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Historia y MEMORIA

Print version ISSN 2027-5137

Hist.mem.  no.20 Tunja Jan./June 2020  Epub Dec 30, 2019

https://doi.org/10.19053/20275137.n20.2020.9602 

Sección Especial

Los sacrificios del cuerpo: Configuración, formas y evolución de la(s) memoria(s) de Blas de Lezo en la España de los siglos XVIII y XIX*

The sacrifices of the body: Configuration, forms and evolution of the memories of Blas de Lezo in 18th and 19th century Spain.

Les sacrifices du corps: configuration, formes et évolution de(s) mémoire(s) de Blas de Lezo en Espagne. XVIIIe-XIXe siècles

Nuria Soriano Muñoz1  1
http://orcid.org/0000-0001-5681-2954

Javier Andrés Chillida2  2
http://orcid.org/0000-0002-5532-6230

1Universitat de València, España

2IES Politècnic, Castellón, España


Resumen

Desde las aportaciones metodológicas y teóricas de los memory studies, este artículo analiza la configuración de la memoria de Blas de Lezo desde sus inicios hasta finales del siglo XIX. A partir del estudio de biografías, compendios históricos y artículos periodísticos principalmente, tratan de delimitarse los factores que confluyen en su construcción, la versatilidad de su funcionalidad política y las constantes modificaciones producidas en sus usos públicos. La revalorización de la figura de Lezo es interpretada como símbolo del imperio y la nación española, esencia de la españolidad –unida a la exaltación de los fueros y la especificidad vasca– y ejemplo de sacrificio para una marina liberal en horas bajas. De la dispersión de su recuerdo en el siglo XVIII se pasa a una narrativa más cohesionada, cuyo punto álgido deviene en 1870, de la mano de los foralistas vascos y los militares españoles. Se argumenta que a finales de siglo, tras las pugnas por establecer un relato verídico de lo acontecido en Cartagena de Indias, la versión militar del personaje triunfa, imponiéndose con la guerra hispano-estadounidense de 1898 como símbolo de la resistencia frente al enemigo.

Palabras clave Blas de Lezo; memoria; usos públicos del pasado; guerra; nacionalismo; siglos XVIII-XIX

Abstract

Based on the methodological and theoretical contributions of memory studies, this article analyses the configuration of the memory of Blas de Lezo from his beginnings to the late 19th century. From the study of biographies, historical compendiums, and mainly journalistic articles, an attempt is made at establishing what the factors that contribute to the construction of memory, the versatility of its political functionality and the constant modifications produced by its public use. The revalorization of Lezo's figure is interpreted as a symbol of the empire and the Spanish nation, the essence of Spanishness - along with the exaltation of the fueros and Basque distinctiveness- and an example of sacrifice for a liberal navy in dark times. From the spreading of his memory in the 18th century there is a shift to a more cohesive narrative, its most algid point being 1870, because of the Basque foralistas and the Spanish military. It is argued that at the end of the century, after the struggle to establish a true narrative of what happened in Cartagena de Indias, the military version of the character triumphs, imposing itself with the Hispanic-American war of 1898 as a symbol of resistance against the enemy.

Keywords Blas de Lezo; memory; public use of the past; war; nationalism; 18th and 19th century

Résumé

Partant des trouvailles méthodologiques et théoriques des memory studies, cet article analyse la configuration de la mémoire de Blas de Lezo depuis ses origines et jusqu’à la fin du XIXe siècle. Avec l’aide notamment des biographies, bilans historiques et articles journalistiques, nous tentons d’identifier les éléments ayant contribué à sa construction, la souplesse de ses fonctions politiques et les modifications constantes subis par ses usages publics. La revalorisation du personnage de Lezo est interprétée ici comme symbole de l’empire et de la nation espagnole, essence de l’espagnolité –qui va de pair avec l’exaltation des privilèges foraux et la spécificité basque- et exemple de sacrifice pour une marine libérale en difficultés. D’un souvenir effiloché au XVIIIe siècle on passe à un récit plus uniforme, dont le point culminant a lieu en 1870, grâce aux défenseurs des fors basques et aux militaires espagnols. Nous montrerons comment, vers la fin du siècle, après les luttes pour établir un récit vraisemblable de ce qui s’est passé à Carthagène des Indes, c’est la version militaire du personnage qui triomphe et qui s’impose lors de la guerre hispano-américaine de 1898 comme symbole de la résistance face à l’ennemi.

Mots clés Blas de Lezo; mémoire; usages publics du passé; guerre; nationalisme; XVIIIe-XIXe siècles

1. Introducción

Blas de Lezo está de moda. Biografías, cómics, estatuas, calles, novelas y homenajes son índices manifiestos de la amplia resonancia y el poder de la memoria del marino Blas de Lezo y Olabarrieta (1689-1741). Nuestro presente más inmediato ofrece abundantes testimonios del peso que el almirante –también conocido como mediohombre, en razón de su cuerpo mutilado– ha adquirido en la sociedad actual 3 . Aquel personaje de impecable trayectoria militar, conocido principalmente por su participación en uno de los acontecimientos clave de la Guerra del Asiento (1739-1748); la defensa de Cartagena de Indias –aunque luchó también contra austracistas, genoveses, holandeses, piratas y berberiscos– ha resurgido en nuestro presente bajo formas muy dispares, asociándose en su representación lo histórico y lo mitológico, lo real y lo ficcional.

Las diversas apropiaciones del personaje evidencian las pugnas, las tensiones y las estrategias a la hora de interpretar y escribir el pasado, su potencialidad en los procesos de construcción de subjetividades, sin perder de vista la clásica disyuntiva entre «buenos» y «malos». Partiendo de nuestro presente –en el que el pasado, por cierto, continua en la superficie y adquiere las formas más diversas– nuestro interés es analizar cómo se ha articulado la memoria del marinero guipuzcoano, delimitando qué lugar específico ocupa en las narrativas sobre España y el imperio, qué impulsa a los individuos a recuperar su figura en unas circunstancias históricas específicas. Para ello, indagaremos en los discursos hegemónicos –sin dejar a un lado sus vinculaciones con otras narrativas más minoritarias– y en su potencialidad política para representar a diversos grupos sociales, encarnar valores y necesidades sociales. De este modo, nos preguntamos por la configuración, las formas y el recorrido de la memoria de Lezo, por los mecanismos que permiten que cierto conocimiento sobre el personaje sea compartido y transmitido 4 .

En este sentido, hemos seguido las aportaciones teóricas de los memory studies 5 , en nuestra intención de rastrear aquellas fuentes primarias que evocan al personaje y mantienen ciertos puntos en común. Nos referimos a biografías, textos de historia, compendios regionales y artículos periodísticos, sin dejar a un lado su conmemoración en forma de bustos, pinturas, novelas y calles. Combinando un análisis tanto de tipo cualitativo como cuantitativo, podremos establecer los momentos de máxima efervescencia de la memoria y los usos de Blas de Lezo; entendidos como noción «non normative que ne remet pas en cause a priori la légitimité de ces usages mais les analyse comme des faits sociaux» 6 . Para delimitar los rasgos característicos de su memoria, comenzaremos con los instantes iniciales de la recuperación de su figura en el siglo XVIII. La evolución se cierra con la derrota española en la Guerra Hispano-estadounidense, ya que, tras el conflicto del 98, finaliza una importante fase de la instrumentalización del personaje, abriéndose una nueva etapa histórica en la que surgirán diferentes discursos sobre la idea de España 7 .

2. El nacimiento de la memoria de Blas de Lezo (1741-1829)

Los protagonistas de la defensa de Cartagena de Indias pugnaron por la producción de la versión oficial del fallido asedio inglés de 1741. Tanto Blas de Lezo como Sebastián de Eslava redactaron, ya fuera por mandato o con su propia pluma, diferentes versiones del acontecimiento que pretendían autoproclamarse como fidedignas. Estas narraciones escondían sus intereses personales y el afán de ambos por ser considerados como verdaderos responsables de la victoria. Diario de todo lo ocurrido en la expugnación de los fuertes de Bocachica y sitio de la ciudad de Cartagena de Indias se publicó en 1741 por orden del rey Felipe V. Pedro de Mur –secretario personal del teniente y virrey navarro Sebastián de Eslava– escribió este diario de la guerra contra Inglaterra con el objetivo de difundir la hazaña de la resistencia española. Su autor pretendía responsabilizar a Eslava del éxito de las armas españolas en el asedio.

El texto alcanzó la condición de relato verídico de todo lo ocurrido durante la invasión inglesa 8 , por más que existieran otras interpretaciones, como la del propio Lezo y las que produjeron los historiadores británicos. El texto ofrecía una versión del acontecimiento que favorecía los intereses de la monarquía española 9 . Además de descalificar al ejército contrario, Pedro de Mur se refería al asedio como un triunfo completo de las tropas del rey, gracias a la acción divina porque «al contrario en nuestra tropa ha derramado Dios tan abundantemente su misericordia que solo hemos perdido 200 hombres […]» 10 . A pesar de loar a todos los militares, el verdadero protagonista de la épica defensa fue el virrey de Nueva Granada. En un texto de veintitrés páginas, Lezo aparece mencionado únicamente un par de veces. La batalla por mostrar la versión canónica de lo ocurrido había comenzado.

