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Fronteras de la Historia

Print version ISSN 2027-4688

Front. hist. vol.22 no.2 Bogotá July/Dec. 2017

 

Reseñas

Des archives aux terrains. Essais d'anthropologie historique

RENÁN SILVA1 

1 Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia

WACHTEL, NATHAN. París: Ehess/Gallimard/Seuil, 2014. ISBN: 9782021098105. 430 ppp.


Una palabra inicial sobre el contenido de la obra: algo más de cuatrocientas páginas, divididas en cuatro partes básicas -que son el itinerario de la obra de Nathan Wachtel-: 1) las relaciones entre historia y antropología y la idea de una antropología histórica, 2) el ciclo de los estudios andinos, 3) las polémicas del último tercio del siglo XX en torno al estructuralismo y el análisis histórico, y 4) al final, el gran ciclo reciente de los estudios judíos, en el campo específico del marranismo y su expansión por América hispana desde el siglo xvi, así como sus formas de existencia en el presente.

El título de la recopilación es preciso y el autor lo aborda con toda claridad en la larga presentación de la obra -“De los indios a los marranos”, palabra esta última justificada como término del análisis histórico y social-. En esas páginas iniciales, Wachtel recuerda de qué manera su trayectoria de investigador ha representado un juego de intercambios permanentes entre el presente y el pasado, entre los archivos y el trabajo en el terreno, entre los rigores de la ciencia y una perspectiva humanista que nunca olvida la historia de las mayorías y el sufrimiento de las víctimas de grandes catástrofes históricas, y todo ello sin el menor ánimo de moralizar post festum.

Esta recopilación, hecha por el propio autor, convence de la importancia de los textos y de la propia obra que por medio siglo ha ido construyendo Wachtel, quien llegó a ser conocido y respetado en América Latina desde comienzos de los años setenta del siglo pasado, luego de la aparición de su famoso clásico de antropología histórica andina, La visión de los vencidos. Después, el interés por su trabajo parece haber disminuido, si se cree en lo que enseñan los catálogos de las bibliotecas universitarias, por lo menos en Colombia; y, más en general, si se pone atención a lo que indican los programas de clase de las escuelas de antropología en muchas otras partes, como se puede comprobar examinándolos, o simplemente conversando con estudiantes que han cursado esa disciplina universitaria en años recientes e interrogándolos sobre sus lecturas. A veces en esas conversaciones he escuchado incluso la idea insólita de que se trata de un autor que “habló de la derrota de los pueblos indígenas de América y no estuvo en capacidad de ver sus resistencias”.

El fenómeno del olvido de un autor es hasta cierto punto normal y puede que hasta saludable, y nadie podría aspirar a que los mismos autores año tras año sigan ocupando la atención de los más jóvenes docentes y de sus alumnos. La disciplina ha cambiado, se dice; ha “evolucionado”, como se diría, acudiendo a una palabra en el presente cuasi prohibida, y hoy son otros los tópicos y los estilos dominantes, pues el saber antropológico no ha hecho más que enriquecerse en los últimos años, en la medida en que abandonó precisamente el cuadro puramente “disciplinar y objetivista” que caracterizaba a la vieja generación.

Sin embargo, el abandono de este autor en particular, de su obra, de sus temas y su estilo de pensamiento también podría ser considerado de manera diferente y con un balance mucho más contrastado. Señalemos por ahora que Nathan Wachtel es el autor de una obra compleja, que desde el inicio de su trabajo incorporó en sus análisis las perspectivas cruzadas de dos disciplinas: la historia y la antropología, esta última tanto en el registro etnológico como en el etnográfico, en una conjugación muy bien llevada del estructuralismo de su maestro Lévi-Strauss y de lo que Wachtel llama “el espíritu de los Annales”; es decir, de un tipo de análisis histórico que incorporó la idea de larga duración y el intento de construir una historia total, entendiendo esta expresión como una perspectiva que no separa ni la economía de la sociedad, ni la cultura de lo político, ni lo simbólico de lo material, para acudir a esas formas problemáticas de clasificación de los procesos sociales.

