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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

versão On-line ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.2 no.4 Medellín jul./dez. 2010

 

ENSAYOS

 

Pereira. Las representaciones de la raza, prohombre y civismo en la génesis y transformaciones materiales de una ciudad

 

 

Álvaro Acevedo Tarazona*

* Doctor en Historia de la Universidad de Huelva (España), Magíster e Historiador de la Universidad Industrial de Santander y Profesor Titular adscrito al Departamento de Historia de ésta universidad. E-mail: tarazona20@gmail.com

 

Artículo recibido 19 de enero de 2010, aceptado el 15 de septiembre de 2010 y publicado electrónicamente el 20 de diciembre de 2010.

 


Resumen

En los orígenes de Pereira (ciudad capital del Departamento de Risaralda) se construyeron las representaciones de raza, prohombre y civismo con el objetivo de impulsar las transformaciones propias de una ciudad que emprendió grandes obras materiales en procura de su modernización. Con base en estas tres representaciones, el autor reflexiona sobre los orígenes y las cambios materiales de la ciudad de Pereira a propósito de los caudillismos y las sociedades de ideas (societés de pensée) o sociabilidades inspiradas en Bastian y Chevalier, pero centrándose de modo particular en papel jugado por el denominado ''civismo pereirano'', visto como una variable asociativa de importancia que motivó al progreso de la ciudad a comienzos del siglo XX.

Palabras clave: raza, civismo, prohombre, caudillismos, sociabilidades, Pereira.


 

 

Introducción

Desde el siglo XIX la política en Colombia y en América Latina se caracterizó por las rivalidades y los caudillismos regionales. Caciques y caudillos después de las independencias se promovieron socialmente por intermedio de la fuerza y de las armas. Un liderazgo validado por su paradójica condición de constituirse en el puente de dos culturas políticas: la modernidad y el Antiguo Régimen, de un lado promoviendo discursos de transformación guiados por tesis liberales1 y neopositivistas,2 del otro afianzando prácticas de dominio y clientela de un mundo que se resistía a desaparecer. Para François Chevalier (2005, 274-318) el cacique y el caudillo representan en América Latina el nexo de comunicación y dominio de un dualismo de sociabilidades en franca oposición: el mundo holista y jerarquizado del Antiguo Régimen, conformado por actores políticos mayoritarios tradicionales, y el ''nuevo mundo'' republicano, conformado por actores minoritarios que promovían las ideas de ciudadanía y se autoproclamaban garantes de la modernización y del ejercicio del poder.

En Colombia la política caudillista hizo de las guerras una estrategia para alcanzar una jefatura partidista o acceder a una participación burocrática. Los líderes de estas confrontaciones auparon a los sectores de abajo – nómbrense también populares o subalternos–, para que tomaran partido, ya mediante el reclutamiento forzoso, ya por intermedio de las lealtades clientelistas o locales. De manera que para muchos de estos actores ir a la guerra se convirtió en un modus vivendi.

Especialistas en el tema de la nación colombiana como Alfonso Múnera (2005) o Cristina Rojas (2001) han argumentado que desde el siglo XIX se construyeron grandes relatos para unir un país de guerras y de héroes, gobiernos centralistas y pobreza franciscana, razas superiores e inferiores, sociedades civilizadas y bárbaras. Este relato de la nación construyó un imaginario elitista y andino en el que no cabían las diferenciaciones étnicas y sólo existían la ''raza blanca superior'' y las inferiores, además de una paulatina degeneración de la ''raza blanca'' hacia la ''raza negra''. Así, el término ''raza'' se asentó para legitimar las relaciones de dominación en la construcción de los nuevos estados nacionales. Hoy sabemos que identificar a una población o grupo humano con la designación de raza es un eufemismo. Sin embargo, en la transición del siglo XIX al XX, no sólo en Colombia sino también en países como México y Argentina el conflicto de las razas se constituyó en un discurso legitimador de las identidades nacionales, agenciado por los intelectuales y los medios impresos, como bien lo argumenta el texto de Rafael Rojas (2000) para la nación azteca, el cual lleva por título ''Retóricas de la raza: intelectuales mexicanos entre la guerra del 98''.

