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Fronteras de la Historia

versión impresa ISSN 2027-4688versión On-line ISSN 2539-4711

Front. hist. vol.25 no.1 Bogotá ene./jun. 2020

https://doi.org/10.22380/20274688.840 

Reseñas

El cronista de China. Juan González de Mendoza, entre la misión, el imperio y la historia

JUAN PABLO CRUZ MEDINA* 

*Universidad Externado, Bogotá, Colombia ORCID: 0000-0003-3189-6594

SOLA, DIEGO. Barcelona: Universidad de Barcelona, 2018. ISBN: 978-84-9168-037-6. 320 pp,


En febrero de 1493, danzando sobre un trozo de papel, una pluma intentaba dibujar el hallazgo de un mundo mítico. Quien la empuñaba era Cristóbal Colón y con sus palabras buscaba convencer a Luis de Santángel, escribano de ración de la Corona de Aragón, de que su aventura transatlántica había rendido frutos1. Colón había llegado, según sus cálculos, a las Indias, relativamente cerca de las costas de Catay. El lugar, descrito con anterioridad por Marco Polo y por las maravillosas narraciones de Mandeville, había nutrido los sueños de los europeos durante décadas. El mundo asiático se presentaba a los ojos del Occidente cristiano como un paraíso de riquezas, territorio del oro, las joyas y la seda. Colón, sin ser ajeno a esta quimera, partió de España buscando adentrarse en la China descrita por los hermanos Polo y otros aventureros. El Celeste Imperio se convertía así en protagonista de los sueños ibéricos, una tierra que alcanzar, no solo por sus riquezas sino también por los misterios que encerraba. Por ello, a pesar de que el sueño colombino se desvaneció bajo la evidencia del hallazgo de un nuevo continente, Asia y la China permanecieron como un derrotero dentro del horizonte de una Castilla que en los albores del siglo XVI comenzaba a adquirir la fisonomía de un imperio.

Sería esa política imperial, practicada en principio por Carlos V y continuada por su sucesor Felipe II, la que llevaría de nuevo a los peninsulares a considerar a la China dentro de sus ambiciones expansionistas. Esta renovación del interés por el Celeste Imperio, acometida por Felipe II en medio de una política teñida de religiosidad, constituye el núcleo temático en torno al cual gira el texto del profesor Diego Sola, titulado El cronista de China. Juan González de Mendoza, entre la misión, el imperio y la historia. El libro, publicado recientemente por la Universidad de Barcelona, recoge la investigación llevada a cabo por Sola para obtener su título doctoral en dicha universidad.

El autor plantea una reconstrucción de las relaciones entre la España de Felipe II y la China, leídas desde de una perspectiva global en la que el protagonista -el monje y cronista agustino Juan González de Mendoza (1545-1618)- surge como un hombre "moderno", apelativo relacionado con su capacidad de ser un "hombre mundo", una persona que conecta y transmite los conocimientos que circulan por el primer sistema global de la historia: el Imperio hispánico. Con su investigación, Sola nos transporta al complejo escenario de la España de la década de 1580, momento en el cual Felipe II, tras obtener la corona de Portugal y afianzar su poder en América y las Filipinas, buscaba extender su creciente imperio hasta la China de los Ming.

Las pretensiones imperialistas del monarca, espoleadas por un ideario mesiánico que lo situaba como el elegido para propagar la fe de Cristo hasta los confines de la tierra, darían forma a la idea de enviar misiones diplomáticas a la China, con el fin tanto de comerciar como de abrir las puertas a un proceso de evangelización. En medio de tal contexto surge la figura de Juan González de Mendoza, un hombre que buscará servir de puente entre el mundo ibérico y la China, además de actuar como un compilador de conocimientos en relación con el mundo chino. Su obra titulada Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de China, fuente principal de la investigación que aquí reseñamos, se convertirá en un best-seller -reeditado múltiples veces a partir de su original publicado en 1585-2 y también se presentará como una herramienta discursiva dirigida a instigar la penetración misional hispana en la China.

Según la hipótesis central de Sola en El cronista de China, González de Mendoza, actuando como fraile agustino, acogió como suyas las ideas de la evangelización propias de un fraile, así como las nociones relacionadas con una lógica imperial mesiánica cuyo fin último era construir un mundo cristiano para la posteridad. Esta epistemología, construida por un hombre que en el siglo XVI ya había recorrido las cuatro partes del mundo, hasta convertirse en lo que Serge Gruzinski denomina passeur culturel3, fundirá en su escritura conceptos como historia, misión e imperio, buscando con ello dotar al mundo hispánico de una herramienta que le permitiera extender sus horizontes. Su crónica deja de ser entonces -de acuerdo con Sola- un libro de viajes o un volumen compilatorio de conocimientos sobre China, para constituirse en la expresión de una mente globalizada. En la obra cada dato se adapta, a efectos de presentar un retrato del mundo chino conforme a lo que -creía González de Mendoza- eran las necesidades del Imperio (Sola 143-144, 218-253).

