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Fronteras de la Historia

versión impresa ISSN 2027-4688versión On-line ISSN 2539-4711

Front. hist. vol.28 no.2 Bogotá jul./dic. 2023  Epub 01-Jul-2023

https://doi.org/10.22380/20274688.2489 

Sección especial

El palenque de Limón por medio de la voz de un cimarrón, provincia de Cartagena (siglo XVII)

The Palenque of Limón through the Voice of a Maroon, Province of Cartagena (17 th Century)

María Cristina Navarrete1a 
http://orcid.org/0000-0002-1103-4105

aUniversidad del Valle, Colombia mcmanavarr@gmail.com • https://orcid.org/0000-0002-1103-4105


Resumen

El artículo tiene como propósito relatar aspectos de la vida del palenque de Limón, por medio de la voz de uno de los cimarrones: Francisco de la Fuente, el Morisco. En tal sentido, contará partes de su vida en el palenque, sus acciones y las del colectivo de pobladores. Pretende responder a interrogantes tales como: el poder hegemónico de las autoridades en relación con las actitudes de los cimarrones de Limón, las reacciones del Morisco y los cimarrones ante el poder hegemónico, el discurso oculto de subversión de los cimarrones frente a las autoridades y las relaciones de poder entre los cimarrones del palenque de Limón. Conceptualmente, el artículo se apoya en los estudios subalternos de Saurabh Dube y Ranahit Guha y en el estudio de los grupos subordinados de James Scott; de manera particular, en los conceptos de discurso público y discurso oculto. Desde el punto de vista metodológico, propone la historia testimonial de Martin Lienhard para recuperar la voz del cimarrón y la descripción del contexto del palenque de Limón, y se reconocen las distorsiones propias del historiador con respecto a las voces de los subalternos.

Palabras clave: cimarrón; palenque; subalterno; hegemonía; historia testimonial

Abstract

The purpose of this article is to narrate aspects of life in the palenque of Limón through the voice of one of the cimarrones: Francisco de la Fuente, the Morisco. It will recount parts of his life in the palenque, his actions and those of the collective of settlers. It aims to answer issues such as: The hegemonic power of the authorities vis-à-vis the attitudes of the maroons of Limón; the reactions of the Morisco and the maroons to the hegemonic power; the hidden discourse of subversion of the maroons vis-à-vis the authorities; the power relations among the maroons of the palenque of Limón. Conceptually, the article is based on the subaltern studies of Saurabh Dube and Ranahit Guha, and on the study of subordinate groups by James Scott, particularly on the concepts of “public discourse” and “hidden discourse”. Methodologically, it proposes Martin Lienhard’s “testimonial history” to recover the voice of the maroon and the description of the context of the palenque of Limón. The author is aware of the historian’s own distortions regarding the voices of the subalterns.

Keywords: Maroon; palenque; subaltern; hegemony; testimonial history

Introducción

El presente artículo pretende responder a preguntas relacionadas con algunos acontecimientos del devenir histórico del palenque de Limón, ubicado en la provincia de Cartagena, desde las últimas décadas del siglo XVI hasta 1634. Para ello, se sirve de la voz de uno de los cimarrones, a fin de rescatar la importancia de los palenques como expresión de resistencia y comprender la participación de los cimarrones como sujetos históricos capaces de enfrentar a las autoridades coloniales y poner en jaque sus instituciones.

El estudio aprovecha un documento del Archivo General de Indias de Sevilla, titulado “Papeles tocantes a la alteración de los negros cimarrones y castigos que en ellos hizo el gobernador de Cartagena causados en el año de 1634” (AGI, P 234, R. 7)2. Se trata de un texto voluminoso que reconstruye el proceso que abrió el maestre de campo Francisco de Murga, gobernador y capitán general de Cartagena, para la destrucción del palenque de Limón. El documento recoge varias fuentes que permiten confrontar declaraciones, mostrar la fuerza del Cabildo municipal, como también poner en evidencia la vida, las dificultades, la organización social y política, además de la heterogeneidad étnica y lingüística del palenque. De tal manera, ofrece la oportunidad de analizar la sociedad colonial de la gobernación de Cartagena en la primera mitad del siglo XVII.

El texto contiene los autos del proceso judicial; las actas del Cabildo de Cartagena; las órdenes emitidas por el gobernador de la provincia; los testimonios de propietarios de estancias; las declaraciones de cimarrones aprehendidos, vecinos y participantes en la toma del palenque; y cartas, decretos, órdenes, nombramientos, sentencias y probanza de ejecuciones. Varios autores, extranjeros y nacionales, lo han estudiado y han contribuido a develar la historia del palenque de Limón y reconocer su importancia. Entre ellos se encuentran Kathryn Joy Mcknight (“Confronted Rituals”; “Gendered Declarations”), Julián B. Ruiz (“El cimarronaje en Cartagena de Indias: siglo XVII”), Hèléne Vignaux (“Palenque de Limón” y el capítulo III de su libro Esclavage et rébellion) y Enriqueta Vila Vilar. La temática del palenque de Limón también ha sido estudiada por la autora de este artículo (“El palenque de Limón”).

Con respecto al panorama historiográfico planteado, el artículo ofrece la oportunidad de conocer las vicisitudes del palenque mediante la narración de uno de los cimarrones. El permitir que se escuche la voz de un cimarrón está lejos de la idea de hablar por él. Es una estrategia narrativa para imaginar cómo tales sujetos hubieran relatado sus vidas, acontecimientos y subjetividades. Además, se tiene muy en cuenta que la distancia temporal de casi cuatrocientos años distorsiona la realidad histórica, al igual que los actos de mediación del discurso jurídico y de los escribanos.

Linda Alcoff ha puesto en evidencia que el hablar “por otros” como práctica discursiva es objeto de crítica y rechazo por algunas comunidades. A pesar de ello, es posible en ciertas situaciones, pero exige el compromiso serio de estar abiertos a la crítica e intentar sensiblemente “escuchar” y comprender tal criticismo (Alcoff 6, 24, 26).

Se eligió el testimonio del Morisco por su origen poco común en el medio indiano, porque su situación de subalternidad podía generar cercanías y distancias con otros esclavos, lo cual permite conocer miradas sobre sí mismo y de sus dominadores, entre otros agentes.

Una característica de la provincia y gobernación de Cartagena durante el siglo XVII fue la existencia de palenques. Desde el siglo anterior se advertía su importancia en las decisiones del Cabildo, que emitía acuerdos para controlar y castigar a los fugitivos.

A pesar de la legislación restrictiva y la persecución armada, los cimarrones no desistieron de la búsqueda de la libertad. Para ser viables, las comunidades cimarronas tenían que ser inaccesibles, lo que también hacía ardua la vida de quienes las conformaban. Por ello, para su defensa utilizaron caminos falsos, repletos de trampas para llegar a los palenques, y estos fueron rodeados de fuertes empalizadas (Price 610-611).

El que los palenques se encontraran en lugares agrestes no quería decir que estuvieran aislados de la comunidad circundante. Lo que los cimarrones pretendían era impedir la entrada de extraños y de las milicias del gobierno. Por el contrario, salían a establecer contactos con las haciendas vecinas donde les facilitaban los objetos necesarios. A su vez, algunos trabajaban en estas haciendas con el beneplácito de los propietarios y los mayordomos.

Los cimarrones de Limón aprendieron a desenvolverse en estos espacios y los hicieron apropiados para la agricultura. Cultivaban plátano y maíz en las rozas que ya estaban para dar fruto. Había “trigaleras”, “frijolares” y ajonjolíes, y se mantenían tinajas y botijas de agua. El poblado no tenía agua y para recogerla se empleaban tinajas. Los hombres pescaban y cazaban animales de monte para complementar la dieta. Estaban proveídos de sal y herramientas, tenían fragua donde hacían lanzas de hierro y puntas de flecha, un yunque, tenazas, martillos, muchos perros de monte y más de quince bestias entre caballos y mulas; tejían mantas y fajas de algodón, criaban gallinas y fabricaban flechas de lata labrada para pescar. El espacio del palenque equivalía a cerca de tres veces la plaza de Cartagena y albergaba cuarenta bohíos, estaba rodeado de monte y era defendido por una empalizada (Carta del capitán Alonso Martín Hidalgo al gobernador de Cartagena, el maestre de campo don Francisco de Murga, AGI, P 234, R. 7/2, ff. 796 v.-803 v.).