El prejuicio racial en el origen del Estado colombiano se vinculó con algunos textos dominantes en la construcción de la nacionalidad del siglo XIX. Una amalgama de discursos levantaron fronteras imaginarias entre los ''blancos civilizados'' y los ''habitantes bárbaros e inferiores'' de las costas y valles interandinos. Cualquier territorio habitado fuera de las ciudades, villas o parroquias tradicionales de la República tenía esta connotación. El discurso racial de la nación colombiana hundía sus raíces en las invenciones intelectuales de las élites locales andinas del siglo XIX, que a su vez provenían de las concepciones de Buffon sobre la degeneración de la raza blanca europea hacia formas inferiores como la raza negra, o de las tesis de Lamarck que sostenían que todas las razas evolucionarían hacia la raza blanca superior (Múnera 2005). La élite colombiana de este periodo, compuesta por blancos criollos en su mayoría, según Henderson (2006, 40) concibió a las masas social y físicamente inferiores. Un prejuicio que aún en los años veinte del pasado siglo era compartido por un amplio sector de intelectuales y políticos de oficio, y que llevó incluso a la aprobación en el Congreso de una ley que no estimulaba la inmigración de ''razas degeneradas por el servilismo'' –según las apreciaciones del ex presidente de Colombia Rafael Reyes– como la china, hindú y turcootomana y sí propiciaba la europea (Henderson 2006, 123). Sin más, la denominada generación del Centenario en Colombia3 imaginó un estado nacional sobre concepciones racistas y valores victorianos que se nutrían de las influencias del positivismo y de las teorías del organicismo proveniente de Europa. Para estos individuos, la sociedad era análoga a un organismo vivo con capacidad de evolución. De tal modo que si la sociedad se dedicaba con ahínco a estudiar y difundir las verdades científicas y prácticas, la nación colombiana entraría por la senda del progreso, el desarrollo científico y tecnológico, la paz, la libertad, el orden y el cosmopolitismo. La función de las élites no era otro que el de moldear las pasiones nacionales para hacer posible el anhelado progreso (Henderson 2006, 36). Para muchos de estos civilistas victorianos, en especial para los conciliadores de la paz, el progreso anglosajón se constituía en el único camino para salir del atraso económico. Una idea que se vinculaba con similares expresadas en el continente con el fin de conjurar la ''maldición de América Latina'' determinada por la ''raza débil del maíz'' (Rojas 2000, 606).

 

Representaciones de raza, prohombre y civismo

Si para algunos especialistas de la historia de América Latina es notorio el aparente legalismo de la vida política colombiana, que no conoció casi golpes de Estado (1854, 1900, 1905 y 1953) como sí ocurrió en otras naciones, es todavía más notorio las tradiciones partidistas de raíces liberal y conservadora. El legado político se hacía por tradición familiar más que por ideologías, fenómeno que de alguna manera explica este sistema atípico del poder en el que fue una constante la proliferación de los caudillos pese a su relativa debilidad, la ausencia de gobiernos dictatoriales, las marcadas diferencias regionales y los prejuicios raciales y civilizatorios de sus élites que definieron a la mayoría de la población como inferior, bárbara, maligna e incapaz de pensar por sí misma (Chevalier 2005, 583-587).

Si bien el origen de Pereira es el resultado de la procedencia de colonos caucanos y antioqueños, pocos decenios después la ciudad se constituyó en una mixtura de gentes proveniente de distintos lugares del país.4 En Pereira el término ''raza'' quiso referirse más a la unidad cultural y territorial de la colonización que a la pureza étnica de un origen. Una designación que se extendió a todos los visitantes que quisieran sumarse a dicho proyecto de comunidad, según refiere la conocida frase aquí no hay forasteros, todos somos pereiranos, pronunciada en 1947 por el maestro Luciano García Gómez. Alusión que identificaba el imaginario parroquial y bucólico de Pereira en las primeras décadas del siglo pasado, y que se resistía a renunciar a los valores de la aldea (Acevedo, Rodríguez y Giraldo 2009, 169-220).

