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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

versão On-line ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.1 no.2 Medellín jul./dez. 2009

 

ENSAYOS

 

Otro paso en la reflexión sobre historia local

 

 

Francisco Uriel Zuluaga Ramírez*

* Historiador, Profesor Titular y Profesor Honoris Causa del Departamento de Historia de la Universidad del Valle. E-mail. fzuluaga@latinmail.com

 

Articulo recibido 8 de agosto de 2009, aceptado el 03 de octubre de 2009 y publicado electrónicamente el 10 de diciembre de 2009.

 


Resumen

El ensayo ofrece una reflexión epistemológica sobre la historia local a partir de distintas revisiones de orden historiográfico del ámbito latinoamericano y europeo. El texto analiza de modo crítico los elementos ineludibles de la Historia Local y manifiesta la relación dicotómica de la singularidad colectiva e individual. En igual sentido resaltan el papel de las fuentes, los hechos y su relación con el papel los protagonistas o actores históricos en una localidad.

Palabras clave: Historia local, microhistoria, historiografia, epistemología, metodología


 

 

En el primer seminario en Medellín, dediqué una parte de mi ponencia a responder uno de los interrogantes que brotan, espontáneamente, al emitir la expresión Historia Local. Este interrogante averiguaba por lo local y la localidad, cuando este vocablo se une al término historia. Hoy quiero enfrentarme a aquel concepto de lo local y a la localidad misma, para que muestre su forma de manifestarse e indique la ruta de construcción de la historia local. Es decir, si la primera reflexión tuvo una preocupación ontológica, la de hoy se propone averiguar por el cómo conocer (o cómo se dá a conocer) la localidad, tanto como problema epistemológico –a la vez que metodológico–.

Dijimos en esa oportunidad que:

[...] lo local es lo que da sitio, sitúa a un hombre o a un grupo humano, pero como ese situarse es en sí un proceso de construcción y cambio permanente, es un angustioso gestarse histórico social1 con manifestaciones de construcción de prácticas económicas, políticas y culturales que le dan identidad y lugar frente a otras comunidades, tanto diseñando su espacio y ejerciendo territorialidad como organizándose en sociedad y produciendo una forma de vida, una percepción del mundo, una cultura. Quizá lo que hoy están buscando las localidades, de mayor conciencia histórica, sea el reconocimiento del significado de sí mismas para sí y frente a un mundo que procura desdibujarlas en la globalidad (Zuluaga 2005, 114).

Ya avanzábamos que su manifestación fundamental es la construcción de prácticas de diverso orden, que acaban produciendo una forma de vida y una percepción del mundo. Es decir, acaban produciendo historia para la Historia, en el sentido en que Koselleck distingue la historia (con h minúscula) y la Historia (con H mayúscula) como procesos separados que convergen...

[...] para revelar un campo de experiencias que no se podía haber formulado anteriormente. El primero de los procesos consiste en la formación del colectivo singular que aglutina en un concepto común la suma de las historias individuales. El segundo en la fusión de ''historia'' como conexión de acontecimientos y de ''Historia'' en el sentido de la indagación histórica, ciencia o relato de la historia (Kosselleck 2004, 27).

La localidad al configurarse como tal, por la construcción de prácticas de todo orden y por la producción de una forma de vida, está desarrollando el primero de los procesos: ''...la formación del colectivo singular que aglutina en un concepto común la suma de las historias individuales'' donde los diversos projectum2 individuales, sin perder su carácter de tales, participan y se realizan en el pro-jectum colectivo. Son estas historias y hechos individuales que, realizados en su hacerse colectivo, pueden percatarse de ser cada uno con los demás en un indisoluble nosotros, pugnando por hacerse presentes en la historia como historia local.

La Historia, como disciplina que se ocupa de la historia, tiene entonces la tarea de abrir historiográficamente la historia a un problema que atañe directamente a los historiadores: ¿Cómo abrir la historia y específicamente la historia local? La apertura está necesariamente precedida por el preguntarse por el qué abrir, elemento constitutivo de esa historia, y cuya respuesta será: el acopio temporal de los hechos acaecidos en el proceso de constituirse la localidad y por lo tanto pasados, aunque como ''pasado'' ya no están presentes. Debemos entonces traerlos del pasado al presente, no para hacerlos presentes en el tiempo de hoy, sino para poder tenerlos en frente a nosotros como presentes en su propio presente pasado.

