasta acallarlo en 179114. A Mutis y al virrey les interesaba neutralizar al opositor.
A las diferencias señaladas se agregaban distancias generacionales. Mutis (59 años) optó por “intentar la conquista” del joven Zea (25 años), para “depositar [en él] mis conocimientos de la Historia Natural de este Reino”. Estaba seguro de que el elegido haría “su carrera literaria” en la administración, lo que traducía la esperanza de la conversión del estudiante de derecho en naturalista. Quedaban en suspenso los estudios jurídicos. Mutis parecía convencido de su capacidad para inducir el amor a la botánica en aquella inteligencia. Se esperaba que el trabajo del naturalista haría del nuevo agregado alguien más sosegado. El director determinó subordinarlo. “De una vez” debía abandonar “cualesquiera otros recursos de su subsistencia”, esto es, la cátedra de filosofía (Hernández de Alba, Archivo epistolar 2: 66-67). Así fue como el protestatario renunció a su liderazgo y una vez más fue reducido al silencio.
Durante “dos años estuv[o] [Zea] en casa [de la expedición, que era también residencia de Mutis], instruyéndose” en botánica (RJB, C, leg. 24, carp. 4, carta 1, f. 4 r.). Allí vivió con techo, comida y lavado de ropa a cargo del erario, quedando intacta su asignación anual (Amaya y Torres 59). Semejante vinculación reforzó la relación de protección establecida. Así se consumó el traslado de Zea de la administración universitaria a la científica; el funcionario conservó la condición de pensionado. Estaba claro que los primeros años de desempeño se destinarían a la formación.
Estudió a Linneo, se interesó por el sistema natural de Michel Adanson (1727-1806), consultó la biblioteca botánica de Mutis, depositada en la sede de la expedición, comenzó a formar su propia colección de libros, colectó y montó su herbario personal, aprendió a describir en latín y sin duda en español15 y descubrió el arte de la ilustración de las plantas16. Más o menos improvisada, su formación transcurría en el corazón de la urbe santafereña, desprovista de jardín botánico, y con un maestro que para entonces también había abandonado la exploración, que por cierto nunca practicó sistemáticamente. Así se perfila el aprendiz que intentaban formar Mutis, el autor de la Flora de Bogotá, y quizá también Salvador Rizo Blanco (1760-1816), el “conservador/curador” de la obra17.
Consciente de sus limitaciones en botánica18, Mutis impartía una enseñanza gradual, cuyas etapas previstas Zea no pudo finalizar19. El maestro autorizaba un acceso progresivo al gabinete20. Aunque Zea tuvo frente a sus ojos la colección de láminas, utilizadas para educar la mirada, no le fue dado consultar el manuscrito de la Flora, por la simple razón de que nunca se escribió21. A riesgo de ser reiterativos, resulta indispensable evocar la naturaleza de la Flora para relacionarla con la formación de Zea. El discípulo estaba convencido de que Mutis era un autor y no un mero colector, y que la Flora de Bogotá participaba del misterio de una obra iniciática, utilizada como medio supremo de formación. El maestro portaba la obra en la memoria22. La oralidad constituye un rasgo estructural de la tradición científica instaurada en Nueva Granada en 1760. De ahí la urgencia de asegurar la sucesión: Zea estaba destinado a poner por escrito/continuar el legado botánico de Mutis.