En Pereira la concepción de raza no incorporó la fantasía y la violencia simbólica de la representación de un ideal de sociedad civilizada, como sí ocurrió en otros lugares de la nación colombiana. El mestizaje era concebido como un proceso hacia la escala superior del blanqueamiento, todavía en el año de 1920 se leía en el escudo de la ciudad: el triunfo de una raza, alusión que también se encuentra en algunas de las letras de su principal poeta, Luis Carlos González y en un verso del coro del himno de la Universidad Tecnológica de Pereira: honor de razas fuertes y altivas (Acevedo, Rodríguez y Giraldo 2009, 169-220).

Esta connotación de ''raza pereirana'' –más como crisol de grupos humanos y unidad y esfuerzo de un pueblo para realizar proyectos urbanísticos y culturales que propiamente como categoría racial de exclusión–, hizo eco con otras dos categorías de mayor resonancia: el prohombre y el civismo. La primera para exaltar el compromiso de unos individuos en las transformaciones materiales de la ciudad, casi todos ellos vinculados a las familias más reconocidas socialmente de Pereira por su fortuna o liderazgo; la segunda, para reconocer una participación colectiva más allá de las gestas individuales.

En el caso del llamado civismo pereirano, famosos por muchos años fueron los convites Matecañas, verdaderas fiestas populares que conglomeraban a miles de pereiranos en torno a un proyecto común. Dichos convites no tendrían nada de extraordinarios si su fin hubiese sido organizar un carnaval o alguna celebración, pero lo interesante era que se dirigían a la construcción de obras públicas. Tampoco sería extraordinario si dichas obras no fuesen más que calles pavimentadas o construcción de parques, pero éstas tenían como fin la realización de un templo catedralicio, un hospital, un aeropuerto, una universidad o un estadio, en buena medida levantados física y financieramente por la población y unas élites ávidas de ''progreso'' en su joven ciudad.

Cabe destacar que el denominado ''civismo pereirano'' no tuvo tanto un origen en la voluntad de sus habitantes o de sus líderes cívicos, sino en el abandono del estado centralista que ignoraba el desarrollo de las provincias y que concentraba la inversión en la capital del país y en algunas ciudades principales del territorio nacional. Las luchas de Pereira en la búsqueda de una identidad y autonomía administrativa frente a Manizales, capital de Caldas, también forjaron las decisiones que llevaron a los habitantes de la ciudad a buscar modelos asociativos para dirigir la ciudad por la senda de las transformaciones materiales proyectadas.

A lo largo de la historia de la ciudad se han sucedido un sinnúmero de personalidades, muchas de ellas no oriundas de Pereira, que con sus iniciativas llevaron a cabo obras materiales y proyectos urbanísticos. Eran estos los prohombres, es decir, individuos que habían adquirido una particular consideración social por sus iniciativas privadas o públicas. Fundadores como el padre Remigio Antonio Cañarte o Francisco Pereira Martínez; personalidades como Jesús María Ormaza, Elías Recio, Manuel Mejía Robledo, Alfonso Jaramillo Gutiérrez, Alfonso Mejía Robledo, Carlos Drews Castro, Arturo Campo Posada, Deogracias Cardona, Rafael Cuartas Gaviria o Guillermo Ángel Ramírez; foráneos adoptados como Jorge Roa Martínez y artistas locales como Luis Carlos González son sólo algunos ejemplos de dichos individuos de especial consideración entre los de su clase y cuya imagen ha sido y continúa siendo exaltada en la ciudad. De manera que un individuo de estas consideraciones, significaba relacionarlo con las familias de tradición y reconocimiento en Pereira, también con cierto ''blanqueamiento'' en sus fisonomías biológicas y con aptitudes para el civismo o capacidades para asociarse en la gestión pública o privada. Visto así, la connotación de prohombre para el caso de Pereira estaba relacionada con la política y más propiamente con la tradición y el denominado civismo, sin descontar cierto prejuicio racial –aunque no determinante como categoría de exclusión– por considerar sólo a las familias del ''blancaje'' de Pereira con capacidad de asociación y gestión cívica desde lo público o lo privado.