Flavio dos Santos Gomes afirma que en las áreas del Nuevo Mundo donde existió el esclavismo aparecieron grupos de fugitivos que establecieron políticas de alianza con otros sectores de la sociedad que los rodeaban. Así, trataban de mantener a toda costa su autonomía y al mismo tiempo ideaban estrategias de resistencia con el apoyo de indígenas, comerciantes, hacendados y esclavizados. A partir de estas y otras experiencias, los fugitivos dieron sentido a sus vidas como sujetos de su propia historia (Gomes 25).

Los palenques de las sierras3 de María fueron parte constitutiva del contexto geográfico y social de la provincia de Cartagena, la más importante del Nuevo Reino en el siglo XVII. Cartagena era el puerto de arribo de los barcos de la Armada de Tierra Firme y de aquellos procedentes de África con cargazones de esclavizados. El ambiente se hacía tenso cuando coincidían navíos de la Armada con los de esclavos y se sumaban balandras y barcazas de regiones cercanas. Los habitantes vivían atemorizados por las irrupciones de los cimarrones a sus casas y estancias, así como por el inesperado arribo de piratas y corsarios de naciones extranjeras (Navarrete 28 y 35).

En este contexto geográfico e histórico-social de la provincia y gobernación de Cartagena, en las sierras de María se encontraba el palenque de Limón. Se sabía por evidencias que dicho asentamiento se situaba en el distrito de los Montes de María, a unos 70 km, aproximadamente, de Cartagena de Indias. Tenía como vecinos al pueblo de indios de Chambacú, y varios trapiches y estancias agropecuarias de vecinos de Cartagena, Mompox y Tenerife.

El palenque había sido fundado hacía muchos años, probablemente entre 1570 y 1580. Desde sus inicios estaba habitado por “gente de Guinea” (De Oliveira 37-40)4, criollos del palenque y criollos de las gobernaciones de Cartagena, Santa Marta y la región minera de Antioquia, como también por algunos angolas. Su población pudo haber llegado hasta los quinientos habitantes. En 1633, por diversas circunstancias, fue destruido por las fuerzas del orden.

Los palenques, así como los quilombos y su gente, no constituyeron una amenaza material a la esclavitud, pero sí representaron una amenaza simbólica importante. Se convirtieron en una pesadilla para los señores y los funcionarios de gobierno, además de perturbar obstinadamente el régimen esclavista. Así, sostenían redes comerciales, relaciones laborales, amistosas y de parentesco con esclavos de las haciendas, libertos y comerciantes mestizos y blancos (Reis 18).

El artículo está organizado en varias partes: una introducción, en la que se enmarca el suceso en el desarrollo historiográfico y se ubica en los contextos geográfico, histórico y social de la región; una sección en la que se exponen los fundamentos conceptuales y metodológicos que sustentan el artículo, a la que le siguen apartados en los que se pretende resolver las siguientes preguntas: ¿en qué medida se hizo presente el poder hegemónico ante las acciones beligerantes de los cimarrones de Limón?; ¿cómo respondieron el Morisco y los cimarrones a esta actitud?; ¿es posible identificar un discurso oculto de subversión entre los cimarrones frente a los representantes del gobierno?; ¿en qué medida se hicieron presentes relaciones de poder entre los cimarrones del palenque de Limón? Finalmente, se exponen unas conclusiones.

Fundamentos conceptuales y metodológicos

El artículo se apoya conceptualmente en los estudios subalternos de Saurabh Dube y Ranahit Guha, y en el estudio de grupos subordinados de James C. Scott; desde el punto de vista metodológico, destaca la propuesta de historia testimonial de Martin Lienhard, a fin de rescatar la memoria histórica de los cimarrones del palenque de Limón.

Este artículo procura establecer una relación con el pasado que permita escuchar las voces de los cimarrones, las cuales para algunos permanecen acalladas por las voces hegemónicas. Esas voces sumergidas tienen muchas historias que contar; escucharlas significa estar dispuestos a comprender las actuaciones de sus emisores. En ese sentido, reescribir su historia implica integrar a la narración su protagonismo como agentes activos, además de reconocer el carácter político que les fue negado por el sistema colonial. Es preciso insistir en la revisión de la historiografía y en su evaluación como instrumento que incluya a los cimarrones como participantes (Guha 20, 27, 30, 31).

Las iniciativas del ámbito político de los cimarrones no fueron lo suficientemente poderosas como para destruir el sistema esclavista en una lucha total por la libertad. No estaban maduras las condiciones objetivas de su ser social ni en su propia conciencia. El esclavizado rebelde que se hacía cimarrón debe ser comprendido como una entidad con voluntad y razón que constituía la praxis de su rebeldía al sistema esclavista; no era una reacción pasiva a una iniciativa de su propietario como ser superior (Guha 39, 44, 45).

El ataque de los cimarrones a las estancias y a los pueblos de indios era una expresión comunitaria de violencia que minaba la autoridad de los propietarios, al destruir y apropiarse de sus recursos. Era un ataque planeado con lógica, el cual por lo general estaba conformado por cuatro métodos de resistencia: destrucción, incendio, consumo de alimentos y saqueo. Una situación semejante sucedió en los ataques de Limón (Dube 60).

En el contexto de este escrito son importantes los conceptos de discurso público y discurso oculto de James C. Scott. El primero se entiende como el discurso explícito de las relaciones entre subordinados y dominadores, la conducta del subordinado en presencia del dominador y viceversa, mientras que el discurso oculto de los dominados se manifiesta fuera de la escena de los dominadores. A su vez, los poderosos tienen un discurso público que usan en el ejercicio del poder y difiere de su discurso oculto (Scott 24, 28, 34, 42).

El discurso oculto de los subordinados ocurre en un escenario alejado de los miembros del poder y representa el surgimiento de una cultura política disidente. Es el lugar privilegiado para un lenguaje no hegemónico, de oposición. En el marco de este artículo el palenque era el escenario adecuado para que los cimarrones expresaran sentimientos de oposición (Scott 37, 43, 50).

El artículo entiende como dominadores a los representantes del gobierno, a los miembros del Cabildo municipal de Cartagena y a los dueños de estancias agropecuarias, cuya labor era desempeñada por los esclavizados. Los subordinados eran los esclavizados y los cimarrones de Limón. Tanto en unos como en otros es posible identificar discursos públicos y discursos ocultos. Entre los cimarrones existían asimismo relaciones de poder, las cuales eran su única arma para confrontar las conductas de los de arriba (Scott 53).

En el aspecto metodológico, el artículo se apoya en la historia testimonial, con el propósito de recuperar las prácticas y las costumbres de aquellos pueblos de los que se creía que no tenían historia, o, en el decir de Martin Lienhard, que no merecían figurar en los anales oficiales; en este caso, los cimarrones del palenque de Limón. La historia oral, al recurrir a la entrevista, encauza el proceso histórico a partir de la experiencia de los individuos, la familia, la comunidad y el lenguaje. Sin embargo, “la historia oral, en tanto técnica de investigación basada en sus entrevistas, llega tarde, porque hace tiempo que han muerto sus informantes potenciales” (Lienhard, “Cimarronaje” 238-239).

La represión a la rebeldía de los cimarrones suscitó la escritura de numerosos documentos que contienen declaraciones de los propios rebeldes y de los testigos que presenciaron los hechos (Lienhard, Disidentes 21). Tales fuentes escritas pueden dar cuenta de aspectos fundamentales de sus vidas. De tal manera, es posible “escuchar” las voces de los cimarrones en los documentos donde “hablan”, especialmente en los juicios cuando se les instauraba causa por rebeldía o cimarronaje. Debe tenerse en cuenta que, a los jueces, al pertenecer al sistema esclavista, en los interrogatorios solo les interesaba descubrir a los implicados en el acto delictivo. Al respecto, Martin Lienhard sostiene que “los escribanos, por lo general, no se mostraban capaces ni interesados en transcribir fielmente lo que podía haber de individual o subjetivo en las respuestas de los esclavos, reos o testigos”. Sin embargo, “los procesos en tanto textos dialogales, siempre revelan más que la suma de las preguntas y las respuestas transcritas” (Lienhard, “Cimarronaje” 239).

Aunque es sabido que los testimonios de los rebeldes hay que someterlos a una lectura cuidadosa, son materia prima valiosa para conocer sus discursos, entendidos como la forma en que un grupo o uno de sus participantes se ubica en el mundo, la sociedad y la historia (Lienhard, Disidentes 17).