El conocimiento de la flora del planeta reposaba en gabinetes europeos. Imposibilitado para acceder a ellos, Mutis aseguraba esperar apoyarse en los libros para escribir su obra. Eran su referencia, el medio con que contaba para demarcar lo que conocía. En los libros se desplegaban las realidades de las clases, los órdenes y los géneros integrados por especies, todo ello en continuo crecimiento y cambio. Sin embargo, la operación consistente en comparar las realidades locales con representaciones publicadas en forma de descripciones y dibujos, nunca fue sistemática en la práctica del día a día. Se observa que en el momento de enseñarle botánica a Zea, Mutis había abandonado la preparación de descripciones literales y se había concentrado en la producción de láminas, que eran auténticos “discursos” botánicos. En ciencia, el dibujo en detalle equivale a una descripción implícita. Desde 1789, se había declarado “iconista”. Sostenía que el dibujo superaba la descripción más acabada, bastando para determinar las plantas:
Puedo prometerme que la lámina que saliere de mis manos no necesitará nuevos retoques de mis sucesores; y que cualquiera Botánico en Europa hallará representados los finísimos caracteres de la fructificación, que es el abecedario de la Ciencia, sin necesidad de venir a reconocerlos en su suelo nativo. (Hernández de Alba, Archivo epistolar 1: 440)
Nada indica, empero, que Zea haya aprendido la ilustración botánica, aunque le reconocía un valor científico eminente. Quizá consultaba los libros comenzando por la “lectura” de las ilustraciones. “Las figuras del Prodromo [de la Flora Peruviana et Chilensis (Madrid, 1794)] representan la fructificación en su magnitud natural y tan exactamente que por ellas las reconocí, antes de ver la descripción” (RJB, C, leg. 24, carp. 4, carta 1, f. 3 v.). Las citadas figuras se hallan al final de la obra.
La predilección por el iconismo no interrumpió la adquisición bibliográfica. Gigantescas acumulaciones de plantas secas, dibujos y libros crecieron de forma paralela con encuentros episódicos. El gabinete terminó siendo un lugar privilegiado donde la naturaleza de Santafé y sus alrededores quedó a la espera de ser sometida a la racionalidad de la clasificación científica; a la muerte de Mutis los dibujos carecían de determinación24.
Justo por aquellos días Mutis se hallaba preparando (¿ultimando?) el libro titulado El arcano de la quina25, que verá la luz en 40 entregas del citado Papel Periódico, desde el 1o de mayo de 1793 (n.° 89) hasta el 7 de febrero de 179426. Las virtudes medicinales y lúdicas del “divino y amargo remedio” eran presentadas bajo la forma de cervezas (similares al guarapo), jarabes y tisanas curativas y profilácticas. De este modo, Zea pudo ver cómo testimonios recuperados de curanderos y cosecheros, sometidos a experimentación médica y cotejados con literatura pertinente se plasmaban en un libro. La presencia de Zea en la expedición corresponde con los años en que se construían las estrategias de reemplazo de la explotación estancada por la privada. El arcano testimonia la dinámica e importancia del nuevo ramo de comercio libre.
Cuando Zea integra la expedición, Mutis vivía un momento de cambio. Antonio Porlier (1722-1813), secretario del Despacho Universal de Indias, había declarado “inconveniente la ‘quina de Bogotá' el 25 de febrero de 1789. Se prohibieron los envíos a la Corte” (Fernández et al. 569-570). La clausura del estanco conminó a Mutis a renunciar a las ideas que le había comunicado Miguel de Santisteban, a su llegada a Santafé en 1761. En concordancia, Mutis consideraba la quina “tesoro concedido únicamente a los Dominios del rey católico”. El monarca se hallaba en la obligación de “distribuirla a las demás naciones” de la tierra, para salud del género humano. Se trataba de ponerla al abrigo de las ambiciones y la ignorancia de comerciantes criollos y de cosecheros locales (Pérez Arbeláez 10).
