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 issue19Pasto in the context of the formation of the Republic of Gran Colombia (1821-1831)Rubio, Alfonso y Juan David Murillo Sandoval. Historia de la edición en Colombia 1738-1851. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. Imprenta Patriótica, 2017, 335 p. author indexsubject indexarticles search
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Historia y MEMORIA

Print version ISSN 2027-5137

Hist.mem.  no.19 Tunja July/Dec. 2019

https://doi.org/10.19053/20275137.n19.2019.9606 

Reseña

El archivo y las voces del silencio*

Hermes Tovar-Pinzón** 

** Licenciado en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, Hermes Tovar realizó estudios de posgrado en Historia Americana en la Universidad de Chile y Doctorado en Historia, St. Anthony's College, Universidad de Oxford. Tovar es uno de los principales Investigadores acerca de las formaciones sociales en Colombia. Ganador del Premio Nacional de Cultura en 1994 con su libro Que nos tengan en cuenta Colonos, empresarios y aldeas: Colombia 1800-1900. Profesor Honorario Universidad Nacional de Colombia -Bogotá. - Hermes.tovarp@gmail.com


Esta conversación, no pretende insistir en la importancia de preservar los archivos históricos1 ni sus mecanismos de difusión sino mostrar el carácter sistémico de los mismos. Como historiador, entiendo que los escritos de una administración pública, son apenas el registro de unas voces y unos hechos del pasado, y que otras sociedades en diferentes épocas han utilizado sus propios soportes para dejarnos retazos de su memoria2. Como la archivística, la arqueología, la numismática, la paleontología, el arte rupestre, la paleobotánica y otras ciencias, también tienen como objeto la identificación, organización, clasificación, conservación y reconstrucción de hechos históricos3.

Desde sus orígenes, el hombre ha utilizado diversos soportes para grabar visiones de su mundo, registrar normas, y describir perfiles de sus habitaciones y de sus quehaceres domésticos. Estos objetos que luchan contra el tiempo, están tatuados en la arcilla, la piedra, el papiro, la madera, los metales, el papel, el vinilo, las grabadoras, los medios electrónicos, los ordenadores y la nube. Es decir, en lugar de "almacenar datos en su propia computadora, estas funciones se realizan en servidores remotos que están conectados a su computadora a través de Internet"4. Cada uno de estos medios de comunicación constituye el núcleo receptor de los lenguajes que visualizan hechos comunes y corrientes, de lo vivido por diversas sociedades que, en tiempos distintos, ha ido amojonando la civilización humana. De Bochica, el civilizador Chibcha, se dice «que dejó plasmadas sus enseñanzas» al pintar en las piedras «los telares para que los indios no olvidaran el arte de tejer...y en su recorrido pedagógico...dejó la huella de su planta impresa en las piedras de Cota y en las de Iza, antes de desaparecer»5.

Por ello, los centros donde reposan estas evidencias, operan como verdaderos laboratorios de conocimiento histórico, ya sea para analizar ritos y costumbres, formas y técnicas de trabajo, estructuras de la organización social, cambios climáticos, extinción de especies, migración de plantas y animales y conversión de bosques en sabanas o de sabanas en bosques, como efecto de las migraciones humanas, desde tiempos remotos, y de los fenómenos de globalización de la economía después del siglo XVI6. Entonces, los inventarios de rocas con muestras de arte rupestre, los centros arqueológicos, los parques naturales, los museos y las ciudades, los barrios antiguos de ciudades milenarias constituyen, junto a los archivos históricos, la base fundamental del conocimiento histórico de un país o de una región7.

El segundo aspecto que me interesa discutir aquí, es el aroma de recuerdos, tragedias y alegrías, ocultos en múltiples espacios: en un registro parroquial, en los cuartos de una vieja habitación, en una escena de caza, descrita por un lejano dibujante en la pizarra de una roca, y conmoverse ante el delicado rostro de una princesa o de un guerrero desconocido, tatuado por los siglos, en el plano de un metal, o en una escultura, para veneración de otros tiempos. Porque la historia no es solo lo que se registra, lo que se cuantifica y se describe sino lo que está sugerido en un hecho, como ficción o fantasía que merodea cada gesto o cada acto de la vida cotidiana. Por ello, la realidad ha dado origen a dos vertientes: la descripción y el análisis de los hechos, desbordados siempre por la novela como gesta de la adivinación. Es decir, la realidad es el fundamento de la historia y de la novela: la historia, como cimiento de la verdad, de lo aparente y la novela como estrategia de la ficción.

Por tanto, entiendo que el Archivo Histórico no es solo «el conjunto de documentos, cualquiera sea su fecha o su naturaleza» sino todo espacio o conjunto de objetos que contengan y registren testimonios que los seres humanos diseñaron y visualizaron como revelación de su espíritu, de sus actividades materiales y de sus requerimientos cotidianos. Tampoco considero que los archivos históricos constituyan solo «la memoria del comportamiento administrativo» y que allí solo se guarde el testimonio «de los derechos y obligaciones de los ciudadanos»8. En síntesis, el archivo histórico es un concepto que escapa al criterio de los archivistas y a los soportes de papel, para hacerlo extensivo a otros testimonios y a otros soportes. Por ejemplo, ¿quién dudaría en sostener que Copan, el sitio arqueológico ubicado al occidente de la actual Honduras, no es un archivo de piedra?9 Todas sus estelas y textos dispersos en estatuas y escalinatas hacen un conjunto maravilloso de la escritura y cultura maya. ¿Y Quiriguá?10.