Es aquí cuando, en un proceso de conocimiento de la historia (con minúscula) por parte de la Historia (con mayúscula), se funden una y otra para producir la representación del pasado y su correspondiente relato histórico. Una fusión donde el pasado, mediante las fuentes y los procedimientos metodológicos de la Heurística y la Crítica, se ponen a disposición del historiador para que establezca los hechos individuales en su facticidad y descubra el entramado que los vincula colectivamente y como tal, fundarse en localidad. Ese momento en que se agolpan ante el historiador los hechos individuales y los individuos de un pasado, en una interacción que funda y promueve lo colectivo, es el instante del desvelamiento de la historia local como piedra angular de toda Historia. Esta sería la única instancia en que el historiador se encuentra ante un pasado que percibe como presente-pasado-concreto-integral, cuyo conocimiento propugna por una utopía: la historia total. Esta Historia debe tener presente que el proyecto del colectivo singular no se agota en él; que como tal el pro-jectum debe reconocer que su colectivo singular es con otros colectivos singulares, de los cuales se diferencia, así como también participa en la diversidad.

Así, otras instancias -o escalas- de hacer Historia, deberían producir su conocimiento a partir de esta Historia local, pero lo más frecuente es que opten entre dos formas de superar lo singular del hecho y el colectivo singular que es la localidad. Estas formas son: el establecimiento de escalas de análisis y la sectorización del objeto de estudio. En el primer caso, se distingue entre Historia local, Historia Regional, Historia Nacional e Historia Universal o General; reduciendo esta distinción a una diferencia de escala en el orden de las magnitudes, pero olvidando que en la medida que avanza la magnitud se incrementa la generalización y, por tanto, la especificidad del colectivo singular se diluye hasta producirse las Historias Universales como síntesis. En el segundo caso, al sectorizar el objeto de estudio, en Historias política, económica, jurídica, etc., se privilegia una de las facetas del mismo y se ignoran las demás, obteniendo resultados cada vez más analíticos y complejos de la faceta estudiada; pero al tiempo esos resultados construyen. Historias unidimensionales que, olvidando los demás aspectos, distorsionan las representaciones del pasado en estudio y se acaba por perder toda referencia al pasado acaecido en un presente real y concreto.

Con las afirmaciones anteriores, no estoy negando las demás Historias, simplemente deseo subrayar que la Historia local y el historiador local, alcanzan una mayor cercanía frente al pasado como fue acaecido, a la historia. Las demás Historias se construyen en y para generalizaciones y abstracciones que culminan en la Historia General o Global.

Retornemos a la apertura historiográfica, cuya realización depende de acciones que materialicen el acopio temporal de los hechos acaecidos en el proceso de constituirse la localidad, lo que se logra con las operaciones heurísticas de establecimiento y consulta de las fuentes, recolección de los datos y establecimiento de los hechos.

Las fuentes de la Historia local, más que en cualquier otra historia, cumplen con lo señalado por Jerzy Topolsky:

Una fuente potencial es cualquier cosa de la que un historiador puede extraer información sobre el pasado, y una fuente efectiva, la serie de unidades de información ya sacadas por él, o listas para ser sacadas (Topolsky 1985, 300).

Por lo tanto, la Historia local se nutre de fuentes orales, escritas, tradición oral, monumentos, utensilios arqueológicos, etc. Como lo expresara uno de los fundadores de la Escuela de Annales:

La historia se hace con documentos escritos, sin duda. Cuando los hay. Pero puede y debe hacerse con todo lo que la ingeniosidad del historiador le permita utilizar... Por lo tanto, con palabras, con signos, con paisajes y con tejas. Con las formas del campo y de las malas hierbas, con los eclipses de luna y con los arreos de los animales de tiro. Con las peritaciones de piedras y los análisis de las espadas de metal hechos por los químicos (Iréneé 1999, 63).

En esa información a ratos mínima, en otras ocasiones compleja y amplia, hallada en los archivos organizados o en un rincón de San Alejo, recuperada siguiendo un plan heurístico sistemático o en la persecución azarosa de un rumor, se encuentra lo histórico de los hechos de los hombres. Ella es igualmente informativa si está plasmada en un papel, en una pintura, en los gestos de una escena representada por una pintura, en la música y la coreografía de un baile. Esa información, puesta ante nosotros, debe dar paso a la crítica -externa e interna- de las fuentes y de los hechos. Esta acción nos permite establecer los hechos y colocarnos frente a ellos de manera tan real como los datos lo permitan. Cuando, gracias a la labor crítica, se irán revelando las relaciones entre los hechos y las personas que los protagonizan, perfilando los grupos y el colectivo singular que nos ocupa.

En este momento, la investigación toma un rumbo metodológico y hermenéutico, que en esta ocasión no se alcanza a desarrollar. Sin embargo, si podemos decir que en esta segunda etapa se debe dar, tanto la interpretación de los hechos y sus relaciones en el tiempo, como la construcción de una representación que fundamente un texto.

Provisionalmente procuremos enfrentar, desde la perspectiva heurística y de crítica de las fuentes, las diferentes formas de hacer Historia local.

Un repaso general nos muestra algunos elementos ineludibles cuando de Historia local se trata. Ellos son:

1. La historia local tiene como protagonista necesario un singular colectivo.

2. El singular colectivo debe entenderse como convergencia de proyectos singulares individuales o de proyectos singulares colectivos con una relativa interdependencia.

3. La singularidad de un colectivo no excluye la diversidad, bien sea para reconocerse como uno entre otros diferentes, o para reconocer la diferencia entre varios nosotros.

4. En la medida en que la Historia Local (historiografía) busque estar presente ante la historia local (acontecer), en esa medida debe privilegiar la fuente primaria, documental o no.

5. La certeza y credibilidad de la Historia local, descansan en el rigor del tratamiento de las fuentes y el establecimiento de los hechos.

6. El establecimiento de las relaciones entre los hechos, y entre los hechos y sus protagonistas singulares individuales o colectivos, son la materia prima para la interpretación y representación que alcanza la Historia local, para lo cual debe avanzar en tareas metodológicas y hermenéuticas que aquí no trataremos.

Partiendo de las aseveraciones anteriores y de las reflexiones previas mencionadas, modalidades como la Historia local o microhistoria propuesta por Luis González (González, 1973) y la Historia local o la Historia pueblerina propuesta por Víctor Álvarez (Álvarez 2005, 150- 183), al tratar singulares colectivos (San José de Gracia y los pueblos de Antioquia), con referencia inmediata a espacios determinados y proyectos que los distinguen y relacionan con los otros circundantes, tienen que reconocerse como la primera y más frecuente forma de hacer Historia.

Para Ráphael Samuel, la localidad no se establece en términos territoriales. Su localidad está más definida por las actividades de las personas, las actividades de los obreros de una fábrica, sus hogares, su actividad política y los lugares (fijos o no) donde ellas se realicen. Todo ello formaría parte de la localidad y de la historia local de un sindicato.

En años recientes la Historia Popular ha dirigido sus esfuerzos principales hacia la recuperación de la experiencia subjetiva. En la historia oral se nota el interés abrumador por la reconstitución de los pequeños detalles de la vida cotidiana; en la historia local se da mayor importancia a las personas que a los lugares, a la calidad de la vida que a las peculiaridades topográficas; en la historia laboral se observa el interés por las formas más espontáneas de resistencia. En términos más generales, destaca la enorme inventiva que han desplegado los investigadores en su intento de captar la voz del pasado: las cadencias del habla vernácula, los giros reveladores que pueden espigarse de las actas judiciales o de cartas anónimas. Al igual que en la hermenéutica, el mayor esfuerzo va encaminado a presentar los asuntos históricos tal como aparecían ante los actores en la época; a personalizar el funcionamiento de las grandes fuerzas históricas; a aprovechar los vocabularios contemporáneos; a identificar los rostros de la multitud (Samuel 1984, 20).

Una mirada similar se tiende sobre singulares colectivos cuya localidad no está dada por un ejercicio de territorialidad, sino por el esfuerzo de construir y conservar formas de organización social, de vida, de cultura, y cuyo desarrollo obliga al historiador a utilizar –primordialmente- fuentes orales. Es el caso de Historias étnicas, Historias de grupos o pueblos reconocidos por actividades específicas como los campesinos y los artesanos.

En el campo de la historia local (con minúscula) y de la Historia Local (con mayúscula), entran también aquellas Historias que, por interpuesto singular individual establecen el colectivo singular en el que se ha desenvuelto el singular individual. Me refiero a trabajos que, han profundizando en las experiencias de un individuo o unos pocos individuos, llegando a representarse el mundo en el que ese individuo vivió. Este es el caso de los trabajos de la llamada microhistoria europea.

Allí, valiéndose de individuos como Menocchio y su proceso inquisitorial, Carlo Ginzburg (1986) penetra las costumbres de los vecinos de Montereale, especialmente en su postura religiosa.

Igualmente en Montaillou aldea occitana de 1294 a 1324, escrita por Emmanuel Le Roy Ladurie (1988) penetra en un cuerpo documental compuesto por procesos inquisitoriales seguidos por Jacques Fournier a principios del siglo XIV. De ellos, el autor destaca las acusaciones de herejía adelantadas contra 28 personas, de las cuales 25 eran de Montaillou; siguiendo estos interrogatorios, Le Roy Ladurie consigue presentar los rasgos fundamentales de la vida, las costumbres, la cultura de la pequeña aldea.

Antes de los dos autores que se acaba de mencionar, Mijail Bajtín, en La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de Francois Rabelais (Bajtin 1990), pudo leer y presentarnos la cultura popular de la Edad Media teniendo como fuente principal y punto de partida la obra de Rabelais. Adentrándose en el mundo del carnaval y la comicidad, Bajtin logra presentarnos la contraposición entre el mundo refinado de rituales cortesanos con la cultura popular que entroniza lo soez y lo obsceno; contrastando dos culturas que se oponen y simultáneamente se influencian, dos partes de una unidad cultural del siglo XVI, una cultura hegemónica y una cultura subalterna vistas por Rabelais.

Esta microhistoria europea, aparte de su factura literaria, que corresponde analizar con ocasión del método y del texto, se caracteriza por hacer de un proceso judicial o una fuente escrita el núcleo central de la información, llegando a dar la falsa imagen de valerse de una sola fuente o de muy escasa documentación. Al penetrar en ella nos damos cuenta que posee un extraordinario aparato crítico y unas fuentes vastas y pormenorizadas, que permiten construir esos mundos de un o unos singulares individuales que dan razón del colectivo singular vivido por el protagonista.

Todas y cada una de estas modalidades de Historia local, reivindica el derecho a presentar los ''... asuntos históricos tal como aparecían ante los actores en la época;...'' (Samuel 1984) dando la impresión de una tendencia positivista aferrada al documento escrito y la literalidad del texto. Pero no hay tal, cuando se avance de la etapa heurística a la metodológica y la hermenéutica en la develación de los significados, podremos darnos cuenta de los niveles de interpretación y creatividad que éstas Historias alcanzan. Aferrarse a la expresión ''tal como aparecían... en la época'' expresa más la aspiración de tener -ante nosotros- el presente pasado en su totalidad, para cimentar la identidad de los colectivos singulares y poder blandirla ante la acción disolvente de la globalización.

 


Notas al pie

1 El ''gestarse histórico'' se utiliza aquí a la manera como Martín Heidegger lo entiende al definir historia como: ''...historia es aquel específico gestarse del ser-ahí existente que acontece en el tiempo, pero de tal suerte que como historia vale en sentido preferente el gestarse ‘pasado' y al par ‘tradicional' y aún actuante, todo en el ‘ser uno con otro', Martín Heidegger, El Ser y El Tiempo, 2a ed., segunda reimpresión, Bogotá, F.C.E., 1995, p. 409.

2 La noción de pro-jectum (o proyecto), se entiende aquí en el sentido de proyectarse a sí mismo cuando yectarse habla de lanzarse, dirigirse hacia. Mayor información puede hallarse en Martín Heidegger, 1995. También J. Ferrater Mora, 1994.


 

Bibliografía

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