Por supuesto, en ella iba a participar el propio Lezo. El marino de Pasajes escribió un diario en que explicaba la evolución del asedio desde el 13 de marzo hasta el 21 de mayo 11 . La razón que motivó su escritura fue el desasosiego que le provocaron dos informes elaborados por el coronel Carlos Desnaux, en los que le responsabilizaba de la pérdida del Castillo de San Luís y se otorgaba todo el mérito de la resistencia final a Eslava 12 . Lezo trató de relatar su versión, dejando patente desde el primer momento sus desavenencias con el máximo responsable del enclave, Sebastián de Eslava; hasta el punto de señalar su incompetencia y negligente actuación 13 . El manuscrito fue dirigido al marqués de Villarías que, en aquellos instantes, ejercía el cargo de ministro de Estado. Junto a él, se incluyó una carta fechada el 30 de mayo de 1741 14 . En ella, se acusaba a Eslava de no contar con él e incluso de apropiarse de sus méritos. Pese a que el diario y la carta llegaron a su destinatario, no tuvieron gran relevancia en la corte. La versión de Eslava captó mucho más la atención, promocionada por la Real Imprenta.

Un poco antes que el diario de Lezo, se publicaba Rasgo épico, verídica epiphonema y aclamación cierta a favor de España …]. El texto no fue tan popular como el de Mur. El historiador Víctor Peralta ya advirtió las explicaciones providencialistas que hacía Joaquín Casses de Xalo del éxito español, pero su autor no se detuvo en la figura de Lezo, aunque enfatizaba la idea de su excepcionalidad y virtuosismo personal 15 . Se subrayaba la colaboración permanente entre ambos personajes e incluso su entereza cuando son heridos a bordo del navío Galicia 16 .

La prensa periódica española también se interesó en informar sobre el ataque de Gran Bretaña a Cartagena de Indias. La Gaceta de Madrid se volcó en la guerra ultramarina. En sus informes personificaba la victoria española en la figura del virrey Eslava 17 . Lezo apenas era nombrado en una línea concerniente a las conversaciones mantenidas con el alto mando británico. No obstante, los informes de prensa evidenciaban que sus acciones eran conocidas en su tiempo. Se aludía a sus hazañas en referencia a la defensa de Cartagena de Indias, por más que la versión que se popularizara de la batalla no fuera la suya, sino la encargada por Eslava 18 . Quizá así puede entenderse la poca atención que algunos compendios históricos de aquellas décadas prestaron a Lezo como protagonista de la defensa. Un ejemplo lo encontramos en el segundo tomo del Compendio de Historia de España, que ni siquiera lo menciona al referirse a la invasión del almirante Vernon 19 .

Sin embargo, no existió un rotundo silencio sobre las acciones de Lezo en las décadas posteriores a su muerte. Hubo numerosos escritores que aludieron al marino de Pasajes, aunque pasaran por alto sus enfrentamientos con Eslava. Uno de los principales autores que recogió lo sucedido en Cartagena fue el agustiniano Enrique Flórez (1702- 1773), considerado junto a Gregorio Mayans uno de los mayores representantes de la historiografía crítica de la Ilustración. Sus labores divulgativas en Clave Historial (1743) y Clave Geográphica (1769) alcanzaron un enorme éxito editorial.

Entre los sucesos más relevantes y dignos de memoria durante el siglo XVIII el padre Flórez destacaba la toma de Orán (1732) y la defensa de Cartagena (1741), en la que podía subrayarse la impronta providencial de una victoria que volvía a los clichés de la superioridad numérica de los ingleses. En el compendio, el marino Blas de Lezo no gozaba de un protagonismo absoluto, sino que más bien compartía la fama con Eslava. No hay conflicto entre ambos personajes, sino unidad en valor y comportamiento. Después, el religioso agustino otorgaría popularidad a la medalla que demostraba la arrogancia y la soberbia del enemigo en la contienda.

Lezo también llamó la atención de los literatos satíricos, como demuestra la composición anónima escrita en verso titulada «Diálogo entre Blas y Menga sobre el estado del presente ministerio» (1759), donde se reproducía una conversación ficticia entre dos personajes 20 . En ella, Blas relataba a Menga algunas quejas sobre la situación política por la que atravesaba España a finales del reinado de Fernando VI. Blas transmite una visión muy crítica del presente, apuntando directamente a los políticos que asumieron la dirección del país tras la caída en desgracia del marqués de la Ensenada en 1754 21 . Con el pseudónimo de «El Viejo» se escondía en realidad Sebastián de Eslava, descrito como un aprovechado –ya que se olvidó demasiado pronto de su amistad con Ensenada para entrar en el círculo de Arriaga y Wall– e impostor. El autor argumentaba que Eslava había engañado a todos los que le rodeaban afirmando que él era el responsable de la defensa de Cartagena de Indias. Blas sabía que el verdadero héroe de aquella batalla había sido su tocayo Lezo, pero su prematura muerte impidió su reconocimiento social. A ello también contribuyó el antiguo virrey, que había hecho todo lo posible por enmascarar la verdad. El productor del texto –interpretando a su gusto la historia– argumenta que cuando Lezo pierde los barcos en el asedio británico, concede la vara de mando a Eslava –que ya la tenía– pero que el virrey no heredó sus atributos para el gobierno de la plaza 22 . En un intento del autor por revalorizar al marqués de la Ensenada y atacar a los hombres que le sustituyeron al frente de los designios del país, la memoria de Lezo es útil para criticar al secretario de guerra 23 .

Puede aventurarse que la fama de Blas de Lezo siguió derroteros muy diversos. Contó con el apoyo de su sobrino Agustín de Lezo y Palomeque (1724-1796), primero obispo de Pamplona y más tarde arzobispo de Zaragoza. Poco después de su fallecimiento, José de Sobrevía y Alvarado le dedicó un texto laudatorio que fue leído en la Real Sociedad Aragonesa el 7 de octubre de 1796. En él destacaba los importantes servicios que la familia Lezo, y en concreto su padre Francisco y su tío Blas, hicieron a la corona española 24 . Para corroborar sus afirmaciones, incorporaba una larga nota al pie de página en la que se aludía a la famosa defensa de Cartagena de Indias, remitiéndose a la Clave Historial de Flórez.

No podemos dejar a un margen la personalidad de Juan Antonio Llorente (1756-1823) quien, desde luego, conocía bien las hazañas de Lezo. El erudito de Calahorra desplegó una formidable obra intelectual e intervino en uno de los mayores debates políticos decimonónicos, el de la polémica foral 25 . Fue reacio a aceptar el particularismo de las provincias vascas sancionado por los fueros, inclinándose más bien por su derogación 26 , posición evidenciada en Noticias históricas de las tres provincias vascongadas. Su texto constituyó toda una obra de referencia para los antiforalistas 27 . El riojano entendía el orgullo que les producía a los historiadores vascos hablar de sus héroes locales, pero rechazaba que fueran vistos como ejemplos de la independencia histórica de sus provincias de origen. Su legado mostraba su compromiso con España 28 .

Nueve años después que Llorente, Martín Fernández Navarrete (1765-1844) nacía en Ábalos. Impulsado por el entonces ministro de marina Antonio Valdés dedicó largos periodos de su vida al estudio de los fondos documentales de la marina 29 . En la obra encargada de exponer la situación de la marina en el año 1829, encontramos un artículo titulado Noticia biográfica del general de Marina D. Blas de Lezo, su primera biografía 30 . Puede argüirse que la obra olvidaba toda consideración que no fuera castrense. Navarrete no tenía otro interés que mostrar la grandeza militar de Lezo.

El valor demostrado le permitió un rápido ascenso en el escalafón militar en paralelo al decaimiento de su cuerpo, gravemente mutilado por el fuego enemigo. Lezo ganaba batallas, repelía piratas y apresaba navíos. Navarrete tuvo acceso al diario de Lezo o, al menos, conocía los datos que contenía. Sin embargo, no compartió su visión sobre Eslava. Para el marino, ambos lucharon conjuntamente y en armonía. No había rastro de debates internos ni de cuestionamientos. La biografía de Navarrete (1829) tuvo una gran relevancia por dos motivos. Por un lado, reivindicó ampliamente la importancia del marinero guipuzcoano y sus acciones bélicas. Muchos de los aspectos a los que se refirió –su virilidad, el inigualable valor, la resistencia sobrehumana, la importancia de las medallas– eran informaciones que ya había perfilado el padre Flórez. Por otro, la obra de Navarrete estableció la visión de Lezo como paradigma del perfecto militar, representación que sin duda tendrá un largo recorrido.

