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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

On-line version ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.1 no.1 Medellín Jan./June 2009

 

INVESTIGACIÓN

 

La historia local en América Latina Tendencias, corrientes y perspectivas en el siglo XX

 

 

Pablo Serrano Álvarez*

* Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (1996). Maestro en Estudios Regionales por el Instituto Dr. Mora (1989). Licenciado en Humanidades (con especialidad en Historia) por la Universidad Autónoma Metropolitana (1985). E-mail: pserran_a@prodigy.net.mx

 

*Articulo recibido 10 de noviembre de 2008, aceptado el 02 de febrero de 2009 y publicado electrónicamente el 1 de junio de 2009.

 


Resumen

El texto ofrece un enfoque general sobre las tendencias historiográficas, problemas y temas de la historia regional y local en latinoamericana. En particular a partir del impacto de la historiografía europea y norteamericana en el subcontinente. El autor ofrece su concepción reflexiva y teórica sobre el significado de la historia local, y de un modo crítico advierte sobre sus limitaciones y alcances en la profesionalización de la disciplina a partir de las siguientes preguntas: ¿qué es historia local o regional?, ¿cuáles son las perspectivas que se vislumbran de este género de la disciplina histórica en Latinoamérica?, ¿para qué hacer historia local, regional, o microhistoria?, ¿cómo se cultiva este género en América Latina? y finalmente, ¿qué significa hacer este tipo de Historia en nuestros países?

Palabras clave: historiografía, estudios regionales y locales, América Latina


 

 

El despegue de la historiografía local y regional en América Latina comenzó a partir del decenio de los setenta del siglo XX. El auge de las ciencias sociales y las humanidades, las políticas públicas, la planeación económica y la geografía, sobre todo en algunos países europeos y en Estados Unidos, influyó sobremanera en la renovación historiográfica que experimentaron algunos países latinoamericanos.

La vinculación estrecha entre los historiadores de Latinoamérica y Europa, al igual que con Estados Unidos, produjo el intercambio de nuevos enfoques, temas, objetos de estudio y maneras de abordar el pasado. A esto se sumó el auge que empezó a tener el estudio de las diversidades y heterogeneidades locales y regionales, tan comunes en el conjunto de las naciones latinoamericanas, relacionadas con las desigualdades, desequilibrios, marginaciones y polos de desarrollo, que los distintos gobiernos empezaron a corregir mediante la planeación y la instrumentación de políticas públicas.

La situación anterior influyó para el apoyo o financiamiento que se trasminó a la educación superior, mediante la creación de centros de investigación y docencia, catalogación, ordenamiento y modernización de los archivos nacionales, regionales y locales y apoyo a estudiantes de posgrado que realizaron sus estudios en Europa o Estados Unidos.

Durante ese decenio, por añadidura, se dio el proceso doble de la profesionalización e institucionalización que experimentó la disciplina, que introdujo nuevas concepciones, teorías y metodologías para el estudio del pasado, principalmente mediante los conocimientos adquiridos en licenciaturas y posgrados, así como en nuevos centros de investigación y docencia universitarios, que comenzaron a operar en universidades públicas e instituciones dedicadas a la investigación histórica de Latinoamérica.

La historiografía tradicional, oficialista o positivista, que campeaba en los países latinoamericanos, con sus grandes generalizaciones, justificaciones, legitimaciones y revisiones, influyente también en el enfoque regionalista y localista, con una fuerte dosis de nacionalismo y panamericanismo, tuvo que compartir desde entonces los distintos procesos de renovación historiográfica que imprimieron las nuevas generaciones de historiadores en particular, y de científicos sociales, en general, quienes introdujeron novedades para el estudio y análisis del pasado y presente de las sociedades latinoamericanas, ya sea mediante visiones de conjunto, historias generales y nacionales, o por medio del interés por los temas locales y regionales.