Sola, para comprobar esta hipótesis, divide su texto en cinco partes. La primera de ellas, titulada "Entre Iberia y Catay", sitúa al lector en el contexto de las relaciones entre China y el mundo ibérico en la segunda mitad del siglo xvi. El autor destaca el papel de los relatos míticos referentes a la China en relación con las ideas expansionistas de Felipe II, así como el ascendiente que sobre dicha política tendría la literatura que, desde 1556, se incubaba en Portugal en torno a China4.

Al lado del incentivo escritural, otros factores como la conquista de las Filipinas (1565) y la anexión de la Corona de Portugal a la de Castilla (1580) son destacados por el autor como decisivos para que Felipe II acogiera nuevamente la idea de acercarse a China, buscando su conversión, además de nuevos horizontes comerciales. La Península Ibérica, la Nueva España -puerta hacia el Pacífico-, las Filipinas -puente entre América y Asia- y la China, se vinculan aquí a una perspectiva histórica global en la que España -centro del cristianismo- busca entablar diálogo con el Imperio Ming. Este último, casi que parangonando la lógica hispana, también se veía a sí mismo como el centro del mundo, un lugar ajeno a la barbarie que reinaba en el resto del orbe. Globalización e imperialismo chocaban en un mundo que se abría paso hacia la Modernidad (Sola 49-50).

El concepto de Modernidad será uno de los núcleos en torno a los cuales gravitará el segundo capítulo del texto. En este Sola, complementando lo enunciado en la primera parte, esbozará una biografía de su protagonista, el fraile Juan González de Mendoza. El autor, con base en la información recabada en fuentes documentales pertenecientes a diferentes archivos españoles, intenta construir una semblanza del cronista de China, al que presenta como un hombre dominado por los avatares propios de la temprana Modernidad. González de Mendoza, según Sola, más allá de ser un misionero, era un sujeto preocupado por los destinos del Imperio y su labor mesiánica. Su función como "agente de Dios y del Imperio" -título del capítulo- no solo lo llevará hasta la corte de Felipe II, sino que lo convertirá en emisario del monarca ante el emperador chino. Aunque la misión diplomática fracasará antes de llegar al Celeste Imperio, las ideas de González de Mendoza siempre se mantendrán fieles a la convicción de conquistar y evangelizar China.

Dentro de la vida del cronista, tal como la presenta el profesor Sola en este capítulo, las Filipinas, Madrid, Portugal y la Nueva España se irán enlazando bajo una lógica global. González de Mendoza discurrirá en medio de una historia cuya etapa final lo ha de llevar hasta el lejano arzobispado de Popayán. Allí, en la ciudad fundada por Sebastián de Belalcázar, morirá, no sin antes emplearse en medio de los conflictos ocasionados por las disputas entre frailes, encomenderos y las autoridades civiles (Sola 131-138).

Lo que demuestra Sola con su análisis biográfico es, en suma, que cada una de las actuaciones de González de Mendoza, ya fuera proponiendo una embajada hacia China, o terciando en medio de los conflictos en la lejana Popayán, se inscribe en un discurso global dominado por una idea mesiánica del imperio.

Para el cronista de China no existen entonces Nueva España, Filipinas, Madrid o Popayán, sino que sobre estas se levanta un universo mucho más amplio que las enlaza a todas, un universo que solo él, presume, puede conocer.

En la tercera parte del texto, el autor centra la atención sobre la Historia del gran reino de la China, la obra escrita por González de Mendoza. Sola aborda, en primera instancia, el conjunto de fuentes recuperado por el cronista. El horizonte heurístico, que abarca desde las narraciones de Marco Polo hasta las primeras cartas misionales de los jesuitas, le servirá a González de Mendoza para conciliar dentro de una misma estructura la visión medieval y la visión moderna existentes en el siglo xvi sobre la China. El profesor Sola evidencia que el encuentro de ambas visiones se presentará, dentro de la obra de Mendoza, como un telón de fondo que subraya el protagonismo de la orden agustina en el marco de la larga historia del encuentro de Occidente con el mundo chino. González de Mendoza, como fraile de la orden de san Agustín, destacará el papel cumplido por sus hermanos agustinos en el avance sobre las Filipinas y el posterior encuentro con el Celeste Imperio, todo dentro de una narración que se impone como un compendio de las múltiples visiones de la China establecidas desde el mundo occidental.

Finalmente, en los capítulos cuatro y cinco Sola presenta un análisis de la retórica discursiva de la Historia de González de Mendoza y su posterior impacto en la visión que sobre la China tendría el mundo ibérico. El autor evalúa los detalles argumentales de la narrativa de González de Mendoza: su defensa de la filosofía china, las formas en que se articulaba su piedad y hasta el elogio a la organización estatal del Celeste Imperio. Cada uno de estos aspectos, siguiendo la hipótesis de Sola, se dirigía a convencer a Felipe II de la fertilidad de la cultura china en el caso de un avance del cristianismo. Filosofía, cultura y tradición se sitúan entonces -en la lógica de la Historia de González de Mendoza- como bases fuertes para "desterrar la falsa idolatría" de la China y también para el robustecimiento de un imperio como el hispánico, llamado por la providencia a ser cabeza del orbe (Sola 218-250).