¿Quién no observa en Chanchan, la metrópoli Chimú, grandeza del señorío Chimor, entre los siglos XIII y XIV?11. ¿Y, el silencio y la soledad del parque arqueológico de San Agustín, no guardan la escritura de unos lenguajes cósmicos y misteriosos?12. ¿Y quién dudaría que las pagodas de Bagan (en el actual Nyanmar), de los siglos X al XIII, no conforman un archivo ritual de la cultura budista? ¿Y qué lenguajes del jainismo, nos transmite la arquitectura de Ranakpur Tirth, en la India?13. ¿Y el museo Hitita de Ankara no es el signo de una civilización que dejó gravadas sobre las rocas los símbolos del poder?14

El archivo histórico, a más de la naturaleza para el cual fue creado, es un espectro de signos y silencios. Un vaso comunicante de escenarios no reconocidos o ignorados por la administración oficial. En otros términos, el archivo histórico, cualquiera sea su naturaleza, es en el fondo, una catedraldonde se conjugan los ritos y rezos de la condición humana. Es decir, si el archivo es un centro de memoria y un receptor de testimonios, todas las voces que lo hacen posible, no llegan a un mausoleo central para ser el cadáver de una época, sino para ser lo público y lo privado, lo sagrado y lo profano, lo leal y desleal, lo fatuo y lo sabio, el recuerdo y el trauma, la memoria y el olvido.

Más allá del archivo de la administración se ocultan otros signos, dibujos y senderos dispersos en la memoria viva o en la tradición oral de una sociedad. Así, el historiador que afronta el archivo camina la ciudad, repasa las huellas de la infancia, busca edificios, comparte museos y escucha, al otro lado del viento, las vocerías de los pueblos amotinados o los aplausos que glorifican el poder15.

Pienso sobre todo que allí, en esos desiertos de la mente, se ocultan gentes que un día levantaron sus habitaciones, sus lugares de culto, sus ídolos, sus herramientas, sus alimentos, sus vestuarios y sus pasiones. Entre más fragmentado se encuentren los archivos, más cerca estamos de discernir la complejidad de unas conductas y normas que rigen la vida de sus actores.

Las sombras de la ley

Si observamos por ejemplo los archivos judiciales, sabemos que ellos no nos remiten únicamente al desenmascaramiento de la ley y su práctica, ni a la forma como ciertos derechos han ido evolucionando, sino a saber, cómo afrontamos conductas que hoy no constituyen visos de delitos y cómo protegíamos otros comportamientos que hoy consideramos delitos penales. Mascar la coca, fumar la marihuana no eran delitos en el mundo colonial como no lo era fumar opio en la China, hasta que al emperador chino se le ocurrió sancionarlo con su prohibición, atentando contra las rentas de la Compañía de las Indias Orientales. Hacia 1835 los ingresos por concepto de la venta del opio, habían sobrepasado el pago de los intereses anuales que la Compañía de las Indias Orientales sufragaba por su deuda. Esta decisión obligó a los ingleses a desatar la primera guerra del opio (1839-42) para defender sus intereses, mucho más cuando habían estimulado los cultivos de opio en Java, Sumatra y otras regiones del Oriente. El emperador chino, tuvo que ceder ante la presión británica y permitir el consumo del Opio que, después de 1844, ofrecía altas rentas a la Compañía, con respecto a sus deudas. Se conoce que

Las importaciones de opio de las posesiones inglesas de la India (Bengala primero y Malwa después) y en menor grado de Turquía" no cesaron de crecer después de 1820 y "la venta de esta droga se iba a convertir durante más de sesenta años en la principal fuente de ingresos de las relaciones del imperio británico de las Indias con China"16.

Ayer y hoy la droga ha sido un recurso muy importante de acumulación de capital para muchos países que han sabido aprovecharlo.

Hasta bien entrado el siglo XX, era posible azotar a un trabajador, mutilarlo, llevarlo a prisión, negar el derecho a sus alimentos y convertirlo en siervo o esclavo. Eran los derechos y castigos de los señores en el mundo agrario, derechos que se perdieron pero que aún perviven como vocación, bajo otras formas de violencia, toleradas maliciosamente por el Estado.

En el mundo colonial se crearon las Santas Hermandades para perseguir esclavos fugitivos, controlar zafarranchos y hacer justicia entre campesinos rebeldes. Estos grupos de paramilitares desaparecieron en la ley, que los trocó por leyes contra la vagancia, pero en Colombia, reaparecieron en los años de 1960 para combatir la «resaca» de la violencia oficial, hasta que, en los años de 1980, renacieron para refundar el Estado Colombiano que se mostraba excesivamente democrático con sus contradictores. El problema de la ley no es lo contenido en el papel, en la piedra, en la arcilla, en el papiro, o en el formato digital. La ley está en las víctimas, en sus herederos que saben de la manipulación de la justicia, la conspiración criminal de los Estados y la corrupción de quienes pagan o influyen para torcer los fallos judiciales.