Pero, mientras disminuía en nuestro medio el interés por la obra de Wachtel, si mi opinión es cierta, y otras glorias más efímeras ocupaban el lugar de “maestros pensadores”, Wachtel siguió su camino y abrió nuevos frentes de trabajo que enriquecían sus temas y exigían nuevas aperturas desde el punto de vista del enfoque. Concluido el llamado ciclo andino que se inició con La visión de los vencidos y tuvo un punto muy alto de “cierre” con El regreso de los antepasados (ya no sobre los “incas” sino sobre una comunidad muy especial, los urus de Bolivia, los “vencidos de los vencidos”, en palabras de Wachtel), el autor siguió su marcha, multiplicando iniciativas de trabajo que tomaban en cuenta sus propios intereses de investigación y su propio pasado personal, y siguió el camino de estudiar con detalle el mundo de los vencidos en el propio suelo europeo, en el marco de la Segunda Guerra Mundial y los años anteriores, un tema que no dejaba de remitirlo a su propia vida de niño y de joven de orígenes judíos, que vivía en Francia y estaba asimilado a la cultura académica francesa.

Al parecer, fue un movimiento de tránsito hacia más complejos horizontes de análisis, dotados de una perspectiva global y conectada, dirección en que desde los años ochenta del siglo XX venía evolucionando uno de los sectores más dinámicos de la historiografía internacional, a lo que Wachtel sumó por su propia cuenta la perspectiva de la historia designada como histoire d'en bas -como historia desde abajo, como historia de los grupos subalternos-. Era el encuentro explícito de Wachtel con uno de los grandes temas de nuestra época en el campo de las ciencias sociales y el análisis histórico: el asunto de las víctimas y de su memoria, y el sentido trágico de la historia humana (lo que en parte explica la presencia cada vez más intensa en su obra de Walter Benjamin y sus Tesis sobre la filosofía de la historia). El resultado intelectual más claro de esas nuevas evoluciones es, sin lugar a dudas, sobre todo en lo que interesa a la historiografía de América hispana, La fe del recuerdo y La lógica de las hogueras, dos obras precisas, documentadas, con muchos elementos experimentales (por ejemplo, los retratos de personajes, la forma de presentar y conducir los llamados estudios de caso y, sobre todo, la manera de ligar pasado y presente, de viajar de los archivos a los terrenos y de los terrenos a los archivos, del documento del pasado a la observación y a la entrevista en clave de historia del presente), cruzando todo eso con su vida de investigador que viene de medios sociales judíos, que pertenece a una comunidad de memoria que se liga, por su pasado y por las opresiones padecidas, con las viejas memorias de las sociedades andinas que se encontraban en el inicio del trabajo de Wachtel en el campo de la antropología histórica.

Desde el punto de vista de los enfoques (de la “teoría”, como se dice), hay varias observaciones que hacer, no solo apoyándose en lo que la recopilación llama lecturas -y donde aparece clara la reflexión de Wachtel sobre el estructuralismo, las ciencias sociales y el propio movimiento de la sociedad, lo mismo que sobre el ascenso de la memoria como categoría y como objeto del análisis histórico, y como materia que liga la historia con la sociedad y sus grupos sociales-, sino también pensando en el conjunto del libro: Wachtel no separa teoría de investigación empírica y, además, sabe ligar las evoluciones de las ciencias sociales con la propia marcha de la sociedad, cuyos cambios se expresan en las historias de las disciplinas y en sus ecos académicos y docentes.

Desde este punto de vista, la obra representa no solo un testimonio personal de la vida y obra de Wachtel, sino un repaso de una historia más general, anclada en buena medida en la reflexión sobre el estructuralismo de la segunda mitad del siglo XX, y sobre la escuela de los Annales y los movimientos críticos que en torno a ella, y con justa razón, se han escuchado desde finales de los años setenta. Wachtel conoce bien esa historia, pues fue alumno y colaborador directo de Lévi-Strauss, como antes había sido discípulo de tres figuras importantes del análisis histórico en Francia - entre ellas Ruggiero Romano, gran historiador de la economía, y colaborador directo de Fernand Braudel-, y será luego figura importante en el movimiento llamado en Francia la nueva historia, tal como cristalizó en la conocida obra impulsada editorialmente por Pierre Nora, y publicada en castellano bajo el título equívoco de Hacer la historia1. No es exagerado afirmar que De los archivos a los terrenos constituye un repaso de una historia intelectual reciente que cada vez parece más olvidada, o mitologizada, y de la que las gentes jóvenes solo conocen su contenido por los ecos que les llegan a través de comentarios de segunda mano.