Los años de formación de Zea estuvieron asociados con la edición. Su amistad con Antonio Nariño (1765-1823)27, propietario de la Imprenta Patriótica, de donde salió el Papel Periódico desde el 19 de abril de 179328, le permitió sin duda asistir a la transformación del manuscrito en libro29. Para Nariño, impresor del Reino, fue un desafío publicar El arcano, texto rico en nombres extranjeros, apelaciones técnicas, citas en lenguas extranjeras y notas eruditas. Como negociante en quinas que era desde 1791 (Posada e Ibáñez 21), estaba interesado en la publicación impecable de una obra que reivindicaba las cortezas impugnadas desde Madrid. La experiencia original de Zea con la edición, en este caso de un controvertido texto comercial y médico, se produjo en Santafé, más precisamente en la Casa Botánica y en la Imprenta Patriótica. Era incondicional de los contenidos del libro. Lo llevaba en sus valijas cuando ocurrió el destierro a Cádiz. Paulatinamente tendrá ocasión de percibir el impacto de la obra en el comercio internacional y la exitosa integración de su maestro al mercado mundial de quinas30.
La formación de Zea se produce además en un momento en que están transformándose y apareciendo nuevos actores en el ramo de las quinas; son años de ruptura y de eclosión de nuevas expectativas locales. En 1793, Mutis era consultado por el virrey Ezpeleta a propósito de una solicitud presentada en 1792 por Nariño, para “extraer de los montes de Fusagasugá tres mil arrobas de quina para su exportación a España” (Posada e Ibáñez 16). El promotor del estanco se había convertido en asesor para la concesión de licencias. En su informe, Mutis no ocultó la simpatía que le inspiraba la “tentativa de comercio no poco arriesgada” de Nariño, “por el infeliz concepto que le merece al comercio de Cádiz toda la quina” de Nueva Granada (Posada e Ibáñez 18-19). Fueron 3.000 arrobas de quina que equivalían a 75.000 libras, cantidad ciertamente enorme cuando se considera que el consumo de la península para 1792 había sido calculado en 40.000 libras por la Oficina de Balanza de Comercio. Información aportada por la misma instancia permite afirmar que el proyecto de Nariño representaba un 7,5% del mercado mundial de entonces (Hernández de Alba iv-v). Frente a estas cifras puede señalarse que Mutis remitió 556.500 libras de quina [...] hacia Cádiz, desde 1786 (Soto, Francisco58, n. 85).
El 24 de octubre de 1793 Mutis extendía su concepto favorable; la aprobación formal se produjo el 11 de mayo de 1794. Hacia el 6 de octubre de 1793 Mutis ya se había apercibido de los “gravísimos peligros” que se cernían sobre Sinforoso Mutis -y sobre Zea- por su tratos con miembros del Arcano Sublime de la Filantropía, la tertulia de Nariño (Hernández de Alba, Archivo epistolar 2: 93). Aquí se nota un contraste en el concepto de Mutis sobre Nariño. Por una parte, los peligros que su compañía implicaba para los adjuntos de la Expedición y por otra las ventajas de sus proyectos quineros para el reino. Mientras el gobierno peninsular negaba el apoyo a la explotación de las quinas y desprestigiaba el producto, Nariño comprometía capital en el ramo. Desde 1791 venía acopiando corteza en Santafé, extraída en Fusagasugá, pagándola sin duda a buenos precios.
Tus cosecheros a quienes has tratado con humanidad te han pintado como el verdadero amigo de los hombres, cuyas ideas todas van dirigidas al bien de los pobres. Este concepto es aquí [en Fusagasugá] general y muchos vienen de Santafé con la noticia fresca de que te conocieron como los que vienen de Roma contándonos que vieron al papa y la iglesia de San Pedro. (Hernández de Alba, Archivo Nariño carta 30)
A Mutis, el autor de El arcano de la quina, no podía serle indiferente este proyecto. Emergía en Nueva Granada, de un grupo de comerciantes sensibles al contenido de la obra, una suerte de patente del producto. El médico francés Louis de Rieux (1755-1840), otro contertulio del Arcano Sublime y corresponsal de Zea, operaba en Cartagena hacia 1792 como agente de quinas de Nariño. El plan era poner el producto en Londres; se llegó a barajar la posibilidad de que Nariño se desplazara personalmente a la capital inglesa (Hernández de Alba, Archivo Nariño carta 10). En mayo de 1794, con la aprobación de la licencia de exportación, Nariño completó la logística con la que planeaba contribuir al libre comercio. Mutis se integraría al nuevo movimiento comercial una década más tarde. El 29 de agosto de 1794 Nariño fue capturado por razones de sobra conocidas. La licencia quizá nunca fue utilizada, pero quedó flotando en el ambiente la certeza de que sí eran posibles exportaciones de envergadura a Europa.
