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Fronteras de la Historia

versão impressa ISSN 2027-4688

Front. hist. vol.24 no.1 Bogotá jan./jun. 2019

https://doi.org/10.22380/20274688.521 

Reseñas

Lo múltiple y lo singular. Diversidad de perspectivas en las crónicas de la Nueva España

LEOPOLDO MARTÍNEZ ÁVALOS* 

* Escuela Nacional de Antropología e Historia, Ciudad de México, México https://orcid.org/0000-0001-8833-6737

BARJAU, LUIS; BATTCOCK, CLEMENTINA. COORDINADORES. Ciudad de México: Secretaría de Cultura, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2018. ISBN: 978-607-539-O96-3.


Apoco tiempo de cumplirse quinientos años de la Conquista de México, Clementina Battcock y Luis Barjau nos ofrecen una serie de ensayos, producto de la mesa redonda llevada a cabo en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia en julio del 2014, titulada "Las crónicas en el mundo novohispano". El libro reúne diversas perspectivas sobre el estudio de las crónicas novohispanas, presentadas por especialistas provenientes de México, Argentina y España.

Luis Barjau comienza el libro con el análisis de los antecedentes de la Conquista española, pasando por la unión de las coronas de Castilla y Aragón, la Reconquista de Granada, los Tratados de Tordesillas, la presencia del iusnaturalismo aristotélico en la legislación hispana, los intereses comerciales, entre otros. Barjau hace una clasificación de estos antecedentes en dos categorías: pasivos o indirectos y activos o directos. Los primeros, dice, fueron aquellas condiciones culturales de los pueblos prehispánicos que favorecieron su conquista por los europeos. Por ejemplo, el hecho de que la Triple Alianza hubiera impuesto su dominio por medio de la fuerza militar a los señoríos conquistados y cobrado un tributo de manera unilateral, sin compensación alguna para los subordinados, creó la situación perfecta para que los pueblos sometidos se aliaran a Cortés en la conquista de Tenochtitlan. A ello se suma el politeísmo no proselitista me-soamericano y la conjunción del poder religioso y el poder político en la figura del tlatoani Moctezuma II Xocoyotzin. Por otro lado, los antecedentes directos, señala, fueron aquellos fenómenos históricos indispensables para la empresa de conquista y la acción bélica misma.

En el siguiente capítulo, Francisco González-Hermosillo muestra cómo las Cartas de relación de Hernán Cortés fueron parafraseadas en una considerable cantidad de ocasiones en otras crónicas de la época, manifestando lo que el autor llama la transtextualidad. El autor, por medio de cuadros comparativos, señala los préstamos o la hipertextualidad que Francisco López de Gómara hizo de fragmentos de las cartas en su Historia de la conquista de México, cuando se refiere al envío de mensajeros por parte de Cortés al ueitlatocayotl de Cholula antes de la famosa matanza. Por otro lado, fray Juan de Torquemada, en su Monarquía indiana, que narra los primeros años de evangelización de los franciscanos en Nueva España, cuenta cómo un mensajero tlaxcalteca fue desollado del rostro y los brazos por los cholultecas cuando Cortés lo envió a pedir la rendición de su ciudad. Torquemada tomó este pasaje de la Historia de Tlaxcala escrita por Diego Muñoz Camargo, un mestizo formado en la tradición hispánica e india. Con ello, el autor demuestra que los cronistas añadían elementos a los testimonios primarios, como los de las cartas de Cortés, pues afirma que el mensajero desollado es ficticio y que Camargo lo incluyó en su Historia para borrar el estigma sobre los tlaxcaltecas de haber sido los incitadores de la matanza. Aunque también podían omitir pasajes, como Torquemada, quien no abunda en detalles sobre el episodio mencionado porque el fin de su obra no era eliminar el estigma tlaxcalteca, sino mostrar la eficacia de la evangelización de su orden.

Los factores que promovieron la edición y publicación de las crónicas nos hablan de las múltiples apreciaciones y lecturas de estas obras a lo largo del tiempo. Es lo que Guillermo Turner explica en el tercer capítulo al ofrecer un análisis preciso de varias ediciones de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo. Esta obra, escrita por un soldado cercano a Cortés que presenció de cerca la guerra de conquista, fue publicada por primera vez en España por el fraile mercedario Alonso Remón en 1632. En esta edición, Turner halló ciertas discrepancias respecto al manuscrito de Guatemala, que se deben en realidad a que Remón añadió fragmentos de su autoría a la obra, pero los atribuyó al soldado cronista. Aunque el manuscrito de Guatemala fue publicado en el siglo XX por Genaro García y por la Editorial Porrúa, entre otros, Turner llama la atención sobre la edición crítica del padre Carmelo Sáenz de Santamaría, quien publicó en dos columnas la versión del manuscrito de Guatemala y la del texto editado por Remón. Mientras Sáenz declaró que la edición de 1632 es la más genuina de todas, Turner califica esta afirmación como errónea y advierte que, con ayuda de la paleografía, ediciones recientes han mostrado la riqueza del manuscrito de Guatemala.