Durante esta primera etapa, el elemento característico de la memoria de Lezo es su diversidad. Sus memorias plurales recorren el tiempo en conflicto. Varios son los intelectuales que rememoran sus hazañas, pero cada uno de ellos ofrece una visión particular; desde los que lo usan para vindicar la españolidad de los vascos, hasta los que ofrecen una lectura más providencialista de la victoria a la que contribuyó, pasando por una originalísima interpretación que sirve para criticar al gobierno de la época y dar una visión negativa de Eslava o los que, simplemente, lo evocan al considerar que la marina le debe un tributo y vinculan su heroicidad a la localidad de Pasajes. No existe, por tanto, una cohesión en el uso público que se hace de su recuerdo, predomina más bien la dispersión de significados. Uno de los pocos puntos en común es el olvido de aquello que con tanto ahínco defendió Lezo: el perenne enfrentamiento con su superior, el virrey Eslava. Puede afirmarse que su recuerdo no tuvo fuerza per se, sino que se integraba en otras narraciones que le otorgaron sentido, bien fueran elogios a un tercero, obras de carácter geográfico u otras que detallaban los principales acontecimientos acaecidos en las décadas centrales del siglo. Breve y dependiente de otros recuerdos, su memoria cambiará a partir de 1829, con el estímulo de la biografía de Navarrete.

3. Un marinero vasco y español: Entre la identidad regional y la nacional

Para entender el rédito que de Lezo obtuvieron los intelectuales y foralistas del País Vasco a lo largo del Ochocientos, será fundamental integrar su discurso en un contexto de cuestionamiento de la identidad vasca al calor de la Tercera Guerra Carlista, en el que se convertirá en baluarte de la defensa de su doble y a veces triple –nacional, regional y provincial– identidad. A partir de la década de 1870, el recuerdo de Lezo fue reivindicado con fuerza por escritores vascos o, en su caso, intelectuales vinculados estrechamente con este territorio por sus circunstancias personales 31 . Nos referimos a historiadores o periodistas, muchos de ellos con importantes cargos públicos. Pese a sus diferencias, ambos contaban con un elemento en común: la defensa del foralismo.

En este punto destacamos la figura del político e intelectual Nicolás de Soraluce y Zubizarreta (1820-1884). Su producción historiográfica se orientó hacia la reivindicación del pasado y la identidad de su tierra natal, esforzándose en recordar las hazañas individuales de sus hombres más célebres. En 1870, publica su Historia General de Guipúzcoa, un texto donde se resaltan los beneficiosos cambios que la modernidad había introducido en las prácticas políticas provinciales 32 . La prensa de la época se refería al autor como «el infatigable desenterrador de las glorias guipuzcoanas» 33 .

Aquellos hombres insignes testimoniaban la valía del grupo humano de la que formaban parte 34 . Ente los individuos memorables del pasado colectivo, valientes capitanes y marineros, se encontraba Blas de Lezo, a quien acompañaba su sobrino, el arzobispo de Zaragoza. Soraluce se limita a reproducir una biografía que ya se había publicada previamente en 1867 35 . En ella, realiza una detallada descripción de Lezo ligado a la defensa de Cartagena de Indias 36 . Después de referirse a la «fanfarronada» que significó acuñar la medalla en la que Lezo se arrodillaba frente al almirante inglés, reafirma la celebridad del personaje. Pese a que también menciona a Eslava, apenas adquiere protagonismo en su descripción. Su biografía no se entiende tanto en su propio contexto, sino como una especie de operación al servicio de la construcción identitaria, en la que Lezo es ejemplo de hombre vasco que sirvió a las hazañas de la monarquía.

Asimismo, conviene destacar el papel jugado por la marina en el relato histórico de Soraluce, y con ella, la exaltación de un conjunto de hombres que habían enaltecido a la provincia y a la monarquía. El lector puede percibir como el mar había sido un elemento indispensable de la identidad de la provincia. La importancia de la marina no queda anclada al pasado de Guipúzcoa, puesto que esta fuerza, entendida como el corazón de su historia, necesitaba de reformas. Su situación en aquellos decenios no era precisamente extraordinaria. La revalorización de Lezo es un recurso útil para que el pueblo vasco recuerde aquel pasado glorioso de navegantes y marinos y, en esta línea, dirija sus objetivos a una acción en su presente, recuperar su prestigio perdido 37 .

En el contexto del debate sobre el engranaje constitucional que debía tener España a la altura de 1876, las élites intelectuales fueristas manifestaron su deseo de mantener el statu quo institucional del que gozaban a través de publicaciones como La Paz, un diario impreso en Madrid desde mayo de 1876 y sufragado con los fondos de las diputaciones forales para dar un altavoz a las élites foralistas en la capital del país 38 . Desde sus páginas se resaltaba el nacionalismo dual vasco-español y se mostraban las aportaciones que los vascos habían hecho a las glorias nacionales, algo que era puesto en duda por historiadores como Cánovas del Castillo 39 .

La supresión de los fueros vascos, el verano del 76, desató una oleada de indignación entre los foralistas que, no obstante, no interrumpió la continuación del discurso patriótico dual. Las publicaciones herederas del espíritu de La Paz, cuya vida apenas excedió los dos años, mostraban todavía las aportaciones vascas a la monarquía pues deseaban remarcar al poder central su papel histórico en las glorias nacionales. Tal propósito se aprecia en la revista más importante del País Vasco a finales del siglo XIX, Euskal-Herria: Revista Bascongada. En 1894 esta publicación bianual incluía un texto extensísimo titulado Los bascongados en América, que habría de prolongarse durante dos entregas. En él, Francisco Serrato remarcaba la necesidad de recordar las acciones efectuadas en dicho continente por «los atlantes euskaldunas», figuras que evidenciaban las cualidades del pueblo vasco. El pasado era mitificado, visto como un tiempo donde las provincias vascas gozaban de gran autonomía. Así vinculaba el pasado glorioso con la existencia de las peculiaridades político-institucionales que deparó el foralismo. Serrato remarca que estas hazañas vascas se hicieron en pro de la Corona española 40 . Su texto se distancia de la mayoría de las biografías anteriores, al adquirir un tono mucho más literario y exceder la simple descripción de hechos.

El autor explicaba cómo el poderío naval español era una sombra de lo que había sido. La armada «era un sarcasmo, una burla sangrienta» pero aun así los valerosos vascos protegían el decadente imperio colonial. El hilo argumental de su extensa narración sobre la defensa de Cartagena de Indias no es otro que la mala gestión que hizo Eslava en la defensa de la plaza. Serrato llega a insinuar que Eslava actúa conscientemente de forma negligente, dando por buenas las críticas que Lezo había hecho contra la actuación de Eslava en el sitio británico. Su diario permite recuperar las ideas de desavenencia existentes entre ambos personajes, ocultadas por prácticamente todos los que recuperaron su memoria en el siglo XIX.

Evidentemente, a nadie le convenía mostrar un recuerdo desafiante con sus superiores del propio Lezo. Era más útil siendo un marinero obediente y centrado en la defensa del imperio español. Serrato no dudaba de la heroicidad vasco-española de Lezo, pero remarcaba que sus certeras acciones bélicas habían sido entorpecidas de forma reiterada por la negligencia de sus superiores. La memoria de Lezo era reconfigurada entonces para evidenciar que los verdaderos vasco-españoles, los foralistas, seguían sufriendo trabas por el gobierno central. Serrato incluso culpaba a Eslava de querer oscurecer las glorias que le correspondían a Lezo. El olvido como agravio en el discurso de Serrato, claro está, no hacía referencia sólo al de Pasajes, sino que incluía a todo el pueblo vasco. Podemos asegurar que en el siglo XIX ninguna obra impresa criticó la figura de Eslava, que era visto, cuanto menos, como un colaborador formidable en la defensa de Cartagena de Indias 41 .

Al margen de las estrategias usadas, Nicolás de Soraluce y Francisco Serrato, así como los textos de otros intelectuales foralistas como Ladislao de Velasco y Miguel Rodríguez Ferrer tienen un objetivo común: defienden las aportaciones que la región vasca había hecho a la monarquía. A diferencia de Llorente, usaban su memoria para incidir en las particularidades de la región. Sintonizaron con el fuerismo vasco, el primer regionalismo español, surgido desde los años treinta del siglo XIX 42 . El fuerismo, como afirma Coro Rubio, sería una elaboración identitaria cuyo objetivo era construir un sistema de valores y universos mentales que cohesionaran a la sociedad vasca en su transición de la sociedad tradicional de Antiguo Régimen a la liberal. Este discurso se basó en la catolicidad, la singularidad histórica-cultural y la afirmación de un patriotismo doble hispano-vasco 43 . Un patriotismo que tuvo que ser justificado a partir de la década de 1870. Algunos liberales se habían opuesto con anterioridad a la preeminencia vasca que ciertos autores como Larramendi pregonaban. Pero, sobre todo, se oponían al alto grado de autogobierno que gozaban gracias a la estructura político-institucional generada por los fueros.