 

Entre caudillismos y sociabilidades: una forma de aproximarse al denominado civismo pereirano

Las formas de asociación promovidas por las personalidades de Pereira o individuos de especial consideración en la sociedad, remite a un campo de la historia social y política de América Latina que se ha denominado según Bastian (1993) minorías y sociedades de ideas (societés de pensée) o según Chevalier (2005) sociabilidades. Pereira y otras ciudades de Colombia son lugares privilegiados para estudiar este y otro tipo de modelos asociativos entre los que también se cuentan las logias masónicas, radicalmente anticatólicas y anticlericales, y los clubes liberales como el Rotary International (Acevedo 2006, 38-48).

Es posible que en América Latina no se haya presentado una mentalidad religiosa propiciadora de una mutación de las mentalidades corporativas, de ahí los liberalismos autoritarios y oligárquicos, los populismos y caudillismos (Bastian, 1994). Sin embargo, el estilo de colonización del Gran Caldas, en unas zonas espontáneo y en otras dirigido por empresas del colonización –en contraste con el antioqueño de estructuras más jerarquizadas y patriarcales–, creó formas de cohesión social propias dirigidas a ensalzar a los individuos que lideraban tanto la colonización, las luchas contra los intereses leoninos de las empresas colonizadoras como el impulso a las obras de modernización urbana. Este fue el caso de Pereira, cuyos liderazgos estaban vinculados a la gestión cívica para las transformaciones materiales de la ciudad.

El anterior argumento no quiere decir que en Antioquia no se hayan presentado también formas de cohesión social para ensalzar o reconocer la gestión de las individualidades y su capacidad de liderazgo en procura de proyectos modernizadores urbanos. Lo que se trata de señalar es que en el Gran Caldas, y más particularmente en Pereira, fue más visible este comportamiento, que se puede tipificar también como formas de cohesión social caudillistas (González 1998, 163-185). Dicho caudillismo podría también implicar cierta capacidad en el individuo para sustentar a los parientes y clientes que le asistieran, mostrar generosidad o ser adinerado o por lo menos demostrar aptitudes para hacer fortuna. Ahora bien, es pertinente aclarar –como enfatiza Sajid Alfredo Mena (2009 40-42)– que sería equivocado pensar que el régimen de liderazgo y asociación defendido por muchos individuos derivó estrictamente hacia la cultura clientelar caudillista o hacia la guerra como una forma de promoción social. Otra explicación tiene que ver con las sociabilidades o sociedades de ideas que llegaron a convertirse en críticas o fiscalizadoras del poder político, pero también en promotoras del mismo o en piezas de la democratización social. Para Jean Pierre Bastian (1993, 9), en Europa las sociedades de ideas encarnaron una idea portadora de la modernidad, en contra de la sociedad tradicional del Antiguo Régimen. El mayor aporte de dichas sociedades a la modernidad fue la renovada visión del igualitarismo: ''fundada en la autonomía del sujeto social individual como actor democrático''. Estas formas de sociabilidad también deben ser estudiadas no sólo como frentes anticatólicos, sino como ''redes prepolíticas portadoras de la modernidad en contra de la sociedad profunda, corporativista, que –por cierto– encontró en el catolicismo romano, y en su modelo aristotélico-tomista de sociedad patrimonial, su mejor baluarte'' (Bastian 1993, 9). Cabe aclarar que por redes prepolíticas se entienden aquellas formas de organización que no tienen propiamente una filiación política sobre la base de una de estructura de partido e ideológica, aunque tampoco la niega propiamente. Este fue el caso del bandolerismo del Gran Caldas (Acevedo 2004, 45-66).