Observemos lo que ocultan los archivos judiciales con respecto al desamor y la libertad de los sentidos. Las batallas del dolor y el desencanto como la felicidad de un segundo y tercer encuentro, alaban la poética de la piel y la alegría del amor furtivo, en medio de los alegatos de abogados, defendiendo cornudos y recorriendo la historia del derecho, para castigar mujeres en busca de lechos ya colonizados17. En 1824, Vicenta Rodríguez vecina de Garagoa no hizo vida con su marido que se «dislocó» desde la mañana misma en que se casó, pues salió «como enloquecido» y «demente» para desaparecer de su presencia. Después de 16 años, su marido, no había concurrido a cumplir con su deber matrimonial, motivo por el cual «la mujer tomó la ruta que mejor se le proporcionó» y se unió a Juan Ignacio Ruiz con quien tuvo tres hijas. Delatados por concubinato adulterino, el procurador de pobres alegó que «la pena que las leyes imponen a la mujer adúltera, es por injuria grave que se irroga al marido» quien, en este caso, no lo verificó. Por tal motivo pidió a la corte de apelación de Bogotá que, no se les desterrara conforme a la sentencia de un juez. Aceptada la petición, los concubinos fueron apercibidos que, si continuaban en «su ilícita amistad», él sería desterrado dos años del cantón de Garagoa y ella pasaría dos años de reclusión en la cárcel del Divorcio18. Caso contrario fue el de Francisco Cubillos quien convivía con María del Socorro Velasco a quien violentaba, «agrediéndola por la mañana, al medio día y a la tarde» y, según testigos andaba con un cuchillo «para matar a su mujer»19. Todo porque el matrimonio era un chaleco de fuerza que le impedía abandonarla para convivir libremente en brazos de su clandestino amor. Clandestinidad que era pública y notoria hasta que cualquier vecino celoso instauraba una queja ante las autoridades de turno. Es decir, la violencia intrafamiliar no es de estos tiempos ni mucho menos la voluntad de la mujer de amar maridos asfixiados de monogamia.

En general, en el mundo occidental, el crimen por infidelidad ya no otorga derecho a los esposos ofendidos a actuar con sevicia contra su cónyuge20. Además, delitos, como el estupro, que ofendía el honor de las familias y constreñía a los actores al matrimonio forzoso, ha dejado de ser un motivo de vergüenza. Pero los archivos judiciales más allá de ser casos de policía, contienen los encantos y ritos del amor furtivo e iluminan las calles semioscuras de las ciudades coloniales, los caminos y playas de los ríos, mientras crece en la piel, el dulce hechizo de una pasión que, comprometía en sus sueños a hombres y mujeres casados y solteros.

Aunque los documentos no expresen el poder mágico de una traición amorosa, los procesos judiciales lo archivan, al igual que los museos guardan los aceites, los ungüentos mágicos, estimulantes del fantástico vuelo de las brujas que, se veían volando en una escoba, instrumento onírico de un simbolismo fálico, propio de la ceremonia, descrita con precisión en los aquelarres, perseguidos y reseñados por la Santa Inquisición21. Entonces el Archivo no es más que el comienzo de una preocupación, de una exploración de textos y espacios complementarios de problemas que la historia busca comprender.

Recuérdese que los mochica nos dejaron sus textos eróticos elaborados en barro, que operaban como objetos de uso común en los quehaceres de la vida cotidiana22. En Khajuraho (India), las estelas en piedra que adornan sus templos exponen el lenguaje del amor, con el simple propósito de estimular el crecimiento de la población23. Este centro arqueológico es otro archivo que describe lo que Vatsyayana Mallanaga dibujó en Los siete libros del Kama Sutra24 cuyos aforismos de amor, del siglo III, siguen alimentando la imaginación de estrategas alucinados con la seducción, pero también la de los discípulos de una disciplina «que busca conseguir un mayor grado de equilibrio y satisfacción en las relaciones interpersonales»25.

Nacer, amar y morir

Otro ejemplo, de papeles que no reposan en archivos de la administración pública sino religiosa, lo constituyen los Archivos Parroquiales. En ellos se nace, se vive y se muere. Los registros de bautismo dan cuenta de nuestros abuelos, de sus compadres y de nombres perdidos en la nebulosa, pero anuncian el comienzo de unas posibles genealogías. Los registros de matrimonio dibujan otras familias, otros padres y otros abuelos fugaces, porque nunca supimos más de ellos o porque fueron miembros reconocidos de una familia extensa. Los registros de defunciones son normalmente, testigos de muertos conocidos o desconocidos, que se levantan para acompañar los sueños de nuestra infancia. Estos registros resplandecen con la muerte que habitaba la casa y sus vecindarios: lo que era público y notorio quedó escrito y en silencio: que doña Ricardita murió de vieja, que la abuelita falleció del corazón, y así todos los años, los niños morían de meningitis, a veces de bronconeumonía y en otras ocasiones, eran los mayores quienes fallecían por gangrena, cuando no de mal de hígado, de grandes dolores o de cualquier cosa.

Pero en estos archivos reposa la historia de las enfermedades26. Como en el pasado colonial, diferentes virus y bacterias arrasaban niños, jóvenes y viejos, envueltos en esos remolinos incontrolables que estimulaban el tifo, el sarampión, la viruela, la gripe, las fiebres malignas de diverso color, las enfermedades intestinales o la hidropesía. Los accidentes y suicidios eran novedades, sobre todo cuando algún despechado, ponía fin a sus desencantos. La muerte era tan normal como la vida, como los mercados, los días de feria, las procesiones y los rosarios del mes de mayo. La monotonía, se rompía con las riñas ocasionales de borrachos saraviados, encargados de desafiar el mundo, el Estado ya la sociedad en un domingo o fiesta parroquial. Los archivos parroquiales nos han enseñado que la muerte, sus símbolos y sus ritos, han elaborado otros lenguajes y otra actitud frente a la vida.