Los contertulios de Nariño eran también sus asesores y socios comerciales. Se trata de otro aspecto central e inédito a la hora de contextualizar la formación de Zea. Esta mezcla de política y comercio era conocida de Mutis, quien reforzaba intelectualmente el aspecto comercial, aportaba el científico médico y la autoridad de director de una real expedición.
A pesar de la novedad y cantidad de sus funciones en la Expedición, y recelando todavía de las autoridades, Zea continuó frecuentando el Arcano Sublime, del cual era miembro fundador (1789)31. La dinámica de la vida intelectual había abandonado la corte virreinal para instalarse en el corazón de las tertulias que se multiplicaban en Santafé. El Arcano Sublime se había convertido en lugar de inspiración y preparación de los “Avisos de Hebephilo”, por cierto muy contestados por “algunos sugetos encargados de la enseñanza publica” (Rodríguez 9: “Suplemento” 1). Otras lecturas y comprometimientos clandestinos le impidieron a Zea concentrarse plenamente en los estudios botánicos. Desobedecía órdenes de Mutis, quien “no quería me distrajese en otra lectura que no fuese botánica” (RJB, C, leg. 24, carp. 4, carta 9, f. 4 r.). El adalid del autodidactismo para la formación en las ciencias útiles se distraía en menesteres políticos, justo cuando había encontrado la oportunidad de dedicarse a su formación. Contrariaba además a Mutis que los francisados, como se conocía en Santafé a los simpatizantes de las ideas de la Revolución francesa (afrancesados en la península), no observaran discreción en las actividades de su salón literario. Juzgando que el asunto tomaba proporciones enormes determinó, en agosto de 1793, distanciar a Zea de Santafé32, enviándolo a Fusagasugá, a “una montaña solitaria [donde debía realizar] excursiones botánicas” (RJB, C, leg. 24, carp. 4, carta 9, f. 4 v.) provisto de una biblioteca selecta (tabla 2).
Fuentes: elaboración propia a partir de la “Lista de libros pertenecientes a Don F. A. Zea que se hallan depositados en la Biblioteca de la Expedición Botánica”, Rizo al Oidor Francisco Cortázar, Santafé, 1.º de agosto de 1809 (Hernández de Alba, Historia documental 124; Hernán dez de Alba, “Inventario”; bnc, Catálogo; Ruiz Martínez).
Los bosquetes vecinos de Fusagasugá33 estaban considerados como el primer sitio de extracción de quinas santafereñas, desde la primera compra a cuenta del rey, bajo la responsabilidad de Sebastián José López Ruiz (1741-1832) en 1780. Entre el 2 de marzo y el 20 de abril allí adquirió el 70% del total calculado en 15.576,25 reales (AGI, IN, 1554, ff. 93r.-98r.).
Las “conversaciones literarias” de los adictos a Nariño se combinaron con tópicos más profanos relacionados con el comercio. Siendo notoria la escasez de quina en Fusagasugá, Zea sopesaba nuevas posibilidades para su extracción. Asesoraba a Nariño sobre la conveniencia de “descubrir en Antioquia buenos montes de quina” por tener su país una mejor salida al mar que la de Santafé o las tierras del sur (Soto, Francisco 49). Decir además que Zea portaba el Arcano de la quina como un libro viviente. Podía verificar in situ los conocimientos aprendidos sobre las condiciones de extracción de la corteza: ubicación de los árboles adecuados, técnicas de recolección, conservación, almacenamiento y transporte. Además, habiendo estado a cargo del proyecto de Real Estanco de la Quina desde 1787 hasta su abolición en 1789, Mutis conocía como nadie en Nueva Granada el nombre de los cosecheros, los lugares de procedencia de las especies medicinales (baldíos y haciendas) y la evolución de los precios durante la segunda mitad de la década de 1780. Nada indica que esta información haya llegado a conocimiento de Zea ni de Nariño. ¿Acaso Mutis quería evitarle comprometimientos políticos a Zea y evitarse suspicacias, aunque le interesaban las relaciones comerciales del agregado con Nariño?