Las críticas no fueron generales hasta los años setenta cuando la situación cambió al calor de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Es entonces cuando el nacionalismo conservador español se hizo portavoz de la nación y desarrolló un discurso que generaba una visión negativa del vasco. Un buen español era representado como lo opuesto a un buen vasco 44 . En aquel momento, los foralistas responden a estas acusaciones con el fin de demostrar la defensa que siempre habían hecho de la monarquía española. No era un mero discurso teórico, sino que esperaba conseguir una contrapartida práctica: que el sistema foral fuese respetado. Blas de Lezo jugó un cierto papel en todo este entramado teórico en tanto hizo la función de evocar un nítido ejemplo de héroe esforzado al servicio de la Corona.

El discurso antivasco conservador no prosperó, y pese a que el gobierno presidido por Cánovas acabó con los fueros mediante la ley del 21 de julio de 1876, respetó la singularidad del pueblo vasco, otorgándoles un régimen económico específico. Tras el 76 se recrudeció el sentimiento fuerista, pero este no derivó en un sentimiento antiespañol. La doble lealtad continuó siguiendo mayoritaria 45 lo que no impidió que las diputaciones vascas recurrieran a la «memoria de la foralidad perdida», esto es, al recuerdo de las antiguas instituciones, para obtener mejores condiciones en la negociación de los nuevos conciertos económicos que se discutieran 46 . En este contexto se hacía necesaria la continuación de la retórica de los servicios históricos prestados por el pueblo vasco.

Desde el gobierno provincial la exaltación de su memoria se sirvió de las herramientas más variadas. Desde mediados del siglo XIX acontece en el País Vasco un incipiente desarrollo de la política estatuaria conmemorativa. La provincia que más se prodigó en la época fue Guipúzcoa 47 . La mayoría eran representaciones exentas, otras en cambio fueron pensadas para realzar edificios oficiales, como el palacio de la Diputación. La decoración de la fachada principal se dejó en manos de Marcial Aguirre, el escultor guipuzcoano más sobresaliente de la centuria. El busto de Lezo acompañaba a los de Elcano, Urdaneta, Legazpi y Oquendo.

La veneración que los guipuzcoanos sentían por sus «lobos marinos» se plasmó de forma gráfica en el Gran Café de la Marina inaugurado en 1867 y descrito de forma minuciosa por un viejo conocido, Nicolás de Soraluce en Los retratos del café de la marina de la ciudad de San Sebastián 48 . Soraluce contribuyó, además, a la elección de la nomenclatura de las calles del ensanche de San Sebastián acometido a mediados de la centuria. La calle de Blas de Lezo aparecía el 6 de febrero de 1894 49 .

4. La sublimación del componente heroico: Lezo y los militares

La utilización pública de la memoria de un personaje histórico no siempre sigue las mismas coordenadas. Dependiendo de quienes lo recuperen, se tratará de dar una visión determinada que promocione una lectura conveniente a los intereses del grupo 50 . Al mismo tiempo que lo hacían las élites políticas y culturales del foralismo, los militares españoles también se comprometieron con la memoria de Lezo, especialmente entre 1870 y 1885. Al fin y al cabo, él era un marino destacado por sus acciones bélicas, por ende, no es de extrañar que fuera visto con admiración por los escritores que compartían su misma profesión.

Uno de los principales promotores del relato de Navarrete, una suerte de lectura canónica, fue Francisco de Paula y Pavía (1812-1890), militar y político gaditano que llegó a convertirse en ministro de marina en tres gobiernos diferentes durante la Restauración canovista. Publicó Galería biográfica de los generales de marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, aparecida entre 1873 y 1874. Su objetivo era recordar a todos los marinos que hubiesen destacado en el cumplimiento de su deber. Paula y Pavía se limitaba a reproducir la conocida biografía de Navarrete en el segundo volumen. Años antes (1852), ya la usó en un artículo incluido en La revista militar: periódico de arte, ciencia y literatura militar 51 .

El objetivo del texto aparecido en la revista fundada por el marqués de San Román, era homenajear a los marinos, resaltando su honor y lealtad. Lezo era visto como un hombre valeroso e intrépido, un militar sereno que permanecía impasible ante las mutilaciones de su cuerpo. Obcecado servidor, era un héroe de acción. Ninguna de las decisiones del de Pasajes era cuestionada. En Cartagena, Lezo y Eslava actuaron de forma colegiada y eficaz, eran, al fin y al cabo, un solo hombre.

Esta interpretación elaborada por Fernández Navarrete en 1829 gustó entre sus compañeros de armas fundamentalmente por dos razones. La primera de ellas es el alto grado de identificación que sentían con el personaje. Se estableció una relación de continuidad entre ellos y el de Pasajes, quien para la tropa debía constituir un ejemplo a imitar. Si los foralistas lo veían como un vasco defensor de la Corona, ahora su origen era indiferente, la importancia de su figura residía en el cuerpo que representaba, la marina española. Referirse a Lezo era poner sobre la mesa los servicios de los militares a la nación. En segundo lugar, la visión del pasado que Lezo evocaba permitía subrayar la profesionalidad del cuerpo castrense. No importaban las heridas sufridas ni el tamaño del desafío, los militares españoles siempre estaban dispuestos a cumplir las órdenes. Interesaba destacar que la cadena de mando del ejército español era un mecanismo bien engrasado y nadie osaba ponerla en duda. Pasaban por alto la existencia de las desavenencias entre Lezo y Eslava durante la defensa de Cartagena de Indias. Lezo no era, en cualquier caso, el dócil subordinado que nos describen las fuentes del XIX 52 .

La visión marcial de Lezo, empeñada en subrayar sus atributos como marinero español y nacida de la mano de Navarrete, alcanzó en los setenta y primeros ochenta su edad dorada. Es entonces cuando surgen diferentes militares que se interesan por recuperar su memoria. Entre ellos destaca Miguel Lobo Malagamba (1821-1876), contralmirante de la marina española con una dilatada hoja de servicios que incluía su participación en la Guerra de África (1860) y en la Guerra Hispano-sudamericana (1865-1866) 53 . Pero si hubo un militar que de verdad usó la figura de Lezo en el periodo al que nos referimos ese fue Cesáreo Fernández Duro (1830-1908), capitán de navío de la armada española. Junto con importantes intelectuales del momento, como Emilio Castelar, Fernández Duro participó en la elaboración del Almanaque de la Ilustración para el año 1881; el calendario anual de La ilustración española y americana, una de las revistas más importantes de finales del siglo XIX e inicios del XX 54 . La colaboración de Fernández Duro consistió en elaborar un calendario marítimo con doce marineros ilustres españoles que merecían ser recordados 55 . La biografía de Lezo comienza con una interpretación muy negativa del reinado de Carlos II, que se tradujo en una notable reducción del número de efectivos de la armada española. Lezo perdió su pierna izquierda como consecuencia del impacto de una bala de cañón en la batalla de Málaga, una muestra de su carácter excepcional; una amputación que fue asumida con una entereza impropia «de su edad y circunstancia» y que le valió la felicitación de sus superiores. Era un hombre de hierro, un militar que anteponía su deber a la integridad física. Es del todo novedosa la comparación que establece entre Lezo y Cornelius Jol (1597-1641), un famoso corsario holandés que llegó a ser almirante de la Compañía Holandesa de la Indias Occidentales durante la Guerra de los Ochenta años. Puede afirmarse que Fernández Duro supone la culminación del uso militarista de la figura de Lezo. La lectura, destinada sobre todo a las clases burguesas acomodadas, llamaba a pensar en él como el paradigma del soldado español.

No eran pocos los autores que se referían a la medalla de la rendición de Lezo. Los escritores no niegan el potencial bélico británico, pero se enfurecen al pensar que el enemigo hubiese creído que una nación guerrera como España se doblegaría antes del combate. Este será un discurso que alcanzará su apogeo en el contexto del 98, por más que su contenido no se cumpliese finalmente. Las medallas construidas por los británicos acabaron siendo un lugar de memoria para los españoles, especialmente para los militares, quienes no dudaron en crear su propio espacio en el cual rememorar a tan magnífico compañero de armas. Nos referimos al navío de combate General Lezo, botado el 28 de febrero de 1884 y puesto en servicio un año después. El barco fue construido –caprichos de la historia– en el Reino Unido y destinado a las Filipinas donde sirvió hasta su destrucción en el año 1898.

Resulta curioso que el mismo año que entró en funcionamiento el buque de guerra los foralistas vascos erigieran, como vimos, su propio reducto de memoria en la fachada de la Diputación de Guipúzcoa. Un busto y un navío se erigían en representaciones con un valor cultural. Eran, en definitiva, lugares de memoria 56 . Y podríamos decir que, si no enfrentados, sí eran lugares de memoria en competencia, pues su interpretación sobre el personaje no podía ser más diferente. A finales de siglo, la competencia abierta entre esas dos corrientes memorialísticas de Lezo coexistentes durante las décadas de los setenta, ochenta y primeros noventa, se saldará con la clara victoria de una de ellas. Los militares españoles recuperaron a un Lezo fuerte, decidido y heroico que asentía y respetaba las órdenes de sus superiores. Era un espejo en el que los jóvenes marineros españoles debían mirarse según la visión militarista formulada a través de la recuperación de los planteamientos de Navarrete y exaltada por Fernández Duro.