Al leer la obra de Nathan Wachtel reunida en este volumen y mirando con atención la amplia presentación que hace de sus trabajos, se encuentra uno con elementos que ejemplifican su trayectoria intelectual y que deben destacarse; el más visible de todos ellos es el cambio en la continuidad: nada de sacudones violentos, nada de movimientos acrobáticos de circo, nada de conversiones súbitas acompañadas de declaraciones grandilocuentes. El cambio en la permanencia de verdades importantes adquiridas en sus años de formación y que aún se sostienen, en la medida en que vale la pena hacerlo: sin terquedad, sin espíritu de grupo, sin rasgos de envejecimiento intelectual, con la idea clara de que la fidelidad a unas verdades no es el servilismo a doctrinas ni a pensadores. El caso emblemático en la recopilación, y que quizá sirva para ilustrar lo que afirmamos, puede ser el de la relación con la escuela de los Annales -y aun podría citarse su defensa de un cierto positivismo y el elogio ponderado de la necesidad de la historia económica y cuantitativa-.

Larga duración y defensa de la idea del análisis histórico como una forma de historia total son ideas permanentes en esta recopilación, y el autor se encarga de redefinir esas perspectivas en su propia trayectoria, al tiempo que insiste en su vigencia. Lo relacionado con la larga duración no exige aquí mayores demostraciones: no solo se trata de una perspectiva fundamental, que no se opone en absoluto a la llamada microhistoria, sino de un enfoque que, como lo prueban algunas de las formas de global history y sobre todo de historias conectadas, ha vuelto a la escena del análisis en ciencias sociales con fuerza renovada, al punto que uno podría decir que, por fortuna, nuestra época ha vuelto a ser braudeliana, y que las perspectivas localistas, municipales, y aun las encerradas en los marcos de las historias nacionales desconectadas de contextos mayores, no parecen tener más futuro que el que les brinda la rutina. Y, por otra parte, lo que tiene que ver con el ideal de una historia total, un ideal tan cumplido en obras como El retorno de los antepasados, que pone de presente la dificultad del ideal, pero al mismo tiempo su posibilidad, y recuerda que, al final, no se trata más que de mantener la aspiración a articular y a establecer formas de relación entre procesos y acontecimientos que se encuentran ligados en la vida misma de las sociedades, aunque nuestras disciplinas perpetúen la idea de su desconexión a través de las propias categorías de análisis, muchas de ellas simple reflejo de divisiones académico-administrativas y de aspiraciones de poder e influencia de grupos de científicos sociales que han logrado hacerse fuertes a través del monopolio de enfoques y de áreas de saber.

En este punto, al final lo que emerge como un postulado que hay que rescatar del olvido es el lugar central del tiempo en el análisis y la importancia de la historia social, en su definición clásica, como lugar de articulación de acontecimientos y como centro de inteligibilidad de procesos que cubren el campo completo de la actividad humana en sociedades de la más diversa naturaleza.

Habría mucho que discutir con este libro sabio y oportuno, en el que cada texto remite a una historia de las ciencias sociales a través de temas y problemas que siempre serán objeto de debate. Esa discusión en detalle no puede ser desde luego el objeto de una reseña como la que presentamos. Pero es posible aprovechar la oportunidad para llamar la atención sobre dos puntos mayores, incluidos en la obra, y de manera muy concentrada en las páginas finales de la presentación. Uno tiene que ver con la idea del carácter trágico de la existencia, como afirmación general. El otro se relaciona con el problema del autoanálisis de una trayectoria intelectual. Sobre el primero nos limitamos a decir que el asunto parece ser leído en clave benjaminiana, pero a lo mejor necesita un complemento que recuerde que ninguna existencia es simplemente trágica y que todas, hasta las más infelices, conllevan alguna dosis de humor, de alegría, de ironía, de trampa ante la infamia, de dignidad ante el sufrimiento, sin que nada obligue a interpretar esos eventos como “resistencias conscientes y organizadas de la humanidad que lucha por su futuro”, etc., como lo quiere la historia lacrimosa y militante, que desde luego Wachtel no aprecia. Hacia el otro punto, el del autoanálisis, se dirigen los renglones finales de este texto.

El atractivo de la obra se acrecienta cuando leemos las largas páginas de presentación de la trayectoria intelectual de Wachtel y la reflexión que el autor hace sobre su propia obra: se trata en cierta manera de una lectura de su vida y de su obra, y posiblemente por ello, de una interpretación a veces ingenua, aunque seguramente repleta de buena fe. Hablando en el lenguaje de la sociología, podríamos decir que es la puesta en escena de la ilusión biográfica. Al final, el lector queda con la idea de una trayectoria menos compleja de lo que seguramente fue, luego de enterarse de un aparente camino lineal en el que el autor parece inscribirse de una forma no problemática y “natural” en una evolución historiográfica mayor, al parecer un poco alejada de esos “debates y combates” iniciales, que están en el comienzo mismo de la carrera intelectual de Wachtel (su primer artículo aparecido en Annales figuró en una histórica sección de la revista, a la que Lucien Febvre había designado muchos años antes, precisamente, “Debates y combates”).