Los fenómenos regionales de cada país comenzaron a ser tema de interés para los historiadores profesionales, vinculándolos, cada vez más, con la necesidad de estudiarlos por la diversidad y la heterogeneidad que evidenciaron en el conjunto de las estructuras y coyunturas, económicas, sociales, políticas, culturales y territoriales, que no encuadraban con las interpretaciones y líneas de investigación que hasta ese momento eran influyentes dentro de la historiografía, y que, por supuesto, no tenían nada que ver con el gran tema de las identidades y los procesos complejos y plurales que experimentaban gran parte de las naciones latinoamericanas.

Temas, periodos, procesos, fenómenos y aconteceres de carácter local o regional surgieron como un gran espectro para la investigación histórica, muy lejanos de las grandes generalizaciones que emprendían los historiadores tradicionales, oficialistas, positivistas o, más aún, de aquéllos que abordaron al pasado a partir de generalizaciones teóricas o ideológicas que poco tenían que ver con las múltiples realidades que caracterizaban a la mayoría de los países de América Latina.

Al igual que la realidad histórica, los objetos de estudio de la disciplina se abrieron como un gran abanico fragmentario y complejo, cuya gran e importante diversidad, en cada país, comenzó por atraer a los historiadores y científicos sociales, conectados con los enfoques regionalistas y localistas, que eran una novedad para el estudio de las identidades sociohistóricas que rompían con los nacionalismos, los Estados centralistas y las políticas unificadoras identitarias de cada nación. Aún los historiadores extranjeros, foráneos a América Latina, cobraron un interés creciente en el estudio de las diversidades e identidades locales y regionales que experimentaban los distintos países del subcontinente americano, provenientes, sobre todo, de Europa y los Estados Unidos.

México, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador, Brasil, Chile y Cuba fueron el centro de la atención en los setenta para los estudiosos que centraron su atención en los fenómenos locales y regionales, en las diversidades y heterogeneidades que, históricamente, caracterizaron a esas naciones.

El énfasis se puso entonces en la historia económica y social, principalmente, relacionada con la herencia colonial, la estructura agraria, los procesos de industrialización, los movimientos sociales urbanos y agrarios, las clases sociales, las ciudades y su relación con el campo, las instituciones, la burocracia y las oligarquías, temas fundamentalmente relacionados con la transición entre el siglo XVIII y los procesos de las independencias nacionales en el primer cuarto del siglo XIX.

Las causas económicas y sociales de las independencias latinoamericanas fueron una preocupación constante de la historiografía, vinculadas al surgimiento de los nacionalismos antihispánicos y a las manifestaciones o emergencias sociales que conllevaron, indiscutiblemente, a la construcción de nuevos Estados-Nación. Las visiones generales sobre América Latina, realizadas por historiadores latinoamericanos, europeos o estadounidenses, contribuyeron en gran medida a estimular la investigación relacionada con los aspectos locales y regionales que se manifestaron en los procesos independentistas, principalmente, para los casos de los países del Río de la Plata (Argentina y Uruguay), los andinos (Perú, Chile, Ecuador, Bolivia), del llamado septentrión sudamericano (Colombia y Venezuela), el Caribe (Cuba, Haití, Santo Domingo), Centroamérica (Guatemala, Nicaragua, El Salvador o Costa Rica), o norteamerica (México).

La difícil transición que experimentaron las nacientes repúblicas latinoamericanas, entre el orden colonial Borbón de finales del siglo XVIII y las primeras tres décadas del siglo XIX, representó un periodo privilegiado por la investigación histórica extranjera, nacional y regional, que trató de entender las herencias coloniales y sus ajustes o rupturas con respecto a las nuevas realidades, que su nuevo status quo brindó para la organización y consolidación de las nacientes naciones, todavía no preparadas para insertarse en el mundo occidental y su modernidad civilizatoria de la Revolución Industrial, que las grandes metrópolis experimentaban ya en esos momentos. Era necesario estudiar las causas, desarrollo y consecuencias inmediatas que las independencias latinoamericanas provocaron, principalmente, en las esferas económicas y sociales.