Nuestros curitas de aldea, iban anotando pulcramente las causas de las defunciones que traían los dolientes. En los libros parroquiales, van desapareciendo los fundadores, las familias de alcurnia provinciana, los campesinos y la gente del común. Nuevos inmigrantes renovaban los rostros del poblado mientras que otros nacían, se casaban y morían en la aldea sin más novedad que el bautismo, el matrimonio y ser, al final de sus días, un muerto de primera, de segunda o de tercera. Los prejuicios sociales son banderas que se cosen en las aldeas para que cubran de discriminación la conciencia nacional. Pero también existen allí visos para la historia del clima cuando se registran muertos por inundaciones y desastres naturales.

En medio de esta monotonía, un día hubo un homicidio, luego dos hasta tener siete, veinte o cuarenta cadáveres que bajaban en una recua de mulas para ser puestos en fila frente al palacio municipal en donde eran reconstruidos por los que sabían de quien era esta cabeza, cuál era su brazo izquierdo y cual su derecho, como si se tratara de un rompecabezas que armaba difuntos. Eran los mapas descuartizados de un país. Y no se miraban los músculos ni los rasgos físicos, apenas esas líneas rojas que sellaban el tronco y la cabeza anunciando que por ahí corría un abismo por donde caía la moral, el folclor, el pasado y el futuro, a un enorme río de incertidumbres y conflictos interminables27.

El olor a muerte se fue dispersando por las calles del poblado y se instaló en el cuerpo adolescente, en los sentidos, en el alma, en el espíritu y comenzó a crecer y a interrogar el viento, el aire, y la nada hasta que llegaba la soledad a dar un poco de alimento y a guiar hasta las puertas de cualquier ciudad, los pasos indecisos de millones de exilados, mientras arrastraban los trastos perdidos de aquella choza humilde que hacía posible los tubérculos, una raíz, un pollo, unas sementeras y una vida en familia. Solo en el Tolima, entre 1949 y 1957, se quemaron 34.304 ranchos, se desplazaron 321.651 habitantes o sea el 42.61% de su población. Estos eran los balances de la guerra que estimuló el Estado y sus líderes fascistas, admiradores de Franco y de esa España católica y anticomunista. En dicha guerra, 203 municipios tuvieron entre 1949-1963, más de 139 grupos armados con más de 5393 combatientes liberales, conservadores, comunistas y unos pocos sin identificar. Claro que ahí, no se sabe cuántos policías, pájaros y paramilitares operaban bajo la sombra de sus partidos políticos y del Estado.

Cuadro 1 Municipios y grupos armados afectados por las violencia, 1949-1963. 

Grupos Filiación No. Promedio por
armados Política Combatientes grupo
83 Liberales 2.776 27.42
32 Conservadores 756 23.63
12 Comunistas 1.704 142.0
12 Sin identificar 157 13.08
139 5.393 38.80

Fuente: Germán Guzmán Campos et alter, La Violencia en Colombia, Punto de Lectura, Bogotá, 2014, Tomo II, Cuadro II y Cuadro III, 315-325 y 329-361.

Elaborado por el autor.

Asaltados por la resistencia campesina, esos mismos actores políticos, firmaron una paz, prometieron una reforma agraria, crearon comisiones de conciliación y se repartieron el poder, mientras eliminaban a sus opositores, calificados de bandidos, y a otros de agitadores comunistas. Los líderes, de entonces fueron asesinados en callejones oscuros, para que fueran sepultados con honores y dolor de patria y alabados, por la mano blanca de los editoriales y de los voceadores de lo que no puede ocurrir en Colombia, pero que ocurría y seguiría ocurriendo en nombre del orden, la libertad y la democracia.

Como no hubo perdón y olvido, ni castigo para los responsables, en 1980, los herederos de todos estos desastres optaron nuevamente por refundar el país y para ello, los tiempos exigían otras masacres, otras víctimas28. Y así fueron cayendo los herederos de aquellos inscritos en los archivos parroquiales de los años de 1950. Y en este nuevo proceso, entre 1985 y 2005, se asesinaron más de cien mil ciudadanos, fueron desplazadas más de 8 millones de personas y hay, según naciones unidas cerca de cien mil desaparecidos forzados29. La participación oficial, con asesinatos de civiles en operaciones denominadas «falsos positivos», dejó 4382 muertos entre el 2002 y el 2009, según la fiscalía. Y, en un país acostumbrado al crimen, escuchar frases como que, «no es la cantidad de muertos lo que importa sino la legitimidad», desvirtúa cualquier principio de respeto a la vida humana30.

Nótese que en el ciclo criminal de 1945 a 1964, Colombia tenía 17 millones de habitantes y tuvo, más de 2 millones de emigrados, es decir el 12% de su población, mientras que en la guerra de 1985 al 2004, con una población de 40 millones de habitantes, el 20% de su población fue desplazada. En consecuencia, la concentración urbana creció 13,3% entre 1951 y 1964 mientras que entre 1985 y el 2005 creció un 8.6%31. Esto sugeriría que la guerra de ayer fue en el campo y la guerra de hoy en las cabeceras municipales32. Hubo, además, entre 1945 y 1964, 393.648 parcelas abandonadas mientras que en la guerra de 1985 al 2004, hubo 358.937. Pero con 17 millones en los años de 1950 se asesinaron 300 mil colombianos, según datos pesimistas, y en lo que sucedió a fines del siglo XX y con 40 millones de habitantes, los muertos fueron más de 100 mil. Entonces, esta violencia de fines del siglo XX, fue la continuación de aquel desastre de los años de 1950.

Las estadísticas reflejan la magnitud de esta guerra dirigida por el Estado y partidos en el poder. Por ello, la tragedia actual no fue producto de una guerra que comenzó en los años 60 como maliciosamente lo repiten funcionarios e intelectuales que, contribuyen a complacer las manipulaciones estadísticas del Estado.

