SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número19Rubio, Alfonso y Juan David Murillo Sandoval. Historia de la edición en Colombia 1738-1851. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. Imprenta Patriótica, 2017, 335 p.Águila, Gabriela, Laura Luciani, Luciana Seminara y Cristina Viano (Compiladoras). La historia reciente en Argentina. Balances de una historiografía pionera en América Latina. Buenos Aires: Imago Mundi, 2018. índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Em processo de indexaçãoCitado por Google
  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO
  • Em processo de indexaçãoSimilares em Google

Compartilhar


Historia y MEMORIA

versão impressa ISSN 2027-5137

Hist.mem.  no.19 Tunja jul./dez. 2019

https://doi.org/10.19053/20275137.n19.2019.9365 

Reseña

Acevedo Tarazona, Álvaro. La experiencia histórica del cogobierno en la Universidad Industrial de Santander. Concepciones y divergencias en disputa por la autonomía universitaria 1971-1976. Bucaramanga: Ediciones Universidad Industrial de Santander, 2016, 230 p.

José Abelardo Díaz-Jaramillo* 

* José Abelardo Díaz Jaramillo, Doctor en Historia, afiliado a la Corporación Universitaria del Meta y perteneciente al Centro de Investigación Jorge Eliecer Gaitán. Corporación Universitaria del Meta - Colombia. jose.diaz@unimeta.edu.co. https://orcid.org/0000-0001-8279-2379.


El autor, historiador y profesor de la Universidad Industrial de Santander (UIS), analiza el origen y curso que tomó la experiencia del cogobierno universitario en los años setenta del siglo anterior en Colombia, con particular interés en el caso de la UIS. El acontecimiento ocupa un lugar destacado en la historia de la educación superior del país, sin que haya merecido, a nuestro juicio, la suficiente atención académica. Al respecto, el relato convencional indica que los hechos sangrientos ocurridos en la Universidad del Valle en febrero de 1971, fueron el detonante de una crisis que se extendió a otras universidades y desató, en poco tiempo, el conflicto estudiantil más sonado del siglo XX. A pocos días del doloroso suceso, en un encuentro nacional de universitarios, estos aprobaron el Programa Mínimo de los Estudiantes, que consignó aspiraciones como la abolición de los consejos superiores y su reemplazo por organismos provisionales de gobierno conformados por un rector, un delegado del Ministerio de Educación Nacional y una mayoría de representantes estudiantiles y docentes. Desde ese momento, la demanda del cogobierno se convirtió en una de las principales banderas del movimiento estudiantil, y su aplicación se logró en varias instituciones educativas por algún tiempo, como ocurrió en la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad de Antioquia y la UIS.

El valor del libro radica precisamente en que propone una interpretación de las circunstancias históricas -sociales y políticas- que animaron a los estudiantes a formular la demanda del cogobierno, y del proceso de implementación de esa figura en la UIS, resaltando las tensiones entre los actores sociales e institucionales que estuvieron involucrados en la disputa por el curso de la universidad. En esa dirección, Acevedo Tarazona concibe la universidad de los años setenta como un espacio social mediado por distintas relaciones de poder que expresaban intereses de actores como el Estado, estudiantes, profesores, empresa privada e Iglesia Católica, entre otros, a la vez que como un escenario de disputa en el que se «enfrentaban distintos proyectos de sociedad y presupuestos ideológicos diferentes» (p. 11). Los estudiantes, desde luego, fueron protagonistas de primer orden en la historia que el libro reconstruye, los cuales actuaron motivados por objetivos que resultaron ser «los mismos principios emanados del Movimiento de Córdoba, surgido durante la segunda década del siglo XX, momento en el cual se sentaron las bases de la moderna autonomía universitaria» (p. 13).

