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Aletheia. Revista de Desarrollo Humano, Educativo y Social Contemporáneo

versión On-line ISSN 2145-0366

Aleth. rev. desarro. hum. educ. soc. contemp. vol.9 no.2 Bogotá jul./dic. 2017

 

Artículos de investigación

Dimensión afectiva de la sexualidad: posibilidades para la construcción del tejido social con los otros

Affective Dimension of Sexuality: Possibilities for the Construction of Social Network with Others

Dimensão afetiva da sexualidade: possibilidades para a construção do tecido social com os outros

Angélica María Navarro-García* 

Adriana Arroyo-Ortega** 

* Magister en Educación y Desarrollo Humano, Cinde/Universidad de Manizales. Profesora de cátedra, Facultad de Enfermería, Universidad de Antioquia, Colombia. Profesora de Cátedra Tecnológico de Antioquia. Correos electrónicos: angiearvi@gmail.com, amnavarro@tdea.edu.co; angelica.navarro@udea.edu.co. Código orcid: https://orcid.org/0000-0003-3212-9530.

** Doctora en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud de la alianza Cinde/Universidad de Manizales. Docente-investigadora, Cinde, Colombia. Correo electrónico: adriana.arroyo.ortega1@gmail.com. Código orcid: https://orcid.org/0000-0002-9522-4116.


Resumen

En este texto se resalta la importancia que tiene la sexualidad para todas las personas, especialmente la construcción afectiva, enfatizando en las relaciones con los otros e iniciando con la vinculación familiar y posterior expansión a otros círculos sociales, tanto desde sus posibilidades éticas y de tejido social que afectan, a su vez, la reconfiguración subjetiva, como desde la potencia que tiene experimentar los sentidos, la caricia, el tacto y el contacto, como manifestaciones de seguridad y apoyo que permiten, a través de la corporalidad, el reconocimiento de sí mismo, amenazadas, a su vez, por la globalización tecnológica que limita en muchos escenarios este encuentro; allí, la educación es pieza clave para evitar las afectaciones de estos fenómenos, especialmente en las vidas juveniles. Para esto abordaremos la sexualidad desde la dimensión afectiva teniendo en cuenta tres ejes clave: primero, la pregunta sobre qué es el afecto y la sexualidad en las relaciones cotidianas; segundo, el afecto como elemento central de la subjetividad; tercero, la importancia del contacto, el tacto y la contemplación del otro, para finalizar con un cierre que retoma los aspectos clave planteados.

Palabras clave: Afecto; alteridad; experiencia; sexualidad

Abstract

This text highlights the importance of sexuality for all people, especially the affective construction, emphasizing relationships with others, starting with the family bonding and subsequent expansion to other social circles, from their ethical possibilities and of social network that also affect the subjective reconfiguration. Likewise, it emphasizes the power of experiencing the senses, caress, touch and contact, as manifestations of security and support that allow through corporality the recognition of oneself. All of this threatened by the technological globalization which limits in many scenarios this encounter; therefore, education is recognized as a key piece to avoid the affectations of these phenomena, especially in youthful lives. For this, we will approach sexuality from the affective dimension considering three key axes: first, the question of what affection and sexuality are in everyday relationships; second, affection as a central element of subjectivity and third, the importance of contact, of the touch and the contemplation of the other.

Keywords: Affection; alterity; experience; sexuality

Resumo

Neste texto, ressalta a importância da sexualidade para todas as pessoas, especialmente a construção afetiva, fazendo ênfase nas relações com os outros e iniciando com a vinculação familiar e posterior expansão a outros círculos sociais, tanto desde suas possibilidades éticas e de tecido social que afetam, ao tempo, a reconfiguração subjetiva, quanto desde o potencial que implica experimentar os sentidos, a caricia, o tato e o contato, como manifestações de seguridade e apoio que permitem, através da corporeidade, o reconhecimento de sim mesmo, ameaçadas, ao tempo, pela globalização tecnológica que limita em muitos âmbitos esse encontro; ali, a educação é peça fundamental para evitar as afetações desses fenômenos, especialmente nas vidas juvenis. Para isso abordaremos a sexualidade desde a dimensão afetiva levando em conta três eixos fundamentais: primeiro, a pergunta sobre que é o carinho e a sexualidade nas relações quotidianas; segundo, o carinho como elemento central da subjetividade; terceiro, a importância do contato, o tato e a contemplação do outro, para finalizar retomando os aspectos fundamentais propostos.