Los estudios locales y regionales centraron su atención en temas como la administración, el ejército, el clero, el sistema fiscal, el comercio, la estructura agraria, la centralización urbana, la minería, la esclavitud, los puertos, las haciendas y plantaciones; pero también en las protestas, rebeliones y movilizaciones indígenas, mestizas y criollas que, bajo el influjo del liberalismo ilustrado o por influencia de la independencia estadounidense, pulularon en las incipientes naciones de América Latina. El estudio de las ideologías nacionalistas, los caudillajes y la historia militar no se desatendieron, buscando los orígenes y trayectorias provinciales que finalmente fueron el punto de intersección de los nacionalismos.

La biografía, la historia socioeconómica y la política, fueron géneros muy cultivados en la mayoría de los países latinoamericanos, tanto por historiadores nacionales o regionales, como de los foráneos del continente, especialmente orientados a entender las diversidades con que dichos movimientos independientes se manifestaron en el espacio y en el tiempo, coincidentes casi todos entre sí.

En cuanto a enfoques preponderó el análisis marxista, el positivista y el proveniente de nuevas teorías y metodologías que estaban de moda en Europa, como la escuela francesa de los Annales o la historiografía social inglesa, que renovaron las temáticas y ampliaron el mosaico de procesos y fenómenos que, desde la perspectiva de la totalidad o la larga duración, comenzaron a aplicarse a los estudios regionales y locales de ese periodo. Así sucedió para los casos de México, Argentina, Brasil, Venezuela, Perú, Costa Rica y Guatemala.

Las grandes líneas de investigación histórica se abrieron mucho más a finales de los setenta y en el primer lustro de los ochenta, principalmente para el estudio del siglo XIX y las primeras cuatro décadas del siglo XX. Las historias económicas, sociales, ideológicas y políticas trataron de entender los procesos formadores, y consolidadores de los estados nacionales surgidos como consecuencia de las independencias latinoamericanas, que experimentaron, por lo regular, periodos de anarquía y desorden durante la centuria decimonónica.

Las visiones generales, las historiografías nacionales y, sobre todo, los estudios locales y regionales, renovaron a la historiografía de América Latina, dando pie a un boom historiográfico sin precedentes, que rompió con viejos y anquilosados esquemas de investigación e interpretación del acontecer latinoamericano, con nuevos temas y maneras de hacer historia.

Para el periodo que va desde 1820 a 1870 fueron importantes los estudios relacionados con el comercio, la vida rural, los procesos de urbanización, la industrialización dependiente, el trabajo, los sistemas fiscales, el pensamiento y las ideas, el constitucionalismo, las élites sociales y políticas, los conflictos y enfrentamientos políticos, los problemas de la Iglesia, los ejércitos, los caudillos y caciques, las monedas, los partidos políticos y las facciones, los procesos electorales, los movimientos indígenas, campesinos, obreros y oligárquicos, el papel de los extranjeros y la inmigración, la demografía, la legislación, las Iglesias y la religión, las producciones agrícolas y la biografía de próceres; sin cuya explicación y análisis, desde el punto de vista de las localidades, estados o regiones, no era posible sin la revisión y consulta de nuevas fuentes existentes en los archivos y repositorios documentales nacionales y regionales, que parecieron abrirse y modernizarse con el apoyo de los distintos gobiernos o instituciones privadas u organismos internacionales.

Para ese periodo hubo estudios significativos en y sobre Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú, México, Venezuela, Paraguay, Uruguay, Chile, Ecuador, Bolivia, Cuba y algunos países centroamericanos (Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, Honduras) que, desde el punto de vista de la historia local o regional, comenzaron a abrir brecha ante el maremágnum que significaban las historiografías nacionales o globales que pulularon, como visiones generales e integradoras país por país o de Latinoamérica en general, que también representaron revisiones novedosas en el campo historiográfico.