El libro está estructurado en seis capítulos. El primero ubica el contexto histórico nacional e internacional en el que se inscribió la demanda del cogobierno universitario. El autor hace una caracterización del Frente Nacional, destacando que se trató de un periodo de cambios sociales y protestas originadas, en parte, por una crisis que «representó un campanazo de alerta respecto al agotamiento del sistema político». Un indicador del malestar fue el súbito auge de la movilización estudiantil, especialmente entre 1968 y 1971, y que tuvo en el cuestionamiento de la ayuda de fundaciones extranjeras a las universidades, uno de sus principales motivos. La denuncia del carácter autoritario -y fraudulento, si se recuerda la polémica elección presidencial de abril de 1970- del Frente Nacional, fue constante en el estudiantado y en otros sectores sociales que el régimen dejó por fuera del juego político. Es en ese tenso escenario que se registran las movilizaciones y protestas estudiantiles de 1971 en la Universidad del Valle, y su posterior replica en otras universidades de Palmira, Cali, Bogotá y Bucaramanga, articuladas a la demanda de una mayor representación en el gobierno de las mismas y el financiamiento total por parte del Estado. A raíz del malestar estudiantil, el gobierno de Misael Pastrana Borrero expidió el Decreto 2070 en 1971, que dispuso la recomposición del Consejo Superior Universitario de la Universidad Nacional de Bogotá, aumentando a dos la representación de profesores y estudiantes. Fue ese el origen de la experiencia de cogobierno universitario que se extendió a la Universidad de Antioquia y a la UIS, y que se ha considerado como uno de los mayores triunfos del movimiento estudiantil colombiano en su historia (p. 54).

El segundo capítulo plantea un recorrido por algunos hitos del proceso de modernización de la educación universitaria en Colombia. El propósito aquí es conectar la experiencia del cogobierno de los años setenta con una «vieja» lucha entablada por estudiantes y actores de otras épocas para modernizar la educación. En ese interés, el autor ubica la mirada en la segunda década del siglo XX y luego la proyecta hasta los años sesenta, momento en que se registra una gran conflictividad en la universidad colombiana y mundial, a la vez que se opera un cambio del ambiente institucional y económico «en tránsito de los postulados del Estado de bienestar al Estado neoliberal» (p. 57). En ese marco histórico, se resalta el impacto del reformismo de Córdoba (1918), el cual produjo «la primera fisura en la educación confesional y retardataria de Colombia» (p. 66); además, se evalúa el significado de la Ley 68 de 1935, emitida en el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, destacando la idea de la autonomía académica y administrativa que la orientaba; luego se referencian algunas protestas estudiantiles (1938 y 1929), a nuestro juicio no del todo correctamente interpretadas (por ejemplo, se interpreta las de junio de 1929 como encaminadas a «transformar la universidad», lo cual no es cierto); finalmente, se analiza la «norteamericanización» de la universidad colombiana, en los años cincuenta y sesenta, lo que dio pie a movilizaciones y protestas violentas de los estudiantes. Aquí el autor destaca la figura de Rudolph Atcon y el famoso informe de su autoría, en el que estableció una serie de premisas para transformar la universidad colombiana a partir de postulados ligados a una visión desarrollista (productividad, disciplina, autonomía). También analiza la Reforma Patiño de 1965 y el Plan Básico de finales de 1960, que dieron origen a la implementación de los planes de desarrollo de las universidades públicas y privadas. Acevedo Tarazona interpreta esos intentos de modernización como una necesidad del Estado de reorganizar y reorientar la universidad, de tal manera que esta se acoplara a las metas y necesidades del desarrollismo. Señala que estos proyectos de reforma universitaria no fueron aceptados por los estudiantes, que expresaron su desacuerdo por medio de la protesta, especialmente entre 1968 y 1972.

En el capítulo tercero el autor propone una interpretación de las movilizaciones estudiantiles durante la primera mitad del siglo XX, las cuales estuvieron encaminadas a lograr la modernización del sistema educativo. Analiza el origen de la movilización estudiantil en dos momentos: la primera mitad del siglo XX y antes del pacto bipartidista del Frente Nacional. En el primer periodo, la modernización social, económica y estatal sirvió como marco de oportunidad para la movilización estudiantil, resaltando, como lo hizo en el capítulo anterior, el impacto de la Reforma de Córdoba, aunque esta vez indagando «en qué consistió exactamente esta influencia del Grito de Córdoba en la movilización estudiantil colombiana» (p. 99). Lo que viene enseguida es un recuento de algunos hitos en la historia del protagonismo estudiantil, evocando sucesos como el congreso estudiantil celebrado en Bogotá en 1910, el papel de publicaciones estudiantiles de los años veinte como Voz de la Juventud y Universidad, y, de nuevo, las protestas cívicas de 1929 y estudiantiles de 1938, hasta arribar a los hechos luctuosos de junio de 1954.