Estos valores pregonados por militares fueron reforzados desde el plano de la ficción literaria, en las novelas históricas de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, una de las obras cumbre de la literatura española. La primera de las cinco series que componen la magna obra del canario arranca con Trafalgar (1873). En ella aparece Marcial, creado por el autor basándose en Blas de Lezo. Marcial es un viejo lobo de mar, retirado de la marina de guerra, pero es totalmente incapaz de adaptarse a su nueva vida 57 . El personaje simboliza el héroe que lo ha dado todo por la patria y que no duda en arriesgar su vida para combatir en la defensa de España. El hecho de que Galdós usara la memoria de Lezo para dibujar al personaje de Marcial no puede entenderse como algo fortuito, nos habla de la fuerza que la interpretación belicista de su figura tuvo en el imaginario colectivo de la población de su época.

Uno de los elementos que con más vehemencia inciden prácticamente todos los escritores militares es el cuerpo de Lezo, uno de los mayores responsables de su fama; un cuerpo modificado, desfigurado, mutilado y malherido que se coloca en el centro de la narración y apela al uso de las emociones 58 . Su cuerpo se relaciona directamente con la noción de fortaleza personal y, al mismo tiempo, colectiva de la nación. Sus mutilaciones son fruto de las dificultades propias de la profesión militar y evidencian los esfuerzos realizados para lograr el mantenimiento del imperio ultramarino. Su mermada anatomía representa la valentía sin límites y, sobre todo, sirve para evidenciar la idea de la resistencia española ante sus otros más poderosos. Del cuerpo de Lezo se deriva una importante dimensión identitaria política, colonial y bélica que se resumiría en el siguiente axioma: Lezo es mutilado, pero sus heridas permiten sacar a relucir la idea de sacrificio por el bien de la nación. A su cuerpo se le atribuye un significado glorioso, con el que se enmascaran los horrores de las mutilaciones, de la violencia intrínseca asociada a cualquier conflicto bélico. Pese a todo el sufrimiento, el marino vasco consigue su propósito, vencer. Esta es, en suma, una narración que concuerda perfectamente con otros relatos dulcificadores de la experiencia de guerra 59 .

5. Lezo y la guerra Hispano-estadounidense (1898)

Desde finales de la década de 1880 hasta el cambio de siglo, la vindicación de la figura de Blas de Lezo entró en una nueva etapa que alcanzó su cénit en el contexto de la Guerra Hispano-estadounidense. La lucha naval contra la poderosa nación norteamericana hizo que en España se desplegara un complejo entramado cultural de corte patriótico en el que la figura del marinero guipuzcoano tuvo una gran relevancia. España vio como los insurgentes cubanos primero –tras el «Grito de Baire» en 1895– y los filipinos después (1896) se sublevaron y comprometieron su dominación colonial en América y Asia. Más tarde, los Estados Unidos intervinieron en ambos escenarios acabando con el fin del dominio español en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. La prensa diaria española, que hacia la década de 1880 habían sufrido importantes cambios en su concepción 60 , no obvió este clima bélico.

El mundo naval ilustrado muy pronto se convirtió en una de las publicaciones más prestigiosas del momento. Allí se encontraba un artículo anónimo titulado La guerra hispano- yanki, en el cual se matizaba la opinión generalizada de que la contienda beneficiaría a los intereses económicos argentinos 61 . El artículo había sido realizado el 23 de abril por la compañía de transporte fluvial Lloyd Argentino y en él se mantenía que, si la guerra se prolongaba, la economía argentina se resentiría enormemente. Además de referirse a los aspectos económicos, hacía un minucioso análisis de las posibilidades de victoria de ambos países. Con todo, destacaba en repetidas ocasiones que la guerra no estaba perdida. Este recorte ofrecía esperanza a una opinión pública española que había visto cómo su flota era humillada en Cavite. Al lado de este artículo se situaba otro de mayor extensión firmado por el capitán de navío Ramón Auñón y Villalón. En él se narraban hechos acaecidos hacía más de cien años, pero de los que en las postrimerías del siglo XIX se podría extraer una lección histórica muy apropiada para los intereses del gobierno español. Era la vida de Blas de Lezo lo que allí se incluía y especialmente, su intervención en el episodio que coronó su actividad militar 62 . El paralelismo con la guerra de Cuba que quería trazar el autor era evidente: España estaba siendo obligada a luchar por culpa de una potencia extranjera que actuaba de manera irracional. El lector no tenía ninguna dificultad en establecer la continuidad entre el pasado y el presente que de manera implícita planteaba Auñón, pues en 1898 era la opinión pública norteamericana –moldeada por las informaciones tendenciosas difundidas por la prensa del país– la que anhelaba el conflicto y pensaba que España no tenía ninguna posibilidad de alzarse con la victoria. El artículo señalaba que el ejército de Vernon obtuvo una fácil victoria en Portobelo, como los norteamericanos en Cavite, pero la suerte del ejército español cambió poco después. El responsable de su defensa fue el almirante Blas de Lezo, cuya trayectoria militar es repasada con ahínco en el artículo. Auñón usaba su recuerdo para convencer a la sociedad española de que la guerra no está perdida todavía. Los españoles tenían razones para pensar en la victoria.

Los militares probablemente no creyeron este discurso político, no obstante lo elaboraron para influir en la opinión pública. Los marineros actuales se convertían en los herederos del valor de Lezo. De una manera nada casual, se intercala en la narración de Lezo la imagen de dos marineros de la época: Antonio Roldós y Balesa y Manuel Deschamps Martínez, a quienes se les dedica toda una página que precede al final de la descripción de las aventuras del marino de Pasajes en la actual Colombia. Ambos eran marinos mercantes que se integraron en la marina al estallar las hostilidades para luchar contra los Estados Unidos. El puente entre 1741 y 1898 era más que evidente.

El recuerdo de Lezo contribuía a reforzar los valores de bravura, sentido del sacrificio y honor que eran atribuidos a los miembros de la marina española. En la década de los 70 y 80 algunos militares con interés por la historia difundieron la imagen de Lezo como la del perfecto soldado. Usaron un lenguaje similar, pero su recuerdo no podía tener las mismas connotaciones que las que adquirió a finales de siglo, puesto que la guerra naval hacía que el contexto fuese del todo diferente y las necesidades otras. Decir que la memoria de Lezo se convirtió en el mecanismo principal usado por el gobierno español en la resistencia contra los norteamericanos es del todo excesivo. La brevedad del conflicto –menos de cuatro meses– dificultaría seguramente la creación de una campaña intelectual en este sentido. Con todo, la poliédrica figura de Lezo sí tendría un importante papel en dicha empresa. Pocos días después de la publicación del texto, Auñón secundó la opinión del capitán general de Cuba Ramón Blanco y la flota salió del puerto de Santiago. El choque de fuerzas tuvo lugar el 3 de julio, saldándose con la estrepitosa derrota española. El gobierno español decidía presentar batalla aún a sabiendas de la imposibilidad de la victoria. Pesaba más mantener el honor español que los barcos a flote 63 . La lucha contra un enemigo superior no tuvo esta vez el mismo resultado que en 1741.

A medida que el siglo tocaba a su fin, los artículos aparecidos en prensa en los que se mencionaba la figura de Lezo no hacían más que crecer. Se vislumbra una tendencia alcista en la preocupación por rememorar al marinero vasco, insistiendo en la necesidad de resistir ante cualquier enemigo a toda costa. Su cénit en los medios no llegó hasta el año 1898, como puede comprobarse el 30 de abril en El chiquitín de la prensa, un semanario creado por Venando Peláez el 5 de febrero. El número 13 contenía un único artículo titulado «Todo por la patria» 64 . En él se explicaba que durante muchos años España había sufrido resignadamente las ofensas de los Estados Unidos, país que era representado como un pueblo de «mercantifles». Las grandes batallas navales del conflicto aún no habían tenido lugar y todo era confianza en el discurso del anónimo autor, básicamente porque España tenía una larga tradición victoriosa. Las acciones de Lezo eran descritas en media columna de las tres que componían el texto; poca duda cabe que la publicación veía en Lezo la cara oficial de la resistencia española en la Guerra Hispano-estadounidense, por más que al final del texto se hablara de otros personajes. Los paralelismos entre el pasado ataque inglés y el presente norteamericano eran aquí evidenciados sin titubear. Lezo era el motor de la esperanza.