La mediación del historiador entre una conciencia del pasado y otra condicionada por el presente lleva a una inevitable distorsión, a una representación del pasado no exacta. No hay nada que la historiografía pueda hacer para eliminar esa distorsión; lo más que puede hacer el historiador es advertir su existencia y reconocer que solo es posible llegar a una aproximación del pasado, pero no suponer que logrará comprender y reconstruir plenamente la conciencia de este (Guha 82).

Este artículo pretende que sea uno de los cimarrones quien haga que escuchemos su voz y, por su intermedio, las voces de los cimarrones que fueron ignoradas por el sistema colonial hegemónico. El recurso retórico de la primera persona que se utiliza para narrar tiene por objeto salvar las pretensiones históricas científicas y de objetividad.

¿En qué medida se hizo presente el poder hegemónico ante las acciones beligerantes de los cimarrones de Limón?

La historia que narra Francisco de la Fuente, llamado el Morisco, uno de los cimarrones del palenque de Limón5, aborda algunos aspectos de la vida y los aconteceres del palenque durante el siglo XVII6, y también se ocupa de las medidas tomadas por las autoridades como respuesta a las acciones de los cimarrones:

Mis amigos del palenque de Limón me llaman el Morisco (AGI, P, 234, R. 7/2)7, pero mi nombre de pila es Francisco de la Fuente. Soy morisco de nación. Nací en Vinopa y fui vecino de Sagunto en Gandía8, España. Tengo aproximadamente treinta años (1634) y vine a estas tierras como esclavo del rey a trabajar en las galeras9 de Cartagena. Todo el mundo me conoce porque fui herrado en la cara (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 167 v.).

Escapé de las galeras por la desgracia de matar a un negro criollo, en el Candilejo, por celos de la negra Mariana con quien estaba conversando. Me fui al pueblo de Chambacú, de allí al pueblo de indios de Bahaire y por tierra a la estancia de la viuda de Carvajal donde tomé una barqueta y pasé a Sicacos; atravesé la boca de la Matuna hasta llegar a la estancia de Alonso de la Fuente. Allí me entretuve con el consentimiento del alférez Francisco Julián de Piña, don Juan de Sotomayor, su yerno don Andrés Hortensio, don Alonso Martín Hidalgo, y los mayordomos y esclavos de las estancias. Un día llegó Francisco, negro criollo conocido como el Corcovado, y comentó que me querían aprehender, pero que habían desistido porque estaba herrado en la cara como esclavo del rey (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 168-169).

Le pregunté al Corcovado a dónde podría ir. Este prometió llevarme a una parte donde estaría seguro y me entregó a los cimarrones del palenque de Limón. Cuando arribé me trataron bien y los demás negros dijeron que “fuese bienvenido”, que todos serían compañeros.

Gracias a las noticias que llegaban de Cartagena, tenía conocimiento de que los miembros del Cabildo de la ciudad se estaban reuniendo para tomar medidas frente a los desmanes de los cimarrones. En presencia del maestre de campo Francisco de Murga, gobernador y capitán general de la provincia, asistían a las reuniones el alguacil mayor, el provincial de la Santa Hermandad, el depositario general, el procurador general y otros seis regidores (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 682).

Según tenía entendido, el procurador general de la ciudad expresaba que eran notorios y conocidos los daños causados en las estancias por los negros cimarrones, que se llevaban consigo a los esclavos de los vecinos de la ciudad y daban muerte a algunos. Su atrevimiento era tan temerario que los españoles no se sentían seguros como cuando años atrás, con la cuadrilla de cimarrones que tenía a su cargo Domingo Biohó, generó muchos daños y muertes al igual que lo hecho por otro negro llamado Bombón. En la actualidad, los regidores del Cabildo de Cartagena tenían noticias de que en el distrito de María se encontraba una gruesa cantidad de cimarrones que en días pasados entraron a la estancia de Gómez Hernández y a la hacienda del alférez Diego Márquez, mataron esclavos, robaron y causaron daños. Por ello, había sin dilación que remediar la situación de la manera más conveniente (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 682 v.-685).

Me llegaron avisos de que los regidores del Cabildo celebraron varias reuniones, cada uno expresaba sus opiniones y posteriormente procedían a votar. El teniente general fue llamado a dar su parecer y propuso que los miembros del Cabildo pidieran a los vecinos lo que cada uno quisiera dar y lo que faltara se sacara de los propios de la ciudad. Finalmente, los capitulares acordaron pagar cada uno de acuerdo a su caudal (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 760-762 v.).

Era de público conocimiento en la ciudad que el maestre de campo Francisco de Murga, gobernador de la provincia de Cartagena, se estaba preparando para salir al castigo de los cimarrones del palenque de Limón. Ordenó al capitán de infantería del distrito y al alcalde de la Santa Hermandad que salieran de la ciudad y alistaran los soldados con sus armas, y a los indios con sus arcos y flechas. Se reunirían en el pueblo de Mahates, donde enviaría los bastimentos. Ordenó al alguacil mayor de la villa de Tolú entregar al teniente de la villa unos cincuenta hombres, doce mulatos y morenos libres con armas de fuego, lanzas, rodelas, alfanjes, machetes, más cuarenta indios flecheros, y sacar de los pueblos de Sipacua, Malambo, Turbará y Usiacurí veinticinco indios fuertes y alentados, bien armados con arcos y flechas. En caso de aprehender a los cabecillas del palenque, los llevarían a Cartagena, y de los que dieren muerte traerían sus cabezas. Nombró a Alonso Martín Hidalgo como capitán de toda la oficialidad y dispuso que, una vez arribadas las cuatro tropas, hicieran la embestida del palenque, según lo acordado por las cabezas de campo (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 755-756 v., 757-758 v., 767-770, 775, 784-785).

Como respuesta a la pregunta formulada al inicio de este apartado, puede observarse cómo las autoridades, los miembros del Cabildo de Cartagena y los dueños de las estancias y de los esclavizados constituyeron el poder hegemónico que llevó a la destrucción del palenque de Limón. Sus voces hegemónicas acallaron las voces de los cimarrones, a quienes se negó su carácter político y se los consideró desprovistos de lógica y racionalidad. El Cabildo se reunió varias veces y cada uno de sus miembros expuso su posición. Como resultado de tales deliberaciones, se acogió la sugerencia del teniente general que consistía en que cada uno de los vecinos aportara dinero según sus condiciones económicas. Los miembros de este grupo hegemónico expresaban el discurso público de las relaciones entre dominadores y subordinados; usaban un discurso público en el ejercicio del poder.

El discurso público del gobernador, como agente del poder, se hizo explícito en las maniobras que adoptó en representación del gobierno para castigar a los cimarrones y destruirles el palenque, pues se los consideró insurgentes. Aunque su deseo era negociar un tratado de paz con ellos, las presiones del Cabildo y los dueños de estancias lo llevaron a la confrontación, y en consecuencia organizó la estrategia que debían adoptar los dirigentes de las milicias, a quienes sugirió incluir indios con sus arcos y flechas y a los conocidos como flecheros.

Desde la perspectiva de las autoridades, de los miembros del Cabildo de Cartagena y de los dueños de las estancias, las actuaciones de los cimarrones del palenque de Limón fueron interpretadas como actos de insurgencia, puesto que cometieron asesinatos, robos y perturbaron la tranquilidad de la comarca. Para ellos, la revuelta carecía de significado. No comprendían que los cimarrones habían actuado de esa manera porque se sentían traicionados, al considerar que la propuesta de paz sugerida por el gobernador había sido violada por los miembros del Cabildo y los dueños de estancias (Guha 58).

Yo sabía que la gente de Limón en su primera época estaba tranquila sin causar mal a nadie; no se manifestaba ni causaba daños ni robos. Frecuentaba las estancias de María. Sostenía contacto con los dueños, los mayordomos y amigos de los alrededores. Personalmente, entregué plata a Francisco Bañón para que trajera pólvora de Cartagena. Compré en el palenque un sombrero de vicuña con un cintillo dorado y una mochilita de ajonjolí para regalarle a don Juan de Sotomayor y a cambio le dio una vara y media de cañamazo (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 192 v.).