Esta violencia la vivieron las nuevas generaciones de colombianos y los sobrevivientes de aquella guerra olvidada por los analistas de hoy. La memoria de la tragedia nacional fijó sus mojones en 1964, porque antes no había ocurrido nada. Todo era nuevo y nada tenía antecedentes. La historia trágica y actual de Colombia venía de los años 60. Los historiadores no debían estar presentes para analizar en el largo plazo, el drama social de los colombianos, pues lo válido era la coyuntura de esta nueva guerra que secuestraba, desaparecía, y hacia olvidar, que los responsables y actores de ayer, eran los mismos de hoy33. Se sacrificó la memoria, es decir, los hechos no vividos, el largo plazo y se privilegió el recuerdo, es decir, los hechos vividos por los jóvenes, o sea el corto plazo. Era un ejercicio político de traición al estudio de la historia. Eso sí, tenemos para esta última guerra, una literatura inmensa de gentes y regiones con sus dramas humanos, que nos hace recordar a la España posfranquista que leyó una oleada de libros escritos en cada localidad, pero muy pocas síntesis históricas de lo que fue la guerra civil en España y el drama del franquismo. En Colombia no hemos articulado la tragedia presente, a la llamada Violencia colombiana que, a su vez, fue la reanudación de la guerra de Los Mil Días, de 1899 y 1902, cuya tragedia oculta tradiciones de nuestra cultura colonial que, entre 1500 y 1640 dejó 10 millones de muertos34. Y la violencia que se reabre a finales de los años de 1940 no es más que la reanudación de La Guerra de los Mil Días35 y la destrucción de todos los tejidos que hicieron posible la colonización antioqueña y la colonización espontánea de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX36.

Después de la paz con los paramilitares que, entre 2003 y 2006, desmovilizó 31.671 combatientes de las Autodefensas Unidas de Colombia37, hasta la otra paz, con las guerrillas de las Farc, en el 2015 que desmovilizó cerca de 6000 combatientes, Colombia dejó de ser una sociedad bajo las sombras. Esta última paz, celebrada sospechosamente por tirios y troyanos, acordó otra reforma agraria y otras comisiones de la verdad, como en los años de 1960. Los culpables y actores de la guerra hacen maromas para no ser procesados ni castigados y para diluir los tribunales creados para escuchar la verdad de lo que pasó, así a los culpables no les caiga encima la balanza de la justicia. Entre tanto, la tendencia del crimen en Colombia detiene su caída y jalona la curva, hacia un lado, como si se repitiera lo ocurrido en los años de 1960. Se dice que, en los primeros cinco meses del 2019, Colombia ha sepultado a 1000 seres humanos, asesinados por manos oscuras y por esas asociaciones sombrías que deambulan por ahí, pero que la justicia no reconoce a pesar de los fiscales que investigan.

¿Entonces qué nos espera cuando pasen 20 años de retórica sobre el posconflicto? ¿Qué se verá después del 2035? ¿Tendremos un país integrado regionalmente, con autopistas y ferrocarriles que nos lleven de un lugar a otro, y habremos entregado tierras a los emigrados y gentes humildes que quieran regresar al campo y habremos mejorado las condiciones de vida de nuestras ciudades? ¿Habremos sido capaces de diseñar las costuras de los tejidos sociales que se cortaron, desde 1945? ¿Habremos abierto el Mar Pacífico al crecimiento y bienestar de nuestros ciudadanos y de hecho al mundo del futuro? ¿Habremos construido un sistema de salud universal y oportunidades educativas para todos? ¿Estaremos preparados para los impactos de la nueva revolución de las comunicaciones y de la robótica? Ese debería ser el objetivo del posconflicto y de una verdadera paz que, no florecerá sin bienestar social y oportunidades económicas. Cambiar la sociedad y su presencia en todos los escenarios de la vida nacional, supone desplazar a toda la vieja clase política, responsable de nuestros infortunios, renegociar las regalías de nuestros recursos y definir nuestras relaciones internacionales mirando al Pacífico, a la Amazonía y a la Orinoquía, pensando siempre en nuestra autodeterminación. Además, mientras no haya movilidad social y los grupos hegemónicos no abran el país a una real participación de todos sus ciudadanos en la dirección del Estado, la democracia rodará por las cotas de un abismo.

Pero como esto no será posible porque los criminales y gestores de nuestras guerras siguen actuando como defensores de intereses menores, Colombia no tendrá paz en el mediano plazo. Los avasallados por los medios de comunicación dirán que esto es pesimismo, pues los predicadores del optimismo hueco que nos venden, lo hacen desde las cumbres del poder y sus privilegios. Y ellos ven el mundo desde sus balcones, desde donde el atraso se ve como progreso y el barro luce como un lujoso espacio adoquinado.

Lo cierto es que se necesitan más visiones de largo plazo, observar los movimientos seculares y no esas engañosas posiciones de quienes ven la coyuntura como la fuerza salvadora de lo insalvable. Es vital, por tanto, un debate con los historiadores para que nos enseñen que fue la posguerra de la independencia, la que instaló en el poder a los que intentaron asesinar a Bolívar, a los asesinos de Sucre y a centenares de bolivarianos. Que Dios nos salve de este posconflicto, cuando el mundo deshace las bases de una democracia que ya no puede resolver los problemas sociales y políticos de nuestras gentes.