En el capítulo cuarto se analizan las movilizaciones de los estudiantes por el cogobierno universitario entre 1958 y 1971. El autor señala que el dinamismo y la rebeldía estudiantil en ese periodo se explican, en parte, por el ambiente de agitación internacional expresado en hechos como la revolución cubana, la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, las campañas contra la guerra en Vietnam y el Mayo francés. En el plano nacional, la constitución de la Federación Universitaria Nacional (FUN) en 1963, expresó esa efervescencia juvenil que había direccionado sus expectativas de cambio hacia la izquierda política. El movimiento estudiantil adoptó como bandera ideológica las demandas de la Reforma de Córdoba, especialmente la idea del cogobierno universitario, la cual quedó consignada en el Programa Mínimo de 1971. Ante la presión estudiantil, el Gobierno de Misael Pastrana Borrero emitió los Decretos 580 y 581 en los que se estableció las bases de una reforma de los consejos superiores de algunas universidades. La Universidad Nacional de Colombia (noviembre de 1971), la Universidad de Antioquia (enero de 1971) y la Universidad Industrial de Santander (abril de 1971) acogieron una fórmula de organización de sus consejos que estarían conformados por nueve miembros: tres representantes de los profesores, tres representantes de los estudiantes, el rector y dos representantes del gobierno, y se excluía a los gremios económicos a la iglesia católica y a representantes de algunas autoridades administrativas. A la nueva medida le surgió la oposición de las administraciones departamentales y del propio Gobierno, y desató disputas entre los propios estudiantes, en quienes «finalmente primó lo político sobre lo gremial», al proceder estos en su mayoría de organizaciones de la izquierda política, y para quienes la universidad no era más que un medio para alcanzar la revolución total (p. 120).

El capítulo quinto recrea la constitución del cogobierno en la UIS en 1971 y el curso que tomó la aplicación de la figura administrativa en esa universidad. El malestar por la elección como rector de Carlos Enrique Virviescas, según el autor, dio origen a protestas que motivaron a aquel a presentar su renuncia en febrero de 1971. La situación abrió un escenario de crisis de representación en la institución educativa que se resolvió parcialmente cuando, con el apoyo de la Asociación de Profesores y de la AUDESA, se eligió a Carlos Guerra Hernández como rector. En seguida los estudiantes solicitaron al nuevo rector eliminar la financiación externa de la universidad y reformar el Consejo Superior para impedir que en este tuviesen representación sectores ligados a la Andi, la Banca y la Iglesia Católica. Acevedo Tarazona señala que «tanto el rector como los profesores, los estudiantes y los egresados estaban de acuerdo con la reestructuración de la Universidad, particularmente con la transformación del Consejo Superior» (p. 139), hecho que explica la decisión de Guerra Hernández de firmar el Acuerdo 015 del 14 de abril de 1971, que hizo efectiva la reforma a la estructura del Consejo Superior Universitario de la UIS (si bien el texto establecía que la Iglesia continuaría formando parte del Consejo, se logró que los representantes de la Andi y los representantes de los políticos locales fueran excluidos). Sin embargo, la victoria de los estudiantes fue corta, debido a que la situación crítica se mantuvo al interior de la universidad, al estar suspendidas las clases y registrarse enfrentamientos permanentes entre aquellos y la policía. Lo anterior dio pie para que el Gobierno nacional procediera no solo a desconocer los acuerdos que las universidades habían firmado para reformar sus estructuras de gobierno, sino que decretó la clausura del semestre académico y con ello el cierre temporal de las universidades (p. 140). Pese a la brevedad de la experiencia del cogobierno en la UIS (siete días después de firmado el acuerdo, este fue suspendido), el recuerdo de la experiencia su mantuvo en la memoria del estudiantado, sirviendo de estímulo para que, entre 1975 y 1976, la movilización por reconquistar el Acuerdo 015 fuera enarbolada como un principio fundamental del movimiento estudiantil de la UIS.