Previamente a mi llegada al palenque, los cimarrones solían trabajar en la estancia de don Francisco Martín Garruchena en las rozas de maíz: lo recogían, lo pilaban y construían los bohíos, y a cambio él les proveía de hachas, machetes, cuchillos, sal en botijas, tabaco, camisas, tocadores10 y “cativo” de mangle para que se curasen los que tuvieren llagas. Tenían comunicación y negocios con los mayordomos Juan Ortiz, el indio Juan González y los esclavizados de la estancia. Comerciaban mantas y fajas de algodón que hacían en el palenque, camisas, cuchillos, gallinas que tomaban a trueque de machetes, arcos de pipa para flechas, cuentas y cintas para las mujeres, ruan, cañamazo y jabón (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 133 v.).

Los cimarrones de Limón teníamos como protector a don Juan de Sotomayor; frecuentábamos su estancia, pero a él no le trabajábamos. Nos sentaba a su mesa y nos daba de comer. En una ocasión le envió al capitán del palenque, Francisco, un alfanje, un cuchillo de mesa y una sábana labrada; a la capitana, una camisa, naguas y un tocador; y a Simón, uno de los mandadores, un capote de jergueta (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 146 v.-147).

Lorenzo Criollo, mi amigo cimarrón, me contó que cuando él entró al palenque estaba poblado por “muchos negros criollos nacidos allí y otros angolas” (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 150; Heywood y Thorton 74)11. La autoridad del palenque estaba en manos del capitán Francisco Criollo.

Por ese tiempo, el capitán Francisco, un criollo del palenque de Limón, era la más alta jerarquía, mantenía la organización del palenque y dirigía las confrontaciones en caso de guerra. Era hijo de Domingo, también criollo de este palenque, y de Mohongo, una negra ya vieja. Francisco tenía un hermano llamado Juanico Dambi (Heywood y Thorton 118)12 y dos hijos igualmente criollos de Limón, Susana y Francisco. Seguían en la jerarquía de gobierno los “mandadores” Simón, Juan, Luis, Nicolás y Gonzalo Chale. Eran los colaboradores y voceros del capitán y junto con este daban las órdenes. El más importante era Simón, porque algunas veces lo llamábamos capitán. Todos eran criollos (Navarrete 119-120).

En el palenque de Limón existía una estructura política creada por los mismos cimarrones, con formas de funcionamiento social, político y económico. Eran conscientes de la necesidad de establecer una organización como estrategia de autonomía y para rechazar la dominación de las autoridades. Esta estructura política estaba constituida, desde la primera época del palenque hasta la década de 1630, por un capitán encargado de mantener la estabilidad que actuaba en las confrontaciones militares, al que le colaboraban los mandadores, que eran sus asistentes, voceros y representantes. Según las autoridades, Juan de la Mar y Francisco de la Fuente eran considerados “caudillos”, pero no pertenecían a la estructura política oficial del palenque.

Una de las características del ámbito político era la idea de adaptar o resistir a la dominación de las autoridades españolas y de los propietarios. En ocasiones, la resistencia se manifestó con violencia. El carácter político e histórico del cimarrón fue negado por las autoridades coloniales; sin embargo, es imprescindible incluir al rebelde como sujeto consciente de su historia y de la lucha por la libertad con una personalidad histórica real (Guha 36, 37, 81):

Sabía que el gobernador de la provincia de Cartagena, el maestre de campo don Francisco de Murga, de manera confidencial, solicitó la colaboración de don Juan de Sotomayor para que hiciera desde su estancia las negociaciones necesarias para llegar a un acuerdo de paz con los cimarrones (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 752-755).

A pesar de que la intención del gobernador era reducir a los cimarrones por medios pacíficos, esta fracasó por diversos motivos: la llegada de cimarrones más violentos, que cambiaron la política del palenque; el hecho de que estos se sintieran traicionados por los dueños de las estancias donde habían trabajado, quienes ofrecieron dinero a los indios para que participaran en la destrucción del palenque, así como las diferencias entre los antiguos pobladores y los recién llegados.

¿Cómo respondieron el Morisco y los cimarrones ante la actitud del poder hegemónico?

Los cimarrones respondieron a la actitud del poder hegemónico demostrando su protagonismo como agentes activos, para lo cual hicieron valer el carácter político que les había negado el sistema colonial. Era su forma de resistir a la dominación y en ocasiones se expresó de manera violenta. El ataque a la estancia de Diego Márquez cumplió con los cuatro métodos de resistencia enunciados por Guha: destruyeron y prendieron fuego a los bohíos, al trapiche y a la casa de purgar azúcar y miel; se llevaron la ropa que encontraron; mataron ganado vacuno, de cerda y aves; comieron carne fresca, y llevaron al palenque carne ahumada y salada.

Tenía conocimientos, por informaciones que llegaron al palenque, de que los dueños dejaron desiertas las estancias. Habían oído decir que los cimarrones iban a impedir el paso de la barranca con dirección al Reino para causar gran perjuicio al comercio. Tenían tomado el camino por donde pasaba el ganado y no lo dejaban atravesar con cuadrillas en los caminos y embarcaderos, sin permitir sacar cazabe, maíz, cacao, azúcar y miel que provenían del distrito de María (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 721-725).

Pude darme cuenta de que la situación se tornaba difícil en el palenque. Los cimarrones vivíamos en pie de guerra por los temores de que llegaran los españoles con la milicia, nos atacaran y destruyeran el palenque. Le comenté a Juan de la Mar que “los blancos no valían nada, que ya conocía sus mañas” (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 840).

Esta expresión del Morisco, de que “los blancos no valían nada, que ya conocía sus mañas”, es un comentario que constituye el discurso oculto de un cimarrón y muestra el conocimiento que tenía de la sociedad. Lo manifiesta un subordinado en un escenario alejado de los miembros del poder hegemónico.

Me di cuenta de que diversas razones se conjugaron para transformar a Limón en un palenque diferente al original, que era pacífico. Gente nueva empezó a venir al palenque. Llegaron los cimarrones de Polín, que fueron traídos por la fuerza por la gente de Limón. Los de Polín les decían a los de Limón que cómo era que peleaban cimarrones contra cimarrones. Arribaron unos negros malemba (Heywood y Thornton 191)13, esclavos de Juan Ramos: Quimbungo (Heywood y Thornton 94, 154)14, Sebastián Congo, Cristóbal Malemba, Antón Malemba, Moriungo Malemba, y otros malembas. A ellos se unieron los siete que trajo el Corcovado y tres o cuatro bozales15 y ladinos y yo, Francisco de la Fuente, que llegué junto con el Corcovado (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 142).

Estaba convencido de que, por el arribo de tanta gente nueva a la población de Limón, las relaciones entre los cimarrones se deterioraron en los últimos dos años. Cosas extrañas empezaron a suceder, como las discordias entre criollos y malembas.

Precisamente esta época coincidió con el nombramiento como reina del palenque de una criolla de Limón llamada Leonor, por las discordias entre algunos criollos que querían serlo (Carta del gobernador de Cartagena, Francisco de Murga, a su majestad, AGI, P, 234, R. 7/2, f. 668) y las presiones de los malembas. Leonor era hija de Domingo Bondondo o Angola; tenía dos hijos, Marcos y Cristóbal, y una hermana de nombre Inés, mujer de Simón el mandador principal. Tenía dos maridos, Manuel Malemba o Angola y Cristóbal Malemba o Angola16 (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 152).

Los malembas apoyaron el nombramiento de Leonor como reina. Si bien era criolla, tuvo contactos cercanos con malembas. Su padre era nacido en esa región; al igual que sus dos maridos, conocía y hablaba la lengua. Francisco continuó como capitán del palenque y acudía con Leonor a los enfrentamientos. El alférez Diego Márquez decía que Juan de la Mar, el Morisco y Juan de Macola se convirtieron en “caudillos”17, aunque no eran parte de la estructura de poder.

Los ataques a las estancias nos exponían a la ira de los miembros del Cabildo de Cartagena y de los propietarios de los esclavizados fugitivos. Los recién llegados, especialmente los malembas, eran agresivos y querían buscar mujeres, porque los criollos ya tenían las suyas. Empezaron a hacer fechorías, robos, incendios y muertes organizados en cuadrillas. Le escribieron una carta a Alonso Martín Hidalgo amenazándole con que lo habrían de empalar o matar en la plaza de la ciudad porque avisó al maestre de campo, Francisco de Murga, gobernador de la provincia de Cartagena, de la existencia de las poblaciones de cimarrones en las tierras de María (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 823-834).