Esa visión pacificada de lo que ha ocurrido en las ciencias sociales en estos años tal vez corresponda a un rasgo de sabiduría y de edad, y puede ser un aspecto más de una retrospectiva que no busca respecto a sus propios trabajos ninguna justificación, como lo advierte el propio Wachtel. Pero la imagen inducida en el lector joven puede no ser tan justa como debiera, no solo porque la imagen pacificada de la evolución de las ciencias sociales no corresponde a la realidad, sino porque de esta manera se deja de lado la relación sociológica básica entre el campo de las instituciones de saber -¡tan particular en el caso de las ciencias sociales!- y los “movimientos de pensamiento” que acompañan la vida intelectual en ese terreno institucional.

Pero, además, esa visión que me parece que se encuentra en el relato de Wachtel y donde todo casa con demasiada perfección -su vida, su trayectoria, su obra, el cambio en las ciencias sociales-, y que recuerda una cierta perspectiva teleológica, deja de lado un punto notable: esa historia y esa antropología por las que clama y por las que reclama Wachtel, ese ideario que defiende, ese ideal de lucha por la verdad y por el rigor del trabajo de las ciencias sociales, esa defensa de las complejas relaciones entre “compromiso y distancia” en el saber sobre la sociedad y sus afirmaciones explícitas sobre la diferencia entre “objetividad” y “neutralidad” en las ciencias sociales, esa apropiación serena de lo “trágico de la historia de la humanidad”, nos recuerdan que los “combates y los debates” en las ciencias sociales del último tercio del siglo XX y hasta el presente han tenido como objeto realidades sociales de primer orden, comenzando por el espinoso asunto de la “verdad”; y que han enfrentado por lo tanto batallas cruciales, como aquella contra los “negacionistas”, empeñados en acudir al argumento de la “relatividad histórica” extrema del conocimiento como una vía de negación de algunas de las más terribles realidades del siglo XX, y entre ellas, en primer lugar, la del Holocausto... Es posible que unos cuantos párrafos sobre este asunto hubieran enriquecido esas páginas de presentación y ayudado a bosquejar una imagen menos convencional, más sociológica del problema, y quizá habrían servido, además, para presentar de manera más compleja la propia trayectoria personal de Wachtel -cuya obra lo llevó hasta el mismísimo Collège de France-, en el marco de caminos colectivos que, en términos institucionales, desembocaron en puertos muy variados, y no siempre en la consagración académica.

Por fuera de recordarnos la dificultad sociológica del autoanálisis en ciencias sociales y el hecho de que a ciertas trampas de interpretación nadie escapa en nuestras disciplinas, ni siquiera los mejores, este punto que señalamos en nada disminuye la riqueza histórica, etnográfica y etnológica de los textos reunidos en el libro. Se trata de una obra mayor en el listado de las grandes obras de Wachtel, un libro que, a pesar de presentarse como una simple recopilación, puede considerarse, con todo derecho, una más de esas obras importantes que por más de medio siglo ha entregado a sus lectores.

Bibliografía

Le Goff, Jacques y Pierre Nora, dirs., Hacer la historia. Vol. I. Nuevos problemas. 1974. Barcelona: Laia, 1978. [ Links ]

Wachtel, Nathan. La fe del recuerdo. Laberintos marranos. 2001. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2007. [ Links ]

______. La lógica de las hogueras. 2009. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2014. [ Links ]

______. La vision des vaincus. Les indiens du Pérou devant la conquête espagnole, 1530-1570. París: Gallimard, 1971. [ Links ]

______. Le retour des ancêtres. Les indiens urus de Bolivie, XX-XVI. Essai d'histoire régressive. París: Gallimard, 1990 [ Links ]

1En realidad, se trata de Faire de l'histoire, es decir, dedicarse al análisis histórico, de manera lite¬ral. Por lo demás, la obra —los tres volúmenes muy mal traducidos— parece haber sido leída en América Latina, como ha ocurrido en tantas oportunidades, por fuera del contexto preciso que la condicionaba y explica muchas de sus tomas de posición, como sucede siempre cuando no coinciden en la lectura los contextos de producción y circulación originales con los de recepción posterior, y una obra se introduce en otra cultura académica sin discusión ninguna (Le Goff y Nora)

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