Durante los ochenta, la historiografía local y regional se popularizó por doquier, bajo la influencia de las corrientes historiográficas mundiales, tomando un carácter más sólido con el mejoramiento de las condiciones de los archivos y repositorios documentales o bibliográficos, las políticas estatales de descentralización de la educación superior, el intercambio académico entre los historiadores y científicos sociales en congresos y reuniones internacionales y los proyectos colectivos de investigación multidisciplinaria, financiados por organismos internacionales, sociedades académicas regionales o mundiales, o los gobiernos latinoamericanos. Nunca como ahora, la historiografía regionalista y localista experimentó tanta importancia, apoyo y difusión, sobre todo, en México, Venezuela, Brasil y los países andinos y caribeños.

La diversidad y heterogeneidad espacial y temporal, sumada a cuestiones nunca antes trabajadas desde el punto de vista de la historiaproblema o de la historia analítica y científica, abrió el espectro de temas, enfoques y maneras de hacer y contar la Historia en América Latina. En algunos países, el boom historiográfico renovó los estudios históricos, difundiéndose y ampliándose el conocimiento de realidades sociohistóricas, periodos y procesos económicos, sociales, políticos, culturales y territoriales, especialmente concentrados en la segunda mitad del siglo XIX y los primeros cuatro decenios del XX.

Especialmente en historia regional y local destacaron México, Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela, Brasil, los países del Caribe y algunos de Centroamérica. El enfoque de lo regional vino a renovar sus historiografías dedicadas a los siglos XIX y XX, en especial preocupadas ahora por desentrañar cuestiones relacionadas con los procesos de urbanización, industrialización, las reformas y estructuras agrarias, los regímenes y sistemas oligárquicos en descomposición, las élites sociales y políticas en el campo y la ciudad, los mercados comerciales internos, el desarrollo regional y el Estado, los movimientos campesinos y obreros, el papel de los intelectuales, las burocracias, las clases medias, las políticas culturales y la cultura relacionada con las identidades, los procesos educativos y sus sistemas, los partidos políticos y los procesos electorales, los fenómenos de las guerrillas y los caudillajes y cacicazgos, el papel de los empresarios, las inmigraciones y emigraciones, las producciones agrícolas, la agroindustria, la pobreza y la desigualdad, el campo de las ideas, el papel de la religión católica, los movimientos culturales, los símbolos de las mentalidades y las identidades, el clientelismo, la etnicidad, las instituciones bancarias, las organizaciones políticas y sociales, las derechas y las izquierdas, las revoluciones y guerras civiles, las relaciones centro-región, la literatura y el arte, los cambios y problemas territoriales, las políticas públicas y el espacio, la desmembración de las unidades económicas agrarias tradicionales, los liderazgos y las redes de cohesión social y política, las milicias, las instituciones y los sistemas políticos y los desequilibrios interregionales.

Historiadores europeos, estadounidenses y, por supuesto, latinoamericanos estudiaron y analizaron multitud de temas, regiones y localidades, tanto desde el punto de vista de la larga duración, como de los procesos de mediana y corta duración. Igualmente se hicieron trabajos desde la perspectiva de la historia total y la historia síntesis, con sus vinculaciones e interrelaciones a partir de un tema específico de investigación, lo que produjo una gran cantidad de monografías, historias generales y breves historias de localidades, estados y regiones.

La transición entre la centuria decimonónica y las primeras cuatro décadas del siglo XX, parecieron ser el periodo más trabajado por la nueva historiografía latinoamericana, por los cambios experimentados prácticamente en todos los países, producto de los desbalances y crisis experimentados por el capitalismo las acciones y políticas imperialistas, la dependencia y atraso económicos, la pobreza campesina y obrera, los tradicionalismos heredados desde la Colonia, las influencias de la Revolución Mexicana y la Revolución Soviética y los nacionalismos estatales que pulularon en América Latina.