Y aún falta el golpe del impacto de la robótica en nuestras relaciones sociales, en cómo resolver el desempleo que se nos cae encima, y si es posible que cada nuevo niño nazca con una renta universal. Y si la potencia hegemónica juega a romper el tejido del comercio, las comunicaciones, la cultura y los intercambios, engrasados durante 500 años, nos preguntamos cómo se vivirá este fenómeno de la desglobalización.

Estas reflexiones vienen desde el silencio de los archivos parroquiales que, no están solamente para mediciones demográficas sino para enseñarnos que en ellos hablan la salud y las políticas estatales, pero también la violencia oficial que, ha buscado callar testigos y escépticos. Estos libros esperan un gran proyecto que refine los cálculos sobre la tragedia colombiana de 1945 a 1964 y de 1985 al 2004. Toda la frustración y deshumanización de nuestra política y nuestros políticos están registradas ahí, al contarse las masacres y asesinatos políticos en centenares de pueblos de Colombia.

Los asesinatos de líderes políticos y testigos de crímenes nos remiten al afán de eliminar al ser humano, suponiendo que la muerte es la habitación de lo impune. Pero los muertos nunca callan y siempre estarán ahí para señalar a los culpables. La vida, es un mundo de relaciones e intercambios y silenciar estos nudos es casi que utópico. Lo importante es que el Archivo Parroquial con sus registros de defunciones, convoca a otros testigos a dar fe de un asesinato. Al final, todo ser humano es un archivo abierto al mundo y por ello tan peligroso como un documento que, es necesario eliminar.

Y los documentos se rompen, se queman, se lanzan a un río, y se desaparecen tal como se han lanzado a los ríos miles de seres humanos, otros se han descuartizado y otros se han incinerado y aún quedan cerca de 100 mil desaparecidos de la última guerra, porque en la de los años de 1950 no era posible reclamar, a los ejecutados por las autoridades del sistema. Débora Arango nos dejó una acuarela que visualiza al tren de la muerte, cargado de detenidos y eliminados para ser lanzados al río Cauca38.

El Archivo histórico habitación de toda ciencia

Hemos afirmado que el concepto de Archivo es mucho más que los simples testimonios escritos, y que su dimensión es tal que se ubica en el centro de lo que hoy conocemos como patrimonio local, regional, nacional o universal. Pero el patrimonio de una ciudad o nación no reside solo en una esquina de la plaza sino en la algarabía de sus gentes. Es importante recordar que, Toniná, Palenque, Tikal o Montalbán son archivos de piedra que evocan no solo su monumentalidad sino la grandeza de sus diseñadores y el bienestar de sus constructores; el museo de oro, del Banco de la República de Colombia, es un archivo prehispánico que oculta los diferentes lenguajes de su orfebrería y del gusto de sus comunidades, Machu Picchu y Huayna Picchu es un archivo que dialoga no sólo con las alturas sino con la historia de los Incas y los Andes, al igual que Ankor, Champa y las Estupas budistas lo hacen con la historia del sureste de Asia.

En sentido figurado, el archivo es un archipiélago de verdades que es necesario recorrer e identificar en su diversidad, para comprender qué es habitable y qué no. La apariencia de esta diversidad dispersa invita a buscar apoyos interdisciplinarios y a estar cerca de la geografía, la antropología, la lingüística, la economía y en general todas las ciencias del hombre. Entonces, afrontar el archivo es pensar en una aventura desafiante: la historia como totalidad. Pero este sueño no debería ser un ideal de los historiadores sino una fantasía que, con sus cantos atraiga a todo navegante que, desde diferentes ámbitos de las ciencias humanas, busquen validar, en el largo plazo, análisis estructurales o de coyunturas acerca de cómo el poder no está solo en manuscritos sino en pinturas, en edificios, en la música, en el folklor, en la misma tradición oral y en todo lo que hoy conoce el mundo como patrimonio intangible, inmaterial y natural de la humanidad, apenas reconocidos por naciones unidas entre 1972 y 2007.

La idea de un archivo como eje de la totalidad nace con la historia misma del archivo, engendrado por los Estados como patrimonio de sus hechos y su poder. Reyes, papas, emperadores o presidentes, supusieron que las grandes construcciones hacían tabula rasa de los trabajadores y que, ellas serían solo un elogio a los príncipes, sacerdotes y arquitectos y no al sacrificio de quienes laboraron desde el exilio de su silencio, cortando, puliendo y llevando materiales para levantar pirámides, castillos, palacios, templos y núcleos urbanos, que glorificaban a unos y olvidaban a otros.

En su expresión administrativa el archivo es el reducto de una parte de la historia y no la historia misma, pues las civilizaciones y las naciones son mucho más que unos poderes, unas leyes, unos tributos y unos sistemas educativos. Los archivos son los caminos abandonados, los templos caídos, las murallas heridas por los golpes del cañón, la pólvora y la voracidad de la selva. Son las ciudades en ruinas como Berlín, Dresden, Praga, Guernica o Samarcanda, destruidas por los guerreros de turno. Son archivos, los cementerios, mezquitas y pagodas. Los archivos históricos están en los museos de instrumentos musicales como en todos los museos de arte. En fin, «la historia no solo se aprende en libros, que no siempre cuentan todas las cosas ni toda la verdad»39.

Por todas estas alertas, casi que el oficio de los historiadores es más ficción que realidad. Y por estas mismas razones la novela se ha puesto más cerca de la sociedad que de la historia. Pero advirtámoslo, se escribe novela o se escribe Historia, porque los que hacen novela histórica no saben de ficción y los que hacen historia novelada no saben de historia.