La carta dirigida al capitán Alonso Martín Hidalgo es un ejemplo de un discurso público de los subalternos. Las amenazas de que habrían de empalarlo o matar en la plaza demuestran que aprovecharían un castigo utilizado por el poder hegemónico contra las rebeliones de los cimarrones. La carta sería conocida por miembros de las autoridades y otros representantes de la ley. Se trataba, entonces, de la expresión de un discurso explícito de los subordinados dirigido a los dueños del poder.

Los negros angolas y malembas, Lázaro Márquez y los cimarrones de Polín nos convencieron de ir a las estancias a buscar gente. Fueron a la de Gómez Hernández. A la estancia de Diego Márquez fuimos los cimarrones del palenque, y yo entre ellos, porque el mayordomo y el capitán de Márquez les daban mala vida a sus esclavos y porque Lázaro contó que Márquez decía que “los negros del palenque eran cuatro angolillas que había de amarrar y castigar” (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 171 v.). En el bohío grande estaban dos españoles que la reina ordenó matar, junto con dos indios y el mayordomo por quitarle la mujer. Nos llevamos toda la ropa. Prendieron fuego a los bohíos, al trapiche y a la casa de purgar azúcar y miel; la misma reina iba con un tizón. No le prendieron fuego a la casa grande porque yo, el Morisco, lo pedí por estar cerca de la iglesia y temía que también se quemara18. Luego regresamos al palenque (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 172 v.-173 v.).

Desde otra perspectiva, puede observarse que la expresión de Diego Márquez, “los negros del palenque eran cuatro angolillas que había de amarrar y castigar”, corresponde a un discurso oculto de un miembro del poder, en un lenguaje hegemónico.

Volvimos a la porquera de Diego Márquez. En la estancia de Márquez permanecimos varios días, matamos seis novillos y más de ciento treinta cabezas de ganado de cerda, sacrificamos bueyes y aves. Comimos carne fresca y llevamos al palenque mucha carne ahumada y salada. Trajimos al mayordomo con su hijo, a un indio y a una india; antes de entrar al palenque los amarramos. Yo pedí que me dieran la india para que me sirviera, y me la dieron. Por mandato de la reina llevaron al español y al indio al platanar del palenque. Aunque el español y el indio le pidieron muchas veces, hincados de rodillas, que por amor de Dios no los mataran, que ellos le servirían como esclavos. No quiso, dijo que tenía ganas de beber su sangre. Ella misma los degolló con una hachuela19 y bebió su sangre junto con las negras de su cuadrilla. Mientras los llevaban, Francisco de Trejos y el esclavo del fiscal del Santo Oficio los ayudaban a bien morir rezando. Después de degollados, terminaron de cortarles la cabeza y Francisco Malemba les abrió el pecho. Yo, el Morisco, quise enterrarlos, pero los angolas no dejaron y se los comieron los gallinazos. Leonor era tan aficionada a beber sangre que tenían que buscarle un perrito o un gallo para matarlo y, si no lo hacían, darían muerte a una persona o a una criatura (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 174-176).

Fui con otros a la estancia del capitán Francisco Julián de Piña. De la estancia de Piña, trajimos tres negros, puercos, gallinas, palomas, dos caballos, una mula, hachas, herramientas y algo de la roza. Todos llevaban sus arcos y flechas, menos el esclavo del fiscal del Santo Oficio y yo, que llevábamos escopetas. Luego pasamos a la estancia de Alonso Martín Hidalgo y matamos cabras y puercos, parte la comimos, la otra la llevamos al palenque. Luis Quizama mató a un indio viejo y ciego que estaba en un bohío. De allí nos llevamos cabalgaduras de mula y caballos (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 177 v.-178).

Los cimarrones, y yo con ellos, le explicamos a las autoridades que se tomaron el pueblo de Chambacú porque Perico y Malambo, esclavos de Francisco Martín de Garruchena, les contaron “que su amo había recibido plata del gobernador de Cartagena para dar a los indios pintados y a los de Chambacú y que había de ir con ellos a coger el palenque […] El capitán Francisco y la gente criolla del palenque dijeron que [cómo Francisco Martín les hacía eso] habiéndole servido más de ocho años y hecho las rozas y cogido su maíz y habiéndole hecho los bohíos en su estancia y sacado madera a cuestas y rescatando con ellos herramientas, camisas, vestidos, tocadores y todo lo demás que había menester y pagándoselo tan bien […] chupándoles el sudor y trabajo quería ir contra ellos, por lo cual sentidos y enojados fueron armados al pueblo de Chambacú y lo quemaron y le mataron los indios y se llevaron las indias” (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 179-179 v.).

¿Es posible identificar un discurso oculto de subversión entre los cimarrones hacia los representantes del gobierno?

Estábamos disgustados con Diego Márquez porque entregaba dinero para reunir indios y soldados e ir contra el palenque. (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 180)

En varias ocasiones, los cimarrones expresaron un discurso oculto de subversión cuando se enteraron de que propietarios de las estancias pagaban para que los indios flecheros y los pintados se unieran a las milicias del gobierno. Sus manifestaciones tuvieron lugar en el palenque, fuera de la mirada de los miembros del poder. Lo que expresaron al tener conocimiento de que Francisco Martín Garruchena había dado dinero a los indios constituye un discurso oculto: dijeron que “cómo les hacía eso, que durante […] años le habían estado sirviendo de noche y de día, trabajando en las rozas, fabricando los bohíos”. Lo “referían con gran sentimiento y enojo”. Este es un ejemplo de una cultura política disidente y de oposición:

Por eso resolvimos ir a Chambacú. Fuimos los cimarrones sin excepción, solo quedaron los viejos y Sebastián Cachorro que estaba enfermo. Todos íbamos armados. Esa noche dormimos en la estancia de Francisco Martín Garruchena, matamos algún ganado de cerda para comer, y al otro día madrugamos al pueblo de Chambacú, lo rodeamos para que no se escaparan los indios y a medida que iban saliendo los íbamos matando. Amarramos a las indias y las trajimos al palenque. Volvimos a la estancia de Garruchena, matamos ganado de cerda para comer y el resto lo llevamos ahumado al palenque (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 179 v.-180).

Yo, el Morisco, tenía conocimiento de que el maestre de campo Francisco de Murga, gobernador y capitán general de la provincia de Cartagena, quería resolver el asunto de los cimarrones por medios pacíficos.

El gobernador entregó una orden a don Juan de Sotomayor, que portaba el tratado de paz que habría de convenirse con Simón, el mandador, considerado de mayor rango en el palenque. Sotomayor procuraría saber dónde se encontraba Simón, le daría el recado y habría de explicarle que, por palabras de Felipe, negro criollo, tenía información de sus buenas intenciones. Para el gobernador había sido de mucho agrado que el capitán Simón, sus hijos y su gente hubieran estado varios años en quietud y sosiego, sin hacer daño a vaqueros ni pasajeros; por ello, nadie había procurado alarmarlos. Sin embargo, últimamente se habían dejado llevar de negros bozales que habían huido de sus dueños. Una de las iniciativas que el gobernador podría tomar para “mayor servicio de Dios y del Rey Nuestro Señor” era actuar con misericordia. El capitán Simón podría enviar dos personas de su confianza para hablar con él (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 752-753).

El gobernador dio su palabra, en nombre del rey, de que las personas a las que enviara serían bien recibidas y serían devueltas con la misma seguridad. Como muchos de los esclavos huidos de las casas y haciendas tendrían la intención de volver con sus amos, el capitán Simón o el señor Juan de Sotomayor les darían una carta en nombre del rey, en la que se les prometería no hacerles daño por las justicias ni por sus amos, como si su fuga no hubiera sucedido. Les propuso quedarse en Limón o donde gustaran hacer su población; se les daría un sacerdote que bautizara a sus hijos y celebrara casamientos, tendrían sus tierras y labranzas, y harían comercio con Cartagena o donde quisieren como vasallos libres de la Corona. Sería necesario actuar con brevedad y buena disposición para que pudieran restituirse al rebaño de la Iglesia para “servicio de Dios y del Rey nuestro señor. Firmado Francisco de Murga. Cartagena 20 de septiembre de 1633” (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 752-755 v.).

Los acápites precedentes dan a conocer el discurso oculto del gobernador Murga, fuera de la escena de los representantes del poder hegemónico, y ponen en evidencia que quería conciliar y entablar un tratado de paz con los cimarrones. Su deseo era solucionar el problema pacíficamente, pero chocó con el poder de los miembros del Cabildo de Cartagena que buscaban la destrucción de los palenques. Para hacer llegar a los cimarrones su discurso oculto, se valió de don Juan de Sotomayor, considerado por los cimarrones como su protector.

