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Historia y MEMORIA

Print version ISSN 2027-5137

Hist.mem.  no.spe Tunja Dec. 2020  Epub July 31, 2020

https://doi.org/10.19053/20275137.nespecial.2020.11581 

Sección Especial

«Los fantasmas de la historia: una aproximación deconstructiva al pasado»*

«The ghosts of history: a deconstructive approximation to the past»

«Les fantômes de l’histoire: une approche déconstructive du passé»

Ethan Kleinberg1  1

1Wesleyan University-USA


Resumen

El texto se basa en los planteamientos del libro Haunting History, que pretende articular una noción deconstructiva del pasado que inquieta al presente, como un fantasma. Se aborda el estado actual de la teoría de la historia y la persistencia del realismo ontológico como el modo de pensamiento dominante entre los historiadores convencionales. Frente a esto, se propone un enfoque hauntológico de la historia que se desliga del trabajo de Jacques Derrida, que reconoce la presencia del pasado y su articulación con el presente, ausente, disponible y restringido, polisémico y múltiple, y que no es una instantánea, fija y estática de un momento en el tiempo.

Palabras clave Teoría de la historia; filosofía de la historia; deconstrucción; posmodernismo; Derrida; historia intelectual

Abstract

The focus of this chapter draws from my book Haunting History to articulate a deconstructive approach to the past as something that haunts the present, like a ghost. In so doing, I address the current state of the theory of history and the persistence of ontological realism as the dominant mode of thought for conventional historians. I instead advocate a hauntological approach to history that follows the work of Jacques Derrida and embraces a past that is at once present and absent, available and restricted, polysemic and multiple, rather than a fixed and static snapshot of a moment in time.

Keywords Theory of history; philosophy of history; deconstruction; postmodernism; Derrida; intellectual history

Résumé

Ce texte a comme point de départ le livre Haunting History, dans lequel on prétend faire avancer une notion déconstructive du passé comme ce qui inquiète le présent, tel un fantasme. On analyse ici l’état actuel de la théorie de l’histoire ainsi que la persistance du réalisme ontologique comme mode de pensée dominant parmi les historiens les plus conventionnels. À partir de là, on propose une approche «hauntologique» de l’histoire inspirée des travaux de Jacques Derrida, auteur qui reconnaît la présence du passé et son articulation avec un présent absent, disponible et restreint, polysémique et multiple, qui n’est point une photo fixe et statique d’un moment quelconque dans le temps.

Mots clés Théorie de l’histoire; philosophie de l’histoire; déconstruction; postmodernisme; Derrida; histoire intellectuelle

1. El enfoque de este texto se basa en el libro Haunting History2 y pretende articular una aproximación deconstructiva del pasado, de ese pasado que inquieta al presente, como un fantasma. Para comenzar se hace una breve reflexión sobre algunos de los desafíos a los que actualmente se enfrenta la teoría de la historia. Lo primero a destacar –y es algo que se subestima–, es la precaria posición que la filosofía de la historia tiene dentro de la disciplina de la filosofía. Frank Ankersmit y otros han discutido sobre este particular y parece ser que, efectivamente, cada vez hay menos filósofos que estén siendo formados para trabajar en este campo3. Diría que debemos comenzar a pensar de manera diferente sobre lo que se considera filosofía de la historia y fijarnos, tal vez, en los filósofos que se dedican a cuestiones de temporalidad o a campos como el de la ética de la virtud... o que, aún más, necesitamos repensar sobre lo que se considera «filosofía» y sobre quién es tomado por «filósofo». Aun así, me parece importante que encontremos formas de ancaminar a los filósofos hacia un interés constante por la historia y por el pasado.

Un desafío distinto, pero igualmente importante, tiene que ver con la expansión del campo de la teoría de la historia más allá del canon occidental. Durante los últimos diez años, la revista History and Theory ha trabajado arduamente para comprometerse con académicos de China, India, Sudamérica y Japón a fin de entablar un diálogo global más amplio sobre historia y teoría. Pero nos damos cuenta de que el deseo de fomentar ese amplio diálogo global, por loable que sea, también está lleno de dificultades. Como Vijay Pinch y yo hemos argumentado, «Occidente» es un significante geocultural difícil y resbaladizo; y más aún lo es lo «no occidental». ¿Por qué la compulsión de ponerlos entre comillas? Nos preguntamos dónde termina Occidente, especialmente cuando una porción tan sustancial de los lectores globales –y supuestamente «no occidentales»– de la revista habitan en culturas intelectuales que han surgido, históricamente, como resultado del diálogo intelectual y del intercambio político con Occidente –por muy desigual que esos diálogos e intercambios puedan haber sido4.

Sin duda, se están produciendo trabajos interesantes sobre Historia Evolutiva, Gran Historia (una macro investigación desde la creación del sistema solar hasta el presente) e Historia Profunda, centrada en la evidencia neurológica. En todos estos campos se difuminan las líneas entre lo que anteriormente se había considerado «historia natural» en oposición a «historia humana» y, como resultado, asistimos a un aumento en la escala de la investigación histórica, así como en los medios de prueba. Separado pero conectado es el trabajo que se relaciona con el Antropoceno y esa comprensión de la historia en la que los humanos mismos se han convertido en una fuerza de la naturaleza. El interés por los estudios sobre animales, la teoría de las cosas u objetos y la Teoría del Actor-Red han tratado de cambiar el enfoque sobre lo que se considera sujeto o agente histórico. Una de las tendencias más prominentes implica al método de la historia conceptual de Reinhart Koselleck, que ha ganado impulso entre los teóricos históricos, aunque los desarrollos más interesantes se hayan dado en torno a cuestiones de temporalidad y a la problemática relación entre pasado, presente y futuro. En este caso, también deberíamos pensar en los intentos de comprender la posibilidad de un presente «amplio» o «plano» que desactiva la posibilidad de progreso, haciendo que la práctica de la historia sea similar a reajustar las responsabilidades en un barco (el Titanic, si aplicamos esto al marco del Antropoceno). Estos avances son parte de lo que se ha denominado la «Nueva Metafísica del Tiempo»5. La intervención final de Hayden White en su libro sobre lo que él llama, siguiendo a Michael Oakeshott, «El pasado práctico» nos pide que reconsideremos el intento de reactivar el poder de la historia, dirigida ahora hacia las formas en que el pasado es importante a nivel individual o local, y no tanto para los historiadores académicos6. Finalmente, parece haber un retorno a la historia magistra vitae, y alejada de la historia res gestae, aunque -como sostengo a continuación- la metodología para lograr esto último aún parece ser el medio para llegar a lo primero. Por tanto, el estado de la teoría de la historia es robusto y apasionante, aunque no exento de desafíos.