Al final, ni lo uno ni lo otro trasciende, lo que perdura es una buena novela: Cervantes, Goethe, Tolstoi, o una buena obra de historia: Braudel, Thompson, Duby. Porque la vida es el misterio del espíritu, muchos individuos se ven representados en descripciones que delatan los silencios de su personalidad o de su tiempo. Pero la novela gira en torno a sujetos y la historia en torno a colectividades; sin embargo, no es lo mismo escribir una biografía que una novela. Los historiadores, al suponer que la verdad está en los hechos, vulgarizan los dramas de vivir, y los novelistas por privilegiar los individuos acaban simplificando los dramas de la vida social. No obstante, la ficción y la historia son

[...] espejos que permiten ver sin tapujos el derrotero desnudo del hombre. Sin historia el hombre no es, pero tampoco sin ficción, esta última y la realidad son complementarias; las dos pueden convertirse en laberintos que se entrecruzan o corren en paralelo... Batallas o héroes de sueño se construyen en la vida real. He ahí el destino humano: construir eventos la mayoría de veces desatinados"40.

Claro que, para el capital, en un mundo de conflictos, es mejor vender ficción que verdades mal descritas. Pero al final, los únicos responsables de no crear un mercado de libros de historia son los mismos historiadores que tienen dificultades, para narrar los hechos que deberían saber narrar. Los historiadores debemos aprender que el colonialismo nos enseñó a despreciar nuestras verdades y grandezas y que toda sabiduría estaba fuera de nosotros: en el rey, en dios, en los amos. Y castigaron nuestra memoria con los zumos del olvido. Y apenas conquistamos el silencio que quiso ser registrado con la tortura de la inquisición y por los dueños del poder. Pero detrás de toda herida aprendimos que la verdad esta oculta en el silencio y en las ruinas de nuestro pasado. Están llegando los tiempos de rehacer las voces perdidas de nuestros traumas, y de desenfundar todos los silencios de nuestro espíritu para bien de la humanidad.

Fuente de Archivo

Archivo General de la Nación (AGN), Bogotá-Colombia. Sección República, Fondo Asuntos Criminales. [ Links ]

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* Conferencia pronunciada el 16 de mayo de 2019, en Centro cultural del Banco de la República, Tunja.

1 Jesús Cabañas, «La importancia de preservar archivos históricos en formato digital», MCPRO, 19 de abril de 2019. Acceso el 6 de mayo de 2019.

2Fernando Urbina Rangel, «Mito, Rito y Petroglifo. A propósito del arte rupestre en el Río Caquetá-Amazonía Colombiana», Rupestre. Arte Rupestre en Colombia, año 3, n°3 (agosto del 2000):39-54. En general son de gran interés todos los artículos de esta Revista; Miguel Triana, El jeroglífico Chibcha (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1970); Francisco Ortíz G. y otros, Rocas y Petroglifos del Guainía. Escritura de los grupos Arawak-Maipure (Tunja: Fundación Etnollano, Museo Arqueológico de Tunja-UPTC, S.f).

3Juanita Arango O., «Sistema de Registro y Documentación de Factores de Alteración y Deterioros», en Rupestre. Arte Rupestre en Colombia, año 3, no 3 (agosto del 2000): 55-62; Helena Pradilla Rueda y Germán Villate Santander, Pictografías, moyas y rocas del Farfacá. Museo arqueológico de Tunja (Tunja: Museo arqueológico de Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja, 2010).

4«The Privacy implications of Cloud computing», Privacy Rights Clearinghouse, acceso el 2 de mayo de 2019, https://www.privacyrights.org/blog/privacy-implications-cloud-computing.

5Pradilla Rueda y Villate Santander, Pictografías, moyas y rocas del Farfacá..., 19.

6B. Le Roy Gordon, El Sinú. Geografía Humana y Ecología (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1983).

7Miguel León Portilla, Códices. Los antiguos libros del Nuevo Testamento (México: Aguilar, 2003), pp; Germán Villate Santander, Tunja Prehispánica. Estudio documental del asentamiento indígena de Tunja (Tunja: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja, 2001); Lewis H. Morgan y Adolph, México Antiguo, Prologo y edición de Jaime Labastida (México: Siglo XXI Editores, 2004); Andre Parrot, Mundos Sepultados (Barcelona: Ediciones Garriga, S.A., 1962); A. Leo Oppenheim, La antigua Mesopotamia. Retrato de una civilización extinguida (Madrid: Gredos, 2003); Toby Wilkinson, Auge y caída del Antiguo Egipto. Historia de una civilización desde el año 3000 a.C. hasta la época de Cleopatra (Barcelona: Debate, 2011); Paul Cartledge, Ancient Greece. A History in eleven cities (Inglaterra: Oxford University Press, 2009).

8José Bernal Rivas Fernández, «La Tradición del desvelo», Revista de la Asociación Latinoamericana de Archivos -ALA-, Bogotá, Archivo General de la Nación, no 18 (enero-junio, 1996): 23.

9Ricardo Agurcia F., Copán. Reino del Sol (Tegucigalpa: Editorial Transamérica, 2011).

10Elizabeth Marroquín, Quiriguá. Patrimonio de la Humanidad (Guatemala: Ediciones Papiro, S.A., 2010).

11Rogger Ravines, Chanchan, Metrópoli Chimú (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1980).

12Luis Duque Gómez y Julio César Cubillos, Arqueología de San Agustín. La Estación (Bogotá: Banco de la República, 1981); Luis Duque Gómez y Julio César Cubillos, Arqueología de San Agustín. Exploraciones y trabajos de reconstrucción en las Mesitas A y B (Bogotá: Banco de la República, 1983).