Al calor del contexto bélico, la editorial La última moda supo del interés público en Lezo y se ocupó de su figura en su popular serie Lecturas patrióticas: glorias de España. Nacida en 1898, la primera tanda se saldó con 13 libros. El éxito de compradores provocó una segunda oleada de publicaciones65, inaugurada la primera semana de agosto con el decimocuarto libro de la serie, El general pierna de palo. Valentín Picatoste se esforzaba en esta obra por mostrar al Lezo más humano, aquel que lloró desconsoladamente cuando la muerte sorprendió a su padre siendo un niño 66 . El marinero tenía un carácter «duro e inflexible» pero eso no le impedía amar enormemente a sus seres queridos, en especial a su madre. Lezo era descrito como un hijo excepcional. El inicio de la obra recurría a los sentimientos para hablar del inexcusable sentido del compromiso hacia España que han tener los marinos, una obligación que está por encima de cualquier lazo familiar. El autor recupera una serie de convencionalismos heredados de biografías anteriores, sobre todo las que publicó Cesáreo Fernández Duro en 1881. Picatoste ve en él «un tipo de los tiempos protohistóricos», recuperando la versión más militarista del personaje. Para Lezo, sangrar por España no suponía ningún problema. Con este discurso, pretendía destacar la necesidad de servir a la patria, independientemente de cuáles fueran los obstáculos que tuviese el soldado. El contexto bélico influyó notablemente en el uso público que Picatoste hizo de Lezo en el 98, dado que unos años antes había incluido una versión muy diferente de su biografía en la obra divulgativa Descripción e historia política, eclesiástica y monumental de España [… 67 . La heroización del marinero se alejaba sobremanera del relato que hizo en la publicación posterior, en la cual se enfatizaba enérgicamente el carácter único de Lezo.

El 12 de agosto de 1898 Estados Unidos y España firmaban el armisticio que ponía punto y final al conflicto, cerrado definitivamente con el Tratado de París. Con el fin de las hostilidades, la popularidad de Lezo se redujo. No desapareció por completo de los rotativos, pero su frecuencia fue mucho menor. En ocasiones se citó en artículos que conmemoraban a otros militares como Jorge Juan 68 o Blas Barreda 69 . También se continuaron escribiendo artículos biográficos, como el elaborado por Hernando de Acevedo 70 . Esta obra continúa evocando su figura de modo laudatorio, pero Acevedo ya no establecía ninguna comparación entre él y la marina de la época, ahora solamente servía para fomentar la nostalgia. Se percibe entonces una tendencia inequívoca; en la guerra del 98, Lezo fue un recurso muy útil para empoderar a la marina española y conceder fe a la población en el mantenimiento del entramado colonial. Este recuerdo fue transversal, tejido por militares y civiles, propagado desde medios de distinta ideología y procedencia. Si el recuerdo de Lezo en las décadas centrales del siglo XIX fue promovido principalmente por escritores vascos, el de finales de siglo lo fue por hombres de cultura de diferente origen geográfico. Tras aquella batalla, la población abrió sus ojos y el recuerdo de Lezo varió. Su figura, con todo, no se olvidó. Era recordado, pero no en el sentido que lo fue antes del verano del 98. Esta fue la principal línea en la que se movió la memoria de Lezo a finales del siglo XIX. No obstante, su figura fue poliédrica y existieron lecturas que apuntaron en otra dirección. Así sucedió en 1886 en La gaceta de Madrid, a propósito de la polémica remodelación de la infantería de marina, y en 1899 en el Diario de Reus, donde aparecía una composición especialmente crítica con el ministerio que denunciaba la incompetencia de sus líderes militares 71 .

6. Conclusiones

Escribir sobre el pasado siempre implica la delimitación de las luchas, las negociaciones y los debates que tienen lugar entre los grupos e individuos que tratan de darle forma, en consonancia con las experiencias que se suceden en unos contextos particulares. Las acciones de Blas de Lezo han sido elogiadas desde el mismo momento en el que tuvieron lugar. Por aquel entonces, su percepción tenía un carácter hetereogéneo, estaba compuesta por una pluralidad de significados y sentidos. No albergaba elementos en común, salvo el olvido de las pugnas contra el virrey Eslava y su carácter complementario. Hubo que esperar a la obra del marino e historiador Martín Fernández Navarrete (1829) para que su recuerdo tuviese verdadera autonomía. Fácil de memorizar, los lectores se familiarizaron con sus acciones y su cuerpo malherido.

Sus caracteres distintivos son los del héroe del imperio español: honrado, leal, valiente. En opinión de muchos es el héroe que, como algunos de los conquistadores que acudieron a América, se enfrentó a todo un imperio al mando de unas exiguas tropas, aspecto que, por supuesto, venía a remarcar su condición heroica, por un lado y, por otro, otorgar legitimidad a las lógicas coloniales. Su éxito como símbolo político de la cultura decimonónica está directamente relacionado con las necesidades y los sentimientos que imperan en la sociedad que lo evoca. Su memoria conjuga la autoestima, la nostalgia y el miedo a la pérdida de estatus y privilegios, sentimientos inherentes a las narrativas de la nación y de un imperio en horas bajas, a los debates sobre la propia nación y, por último, a la experiencia de la guerra como escenario fundamental de la modernidad.

La función del personaje es bastante plural. Blas de Lezo es representativo de las esencias de la españolidad, de aquellos varones ilustres que los vascos habían brindado a la corona. Los escritores vascos se encargarán de contestar al cuestionamiento nacional que critica la imagen positiva del vasco, muy enraizada en la conciencia nacional –como fundador y esencia pura, tradicional y católica de la nación– que se modifica a partir de la Tercera Guerra Carlista. Sin embargo, el proceso de mitificación de Blas de Lezo no se reduce a las complejas conexiones entre lo local y lo nacional. Paralelamente a la interpretación de los foralistas, los militares desarrollaron una visión heroica hasta el extremo de su figura. Es visto como un hombre invencible que sangró por España, espejo en el que debían mirarse sus camaradas. Con sus trabajos enmascaran los horrores de la guerra, restando relevancia a las graves mutilaciones, subordinadas a una idea, a su juicio, más elevada, a saber: el sacrificio por la nación.

El significado de Lezo se constituye continuamente. Desde 1870 se retoman y magnifican dos instrumentalizaciones de su recuerdo. Es entonces cuando ambos grupos establecieron el mito de Lezo, en cuanto hicieron una narración cohesionada de su figura que, a fuerza de ser repetida, se volvió canónica. Estas dos interpretaciones de su memoria convivieron y compitieron desde entonces hasta finales de siglo. Usaron todos los medios a su alcance para consolidar la evocación del personaje, incluyendo la construcción de lugares de memoria. Con la Guerra Hispano-estadounidense la visión militarista de Lezo se impuso. En un contexto de guerra abierta, los militares y, sobre todo, los escritores del mundo de la prensa –medios de comunicación de distintas tendencias ideológicas– destacaron, por encima de diferencias, su operatividad como símbolo para resistir en la guerra. Lezo era entonces un recurso a la esperanza colectiva, al anhelo de mantener los últimos territorios coloniales, su cuerpo mutilado se relaciona entonces con la fortaleza personal, una metáfora de la resistencia del país a los ataques foráneos. Los escritores que alababan su recuerdo en el 98 trataban de ver en Cuba una nueva Cartagena de Indias donde resurgirían modernos Lezos.

Perdida la guerra, los usos de Blas de Lezo sufrieron modificaciones. Su recuerdo se orientó hacia su capacidad de superar las adversidades –sólo la memoria tiene el poder de mitigar la tragedia, nos recuerda Miren Llona– para fomentar la nostalgia de un pasado mejor y más brillante al que poder dirigirse. También para criticar a los dirigentes militares acusados de haber conducido la nación a la derrota. El pasado que Lezo evoca es, de algún modo, el del fortalecimiento de la Marina y las reformas en la época de la Ilustración. Esta lectura gloriosa no deja de ser una representación simplista –un período mucho más complejo, en el que España pierde posiciones estratégicas en el Caribe y sufre importantes varapalos como la derrota en la Guerra de los Siete Años y la expedición a Argel–, que concuerda con los intereses de quien la evoca.

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*Este trabajo deriva del proyecto final de investigación del Máster Universitario en Historia Contemporánea (Universitat de València, España) titulado «Resistir al paso del tiempo: Usos públicos de Blas de Lezo (1741-1898)» dirigido por el Dr. Pedro Ruiz Torres, a quien agradecemos enormemente sus sugerencias y correcciones. A su vez, se integra en el proyecto titulado «Privilegio, trabajo y conflictividad. La sociedad moderna de los territorios hispánicos del Mediterráneo Occidental entre el cambio y las resistencias» con referencia PGC2018-094150-B-C21.

3Un ejemplo en el nombre que la Unidad Central Operativa de la policía decidió poner a la conocida «Operación Lezo». Precisamente algunos testimonios criticaron que se asociara su nombre a una operación policial contra la corrupción.

4Lucette Valensi, Fables de la mémoire (París: Chandeigne, 2009), 11-26. Véase también: Peter Lambert y Bjorn Weiler, How the past was used. Historical cultures, c.750-2000 (Oxford: Oxford University Press, 2017), 1-48, DOI: https://doi.org/10.5871/bacad/9780197266120.001.0001. Maurice Halbwachs, La memoria colectiva (Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004), 25-52 y Josep Fontana, Sobre la història i els seus usos públics (Valencia: Universitat de València, 2018), 341-362.