La producción historiográfica sobre Latinoamérica, desde el punto de vista de la historia regional y local, durante los ochenta e inicios de los noventa, alcanzó un auge sin precedentes en casi todas las áreas de estudio de la Historia y más aún, dentro del amplio campo de las ciencias sociales, cuya relación con la disciplina se hizo cada vez más frecuente en la aplicación de nuevos enfoques teórico-metodológicos, que implicaron análisis acerca de la fragmentación del conocimiento histórico, su diversidad y heterogeneidad para lograr explicar las identidades del pasado nacional, en particular, o latinoamericano, en general.

Todo esto se relacionó específicamente con el periodo comprendido entre 1870 y 1940. México encabezó el auge y la renovación historiográfica regionalista y localista, seguido por Brasil, Venezuela, Argentina, Perú, Chile, Colombia, Bolivia, Costa Rica y Cuba, en orden de importancia, y de acuerdo con un análisis bibliográfico concienzudo de publicaciones, artículos, congresos, etc., con el tema local y regional, que se ha hecho en múltiples bibliotecas nacionales y mediante la utilización de la red de Internet, o la revisión de las revistas que se editan, con tema latinoamericano, en Europa, Estados Unidos, Asia o en las mismas naciones que conforman América Latina.

Sin embargo, para el periodo contemporáneo, de 1940 a la actualidad, las historiografías locales y regionales de los países latinoamericanos carecen, en una gran mayoría, de estudios monográficos, generales o de síntesis, quizás porque ese periodo ha sido objeto de estudio para la mayoría de los científicos sociales, excepto para los historiadores de profesión y vocación, o tal vez porque es un periodo difícil de estudiar para los hijos de Clío, por las características y volúmenes de las fuentes, la carencia de marcos analíticos adecuados, la presencia (o ausencia, según el caso) de restricciones legales que los gobiernos establecen para su estudio, por las restricciones financieras que interfieren en el trabajo del historiador actual.

A pesar de este gran vacío, puede decirse que la historiografía local y regional en América Latina ha alcanzado una madurez importante de destacar, aunque las carencias siguen siendo muchas en varios países, tanto en temas como en periodos y espacios a estudiar. El auge de los estudios regionales y locales, sin embargo, sigue vigente en Latinoamérica, tanto para los estudios coloniales, como para los abocados al siglo XIX e inicios del XX. Quizás esto se debe a la heterogeneidad de las realidades nacionales que, a lo largo de la historia, sólo se pueden explicar a partir de la fragmentación del todo, para lograr un conocimiento y análisis que recree y recuente la historia de los pasados nacionales, a la luz de los procesos complejos y diversos, cuya manifestación y expresión localista y regionalista está estrechamente ligada a la heterogeneidad de la identidad histórica latinoamericana.

Pero, ¿qué es historia local o regional?, ¿cuáles son las perspectivas que se vislumbran de este género de la disciplina histórica en Latinoamérica?, ¿para qué hacer historia local, regional, o microhistoria?, ¿cómo se cultiva este género en América Latina? y finalmente, ¿qué significa hacer este tipo de Historia en nuestros países? Esto significa, sin duda, una reflexión epistemológica, teórica y metodológica muy pertinente en estos momentos de inicio del milenio, no sólo para el trabajo que emprendemos los historiadores, sino para encontrar un sentido claro de hacia dónde van los estudios históricos en América Latina.