Ahora bien, los últimos estudios emprendidos en la ciudad de Pereira han permitido aproximarse a una explicación del impacto de estas sociedades de ideas o sociabilidades (Acevedo y Correa 2007, 181-202). El Club Rotario de Pereira y la gestión de Jorge Roa Martínez es el ejemplo más notable en el decurso de la ciudad entre los años treinta y setenta del siglo pasado (Acevedo, Rodríguez y Giraldo 2009, 169-250). Las sociabilidades son también reconocidas como sociedades de ideas. Jean-Pierre Bastian (1993, 8) las define como ''modelos asociativos, en medio de una sociedad globalmente organizada en torno a una estructura corporativa jerárquica (órdenes), y compuestas en esencia por actores sociales colectivos''. Los clubes como los rotarios –entre ellos el ya citado de Pereira–, las logias masónicas y las diversas formas del protestantismo en Pereira son unas de estas formas de sociabilidad que rompieron con las tradiciones administrativas y de control del poder, y que de una u otra forma sentaron las bases hacia la modernización de las localidades y del país (Ácevedo 2006). Esta modernización desde las élites hacia la sociedad en general, e investida de proyectos de civismo –llama la atención John Jaime Correa (2009, 6)– pudo traslapar lo público con el interés privado. Así mismo, sus actuaciones no siempre debieron ser incluyentes para todo el conglomerado social si se tiene en cuenta que la nación colombiana mostró desde sus orígenes una intolerancia hacia las distintas anomias sociales, la marginalidad y las diferencias políticas. Se trata de reconocer esta dualidad de las sociabilidades en las que también se asumieron actitudes caudillistas5 y en las que éstas no siempre fueron agentes discursivos de inclusión y cosmopolitismo.

Las sociedades de ideas fueron de igual forma una respuesta a dos estructuras beneficiarias de la herencia colonial: el Estado y la Iglesia, sin descontar otras formas ordenadas y controladas por la jurisdicción estatal y eclesiástica como pueblos de indios, parroquias, capillas y arrochelados o pobladores pobres. A las sociedades de ideas también correspondieron las sociedades de arte o de pensamiento,6 los salones, las tertulias y las academias. Para François Chevalier (2005, 111-112), las sociabilidades en el siglo XIX no eran otra cosa que élites intelectuales independientes de los antiguos órdenes, en las que interactuaban nobles, funcionarios, eclesiásticos, abogados o juristas y gente de origen social muy diverso, sin que pueda hablarse de especificidad ''burguesa''. En América Latina las sociabilidades fueron consecuencia de las revoluciones de independencia, que convirtieron al individuo en centro y medida de todo. Se trata según el autor ''de un individuo abstracto e ideal, pensado de manera racional, siempre igual a sí mismo y a los demás, [...] libremente asociado para convertirse en sujeto normativo de las instituciones''. Sin embargo, no pueden desconocerse otras formas de asociación como las agrupaciones mutualistas obreras presindicales y los movimientos de ideas sindicalistas y anarcosindicalistas (Chevalier 2005, 494). Lo cual nos lleva a considerar expresiones muy distintas de las sociabilidades, esto es, no siempre como sociedades de ideas con discursos virtuosos y acciones normativas en función Estado sino como voces antagónicas del mismo y con discursos críticos. Un campo de trabajo que estaría por explorarse para el caso de Pereira y del Gran Caldas.

 

Génesis y transformaciones materiales en Pereira

Hasta finales del siglo XIX Pereira fue un asentamiento perdido entre los bosques de guadua y las montañas de la cordillera central colombiana. Si bien la fundación de la ciudad recayó en la iniciativa caucana, la colonización antioqueña dio un primer impulso a la entonces villa. Los gestores y líderes de la aldea tuvieron la intención de hacer de Pereira una gran ciudad. Para alcanzar esta meta tuvieron que desistir de una ayuda que no provendría del gobierno nacional ni departamental. La mayoría de recursos invertidos en la región terminaban en Manizales, la ciudad más importante de lo que se conocería en el siglo XX como el Gran Caldas.

Desde finales de la década del sesenta del siglo XIX hasta las primeras décadas del siguiente, la construcción del templo parroquial de Nuestra Señora de la Pobreza fue la primera empresa del denominado civismo pereirano. La Casa Municipal también fue obra de estos primeros brotes de lo que se he denominado civismo, para lo cual todo el pueblo prestó voluntariamente su mano de obra en jornadas que podían durar hasta doce horas (Jaramillo 2003, 348). De la misma manera se realizó el trazado de las calles y la recolección de los materiales para dichas obras, transportados en cadenas humanas desde el río Otún.