5La historiografía reciente ha señalado el valor de la memoria como agente activo en la producción de significados de los acontecimientos y su potencialidad para aproximarnos a los diferentes sentidos con los que los agentes sociales resignifican el pasado. Miren Llona, «Memoria e identidades: Balance y perspectivas de un nuevo enfoque historiográfico,» en La historia de las mujeres. Perspectivas actuales, ed. Cristina Borderías (Madrid: AEIHM, Icaria, 2009), 355-390.

6Patrick García, «Usages publics de l’histoire,» en Historiographies II, concepts et débats II, ed. Christian Delacroix, François Dosse, Patrick García y Nicolas Offenstadt (París: Gallimard, 2010), 912.

7José Álvarez Junco, «La nación en duda», en Más se perdió en Cuba: España, 1898 y las crisis de fin de siglo, ed. Juan Pan Montojo (Madrid: Alianza, 2006), 405-476. Véase también José Álvarez Junco, Mater Dolorosa, la idea de España en el siglo XIX (Madrid: Editorial Taurus, 2001), 584-608.

8Victor Peralta Ruiz, Patrones, clientes y amigos. El poder burocrático indiano en la España del siglo XVIII (Madrid: Editorial CSIC, 2006), 121.

9Pedro Mur, Diario de todo lo ocurrido en la expugnación de los fuertes de Bocachica y sitio de la ciudad de Cartagena de las Indias (Sin lugar de edición: Imprenta de la Gaceta, 1741), 22.

10Mur, Diario de todo lo ocurrido…, 23.

11Fernando Suárez Sánchez, «Diario de lo acaecido en Cartagena de Indias desde el día 13 de marzo de 1741 hasta 20 de mayo de 1741, Archivo del Museo Naval de Madrid. Ms. 1211,» Quirón Revista de estudiantes de Historia Vol. 1, nº 2 (2015): 119-135. Acceso el 12 de octubre de 2018. https://www.cienciashumanasyeconomicas.medellin.unal.edu.co/images/revista-quiron-pdf/edicion.2/7.TransFernandoSuarezSanchez.pdf

12Peralta, Patrones…, 122-123.

13Suárez, «Diario de lo acaecido…,» f.34v.

14«Carta de D. Blas de Lezo al Marqués de Villarías con un diario de lo acaecido en Cartagena de Indias durante el sitio», 1741, Archivo Histórico Nacional, Madrid – España. Estado, nº 2335, Exp.2, ff. 1-7

15Joaquín Casses Xaló, Rasgo épico, verídica epiphonema y aclamación cierta a favor de España, en el célebre tropheo, que consiguieron en Carthagena americana las armas catholicas contra Inglaterra, gobernadas por el Virrey de Santa Fe D. Sebastián de Eslava (Madrid: Joseph Gómez Bot, 1741), 49.

16Cassés Xaló, Rasgo épico…, 61.

17«La Gaceta de Madrid», Madrid, 11 de julio de 1741, 223-224. Acceso el 12 de octubre de 2018. https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1741/028/A00223-00224.pdf.

18El periódico se refiere al diario de Pedro Mur como testimonio oficial de la batalla. «La Gaceta de Madrid,» Madrid, 22 de agosto de 1741, 272. Acceso el 12 de octubre de 2018. https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1741/034/A00272-00272.pdf.

19Ascargorta, Compendio de Historia de España, T. II (Madrid: Gómez Fuentenebro, 1806), 318.

20 «Diálogo entre Blas y Menga, sobre el estado presente del ministerio,» en Ministerios de España en los últimos reinados, de Felipe III a Carlos III, 1701-1800, Biblioteca Nacional, Madrid-España, Ms. 18194. Acceso el 12 de octubre de 2018. https://www.bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000135539&page=1.

21«Diálogo entre Blas y Menga…», 135.

22«Diálogo entre Blas y Menga…», 138.

23Tras su caída, se inició una importante campaña de descrédito sobre Ensenada. Véase Pedro Ruiz Torres, Historia de España: Reformismo e Ilustración (Barcelona: Marcial Pons Crítica, 2008), 282.

24José de Sobrevía. Elogio del Excmo. Ilmo. S. D. Agustin de Lezo y Palomeque, leído en la misma sociedad en su junta general, celebrada el 7 de octubre de 1796 (Zaragoza: Miedes, 1796), 9.

25 Su labor intelectual ha sido estudiada por Francisco Fernández Pardo, Juan Antonio Llorente, español «maldito» (S. Sebastián: Litografía Danona, 2001), 19-29.

26 Gérard Dufour, Juan Antonio Llorente. El factótum del rey intruso (Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2014), 133.

27 Alfonso de Otazu y José Ramón Díaz Durana, El espíritu emprendedor de los vascos (Madrid: Sílex, 2008), 664.

28 Juan Antonio Llorente, Noticias históricas de las tres provincias vascongadas en que se procura investigar el estado civil antiguo de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya y el origen de sus fueros (Madrid: Imprenta Real, 1808), 510.

29Martín Fernández de Navarrete, Biblioteca Marítima, obra póstuma de Martín Fernández de Navarrete (Madrid: Viuda de Calero, 1851), X-XI.

30Martín Fernández Navarrete, «Noticia biográfica del general de Marina D. Blas de Lezo,» en Estado General de la Real Armada año 1829 (Madrid: I. Real, 1829), 57-66.

31Algunos intelectuales de otras provincias se posicionaron claramente a favor de la descentralización, entre ellos el periodista catalán y conservador Joan Mañé i Flaquer (1823-1901). En 1878 comenzaron a distribuirse los volúmenes de El oasis: viaje al país de los fueros, un ambicioso trabajo que se insertaría en la conocida como literatura de viajes. Véase Joan Mañe i Flaquer, El oasis: viaje al país de los fueros (Barcelona: Jaume Jesús Roviralta, 1878-1880), 66.

32José María Portillo Valdés, «Las ideologías de la foralidad (1808-1876),» en La autonomía vasca en la España contemporánea, ed. Luis Castells y Arturo Cajal (Madrid: Marcial Pons, 2009), 70.

33Así lo hacía el Diario de San Sebastián, en su edición del 5 de septiembre de 1887. Mikel Lertxundi Galiana, «Iconografía de Cosme de Churruca, un marino de perfil,» en Bajo pólvora y estrellas, Churruca y otros marineros vascos de la Ilustración, ed. Mª Dolores González (Donostia: Untzi Museoa, 2000), 145.

34Lourdes Soria Sesé, Nicolás de Soraluce y Zubizarreta, Historia general de Guipúzcoa, ed. Lourdes Soria Sesé (San Sebastián-Donostia: Fundación para el Estudio del Derecho Histórico y Autonómico de Vasconia, 2011), 17.

35Nicolás Soraluce y Zubizarreta, Los retratos del café de la marina de la ciudad de San Sebastián (Madrid: Imprenta del banco industrial y mercantil, 1867), 29-31.

36Soraluce, Los retratos…, 400.

37Véase la obra de Miguel Rodríguez Ferrer, Los vascongados, su país, su lengua y el príncipe L. L. Bonaparte (Madrid: J. Noguera, 1873), 38 y 334. Desde la admiración al País Vasco, y con un uso potente de las emociones, destaca la trayectoria de Lezo, su inteligencia y capacidad de liderazgo. Ladislao de Velasco hizo un uso muy similar del personaje en Los euskaros en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya (Barcelona: Oliveres, 1879). La mayor novedad de su discurso radica en el interés de evidenciar que fue éste y no Eslava el responsable máximo de la defensa de Cartagena de Indias.

38Fernando Molina Aparicio, «España no era tan diferente: Regionalismo e identidad nacional en el País Vasco, 1868-1898),» Ayer, nº 64 (2006): 188. Acceso el 10 de octubre de 2018. https://www.jstor.org/stable/41325030?seq=1#page_scan_tab_contents.

39Cánovas del Castillo puso en duda el comportamiento patriótico de los vascos durante la Guerra de Convención. Véase Molina, «España no era tan diferente…,» 191.

40Francisco Serrato, «Los bascongados en América,» Euskal Herria: Revista Bascongada, n° 31 (1894): 217. Acceso el 12 de octubre de 2018. https://www.meta.gipuzkoakultura.net/handle/10690/67056.

41Ladislao de Velasco concedió la primacía de la defensa de Cartagena de Indias a Lezo, pero se guardó de criticar la figura del virrey, por ello añadía: «sin amenguar para nada el mérito y servicios del virrey Eslava». Véase en Ladislao de Velasco, Los euskaros en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Sus orígenes, historia, lengua, leyes, costumbres y tradiciones (Barcelona: Imprenta de Oliveres a cargo de Xumetra 1879), 306.

