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Historia y MEMORIA

Print version ISSN 2027-5137

Hist.mem.  no.18 Tunja Jan./June 2019

https://doi.org/10.19053/20275137.n18.2019.8851 

Reseña

Un barco mágico llamado adabi

Juan Manuel Herrera* 

* Director de la Biblioteca Lerdo Tejada - México. Estudió Historia en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, y administración y organización de archivos en el Instituto de Cooperación Iberoamericana en España, en los Archivos Nacional, General de la Administración en Alcalá de Henares, General de Indias e Histórico de Simancas del Ministerio de Cultura de España. Actualmente es Director de la Biblioteca Lerdo Tejada de México, manuel_herrera@hacienda.gob.mx


Según Plutarco, Pompeyo pronunció la frase ante un mar amenazante en el momento decisivo de arengar a sus marineros a fin de transformar su temor en arrojo. La traducción en lenguas romances, ha dicho Helena González, permite matizar: «navegar puede ser un arte preciso, a diferencia del arte de la vida, pero también puede ser una metáfora que hable de la necesidad de entrega del individuo a un fin mayor»1.

En diciembre de 1784, se hizo el primer envío de algodón de los Estados Unidos a Europa. Un siglo más tarde, para conmemorar ese acontecimiento, de importancia innegable, se organizó una gran Exposición Centenaria y Universal del Algodón y de la Industria en Nueva Orleans, de la estirpe que había comenzado en 1855, al mediodía del siglo XIX en París: «Se tiene intención -le escribió el Ministro comercial de Estados Unidos a don Manuel Fernández, a la sazón Oficial Mayor del Ministerio de Fomento, Colonización Industria y Comercio de México- de presentar una oportunidad adecuada para exhibir como artículo principal el algodón en todas sus condiciones de cultivo y manufactura; pero deberán también incluirse todas las artes...y productos de la tierra y de las minas de todas las naciones, para ilustrar las grandes ventajas obtenidas y el éxito logrado en bien del progreso y de la civilización durante el siglo que ha transcurrido desde aquel primer envío»2.

Esa nota, que parece digresión temprana en esta reunión celebratoria por el quindenio de Adabi, viene a cuento, porque en agosto de 1884 el barco de vapor City of Mérida, salió de Veracruz con rumbo a Nueva Orleans. La carga de este vapor sería mostrada en un pabellón de excepcional belleza, el Kiosco Morisco3 -construcción nómada del Arq. José Ramón Ibarrola-que todavía podemos admirar y disfrutar en la Alameda de Santa María la Ribera en la Ciudad de México.

El City of Mérida, vapor de la Ward Line, tenía las bodegas llenas de objetos preciosos, una colección reunida durante años por la Comisión Geográfico-Exploradora, un grupo singular formado desde 1878 y dirigido en esos años por el Ing. Agustín Díaz, cartógrafo de altos vuelos. El vapor, que llevaba la preciosa carga destinada a dar brillo y esplendor al pabellón mexicano en la Exposición Universal de Nueva Orleans, se incendió y se hundió en La Habana, Cuba, y todo lo que llevaba a bordo se perdió.

En la Memoria presentada al Congreso de la Unión por el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, el General Carlos Pacheco, está escrita una página triste de la historia científica mexicana: Se trata del informe de la Comisión Geográfica Exploradora de la República Mexicana, firmado en 1885 por el propio Ing. Agustín Díaz desde Jalapa, Veracruz. En él detalla la Relación de los objetos que la sección naturalista de la expresada Comisión remitió a la Exposición y se perdió en el incendio del vapor City of Mérida, acaecido en la bahía de La Habana el 29 de agosto de 18844.

28, 625 ejemplares de plantas disecadas;

14,604 ejemplares de insectos de seis diversas órdenes (Coleópteros, Ortópteros, Neurópteros, Hemípteros, Lepidópteros y Dípteros);

908 ejemplares de Aves disecadas;

212 ejemplares de Mamíferos, Reptiles y Batracios;

1,580 ejemplares de Moluscos;

12,000 fósiles, comprendiendo plantas, zoofitos, moluscos, etc.

2,000 ejemplares de rocas, minerales y materiales de construcción;

- Además de una serie de libros y útiles de clasificación, concluye esta relación, se perdieron 60 libros empastados de herbarios que contenían las plantas raras;

- Un gran álbum en que estaban dibujados con sus colores propios los objetos más notables de la colección;

- y Los cristales para insectos y los frascos especiales de vidrio que encerraban los reptiles.