Con la violencia desatada por la guerra de los Mil Días y la pobreza que se extendía por importantes regiones del territorio nacional y numerosas tierras baldías, la joven ciudad, rodeada de verdes montañas y bosques de niebla, asistió a una segunda oleada de colonos que en su gran mayoría provenían una vez más de Antioquia. Pereira se fue consolidando como una ''tierra de promisión y milagro'' para los que llegaban buscando distintos horizontes de vida o emigraban de sus lugares de origen por avatares de la política. Las ideas del liberalismo hallaron en esta ciudad un refugio de tranquilidad. La ciudad se distanció aún más de la asfixiante hegemonía de Manizales y de los gobiernos nacionales de la Regeneración. La colonización de terrenos propició el crecimiento acelerado de Pereira y la situó como cruce de caminos entre el norte y el sur del país, el oriente y el Pacifico. Si el recaudo de rentas en 1872 había sido tan sólo de 13 pesos, en 1910 había alcanzado la suma aproximada 12.500 pesos. La ciudad comenzaba a lograr su propia independencia económica con sus días de mercado semanal, cada vez más afamados en la región. Una que otra actividad cultural irrumpía la cotidianidad de las gentes y escandalizaba a las élites, preocupadas por regular la vida pública ya prohibiendo que se cantaran versos obscenos que o se hicieran alborotos en las calles de la ciudad, ya preservando las costumbres de la vida matrimonial y la moral pública. El proyecto de la obra parroquial convocaba a toda la comunidad. En 1912 la población alcanzaba casi los 20 mil habitantes y en 1918 alrededor de 25 mil (Acevedo, Rodríguez y Giraldo 2009, 169-250).

Más allá de la promesa en que se constituía Pereira como centro de centros y cruce de caminos, además de los conflictos por la tierra que surgieron en los orígenes entre Guillermo Pereira Gamba y lo colonos, el uso del espacio en la ciudad dio paso a una correlación que definió su estructura y expansión: a mayor especialización administrativa e institucional más adjudicaciones de tierra. Este proceso se institucionalizó por intermedio de la Junta de Acción Parroquial, luego por la Junta Auxiliar Legislativa, el Comicio y finalmente por el Cabildo, antecedente del Concejo Municipal (Martínez 2007).

Definido el plan urbanístico de la ciudad, las primeras décadas del siglo XX fueron el escenario apropiado para crear o legitimar las representaciones de su origen. En el periódico Paz y Trabajo (serie 5, número 44) del 30 de agosto de 1913, don Elías Recio publicó un texto sobre la fundación de Pereira en el que se remitía a la gesta caucana para la fundación de la ciudad y a los protagonistas de primer reparto en la misa celebrada por el padre Antonio Remigio Cañarte, don Félix de la Abadía, Petrona Pereira (madre de Abadía y al parecer hermana del ilustre patriota José Francisco Pereira Martínez), el Presbítero Francisco A. de la Penilla, Sebastián Montano (cantor corista) y Jorge Martínez (sacristán ad hoc de la iglesia matriz de Cartago). El recuento histórico de la fundación no pasaba por alto que Pereira había sido fundada en el mismo sitio de la antigua Cartago de Jorge Robledo de 1541 y que en el acto de fundación había llegado el padre Cañarte con el cuadro de la Virgen de la Pobreza; tampoco dejaba de mencionar el cambio del nombre de la fundación como ''antiguo Cartago'' por ''Pereira''. De igual manera, el texto hacía alusión a la ''generosa donación de tierras'' que hizo Guillermo Pereira Gamba para la creación de la aldea y las gestiones jurídicas de Ramón Elías Palau como Representante ante el Congreso –en disputa con Pereira Gamba– con el fin de adjudicarle a la ciudad y los colonos 12 mil hectáreas de baldíos.