Finalmente, el capítulo sexto analiza la gestión de la rectora de la UIS, Cecilia Reyes de León, entre agosto de 1976 y abril de 1977. Si bien el título del libro sugiere una mirada hasta el momento en que estuvo vigente la experiencia del cogobierno, aquí el autor propone una lectura de lo ocurrido tiempo después en la UIS, quizá para resaltar las consecuencias internas que pudo ocasionar la aplicación de la medida. Como recrea Acevedo Tarazona, Cecilia Reyes de León asumió la responsabilidad de conducir la universidad, en medio de una profunda crisis económica y administrativa, que se manifestó en la desfinanciación y en una débil autoridad (recuerda el autor la experiencia que vivió el rector encargado Pedro García Arenas, quien fue trasladado por estudiantes encapuchados por la universidad, sometido a un «juicio» y expulsado de la UIS), así como en los cierres permanentes de la institución, como resultado de las protestas estudiantiles. En ese difícil contexto, la primera medida que adoptó la rectora, en correspondencia con el férreo carácter de que hacía gala, fue expulsar a varios estudiantes, en un intento de instaurar el orden al interior de la institución universitaria, lo que le granjeó conflictos con las expresiones de izquierda. Sin esperarlo, y debido al grado de agitación interna que se registraba (fue objeto de atentados contra su vida), Reyes de León debió salir de la ciudad, interrumpiendo su papel de rectora de la universidad.

Analizados los capítulos, es imprescindible hacer una valoración de conjunto de la obra, con el ánimo de ubicar las fortalezas y debilidades. La primera observación tiene que ver con el marco teórico formulado por el autor para comprender las movilizaciones estudiantiles de los años setenta. Al respecto, Acevedo Tarazona acude al concepto de movimiento estudiantil, el cual liga a las categorías de movimiento social y sociedad civil. En su argumentación, el movimiento estudiantil forma parte de la sociedad civil, la cual define como «el escenario en que se expresan los interés particulares y colectivos de los sujetos con relación al Estado y las instituciones políticas» (p. 14). El concepto de movimiento social, por su parte, le permite ahondar en las características y formas de acción desplegadas por los estudiantes. Reconoce, en tal sentido, que el movimiento estudiantil expresa los intereses de sectores específicos de la sociedad; así mismo, este se diferencia de los partidos políticos en su forma de actuar y por las aspiraciones que los estructuran. Esta consideración lo conduce a considerar, finalmente, al «movimiento estudiantil universitario como un movimiento social, es decir, como una manifestación de la sociedad civil de la época» (p. 18).

Aquí surge un problema al adoptar el enfoque de los movimientos sociales para explicar la actuación del movimiento estudiantil: si éste tuvo las particularidades que se le adscriben (alejado de las dinámicas propias de los partidos), cómo explicar el hecho de que los estudiantes movilizados hacían parte, a la vez, de partidos políticos (de izquierda, particularmente), y orientaban su acción al interior del movimiento social (estudiantil, en este caso), siguiendo disposiciones de la dirigencia de esos partidos. Un caso, entre muchos, es el de Marcelo Torres, quien, siendo dirigente estudiantil en la Universidad Nacional, actuaba al mismo tiempo como militante del MOIR. Si bien el propio autor lo reconoce cuando señala en la página 55 que «Esta dinámica no impidió que en las distintas universidades las protestas fueran parte de una praxis política de izquierda, lo que conectaba a los estudiantes colombianos con discursos, ideas y representaciones que circulaban en todo el mundo», no queda del todo claro si esta observación contradice el planeamiento que formuló acerca de la relación entre el movimiento estudiantil y la teoría de los movimientos sociales.