El más importante entre estos desafíos ha sido un resurgimiento del neopositivismo entre aquellos historiadores practicantes que persiguen sueños empiristas hacia el santo grial de la historia como una ciencia dura. El énfasis actual en la representación mimética de eventos pasados, es decir, en hacer que la representación objetiva y precisa de eventos pasados sea la razón de ser de la disciplina, ha llevado a la historia a lo que parece ser una obsolescencia autoimpuesta: el cada vez más reducido espacio de expertos que hablan y escriben para otros expertos. Además, esta noción cuasi-teológica de representación realista requiere que el historiador adopte una posición «deshistorizada», desde la cual observar y representar neutralmente los eventos pasados, tal «como realmente sucedieron» desde una perspectiva omnisciente, divina. Esta es la posición teórica dominante entre la mayoría de los historiadores convencionales y la mayoría de los departamentos de historia. A esta posición se le llama «realismo ontológico», que se define como un compromiso con la historia en que el empeño se pone en eventos asignados a una ubicación específica en el espacio y en el tiempo, que son en principio observables y que, como tales, se consideran fijos e inmutables. En este caso, el historiador acepta que existe una posibilidad de incertidumbre epistemológica en cuanto a la comprensión de un evento pasado, pero esto queda mitigado por la certeza ontológica de que el evento ocurrió de cierta manera en un momento determinado. Un aspecto central de esta posición es el compromiso con los datos empíricos que sirven como una especie de falso suelo para sostenerla. Al final, obtener el pasado «correcto» es una cuestión de método histórico.

En ese sentido, hay una pregunta que debemos hacernos: ¿qué es lo que mantiene la certeza ontológica sobre el evento pasado dada la posibilidad de incertidumbre epistemológica al volver a narrarlo? La mayoría de los historiadores convencionales evitan o posponen esta pregunta, trabajando únicamente bajo el supuesto de que el método es suficiente para traer el pasado al presente. Pero el evento pasado no puede hacerse presente y, por tanto, cualquier reaparición es la intempestiva visita de un fantasma. Esto conduce a una pregunta más preocupante sobre la categoría de la propia ontología y, específicamente, sobre la ontología o la fantología del pasado7. Con el término «fantología» se propone exponer las formas en que los historiadores toman el pasado espectral ausente y lo reemplazan silenciosamente con una representación, que parece tener las propiedades y la esencia de un objeto presente (en francés ontologie y hantologie tienen la misma pronunciación). El enfoque fantológico, por otra parte, está en sintonía con la forma en que el pasado, como un fantasma, está presente y ausente. Pero también permite imaginar una narración de pasados múltiples o aparentemente conflictivos que serían imposibles de presentar en una monografía tradicional, si bien pueden acomodarse en el ámbito digital.

2. No obstante, dejando ahora al margen este reino digital, sería interesante relatar una historia de fantasmas de la vieja Nueva Inglaterra, la de «La Leyenda de Sleepy Hollow» de Washington Irving, a veces conocida como la historia del Jinete sin cabeza. De alguna manera, es una historia sencilla sobre un simple maestro de escuela, Ichabod Crane, que se ve inmerso en una serie de desventuras hasta que una noche -al menos así lo cuenta la leyenda- es atropellado por el jinete sin cabeza de Sleepy Hollow, y nunca más se sabe de él. Es cierto que Ichabod tiene algunos atributos inusuales, pero en general, esta leyenda no parece ser tan legendaria. Por diversas razones, todas bastante obvias, el maestro de escuela Ichabod Crane quiere casarse con la bella Katrina van Tassel: es una belleza, su padre es un granjero importante y la granja en sí, un verdadero paraíso de fecundidad. Pero las propuestas amorosas de Ichabod provocan la ira del otro pretendiente de Katrina, Brom van Brunt. Brom es un jinete legendario y un notorio bromista que, en represalia por el cortejo de Katrina por parte de Ichabod, irrumpe con su banda en la escuela, cometiendo todo tipo de desmanes, de modo que el «pobre llegó a pensar que las brujas todas de la región habían decidido tomar posesión de su escuela para celebrar en ella los aquelarres»8.

En resumen, Irving nos proporciona todas las pistas para deducir que Brom Bones es en realidad el Jinete sin cabeza y que no hay nada sobrenatural o fantasmal en esta leyenda: Brom tiene un motivo y hay una amplia evidencia de sus pasadas travesuras. Por tanto, es toda una sorpresa cuando al final de la historia –después de que Ichabod Crane sea perseguido por el Jinete sin cabeza, mientras cabalga desanimado hacia su casa tras haber sido rechazado por Katrina en la recepción que el padre de esta había ofrecido–, nuestro narrador, un tal Diedrich Knickerbocker, se niega a sacar esta conclusión. Y esto, incluso después de saber que «un viejo granjero que ha estado recientemente en Nueva York, ahora que han transcurrido ya unos cuantos años desde que desapareció Ichabod Crane, añade nuevos elementos de misterio a la historia, lo que sin duda encantará a todos en Sleepy Hollow, pues cuenta que Ichabod Crane sigue vivo»9. Es decir, la persona que le relató la leyenda al narrador también la descarta como falsa. Entonces, ¿de dónde proviene toda la ambigüedad del final del relato? ¿No sabemos que Brom Bones es el jinete sin cabeza? Y si es así, ¿hay alguna leyenda sobre Sleepy Hollow? Lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿qué inquieta a los habitantes de Sleepy Hollow?

El narrador describía a Ichabod como «un hombre a la vez sagaz y crédulo». Un hombre cuya «apetencia de saberes acerca de lo maravilloso, su afán de conocer cosas acerca de lo sobrenatural, eran tan extraordinarios como su capacidad de digerir cuanto de todo ello tenía noticia, algo que se hizo más fuerte en él tras un cierto tiempo de estancia en Sleepy Hollow», hasta que «ni la narración terrorífica más infame o monstruosa le revolvía las tripas o le parecía increíble»10. De hecho, al principio se nos dice que aquella tierra parecía envuelta «en una atmósfera de ensoñación y calma densa. Algunos cuentan que fue hechizada por cierto doctor alemán en los primeros tiempos de los asentamientos de colonos; para otros, fue un antiguo jefe indio, mago o profeta de la tribu, el que encantó la región... Y ciertamente parece este lugar, aún hoy, envuelto en un poderoso hechizo que llena de extrañas fantasmagorías las cabezas de esas buenas gentes que lo habitan, haciéndoles caminar de continuo en una especie de duermevela», pero, como sabemos,

[…]bel espíritu dominante, (...) el que parece someter a todos los espíritus que habitan los aires, es un fantasma, auténtico rey de esta región encantada; un fantasma decapitado que se aparece a lomos de un caballo… Para algunos, no es otro que el espectro de un soldado que sirvió en la caballería de Hesse; un soldado al que una bala de cañón arrancó de cuajo la cabeza en una batalla de la Guerra Revolucionaria11.