Dentro del amplio abanico de crónicas novohispanas, la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes de Salazar ha sido tenida a menos dentro de la historiografía por las similitudes que guarda con la Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara. Sin embargo, Aurora Díez-Canedo nos enseña, en el cuarto apartado, distintas facetas de la vida y obra de Salazar, quien fue en realidad un glosador de obras, más que historiador. En efecto, el autor de la Crónica se ganó la amistad y el reconocimiento de intelectuales como Luis Vives y Hernán Pérez de Oliva, por haber comentado, traducido y publicado algunos de sus escritos. Después de señalarnos la influencia erasmiana en la obra de Cervantes de Salazar y la admiración que este tenía por Hernán Cortés, Díez-Canedo nos introduce en su carrera desempeñada en Nueva España, lo que condicionó el contenido de su obra. La autora da cuenta de las posesiones materiales de Cervantes, como su biblioteca, además de su cargo como consultor de la Inquisición, sus relaciones con conocidos en España, su interés por los indios de Michoacán y por la medicina, para concluir que nuestro glosador no gozó de las condiciones favorables para la escritura de su obra, teniendo que ocuparse de otras tantas actividades. Su Crónica no fue publicada hasta 1914.

En un análisis más general, Valeria Añón dedica el quinto ensayo a mostrar las polémicas sobre el estudio de las crónicas coloniales, con base en tres criterios: el archivo como origen, la materialidad y el olvido de la representación. En cuanto al primero, revisa las distintas periodizaciones y clasificaciones que se han hecho de la literatura latinoamericana, tomando en cuenta factores cronológicos, históricos y biográficos. El problema del comienzo de esta producción literaria, como bien señala, fue tocado por Juan José Arrom quien lo sitúa durante el reinado de los Reyes Católicos. En cambio, otros autores, como Guiseppe Bellini, incluyen las literaturas precolombinas en la historia de la literatura hispanoamericana. Añón opta por señalar la importancia de mirar con otros ojos el archivo, sacudiéndonos la visión que parte de una identidad nacional o de periodizaciones reduccionistas. Por otro lado, también indica que la materialidad del archivo americano comenzó con la edición de crónicas coloniales en el siglo XIX, a partir de la formación de Estados-nación. La autora señala la ausencia considerable de reediciones críticas y digitalización de crónicas que vayan más allá de la simple reproducción facsimilar. Además, la circulación de estas publicaciones se ve mermada por las fronteras nacionales, que impiden la total integración de un ámbito latinoamericano de lectura y divulgación. Añón muestra la pertinencia de no interpretar la representación que los cronistas hicieron de los hechos como si fueran reflejos de lo real o lo verdadero, pues esto ha provocado un reforzamiento de estereotipos y un imaginario de la desigualdad.

En el sexto capítulo del libro, Jesús Bustamante ofrece un análisis del andamiaje que fray Bernardino de Sahagún utilizó para escribir la Historia universal de las cosas de la Nueva España, y que fue parte esencial de ella. El autor encontró las huellas de Cicerón, Cayo Plinio, Giovanni Bocaccio, Alonso Fernández de Madrigal, San Agustín y Marco Terencio Varrón en la argumentación y estructura de la Historia. Estos dos últimos autores sirvieron de modelos para Sahagún, a través de sus obras De Civitae Dei y De Antiquitatibus rerum humanarum divinarumque, respectivamente, cuando el fraile escribió la parte concerniente a la religión indígena. Al igual que el padre de la Iglesia, Sahagún realizó una compilación de los dioses y los mitos paganos (en este caso prehis-pánicos) para demostrar sus errores y lograr una evangelización eficaz en tierras americanas. Sahagún tuvo que reordenar varias veces sus escritos al descubrir que detrás de la religión mexica no había una moralidad, sino una relación contractual entre los hombres y los dioses (moralidad utilitaria) manifestada a través de rituales elaborados, pues esto contradecía su idea de la religión como un fenómeno moral, y no solo de carácter ritual y externo. Además, los indios creían que el comportamiento en vida no determinaba el destino en el más allá, sino la forma de morir. Por eso, en la versión final de la Historia universal, en un acto de autocensura, como señala Bustamante, fray Bernardino quitó los temas escatológicos de la religión mexica del libro m, los trasladó al apéndice y puso en su lugar algunos mitos que dieran un aire moral a la religión prehispánica.