Palavras chave: Afeto; alteridade; experiência; sexualidade

Este artículo forma parte del estudio "Experiencias en sexualidad de cuatro jóvenes del programa Tecnología en Histocitotecnología del Tecnológico de Antioquia - Institución Universitaria", realizado en el marco de la Maestría en Educación y Desarrollo Humano de la alianza entre la Fundación Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano (Cinde) y la Universidad de Manizales, dando cuenta en él de la reflexión en torno a la sexualidad desde la dimensión afectiva.

Como lo plantea Curiel (s.f., p. 11), "La sexualidad empezó a ser estudiada en el campo de las ciencias sociales desde disciplinas como la medicina, la psiquiatría y la psicología, incluso antes por la teología, cuya perspectiva fue la normalización, la patologización y la prescripción". Estas trayectorias de reconfiguración del poder sobre la sexualidad, de sus tensiones y paradojas nos muestran la manera como se abre un nuevo campo de estudio, dando cabida a un saber científico positivado sobre los comportamientos sexuales de los sujetos, lo que genera un plano de perspectivas gubernamentales1 de regularización de la vida desde lo sexual, respecto al comportamiento deseable por parte de las personas.

Aún hoy la sexualidad, especialmente la juvenil, sigue siendo vista desde el riesgo y muchas veces desde el tabú, pero muy poco logra hablarse en los espacios sociales y en las instituciones educativas de la potencia positiva que la vivencia de la sexualidad genera en los individuos y su desarrollo, especialmente en los jóvenes. No se trata, desde luego, de desconocer situaciones como los embarazos tempranos y las infecciones de transmisión sexual, pero sí ampliar las reflexiones sobre la sexualidad juvenil más allá de estos temas normalmente tratados.

Al referirnos a la sexualidad no estamos hablando solo de aspectos anatómicos y genitales, sino que entendemos un amplio conjunto de entramados socioafectivos, corporales y lingüísticos que se inscriben en la cultura y se producen a partir de ella. La sexualidad es entendida desde este artículo como "una institución simultáneamente material y simbólica" (Braidotti, 2004, p. 39), en la que retomamos aspectos como el género, el erotismo, la reproducción y el afecto.

Será en esta última dimensión, la afectiva, en la que se centrara la mirada de este texto, ya que la sexualidad se ha abordado desde organismos internacionales y nacionales, especialmente desde su función reproductiva, debido, en parte, a la explosión demográfica poblacional que se dio en los años sesenta, lo cual obligó a crear planes, programas y políticas que se han venido enseñando hasta nuestros días (Unesco, 2010), pero también a los intentos normalizadores que se suscitan detrás de muchas de estas iniciativas.

De manera más reciente, han empezado a surgir una serie de discusiones y nuevas posturas en torno a esas otras dimensiones de la sexualidad que están más allá de lo reproductivo, entre las cuales tenemos: la teoría de los cuatro holones de Rubio Aurioles (1994), La "ética del placer" propuesta por Hierro (2003), la afectividad que plantea Irigaray (1998), entre otros autores, por lo que este escrito espera contribuir al debate ya existente sobre el tema.

La sexualidad y el afecto en las relaciones cotidianas

Las investigaciones, las reflexiones y los estudios relacionados con la sexualidad y sus dimensiones afectivas, reproductivas, eróticas y de género (Rubio Aurioles, 1994) invitan a que consideremos qué es la sexualidad, por qué recibe tanta atención y cómo se traslada esto a la cotidianidad. ¿Qué más podemos decir que ya no se haya dicho al respecto? Quizás nada más allá de la posibilidad de interrogar lo que parece la mayor e incuestionable naturalidad: las posibilidades del relacionamiento desde lo afectivo en la inmediatez cotidiana. ¿Por qué desacomodarnos de las certezas instaladas y reflexionar sobre lo afectivo? ¿Qué certezas tenemos de lo afectivo que despierta tanto interés? Especialmente cuando como lo plantea Illouz:

Las configuraciones afectivas en la actualidad están -al igual que los sujetos que las generan- enmarcadas en los escenarios del capitalismo en el que a la vez que se reconoce su importancia también se asiste a la pérdida de la emoción afectiva en cuanto a su intensidad y espontaneidad, debido en parte a la liberación sexual que ha hecho que la sexualidad no necesite ya sublimarse y que la experimentación se constituya en un requisito de la autorrealización. (2009, p. 362).