Entonces, ¿qué inquieta a los habitantes de Sleepy Hollow? En la lectura, es el pasado lo que inquieta a la historia. Un pasado de desposesión india, de la Guerra Revolucionaria, de la tácita atrocidad que tuvo lugar en el árbol del Mayor André, y muchos otros acontecimientos grandes y pequeños. Sleepy Hollow carga con los fantasmas de un pasado medio recordado, si es que es recordado. Este es el pasado latente, el que hay tras los fantasmas que atormentan a sus habitantes. Es más, según se nos dice, lo que resulta notable es que esta inquietud «no es solo cosa de estas buenas gentes que habitan el valle; aseguro que quien resida aquí por un tiempo también las tendrá»12. Es un pasado que nosotros no podemos tocar, pero que nos toca a nosotros13. Las historias, los cuentos, los lugares embrujados son reconfiguraciones parciales, como un Jinete sin cabeza. Ahora bien, el pasado, como un fantasma, está por definición ausente y, por tanto, no tiene propiedades ontológicas per se, o acaso sería mejor decir que tiene una ontología latente.

La historia es la presencia de una ausencia y lo que tenemos de ella es lo que se nos presenta o lo que le imponemos. Pero al igual que la cabeza del ya difunto soldado de Hesse, faltan aspectos cruciales del pasado. Se encuentran ocultos, enterrados, olvidados o perdidos: posibles latentes que se podrían encontrar, mientras se busca algo más o que en cualquier momento podrían soltarse y aparecerse ante nosotros aparentemente de la nada, al igual que la cabeza del Jinete golpeando a Ichabod Crane. Para ir un poco más lejos aún, se señala que el futuro de Ichabod queda decididamente alterado por este visitante del pasado, ya sea que acabara en Nueva York o que se uniera a los otros fantasmas y espectros que inquietan a los habitantes de Sleepy Hollow. De cualquier manera, Ichabod también se convierte en una fuente de leyenda ya que, con su partida, «la que fue escuela en donde impartió sus enseñanzas Ichabod Crane no es más que una casa en ruinas lamentables; quienes se atreven a pasar relativamente cerca (…) cuentan que allí vive, nada menos, el fantasma del pobre Ichabod»14.

3. Si consideramos que el pasado es similar al fantasma y la historia a un esfuerzo fantológico (o como una ontología latente, para quienes sean aprensivos), entonces vale la pena preguntarse qué es lo que nos preocupa del fantasma. En Espectros de Marx, Derrida se pregunta: –«¿qué es un fantasma?, ¿qué es la efectividad o la presencia de un espectro, es decir, de lo que parece permanecer tan inefectivo, virtual, inconsistente como un simulacro?». El fantasma o espectro es preocupante precisamente porque es el pasado, pero vacío de sus propiedades físicas, e insubordinado en cuanto a las reglas del tiempo y el espacio. «No se pueden controlar sus idas y venidas porque empieza por regresar»15. Lo que es preocupante y poderoso en el fantasma no es que esté presente (que lo está) sino las formas en que su presencia perturba todas las categorías espacio-temporales mediante las cuales hemos llegado a dar sentido al mundo que nos rodea. El fantasma perturba tanto el tiempo como el espacio y, por tanto, no se le puede dar sentido.

Para Derrida, la naturaleza porosa y perturbadora del pasado que nos inquieta nos hace cuestionar el terreno histórico sobre el que nos encontramos y las fronteras mediante las cuales dividimos el pasado, el presente y el futuro. En realidad, no podemos decir cuál es el significado del fantasma. Al igual que el pasado, no tiene propiedades ontológicas, pero aún así existe.

De hecho, Derrida podría decir que lo que hacen los habitantes de Sleepy Hollow es como «intentar ontologizar restos, en hacerlos presentes, en primer lugar, en identificar los despojos y en localizar a los muertos» en un esfuerzo por domar el inquietante pasado16. Esto es, en cualquier caso, lo que creo que la mayoría de los historiadores convencionales hacen, ontologizar restos a través del enfoque que denomino «realismo ontológico». No hay fantasmas aquí. Ni jinetes sin cabeza. No hay fantología u ontología latente: solo los hechos.

En este sentido, pues, la mayoría de los historiadores convencionales son realistas ontológicos, en su investigación, en su escritura y en su docencia, incluso aunque afirmen ser escépticos epistémicos, relativistas epistémicos, o sientan que hay una buena dosis de complejidad hermenéutica en la relación entre el historiador y el pasado. Pero, como Louis Mink observó en su «Sobre la escritura y reescritura de la historia» de 1972, tal creencia «–en la realidad e inmutabilidad del pasado– se basa en un grupo de analogías inconscientes e inválidas»17. Para Mink, esta incluía analogías tales como entre la distancia temporal y la diferencia espacial, entre la memoria y la percepción, o entre un presente pasado y un pasado presente. A esto se agregaría la incorrecta analogía entre la presentación narrativa formal de un pasado «tal como sucedió» y la «realidad ontológica» de ese pasado. Según Mink, la capacidad para mantener estas analogías es indicativa de los puntos de vista incompatibles que tenemos sobre la realidad del pasado: sobre la relación del conocimiento histórico con su objeto, sea lo que sea, y sobre la relevancia del conocimiento histórico para las posibilidades de acción que tenemos por delante.

Mink resume esta paradoja articulando la forma en que los historiadores sostienen sendas opiniones simultáneas, afirmando que «todo lo que tuvo que ver con la acción cuando ésta estaba teniendo lugar en su propio presente pertenece a él ahora que es pasado» junto, a su vez, con la conflictiva comprensión de «que el pasado no existe en absoluto»18. Mink ve esta paradoja como la fuerza motivadora que hay tras toda filosofía seria de la historia. Lo veo cercano a lo que indico al referirme a la ontología latente de un pasado que es y no es, y al señalar que uno de los valores más destacados de un enfoque deconstructivo de la historia es que llama la atención sobre las formas en que los historiadores a menudo mantienen el poder teleológico de un principio cuya posibilidad rechazan. ¿Pero vale la pena preguntarse acerca de la motivación que nos permite tener puntos de vista tan incompatibles?