La definición más precisa y concreta de la historia regional y local es aquella que la define como el estudio del pasado de los hombres en sociedad, a partir de la delimitación que involucra el tiempo y el espacio. Es decir, los ritmos, continuidades, interrelaciones y vinculaciones de las estructuras, coyunturas y acontecimientos en un nivel micro. La historia local y regional se refiere a un problema de nivel de estudio y análisis de las relaciones sociales que se establecen y expresan en el pasado, con una temporalidad específica que en mucho tiene que ver con la identidad sociohistórica manifiesta en un espacio concreto, sea microhistórico (el barrio, la hacienda, la plantación, la colonia, el suburbio, el pueblo), la localidad (el pueblo y su hinterland, incluso el municipio o la etnia o comunidad), el municipio o el estado (si se demarca a partir de las divisiones jurídico-administrativas o, incluso, eclesiásticas), y la región (entendida esta como determinada por la esfera de las relaciones sociales, sin un marco geográfico predeterminado).

El problema de los niveles espaciales o territoriales es una determinación de punto de partida para la realización de los estudios de historia local o regional. Las experiencias mexicana, brasileña y venezolana, por ejemplo, han demostrado que el problema de nivel es una primera delimitación El problema de los niveles espaciales o territoriales es una determinación de punto de partida para la realización de los estudios de historia local o regional. Las experiencias mexicana, brasileña y venezolana, por ejemplo, han demostrado que el problema de nivel es una primera delimitación de este tipo de estudios históricos, ya que a partir de allí se crea una determinación espacio-temporal que, al concluir la investigación, independientemente del tema objeto de estudio, puede convertirse en otra definición del lugar donde se analizaron y estudiaron las relaciones sociales, por lo que el espacio a definir brinda una dimensión propia a la localidad o región, no a partir del problema de nivel, sino desde el campo de relaciones sociales, la identidad sociohistórica y la propia especificidad del fenómeno que se estudia.

Si los economistas, geógrafos, planeadores, antropólogos o, más aún, historiadores han definido a la región o la localidad como algo estático, que se encuentra en el punto de partida y en el punto de llegada, entonces el análisis de las relaciones sociales y el problema de la identidad pudieran estar desconectados de su propia especificidad, ya que el concepto de localidad o región se obtiene a partir de los resultados de la investigación y no antes. Es decir, la definición de región depende de la propia expresión y especificidad de la realidad histórica que se aborda, y es ahí donde verdaderamente se determina espacial y temporalmente.

Con lo anterior, quiero decir también que no existe ningún concepto de región, en el nivel teórico, que pueda aplicarse a la investigación histórica, porque ese concepto definitorio y concreto depende, en mucha mayor medida, de la especificidad de la realidad que implica la investigación de las relaciones sociales y la identidad del pasado, incluyendo allí también las vinculaciones e interrelaciones económicas, sociales, políticas, culturales o territoriales, que sin duda se encuentran siempre presentes dentro del universo problemático del objeto de estudio que construye el historiador.

El problema de la historiografía localista y regionalista en América Latina ha sido que sigue preponderando la definición estática del concepto de región, localidad, estado, municipio o espacio microhistórico, como un ''saco de patatas'', valga la expresión, a donde se meten las estructuras, coyunturas y acontecimientos, como usualmente se ha hecho en la geografía, la planeación económica, la economía, la politología, la sociología o la antropología.

La regionalidad va más allá, al campo de la epistemología y la metodología, ya que si el historiador aborda a la región como un todo dinámico y complejo, esto lo conduciría, indiscutiblemente, a encontrar vinculaciones e interrelaciones que subyacen dentro de esa gran totalidad concreta que, por añadidura, conlleva a la especificidad del fenómeno que se estudia para analizarlo. A partir de ahí, se puede llegar a una delimitación y definición de la localidad y región que esté conectada con la realidad histórica que se aborda, y que se compone, necesariamente, de la temporalidad, la espacialidad, las relaciones sociales y la identidad, como componentes principales de los estudios locales y regionales.