En esa medida es necesaria la comprensión de los sujetos no solo en este marco, sino, adicionalmente, como tramas de entre-cruzamientos afectivos que al compartir el mundo con otros, sus experiencias, emociones y sensaciones, va construyendo su propia idea de sexualidad, que inicia en el núcleo familiar y que se va complementando por medio de las vivencias que se dan, ya sea en la escuela, con los pares o entre otros contextos socioculturales.

La sexualidad empieza por el reconocimiento de sí, del cuerpo propio, gustos, pensamientos e intereses, pero también por reconocer al otro, su cuerpo, ideas, emociones y sentimientos, que lo hacen un ser humano singular y no un objeto que puedo poseer o reclamar. Como lo expresa Pisano (2004, p. 151), "El espacio de la sexualidad ha sido el lugar de las prohibiciones y sanciones, el lugar de los pecados impuestos, principalmente, sobre el cuerpo de las mujeres", pero también es el espacio en el que se han configurado de manera fuerte las perspectivas del miedo, el odio y el consumo. Por esto para la autora (2004, p. 152) "Entender hoy el espacio de la sexualidad como un lugar importante de aprendizajes y de comunicación, que usa el lenguaje del cuerpo y de todos los sentidos, es un cambio radical" que comienza a generarse desde las posibilidades de encuentro con el otro, visto no desde la postura colonial de la posesión o la destrucción física o simbólica (Skliar y Téllez, 2008), sino de la aceptación de ese otro en su radical diferencia, su extrañeza, opacidad y posibilidad subjetiva.

El otro del que hablamos no puede ser ubicado como el sujeto subalterno, marginalizado, invisibilizado, sin voz, o el que debe ser desrracializado o estereotipado, y que solo es útil para un intercambio sexual

o para ser visto como un objeto que se consume. Por el contrario, nos referimos a la sexualidad que se vivencia con otro al que no se le usurpa su voz, ni su cuerpo, que puede ser él o ella desde su singularidad, desde la aceptación de la pluralidad y la diferencia que nos habita y que no está puesta solo en los demás. En esa medida, las diversas opciones sexuales, las disímiles formas de vivir la sexualidad, no solo deben tener cabida y reconocimiento pleno en las sociedades contemporáneas, sino que explicitan las convenciones de construcción del otro que hemos venido históricamente generando como sujetos y colectividades.

Es importante en este contexto no ignorar las distintas y crueles formas de violencia física y simbólica que han sufrido los jóvenes en nuestra sociedad, especialmente en un país como Colombia que ha tenido en el centro de su conflicto armado histórico la eliminación de la diferencia como asunto clave, y que ha llevado a "limpiezas sociales" sufridas por quienes tienen una opción sexual distinta o no son considerados útiles en el sistema social capitalista. Como lo expresa el Centro Nacional de Memoria Histórica (2015, p. 18), "Nuestra sociedad se encuentra fracturada. Una larga historia de problemas sociales sin resolver ha llevado a una confrontación armada que ha disminuido las posibilidades del afecto y el reconocimiento de los otros y otras".

En este sentido existen regímenes de poder-saber, como lo diría Foucault (1998), que todo el tiempo se orientan hacia normalizar y reglar la conducta sexual de las personas y que se concretan cotidianamente en las realidades sociohistóricas del país, pero que tienen, además, en los rechazos sociales y afectivos sufridos, y en las estigmatizaciones y señalamientos formas de violencia simbólicas que deben ser analizadas también.

El gran problema que las violencias sexuales plantean es el de la eliminación de la mirada del otro, un mirar del otro que descubre la diferencia. En esa medida "no habría relación con el otro si su rostro, su cuerpo, su voz, su silencio, su espacialidad, son ignorados" (Skliar y Téllez, 2008, p. 104) y si seguimos viéndolo solo como una anatomía, carne, un objeto o un extraño al que dirijo la mirada exclusivamente para conseguir determinados fines.