13Kumarpal Desai, Trilokyadeepak, Ranakpur Tirth, Paldi (India: Amedabad, 2007).

14Fatih Cimok, The Hittites, A turizm Yayinlary (Istambul, 2010).

15Eugenio Pérez Montás, Monumentos y sitios del Gran Caribe (Santo Domingo, 1996).

16Jacques Gernet, El mundo Chino (Barcelona: Crítica, 2009), 468-463; sobre las guerras del opio ver Historia y Civilización China, (Publicado en China en el 2006), 188-189; Bamber Gascoigne, The Dynasties of China (New York: Carroll and Graf Publishers, 2005), 189-193.

17Hermes Tovar Pinzón, La Batalla de los Sentidos. Infidelidad, Adulterio y Concubinato a fines de la Colonia (Bogotá Universidad de Los Andes, Segunda Edición, 2012).

18«Criminal contra Juan Ygnacio Ruiz y Vicenta Rodríguez por concubinato Adulterino», 1824, Archivo General de la Nación (AGN), Bogotá-Colombia. Sección República, Fondo Asuntos Criminales t. 40, ff.1000r. a 1034v.

19«Criminal contra Francisco Cubillos y María del Socorro Velasco por concubinato adulterino», 1827, Archivo General de la Nación (AGN), Bogotá-Colombia. Sección República, Fondo Asuntos Criminales, t. 40, ff.401r. a 464v.

20Véanse, los argumentos de «ira e intenso dolor» aducidos por la defensa en la sentencia que absolvió a Jorge Aníbal Rojas Ruano quien mató a su esposa Bertha Joya de Rojas, el 14 de abril de 1959. Aunque estos argumentos no se tuvieron en cuenta, siempre se preguntó en el proceso si el acusado «obró en estado de ira o intenso dolor causado por la conducta lesiva de la fidelidad conyugal por parte de su citada esposa», cf. La Ley. Órgano del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Tunja, año LIII, Nos. 101-102, (Tunja, 1963): 166-194.

21Se dice que untaban su cuerpo con «cicuta, hierba mora, Beleño y Mandrágora sustancias que componen el famoso ungüento volador de las brujas» pues se ha «descubierto que todos ellos llevan atropina», cf. Jesús Callejo, Breve historia de la Brujería (Madrid: Ediciones Nowtilus, S.L, 2006), 80-90.

22Museo Nacional de Colombia, Ofrendas funerarias y arte erótico en el Perú antiguo. Piezas originales del Museo arqueológico Rafael Larco Herrera, Bogotá, 2000.

23Rajaram Panda, Khajuraho Orcha (India: Mittal Publishing, 2013).

24Vatsyayana Mallanaga, Los Siete Libros del Kama Sutra (Barcelona: Random House Mondadori, S.A., 2002), 26. Los sutras son aforismos breves y el Kama Sutra la disciplina erótica.

25Mallanaga, Los Siete Libros del Kama Sutra, 26.

26Augusto Gómez López y Hugo Armando Sotomayor Tribín, Enfermedades, epidemias y medicamentos. Fragmentos para una historia epidemiológica y sociocultural. Fragmentos para una historia epidemiológica y sociocultural (Bogotá: Universidad Nacional —SaludCoop., 2008).

27Mary Roldán, A Sangre y Fuego. La violencia en Antioquia, Colombia, 1946-1953 (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2003).

28María Teresa Ronderos, Guerras recicladas. Una Historia periodística del paramilitarismo en Colombia (Bogotá: Penguin Random House Grupo Editorial, SAS, 2014).

29Ariel Ávila, Detrás de la guerra en Colombia (Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, S.A., 2019).

30«Debate sobre los falsos positivos» (Debate en el Programa de Televisión Canal 1, Zona franca, martes 21 de mayo del 2019, 21:00 a 22:00).

31Ver Dane, censos de Población.

32En 1951 había un 61.3% de población rural mientras que en 1964 quedaba un 48.0%. A su vez en 1985, la población concentrada en las cabeceras municipales era 67.4% y en el 2005, el 76.0%. Véase Dane, Censos de Población.

33CNMH, Una verdad secuestrada: 40 años de estadísticas de Secuestro 1970-2010 (Bogotá: Imprenta Nacional, 20 de junio de 2013).

34Hermes Tovar Pinzón, La Estación del miedo o la desolación dispersa. El Caribe colombiano en el siglo XVI (Bogotá: Universidad de los Andes, 2013).

35Gonzalo Sánchez y Mario Aguilera, eds., Memoria de un país en guerra. Los Mil Días 1899-1902 (Bogotá: Planeta-Iepri, 2001).

36Hermes Tovar Pinzón, Que nos tengan en cuenta. Colonos empresarios y aldeas. Colombia, 1800-1900 (Bogotá: Universidad de Los Andes, 2014).

37Centro Nacional de Memoria Histórica, Grupos Armados Posdesmovilización (2006-2015). Trayectorias, Rupturas, Continuidades (Bogotá: CNMH., 20016), cuadro 2, 69-70

38Débora Arango (Bogotá, Ediciones Gamma, 2011), 171.

39Francis Haskell, La Historia y sus Imágenes. El arte y la interpretación del pasado (Madrid: Alianza Editorial, S.A. 1994), 193.

40Osvaldo Granda Paz, Historia y Ficción en la obra de Álvaro Mutis y otros ensayos (Barranquilla, Editorial Travesías, 2010), 22-23.

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