Los integrantes de la Comisión, entre los que se encontraba el gran sabio Fernando Ferrari Pérez, jefe de la Sección de Historia Natural y uno de los pioneros de la fotografía y el cine en México, tuvieron que regresar a la ciudad de México desolados5.

«Con tal desgracia -narraba don Agustín Díaz- tuvo la sección que regresar inmediatamente y la consternación preocupó a todos los individuos de la Comisión a tal grado, que por algunos días paralizaron sus trabajos, pues ninguno se hallaba ni aun en estado de pensar. Sin embargo, se trataba del nombre de México, y ante esta consideración se resolvió hacer toda clase de sacrificios para reponer en lo posible el desastre; se convirtieron en colectores la mayor parte del personal y con la actividad desplegada en tres meses de campo, pudo formarse una nueva colección mucho más reducida en número pero con la variedad suficiente para poder lucir en la exposición. La comisión procedió con tal tino que.logró alcanzar el primer premio concedido a México»6.

Para remontar esa circunstancia trágica, el gobierno del Gral. Porfirio Díaz, decidió -a iniciativa de Ferrari Pérez-fundar un museo de historia natural en Tacubaya, también conocido como el Museo de la Comisión Exploradora -no existe más, una parte se alojó en el Chopo y más tarde en el de Historia Natural en Chapultepec- y, como se sabe, el Museo de Geología está precisamente en Santa María la Ribera, a tiro de piedra del Kiosco Morisco7.

Al conocer el destino de la colección que se perdió en el incendio del City of Mérida, el alma quiere hundirse como el navío. Recientemente hemos conocido esa sensación ominosa de pérdida incomprensible con el incendio del Museo Nacional en Río de Janeiro8. Tuve ocasión de visitarlo en el año 2000, con ocasión del Primer Seminario Internacional de Archivos de Tradición Ibérica y aunque ciertas salas ya acusaban cierta decadencia, era maravilloso el universo de conocimiento y de recuperación de magníficos ejemplares y especímenes en muchos campos: arqueología, antropología, historia natural, geología, aparte de una gran biblioteca y un valioso archivo histórico: 20 millones de piezas. Hoy todo eso se ha perdido. Como una metáfora cruel, el famoso meteorito Bendegó (Meteorito Bendegó...), curiosamente encontrado también en 1784 y trasladado en 1888 al Museo por órdenes del Emperador Pedro II, parece decirnos -como en un recitativo con voz de barítono- indiferente al incendio y a la destrucción: «Solo se salva del fuego lo que ha sobrevivido a otros fuegos».

La historia es en cierta medida -si me permiten la imagen- una serie de capas atmosféricas en la que arden a lo largo de los siglos innumerables vestigios del pasado. Casi nada se conserva y casi todo se olvida. Quizá el mejor modo de decirlo es el pasaje en parte original de Thomas Browne y en parte apócrifo que ha rescatado Javier Marías en una vieja y espléndida traducción de Borges y Bioy Casares:

Amplios son los tesoros del olvido, e innumerables los montones de cosas en un estado próximo a la nulidad; más hechos hay sepultados en el silencio que registrados, y los más copiosos volúmenes son epítomes de lo que ha sucedido. La crónica del tiempo empezó con la noche, y la oscuridad todavía la sirve; algunos hechos nunca salen a la luz; muchos han sido declarados; muchos más fueron devorados por la oscuridad y las cavernas del olvido (Browne, Bioy, Borges, Marías).

Ese es el territorio por el cual hoy celebramos a Adabi, una gran bujía luminosa, un navío que en una travesía fantástica y en muchos sentidos heroica, se ocupa desde apenas ayer, es decir, desde hace 15 años, en rescatar en su derrotero numerosos acervos cuya escala temporal se mide en siglos.

El año 2003, tan importante esta mañana en nuestros afectos, lo recuerdo con especial intensidad. Me ocupaba entre otras tantas cosas de la lectura de un libro memorable, una novedad editorial en su hora, un libro que guardo con aprecio perdurable. Ese año Jacobo Siruela tuvo un destello más de su gran gusto editorial y publicó Leviatán, de Joseph Roth.

Los corales como objetos preciosos del tiempo, la autenticidad, la duda y al final otro barco, otro naufragio. Es el relato de Nissen Piczenik, un comerciante «Enamorado de los corales, criaturas del pez original Leviatán, que olvida el mundo a su alrededor y solo la nostalgia ocupa su corazón: El relato «posee la sencillez de los cuentos orales y la ejemplaridad de la parábola. Los avatares de Nissen Piczenik son también los de cuantos renuncian a su vida por un sueño» (Joseph Roth, Leviatán, Siruela, 2003; véase también la edición de Acantilado).