En este marco contextual, el afecto se configura como la posibilidad de no instrumentalizar al otro, de generar aprendizajes sobre sí mismo a partir de la relación con ellos y ellas. El joven que se entrecruza en una relación afectiva es un sujeto que se estremece, aprende, enseña, sufre, desea, sonríe y ríe, llora, en suma, siente. Podría pensarse, entonces, que la afectividad como dimensión de la sexualidad hace la vida más intensa y genera reconfiguraciones de sí, en clave del cuidado de sí y de los otros, pero también del conflicto, las pasiones y la heterogeneidad de la afectividad y su producción cultural.

El afecto, elemento central de las reconfiguraciones subjetivas

El campo afectivo se constituye en oposición a la vinculación racional y al sujeto de la racionalidad moderna que desconocía o minimizaba otras formas de relacionamiento, estableciendo la razón como el supremo valor. Esto ha sufrido cambios y reconfiguraciones que han permitido establecer un tipo de subjetividad nómade, como lo plantea Braidotti (2000), en el que se genera esa "progresión vertiginosa hacia la deconstrucción de la identidad, molecularización del yo" (p. 48). Son subjetividades distintas, emergentes, en reconfiguración constante, que incluyen lo afectivo como potencia vital.

Desde ahí es fundamental reconocer que el sentimiento de afecto inicia por esa apertura a dejarse afectar; ese estar afectado por la presencia o ausencia del otro es ya el comienzo de lo afectivo y lo convierte en una pieza clave en el desarrollo del ser humano. Desde la mirada del desarrollo humano, el afecto viene dado por una serie de vínculos que se inician en escenarios tan inmediatos como la familia, en el momento en que se presenta esa primera acogida; es allí donde se empiezan a crear una serie de expresiones y lazos que se van generado con el paso del tiempo y el compartir, que, en muchos casos -no en todos- conllevan a la construcción del vínculo relacional y amoroso con los padres y otros miembros del grupo familiar. Las primeras expresiones de afecto se viven en el espacio familiar y de eso depende la interrelación con los otros dentro de la cultura y la sociedad preestablecida.

Así, los jóvenes participantes de la investigación reconocen que la familia es importante en sus vidas en la formación del vínculo afectivo: "Yo amor siento mucho por mis papas y los valoro mucho" (Joven 2). Es esta valoración familiar que se traduce en estabilidad emocional; he ahí la importancia del vínculo afectivo familiar.

Coincidiendo con Melich cuando afirma al respecto que "el recién nacido tiene que ser acogido y recibido por una familia que hará la función de introducirlo en un mundo, el suyo y el de los otros. Sin la acogida del ámbito familiar, no hay posibilidad de vida humana" (Mèlich, 2002, p. 35), consideramos que la acogida dentro de la familia es primordial, pues genera vínculos que introducen al sujeto en la relación con los otros y en la manifestación de la afectividad.

Un sujeto al nacer y en su desarrollo necesita de vínculos afectivos fuertes que le ayudarán en la configuración de su subjetividad y en la posibilidad de construir lazos relacionales, mundos conjuntos posibles con otros a lo largo del espacio vital. Ahora bien, los cambios en las estructuras y en las nociones de familia que tenemos en la contemporaneidad, nos plantean también el estudio de nuevos vínculos y nuevas redes afectivas que se vienen desarrollando, especialmente cuando la afectividad no se circunscribe a lo que desde la familia -sin desconocer su importancia- instaura en esos primeros momentos de socialización, sino que va reconfigurándose en las subjetividades a partir de las experiencias que se van generando en la historia biográfica y en las posibilidades de expansión de esta. Precisamente como lo plantea Braidotti (2000) las subjetividades actuales, nómades como ella las denomina, son capaces de recrear el hogar -y, por ende, construir rutas afectivas- en cualquier parte.

Así, una de las jóvenes participantes, al sentir el rechazo paterno, construye una ruta afectiva alterna con su esposo:

Yo a mi papa no lo veía. Fueron experiencias muy tristes [...] mi esposo siempre me ha sobrepuesto ante muchas cosas, son cosas que le llegan a uno y yo creo que es difícil encontrar una persona que te quiera y te valore. (Joven 3).

Por lo que retomando lo planteado por Braidotti (2009, p. 206), la afectividad para este artículo se entiende como "la fuerza que trata de satisfacer la capacidad de interacción y libertad del sujeto". Así, en el afecto se da un juego de percepciones intersubjetivas, en el que ponemos en escena toda una serie de sentimientos, pensamientos y emociones, que manifestamos desde esa búsqueda del encuentro, la amistad, el amor y la construcción de lazos con los otros.