Sobre todo en México, Brasil, Venezuela y, muy recientemente, en Argentina, Perú y Ecuador, la historia regional y local o, incluso, la microhistórica, ha intentado ir más allá de las historias generales de los estados o departamentos, los municipios o las ciudades, rompiendo con los cartabones impuestos por las delimitaciones jurídico-administrativas o, más aún, las impuestas por ciertos revisionismos nacionales, interregionales, macrorregionales o internacionales, que se han quedado atrapados en el tema de la jurisdicción, sin ir más allá en cuanto a la verdadera expresión de las relaciones sociales. Precisamente, muchos de estos estudios se han quedado en la mera descripción de estructuras, coyunturas, acontecimientos, encuadrados en el ''saco de patatas'' que se identifica más con lo exterior que con lo interior, con el todo y no con la parte en sí y para sí misma.

Los estudios regionales y locales, entonces, deben partir de la idea de la totalidad como algo complejo y dinámico, que el historiador debe tener presente durante todo el proceso de la investigación hasta su conclusión, pues solamente de esta manera podrá ser específico en cuanto al campo de relaciones sociales y la identidad sociohistórica que, finalmente, favorecen la definición real y verdadera de los conceptos de localidad o región, sin ser atrapados entonces por el problema de punto de partida, es decir, el nivel de delimitación primera.

La región histórica surge entonces de los elementos del territorio, las relaciones sociales, la temporalidad, la identidad y la totalidad, como principios desde los que cualquier tema, problema, proceso, fenómeno, sea este económico, social, político, cultural o territorial, debe abordarse. Poca producción historiográfica, sobre todo de los ochenta e inicios de los noventa, en América Latina, ha pasado por esas condiciones sin caer en los determinismos centralistas de los Estados, las acciones de las políticas públicas, los sistemas económicos concentradores o la revisión de los grandes acontecimientos nacionales o latinoamericanos, en el cajón de los recuerdos de Clío, en los espacios locales o regionales. La reflexión epistemológica y metodológica en el amplio campo de los estudios históricos regionales y locales se ha impuesto desde el segundo lustro del decenio de los noventa, lo que ha abierto grandes perspectivas para la investigación en el continente latinoamericano, tanto por parte de los estudiosos nativos como de los foráneos.

El problema de la identidad sociohistórica parece ser una preocupación constante en este tipo de estudios, porque conlleva al análisis de lo que no se ve a simple vista, lo que hemos dado en llamar, por lo menos en México, la ''forma de ser'' de los hombres y mujeres del pasado, a partir de su expresión en la temporalidad, la espacialidad y la territorialidad del conjunto de relaciones sociales, y que ya no pueden seguir abordándose en función de homogeneizaciones o generalizaciones que tienden a unificar a las identidades nacionales o, peor aún, macrorregionales.

En el anterior sentido, está de moda ahora la historia cultural como una rama de los estudios localistas y regionalistas que permite encontrar, a partir de la expresión de la identidad, los rasgos definitorios del conjunto de las relaciones sociales en el tiempo y el espacio, para nada identificados con las identidades nacionales o supranacionales. La diversidad, la pluralidad y la fragmentación latinoamericanas, país por país, han evidenciado que solamente a partir de la idea de la totalidad o la identidad podrán avanzar los estudios locales y regionales, sin el sesgo totalizador, incluyente, unificador y homogeneizador de las interpretaciones historiográficas revisionistas, nacionalistas, oficialistas y que divulgan ampliamente los gobiernos.

Como alternativas de estudio ahora campean en el ambiente académico las historias comparadas, las visiones reintegradoras, el revisionismo y la reescritura de las historias nacionales a la luz de los hallazgos de las diversidades localistas y regionalistas, y que produjo la historiografía renovadora del boom experimentado durante los ochenta y parte de los noventa. Sin embargo, los estudios de tema local y regional siguen produciéndose abundantemente, en mucho por la consulta de nuevas fuentes y la adopción de nuevos enfoques analíticos, concentrándose ahora, en esa historia cultural que parece estar presente en el común de las relaciones sociales que se expresan a partir de la regionalidad, el localismo, la territorialidad y, ante todo, la identidad, como fenómenos latentes en el conjunto de estructuras, coyunturas y acontecimientos que son materia de estudio por parte de los historiadores.