Mutis se halla en la base de esta selección de libros. Unos le pertenecían, otros los había negociado con el agregado. La elección es indicativa de los derroteros desplegados en la formación de Zea, más precisamente de la bibliografía que Mutis empleaba en su magisterio, sin desconocer los gustos incipientes del discípulo. Las dieciséis obras botánicas identificadas se hallan escritas en latín (75%), español (12,5%) y francés (12,5%). Un 25% son de formación básica: Philosophia botanica (Linneo) y su versión castellana, Parte práctica de botánica (Palau Verdera), el Curso elemental de botánica (Gómez Ortega) y Elementa botanicae (Oeder). Aunque Zea poseía el Curso34, prescrito desde 1785 para la enseñanza en el RJB, este no se usó en su formación. “[A] la verdad jamás había leído dos páginas [de aquella obra] con atención”. Más aún, solo lo leerá en Cádiz en 1798. “Lo miraba con desprecio”, siguiendo el parecer de Mutis quien “hablaba del tal cursillo como de un monumento de vergüenza”. Aquí se evidencia un rechazo heredado del jefe y desvinculado de una lectura crítica, actitud a tono con el espíritu de partido reinante en Santafé (RJB, C, leg. 24, carp. 4, carta 6, f. 1 v.; RJB, C, leg. 24, carp. 4, carta 4, f. 1 r.). Una vez más se confirma que la presencia de un libro en una biblioteca no es garantía de que su propietario o la persona que lo detenta lo haya leído y ni siquiera que lo aprecie; sin embargo, en el estudio de las bibliotecas, el análisis de inventarios y de listas de libros continúa ocupando un lugar insustituible.
Parece claro que Mutis prefería la edición en latín de Philosophia botanica para enseñar los principios y el glosario de esta ciencia. La preferencia por Linneo también se reafirma en la novísima edición (1792) del Nomenclator botanicus (Retzius). El interés por obras sobre flora americana y su historia salta a la vista con un 44%. Incluye títulos de viajeros: Plumier, francés, y Jacquin, austriaco. La selección adolece de las contribuciones inglesas (Sloane, Browne o Catesby), presentes sin embargo en la biblioteca de Mutis sita en Santafé35. Es apenas lógico pensar que la clave de lectura del Supplementum consistía en precisar los aportes de Mutis a la botánica americana. En pocas palabras, Zea detentaba en Fusagasugá un saber enciclopédico de la flora del planeta, en particular, de la americana, que lo ponía en estado de discriminar las novedades. Las obras sobre flora americana en manos de Zea presentan no menos de 785 ilustraciones de plantas que le permitían apreciar la calidad sin parangón de la iconografía botánica adelantada en Santafé. También, con Famille des plantes (Adanson), se perfila un interés que trasciende el sistema artificial de Linneo, y la Flora Monspeliaca (Gouan) podría revelar una cierta atención por la botánica comparada.
El paralelo de la biblioteca en manos de Zea con la de Nariño muestra que la curiosidad de este último por la ciencia amable de las plantas dependia de las orientaciones del RJB, y que por lo relativo a la botánica su librería no competía ni mucho menos en especialización con la de Mutis y tampoco con la selección en poder de Zea.