Lo afectivo es lo que nos moviliza a tener un acercamiento profundo con el otro, a dejarnos impactar por el sujeto que tiene implícita una historia y que me ayuda a la construcción de la propia narrativa. Como bien lo explica Braidotti (2009, p. 206), "La expresión de afectos positivos logra que el sujeto dure o persista: es una fuente de energía rescatable a largo plazo situada en el núcleo afectivo de la subjetividad". El afecto, entonces, no solo tiene una dimensión estética, sino también ética y política, porque siempre nos lleva a lo relacional, a los otros, pero también se entrecruza con lo educativo y lo pedagógico desde la pregunta que, como lo expresa Pueblos en camino (2017, p. 169), es cada vez más necesario hacernos: "¿Cuándo nos vamos a mirar a los ojos, tocarnos los cuerpos, encontrarnos en el afecto, descubrirnos como seres humanos con los otros seres de la vida?".

Especialmente el afecto pasa indudablemente por la experiencia corporal, los sentidos, el tacto, el contacto, la escucha, la mirada amorosa que contempla al otro, al mundo mismo del que se forma parte por lo relacional y "puesto que cada ser humano se define por su conatus, es decir, por su conectividad y, en consecuencia, por su sociabilidad, las dimensiones social y política están incorporadas en el sujeto" (Braidotti, 2009, p. 209). No hay entonces fracturas entre lo personal y lo político, y aunque el afecto se manifiesta desde el interior del sujeto y pareciera que es particular de cada cual, no puede seguir viéndose lo afectivo como un asunto solo de lo privado y lo personal, sino que vale la pena resaltar la dimensión política y ética de este, porque es un aspecto que se externaliza e implica al otro.

Así, la afectividad se constituye en un elemento clave en el proceso subjetivo, relacionada con la visión y la temporalidad intima del sujeto, pero también con la circulación en lo público, la construcción que hacemos del otro y las relaciones propias del entre nos, de la vulnerabilidad que implica siempre la interrelación con otras y otros, pero también de la potencia de las relaciones, especialmente porque "una vida ética persigue aquello que mejora y fortalece el sujeto sin hacer referencia a valores transcendentales, sino poniendo el acento en la conciencia de la interconexión de cada uno con los demás" (Braidotti, 2009, p. 225).

En ese circuito entre el yo, el otro, lo otro y finalmente la construcción de un "nosotros", como nos lo plantea Touraine (1995), permanece la enfática pregunta que su nueva sociología nos hace: ¿podremos vivir juntos?, lo que implica un esfuerzo por comprendernos desde otras ópticas e intereses.

La afectividad se configura entonces como esa posibilidad que desde la experiencia vivida "comporta el despliegue de agenciamientos que movilizan la pluralidad, la singularidad, la creación de alternativas y no la fabricación de la homogeneidad" (Skliar y Téllez, 2008, p. 129), sino la construcción de espacios amorosos, de respeto, de encuentro de los cuerpos y de las diversas subjetividades.

La importancia del contacto, el tacto y la contemplación del otro

El tacto es un sentido que se desarrolla casi desde que se nace, son los primeros cuidadores de un niño quienes, al tener contacto con él, propician relaciones y vínculos afectivos de seguridad que repercuten en la formación y la construcción del sujeto. Por tanto, se podría decir que el contacto físico amoroso en una relación con otras personas nos propicia seguridad, apoyo y solidaridad, lo que permite la construcción mutua de la sexualidad.

La contemplación del otro, la mirada frente a frente pero también el contacto, la sensorialidad de la piel me permiten observar y percibir a los otros más allá de su superficialidad material, me permite conocerlos, a la vez que me voy conociendo a mí mismo, al encontrarme como ser humano en esos encuentros, devenir como sujeto y, a la vez, propiciar espacios para que los otros también sean lo que quieren ser. Sin el contacto, el "puente hacia el devenir" como lo llamaría Irigaray (1998), extendido entre los sujetos, se podría ver forzado a deshacerse, pues se daría paso a una distancia inmensa, siendo el tacto ese vínculo que da seguridad al relacionarnos.

El contexto de las globalizaciones actuales y los escenarios de medios digitales y de comunicación han traído consigo importantes avances para las sociedades, pero, a la vez, como reverso de la moneda, han creado una gran distancia en las relaciones, dificultando la posibilidad de construcción de un nosotros en un horizonte crítico, como señala Touraine (1995). Estas maneras de vivir las relaciones han hecho que el contacto y la contemplación entre los sujetos se desvanezcan en un universo virtual o en demasiados asuntos que atender bajo la premisa de la productividad, con menos espacios para el encuentro y la construcción de relaciones, creando sujetos cada vez más solitarios y menos solidarios, más solos, menos tolerantes y más inseguros. Es una soledad que no se configura solo en la adultez, que sienten ya niños y jóvenes y que se refiere también a la imposibilidad del encuentro con los otros que hace poco posible "nuevas y plurales formas de pensar, de decir, de sentir y de vivir" (Skliar y Téllez, 2008, p. 129).

Pero ¿cómo hacer que ese contacto y esa mirada entre los sujetos vuelva a retomar su fuerza en un mundo invadido cada vez más por los medios tecnológicos? Ese es el gran reto de esta época, propiciar esos espacios de encuentro personal donde el lenguaje del cuerpo juega un papel fundamental sin que eso implique una vuelta al pasado, pero sí una reconfiguración de las relaciones desde las implicaciones tecnológicas. Los escenarios educativos -que no se limitan a los de la institucionalidad- son pieza clave en este proceso de búsqueda, pero también, desde luego, las propias apuestas de los sujetos que conforman el espacio social.

Quizás sea necesario pensarnos como corporalidad, reconociendo que el pensamiento y la razón son procesos también afectivos, corporizados, dinámicos. "Comprender las pasiones es nuestra manera de experimentarlas y ponerlas de nuestro lado" (Braidotti, 2009, p. 224), y, en esa medida, somos cuerpos que pueden encontrarse, cuerpos plurales que se reconocen y desde los cuales se puede crear comunidad.

Estas diferencias son muy importantes, puesto que al momento de encontrarse e interaccionar con los otros se presentan nuevas maneras de enfrentar las relaciones y diversas intenciones que permitirán tener una percepción de la diversidad en las relaciones intersubjetivas. Desde esta perspectiva, la caricia se convierte en un llamado, en una puerta de entrada a construir conjuntamente mundos posibles. La caricia, como la plantea Irigaray (1998, p. 39), "es además invitación al reposo, a la distensión, a otro modo de percibir, de pensar, de ser: más calmo, más contemplativo, menos utilitario", en donde exista un reconocimiento del otro, de su cuerpo, de lo que es él como sujeto desde lo político, lo ético y lo estético.

Como lo propone Irigaray (1998, p. 55), "Amarse exige tal vez mirar juntos lo invisible, abandonar la vista a la respiración del corazón, del alma, conservarla carnal, sin fijarla en un blanco" y atrevernos a reconocer la importancia que tiene el afecto, el amor en nuestra vida y en la expansión de nuestra subjetividad, ejerciendo un discurso y una práctica amorosa que sea una forma de resistencia enérgica que propicie "cuerpos alegres abiertos al acontecimiento y al cuidado de sí mismos" (Skliar y Téllez, 2008, p. 131).

Enunciarse como sujeto de afectos, abierto a la potencia y a la posibilidad de dejarse afectar por el eco afectivo que emerge en el aquí y ahora, se disloca a partir de las relaciones y configuraciones de mundo común que establecemos con otros sujetos, e implica una multitud de posibilidades desplegadas en diversas formas de construcción del tejido social. Este ha sido -en el caso colombiano, pero no exclusivamente en este enclave geográfico- históricamente lesionado por la violencia y requiere nuevos elementos de reconfiguración. La potencia afectiva que los sujetos construyen entre sí, especialmente los jóvenes, propician esas posibilidades de resistencia que plantean Skliar y Téllez (2008, p. 131) cuando explicitan:

[...] lo que hemos de procurar es resistir a las fuerzas que debilitan nuestra potencia de hacer cosas por la vida, la propia y la de otros, tanto como dirigir nuestros esfuerzos a la composición de un cuerpo más alegre y más potente en los encuentros que propician la creación de nuevas formas de vivir en común exponiéndonos al otro de la diferencia.