La retórica de la obra de González de Mendoza, apologética en la medida en que busca inducir la evangelización de la China por parte de España, dará forma a una visión del mundo asiático que permeará buena parte de la producción bibliográfica de los siglos XVI y XVII. El éxito cosechado por la Historia del gran reino de la China tras su publicación en 1522, evidente en su traducción a las diferentes lenguas del ámbito europeo, la llevaría a convertirse rápidamente en un referente de los conocimientos sobre la China y el mundo asiático. Autores como Luis de Góngora, Antonio de León Pinelo o el tratadista del Estado, Giovanni Botero, acogerán como referencia en sus textos la Historia de González de Mendoza, presentándola como emblema del conocimiento asiático y referente de la doctrina imperial de la monarquía hispánica, católica y universal (Sola 267-285).

La Historia del gran reino de la China es presentada por Sola como una manifestación más de la globalización propia de la primera Modernidad. Una estructura narrativa ideada por un hombre global en cuya experiencia se conectan todas las historias procedentes de las cuatro partes del mundo. La preocupación del profesor Sola no es, en este sentido, la del historiador que analiza los problemas propios de una zona específica dentro del ámbito de la historia local, sino más bien la de un investigador que busca dar cuenta de un todo, en el que lo local cobra fuerza en cuanto pieza de una estructura universal. Tanto la vida de Juan González de Mendoza como su texto sirven aquí de excusa para evidenciar algo que va más allá de las relaciones entre el mundo ibérico y la China: esto es, la construcción del primer imperio global de la historia.

La propuesta de Sola cobra valor en la medida en que se presenta como una antítesis de las historias locales que suelen elaborarse en la historiografía latinoamericana, evidenciando que el problema de lo colonial debe ser entendido ya no desde el ámbito local, sino más bien desde lo global. Frente a esto, Sola pone de manifiesto las relaciones entre lo particular y lo global, gestadas dentro de una geografía imperial que nada tiene que ver con las fronteras nacionales actuales. Aquí, la vida de González de Mendoza y la escritura de su obra se disponen como manifestaciones de un todo; de una red de conocimientos y un tránsito de ideas que terminarán conectando lugares y culturas tan distantes como China, Filipinas, Nueva España o Popayán. Esa redimensión del concepto de lo colonial, superado por el ámbito de lo imperial o global, se sitúa como el principal aporte del texto de Sola. Su visión, más allá del conocimiento que pueda aportar acerca de las relaciones entre China y el mundo ibérico, nos ubica como historiadores ante un nuevo horizonte: el de un mundo imperial cuyas historias locales deben comenzar a ser comprendidas como piezas de un todo. Quizá sea en este gran rompecabezas global donde se hallen las claves para entender lo que fuimos, así como lo que hoy somos como sociedad y, sobre todo, como cultura.

BIBLIOGRAFÍA

Fernández de Navarrete, Martín. Viajes de Cristóbal Colón. Madrid: Calpe, 1922. [ Links ]

Gruzinski, Serge. Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2010. [ Links ]

______. ¿Qué hora es allá? América y el islam en los albores de la Modernidad. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2015. [ Links ]

______. El águila y el dragón. Desmesura europea y mundialización en el siglo XVI. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2018. [ Links ]

Sola, Diego. El cronista de China. Juan González de Mendoza, entre la misión, el imperio y la historia. Barcelona: Universidad de Barcelona, 2018. [ Links ]

1 La carta a la que hago referencia es uno de los pocos documentos que se conservan de puño y letra del almirante. La misiva buscaba dar cuenta de sus hallazgos al tesorero o "escribano de ración" de la Corona de Aragón, cuyos dineros habían servido para financiar la travesía del genovés. Puede verse una transcripción de la carta en Fernández (187-196).

2El texto de González de Mendoza, tan solo entre 1588 y 1589, fue reeditado seis veces por fuera de España, en ciudades como Londres, París, Fráncfort, Bolonia y Venecia. El amplio número de ediciones habla del nivel de difusión que alcanzó y el influjo que mantendría a posteriori dentro del ámbito de las crónicas españolas (Sola 263-267).

3La idea del passeur culturel, acogida por Diego Sola como parte de su argumentación conceptual (Sola 141 y ss.), ha sido desarrollada por Serge Gruzinski dentro de la perspectiva de las "historias conectadas". Esta lectura global le ha permitido al historiador galo tender vasos comunicantes entre el ámbito iberoamericano y el mundo (Gruzinski, Las cuatro; El águila), así como entre el contexto del islam turco otomano y la América española (Gruzinski, ¿Quéhora es allá?).

4Cabe señalar que desde 1556 los portugueses establecieron un pequeño enclave comercial en Macao, una pequeña provincia al sur de Cantón. El asentamiento les permitiría recabar copiosa información sobre la China que luego se traduciría en obras como la de Joao de Barrios o la de Gaspar de Cruz. Estos textos se convertirían en un aliciente más en relación con las pretensiones hispánicas sobre la China (Sola 61-75).

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