En el libro hay varios gazapos que deben revisarse. Por ejemplo, el autor se refiere a la Federación Universitaria Nacional como Fundación Universitaria Nacional en la página 39; hay una imprecisión al sostener que la ANUC fue creada en el gobierno de Alberto Lleras Camargo, como se indica en la página 45, cuando ocurrió en la presidencia de Carlos Lleras Restrepo; la expulsión de los estudiantes de la UIS ocurrió el 11 de marzo de 1977, y no en 1997, como se anota en la página 204; el autor confunde la denominación del Dia del Estudiante (8 de junio, referida a 1929) con el Dia del Estudiante Caído (8 de junio de 1954), como se observa en las páginas 104 y 109. Finalmente, falta completar la información en la página 65, cuando se indica el comienzo de un periodo (1934) sin establecer hasta qué fecha se extendió.

Acerca de los contenidos de los capítulos, pudo haberse articulado el capítulo dos con el tres, ya que los dos hacen referencia a las dinámicas de organización y protesta estudiantil y a los proyectos de modernización educativa ensayados en la primera mitad del siglo XX. De igual modo, al libro le hicieron falta unas conclusiones generales que permitieran sintetizar el significado de la experiencia del cogobierno universitario en Colombia. Si bien, en algunos capítulos se señalan ideas a modo de síntesis, oportuno hubiese sido contar con una lectura general de ese corte al final de la obra.

Lo anterior no es óbice para reconocerle méritos al libro, en particular, el de hacer comprensible las razones por las que los universitarios dieron origen a la más grande movilización estudiantil del siglo XX y el valor que le otorgaron al cogobierno universitario como figura política. Entre los aportes que podrían destacarse resalto la tesis de la continuidad del legado reformista de 1918 en el movimiento estudiantil de Colombia en los años setenta. Se trata de un planteamiento de gran importancia, ya que permite pensar la persistencia y circulación de ideologías en la sociedad y su función como dinamizadoras de reivindicaciones en determinados grupos sociales. El caso del reformismo universitario de 1918 y su impacto en Colombia es un tema que ha merecido muchas menciones pero poca investigación que dé cuenta de la influencia que tuvo el acontecimiento en el movimiento estudiantil del país. Acevedo Tarazona demuestra la persistencia de esa influencia al articularla con la figura del cogobierno como demanda estudiantil, varias décadas después de 1918, aunque es de reconocer que hizo falta una lectura más detallada que mostrara de qué modo el imaginario reformista de 1918 continuaba circulando en el ambiente universitario de los años setenta. Por ejemplo, el análisis de contenido de los documentos elaborados por los estudiantes en aquellos años pudo haberse explorado con mayor detenimiento para dar cuenta de esa presencia.

En lo que respecta al tema central, el libro hace una contribución para entender las movilizaciones de los años sesenta y setenta, en particular, de aquellas que estuvieron ligadas a la demanda del cogobierno universitario. Sin ser un trabajo concluyente -no es esa su pretensión- la investigación de Acevedo Tarazona da luces para comprender los motivos y causas que dieron origen a la movilización universitaria y las razones que condujeron al fin del cogobierno universitario en la UIS. Y aunque se puede no estar en total acuerdo con el autor cuando indica que la radicalización ideológica y las acciones violentas de las distintas organizaciones estudiantiles fueron las causales directas del fracaso del cogobierno universitario (habría que pensar también en el papel del propio Gobierno y en la actitud provocadora e intransigente de sectores externos en la suerte de esa experiencia), coincidimos que no fue una conquista menor, la cual demandó de los estudiantes grandes esfuerzos.

Por último, otro aporte del libro radica en la apuesta por la mirada regional del proceso histórico, un enfoque pertinente si se tiene en cuenta que ha predominado en la historiografía del movimiento estudiantil el tratamiento centralista de este, que consiste en explicar un objeto (movimiento estudiantil) a partir de lo ocurrido en Bogotá. Con esta investigación, el autor demuestra que las movilizaciones estudiantiles por el cogobierno universitario «(...) fueron el resultado de una maduración de las condiciones en cada universidad y región», lo cual traduce la necesidad de conocer las particularidades regionales para divisar las singularidades de los procesos históricos y, a la vez, identificar los puntos de encuentro entre dinámicas locales y regionales.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons