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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

versão On-line ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.1 no.1 Medellín jan./jun. 2009

 

INVESTIGACIÓN

 

De lo regional a lo local en el pacifico sur colombiano, 1780-1930*

 

 

Oscar Almario García**

** Doctor en Antropología Social y Cultural de la Universidad de Sevilla (España), Profesor Asociado adscrito al Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín y Director del grupo de investigaciones Etnohistoria y Estudios sobre Américas Negras, clasificado en la Categoría A de Colciencias. E-mail: oalmario@unalmed.edu.co

 

Articulo recibido 10 de octubre de 2008, aceptado el 05 de diciembre de 2008 y publicado electrónicamente el 1 de junio de 2009.

 


Resumen

El artículo analiza las estrategias, los dispositivos y las instituciones creadas por los colectivos humanos asentados en la región Pacifico Sur Colombiano entre 1780 y 1930. El texto ofrece una explicación sobre el porqué de su adaptación, transformación y flujo de intercambios, y cómo lograron una dinámica propia que en la actualidad ofrece una identidad subregional en el ámbito nacional. El autor toma como núcleo y perspectiva de análisis lo regional, cuya contextualización inicial se da a partir de la dinámica histórico-demográficosocial de sus habitantes, en su mayoría población esclava, seguida de hombres libres y aborígenes. Finalmente, analiza en gruesas líneas procesales y generales la relación región-economía, región-Estado, región-mercado y región-ciudad del objeto de estudio a partir del marco cronológico propuesto.

Palabras Clave: Pacifico Sur Colombiano, diáspora africana, región, población


 

 

Introducción

El espacio natural, geoecológico, o mejor aún geohistórico, considerado en este estudio, se encuentra a medio camino entre los estudiados en su momento por el geógrafo cultural norteamericano R. C. West (2000) y el antropólogo norteamericano Whitten (1992). West estudió un área geográfica y cultural amplia, continua y homogénea, que va desde el Darién en Panamá hasta la provincia de Esmeraldas en el Ecuador y que comprende lo que denomina las tierras bajas del Pacífico colombiano, que considera el espacio de la cultura negra por excelencia. Por su parte, Whitten sitúa su estudio en un espacio que llama el litoral lluvioso, localizado entre la provincia de Esmeraldas en el Ecuador y el río San Juan al norte de Buenaventura en territorio colombiano, articulando tres ecosistemas diferentes: mar, bosque y manglar, ambiente en el cual se produjo la adaptación cultural de los pioneros negros.

En mi caso, denomino el área estudiada como Pacífico sur colombiano, que comprende desde el río San Juan al norte de Buenaventura hasta el río Mataje en la frontera con el Ecuador, y desde la cordillera Occidental hasta la línea costera (Ver Anexo 1. Geografía, Hidrografía y Poblaciones del Pacífico Sur Colombiano). Este espacio es parte del territorio nacional de la moderna República de Colombia y al tiempo constituye el territorio de la nación cultural negra y de los grupos indígenas. Por lo dicho, este texto no aborda la parte norte o Chocó del Pacífico de la actual Colombia ni la provincia de Esmeraldas en el actual Ecuador y se circunscribe a la parte sur del Pacífico colombiano, que en la actualidad corresponde a las zonas litorales de los Departamentos del Valle del Cauca, Cauca y Nariño. Apoyados en Camacho y Restrepo (1999), es posible señalar que el espacio es forjador de una identidad sui generis como una región acuática, caracterizada por tener el mar al frente, los ríos atrás y la lluvia suspendida o precipitándose sobre el territorio selvático.

En un sentido estructural, el funcionamiento de la frontera minera del Pacífico se puede explicar con base en el complejo mina-hacienda. Cuando se toma al Pacífico sur y su economía minera esclavista como un ecosistema se hace visible que tanto sus dimensiones, como son: a) el tamaño de las minas como unidades productivas (número de esclavizados, herramientas), b) sus emplazamientos (cerca de los ríos y quebradas, la casa y la capilla), c) las tecnologías productivas utilizadas (el entable y los cortes, la minería de aluvión en playas o barrancas, las pilas y el canalón), d) los circuitos para abastecerse en el interior (las rozas) y del exterior (conexiones con las haciendas y ciudades del interior del Nuevo Reino de Granada o con los puertos de la Audiencia de Quito y el Virreinato del Perú), e) su capacidad productiva y rentabilidad, así como su cohesión interna (económica, política y simbólica), estuvieron en buena medida condicionados por el clima lluvioso, los ríos dispuestos transversalmente desde la cordillera hacia el mar, la selva húmeda tropical y su oferta ambiental, además de la topografía definida por las tierras bajas e inundables por el mar y las estribaciones de la cordillera Occidental y por los propios agentes sociales situados en y adaptados a espacios determinados.

De la misma manera, si se considera el proceso de poblamiento libre y extensivo de los grupos negros por la llanura aluvial ocurrido durante el siglo XIX como una dinámica que construye un nuevo espacio social, es decir, como un territorio construido y apropiado socialmente (García, 1976), se podrían entender mejor las múltiples estrategias sociales de adaptación a esos entornos, la interacción de estos grupos con ellos y los flujos entre objetos y acciones (Santos, 2000), que conducen a la configuración de un nuevo complejo socioproductivo, que se puede enunciar como el río y el monte. El río (la varzea), entendido como un eje civilizatorio que articula asentamientos, unidades domésticas, comunicación, acceso a recursos diversos y actividades productivas más o menos estables y en general un mundo social y simbólicamente controlado; el monte (los interfluvios), debe ser comprendido como una frontera abierta, tanto disponible como amenazante, pero al fin de cuentas menos controlada social y simbólicamente que el río (Ver Anexo 2. Esquema Ideográfico). Sin que se pueda olvidar, por el hecho de reconocer esta tendencia sociodemográfica como la fundamental, que simultáneamente tomaban forma otros espacios sociales también habitados aunque en otras condiciones por los grupos negros y otros sectores subordinados, como las grandes concentraciones fluvio-marinas o puertos, como Buenaventura, Tumaco, Guapí, El Charco, entre otros.

Un análisis complejo del espacio social del Pacífico colombiano debería ser capaz de integrar las nociones de frontera económica (los yacimientos mineros en estricto sentido y su explotación, así como la de otros recursos naturales y los ciclos productivos respectivos), frontera cultural y simbólica (el avance de lo civilizado sobre lo salvaje, las zonas de refugio, contacto e intercambio, la modificación de territorios ancestrales), división político-administrativa (la evolución de las modalidades de organización y control del espacio social), formación de territorios (construcción social y simbólica del espacio por distintos actores colectivos) y ecosistemas (aquellos comprendidos en este medio ambiente de selva húmeda tropical y su relación con la distintas modalidades de intervención humana sobre ellos). Como indica Grimson (Grimson 2003,14), en la medida que la noción de cultura de la antropología es creadora de fronteras y que una teoría de la cultura implica una teoría de la frontera, y que ambas se soportan en decisiones como las de delimitar agrupamientos humanos y en sus supuestos o reales espacios de reproducción, es necesario recuperar los contextos en que se producen y tienen sentido las prácticas e instituciones culturales a fin de evitar esencialismos o mecanicismos inconducentes. Porque como sabemos, esos ''contextos'' están definidos por experiencias múltiples de la ocupación, dominación, explotación e imposición de lógicas políticas y culturales de unos grupos sobre otros, que sin embargo no pueden ser interpretadas con dicotomías simplistas, en el sentido de que de un lado está algo negativo (los dominadores) y del otro lo positivo (los dominados y subalternizados). Mucho menos cuando, en América Latina, la relación entre la colonialidad y la modernidad no se puede seguir entendiendo como dos momentos radicalmente distintos que se suceden en el tiempo, sino como continuidades imaginarias que influyen una sobre la otra.1

Un modelo de análisis espacial y su aplicación a este estudio de perspectiva regional sugiere tener en cuenta, en un contexto dinámico de análisis del surgimiento y consolidación del Estado Nacional y de la etnogénesis negra e indígena, el conjunto de variables que intervienen en la configuración de la región bajo estudio. De acuerdo con ello nos preguntamos inicialmente por los cambios operados en una región definida históricamente por su condición de frontera minera y esclavista durante el dominio colonial y por los términos de su inclusión dentro del proyecto republicano.

 

Demografía y dinámica social: de la diáspora interna por la llanura aluvial del Pacifico

En el punto anterior, propusimos, apoyándonos en la antropología del territorio y la geografía humana, que el poblamiento en libertad y extensivo por la llanura aluvial del Pacífico ocurrido durante el siglo XIX condujo a la construcción de un nuevo espacio social. Adelantamos también que, como consecuencia de la construcción y apropiación social por los grupos negros e indígenas de ese espacio, surgió un nuevo complejo socio-productivo que se puede enunciar como el río y el monte o, en forma más académica si se quiere, como la varzea y los interfluvios. Asimismo, advertimos que reconocer esta tendencia demográfica como la más importante para el período estudiado, no puede significar el olvido de otro fenómeno que fue concomitante e interactuante con el anterior, el de la formación de grandes concentraciones de población tipo puertos fluvio-marinos, como Buenaventura, Tumaco, Guapi y El Charco. Lo que nos proponemos ahora, es establecer cuáles fueron las estrategias, los dispositivos y las instituciones creadas por estos colectivos humanos que permitieron la adaptación exitosa a esos entornos y su transformación, en un flujo de intercambios entre objetos y acciones humanas.

El crecimiento demográfico y la ocupación de los espacios ''vacíos'', como es conocido por otras experiencias de la historia colombiana, constituyen un factor clave para la comprensión del siglo XIX y en particular para el Gran Cauca. Una de las pocas investigaciones que se ocupa de este asunto es la de Luís Valdivia (1980), que aprovecha dos censos oficiales del siglo XIX (1843 y 1870) para analizar los cambios demográficos ocurridos y la densificación de la población en el suroccidente del país. Según el censo oficial de 1843, las provincias que constituían el suroccidente contaban con una población total de 268.707 habitantes, que representan el 16% de la población colombiana de ese momento (1.679.269). Para el Censo Oficial de 1870, este mismo conjunto de provincias que constituyen el Gran Estado del Cauca, con una población de 435.078 habitantes, representan un 15% de la población colombiana (2.886.908) (Cf. Valdivia 1980,102-110). El período intercensal considerado (1843 - 1870) en la investigación de Valdivia, arrojó una tasa media de crecimiento anual para esta sección del país de 17.4%, que es inferior a la tasa media de crecimiento nacional anual que fue del 19.5%, es decir, baja según el autor.

Algunos trabajos de demografía histórica ofrecen un cuadro explicativo con pretensiones comprehensivas para toda la gran región del Pacífico colombiano, que los estudios regionales, zonales y locales interpelan, como veremos. En efecto, un investigador del tema realizó una síntesis de la situación demográfica de la región para finales de la colonia: un lento proceso de poblamiento a lo largo de tres siglos, la reducción de la población indígena a cerca de un 10% de su tamaño original, el predominio de la población negra (que entre libres y esclavos casi comprendía las tres cuartas partes de la población), la escasa población blanca que refleja la baja capacidad de atracción migratoria de la región (no obstante su extraordinaria importancia económica), la conformación de los patrones étnicos que en adelante definirán su composición. Síntesis que, aparte de su extremada generalidad, el autor complementa con una periodización no menos problemática del proceso de poblamiento ocurrido en el Pacífico desde la colonia hasta la República (Rueda 1993, 464-474).

Por su parte, Aprile-Gniset (1993) ha planteado el modelo explicativo posiblemente más completo con que contamos sobre el tema del poblamiento del Pacífico colombiano, en la medida que articula varios elementos de análisis que permiten equilibrar las dinámicas generales con las variaciones y contrastes regionales, zonales y locales. Este investigador identifica que en el proceso global de poblamiento de la vertiente del Pacífico colombiano se presentaron dos ciclos históricos. El primero hunde sus raíces en el pasado profundo prehispánico (''amerindio'', en el lenguaje del autor) y su declinación se produce por la conquista española de esos territorios. El segundo ciclo, calificado como ''afroamericano'' (por la presencia del negro de procedencia africana pero que no implica el paradigma afrogenético o africanista), está ligado a la penetración hispánica por ese territorio, que se inicia en el siglo XVII, se dinamiza en el XVIII, pero que ''[...] con un marcado cambio de rumbo económico, adquiere su máxima expresión demográfica y territorial desde fines del Siglo XIX'' (Aprile- Gniset 1993, 12). Como explicación estructural de esta periodización del poblamiento del Pacífico, Aprile-Gniset ofrece la hipótesis de que en él habrían interactuado: los procesos de poblamiento ocurridos, el surgimiento y consolidación de los hábitats humanos y la relación de estos fenómenos con los ciclos económicos. Con este enfoque, el autor pudo establecer que existieron dos etapas dentro del llamado ciclo afroamericano. Una ''parcial'', de extensión reducida a los enclaves mineros accesibles, o potencialmente prósperos y otra de ''colonización agraria'', extensiva, pacífica, de base agraria y minería independiente, cuyas características y problemas llegan hasta la actualidad a través de las comunidades negras que habitan esos territorios. Aunque su modelo tiene pretensiones globales, como quedó dicho, el autor reconoce ciertos matices entre el poblamiento del Chocó y el del Pacífico sur. Por ejemplo, al sintetizar la situación a finales del siglo XVIII, establece diferencias entre el poblamiento ''intensivo'' y territorialmente sumamente concentrado que se presenta en el Chocó y aquel que ocurría al sur de Buenaventura y hasta el río Mataje, ''muy parecido pero más difuso'' (Aprile-Gniset 1993, 47). Su sugerencia metodológica, de que en el análisis se consideren las interacciones entre el crecimiento demográfico, la ampliación territorial de los hábitats y los cambios tecnológicos y productivos (como el paso de la minería a la agricultura), posibilita que la reconstrucción de las particularidades locales (que el autor no desconoce que haya que llevar a cabo) se realicen dentro de un contexto comprehensivo y en los marcos de un modelo de análisis que resulta útil y flexible a la investigación. Más discutibles son otras posiciones del autor, ya sea por los problemas conceptuales en juego o por las contra-evidencias que se pueden plantear, como las categorías generales con las cuales Aprile-Gniset pretende definir este proceso como de ''colonización agraria'' y a sus actores mayoritariamente negros como ''campesinos''.2

La documentación y análisis de la dinámica demográfica del Pacífico sur durante el período estudiado constituyen un aspecto fundamental para nuestra la línea de reflexión, en la medida que permiten desarrollar y precisar algunas características particulares de lo ocurrido. En términos de una narración histórica, dicha dinámica podría ser escenificada para el caso de los grupos negros, como el largo viaje que los conduce desde la trágica y forzada diáspora africana hasta la épica, silenciosa y libertaria conquista extensiva del territorio de la llanura aluvial del Pacífico Sur Colombiano. Desde lo indígena esta historia es diferente y todavía más esquiva, pero las evidencias nos muestran también una inobjetable y sistemática capacidad de sobrevivir, reproducirse y reconstituirse. Como siempre, el registro de estas dinámicas es fragmentario y distorsionado, no obstante, el seguimiento atento de las evidencias disponibles y su interpelación, nos ponen tras las huellas de sus características concretas, sin las cuales es difícil, por no decir imposible, comprender la presencia de negros e indígenas y sus relaciones.

En esa perspectiva y con varios fines, se han utilizado los datos de censos y padrones coloniales (1779, 1780, 1797), censos oficiales de población del siglo XIX (1843 y 1870) y padrones de varios ríos del Pacífico sur de 1870. Por una parte, esa información nos ayudó a establecer las principales tendencias demográficas tanto de finales del período colonial como las del siglo XIX y seguidamente a compararlas para encontrar continuidades y cambios. Por otra parte, nos fue útil para mirar en la microescala de los ríos, la manera como se manifestaban y concretaban estas tendencias. Simultáneamente, realizamos una relectura de los principales aportes historiográficos sobre el tema del poblamiento, los asentamientos y los hábitats del Pacífico.

 

La dinámica demográfica en la colonia

Con el propósito de centrarnos en las tendencias demográficas de las postrimerías del dominio colonial, partimos de los datos del último Censo del Gobierno de Popayán y la Relación que lo acompaña de 1797. De una población total de 18.795 personas, el 48.8% eran esclavos y si a este porcentaje se le suma el 33.4% de libres (que en su amplia mayoría debieron ser negros que habían alcanzado o comprado su libertad), tenemos un 82.2% de negros, entre esclavizados y libres. Los indígenas representaban el 12.1%. Los blancos el 5.4% y los clérigos el 0.1%.

Ahora bien, cuando se desagregan estos datos generales por provincias, se hacen visibles diferencias importantes a tener en cuenta y que la simple mirada sobre los datos generales tiende a ocultar. Por ejemplo, no quedan dudas que en todas las provincias del Pacífico sur la jurisdicción de Barbacoas era la más esclavista, ya que casi el 60% de su población eran esclavizados y un 25.3% libres, mientras que en otras provincias, por ejemplo Tumaco, la situación era radicalmente diferente, porque los esclavizados representaban apenas el 39.3% y los libres el 46.8%. De alguna manera, los datos de las otras provincias oscilan entre estos dos extremos. Pero no hay duda de que la otra provincia fuertemente esclavista era la del Raposo, mientras que en Iscuandé y Micay el régimen esclavista se presenta de forma ambigua, en general parece debilitado para la primera pero sabemos que en áreas importantes de la última provincia el régimen esclavista se acentuó de manera dramática.

Cuando los datos de los censos coloniales lo permiten, detenerse en las variaciones de la población entre 1779-1780 y 1797, resulta también ilustrativa. Se cuenta con datos para estos tres censos en los casos de Raposo, Iscuandé y Tumaco. En el Raposo la población esclava se mantuvo más o menos estable, mientras que los libres fueron en aumento al igual que los indígenas. En Iscuandé la población del número de esclavizados, libres e indígenas se mantuvo estable y sin mayores variaciones, pero éstas son ligeramente favorables a los indios que registran cierto porcentaje de aumento. En Tumaco la población esclava aumentó en un impresionante 50%, seguramente por la expansión de la frontera minera hacia el río Santiago en la provincia de Esmeraldas y los indios lo hicieron en un modesto pero elocuente 3% (Ver Anexo 3. Poblamiento Libre a finales del siglo XVIII en el Pacífico Sur Colombiano).

Sintetizando, la amplia mayoría de la población negra y los datos de los otros grupos socio-étnicos, confirman varias tendencias socio-demográficas: la consolidación irreversible de la sustitución de la población indígena por la negra a finales del siglo XVIII, proceso que venía desde comienzos del siglo XVII; no obstante, los indígenas habían logrado detener su extinción, estabilizaron sus poblaciones y empezaban su recuperación. Los negros e indígenas sumados representan el 95% del total de la población; la condición minera y esclavista de la región salta a la vista; la mayoría de la población esclavizada se concentraba en los reales de minas localizados en las cabeceras de los ríos, en el piedemonte de la cordillera Occidental; también es evidente que no obstante el rígido sistema social de castas imperante y el predominio de la minería esclavista, el modelo presentaba fisuras que permitían la movilidad social hacia la libertad y que los libres habían dado origen a múltiples sitios y lugares que configuraban una suerte de sociedad paralela a la esclavista. Mientras que los indios se repartían entre varios ríos de la llanura aluvial y algunos pueblos de indios en las cercanías de Barbacoas, la presencia de una minoría blanca al parecer más preocupada por beneficiar el oro que por poblar y colonizar, como por otra parte lo confirma la débil presencia eclesiástica, militar y burocrática para un territorio extenso e inhóspito.

Según nuestra manera de ver, el análisis de estas tendencias permite sostener que en esa frontera minera se había configurado una región, pero con importantes fenómenos de diferenciación interna. En Barbacoas se concentraba el núcleo blanco más importante y la ciudad funcionó como el epicentro político, religioso y simbólico de una región muy extensa. Esta sociedad se pautó en las relaciones sociales e interétnicas por un rígido sistema social de castas, basado en la separación de negros, blancos e indios y por un régimen esclavista para explotar el oro. Barbacoas fue la ciudad matriz del Pacífico sur, dando origen a Iscuandé como antepuerto suyo y esta última ciudad a su vez expandió la frontera por el norte hasta crear el distrito del Micay. Más al norte, la provincia del Raposo escapaba a la influencia de Barbacoas y su control se lo disputaban mineros de Cali, Buga y Popayán. Su función específica se definía por contar con varias ventajas, primero como un área que hacía de puente entre el Pacífico norte o Chocó y el Pacífico sur propiamente dicho, después porque su territorio servía para comunicar el Pacífico con el interior de la gobernación y finalmente por la posibilidad de construir un puerto estable en la bahía de Buenaventura. En el extremo sur, el puerto de Tumaco, estrechamente vinculado con la jurisdicción de la provincia de Esmeraldas en la Audiencia de Quito y favorecido con la expansión de la frontera minera por el río Santiago y otros aledaños, no sólo nunca fue controlado por Barbacoas sino que más bien ésta dependía de aquél para la introducción por los ríos Patía y Telembí de los abastos que provenían de los puertos, ciudades y regiones agrarias de Quito y Perú. Esta diferenciación interna del Pacífico sur daría lugar a conflictos de poder y autoridad entre sus principales núcleos poblados y élites respectivas, que se agudizaron durante las protestas ''antifiscales'' de finales del siglo XVIII y las guerras de Independencia en las primeras décadas del XIX.

Las últimas relaciones de las autoridades coloniales de la región que nos ocupa, por su naturaleza comprehensiva de las provincias del Pacífico sur neogranadino, como la ya citada de 1797 y otra contemporánea firmada por el Gobernador de Popayán3, muestran que las autoridades coloniales eran concientes tanto de la situación de la frontera minera como de la complejidad de los retos para ejercer plenamente la dominación. En efecto, la geografía política y la economía política de la región, después de más de 260 años de conquista y colonización, no podía ser más patética a finales del dominio colonial.

Con base en la relación del gobernador de Popayán, D. A. Nieto, de 1804, la situación de las provincias de Raposo, Micay, Iscuandé, Tumaco y Barbacoas, era la siguiente:

La del Raposo, con 4.519 habitantes, cuyo gobierno estaba a cargo de un Teniente de Gobernador y jueces partidarios para los ríos, la conformaban los curatos de Dagua, Calima, Raposo y Yurumangüí, su capital era el precario pueblo indio de La Cruz a orillas del río Dagua, en el que también se localizaba el sitio de Juntas que permitía la conexión con el interior de la Gobernación y en el que habían además cuatro reales de minas. Calima era un pequeño pueblo de libres a orillas de ese río, en donde también había una mina y desde el cual se establecía comunicación con el río San Juan en el Chocó. El pueblo de Raposo, a orillas del río de ese nombre, era una reducida población de indios, en ese río también había una mina de oro corrido y otras tres más similares en el río Anchicayá. En cuanto al curato de Yurumangüí, comprendía ese río y los de Cajambre y Naya, en donde no había pueblos y solamente minerales, es decir, reales de minas, cuatro, dos y uno, respectivamente. Según Nieto: ''todos de oro corrido, y en cada uno hay su capilla, como regularmente sucede en los demás reales de minas'' (AGN, Colonia, Virreyes, 16:192v). Nótese como en esta provincia del Raposo, tan cercana a Cali y clave para el proyecto de comunicación con el interior y el exterior, el antiguo pueblo del Raposo, epicentro administrativo de esa Provincia, ya había sido desplazado por el precario de La Cruz, mientras que el puerto de Buenaventura era irrelevante para la época. Por otra parte, la escasa población se distribuía por el territorio selvático entre pueblos de indios y reales minas (16 en total), es decir, que en esta provincia y desde el esquema de poblamiento hispánico, no había ninguna población de importancia. Así las cosas, lo más dinámico del conjunto consistía en la explotación del oro con base en cuadrillas de esclavos o el mazamorreo de los libres.

La provincia del Micay, nueva tenencia separada de Iscuandé, era gobernada por un Teniente de Gobernador y un Juez Partidario elegido por el Cabildo de Iscuandé, contaba con una población de 1.464 habitantes y la componían los reales de minas de Micay, Saija, Timbiquí, Guajuí, Guapi, Napi y catorce minas de oro corrido que había en las márgenes de estos ríos. Eclesiásticamente era un anexo del curato de Iscuandé, que distaba a considerable distancia suya, por lo cual la relación llamaba la atención sobre la necesidad de curas para el pasto espiritual de sus habitantes. Había dos pueblos de indios, San José y Nuestra Señora del Pilar y se proyectaban otros tres lugares para concentrar la población dispersa de indios y de libres (AGN, Colonia, Virreyes, 16:193r). Esta provincia constituye lo que he denominado la frontera de la frontera del triángulo socio histórico que formaron Barbacoas- Iscuandé-Tumaco, en la cual se van a reforzar los dispositivos esclavistas dadas las iniciativas de los clanes mineros de Popayán en esa zona (Arboleda y Mosquera), pero donde también tendrán lugar la resistencia de los negros libres, la recomposición de los pueblos indios y una gran movilidad de mestizos y blancos pobres.

La provincia de Iscuandé, con una población de 2.435 almas, era gobernada por un Teniente de Gobernador, dos Alcaldes Ordinarios, el Procurador General y el Cabildo. La jurisdicción de la ciudad de Iscuandé, su capital, comprendía el río de su nombre y el de Tapaje, así como otros que al desaguar al mar formaban playas que permitían diversos asentamientos, como los de San Juan, Bracito de Patía, Majagual, Caballos, Tierra Firme Grande, Guascana, Sanquianga, Playa Bendita, Firmes de Sanquianga, Mulatos, Boquerones, Los Reyes, Amaral y Pongamosa. En esas playas y ríos algunos vecinos, playadores pobres, habían establecido lavaderos de oro corrido, que se saca sin formalidad ni método, sólo cuando tienen necesidad del metal (AGN, Colonia, Virreyes, 16:193r). Conviene llamar la atención sobre la decadencia de Iscuandé (obsérvese que no existen ya reales de minas en cuanto tales), lo que condujo a alternativas distintas para asegurar la sobrevivencia de sus pobladores, quienes exploraron nuevos territorios que dieron origen a la provincia del Micay y también a la conquista de los frentes de playa para múltiples asentamientos.

La provincia de Tumaco, cuya capital se asentaba en la isla de San Andrés de Tumaco, era bastante extensa, tenía una población de 4.119 habitantes y era gobernada por un Teniente de Gobernador, había un Juez Ordinario y su jurisdicción la componían los pueblos de Salahonda, Palmarreal, Cayapas, Esmeraldas y Atacames. Hasta los ríos Bogotá, Guimbí, Santiago, Mira y Cachavi se había ampliado la frontera minera con 5 minas de oro corrido. La zona del estero Ostiones hasta el sitio de Galeras, por donde circulaban embarcaciones que transportaban mercancías diversas, es representada en el documento como abundante en recursos, tales como maderas de construcción, resinas y bálsamos, pero se hace énfasis en que estos no eran debidamente explotados por los habitantes. Las tres parroquias existentes dependían del obispado de Quito (AGN, Colonia, Virreyes, 16:193r-193v). Nótese que se trata de otra frontera dentro de la frontera minera con características particulares, definida por el predominio de la navegación de cabotaje, las actividades portuarias y comerciales para abastecer las minas y demográficamente por el mayor peso de los libres y el tardío desarrollo de la esclavitud. Asimismo, sus territorios ofrecían toda suerte de recursos naturales útiles, pero que no eran explotados intensivamente porque la mayoría de población vivía de la subsistencia por la riqueza de la oferta ambiental y era por tanto marginal a las lógicas comerciales.

Finalmente, la provincia de Barbacoas, con capital en la ciudad de su nombre, era gobernada por un Teniente de Gobernador, un Alcalde de Primer Voto y el Presidente del Cabildo, contaba con 6.618 habitantes y la componían los pueblos de San José (de indios) con cura propio, San Pablo y Chucunes con sus anexos de Coaiquer y Nembi, también de indios y habitados por algunos libres. La ciudad de Barbacoas estaba localizada a la orilla del río Telembí, en el que junto a los de Magüí y Güelmambí, había treinta minas de oro corrido. En el río Patía existían algunas sementeras que contribuían a la subsistencia de las cuadrillas de negros esclavos. Este era el único lugar de la región que contaba con Milicias Disciplinas, que estaban a cargo de un capitán de la Primera Compañía de ellas, en calidad de comandante. Sus parroquias dependían del obispado de Quito (AGN, Colonia, Virreyes, 16:194v). Sin lugar a dudas, Barbacoas era la única parte del Pacífico sur en la cual prevalecía con cierta solvencia el modelo hispánico de dominio y en donde la ciudad y su jurisdicción se esforzaban por mantener separados a los ''blancos'' de los indios y por desarrollar un sistema esclavista intensivo. Pero en donde también, con una mirada más atenta, se puede establecer que la fiebre del oro condujo a una evidente dependencia de toda la sociedad respecto de la actividad minera, lo que al tiempo conllevó a la coexistencia de la esclavitud con la libertad y a la configuración del complejo universo de los libres.

En síntesis, la situación de las provincias que conformaban el Pacífico sur en las postrimeras del dominio colonial indica que: en un territorio extenso habitaba una población importante pero dispersa (18.795 habitantes), con precarios asentamientos hispánicos, ciudades y puertos, y una débil presencia eclesiástica, en los que predominaban los reales de minas (50 en total), de oro corrido, sobre los pueblos de indios y las ciudades de blancos; como frontera minera sus contornos y bases de acción fueron inestables y fluidos, lo que incidió en las rivalidades de las ''ciudades'' para asegurar su control. Las modalidades extractivas de explotación de sus riquezas naturales se concentraron en el oro y escasamente aprovecharon otros recursos disponibles de la oferta ambiental de la selva húmeda tropical; los dispositivos del dominio y la explotación de esta sociedad esclavista presentaron importantes fisuras que permitieron diversas formas de resistencia y el despliegue de ingeniosas iniciativas de los sectores subalternos.

El dominio colonial dejó así dos legados importantes para el nuevo orden republicano: la economía extractiva como constante histórica regional y un poblamiento disperso y por lo general étnicamente diferenciado.

 

La dinámica demográfica en la República

En relación con los aspectos demográficos que estamos analizando, una consecuencia decisiva de las guerras de Independencia y la adopción del régimen republicano en esta región, consistió en que las tendencias descritas para las postrimerías del dominio colonial no sólo persistieron sino que se consolidaron y ampliaron. Durante el nuevo régimen las actividades mineras jamás recuperaron los niveles de productividad que tuvieron en la colonia, lo que condujo a que por lo general los núcleos blancos más prestantes, de por sí minoritarios, abandonaran la región y sus centros urbanos (Granda 1977). Razón por la cual los censos oficiales de población de 1843 y 1870, aunque no consideran la condición étnica, se pueden interpretar como la confirmación del triunfo demográfico de negros e indígenas en esta región.

Entre 1797 y 1843, en 46 años, casi medio siglo, la población total de la región prácticamente no creció o tuvo un crecimiento muy lento y a duras penas pasó de 18.795 a 24.837 habitantes; pero en adelante, el crecimiento demográfico de la región se disparó, razón por la cual la población presenta un incremento notable entre 1843 y 1870. En efecto, durante el período intercensal de 27 años, la población casi se duplicó y alcanzó los 43.447 habitantes, aunque tenemos serias dudas sobre la confiabilidad de esta cifra que probablemente fue más alta. Una lectura superficial de los datos de estos censos republicanos puede inducir a la falsa idea de que en relación con la diferenciación interna de la región todo seguía más o menos igual. Sin embargo, un examen más fino nos revela las dinámicas de cambio en su interior. En efecto, de acuerdo con el censo de 1843, se puede decir que Barbacoas mantenía para la época sus antiguas prerrogativas, en cuanto al ordenamiento y control territorial como capital de la provincia de su nombre (la cual estuvo formada por los cantones de Barbacoas, Tumaco, Iscuandé y Micay), jurisdicción que equivalía a los territorios que estuvieron bajo su influencia durante la colonia. Sin embargo, para el censo de 1870, es evidente que el Municipio de Barbacoas perdió terreno frente a los nuevos centros republicanos en ascenso, porque el Municipio de Buenaventura le arrebató el control sobre la antigua provincia del Micay (Guapi, Micay y Timbiquí).

La ciudad de Barbacoas, que sufrió como ninguna otra las consecuencias del desplome de la actividad minera y la abolición legal de la esclavitud, experimentó entonces un estancamiento y fenómenos migratorios irreversibles a lo largo del siglo XIX. Iscuandé vivió un proceso similar del cual saldría beneficiada a la larga la emergente población de El Charco, situada sobre el río Tapaje. Por su parte Guapi, con su impresionante crecimiento poblacional entre los dos censos, se anuncia como el indiscutido nuevo centro de la provincia del Micay.

Pero fue en los dos extremos del Pacífico sur, en Tumaco y Buenaventura, en donde mejor se pueden observar las tendencias demográficas que conducirán a los futuros cambios en la configuración regional. En efecto, Tumaco prácticamente duplicó su población en el período intercensal (si se suman las poblaciones de Tumaco y Bocagrande), porque no hay duda que se beneficiaba de la decadencia de Barbacoas y que también incorporaba parte de la población que buscaba nuevas oportunidades. Pero el crecimiento más espectacular se dio en el puerto de Buenaventura, que casi triplica su población en el período intercensal, erigiéndose en el centro urbano de atracción para la creciente población rural de la antigua provincia del Raposo. En relación con estas tendencias hay que decir que a Buenaventura también la favorecieron las expectativas de desarrollo portuario, la eventual conexión vial con el interior del país y su localización, factores que en el mediano plazo y de conjunto, la convertirían en el gran centro que va a sintetizar los cambios demográficos, económicos y sociales del Pacífico sur, como la navegación de cabotaje y la conexión con el interior y el exterior. Sin embargo, su definitiva consolidación como el gran centro urbano y portuario de todo el Pacífico colombiano se demoraría todavía unas décadas más.

Los censos de 1843 y 1870 se realizaron mientras tenía lugar la épica y molecular conquista extensiva de la llanura aluvial por los grupos negros en libertad, pero la lógica que orientaba esas tareas del Estado nacional urgido de datos confiables, no permitió que ellos dieran cuenta de ese proceso, que en lo fundamental escapa a sus ojos. Estos censos republicanos en realidad tenían el propósito de saber cuántos eran los posibles ciudadanos y contribuyentes de un Estado nacional en construcción, cuáles los eventuales brazos productivos para las empresas proyectadas y en algunos casos saber qué obstáculos étnicos (generalmente los indios y en este caso los negros) se erigían frente a la modernidad pretendida. Los sesgos ideológicos que caracterizan este tipo de documentos republicanos nos obligaron a definir varias acciones metodológicas para escapar de sus limitaciones, en virtud de lo cual procuramos cruzar y contrastar los datos de dichos censos con una interpretación sobre las tendencias demográficas, como quedó anotado. Pero adicionalmente, intentamos observar estas tendencias en el nivel más microscópico posible, en este caso, el río, para cuyos efectos utilizamos los padrones por ríos que fueron levantados en forma paralela por los responsables del censo general de 1870 y que hemos podido localizar en el Archivo General de la Nación, AGN. Aunque inscritos en la lógica mencionada de los censos republicanos, estos padrones aportan datos de detalle muy valiosos para nuestra línea de reflexión.

Para el efecto contamos con padrones de 1870 para las siguientes poblaciones y ríos: Buenaventura, Anchicayá, Calima, Cajambre, Raposo, Mayorquín, Aguaclara, Micay, Timbiquí, Iscuandé y Tumaco. Lo que inicialmente hicimos fue tratar de establecer correspondencias entre los datos de población y los de oficios, para tener una visión más cercana de las dinámicas de la población en estos lugares y ríos; los oficios por lo general se refieren a actividades masculinas y excepcionalmente algunos, como domésticos o costureras, aluden a las actividades femeninas.4 Posteriormente, nos planteamos varios problema generales, como por ejemplo la relación entre población y condiciones ecológicas, la especialización productiva en algunos ríos o en partes de ellos, las conexiones internas y externas, los oficios y los roles masculino y femenino, el matrimonio, la reproducción y la sexualidad, entre otros.

 

Las sociedades locales ribereñas

Los datos y su análisis no dejan lugar a dudas, en el caso de Buenaventura y los ríos aledaños, de que esta población había desplazado definitivamente a las antiguas poblaciones del Raposo y La Cruz en la cohesión de los amplios territorios de la provincia de su nombre. Buenaventura era para la época una población cada vez más importante, en la que se habían diversificado ampliamente los oficios y que ejercía como centro de atracción para las sociedades ribereñas que la circundaban, al tiempo que se fortalecía de ellas. En efecto, Buenaventura se convirtió en el centro natural para estas sociedades que llevaban hasta ella sus productos agrícolas, artesanales y mineros, al tiempo que estas se abastecían allí de los bienes que no producían. Este dispositivo, de un centro urbano-comercial-portuario y una red de sociedades ribereñas como su periferia, refuncionalizó antiguas especializaciones productivas al tiempo que creo otras nuevas. Así por ejemplo, el Calima, situado hacia el interior, continuaba siendo un río predominantemente minero; mientras que el caserío de Málaga, cercano al mar y al norte de Buenaventura, era un productor pesquero. Por su parte el Raposo ya no era un río minero y se había transformado en agrícola, lo que muy seguramente tiene que ver con la composición étnica de la población, es decir, con una fuerte presencia indígena. El Mayorquín era básicamente un río de pescadores. El Anchicayá en su parte baja era un río que presentaba muchas actividades, como las agrícolas, comerciales y de servicios; mientras que en su parte alta, de la que no tenemos datos, seguramente continuó siendo un río minero (Ver Anexos 4, 5 y 6).

Pero aparte del dispositivo que se configura en torno a Buenaventura, también es posible reconocer otro dispositivo, el de los ríos en cuanto tales. En efecto, cuatro de los padrones (Anchicayá, Cajambre, Micay, Timbiquí) describen que la población de los ríos se repartía entre parte alta y baja, los datos respectivos permiten concluir que dichas partes configuraban especializaciones productivas, que los ríos comunicaban a la población ribereña en los dos sentidos y que desde sus bocanas y por el mar era posible otra comunicación con el exterior. Sin olvidar que por otros datos historiográficos y etnográficos sabemos que la comunicación por dentro también era posible a través de los arrastraderos.

Según nuestra interpretación, que la población de estos ríos se describa en un documento decimonónico con expresiones como desde sus bocas y hasta sus cabeceras, es un ''dato portador de valor'', que resume la movilidad de la población negra desde los antiguos recintos esclavistas hasta el mar, experiencia en la que se condensan memorias colectivas y ajustes a las nuevas condiciones. A partir de este reconocimiento, el río puede ser entendido entonces no como un simple dato geográfico sino como dato histórico-cultural, en la medida que la marcha por el río funda sitios y lugares, además de una historia propia, lo vivido en común. La fuerte identidad de ríos que observa la etnografía en las sociedades negras contemporáneas, seguramente se originó en estos desplazamientos y ''fundaciones''. Sin embargo, la experiencia compartida no niega las diferencias, como lo indicaría el hecho de que la mayoría de la población tendió a concentrase en la parte baja de los ríos, cerca al mar y no en la alta. Pero también es muy significativo el hecho de que entre la parte alta y la baja se presentaran especialidades productivas determinadas por las condiciones geoecológicas y por los saberes colectivos acumulados en siglos, de tal manera que las partes altas siguieron siendo predominantemente mineras; mientras que las partes bajas tendieron a especializarse como pesqueras, agrícolas y comerciales, para lo cual aprovecharon el intercambio de aguas dulces de los ríos con las salobres del mar, la mejor calidad de las tierras en las partes medias y los firmes y un mayor contacto con el exterior. Ahora bien, el hecho de que reconozcamos que este poblamiento ribereño de los grupos negros de hecho establece una división de los ríos en parte baja y alta, pero que no obstante esas sociedades locales constituían una unidad social y cultural, no debe tomarse como un esquema rígido sino ilustrativo de las principales tendencias que nos interesa identificar en este estudio. Porque otros datos de estos mismos censos sobre los oficios marginales en los que se ocupaban sus pobladores -como la presencia permanente de agricultores, mineros, artesanos, pescadores y otros-, entremezclados con los oficios predominantes en una u otra parte de los ríos, nos alertan sobre las posibles variaciones de este modelo demográfico, productivo y cultural, que también dio lugar a alternativas de autocontención, autogestión o autosuficiencia.

Otros datos de estos padrones nos inquietaron mucho, pero es poco lo que pudimos avanzar en cuanto a dotarlos de sentido en relación con la estructura familiar, los patrones de reproducción y la sexualidad en general. En efecto, no hay duda de que al dividir a la población por géneros (hombres y mujeres) e infantes, por lo general, la proporción era ligeramente favorable a las mujeres, con la excepción del distrito de Buenaventura y el caserío de Málaga. En el caso de Buenaventura el porcentaje de hombres era del 50% mientras que el de las mujeres era del 35%, fenómeno que explicamos provisionalmente como causado por movimientos migratorios campo-ciudad que pudieron tener a los hombres como avanzada de los desplazamientos. En Málaga la proporción era de 30.8% para los hombres y 20.1% para las mujeres, lo que posiblemente obedezca a otro patrón migratorio con avanzada masculina, pero esta vez desde zonas ribereñas hasta el mar.

Los datos sobre porcentaje de matrimonios resulta muy interesante, porque por lo general es bajo (7% el más bajo y 14% el más alto), en promedio un 10% aproximadamente, que se puede explicar por el bajo grado de control social y eclesiástico de estas poblaciones negras. Cuando se cruza el dato anterior con el del número de infantes y su porcentaje en el conjunto de la población, se observa que estos son comparativamente altos, ya que sus porcentajes oscilan entre 14% el más bajo y 52% el más alto, pero su promedio tiende a estar entre el 30 y el 40%. Lo que nos condujo a plantearnos un problema crucial, la manera cómo estas sociedades negras ribereñas (e indígenas) pudieron haber incidido en el control de sus pautas de reproducción, como parte fundamental de sus estrategias de adaptación, producción y construcción social y fortalecimiento de sus grupos.

La importancia de esta discusión y su desarrollo ha sido abordada desde la perspectiva del materialismo cultural (Harris y Ross 1999). Con este estudio, donde se combinan los enfoques demográfico y antropológico, los autores revalúan los postulados teóricos sobre el equilibrio entre los aspectos sociales y biológicos del control reproductivo. Su punto de partida consiste en ponderar un conjunto de datos arqueológicos, históricos y etnográficos, para plantear que ''[...] las pautas humanas de reproducción raras veces se encuentran completamente a merced de los imperativos sexuales y ambientales [...], y que las tasas de población preindustrial reflejan algún tipo de esfuerzo de optimización realizado por individuos y por grupos, y no una rendición culturalmente irregulada al sexo, el hambre y la muerte'' (Harris y Ross 1999, 9). Como es sabido, la perspectiva del materialismo cultural tiene un lenguaje muy definido y polémico en la disciplina antropológica:

Heurísticamente se considera que los sistemas socioculturales tienen tres grandes sectores: la infraestructura, que consiste en modo de producción y modo de reproducción, la estructura, o sea la economía doméstica y la economía política, y la superestructura, o sea, las creencias y las prácticas estéticas, simbólicas, filosóficas y religiosas. Aunque los tres sectores están vinculados causalmente entre sí, se considera que la infraestructura tiene más fuerza determinante, en sentido probabilístico, que los sectores estructural o superestructural. Es lo que se conoce como principio de determinismo infraestructural (Harris y Ross 1999, 10).

Pero en relación con el tema específico que nos ocupa, los mecanismos de regulación de la reproducción en sociedades como las que se estudian en este trabajo, consideramos útil la definición de modo de reproducción de los materialistas culturales: Utilizamos la expresión ''modo de reproducción'' para denotar el conjunto interrelacionado de actividades de regulación demográfica y de ''decisiones'' adoptadas consciente o inconscientemente que tienen el efecto combinado de elevar o rebajar las tasas de crecimiento de la población (Harris y Ross 1999, 9).

En el estado en que se encentran actualmente las investigaciones en historia demográfica sobre este tema para el Pacífico colombiano, no se puede ir muy lejos en el desarrollo de este tipo de perspectiva. Sin embargo, algunas conjeturas pueden ayudar a la definición de futuros trabajos de investigación. De acuerdo con los materialistas culturales, nosotros también sospechamos que el crecimiento de estas poblaciones no se debió a contingencias incontroladas para estos individuos y grupos. Sin embargo, consideramos conveniente relacionar este aspecto de los posibles mecanismos reproductivos utilizados en este tipo de sociedades con una estrategia más amplia también utilizada por ellos, es decir, incorporar la variable ecológica al análisis. Para nuestro caso, se trataría de comprender cabalmente lo que significó haber conquistado un nuevo espacio social, el de los ríos en forma extensiva, cuestión que tampoco presumimos como una dinámica completamente espontánea.

En efecto, durante la Colonia, por el interés en reproducir el sistema esclavista, los mineros tuvieron que garantizarle a los esclavizados una dieta básica consistente en carne salada, panela, mieles y aguardiente, producida en las haciendas de trapiche del valle interandino del Cauca, la cual se complementaba con plátano, maíz y otros productos del monte que se producían en la frontera minera por esclavizados, libres e indígenas. Desestructurado el régimen esclavista en esta frontera, sus antiguos recintos (reales de minas y distritos mineros), experimentaron un proceso de enclaustramiento y los grupos negros en libertad de hecho (y con el tiempo de derecho) debieron enfrentar cambios diversos, entre los que se encontraban el garantizar su dieta alimenticia y la reproducción de los grupos en las nuevas condiciones. Analizamos la conquista paulatina de los ríos, desde sus cabeceras hasta sus bocanas en el mar, como una estrategia tanto de adaptación a entornos desconocidos como de construcción de un espacio social nuevo. Es notable que estos grupos no optaran por una vida nómada, sino que en condiciones de selva húmeda tropical formaran sociedades sedentarias, que integraron de manera versátil los asentamientos ribereños con la huerta casera, la agricultura en las terrazas y firmes de los cursos medios de los ríos, la pesca, la recolección y la caza en los esteros y en el monte y, finalmente, la minería en los cursos altos de los ríos, que les permitía básicamente monetarizar sus economías domésticas y comunitarias (Ver Anexo 6. Especializaciones Productivas en algunos ríos del Pacífico Sur Colombiano en 1870).5 Seguramente que con el transcurrir del tiempo y con la conquista extensiva de los ríos, surgieron especializaciones productivas mucho más marcadas que habrá que rastrear, identificar y estudiar con mayor profundidad.

Los estudios biológicos y ambiéntales han establecido que las selvas tropicales por encontrase en la zona conocida como cinturón de la tierra o franja intertropical, entre los trópicos de Cáncer y Capricornio, no presentan cambios climáticos importantes durante el año, reciben por tanto exposiciones solares directas y conservan una cobertura vegetal constante y que por ello en estos lugares es posible una abundante producción de especies vegetales y animales, que los convierten en los paisajes más biodiversos del planeta. En una de estas selvas tropicales, concretamente en el hoy llamado Chocó biogeográfico, tuvo lugar la gesta negra de su poblamiento y la recuperación indígena que nos ocupa en esta investigación. Ecosistemas diversos que se extienden desde la cordillera Occidental hasta el mar sustentan la gran diversidad de especies vegetales y animales que la caracterizan. Un estudio hecho con referencia al presente resumía esta diversidad del Pacífico así:

Para la fecha se han reportado en el Chocó biogeográfico entre 7.000 y 8.000 plantas superiores; unas 150 especies de mamíferos: 838 especies de aves y se cree que 2.000 especies de plantas y 100 especies de aves son endémicas. La inmensa biodiversidad se debe al aislamiento que tienen las selvas de la región de las otras selvas de Suramérica y a los altos niveles de lluvias y a la ausencia de períodos secos (Rubio et. al., 1998:21).

Estas referencias a la biodiversidad del presente son claves para nuestro propósito, porque casi sobra recordar que la misma debió ser mucho más rica todavía en el pasado, en razón de una relación más amable y equilibrada entre población y recursos, culturas y medio ambiente, constituyéndose en un factor insustituible para el crecimiento demográfico y la apropiación del territorio. En otras palabras, esa impresionante diversidad con la que se encontraron los grupos negros en expansión por la llanura aluvial durante el siglo XIX debió ser un acicate para estrategias diversas de aprovechamiento de la oferta ambiental, si tenemos en cuenta el bajo uso de tecnologías intensivas en la explotación de los recursos y el proceso molecular de estos asentamientos, que exponían a reducidos grupos humanos con herramientas y medios limitadas, frente a una selva húmeda tropical amenazante en muchos sentidos. Para estos grupos humanos, como lo muestra la etnografía,6 debió ser decisivo recurrir a sistemas clasificatorios de plantas y animales, reconocer sus propiedades, identificar ciclos vitales y reproductivos e inscribir todas estas acciones en su corpus mental que contaba con referentes materiales (usos cotidianos) y simbólicos (usos mágico-religiosos y curativos), pero cuyo cabal conocimiento nos es esquivo todavía. Seguramente, esto dio lugar a que entre negros e indígenas surgieran expertos y mediadores entre la naturaleza y las sociedades locales (artesanos, curanderos, yerbateros, jaibanás, rezanderos, entre otros).7 Igualmente, en esta densa relación entre naturaleza y sociedades locales debió tomar su lugar la estrategia de control simbólico de un territorio tan extenso, difícil y caracterizado por la co-presencia de espacios socialmente dominados como el río y otros espacios no controlados como el monte, lo que va a dar origen a los cuentos, leyendas y relatos populares que nos testimonia la tradición oral, en los que una serie de entidades sobrenaturales expresan la lucha cotidiana de estos grupos negros en medio de la selva húmeda tropical.

En cuanto a los mecanismos reproductivos en estas sociedades sólo nos arriesgamos a decir, por una parte, que el evidente contraste entre las cifras sobre el bajo índice de matrimonios y el alto índice de infantes, parecer confirmar la opinión de Harris y Ross (1999, 18), en el sentido que lo que suele ocurrir en las sociedades preindustriales (y en varios sectores sociales de muchas industriales) ''[...] es que la procreación no comience con el matrimonio, sino que el matrimonio comience con la procreación''. Por otra parte, es indudable que la marcada distinción entre los roles masculinos y femeninos, es otra clave del asunto de la estructura familiar para esta región. Según Harris y Ross (1999, 35), existen unos factores que inciden en la eficiencia de la reproducción humana y del sistema reproductivo femenino, como la dieta, la carga de trabajo y la tensión psicológica, ya que todos ellos afectan a los niveles de estrógeno. De acuerdo con los datos disponibles para el Pacífico sur y los censos citados, la estructura de los oficios no deja lugar a dudas sobre el hecho de que los roles de estas sociedades estaban claramente demarcados, en términos generales y para condiciones normales. De tal manera que eran los hombres los que realizaban los trabajos más duros, pesados y de alto riesgo, mientras que las mujeres por lo general quedaban excluidas de ellos. Mecanismo que apunta a optimizar la reproducción, según la lógica expositiva que traemos. En consecuencia, podemos conjeturar en forma lícita, que el rol reproductor de la mujer que había prevalecido durante la esclavitud colonial y de la república temprana se redefinió, consolidó y amplió en condiciones de libertad, como parte de la estrategia de individuos y grupos por consolidar las nuevas sociedades y aumentar sus efectivos demográficos.

Simultáneamente, los espacios de acción de hombres y mujeres también se delimitaron e hicieron funcionales y complementarios. De tal manera que el monte, el río y los esteros, fueron los espacios masculinos por excelencia, así como las actividades productivas asociadas con ellos. Mientras que la casa, con la huerta (zotea), cocina y frente de río, fueron los espacios y las actividades femeninos por excelencia, entre los que se destaca el cuidado de los fetos y niños.

No obstante la importancia y trascendencia de esa poderosa realidad de las sociedades locales ribereñas que hemos analizado, ella no es suficiente para tener una visión comprehensiva del Pacífico sur colombiano en la segunda mitad del siglo XIX. En efecto, como parte del mismo proceso de crecimiento demográfico de los grupos negros y de su expansión por el territorio, también surgieron importantes concentraciones urbanas que modificaron drásticamente las antiguas jerarquías de las ciudades patrimoniales de origen colonial, crearon las condiciones para los futuros modernos puertos y su conexión con el interior del país y los mercados del mundo. En consecuencia ambos fenómenos, las sociedades ribereñas y los grandes centros portuarios, deben ser objeto de un análisis integrado.

Como ya vimos, entre 1843 y 1870 en la región se mantuvieron tasas de crecimiento de población similares a las del suroccidente y el resto país en su conjunto. Miremos ahora lo ocurrido entre 1870 y 1905. La población general del Pacífico sur en 1870 era de 37.900 habitantes y en 1905 pasó a 64.769 habitantes, con lo cual se consolidaron tendencias que venían del período anterior. Precisamente, se produjo la configuración de un nuevo patrón de poblamiento en el que se combinan los asentamientos ribereños con los grandes puertos fluvio-marinos, haciéndose ambos complementarios. En efecto, en la segunda mitad del siglo XIX Buenaventura se consolida como el nuevo epicentro del Pacífico sur, ya que en el período intercensal de 1870-1905 su población pasó de 3.991 habitantes a 12.195, con una tasa de crecimiento de 25%. Tumaco tuvo un desarrollo paralelo espectacular al pasar de 2.642 habitantes en 1870 a 11.145 en 1905, con una tasa de crecimiento de 30.5%. Guapi también tuvo un comportamiento interesante, porque en 1870 su población era de 4.933 y en 1905 alcanzó los 8.211 habitantes, con una tasa de crecimiento del 12%. El caso de Timbiquí es muy notorio, porque la explotación minera moderna produjo cambios muy drásticos en los asentamientos tradicionales, en 1870 su población era de 3.577 y para 1905 alcanzó los 10.941 habitantes, con una tasa de crecimiento de 25%. En adelante, la suerte de las poblaciones ribereñas quedaría para siempre atada a la suerte de las grandes concentraciones portuarias y a los proyectos de modernización que las tomaron como los lugares fundamentales para inducir los cambios que querían en la región, de acuerdo con expectativas económicas y políticas nacionales e internacionales.

Es necesario reconocer que ambas historias, tanto la de las sociedades ribereñas como la de las grandes concentraciones portuarias, están todavía en proyección, como lo indican los estudios más recientes.8

 

Reconfiguración del espacio del Pacífico Sur

Como se ha dicho, se asume que el Pacífico Sur Colombiano y sus provincias, pueden definirse como una región histórica, fundamentalmente por el papel económico que jugaron en el ordenamiento colonial. Sin embargo, como tal, esta región minera se asocia a una región mayor, que en su forma administrativa se identifica como la Gobernación de Popayán, donde la economía minera esclavista era sólo parte de una estructura social y productiva global.

Ahora bien, como posibles variables en el análisis de la configuración de las regiones y su desarrollo, de la Peña sugiere las siguientes: la región y la economía política, la región y el Estado, la región y el mercado, la región y la ciudad, la región, la desigualdad y la clase social (Peña 1991:155-162). El desarrollo de un ejercicio aproximativo de aplicación de estas variables al caso de las provincias del Pacífico sur resulta sin duda interesante, aunque no sea posible abordarlo aquí en profundidad.

En relación con la variable región y economía política, como ya se ha dicho, esta región inicialmente se estructura sobre la economía minera colonial y la función de la misma dentro del modelo imperial como suministradora de minerales preciosos para la Corona española (Barona 1995 y 1996; Colmenares 1979; Díaz 1994). Pero durante el período temprano de la construcción nacional este carácter de la región se rompe, por la disolución de la esclavitud y el declive de la producción de oro, con lo cual deviene marginal al proyecto nacional, que sin embargo permite la vigorosa presencia de las comunidades negras e indígenas. Al final del período considerado en este estudio, la región y su gente experimentaron fuertes tensiones derivadas de las políticas integracionistas en lo sociocultural y la influencia y expansión de la economía de mercado.

En cuanto a la variable región y Estado, el Pacífico sur vive los avatares propios de las tensiones entre las provincias históricas, la región mayor y las fuerzas centralizadoras del Estado. Los grandes momentos de este proceso se pueden hilar cronológicamente así: la ''proclamación'' de la Independencia por la ciudad de Iscuandé en 1810 y las consiguientes guerras de Independencia que durarían en la región hasta 1823-1824; el pacto político de Bolívar con las grandes familias esclavistas de Popayán, los Mosquera y los Arboleda, en 1821 (Lofstrom 1996); la creación de la Provincia de Buenaventura con capital en la ciudad litoral de Iscuandé en 1823 y su duración hasta 1835, forma administrativa que debía darle cohesión, exclusivamente, al territorio litoral comprendido entre el río San Juan al norte y el río Mataje en la frontera con Ecuador; los intentos por reiniciar un nuevo ciclo minero con base en la esclavitud y las contradicciones de este proyecto frente al desmonte paulatino de la esclavitud adoptado en la Constitución de Cúcuta en 1821 y por el crecimiento constante de la población de negros libres; durante este período el proyecto regional de los territorios perteneciente en el pasado a la antigua Gobernación de Popayán y todas sus provincias tributarias, se vio especialmente afectado por las dinámicas de la configuración de los proyectos nacionales de Ecuador y Colombia, entre los cuales vaciló (Fazio 1988; Van Ake 1995; Valencia 1996); desde 1835 hasta 1857, cuando se crea el Estado Soberano del Cauca, la Provincia de Buenaventura, ahora con capital en Cali, retornó al modelo colonial de control del territorio litoral por las ciudades del interior andino; durante la segunda mitad del siglo XIX se produjo la masiva conquista del litoral Pacífico por los grupos negros en libertad y en las primeras décadas del siglo XX se dieron fuertes iniciativas integracionistas de la gente negra e indígena por parte de misioneros y proyectos económicos de explotación de sus recurso naturales y de conexión vial con el interior y el exterior.

En relación con la variable de la región y el mercado se puede establecer que las redes mercantiles en las que se hallaba inscrita la región se encontraban doblemente determinadas: por una precaria red de caminos por una parte y por su dependencia de los productos básicos provenientes del exterior, dada su exclusiva especialización minera por otra. En consecuencia, la región quedó igualmente traslapada entre la configuración de los respectivos mercados nacionales de Colombia y Ecuador (Saint-Geours 1984). En efecto, desde la época colonial esta región dependía por completo de los suministros y abastos agrícola, pecuarios y de herramientas que provenían del mercado andino, tanto de las mesetas de Pasto, Túquerres e Ipiales como de las de la sierra norte de la Audiencia de Quito; al tiempo, otro circuito discurría por la costa entre Guayaquil y los puertos marítimos y/o fluviales del Pacífico sur (Tumaco, Barbacoas, Iscuandé, Guapi, La Cruz, Raposo, Buenaventura y Charambirá); en menor medida dependía también de los productos del valle del Patía, del valle del Cauca y de la zona de Popayán y sus anexos agrícolas y ganaderos. Esta situación estructural de origen colonial se prolongó en buena medida durante el siglo XIX y empezaría a modificarse en las primeras décadas del siglo XX. En términos de circulante, esta situación también se expresó como una superposición de los flujos monetarios y propició el contrabando de oro en polvo desde el sur de Colombia hacia el Ecuador. Prácticamente al margen del mercado, existió siempre una economía de subsistencia de los grupos negros e indígenas que aprovecharon la amplia oferta ambiental para la recolección, la pesca, la agricultura de pancoger y la minería de aluvión que monetizaba parcialmente sus economías domésticas.

En lo atinente a la región y la ciudad, la tipología al respecto es bastante elusiva, en tanto ninguno de los modelos conocidos acerca del papel de las ciudades en la configuración de las regiones parece coincidir con lo ocurrido en esta región. En efecto, si bien la ciudad de Popayán ejerció la influencia jerárquica en el orden político administrativo como asiento de la Gobernación, lo hizo siempre en abierta disputa y rivalidad principalmente con Quito, que la aventajaba en lo judicial y eclesiástico; pero también con Pasto, que trataba de ejercer su influencia sobre Barbacoas; mientras que la influencia de Cali se dejaba sentir a través de la presencia de mineros arraigados en la región aunque originarios del valle del Cauca. Hay que considerar, además, que no es despreciable la influencia de la ciudad-puerto de Guayaquil sobre la región, sobre todo en cuanto a la navegación y el comercio de cabotaje. Finalmente, las propias ''ciudades'' fundadoras del litoral Pacífico -Barbacoas, Iscuandé y Tumaco-, en realidad centros urbanos fueron muy precarios, incluida Barbacoas, la ciudad matriz de esta frontera minera y después las emergentes Guapi, El Charco y Buenaventura, tuvieron funciones y especializaciones muy puntuales que las diferenciaron desde muy temprano e hicieron que rivalizaran entre sí por la ampliación de sus jurisdicciones y el control de los distritos mineros.9

Finalmente, en lo que tiene que ver con la relación entre la región y la desigualdad social y la estructura de clases sociales cabe decir que en la región tendieron a coincidir las fronteras sociales con las fronteras étnicas,10 dado el escaso mestizaje, mulataje y zambaje, el amplio predominio demográfico de los negros, la baja cantidad de efectivos blancos y la casi despreciable inmigración de estos o de mestizos hacia la región. Precisamente, el predominio de los negros, que continuó como tendencia después de que fuera abolida jurídicamente la esclavitud, los mantiene como los protagonistas subalternos de la región en la segunda mitad del siglo XIX. Justamente, cuando estos consolidaron su expansión territorial y conformaron sociedades locales ribereñas en una gesta pobladora que, a manera de diáspora interna por la llanura aluvial, los llevará a definir la región como un gran territorio colectivo, sobre el cual sobrevendrán nuevos ciclos económicos extractivos y la intervención de sus agentes privados y estatales, amparados en la política de los baldíos nacionales, las concesiones de explotación de los bosques y los diseños de desarrollo portuario y vial, a contrapelo de las dinámicas locales y regionales.

En conclusión, considero necesarios y pertinentes un enfoque sistémico, una periodización de alcance intermedio y la perspectiva regional para casos como el estudiado aquí por varias razones. Los problemas bajo estudio suponen balancear adecuadamente un período tan considerable con las dinámicas concretas a observar, lo que obliga a enfocarse sobre todo en las tendencias más que en los acontecimientos propiamente dichos, pero sin que por ello se tengan que perder de vista los fenómenos específicos y las formas que estos asumieron. Ahora bien, aunque para el análisis espacial se partió de una dimensión intermedia, es decir, la gobernación de Popayán o el Gran Cauca y la región del Pacífico sur, en él están implicadas interacciones y conexiones de escala mayor como la nacional y mundial, o de mucha menor dimensión como la microescala. Por otra parte, existían otros retos analíticos, como alcanzar un equilibrio entre la descripción con base documental y la explicación más profunda, lo que supone un permanente desplazamiento desde las dinámicas históricas concretas hasta un marco conceptual y sistémico. El resultado final nos hace pensar que esta tensión se resolvió positiva y razonablemente, que en lo fundamental hemos evitado el riesgo de un reduccionismo sobre algún modelo que en su nombre sacrifique los ricos matices que proveen las distintas fuentes, documentos y evidencias consultadas y analizadas, por lo cual nos arriesgamos a exponer un modelo flexible en el juego de variables, el cual resultó de este ejercicio de investigación.

Finalmente, en relación con la pertinencia de las anteriores decisiones metodológicas, cabe considerar otro aspecto fundamental: determinar cuáles son las unidades de análisis de un estudio que cuenta con las características anunciadas. Lo que nos condujo a enfocarnos en dos grandes dinámicas históricas y sus configuraciones respectivas, el nacionalismo de Estado y la etnogénesis negra e indígena, las cuales solamente se pueden observar y describir en términos sistémicos y en el largo o mediano plazo.

 


Notas al pie

* La perspectiva e información del presente texto provienen de la tesis doctoral Territorio, Etnicidad y Poder en el Pacífico Sur Colombiano, 1780-1930 (Historia y Etnohistoria de las Relaciones Interétnicas) optativa al título de Doctor en Antropología Social y Cultural de la Universidad de Sevilla, España, 2007.

1 Véase al respecto, Castro-Gómez, Guardiola-Rivera y Millán de Benavides, eds., (1999); Editorial. 2007. Teorías decoloniales en América Latina. Revista Nómadas. 26: 4-5.

2 En una discusión similar, pero desde una etnografía de los ''grupos negros'' de los ríos Satinga y Sanquianga del Pacífico sur, Eduardo Restrepo cuestiona la pertinencia de la categoría de ''campesinos silvicultores'' que utilizan los ingenieros forestales y economistas para referirse a estos grupos que viven de explotar los humedales forestales de la zona (Cf. Restrepo 1996). Para una breve reseña de esta discusión, ver Almario, Oscar. 1996.

3 Archivo General de la Nación (AGN). Colonia, Virreyes, t. 16, ff. 185-195, dto.:29. Popayán, septiembre 20 de 1804. Firmado por Diego Antonio Nieto. (n.a. Los datos del gobernante provienen de un padrón de 1795 y por eso se explica que coincidan con los de la relación de 1797).

4 Al levantar la información poblacional de los censos de 1870 se desagregó la población menor de edad y sin oficio, o con oficios asignados indiscriminadamente (generalmente el paterno) para obtener una mejor aproximación al peso porcentual de solteros e infantes. En varios casos los oficios se asignaron por familia lo cual puede indicar que las familias, especialmente los hombres de cada una, se dedicaban a un mismo oficio; sin embargo, el hecho de que ciertos oficios se usaran con alta regularidad, por ejemplo para mujeres solteras, puede indicar el carácter de ''comodín'' de ciertas categorías, como ''lavandera'' o ''costurera''. Al considerar el peso porcentual de los oficios, éste se evaluó con respecto al tamaño de la población ocupada, y no con respecto al tamaño de la población total.

En algunos casos, las sumatorias obtenidas no coinciden con las tablas de resumen o totales de los censos. Lo anterior se debe a errores en los originales o falta de información por mutilación de documentos, fallas de la copia fotostática o ausencia de folios completos. Sin embargo, la información faltante no es mucha y se asume que las tendencias porcentuales no variarían considerablemente.

Observaciones particulares sobre algunos censos. En el censo Málaga, Buenaventura es claro que se asignó indiscriminadamente el oficio paterno a todos los hijos sin importar la edad, por tanto todo niño de 10 años o menor no se incluyó en la población con oficios. En la Sección Primera del Distrito de Buenaventura la sumatoria total de población que aparece en el censo es de 2.052 personas, pero faltan los folios 129r., 131r., 132r., 146r, y el lado izquierdo del 152r. La información porcentual se levantó con respecto al total disponible de 1.834 personas.

5 Las evidencias sobre este proceso en el Pacífico Sur Colombiano y su comparación con las existentes para el Amazonas, ameritan futuros esfuerzos comparativos. Por ejemplo Harris y Ross (1999, 61-64), a partir del caso amazónico, subrayan que puede darse, y de hecho se dio, una importante vida sedentaria en bosques tropicales, en la medida que los distintos grupos aprovecharon las varzeas (estrechas llanuras inundadas) para proveerse de recursos variados y abundantes.

6 La relación entre la naturaleza y las sociedades como fundamental en la formación de identidades y senti dos, ha sido tratada por Descola (1989) y Descola y Palsson, coords (2001).

7 Los jaibanás, entre los indígenas emberas, tienen el poder de controlar los animales de la selva, con una estrategia que permite encerrarlos (en le mundo de abajo) o destaparlos (dejarlos salir al mundo de los humanos). Desde su tradición, los animales tienen comportamiento sociales similares a los humanos y por eso con ellos deben establecerse relaciones claras, que es de lo que se ocupa el jaibaná. Ver, Rubio et. al., 1998:28-30).

8 Léase Aprile-Gniset (1993 y 2002), Leal (1998 y 2005), Leal y Restrepo (2003), Almario (2003) y Romero (1995, 1997a, y 1997b).

9 El estudio más innovador acerca de la perspectiva del papel de lo urbano en el Pacífico, una región que tradicionalmente ha sido vista por la academia como ''rural'', es el de Claudia Leal (1998), que desarrolla una comparación entre las ciudades de Barbacoas al sur y Quibdó al norte, que compartieron la ilusión de un progreso urbano en medio de la selva. En la misma perspectiva, véase también de Leal (2005, 39-65) su análisis de la transformación de Tumaco de un caserío a una ciudad portuaria entre 1860 y 1940, aprovechando varios ciclos vegetales atractivos, como el de la tagua.

10 De acuerdo con la perspectiva que Wade, 1997, le ha dado en este punto a sus trabajos y que retoma de Taussig, 1987.


 

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