Posteriormente, el gobernador le pidió al cabo de la escuadra Felipe Cruz que le llevara una carta a don Juan de Sotomayor, teniendo cuidado de no decir algo inconveniente sobre las paces que estaba negociando con los cimarrones. Cuando Cruz llegó, encontró a Sotomayor en su estancia recostado en una silla; y cuando vio al cabo se alegró y le recibió la carta. Al leerla, supo que Murga, entre otros puntos, le pedía que le llevara a los cimarrones (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 909), a lo cual replicó:

muy buen pago me da Cartagena estándole haciendo un servicio tan particular que según lo que dice esta carta los negros están en mi casa y esto nace sino de algunos informes siniestros y de personas de mala intención que han dicho al maestre de campo que están aquí los negros. Así lo entendía. (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 922)

La réplica de Sotomayor a la carta de Murga contiene el discurso oculto de un representante de la élite, por fuera del escenario de los grupos hegemónicos, que discrepa del discurso oculto del gobernador, otro representante del grupo dominante.

El domingo, el cabo ya estaba enojado porque no llegaban los cimarrones. El miércoles arribaron a la estancia varios cimarrones armados con arcos y flechas. Sotomayor les preguntó por Simón, el mandador, y le respondieron que no venía; en su lugar había venido el capitán Francisco, hijo del capitán mayor. Sotomayor preguntó a los cimarrones si irían a Cartagena, a lo que estos contestaron que no traían orden del capitán mayor, que lo harían en otra luna20, siempre y cuando Sotomayor llevara a su familia para ellos tener mayor seguridad. El cabo le dijo a don Juan de Sotomayor que sentía mucho que los cimarrones no cumplieran su palabra; el gobernador creería que todo era una “patarata”. Tras ello, apartó a Francisco, el esclavo del señor fiscal del Santo Oficio, para hablarle a solas. Le dijo que el maese de campo le daría la libertad, que fuese con él a Cartagena puesto que él sabía si los cimarrones eran muchos o pocos y si tenían suficientes fuerzas. El interpelado respondió, riéndose, que “el poder de todo el mundo no le podía sacar de entre aquellos y que era tan libre como este declarante”. En vista de ello, el cabo regresó a Cartagena junto con Sotomayor.

La respuesta de Francisco es una manifestación hegemónica ante un subalterno del gobierno para dar a entender que por nada cambiaba su libertad; en el palenque se sentía tan libre como los dueños del poder y no estaba de acuerdo con los términos del tratado.

El gobernador le ordenó a Sotomayor volver a la estancia para hablar con los cimarrones y que procurara enviarle dos de ellos para informarlo. Cuando el capitán regresó a la estancia se enteró de que los cimarrones habían quemado la propiedad de Diego Márquez. No podía creerlo; por el contrario, esperaba a los cimarrones para acordar la paz por petición suya y ante tales hechos manifestó: “ya no había que esperar ningún suceso bueno ni malo de ellos”. Los temores y dudas de ser traicionados por los dueños del poder y las condiciones del gobernador de entregar a los propietarios a los recién llegados al palenque marcaron el final del tratado de paz (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 909-922).

La expresión de don Juan de Sotomayor, protector de los cimarrones, de que “ya no había que esperar ningún suceso bueno ni malo de ellos” es un discurso oculto que manifiesta su desconsuelo ante la tentativa de paz, con el que da a entender que se acercaba la destrucción del palenque.

Yo, personalmente, lo que entendí sobre las paces y que tampoco estaba de acuerdo, porque solo llevaba algo más de un año en el palenque, era la condición del gobernador de que los negros cimarrones teníamos que volver con los dueños si era poco el tiempo en que habíamos permanecido en el palenque, y los criollos y demás negros antiguos quedarían en libertad. Me encolericé y dije: “una vida tengo y no tengo más que perder”. Don Juan de Sotomayor me habló en arábigo y me dijo “muy bueno es que tú que habías de inquietar [sic] estos negros los alborotas, mira que no tienes razón y da muchas gracias a Dios que habiendo muerto un negro te saliste huyendo y hallaste abrigo entre los españoles no será razón que seas contra ellos”. A ello respondí también en arábigo que tenía razón y “si digo esto como me ven blanco no piensen estos negros que tengo de ser contra ellos” (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 932 v.-933).

La conversación entre el Morisco y don Juan de Sotomayor manifiesta dos aspectos interesantes. Primero, la interculturalidad existente en la ciudad de Cartagena y en el palenque de Limón. Según el documento, la posible circulación de la lengua árabe en Cartagena se sumaba a las múltiples lenguas africanas, al español y al portugués de los cristianos nuevos. Y, segundo, el lenguaje oculto de subversión que reservaba el Morisco frente a los demás cimarrones y que hizo explícito ante don Juan de Sotomayor. Sin duda, se consideraba obligado a acompañar a los cimarrones en sus actividades, y es probable que sintiera temor de ser rechazado por su color, por lo cual, para compensarlo, los invitaba a las redadas.

De igual forma, los negros de Juan Ramos contradijeron la propuesta ante la reina, así como otros que llevaban poco tiempo en el palenque. Señalaban que “no era buen trato” y que quitaran al capitán Francisco y pusieran a otro.

El capitán y la reina tuvieron pesadumbre y querían apartar el palenque y hacer otro hacia la banda de Tolú; acordaron quedarse todos juntos, y por esto, y ser todos parientes los criollos y criollas y no estar en discordia los unos con los otros, no se efectuaron las dichas paces (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 958-972).

Esta pesadumbre demuestra la unión entre los criollos del palenque, antiguos pobladores, que deseaban junto con el capitán y la reina hacer un nuevo palenque en Tolú. También, expresa la diferente forma de pensar de los cimarrones de castas. Esta contradicción llevó al fracaso del acuerdo de paz.

¿En qué medida se hicieron presentes relaciones de poder entre los cimarrones del palenque de Limón?

La resistencia a la esclavitud ha recibido poca atención por parte de los historiadores africanistas. Los casos estudiados muestran que en Angola dicho fenómeno, particularmente la fuga, registra un largo pasado. De allí que sea posible imaginar que los cimarrones procedentes de Angola que habitaban el palenque de Limón conocían la resistencia y la pusieron en práctica al huir de sus propietarios, al igual que sus congéneres en África (Curto 67).

Juan de la Mar me explicó que cuando entraron al palenque los negros malemba de Juan Ramos le metieron a la reina algún diablo en la cabeza, porque desde entonces empezó a mandar y todos le obedecían, hasta el capitán y el mandador principal. Le daban una cosa21 que la hacía caminar como loca dando caídas y golpes al primero que hablara, cuando volvía en sí decía mil disparates y todos le temíamos y obedecíamos (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 171).

Heléne Vignaux sostiene que algunos cimarrones consideraban que Leonor tenía poderes especiales que había adquirido cuando unos malembas le dieron una pócima mágica, y a partir de ese episodio tenía la capacidad de entrar en trance o éxtasis. El deseo de preservar sus facultades singulares inducía a la reina a beber la sangre de sus víctimas o de animales (Vignaux, “Palenque de Limón” 35-36).

Las mujeres en Angola colonial fueron miembros activos de sus sociedades y dieron forma a la economía, al poder político y a las creencias religiosas. Cultivaban, vendían frutas y verduras, y hacían todo tipo de trabajos. De la misma manera, las mujeres del palenque de Limón fueron integrantes activas de la comunidad que ayudaron a construir, y cultivaban maíz, fríjol, ajonjolí, cocinaban, y acompañaban a los hombres a trabajar en las rozas, los platanales y las sementeras. Los cimarrones de origen Angola presionaron para que Leonor fuera la reina del palenque de Limón; ella participaba en las incursiones bélicas y daba órdenes. Es posible que hubiera tenido un liderazgo religioso cuando entraba en trance y bebía sangre tanto de humanos como de animales. Conocer el origen de estos fenómenos exige un mejor conocimiento de las religiones africanas.

Quizás la más famosa jefe en África Central Occidental fue Njinga, quien gobernó Ndongo y Angola en el siglo XVII, fundó nuevos Estados y se opuso a los mercaderes y a los administradores portugueses. No fue la única mujer que gobernó en territorios de África Occidental. En Cambabe, a lo largo del río Kwanza, se sabe de dos mujeres que también lo hicieron: doña Joana Quioza en el siglo XVII y doña Ana Soba hacia 1790 (Cándido 223), lo que lleva a concluir que no era extraño que Leonor fuese aceptada como reina del palenque de Limón.

Las relaciones de poder entre los subordinados —los cimarrones— se pusieron en evidencia cuando los cimarrones de Limón tomaron por la fuerza a esclavizados de las estancias, a los que encontraban en los caminos y a cimarrones que capturaron en la conquista de Polín para llevarlos al palenque y servirse de ellos. Era una especie de semiesclavitud o servidumbre. Fugitivos recién llegados al palenque tenían que servir a quienes los hacían sus amos. Por ejemplo, Sebastián Anchico servía a su amo Juan Angola pilando maíz y trayendo agua y leña, además de acompañarlo a atender su roza. Juan de la Mar no permitió que Pedro Angola regresara a su estancia “porque él quería tomarlo para que le sirviera”. Según James C. Scott, este tipo de relaciones de poder se generaban entre subordinados como una manera de contrarrestar las conductas de los dominadores. Quizás intentaron reproducir dinámicas presentes en sus sociedades de origen y en el mundo indiano, donde la servidumbre era un punto en común. Heléne Vignaux concuerda con la idea de esclavización en el palenque de Limón (“Palenque de Limón” 33-34, 52).

De igual manera, las relaciones de poder entre subordinados se manifestaron en africanos habitantes del palenque, procedentes de distintas culturas, con diferentes subjetividades, como sucedía entre criollos y africanos por las discordias debido a su origen y por pensar de otra manera sobre la defensa del palenque. Por ello, Juan de la Mar afirmaba que él vivía con la gente criolla de la banda derecha para apartarse de los malembas. Los angolas y los malembas vivían en la parte de arriba del palenque; tampoco querían que entrara al palenque gente de Guinea (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 950).

Según lo que pude entender, la razón por la cual querían reunir gente se complicó cuando llegaron los malembas de Juan Ramos y Sebastián Congo, su compañero, entraron los de Polín, Lázaro Quizama, esclavo de Márquez, y los de Alonso Martín Hidalgo, que no querían trabajar ni hacer mantas que los criollos querían enseñarles a tejer. Por eso, empezaron a incitarlos a quemar las estancias de sus amos y a llevar al palenque cuanta gente angola encontrasen, pero que no cogieran gente de los Ríos “porque los querían mal”. El capitán Francisco y la reina lo ordenaban y cuando hablaban con los malembas y angolas lo hacían en su lengua porque la entendían (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 184-185).

Por esta razón, el palenque creció sin medida en los últimos dos años (1631) y necesitaba brazos para trabajar en las rozas, para tener más soldados, atemorizar a los blancos e impedir que encontrasen a los cimarrones. Además, necesitaban servirse de ellos para que cargaran leña y agua, y para que pilaran maíz. Las mujeres las traían para acomodarlas con los cimarrones recién llegados y para tenerlas a su servicio. Francisca Criolla servía a Magdalena Criolla del palenque, cuñada de la reina, barriéndole la casa y cocinándole la comida (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 803 v., 832-834 v., 817-817 v., 837-838 v., 902-908, 970).

Mi amigo Francisco Criollo, esclavo del fiscal del Santo Oficio, sabía leer y escribir. Cuando se trataba de negociar la paz, los cimarrones fuimos a la estancia de don Juan de Sotomayor, y este escribió una carta al gobernador, por orden de Francisco, el capitán, y en nombre de la gente del palenque. En esa ocasión, el negro del inquisidor fiscal estaba detrás de la silla de don Juan leyéndola y todos los presentes “dijeron que estaba buena” (AGI, P, 234, R. 7/2, f. 970 v.).

El hecho de que en el palenque hubiera una persona que sabía leer y escribir le concedía un carácter diferente y manifestaba su importancia. Los cimarrones podían escribir a sus parientes esclavizados; era una forma de recibir noticias de sus familiares, enterarse de lo que se tramaba contra ellos y leer las propuestas de paz del gobernador.

Palabras finales

El 11 de diciembre de 1633, hacia las diez de la mañana, el capitán Alonso Martín Hidalgo entró con sus hombres al palenque de Limón. Cuando esto sucedió, me encontraba en Limón junto con el capitán, los criollos y la gente ladina de Guinea; otros habían ido a trabajar en sus rozas. Nos cogieron por sorpresa; por eso no peleamos y abandonamos el palenque sin tirar más que unas pocas flechas. Los blancos aprehendieron a los que quedaron en el palenque, sin que escapara ninguno.

Por la noche nos juntamos todos los cimarrones e hicimos que las negras se retiraran a una legua del palenque. Rodeamos el palenque dando gritos y haciendo algarabía. Los soldados del capitán Martín Hidalgo hirieron con sus arcabuces a algunos cimarrones que contestaron con flechas. Yo, el Morisco, hice tres tiros con mi escopeta sin herir a nadie. El capitán del palenque y sus soldados decían que, cuando ya no pudiéramos sostener la situación, nos metiéramos al monte para proteger a las mujeres y los hijos. Como no pudimos hacer nada, anduvimos en tropas huyendo de los españoles. Anduve con la reina y con Juan de la Mar, Gonzalo y Domingo criollos y fuimos a buscar a las mujeres. No volví a ver a la reina, al capitán Francisco ni a las otras tropas. Anduve por las tierras de Limón hasta encontrar la casa de Francisco Bañón. Le pedí unos calzones y puse mi ropa a secar porque iba mojado. Francisco me dio de beber un poco de chicha. Mientras la bebía me dieron de palos entre Francisco Bañón, el capitán y los soldados del gobierno que estaban allí; me cogieron y amarraron (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 790-796).

Lo último que supe de mis compañeros cimarrones fue que unos se dieron a la fuga sin que se pudiera saber a dónde fueron. Otros, los dueños de esclavos, reclamaron su devolución; cuarenta y ocho entre mujeres y hombres criollos, angolas, congos y algunos de los Ríos de Guinea. Cinco mujeres indias regresaron a sus pueblos. Pedro Angola, Lorenzo Criollo, Juan Criollo, Juan Angola, Lázaro Angola, Sebastián Angola, Domingo y Sebastián Anchico fueron ahorcados y descuartizados. Sus cabezas puestas en lugares públicos.

En cuanto a mi persona y la de Juan de la Mar, por ser considerados los principales “delincuentes alzados” que tomamos armas contra las de su majestad para tratar de hacer un alzamiento general, fuimos condenados a pena de muerte. Tanto para castigo como para servir de ejemplo a los demás esclavizados.

El fin de la vida del Morisco fue muy triste y doloroso. Pregoneros iban por las calles manifestando sus delitos. Fue arrastrado por la cola de una mula hasta la plaza de San Francisco “donde estaba una horca y de ella fuera colgado del pescuezo”. Así se cumplió (AGI, P, 234, R. 7/2, ff. 1132-1134).

Conclusiones

Este texto trató de ofrecer una mirada alternativa sobre el estudio de los palenques. Si bien se indagaron fuentes utilizadas por otros historiadores que usan narrativas históricas tradicionales, en las cuales se deja de lado el diálogo de la manera planteada en este artículo, se dio voz en primera persona al protagonista de esta reconstrucción histórica.

Fue un hallazgo de la investigación constatar que el palenque de Limón pasó por dos etapas. En la primera, ejercía el poder el capitán Francisco, criollo del palenque, a quien le colaboraban cinco “mandadores”. En dicha época, de “aceptación social”, el palenque estaba habitado por criollos y algunas personas de castas. Los cimarrones trabajaban en las estancias de los alrededores y comerciaban con los esclavos y los pueblos de indios.

En la segunda etapa, la llegada de nuevos pobladores, en la década de 1630, especialmente angolas y malembas, y el nombramiento de una reina exacerbaron las medidas del poder hegemónico ante las acciones beligerantes de los cimarrones de Limón. Entonces, se hicieron demostraciones de poder por parte de las autoridades, de los dueños de estancias y del Cabildo con la intención de destruir el palenque. De tal manera, se difundió un “discurso público” que enmarcó las relaciones entre dominadores y subordinados. Posteriormente, se preparó la batalla, se ofreció dinero a los indios y se convocó a una gran milicia.

Otro de los hallazgos importantes fue destacar la presencia de un morisco en un palenque, por su origen poco común en el medio indiano. Como galeote y luego cimarrón, su situación de subalternidad podía generar cercanías y distancias con otros cimarrones, como él mismo lo expresó a don Juan de Sotomayor. En el artículo se menciona una conversación en árabe entre don Juan de Sotomayor y el Morisco, en la que este último explica que se vio obligado a participar en las acciones destructivas para mostrarse como uno de los cimarrones negros. Esto permite conocer miradas sobre sí mismo en relación con los demás cimarrones y otros agentes del poder hegemónico.

El análisis de los discursos público y oculto de los grupos hegemónicos y subalternos ayudó a identificar las expresiones de aversión de los cimarrones hacia los miembros del poder, debido al engaño y la traición. El rencor que sintieron por haber servido a los dueños de las estancias dio forma a un discurso oculto de subversión. Los criollos no podían creer que Francisco Martín de Garruchena hubiera colaborado en la destrucción del palenque al recibir dinero para pagar a los indios, después de que los cimarrones hubieran trabajado para él. A este comportamiento reaccionaban con “con gran sentimiento y enojo”.

Fue posible observar la forma como el Morisco y los cimarrones respondieron a la actitud del poder hegemónico con beligerancia, impidiendo el transporte de alimentos a las provincias, atacando las estancias, aun aquellas de sus benefactores, y destruyendo los pueblos de indios. Los recién llegados, angolas y malembas, fueron quienes actuaron con mayor violencia.

El análisis de las relaciones de poder entre los cimarrones sirvió para identificar la existencia de una semiesclavitud o servidumbre a la que se sometía a hombres y mujeres atrapados en los caminos, las estancias y los pueblos de indios. A las mujeres se las tomaba por la fuerza para hacerlas sus compañeras, en tanto que a los hombres se los forzaba a colaborar en el trabajo y la defensa y se los sometía a servidumbre. Pudo tratarse de una forma de esclavitud traída de África, tomada del mundo indígena, una réplica de la esclavitud europea o un sincretismo de todas estas prácticas. Según James C. Scott, era una manera de contrarrestar las conductas de los dominadores. Esta semiesclavitud pone de relieve que entre los cimarrones existieron relaciones de poder y descarta la idea de una igualdad social en el palenque de Limón.

Fue importante analizar la presencia de una tensión entre los criollos —nacidos en el palenque— y la gente de castas procedente de África, que se expresaba en las diferentes maneras de ver la vida y planear la defensa del palenque, y se identificó en las reacciones opuestas de uno y otro grupo al acuerdo de paz. Esto mismo sucedió entre las diferentes culturas y las etnias africanas. Los malembas, por ejemplo, no querían que entrara al palenque gente de los Ríos de Guinea. Debe tenerse presente que África es el continente más heterogéneo y tal diferencia fue quizás traída desde su lugar de origen.

Además fue relevante destacar la interculturalidad que se manifestó en el palenque de Limón. Por una parte, de raíz africana, cuando angolas y malembas se comunicaban en su lengua de origen, que incluso hablaban algunos de sus descendientes criollos. Por otra, al constatar que Francisco de la Fuente, el Morisco22, se comunicaba con don Juan de Sotomayor en árabe. No se conoce el lugar de origen de este último; a manera de hipótesis podría decirse que provenía del sur de España, donde todavía estaba activa la influencia cultural árabe.

Una de las limitaciones del trabajo fue tratar de hacer un texto bajo patrones alternativos, de difícil aceptación por formas ortodoxas de escribir la historia. Estudiar un palenque permite abrir el camino para indagar sobre la existencia de otros o continuar el análisis de los conocidos desde diferentes perspectivas. No todo está dicho sobre el palenque de Limón; nuevos investigadores pueden continuar haciendo aportes, seguir reconstruyendo la historia de Limón a partir de las reflexiones de este artículo y aportar novedades. Además, la fuente primaria estudiada permite el análisis de diversas temáticas por su diversidad, extensión y validez histórica.

Bibliografía

I. Fuentes primarias

Archivo General de Indias, Sevilla, España (AGI).

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2Un total de 1 160 folios con dos numeraciones, al parecer una original y otra posterior. El artículo utiliza una u otra de las dos versiones debido a diferentes épocas de consulta.

3En el artículo, sierras y montes son equivalentes y se usarán indistintamente.

4Vale la pena aclarar que, en este contexto y para estas fechas, el término Guinea se utilizaba para denominar a todos los nativos de África subsahariana, como lo afirma María I. C. de Oliveira. Kathryn Joy Mcknight también aclara que el término Guinea fue usado primero por los navegantes portugueses para referirse a la región costera de África Occidental. En el siglo XVII, los españoles lo utilizaron para cualquier origen subsahariano (Mcknight, “Gender Declarations” 512).

5Es importante tener en cuenta que la voz de Francisco de la Fuente el Morisco aparece en recuadros para distinguirla de las explicaciones de la autora.

6De la misma manera en que Roquinaldo Ferreira usa como punto de partida la trayectoria personal de José Ferreira Gomes, un hombre negro nacido en Benguela. El artículo citado aquí escoge como punto de partida los acontecimientos personales de Francisco de la Fuente, el Morisco, y a la vez muestra los aconteceres del palenque de Limón. Aunque no se trata de una biografía, sí se centra en la vida de un individuo cuya voz tiene mucho que decir.

7La declaración de Francisco de la Fuente, el Morisco, comprende los folios del 840 al 867 v., o del 167 al 194.

8Hoy en la provincia de Valencia, España.

9La existencia de galeras en Cartagena se vio motivada por los frecuentes ataques de los piratas. Eran embarcaciones bajas, largas y movidas por remos; algunas tenían una o dos velas latinas. Debían custodiar la costa de Tierra Firme. Los remeros eran negros ladinos, bozales y los cimarrones que fueren capturados.

10Tocador era un paño que utilizaban las mujeres para cubrirse la cabeza.

11El reino que los portugueses conocieron como “Angola” (probablemente un término dinástico) fue una consolidación de provincias, entre ellas Ndongo. El vocablo Guinea fue usado para designar a todo aquel nacido en África; en ocasiones se hacen distinciones cuando se habla de “la gente de los ríos” si provenía de Guinea.

12Es importante anotar que parte de la provincia de Hari se llama Dambi Ngola.

13El territorio del rey de los malembas rodeaba a Congo y Ndongo. Malembas y anchicos eran “angolas”.

14Quimbungo podría venir de Quimbundo, tierras altas centrales de Angola.

15Bozales eran el hombre o la mujer esclavizados, recién llegados de África, que todavía no conocían los rudimentos de la lengua castellana y la cultura española; una vez adquirían estos conocimientos pasaban a ser ladinos.

16No consta en la documentación si fueron relaciones paralelas o consecutivas.

17El término caudillo corresponde a la nomenclatura que dieron las autoridades a algunos cimarrones con especial influencia en el palenque, por ejemplo: Juan de la Mar y Francisco de la Fuente, el Morisco. No es utilizado por los cimarrones, pero sí es reconocida su autoridad.

18Este detalle muestra la hegemonía cultural y política de este espacio.

19Njinga, reina de Matamba, en su entrenamiento militar quería eclipsar a su hermano Ngola Mbande y a los niños de la familia con su destreza en el manejo del hacha de batalla, el símbolo real de la gente de Ndongo.

20Julián Ruiz sugiere que es posible interpretar la expresión “después de una luna”, si se considera que en algunas culturas el tiempo se cuenta por lunas y equivale a periodos de veintiocho días.

21Quizás una poción de hierbas alucinógenas. Es posible que esta poción le permitiera alcanzar el estado de trance.

22Los moriscos fueron expulsados definitivamente de España entre 1609 y 1614.

1Historiadora de la Universidad del Valle. Hizo estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid y su tesis “Esclavitud negra e Inquisición. Los negros en Colombia. 1600-1725” mereció la calificación de sobresaliente cum laude. También hizo una Maestría en Educación en City College de Nueva York (CUNY). Ha dedicado su vida profesional a la enseñanza en la Universidad del Valle, como profesora titular, y a la investigación histórica. En la actualidad investiga los movimientos de resistencia de los cimarrones en el Caribe colombiano en los siglos XVI y XVII. Es autora de varios libros y artículos.

Recibido: 10 de Octubre de 2022; Aprobado: 21 de Febrero de 2023

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