Lo anterior ha permitido incluso, y hablo en concreto de México, Brasil, Argentina y Venezuela, romper con los cartabones impuestos por la historiografía nacional en materia de periodización o, más aún, en el tipo de enseñanza que se imparte en los niveles primarios, secundarios y medio superiores, donde la región o la localidad se expresa y se enseña a sus propios ritmos, sin las condicionantes impuestas por las ''identidades nacionalistas'' que tanto impulsaron los estados latinoamericanos en pasadas décadas.

Paulatinamente, se está acabando con las reproducciones de las historias nacionales o latinoamericanas en los estudios y producción historiográfica local y regional. Varios países ahora hablan de la necesidad de reescribir las historias nacionales en función de las diversidades del conocimiento de los distintos momentos, periodos, procesos y fenómenos que se han dado a conocer y difundido de las localidades y regiones. Pero esa reescritura conllevará, sin duda, a visiones fragmentarias y recuento de expresiones micro, más que a una integralidad, porque los estudios locales y regionales siguen produciendo grandes novedades en el conocimiento del pasado y el presente de los países latinoamericanos, en especial, en torno a la historia cultural, cuyos novedosos hallazgos están conduciendo, de nuevo, a una fragmentación, valga el adjetivo, del conocimiento de las sociedades locales y regionales.

Para mi gusto, la historiografía local y regional tiene su lugar aparte de la historiografía nacional y, sobre todo, de la historiografía general sobre Latinoamérica o sobre aquella relacionada con partes del subcontinente (Norteamérica, Centroamérica, Sudamérica, Cono Sur, Septentrión), que tan popular es también en la actualidad, sobre todo, entre estudiosos europeos, estadounidenses y, recientemente, asiáticos. Estas visiones generales, sean nacionales o internacionales, de todas formas, se valen de los estudios de tema local o regional para sus grandes generalizaciones, y cumplen con sus objetivos, como tradicionalmente ha sucedido en el conjunto de corrientes historiográficas que han preponderado en las últimas décadas, ya sea desde el marxismo, el funcionalismo, el determinismo economicista, el positivismo, el imperialismo o las ideologías que las impulsan.

Una cuestión es cierta. Los estudios de tema local o regional siguen estando de moda en América Latina. La principal razón es que los países latinoamericanos ofrecen una gran diversidad y heterogeneidad de relaciones sociales, identidades, espacios y temporalidades, quizás como en ningún otro continente del mundo. La brecha sigue abierta y luminosa para la historiografía localista y regionalista, tanto en países donde se ha cultivado con gran holgura, como México, Brasil, Argentina y Venezuela, como en aquellos donde la carencia de temas de distinta índole todavía es un saldo pendiente para los historiadores, como es el caso de Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia, las Antillas, el Caribe y los países centroamericanos que, a pesar de los avances, todavía tienen grandes vacíos en el conocimiento del pasado local y regional.

El nuevo milenio será pletórico y enriquecedor para la historiografía localista y regionalista, tal y como se ha demostrado por la gran diversidad y heterogeneidad del pasado de los hombres y mujeres latinoamericanos, cuyas expresiones en el pasado tuvieron su espacialidad, territorialidad e identidad propias, prácticamente, en todas las estructuras, coyunturas y acontecimientos que dejaron huella en los archivos, las bibliotecas, la tradición oral, la prensa, los monumentos, las costumbres, etc., que se identifican con la necesidad de conocimiento en el presente.

Nuevas generaciones de historiadores, seguramente, seguirán cultivando este tipo de historias, para nada lejanas del quehacer científico de la Historia, aportando siempre al conocimiento del pasado y del presente del hombre en sociedad y, más aún, de los rasgos de la identidad que nos caracterizan a los latinoamericanos.

 

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