Esto se expresa de manera clara en los movimientos juveniles, en los colectivos de resistencia que los jóvenes han venido generando, silenciosamente en algunos casos, tímidamente en otros y con una fuerza inusitada la mayoría de las veces. En ellos encontramos una actitud hacia el presente, un modo de conducirse desde la resistencia a la violencia y el desgarramiento del tejido social que lo han constituido como un cuerpo sujetado a otro y a sí mismo, como un sujeto de tensiones y contradicciones, pero también de la potencia, la posibilidad y la búsqueda, de la emergencia y la utopía.

Muchos de estos jóvenes, ya sea desde colectivos e incluso de manera individual, consideran que es preciso estar en las fronteras, desde los márgenes agenciando nuevas formas de relacionamiento, de construcción afectiva, de implicaciones políticas, éticas y estéticas que nos lleven a replantear lo que son, lo que somos como sociedad y como país. Las formas de afecto que, desde sus distintos contextos, agencian los jóvenes hoy son diversas, tan diversas como los sujetos juveniles. Las afectividades actuales de los jóvenes están atravesadas por las mediaciones tecnológicas, la liquidez del mundo contemporáneo y del amor mismo, la comunicación instantánea, sus miedos, pero también por las necesidades de contacto e, incluso, por las ausencias.

Finalmente, el afecto como afectación e inquietud por el otro y por sí mismo nos daría la clave para comprender cómo en la erótica de la vida estarían otras formas de dar un lugar a las relaciones humanas, otras formas de tejer a partir de relaciones más auténticas y, por ello, más tolerantes y comprensivas con los demás, más generosas y vinculantes. Recuperar y fortalecer la dimensión afectiva es una tarea educativa a la que todos estamos abocados, redescubriendo la corporalidad y su afectividad como lo esencial para trascender las sexualidades de lo solo reproductivo y generar nuevos relacionamientos.

Este abordaje nos exige recuperar el valor poético de la vida y de las cosas, en el que los espacios y las experiencias aparecen enriquecidas de múltiples metáforas. La interpretación poética de la vida vivida nos aparece, entonces, como la posibilidad que desde la caricia y la palabra se nos permita descentrar la condición humana de un único fin: el productivista, que hasta entonces ha imperado.

Para el cierre: puntos de salida y rutas de enlace afectivas

A manera de cierre a esta aproximación sobre la sexualidad y el afecto, es importante resaltar dos aspectos especialmente significativos que se desprenden de lo planteado por su potencial para el debate, pero también para abrir la mirada sobre procesos investigativos que puedan interrogar lo afectivo. En primer lugar, consideramos central la importancia que tiene el hecho de que se pueda generar socialmente desde la sexualidad una apuesta ética y política de reconocimiento de lo afectivo que genere posibilidades de interacción con los demás y que permita realmente vivir juntos, coexistir desde la diferencia y generar nuevos espacios de construcción colectiva. Como lo plantea Hierro desde lo afectivo y especialmente desde "el auto-amor se guían las decisiones éticas, con el ejercicio de la prudencia, la solidaridad, la justicia y la equidad" (Hierro, 2003, p. 43).

En segundo lugar, relacionado con el elemento anterior, estaría la posibilidad educativa que despliegue "otra manera de sentir el mundo, otra manera de hacernos en la relación con el otro y con nosotros mismos" (Skliar y Téllez, 2008, p. 145) que haga menos inhóspita la vida en común, en la búsqueda de que el contacto y la observación amorosa, que son de gran importancia en la construcción de la sexualidad, posibiliten que no nos anulemos unos a otros y, por lo contrario, crezcamos en la solidaridad, permitiéndonos mutuamente constituirnos como sujetos firmes y seguros, y, por ende, en el reconocimiento de ese otro, otra, como un ser único y potencial.

Para Skliar y Téllez (2008, p. 147), la "creación pedagógica implica, de una forma u otra a lo afectivo". Esto tiene que ver con que los recién llegados al mundo se abran y comprendan lo que (nos) pasa, resaltando el carácter práctico del comprender que, siguiendo a Deleuze y Guattari (1988), "no se requiere únicamente una comprensión filosófica de la vida dada por los conceptos, sino que también se requiere de una compresión no filosófica". Esta debe permitir que desde la hospitalidad que se le brinde a los niños y jóvenes que habitan al mundo se les enseñe la importancia del afecto, el amor, el encuentro y la aceptación de la diferencia.