En el siguiente capítulo, José Rubén Romero Galván aborda las crónicas novohispanas de tradición indígena, analizando las nuevas maneras en que los descendientes de las noblezas prehispánicas, educados en la religión católica y el pensamiento europeo, comenzaron a representar el pasado prehispánico de sus ascendientes nobles en diferentes manuscritos. Algunos de estos fueron verdaderas historias universales, como las Diferentes historias originales de Domingo Chimalpahin, descendiente de la nobleza chalca, en las que intentó unir el pasado prehispánico con el europeo al afirmar que los indios también eran descendientes de Adán y Eva. Por su parte, Hernando de Alvarado Tezo-zomoc, nieto del huey tlatoani Moctezuma Ilhuicamina, narra la historia del pueblo mexica, al que atribuye el hacer la guerra como su principal actividad. Las cinco obras escritas por Fernando de Alva Ixtlixóchitl, descendiente por vía materna de los tlahtoque de Texcoco, sitúan el pasado de sus ancestros en la historia universal providencialista y añaden que el conocimiento de Dios ya estaba presente antes de la llegada de los españoles, y que había sido Nezahual-cóyotl quien había tenido acceso a él. Romero Galván pone énfasis en las fuentes que usaron los tres cronistas para escribir sus obras, las cuales iban desde los códices de tradición prehispánica y testimonios orales, hasta las crónicas europeas. Esta nueva manera de entender la historia por parte de los tres cronistas analizados es vista por el autor como el fruto de un proceso sincrético y uno de los gérmenes del espíritu novohispano.

Clementina Battcock, siguiendo esta misma línea, ofrece un análisis breve y conciso de la Crónica mexicana, obra de Hernando Alvarado Tezozomoc, y de cómo en ella el autor plasmó la memoria histórica del grupo social al que pertenecía dentro la sociedad novohispana. El cronista vivió de cerca la disolución paulatina de la nobleza indígena a finales del siglo xvi y principios del XVII, por lo que, como propone la autora, Tezozomoc mostró una visión gloriosa del pasado tenochca en su relato, con el fin de obtener algún privilegio para él y los suyos. La obra sigue una secuencia temporal que narra la historia del pueblo mexica desde su salida de Aztlán hasta la llegada de Hernán Cortés a Tlaxcala. No todo es de procedencia indígena en la Crónica; la estructura del texto y los recursos retóricos, como los ejemplos y las digresiones, fueron tomados de la tradición literaria hispánica. Se trata de una obra escrita por un descendiente de la nobleza tenochca, y por lo tanto poseedor del conocimiento histórico de su pueblo heredado a través de pictogramas y testimonios orales, pero también por una persona educada en la religión cristiana y conocedora de la cultura y las letras europeas de su tiempo. Lo importante, dice Battcock, no es tratar de considerar este tipo de crónicas como fuentes veraces, unívocas y objetivas de la historia prehispánica, sino como testimonios de la representación que ciertos grupos tenían de su pasado a partir de su presente, y de la forma en que hacían de la memoria su misma representación. El capítulo incluye un cuadro que ubica algunos de los lugares mencionados por Tezozomoc en su Crónica, en un mapa actual de la Ciudad de México.

Para cerrar el libro, Patricia Escandón presenta un cuadro general del surgimiento, el contenido y la importancia de las crónicas provinciales novo-hispanas escritas a principios del siglo XVII. En ellas, los frailes mendicantes de las órdenes franciscana, dominica y agustina hablaron con elocuencia de su labor evangelizadora durante el siglo XVI, así como de la santidad y el ejemplo de los padres fundadores. Estas crónicas, haciendo patente un criollismo emergente, son muestras del orgullo que los frailes novohispanos sentían por el paisaje natural del Nuevo Mundo, por la grandeza de ciudades como Puebla, Querétaro o Valladolid, y por todo tipo de próceres surgidos en estas tierras. También llegaban a colarse en algunas crónicas los pleitos entre las órdenes y la autoridad episcopal, o entre criollos y españoles, por la obtención de cargos en los capítulos provinciales. Y es que, como afirma Escandón, este tipo de obras funcionaron como defensas ante la ofensiva del clero secular, el cual, según las órdenes religiosas, estaba incapacitado para administrar las doctrinas de indios, pues no conocía las lenguas indígenas ni había trabajado tanto como los frailes para consolidar la evangelización en Nueva España. Asimismo, sirvieron para reforzar la identidad de los miembros de cada provincia y brindar ejemplos de virtud y vocación apostólica, mediante la vida de los religiosos pioneros. En este tipo de escritos, afirma la autora, se pueden ver ya algunos rasgos de la ulterior mexicanidad que actualmente percibimos en la religiosidad ferviente y barroca, la creencia en lo milagroso, la segregación racial de los indios, entre otros. El capítulo incluye un listado de las principales crónicas provinciales con sus autores, agrupados por órdenes religiosas y sus provincias.

Ya sea para quienes se acercan por primera vez a estos temas, como para los especialistas que llevan tiempo estudiándolos, este libro es fundamental para conocer diferentes perspectivas desde las que se escribieron las crónicas novohispanas, pasando por la del fraile, la del conquistador, la del noble indígena o la del editor. También permite conocer cómo historiadores de varias partes del mundo han analizado estos textos en sus particularidades y como parte de un todo. Con una amplia bibliografía y un aparato crítico que es parte indispensable del libro, el lector encontrará que una crónica colonial puede tener diferentes miradas y que ahora es posible ver más allá de lo que estos cronistas escribieron hace ya varios siglos.

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