En «Historia y ficción como modos de comprensión», Mink reflexiona sobre por qué algunos relatos se repiten, y creo que su respuesta a esta pregunta nos ayudará a aclararnos sobre la anterior. Mink nos cuenta que algunos relatos se repiten:

–porque tales relatos tienen por objeto producir y fortalecer el acto de entendimiento en el cual se pueden analizar acciones y acontecimientos (si bien su acaecimiento se presenta en el orden temporal) de un solo vistazo como si estuvieran unidos en orden de significación–, esos relatos constituyen una del totum simul [que Boecio consideraba como el conocimiento que Dios tiene del mundo] que podemos lograr sólo parcialmente19.

La latencia se elimina de la ecuación, como la sorpresa de lo posible inesperado. Por supuesto, podemos imaginar o leer una historia como si no supiéramos el desenlace, y quizás no conozcamos el desenlace y, por tanto, sigamos el relato de principio a fin. Pero en la «comprensión configuracional de todo relato que hayamos seguido, el final está vinculado con la promesa del comienzo, así como el comienzo lo está con la promesa del final, y la necesidad de la referencia previa cancela, por así decirlo, la contingencia de las referencias posteriores»20. La indeterminación del futuro queda anulada por ese pasado asumido que se capta en el presente. En este caso, «comprender la sucesión temporal significa pensar en ella en ambas direcciones a la vez; entonces, el tiempo ya no es el río que nos arrastra con él, sino que es el río en vista aérea, visto corriente arriba y corriente abajo en un único vistazo»21. Esta vista aérea puede considerarse como el Ojo de Dios o la del científico omnisciente de La Place en su Ensayo filosófico sobre las probabilidades. Todo esto apunta a la cuestión de la temporalidad y al deseo de una instantánea estática que detenga el flujo temporal. En tal lectura -y diría que en general esta es la lectura de la mayoría de los historiadores convencionales-, el tiempo nunca está dislocado y, suponiendo que se tengan las herramientas metodológicas correctas, podemos dominar el pasado y contarlo en forma de narrativa realista.

Si se me permite modificar un pasaje de «Freud y la escena de la escritura» de Derrida, esta posición realista ontológica no es peligrosa

[…] porque haga referencia a la escritura, sino en tanto que supone [que el pasado existe como] un texto ya ahí, inmóvil, presencia impasible de una estatua, de una piedra escrita o de un archivo cuyo contenido significado se transportaría sin daño al elemento de otro lenguaje [o tiempo]22.

El peligro radica en el supuesto de que hay un rastro indescifrable e indeleble dejado en el pasado mediante el cual se puede determinar su realidad ontológica. Pero «una huella imborrable no es una huella, es una presencia plena, una sustancia inmóvil e incorruptible, un hijo de Dios, un signo de la parousía y no una semilla, es decir, un germen mortal»23. La estabilidad otorgada a la identidad no es la propiedad de un ser mortal que existe en y a través de la indeterminación del tiempo; una cualidad tan fija e inmutable pertenece a un Dios o a los muertos, y aquí creo que obtenemos ventaja sobre la fuerza y la seducción del realismo ontológico. La ficción de un pasado estable es la ficción de un presente estable. De hecho, diría que es el significado que no encontramos o no podemos encontrar en el presente lo que los realistas ontológicos construyen sobre el pasado.

Pero tal narración no puede dar cuenta de la ontología latente del pasado o de las formas en que los posibles pasados condicionan nuestros pasados posibles. Lo que quiero decir con esto es que nuestro conocimiento del pasado está condicionado por lo que se nos presenta tanto en términos de sus restos como en términos de nuestra recepción. Los límites de lo que estamos dispuestos a aceptar como «posibles pasados» condicionan lo que estamos dispuestos a aceptar como pasados posibles. Lo que hay más allá de este reino nos parece simplemente imposible, como un fantasma. Pero el fantasma solo es imposible en la medida en que es un resto de un tiempo y lugar diferentes y su presencia inoportuna nos perturba. El pasado latente no es imposible, fue posible y sucedió, aunque tal vez se haya vuelto inconcebible o inimaginable y, por tanto, exiliado más allá del reino de lo que ahora parece posible. Cuando aparece lo que yace latente, al regresar, es cuando la historia es perturbada, pues nos vemos confrontados con la posibilidad de que nuestra comprensión del pasado sea solo parcial. Este pasado parcial es ciertamente un pasado posible, pero uno que no tiene en cuenta ni presupone una gran cantidad de posibles pasados que han sido suprimidos, borrados, perdidos u olvidados, de modo que estos son los fantasmas y espectros que nos inquietan en el presente. La historia de Sleepy Hollow no es solo la de los encantadores colonos rústicos y propensos a cuentos sobrenaturales, sino también, y lo que es más importante, la desposesión violenta de los nativos americanos. Cuando lo que está latente del pasado se vuelve manifiesto, abre nuevas posibilidades históricas. Por supuesto, estos restos del pasado son solo «nuevos» en el sentido de que ahora pueden aparecer dentro del reino de lo posible como un pasado posible, alterando así la historia misma.

4. Así pues, lo anterior significa que no hay «pasado» que recuperar bajo la forma de la narración realista o como un objeto determinado de la historia, porque esa no es la estructura del pasado. Esta no es la ontología ni la realidad del pasado y, por tanto, creo que podemos obtener provecho si pensamos que el pasado mismo parpadea dentro y fuera de nuestra existencia como una luz de Navidad. Además, eso me da la oportunidad de hacerle una visita al Fantasma de la Navidad del Pasado, de la Canción de Navidad de Charles Dickens.

Dickens describe al Fantasma de la Navidad del Pasado como:

[…] una figura extraña, como un niño; y, sin embargo, no parecía tanto un niño como un anciano visto a través de algún elemento sobrenatural que le diera el aspecto de haber retrocedido en el campo visual hasta quedar reducido a las proporciones de un niño. Su cabello, (...), era blanco, como por efecto de la edad, si bien en su rostro no había una sola arruga y su tez lucía delicada y lozana24.

Aquí uno puede imaginar en este espíritu el objeto de la historia: un viejo objeto del pasado, transportado al presente por el autor histórico que lo imbuye de juventud, pues su «tez lucía delicada y lozana», incluso mientras indica su edad, la blancura de su cabello. Es así como el historiador presenta al «anciano» del evento pasado como un «niño», como por arte de algún medio sobrenatural.

«Pero lo más extraño en él [el fantasma] era el haz de luz clara y brillante que brotaba de su coronilla», aunque también «emplease a modo de gorro el enorme apagavelas que llevaba bajo el brazo»25.

Con todo, (…) tampoco eso era lo más extraño en él, pues el cinturón centellaba y refulgía, ahora en un punto, ahora en otro, y lo que en un momento estaba iluminado, al siguiente quedaba a oscuras; así, la nitidez de la figura iba fluctuando: en un instante parecía un ente con un solo brazo, después con una sola pierna, más tarde con veinte piernas, luego con dos piernas pero sin cabeza, a continuación una cabeza sin cuerpo; pues de aquellas partes que desaparecían no se veía ni el menor perfil en la densa penumbra en la que se fundían. Y, lo más asombroso, reaparecían nuevamente con mayor nitidez y claridad26.