En esa medida, la familia, la sociedad y el Estado como corresponsables de estos procesos son los llamados a transformar estos escenarios, y, contando con la participación de niños y jóvenes, contribuir a que puedan ser más amorosos, menos violentos, ampliando la perspectiva del circulo ético y preguntándose por la responsabilidad con las generaciones presentes y futuras.

Esto implica que desde los espacios académicos y sociales no solo se deje de considerar lo afectivo parte exclusiva del mundo privado de las personas, sino que se le reconozca la potencia ética y política que se configura desde ahí. Además, como sociedades y sujetos debemos estar dispuestos a encontrarnos con lo extraño, lo diferente y lo similar, permitir que nos habite la incertidumbre y que "lo que pasa nos pase, nos concierna, nos conmueva", (Skliar y Téllez, 2008, p. 146) nos afecte y nos movilice como esas líneas de fuga que nos acercan a los otros, a nosotros mismos.

Quizás esta posibilidad educativa no pueda concretarse desde los métodos tradicionales de enseñanza y exija la reflexión pedagógica, precisamente por la aceptación de la potencia rizomática de lo afectivo como creación libre, que permita que elementos y posturas subjetivas y estéticas como la literatura, las artes plásticas, el teatro, la música y el cine lleguen a ser parte también de los escenarios educativos y sus currículos, configurando nuevas formas de relacionamiento entre quienes forman parte de la práctica pedagógica.

Así, queda expuesto el reto de recibir y acoger a los recién llegados al proceso educativo, explicitando el afecto como potencia para la formación y clave en la construcción subjetiva y colectiva de la cultura, pero también la riqueza de la experiencia existente en jóvenes y niños al respecto, quienes saben de manera intuitiva, tal vez, de lo esencial; como lo plantea Larrosa, "la experiencia de la vida es nuestra experiencia, el vivir la vida supone estar abiertos a lo que nos pasa. Y si nada nos pasa la vida no cambia" (2003, p. 614). Es necesario que la vida cambie y nosotros con ella, la educación debe interrogarse siempre a este respecto.

Pues bien, lo que aquí hemos planteado implica concebir la educación, pero también los otros escenarios sociales del desarrollo humano, como una posibilidad para forjar otras formas de encuentros para generar la aparición y el desenvolvimiento de los cuerpos en la diferencia. Esto implica una mirada analítica al proceso educativo (Lopera y Zuluaga, 2010), pero, sobre todo, para reflexionar sobre la importancia de lo corporal del tacto y del contacto que nos aleje de los gestos de la violencia, de la posesión del otro, de la invasión de los cuerpos. Así, nos acercamos a una ética, una política y una estética de la subjetividad que nos lleven a la creación, a la libertad, a la "vida como obra de arte", como lo plantea Foucault (2001), pero también a la construcción de relaciones de alteridad más justas y amorosas con nosotros mismos y con los demás.

Relaciones que en el campo de lo social y lo educativo ya vienen suscitándose en algunos espacios, ya que como lo expresan Arroyo Ortega y Alvarado (2017, p 392) "las comunidades, los líderes -mujeres y jóvenes-, siguen resistiendo y realizando su acción política, defendiendo sus derechos, buscando justicia, intentando nuevas formas de vida individual y colectiva" así como generando acciones amorosas de cuidado del mundo común, de si y de los otros, de lo otro, de lo vivo. Son pequeñas y cotidianas acciones que van brindando pistas para seguir pensando, actuando, soñando y construyendo un mundo en el que sea posible que todos podamos vivir afectuosamente juntos.

Referencias

Arroyo-Ortega, A. & Alvarado, S. V. (2017). Subjetividad política: intersectaciones afrodescendientes. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 15(1), pp. 389-402. [ Links ]

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Braidotti, R. (2004). Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Barcelona: Editorial Gedisa S.A. [ Links ]

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1Es la tradición foucaultiana la que instala el estudio de los mecanismos del poder en relación con los saberes y desde allí se entiende lo gubernamental como regulación y control de las condiciones de la conducta de las poblaciones, como lo expresa el autor mencionado en su curso Defender la Sociedad de 1977.

Cómo citar este artículo: Navarro-García, A. M. y Arroyo-Ortega, A. (2017). Dimensión afectiva de la sexualidad: posibilidades para la construcción del tejido social con los otros las otras. Revista Aletheia, 9(2), 270-285

Recibido: 25 de Marzo de 2017; Aprobado: 14 de Diciembre de 2017

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