Desde su refugio en Fusagasugá, Zea cultivó una “frecuente correspondencia con el director” Mutis (desconocida hoy por hoy), que incluía el envío de “continuas remesas y producciones”36. “La cercanía de la pequeña población a Santafé le permitió [a Zea] viajar constantemente a la capital y participar en las reuniones de la Expedición y en las literarias de Nariño” (Soto, Francisco 41). La relación se continuó además con una nutrida correspondencia. Contrario a los planes de Mutis, la distancia acercó como nunca a Zea y a Nariño y lo alejó quizá de Mutis. Se sabe con certeza que Nariño arropó a su amigo en aquellos días difíciles. A la vigilancia por parte de las autoridades se sumó la muerte del padre de Zea, don Pedro, ocurrida durante el retiro de Fusagasugá. Para colmo, la administración decidió retrasarle el pago del sueldo, antes de ordenar su captura. “Estoy pereciendo y mi sueldo durmiendo en [las] Cajas [Reales de Santafé]”. Siento “los resortes de mi alma flojos y sin acción” le confesaba a Nariño (Hernández de Alba, Archivo Nariño carta 30). Nariño, Zea y Rieux correspondían en lenguaje cifrado37.
A modo de conclusión
El análisis de la descripción de la Flora de Bogotá, preparada por Zea en diciembre de 1798 y editada por Cavanilles en junio de 1800, motivó esta primera parte de una investigación más amplia que continúa adelantándose, y que está destinada a establecer las razones y circunstancias del traslado del gabinete de la Expedición Botánica de Santafé a Madrid (1817). Aunque el crédito que mereció la descripción de Zea se explica por su condición de subdirector de la Expedición Botánica, se hacía indispensable intentar aquí la reconstrucción/ revisión de su trayectoria al lado de Mutis, que sería incompleta si no se considerara la relación de ambos con Nariño. Su integración a la “Casa Botánica” en 1791 tuvo unas condiciones previas y unas características precisas. Emerge así un nuevo perfil de Zea. El informante de Cavanilles era indócil. Tras haber experimentado contradicciones de envergadura con Mutis, lo secundó en el rechazo de la botánica oficial madrileña representada por Gómez Ortega. Nunca superaría la condición de aprendiz de botánica, aunque dispuso en Santafé de obras de Linneo y otros libros fundamentales de botánica; además, tuvo el privilegio de consultar los títulos más autorizados de su tiempo sobre botánica americana, todos ellos profusamente ilustrados. La formación de Zea representa la culminación de lo que se podía aspirar en botánica en Nueva Granada, con excepción claro está de Eloy Valenzuela (1757-1834). Su formación múltiple lo habilitó más para diseñar políticas científicas que para ser explorador o naturalista de gabinete. Su permanencia en Fusagasugá le avivó el interés por el comercio de las producciones de la naturaleza del virreinato, hasta el punto de convertirse en consejero de Nariño, su amigo íntimo, en los proyectos de crear riqueza con la explotación de la quina. Su formación en la Expedición Botánica corrió paralela con los trabajos preparatorios de El arcano de la quina. Zea fue punto de confluencia de la enseñanza de la botánica, experiencias con el mundo de la edición y de la imprenta, en un clima de promoción y controversia de las quinas santafereñas.
Se ha tejido una suerte de telón de fondo sobre la realidad de la Expedición Botánica y sobre los progresos de Zea en su seno, en el contexto intelectual, político y económico de la capital del virreinato. En lo que sigue de esta investigación, que se publicará posteriormente, se tratarán de establecer las razones que movieron a Cavanilles a solicitarle a Zea un informe sobre los trabajos de Mutis, en unas circunstancias políticas y económicas que deben precisarse. También se intentará esclarecer la transformación de la descripción de Zea en lugar obligado para el conocimiento de la Flora por parte de la administración metropolitana, en particular, cómo contribuyó a documentar, desde 1814, la voluntad del Real Jardín Botánico de echar mano de la “Casa Botánica” de Santafé, objetivo logrado manu militari en 1816. El traslado del gabinete de la Expedición Botánica configura uno de los momentos cruciales de la ciencia colombiana.