El pasado aquí no es un objeto fijo e inmutable, sino un conjunto fluctuante de contradicciones físicas y temporales. Joven y viejo, cercano y lejano, claro y oscuro... una figura que en un momento es indescifrable y al siguiente se nos presenta «con mayor nitidez y claridad». Su cualidad más extraña nunca es lo suficientemente extraña y aquí debemos preguntarnos si se puede sacar algo de la afirmación tautológica «reaparecían nuevamente», que precede a la afirmación «con mayor nitidez y claridad», el sueño del realista ontológico.

Pero quiero volver a la calidad del fantasma, a lo que es y no es más extraño. Me refiero al haz de luz clara y brillante que brotaba de la coronilla del Fantasma, pero también a que «emplease a modo de gorro el enorme apagavelas que llevaba bajo el brazo». La extrañeza de aquella luz evoca imágenes que remiten a la categoría de «siniestro» o «unheimlich» de Freud como «todo lo que, debiendo permanecer secreto, oculto… no obstante, se ha manifestado»27. El pasado está ahí, al completo, con todas las posibilidades latentes y compitiendo por estallar. Al encontrarse con el Fantasma, Scrooge tuvo un deseo especial, el «de ver al Espíritu con el gorro puesto, y le rogó que se cubriese», para mantener oculto y secreto lo que debería permanecer así, pero el Fantasma no lo cumpliría. Sin embargo, después de una larga noche de encuentros extraños, Scrooge ya no podía soportar ser perseguido por el pasado y comenzó a luchar con él:

En el forcejeo, si acaso puede denominarse así a aquel en el que el fantasma, sin resistencia visible por su parte, permaneció imperturbable ante los esfuerzos de su adversario, Scrooge observó que su luz era intensa y brillante, y, asociando vagamente aquello a la influencia que ejercía sobre él, le arrebató el gorro apagavelas y, con un movimiento raudo, se lo encasquetó en la cabeza28.

En mi lectura, el realismo ontológico tiene un siniestro parecido con el gorro apagavelas y el historiador que lo esgrime se parece a Scrooge. Como Scrooge, el historiador que forcejea con el pasado lo hace con un adversario que, por su parte, no ofrece resistencia visible, ni es perturbado de ninguna manera por parte del historiador. Los restos perturbados nos inquietan, y no al revés. Pero lo más importante es el «movimiento raudo» de Scrooge en respuesta a su observación de que la luz del pasado ejerce influencia sobre él. El truco de magia del realismo ontológico es que permite al historiador ejercer su propia influencia sobre el pasado, restringiendo su luz y todo lo que esta revela; presionando y ocultando los posibles pasados que exponen otros pasados posibles, de la misma manera que Scrooge encasqueta el gorro apagavelas sobre el Fantasma de la Navidad del Pasado. «Pero, aunque Scrooge lo presionaba con todas sus fuerzas, no conseguía extinguir la luz, que se filtraba por debajo y se derramaba intacta por el suelo»29. No se puede matar a un fantasma. El pasado continúa inquietando a la historia.

Derrida vincula el fantasma con el vestigio y la différance, desafiando así las nociones de prioridad absoluta o fundamentos absolutos. Mi propósito es vincular la différance al proyecto de la historia. Derrida escribe: «si la palabra “historia” no comportara en sí misma el motivo de una represión final de la diferencia, se podría decir que únicamente las diferencias pueden ser de entrada y totalmente “históricas”»30. La Historia, tal como se concibe convencionalmente, es precisamente la represión de las diferencias en un intento de generar una narración inteligible singular que sobrescribe necesariamente aquellos aspectos que oscurecen, confunden o contradicen esa narración. Derrida presenta la différance como el medidor de esta represión, que ofrece «el movimiento de juego que “produce”, por lo que no es simplemente una actividad, estas diferencias, estos efectos de diferencia»31. Por tanto, lo que sugiero es que nos imaginemos hacer historia con la différance en mente, creando el momento de juego que produce estos efectos de la diferencia.

Sin duda, el propósito de la historia es hacer que el pasado sea legible e inteligible, ofrecer un poros o un camino a través de la caótica aporía del pasado. Y en la medida en que la historia sirva para hacer legible el pasado en el presente, debería verse como una escritura cuya función es hacer presente lo que está ausente, hacer legible lo que de otro modo sería ilegible32. Pero como tal es:

una marca que permanece, que no se agota en el presente de su inscripción y que puede dar lugar a una repetición en la ausencia y más allá de la presencia del sujeto empíricamente determinado que en un contexto dado la ha emitido o producido»33.

Por tanto, incluso la investigación histórica metodológicamente más sólida y precisa es no solo una investigación necesariamente parcial, limitada por el horizonte epistemológico del tiempo y lugar propios del historiador, sino que también «comporta una fuerza de ruptura con su contexto, es decir, el conjunto de las presencias que organizan el momento desde su inscripción»34. Esto se debe en parte a que el trabajo histórico es inquietado por el pasado que no puede contener, pero también a que los futuros historiadores pueden «llegado el caso, reconocerle otras [posibilidades, en el trabajo histórico] inscribiéndolo o injertándolo en otras cadenas»35. La fuerza de esta ruptura significa que la historia nunca puede descansar en paz. Pero la ruptura también se puede ver como una incisión, la aparición de una marca que sirve para hacer visibles las diversas direcciones del espacio, proporcionando orientación en una extensión previamente desprovista de cualquier punto de referencia. Esto se ajusta al sentido que Derrida atribuye al verbo différer como «temporización y espaciamiento, hacerse tiempo del espacio, y hacerse espacio del tiempo, «constitución originaria» del tiempo y del espacio»36.

Este es un aspecto clave del empeño histórico que busca situar los eventos pasados en un tiempo y lugar específicos, lo mejor que se pueda, en función de las fuentes y la evidencia. Al hacerlo, el historiador propone las coordenadas del tiempo y del espacio a través de la periodización o la demarcación geográfica. Pero para que los poros no se conviertan en aporía, debemos reconocer que la aparición de esta marca «no depende de ninguna categoría de ser alguno presente o ausente (...) puesto que lo que se pone precisamente en tela de juicio, es el requerimiento de un comienzo de derecho, de un punto de partida absoluto, de una responsabilidad de principio»37.

Para Sarah Kofman

se habla de un poros (camino) cuando se trata de abrir un sendero donde no existe uno ni podría existir propiamente hablando, de cruzar lo que es intransitable... un apeiron que es imposible cruzar de punta a punta»38.

Los poros y la aporía están necesariamente vinculados y esta es la naturaleza del camino que el historiador busca forjar desde una posición en el presente hacia el evento en el pasado. Pero Kofman también nos recuerda que el término

[…] poros no debe confundirse con odos, que es un término general que designa cualquier tipo de camino o ruta. Poros se refiere únicamente a una ruta marítima o fluvial, a un paso que se abre a través de una extensión caótica y que la transforma en un espacio ordenado y calificado al introducir rutas diferenciadas, haciendo visibles las diferentes direcciones del espacio, proporcionando orientación en una extensión previamente desprovista de cualquier punto de referencia39.

Veo esto como una metáfora particularmente adecuada tanto para el pasado como para el esfuerzo del historiador que aspira a trazar una ruta o paso sobre una extensión indómita y a veces indistinguible que se revuelve frente a sus esfuerzos. De hecho, la mayor parte del pasado retrocede hacia el océano sin dejar rastros discernibles, como la estela de un barco que pasa o un objeto caído por la borda. Si lo acompañamos durante un período de tiempo lo suficientemente corto, podremos seguir la estela del primer barco que pase o la de uno que llegue poco después siguiendo sus pasos, aún cuando se disipe la evidencia de los barcos anteriores. Por otra parte, en cualquier momento dado, una oleada repentina podría sacar a la superficie evidencias de restos pasados, aunque perturbe o destruya las estelas que anteriormente servían como marcas de orientación. Con mayor frecuencia, el historiador trabaja desde una mayor distancia temporal confiando en parte en materiales

[…] todavía inmediatamente presentes, provenientes de tiempos que estamos tratando de entender (Überreste / Restos), en parte en cualquier idea que los seres humanos hayan obtenido y transmitido para ser recordada (Quellen / Fuentes), y en parte en cosas en las que ambas formas de materiales se combinan (Denkmäler / Monumentos)40.

Podríamos considerarlas como cartas naúticas, boyas, naufragios o arrecifes que sirven como base para la navegación, aunque las propias fuentes pueden muy bien ser las estelas de los barcos pasados, «¿quién ha creído que se ojeaba algo más que pistas para despistar?»41.

Y como vimos con el Fantasma de la Navidad del Pasado de Dickens, el pasado en sí es el más «móvil, cambiante y polimorfo de todos los espacios, un espacio donde cualquier camino que se haya trazado» puede ser «borrado» y, como tal, es análogo al Tártaro de Hesíodo (con la imagen del caos mismo). En esta confusión infernal y caótica, el poros es la salida, el último recurso de los marineros y navegantes, la estratagema que les permite escapar del punto muerto, de la aporía y de la ansiedad que les acompaña42. La naturaleza caótica y polimorfa del pasado provoca ansiedad y en respuesta a tal caos buscamos una salida ordenada. Pero aquí debemos prestar mucha atención a la forma en que los caminos que los historiadores construyen para dar orden e inteligibilidad a la extensión caótica que es el pasado pueden convertirse en vías muertas, en particular cuando una narración histórica excluye otras posibles voces, otros observatorios o puntos de vista. El camino, forjado como un escape en sí mismo, se convierte en una trampa que impide que uno se desvíe de la buena y ordenada ruta que lleva de un punto a otro. El poros se convierte en una aporía que nos restringe el acceso a otros pasados posibles y limita lo que podemos imaginar, al igual que Scrooge encasqueta el gorro apagavelas sobre el Fantasma de la Navidad del Pasado. Una vez más, vemos el truco del realismo ontológico cuando el historiador convencional ejerce su influencia sobre el pasado, restringiendo no solo nuestro camino sino también el reino de los posibles pasados que exponen otros pasados posibles.

E.P. Thompson escribió The Making of the English Working Class en 1963, y no es que la clase trabajadora no tuviera pasado antes de este trabajo. De hecho, Thompson declara su intención de hacer explícita «la acción de los obreros» y «el grado en que contribuyeron con esfuerzos conscientes a hacer la historia»43. Más aún, el trabajo de Thompson discrepaba de aquella comprensión de la historia en la que «solo se recuerda a los victoriosos: en el sentido de aquellos cuyas aspiraciones anticipaban la evolución subsiguiente» y «las vías muertas, las causas perdidas y los propios perdedores caen en el olvido»44. Thompson buscó activar la ontología latente de este pasado olvidado, actualizándolo a través del proyecto y la escritura de la historia. Thompson advierte que «la clase obrera no surgió como el sol, en un momento determinado», aunque la clase obrera no hubiera aparecido antes como tema de investigación histórica sistemática45. Esto en sí mismo es indicativo de los pasados posibles restringidos que estaban disponibles en aquel momento. Pero los relatos históricos anteriores fueron perturbados sin descanso por la formación de la clase obrera inglesa, al igual que las obras sobre literatura y arte.

En cierto sentido, para Thompson, fue precisamente la presencia de la «clase propietaria» lo que hizo que la ausencia del obrero fuera tan visiblemente evidente. La ausencia de la clase obrera en relatos históricos anteriores inquietaba a esas historias. Esta reconceptualización imaginativa de posibles pasados de actores y eventos hizo visibles las evidencias en los registros oficiales de la clase dominante, que se convirtieron en una fuente clave para el propio relato histórico de Thompson sobre la clase obrera. De nuevo, no es que esta evidencia no existiera anteriormente, sino que estaba más allá del reino de lo que era imaginado como un pasado posible. Una vez que Thompson abrió la posibilidad de hacer una historia sistemática de abajo hacia arriba, una gran cantidad de posibles pasados se pusieron a disposición como evidencia histórica a través de relatos, de arte popular o de canciones.

Pero también debemos ser conscientes de que, si bien el logro de Thompson representó un salto imaginativo que abrió un campo completamente nuevo de investigación histórica, no fue una reconsideración teórica de la historia y, por tanto, se asemeja a relatos históricos anteriores en términos de método y narración, si no de contenido. Las limitaciones de la imaginación creativa de Thompson son evidentes cuando se considera su incapacidad para imaginar el posible pasado de las mujeres como actores históricos en su relato. Sin duda, los límites de la imaginación creativa de Thompson estaban sujetos a las posibilidades abiertas para él en su propio tiempo y espacio, pero los límites teóricos de cómo conceptualizó la «historia» y el «pasado» son los que permitieron los poros que adivinó que conducían a una historia sistemática de la clase obrera, que se convirtió en una aporía al restringir el acceso a otros posibles pasados. A medida que este nuevo camino hacia el pasado se hizo cada vez más transitado, se descuidaron otras rutas, mientras que otros caminos posibles quedaron sin explorar.

Se podrían alegar cosas similares en otros campos, como la historia de las mujeres, la historia de género y los estudios subalternos o poscoloniales. Los historiadores pioneros en cada uno de estos campos liberaron el pasado oculto o reprimido y, por tanto, latente, para hacer posibles las historias de grupos y acontecimientos que anteriormente habían morado como fantasmas, que inquietaban a la narrativa histórica dominante. Cada una de estas historias supuso una nueva apertura, pero dado que se ofrecieron como historias realistas ontológicas convencionales, cada apertura también fue un cierre. Deberíamos pensar en este cierre de la misma manera que pensamos en el conocimiento absoluto como el cierre, si no el final, de la historia porque «la historia de la presencia está cerrada, pues «historia» jamás ha querido decir otra cosa que esto: presentación (Gegenwártigung) del ser, producción y recogimiento del ente en la presencia, como saber y dominación»46. El énfasis en la presencia y la dominación detiene la posibilidad de una deconstrucción total en el momento en que lo que estaba ausente se hace presente y, al hacerlo, bloquea la narración histórica dentro de un sistema cerrado47. Por el contrario, la estrategia plena o completa de la deconstrucción «debería evitar a la vez neutralizar simplemente las oposiciones binarias de la metafísica y residir simplemente, confirmándolo, en el campo cerrado de estas oposiciones»48. El conflicto y la lucha entre estas narraciones históricas en liza apuntan nuevamente a lo heterogéneo y a la naturaleza caótica del pasado, que en última instancia no se puede dominar. Luchamos como podemos, pero no podemos hacer que haga lo que queremos.

5. En este punto, me gustaría terminar modificando un pasaje de Derrida para hacer explícito el vínculo entre la différance y la historia. En el proyecto de la historia, solo se puede exponer del pasado aquello que en cierto momento puede volverse presente, manifiesto, aquello que se puede mostrar, presentar como algo presente, un ser-presente en su verdad, en la verdad de un presente o en la presencia del presente. Ahora bien, si el pasado es (y coloco una barra sobre el «es» que lo tacha e indica una obstrucción que restringe totalmente el acceso) lo que hace posible la presentación del ser-presente de la historia, nunca se presenta como tal. El pasado mismo nunca se le ofrece al presente49. Reconociendo la forma en que esto modifica el argumento de Derrida, pero siguiendo esa línea, veo la historia vinculada a la différance en razón de la ontología latente del pasado. El pasado como historia es, tachado, presente y ausente. Reemplazo la X/tachada ofrecida por Derrida con la barra/tachada para demostrar la naturaleza presente/ausente del acontecimiento pasado, pero también las formas en que nos vemos «impedidos» [barré] de tener ese acontecimiento pasado como tal en el presente. De esta manera, la barra indica y hace explícito el entrelazamiento ontológico-epistemológico de la historia y el historiador con el pasado.

El historiador se preocupa por las huellas del pasado que tiene a mano, pero nuestro objeto de investigación (si podemos llamarlo un objeto) no tiene propiedades ontológicas propias en el presente y es conjurado por mediación del historiador, entremezclando a menudo las categorías de leyenda y hecho. En Tarrytown, Nueva York, hay un letrero oficial que dice: «El Puente del Jinete sin Cabeza descrito por Washington Irving en la Leyenda de Sleepy Hollow antaño cruzaba este arroyo por este lugar». Este es un «hito histórico» que marca el sitio de un ahora puente ausente en el que ocurrió un acontecimiento ficticio, pero resulta que incluso la localización del propio puente es desconocida. El entrelazamiento de la «ficción» con los hechos se desarrolla de diferentes maneras, pero incluso cuando tales «ficciones» se cuentan o corrigen más tarde nos hallamos ante algo similar a cuando un juez pide que se elimine un testimonio del acta, después de que se haya dado e instruye al jurado para que ignore lo que ha oído. En realidad, no se ha ido y contribuye a la comprensión actual y futura del pasado.

Un enfoque deconstructivo del pasado vinculado a la différance, como la elaboración del momento del juego que produce efectos de diferencia, desconecta la historia de ese «tal como realmente sucedió» del realismo ontológico, problematizando la creencia en un pasado fijo y estable (que es el mito de un presente fijo y estable). El énfasis en el juego entra en conflicto con un enfoque convencional de la historia que enfatiza la presencia, porque «el juego es siempre juego de ausencia y de presencia, pero si se lo quiere pensar radicalmente, hay que pensarlo antes de la alternativa de la presencia y de la ausencia»50. Este es un enfoque que reconoce y abarca tanto la ontología latente del pasado como la importancia de la imaginación que se requiere para pensar radicalmente. Este «concepto», el pasado que es, «marca una multiplicidad irreducible y generativa. El suplemento y la turbulencia de cierta falta fracturan el límite del texto, lo que prohíbe una lectura exhaustiva del mismo»51. Lejos de implicar la muerte o la abdicación del autor, la deconstrucción en la escritura de la historia requiere de un historiador fuerte y cuidadoso cuyo estilo retórico guíe al lector a lo largo de los poros, que simultáneamente presenta y reconoce la aporía. Es un dar y recibir que hace al lector consciente de las aperturas en juego y de la naturaleza polisémica del pasado.

Lo que propongo es un modo de escribir historia que proporcione un poros o camino hacia el pasado que active la ontología latente haciéndolo presente, pero sin privilegiar esa presencia de la manera en que lo hace la narración realista ontológica. Al hacerlo así, este enfoque habita y se apropia de los compromisos metodológicos y probatorios del trabajo histórico tradicional, pero de una manera que hace evidentes y legibles los límites y las barreras del método histórico convencional. De este modo, no están justificados los temores de que un enfoque deconstructivo conduzca inevitablemente al relativismo, dado que se conservan los mismos métodos de la disciplina histórica.

Los movimientos de desconstrucción no afectan [solliciter] a las estructuras desde afuera. Sólo son posibles y eficaces y pueden adecuar sus golpes habitando estas estructuras. Habitándolas de una determinada manera, puesto que se habita siempre y más aún cuando no se lo advierte. Obrando necesariamente desde el interior, extrayendo de la antigua estructura todos los recursos estratégicos y económicos de la subversión, extrayéndoselos estructuralmente, vale decir sin poder aislar en ellos elementos y átomos, la empresa de desconstrucción siempre es en cierto modo arrastrada por su propio trabajo52.

Por tanto, abogamos por trabajar desde dentro para exponer las limitaciones y restricciones de la práctica histórica. Tal enfoque opera dentro de la tradición histórica para desestabilizarla y, como tal, siempre es consciente de que el pasado es una aporía, trabajando activamente para remover el terreno sobre el que se ha establecido. Esto debe hacerse mediante lo que Derrida ha llamado un doble gesto (un double geste) o una doble sesión (la double séance) en la que «hay que invertir el concepto tradicional de historia y al mismo tiempo marcar la separación, velar para que no pueda ser, en razón de la inversión y por simple hecho de conceptualización, reapropiado»53. Aquí, el pasado posible que se relata no puede excluir otros posibles pasados y, por tanto, permanece necesariamente abierto a otros pasados alternativos posibles. «Hay que avanzar por lo tanto un gesto doble, según una unidad a la vez sistemática y como apartada de sí misma, una escritura desdoblada, es decir, multiplicada por ella misma»54.

Sin duda, la ontología latente del pasado está limitada y constreñida por nuestra imaginación en el presente: por lo que podemos imaginar como posible. Sin embargo, las partes latentes y perdidas del pasado nos perturban y aunque muchos historiadores convencionales podrían tratar de oprimirlas como si encasquetaran un gorro apagavelas sobre una luz, o dejarlas atrás como Ichabod hizo con el Jinete sin cabeza, es una locura pensar que el pasado es simplemente lo que nosotros relatamos que es. En cambio, los historiadores deben esforzarse por fijar una metodología histórica que sea proporcional, si no adecuada, al pasado. Porque inevitablemente lo que está latente, las partes perdidas del pasado, nos serán lanzadas como la cabeza cortada de un jinete de Hesse.

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*Traducción del artículo realizada por el Dr. Anaclet Pons.

2 Ethan Kleinberg, Haunting History. For a Deconstructive Approach to the Past (Stanford, Calif.: Stanford University Press, 2017). [El término «haunting» –que aparece en el título del libro y de este ensayo, y que se repite a lo largo de todo el trabajo, como adjetivo, sustantivo o verbo– resulta difícil de traducir, por su polisemia. Por ello, hemos optado por «Los fantasmas de la historia», atendiendo a los distintos espectros a los que en el texto se refiere].

3[Debemos hacer constar que el autor utiliza un lenguaje inclusivo, no sexista, en su escritura, algo que no hemos mantenido en la traducción para evitar los desdoblamientos, aunque intentando no abusar del masculino genérico].

7[El término procede de Jacques Derrida, de su Espectros de Marx. El Estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, trads. José Miguel Alarcón y Cristina de Peretti (Madrid: Trotta, 1995). Los traductores nos indican que «la palabra “fantología” trata de cubrir, en castellano, las siguientes dimensiones del neologismo derridiano hantologie: alusión a hanter, hantise, hanté(e). (…) Para ello, se ha respetado «fant- por su relación con el fainein (fantasma, fantasía, etc.); alusión a la ontología, a una ontología asediada por fantasmas; alusión al modo típico de ser del asedio en la actualidad: la imagen “teletecnomediática”», 24].

9Irving, La leyenda de Sleepy Hollow.

10Irving, La leyenda de Sleepy Hollow.

11Irving, La leyenda de Sleepy Hollow.

12Irving, La leyenda de Sleepy Hollow.

14Irving, La leyenda de Sleepy Hollow.

15Derrida, Espectros de Marx, 24- 25.

16Derrida, Espectros de Marx, 23.

18Mink, La comprensión histórica, 96.

19Mink, La comprensión histórica, 63.

20Mink, La comprensión histórica, 63.

21Mink, La comprensión histórica, 63.

23Derrida, La escritura y la diferencia, 315.

25Charles Dickens, Cuentos de Navidad.

26Dickens, Cuentos de Navidad.

28Dickens, Cuentos de Navidad.

29Dickens, Cuentos de Navidad.

31Derrida, «La Différance,» 47.

32Me distancio un tanto de Derrida porque veo que esto es aplicable a todas las «historias», ya sean escritas u orales, mientras que Derrida hace aquí una distinción entre la comunicación «escrita» y la «oral». Esto se debe a que entiendo que hacer presente el pasado a través de la transmisión es una forma de «escritura» y, por tanto, diferente de lo que Derrida describe como «comunicación oral». Véase Haun Saussy, The Ethnography of Rhythym: Orality and its Technologies (Nueva York: Fordham, 2016).

34Derrida, «Firma, acontecimiento, contexto,» 358.

35Derrida, «Firma, acontecimiento, contexto,» 358.

36Derrida, «La Différance,» 43.

37Derrida, «La Différance,» 42.

39Kofman, Comment s’en sortir?, 18.

41Derrida, «La Différance», 60 [En el original francés y en la versión inglesa se dice traquait/tracking con el sentido de «rastrear», más que de «ojear», que es lo que se nos propone en esta traducción. Así, Derrida dice: «qui a cru qu'on traquait jamais quelque chose, plutôt que des pistes à dépister?». Jacques Derrida, Marges de la Philosophie (París: Éditions de Minuit, 1972), 26].

42Kofman, Comment s’en sortir?, 19-20.

44Thompson, La formación de la clase obrera, 30.

45Thompson, La formación de la clase obrera, 27.

47Como he señalado en el primer capítulo de mi libro, uno de los impulsos para la introducción de la deconstrucción en el campo de la historia fue la sensación de que la propia historia social había cerrado otros posibles modos de investigación y que el campo de la historia intelectual tenía que encontrar un nuevo camino. Véase: Kleinberg, Haunting History, XX; y Dominick LaCapra y Steven L. Kaplan, eds., Modern Intellectual History: Reappraisals and New Perspectives (Ithaca y Londres: Cornell University Press, 1982), 8.

49En Derrida, el pasaje dice: «Nunca se puede exponer más que lo que en un momento determinado puede hacerse presente, manifiesto, lo que se puede mostrar, presentarse como algo presente, algo presente en su verdad, la verdad de un presente, o la presencia del presente. Ahora bien, si la diferancia es (pongo el «es» con una tachadura) lo que hace posible la presentación del presente, ella no se presenta nunca como tal. Nunca se hace presente». Derrida, «La Différance», 41. [La traductora de Derrida propone verter différance como diferancia].

50Derrida, La escritura y la diferencia, 400

51Derrida, Posiciones, 60.

53Derrida, Posiciones, 79.

54Derrida, Posiciones, 54.

Recibido: 27 de Diciembre de 2019; Aprobado: 02 de Marzo de 2020

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Doctor en historia por la UCLA, Profesor de History and Letters en Wesleyan University. Últimas 3 publicaciones: Haunting History: For a Deconstructive Approach to the Past (Meridian: Crossing Aesthetics series, Stanford University Press, 2017); «Where is Benjamin?,» Politics, Religion and Ideology Vol. 18, n° 2 (2017); «Just the Facts: the Fantasy of a Historical Science,» History of the Present: a journal of critical inquiry Vol. 6, n° 1 (2016).

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