42Coro Rubio Pobes, «Centinelas de la patria. Regionalismo vasco y nacionalización española en el siglo XX,» Historia Contemporánea, nº 53 (2016): 395. Acceso el 13 de octubre de 2018. https://www.ehu.eus/ojs/index.php/HC/article/viewFile/16722/14946. Fernando Molina ha definido este nacionalismo como un mero y absoluto nacionalismo español, sin embargo, Rubio lo ha interpretado como discurso identitario independiente que reforzó al nacionalismo español y sirvió, paralelamente, de sustrato al nacionalismo vasco aranista.

43Coro Rubio Pobes, «La construcción de la identidad vasca (s. XIX),» Historia Contemporánea, nº 18 (1999): 405. Acceso el 13 de octubre de 2018. https://www.ehu.eus/ojs/index.php/HC/article/view/19980/17864.

44Fernando Molina, La tierra del martirio español. El País Vasco y España en el siglo del nacionalismo (Madrid: Centro de Estudios políticos y constitucionales, 2005), 242.

45Luis Castells y Juan Gracia, «La nación española en la perspectiva vasca,» en Historia de la nación y del nacionalismo español, ed. Antonio Morales Moya, Juan Pablo Fusi Aizpurúa y Andrés Blas Guerrero (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2013), 981-984.

46Coro Rubio Pobes, Liberalismo y fuerismo en el País Vasco, 1808-1876 (Vitoria/Gasteiz: Cuadernos Sancho el Sabio, 2002), 47.

47Luis Castells Arteche, «Celebremos lo local, celebremos lo nacional. La política estatuaria en el País Vasco (1860-1923),» en Procesos de nacionalización en la España contemporánea, coord. Esteban Vega y María Dolores de La Calle (Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2010), 362.

48En la obra se incluía una descripción biográfica de todos los representados. En sus paredes se colocaron diecisiete pinturas al óleo que decoraban el establecimiento, ejecutadas por Eugenio Azcue. La inclusión de Lezo nos habla del aprecio popular que la población civil sentía hacia la figura del de Pasajes.

49 Serapio Múgica Zufiría, Las calles de San Sebastián: explicación de sus nombres (San Sebastián: Imprenta de R. Altuna, 1916), 17.

50Stéphane Michonneau, Barcelona: memoria i identitat. Monuments, commemoracions i mites. (Vic: Eumo Editorial, 2002), 105. Conviene resaltar que la memoria colectiva de un personaje o acontecimiento no es un mero programa preconcebido de recuerdos unidireccionales, sino que existen narrativas en competencia. Margaret Macmillan, Juegos peligrosos. Usos y abusos de la historia (Barcelona: Ariel, 2010), 62.

51Francisco de Paula y Pavía, «Descripción del resultado que tuvieron las expediciones inglesas que en 1740 salieron contra diversos puertos de la América Española y la gloriosa defensa de Cartagena de Indias,» La revista militar: periódico de arte, ciencia y literatura militar, (10 de septiembre 1852): 236-297. Acceso el 25 de octubre de 2018. https://www.books.google.es/books?id=ZoNDAAAAcAAJ&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false

52Manuel García Rivas, «En torno a la biografía de Blas de Lezo,» Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, n° 7 (2012): 520.

53Miguel Lobo, Historia general de las antiguas colonias hispanoamericanas vol. II (Madrid: Miguel Guijarro, 1875), 269-273.

54Miguel Bobo Márquez, «D. Abelardo de Carlos y La ilustración española y americana,» Ámbitos: Revista internacional de comunicación, nº 13-14 (2005): 203. Acceso el 15 de octubre de 2018. https://www.idus.us.es/xmlui/handle/11441/13896. DOI: https://doi.org/10.12795/Ambitos.2005.i13-14.12.

55Almanaque de la Ilustración para el año de 1881 (Madrid: Imprenta de Estereotipia y Galvanoplastia de Aribau, 1880), 14-50. Acceso el 14 de octubre de 2018. https://www.bibliotecavirtualmadrid.org/bvmadrid_publicacion/i18n/consulta/registro.do?control=NUM00000017907.

56Entendidos en el sentido que se da en Pierre Nora y Josefina Cuesta, «La aventura de “Les lieux de mémoire”,» Ayer, nº 32 (1998): 17-34. Acceso el 17 de octubre de 2018. https://www.jstor.org/stable/41324813

57Benito Pérez Galdós, Trafalgar (Madrid: Editorial Literanda, 2011), edición en PDF, 12.

58Sobre la relación entre las emociones y el discurso político véase José Javier Díaz Freire, «El cuerpo de Aitor, emoción y discurso en la creación de la comunidad nacional vasca,» Historia social, nº 40 (2001): 79-96. Acceso el 16 de octubre de 2018, https://www.jstor.org/stable/40340760?seq=1#page_scan_tab_contents.

59Sobre la banalización de los horrores de la guerra: George Mosse, Soldados caídos: la transformación de la memoria de las Guerras Mundiales (Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2016), 169-204.

60María José Ruiz Acosta, «Opinión pública y prensa española en los siglos XIX y XX,» Revista de historia contemporánea, nº 7 (1996): 432. Acceso el 20 de octubre de 2018. https://www.idus.us.es/xmlui/handle/11441/24707. Timoteo señala que el periodismo de finales del siglo XIX todavía no se podía considerar como un «periodismo de masas» pero estaba en el camino de serlo. Jesús Timoteo, Historia de los medios de comunicación en España. Periodismo, imagen y publicidad (Barcelona: Ariel Editorial, 1992), 17-27.

61Lloyd Argentino, «La Guerra hispano-yanki», El mundo naval Ilustrado, Madrid, 1 de junio de 1898, 255. Acceso el 25 de octubre de 2018, https://www.hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0004262324&search=&lang=es.

62Ramón Auñón y Villalón, «Don Blas de Lezo en Cartagena de Indias», El mundo naval Ilustrado, (junio de 1898): 255-248. Acceso el 25 de octubre de 2018, https://www.hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0004262324&search=&lang=es.

63Alberto Rafael Rodríguez Díaz, Algunas reflexiones en torno a la guerra hispano-cubana-estadounidense. Una guerra de fines del siglo XIX muy poco conocida (Madrid: Editorial Académica Española, 2017), 44-45.

64«Por la patria», El chiquitín de la prensa, Toledo, 30 de abril de 1898. Acceso el 25 de octubre de 2018, https://www.prensahistorica.mcu.es/es/publicaciones/numeros_por_mes.do?idPublicacion=1250.

65«A los suscriptores de las Glorias de España», El diario de Murcia, Murcia, 2 de agosto de 1898. Acceso el 2 de noviembre de 2018, https://www.prensahistorica.mcu.es/publicaciones/numeros_por_mes.do?idPublicacion=1000352.

66Valentín Picatoste, El general pierna de palo (Madrid: Oficinas de la Última Moda, 1898), 3.

67Valentín Picatoste, Descripción e historia política, eclesiástica y monumental de España para uso de la juventud: provincia de Guipúzcoa (Madrid: Librería de la viuda de Hernando y compañía, 1891), 66-68.

68Hernando de Acevedo, «Hombres y obras: Jorge Juan», Los debates, Tortosa, 21 de julio de 1899. Acceso el 15 de noviembre de 2018, https://www.prensahistorica.mcu.es/es/publicaciones/numeros_por_mes.do?idPublicacion=1452&anyo=1899.

69«Don Blas de Barreda y Campuzano» El correo de Cantabria. Periódico de intereses materiales, Santander, 31 de marzo de 1899. Acceso el 27 de noviembre de 2018, https://www.prensahistorica.mcu.es/es/publicaciones/numeros_por_mes.do?idPublicacion=1002303&anyo=1899

70 Hernando de Acevedo, «Don Blas de Lezo», Crónica Meridional: diario liberal independiente y de intereses generales, Madrid, 7 de septiembre de 1900. Acceso el 29 de octubre de 2018, https://www.prensahistorica.mcu.es/es/consulta/registro.do?id=10002112891.

71«El ministerio de marina», Diario de Reus: avisos y noticias, Reus, 1 de septiembre de 1899. Acceso el 29 de octubre de 2018, https://www.prensahistorica.mcu.es/es/consulta/resultados_busqueda_restringida.do?idOrigen=125864&tipoResultados=PAG&descrip_periodo=1899&id=125869&posicion=351.

Recibido: 08 de Junio de 2019; Aprobado: 09 de Septiembre de 2019

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Nuria Soriano Muñoz es doctora en Historia Moderna (Universitat de València, 2017) e investigadora postdoctoral (con una beca financiada por la Generalitat Valenciana y el Fondo Social Europeo). Entre sus últimas publicaciones, destacan los artículos: «Detrás de las palabras: usos políticos del concepto de imparcialidad y su función en la construcción de la Historia de América en la Ilustración española», Historia da Historiografia Vol. 11, n° 27 (2018) y «Guerra y cultura histórica a finales del periodo colonial», Revista Complutense de Historia de América (2019). nuria.soriano@uv.es, https://orcid.org/0000-0001-5681-2954.

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Javier Andrés Chillida es profesor de enseñanza secundaria (Geografía e Historia) en el IES Politècnic de Castellón, España. al231336@uji.es, https://orcid.org/0000-0002-5532-6230.

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