En los últimos meses del año 2002, trabajaba yo felizmente como director del Sistema Nacional de Archivos, bajo la inspiración y la conducción eficaz de la Dra. Stella González Cicero. No duraría mucho más esa condición feliz, pues dejé de laborar en el AGN el último día hábil de febrero del año siguiente, cuando cumplí de trabajar en el AGN redondos 15 años, número hoy de fiesta.

Ese tránsito brusco de la felicidad al desasosiego lo ha definido inmejorablemente la Dra. Teresa Rojas Rabiela: «en esta vida hay ocasiones en que una situación desafortunada, injusta y arbitraria, motivada por razones que ni son de celebrarse ni son claras, deviene en otra afortunada y pródiga. No me cabe la menor duda de que algo como lo anterior sucedió respecto a Adabi» (Adabi. Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México, Memoria 2003-2008, 58).

Sabemos que en mayo del 2003, fue cuando la conversación amistosa entre don Alfredo Harp Helú, la Dra. María Isabel Grañén Porrúa, la Dra. Stella González Cicero y el Maestro Jorge Garibay, imaginó una utopía: «rescatar la memoria documental y bibliográfica de México».

No deja de ser un misterio que pensara tan feliz manera de imaginar una utopía, porque, aunque era una respuesta a la arbitrariedad de la que habla Tere Rojas, tomaron el camino más difícil, pues no solo requería voluntad sino arrojo, como impulsados por la arenga de la que nos habla Plutarco. Por añadidura, su propuesta se alejó, desde su primer esbozo, de otras utopías con resultados sorprendentes que se desprendieron de tragedias y que tomaron otras rutas, acaso más directas: un atajo virtuoso si vale expresarlo así.

Como empecé con el hundimiento del City of Mérida me es inevitable pensar en otro caso. El de Harry Elkins Widener. Su historia es bien conocida y seguramente todos ustedes la tiene presente. Este joven adinerado y culto murió la madrugada del 15 de abril de 1912 en el Titanic, y quiso la leyenda que no pudiese abordar uno de los botes salvavidas porque no dudó en regresar a su camarote para rescatar la edición príncipe de los Ensayos de Francis Bacon de 1598. La pasión por coleccionar libros valiosos -ya contaba con un importante acervo, de libros antiguos y de ediciones raras-hacía que este joven de 27 años ya tuviera la idea de querer ser recordado bajo el paraíso de una gran biblioteca, «pero no se me ocurre cómo», decía. En el Titanic también murió su padre George. D. Widener, por lo que su señora madre, doña Eleonor, quien salvó la vida en el bote número 4, donó 3.5 millones de dólares a la Universidad de Harvard donde su hijo se había graduado en 1907. Esa donación serviría para inaugurar en 1915 la imponente Biblioteca Widener que guarda maravillas y un número casi inverosímil de libros (Biblioteca Widener, Universidad de Harvard. Biografía de una Biblioteca).

Quiero decir, la idea de Adabi -que contó con el apoyo generoso de don Alfredo Harp desde el primer bosquejo conceptual de lo que podría ser- no emprendió el camino previsible, sino uno distinto a la edificación de un recinto donde guardar documentos y libros valiosos, que pudieran adquirirse, reunirse y preservarse como un templo privado de la memoria mexicana. De aquellas conversaciones de 2003 surgió un diseño raro en sí mismo, muy audaz, de futuro muy incierto. ¿Cómo se les ocurrió una idea así? En lugar de construir un edificio inamovible, un bien inmueble, pensaron en un recurso más parecido al más antiguo astillero, para tener una embarcación guiada por una estrella polar: rescatar la memoria mexicana. Una embarcación en ruta a cierta isla utópica donde proteger los archivos y las bibliotecas de México. Hay que tener presente que la voz utopía significa No-Lugar, y con Quevedo el título del libro de Tomás Moro se convertiría en «No hay tal lugar». Es decir, construyeron un navío que no va a ningún lado, pero está en todas partes, su travesía construye la utopía.

Es cierto que la colaboración entre ellos ya había rendido frutos preliminares y muy significativos. La experiencia de la Dra. González Cicero en el Archivo General de la Nación, en la época de la Dra. Alejandra Moreno Toscano -estamos hablando de los últimos años de la década de 1970- cuando se rescataron innumerables archivos municipales y parroquiales; también hablamos de su trabajo en la Biblioteca Eusebio Dávalos, en el Museo Nacional de Antropología, que fue el gozne, el motivo luminoso que les unió en forma duradera. Esa experiencia contribuyó al fantástico proyecto de lo que conocemos como Biblioteca Burgoa9, que antes de llamarse así, era una colección de más de 23000 volúmenes importantes en riesgo grave, por las condiciones precarias y vulnerables en las que se guardaban. Ese proyecto, en el que el Mtro. Toledo, la Dra. Grañén, la Dra. González y don Alfredo Harp, fueron artífices centrales, abrió la posibilidad que tomó forma en 2003, fue su inspiración. ¿Habrán pensado en otras opciones? ¿Imaginaron una solución más directa y práctica? No lo sé.

Lo que sí sé, es que la primera vez que conversé con la Dra. Grañén y con don Alfredo Harp, a mediados de la década de 1990, nos encontramos en un salón en la Ciudad de Oaxaca llamado Candela, de grata memoria. Recuerdo que por el alto volumen de la música no era fácil escucharnos, así que brevemente la Dra. Grañén y yo cruzamos una amistosa esgrima verbal con un solo tema: ¿Quién quiere más a Stella? Después de elogiar a Stella en forma cada vez más vehemente dejamos en empate el asunto.

El rescate de la majestuosa Biblioteca Burgoa, en todo caso, fue lo que me parece les dio ánimo suficiente, en mayo de 2003, para emprender un proyecto para el Apoyo y el Desarrollo de los Archivos y las Bibliotecas de México.

Esa voz, hoy ubicua, Adabi, acaso no sea otra cosa que el nombre de un No-Lugar, la remota e imaginaria isla de ADABIA.

Por eso infiero que desde aquellos días de mayo de hace 15 años en un rapto intuitivo y genuino nació un proyecto desmesurado y visionario, cuyo impulso se parece al viento que vincula el azar del mar y el patrimonio documental y bibliográfico.

Por fortuna no todos los barcos que llevan la utopía de guardar acervos naufragan. La mítica Biblioteca de Aby Warburg estaba en riesgo inminente, por lo que el 12 de diciembre de 1933, dos barcos de vapor, el Hermia y el Jessica, cargaron 531 grandes cajas y siguiendo el curso del Elba, llegaron a Hamburgo, y de ahí, por el mar del Norte enfilaron a Londres. «En las cajas, además de miles de fotografías y diapositivas, estaban depositados 60.000 libros. La realidad es que los libros ya (nunca) emprendieron el viaje de regreso a su lugar de origen...-lo que para Rafael Argullol -constituye «una de las empresas culturales más fascinantes del siglo pasado y quizá la que resulta más enigmática desde un punto de vista bibliófilo»10.

Este es el punto central, según creo, en la celebración de los 15 años que nos reúne esta mañana en el Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas: este barco mágico al que conocemos como ADABI, es la empresa cultural más fascinante entre nosotros y, quizá por ello, la más enigmática.

Para documentar esa fascinación y tratar de despejar ese enigma, hoy tenemos a la mano esta bitácora11. Resultados que conmueven al abrigo de un trabajo de 15 años de días completos que parecen haber transcurrido sin descanso.

Ya en el año 2008, al celebrar los primeros cinco años de Adabi me pregunté: ¿Por qué llamamos rescate a la recuperación de acervos? La mejor respuesta que encontré la ofrece una de las acepciones en el diccionario: recobrar el tiempo perdido. Es la tarea de esta noble organización que respalda la Fundación Alfredo Harp Helú.

Adabi ha entendido que la conservación del patrimonio documental de México es uno de los grandes desafíos culturales de nuestra época. La historia del país en cierta forma ofrece los elementos que explican la pérdida circunstancial o fortuita de acervos importantes, pero hay otra historia, la que Adabi ha construido con esmero en este tiempo tan breve.

Para esta presentación releí todos los textos de la Dra. Grañén Porrúa y de la Dra. Stella González en las publicaciones de Adabi; al hacer la glosa de tantas páginas, seleccioné unas pocas líneas que según creo son la voz profunda de aquella voluntad que arrancó en 2003 y que otorgan sentido y dirección a este gran barco:

  1. Amor por México. Este sentimiento está en el corazón de la empresa cultural que celebramos, su vocación más clara y también su mayor fuerza. Es a lo que se refería en 1885 don Agustín Díaz, es el nombre de México lo que impulsa toda su acción.

  2. Contrarrestar el olvido: México ha perdido innumerables acervos por incuria, descuido, ignorancia, accidentes, arbitrariedades. Pero muchos, innumerables acervos que sobreviven, requieren ser rescatados para iluminar la noche y mostrar la riqueza inconmensurable de nuestro patrimonio histórico. Contrarrestar el olvido es la medida en la que cada acción de Adabi permite avanzar y respirar hondo al comprobar las maravillas de la memoria mexicana.

  3. Convencer y hacer conciencia. Esa es la tarea más consistente de cuantas ha hecho Adabi en estos años y que se desprende de cada proyecto. Es la más difícil, por lo demás. Es una tarea formativa de patriotismo, de civismo y en un sentido más universal, de humanismo.

  4. Discreción, silencio y constancia. Los trabajos que durante 15 años ha realizado Adabi avanzan a un ritmo que parece contar a su favor con la aritmética de Lewis Carrol. Todo se hace escrupulosamente, con calma y rigor, pero avanza a velocidad de crucero. En el silencio de las salas de archivos, ajenas al tiempo, las innumerables tareas se realizan de una manera constante y con rumbo claro. Sin los poderosos reflectores para el gran público, la labor encuentra su lugar y se convierte en ejemplo.

  5. Contribuir a salvar la memoria de México. Esa contribución es un mérito documentado. Adabi hoy es un capítulo brillante en el linaje de cuantos desde hace siglos se ocupan de proteger la memoria y las fuentes desde una perspectiva histórica. Es un capítulo que honra a sus promotores, pues abre día con día acervos ordenados a la consulta y propicia el estudio y el disfrute intelectual de los documentos y libros de nuestro país.

  6. Un antes y un después. Esa expresión tiene un sentido múltiple, antes de 2003 y después de 2003; pero en cada institución a la que Adabi ha apoyado y ha creado condiciones para su desarrollo, podrían y acaso deberían colgar una placa en la entrada: antes de Adabi / después de Adabi.

  7. Pero la línea más poética que encontré en numerosas páginas escritas por la Dra. Grañén Porrúa podría ser el resumen o el corolario de esta reunión celebratoria: Hemos soñado sueños ni soñados y anhelos enormes. Es una frase hecha de esa materia verbal que permite que el barco adabi avance tanto sin que sepamos a ciencia cierta cómo lo hace.

Una sola reflexión acerca del numerario a disposición de ADABI en todos estos años, y aquí hay que ponerse de pie ante don Alfredo Harp: 204 millones de pesos en 15 años. Se dice rápido y se dice fácil. Apenas hace unos días la Dra. Mercedes de Vega ha declarado en la Semana nacional de Transparencia organizada por el INAI12 que, para funcionar adecuadamente, el Archivo General de la Nación requiere un presupuesto anual de al menos 380 millones de pesos. Si una cantidad como esa estuviera a disposición de ADABI, en otros 15 años lograrían arreglar los archivos, no solo de México, sino todos los de América Latina.

La Sra. Eleonor Elkin Wiener estableció que no se podría cambiar nada del proyecto para el que ella daba patrocinio a la memoria de su hijo. Hay que tener en cuenta que también Adabi ha tenido que cruzar, pese a tener excelentes cartas de marear, temporales, tormentas y huracanes. Eso ha permitido añadir experiencia a los capitanes y a la tripulación toda mientras que dibuja una lección: mientras estén en el Puente don Alfredo Harp y las dras. Grañén Porrúa y González Cicero, la travesía de Adabi tiene asegurado el navegar como una de las formas más acabadas del arte de la memoria.

La ceremonia del 9 de mayo de 2003 fue una suerte de bautismo, la botadura no menos mágica del barco. Se ha comprobado por 15 años que las decisiones de diseño fueron las correctas. No creo que haya nadie que pudiera o pueda hacer lo que ha hecho la Dra. Stella González Cicero para dar curso correcto rumbo a Adabia. Gracias a ella ha sido posible llegar tan lejos y como en aquél esgrima verbal en Oaxaca hace más de 20 años, es difícil saber quién quiere más a Stella. Todos la queremos y apreciamos su contribución inequívoca. Creo que don Alfredo debe estar feliz de que los recursos que generosamente ha aportado se han gastado escrupulosamente en esta hazaña cultural; y estoy seguro que la Dra. María Isabel Grañén ha encontrado, en Stella, desde aquellos años de la Biblioteca de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, un alma gemela que corresponde a los sueños compartidos y a los anhelos duraderos.

El barco mágico llamado Adabi zarpó el 9 de mayo de 2003 para soñar -diría la Dra. Grañén- sueños no soñados, no puede naufragar porque ahora es una flota, una inmensa maquinaria cultural, cuyo engranaje solo podría ser dibujado por Guillermo del Toro: cuenta con una tripulación de 2,252 personas; lleva en sus contenedores 1,569 proyectos, que ha registrado e impreso más de 700 publicaciones; que lleva a la Isla 745 archivos, 186,383 libros catalogados, 66 colecciones fotográficas, 1,544 obras intervenidas y que ha cambiado la vida de miles de personas que en el futuro amplificarán y continuarán de muchas maneras el valor de esta hazaña histórica en México. Refrendo lo que he dicho en otra ocasión: respecto al pasado Adabi ha hecho memoria, en el presente crea conciencia: mirando al porvenir, está haciendo escuela.

Don Alfredo, Dra. Grañén, Dra. González, Mtro. Garibay:

Hago mías unas palabras de 1996 de la Dra. Alejandra Moreno Toscano cuando conoció, de la mano de la Dra. Grañén Porrúa, la Biblioteca Burgoa en Oaxaca:

"El respeto por la memoria, por la historia de un país, se da cuando se transmite y hereda. Es una pasión, no un trabajo, es una identidad, no una actividad. Revela que hay imaginación, dedicación y perseverancia. Las ideas son buenas, las realizaciones son mejores. El gusto por el trabajo auténtico, por las tareas calladas de ordenar, restaurar, ofrecer a los demás la información, es la base de la historia y la cultura"13.

** ADABI, Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México, A. C. El texto se inició con las siguientes palabras: "DRA. MARÍA ISABEL GRAÑÉN PORRÚA, DRA. STELLA MARÍA GONZÁLEZ CICERO, MTRO. JORGE GARIBAY ÁLVAREZ, DON ALFREDO HARP HELU, SIN SU APOYO NO ESTARÍAMOS AQUÍ CELEBRANDO, MUCHAS GRACIAS POR ESTOS 15 AÑOS DE ADABI. QUISIERA SALUDAR Y AGRADECER LA PRESENCIA DE LA DRA. ALEJANDRA MORENO TOSCANO. DESEO DEDICAR ESTAS PALABRAS A LA MEMORIA DE MI GRAN AMIGO MICHEL ZABÉ".

1Helena, González Vaquerizo. Navigarre necesse est; vivere non est necessse. En el marco del proyecto marginalia, en los márgenes de la tradición clásica.

2Documentos relativos a la Exposición Universal de Industria y Centenario Algodonero que debe verificarse en la Ciudad de Nueva-Orleans en diciembre de 1884. México, Oficina tipográfica del Ministerio de Fomento, 1884, 10-11.

3El Kiosco Morisco ha viajado desde su primer emplazamiento: estuvo en Nueva Orleans, en Chicago, en San Luis Missouri, en la Alameda Central de la Ciudad de México y ahora, en la de Santa María la Ribera.

4Memoria del Ministerio de Fomento Colonización, Industria y Comercio 1883-1885.

5Por cierto, gracias a la buena amistad con su nieto, don Darío Ferrari, tengo noticia que el Archivo de Fernando Ferrari Pérez está a buen resguardo en Mantua y hemos descubierto que su biblioteca está dispersa en el acervo de la Lerdo de Tejada.

6Memoria del Ministerio de Fomento.p. 106; Ver también, Consuelo Cuevas y Miguel Ángel Cabral Perdomo. «El misterio del colmillo de mamut gigante», en Relatos e Historias en México, Año X, número 117.

7Dicho sea de paso, el Museo del Instituto de Geología lo visitó dos o tres veces al año. Como no ha sido tocado por los nuevos curadores y museógrafos, conserva un espíritu y una luz única, insustituible, con los muebles originales y la disposición a la manera decimonónica de las cosas valiosas del tiempo más antiguo.

8Incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro.

9Biblioteca Francisco de Burgoa, Oaxaca.

11Memoria. Adabi Punto de Encuentro, Núm 9, octubre 2018.

12Instituto Nacional de Transparencia. Acceso a la Información y Protección de Datos Personales.

13Alejandra Moreno Toscano, «Una pasión, no una actividad», Acervos, n° 2, septiembre-diciembre 1996.

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