Deseosos de ver progresar a su ciudad, algunos de los representantes más destacados de la sociedad pereirana decidieron conformar organizaciones que propiciaron la creación de diversas obras materiales. Los asuntos que más inquietaban a los líderes de principios del siglo XX estaban relacionados con la construcción de vías, la adecuación de la cárcel, la recolección de basuras, la prohibición del tránsito de semovientes por las principales calles del poblado, la prevención de un incendio que podría llegar arrasar con la mayoría de las viviendas, construidas en bahareque, guadua y madera. Para atender estas necesidades se fundó una Junta de Ornato, que duró pocos años. Luego, en 1913, Julio Rendón Echeverri lideró la creación de una entidad similar, pero tampoco alcanzó la proyección deseada. La primera organización que logró continuidad y liderazgo fue la Sociedad de Mejoras Públicas de Pereira, entidad creada el 2 de mayo de 1925 por diecinueve firmantes, presididos por Manuel Mejía Robledo, Alfonso Jaramillo Gutiérrez, Deogracias Cardona y Ricardo Sánchez. ''La Sociedad de Mejoras Publicas de Pereira, tiene por objeto ayudar al progreso moral y material de la ciudad'', señalaba el acta constitutiva de dicha entidad (Jaramillo 2003, 354).

En el año de 1912 había tenido lugar la fundación de la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales. Esta ciudad al igual que Pereira buscaban adoptar la exitosa experiencia de la élite empresarial y comercial antioqueña que habían encontrando en la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín (creada desde 1899) la manera de acometer las principales obras que transformaron la morfología urbana de Medellín durante la primera mitad del siglo XX.

Validos por esta experiencia, en Pereira surgió un grupo de empresarios y políticos empeñados en modernizar la ciudad e introducir la técnica en la administración del Estado. De manera que si había una seria labor de administración pública se convertiría en la plataforma para la iniciativa privada.

Por los años veinte Pereira ya era un pueblo de un mediano tamaño que sobrepasaba en tamaño a la mayoría de villas a su alrededor con excepción de Manizales, la capital del departamento. Contaba desde 1914 con una planta de energía, un acueducto y un sistema de telefonía local recién estrenado, cuyo principal atractivo era el servicio público de teléfonos, pionero a nivel nacional. Carecía, sin embargo, de carreteras asfaltadas, por lo cual una de las primeras tareas de la Sociedad de Mejoras fue prolongar la carretera y el ferrocarril de Nacederos a Cartago, y pavimentar con recursos locales las carreteras entre Pereira y Santa Rosa, Cartago y Armenia.7 En agosto de 1925 se inauguraron los trabajos del ferrocarril Nacederos-Armenia y al año siguiente se pudo concluir la vía que unía a Pereira con Santa Rosa. Las obras de la carretera Cartago-Armenia no corrieron la misma suerte debido a que no se les pudo dar inicio en 1925 por falta de auxilios departamentales.

Consideraban los miembros de la Sociedad de Mejoras que era necesario presionar al gobierno departamental para que invirtiera en esta vía y, sobretodo, redefiniese el trazado que estaba programado conectar a Manizales con Armenia sin pasar por Pereira, es decir, partía de Manizales, cruzando por San Francisco (Chinchiná), luego por Santa Rosa y de allí –por la ruta El Nivel– hacia El Manzano y Armenia. Los líderes pereiranos no iban a permitir que el trazado de esta vía condenara al aislamiento al comercio de su ciudad, así tuvieran que elevar gestiones ante la nación, el Concejo de Pereira y los municipios del occidente de Caldas (hoy Quindío). Frente al desdén de la administración departamental, en septiembre de 1926 la Sociedad de Mejoras decidió emprender la carretera con fondos particulares y municipales: desde el centro de la ciudad, por la calle 17, hasta el sector de Huertas, sobre el Camino del Quindío (Acevedo Rodríguez y Giraldo 2009, 169-250).

Durante el primer año de funcionamiento la Sociedad de Mejoras trabajó en diferentes iniciativas de desarrollo urbano: ensanchamiento de calles, reglamentación del aseo, destrucción de platanares urbanos, organización de una Junta de Higiene, creación de una banda de música, arreglo de los parques de La Libertad y Uribe Uribe, pavimentación de la calle 19, mejoramiento del sistema de canalización eléctrico, previsiones de incendio y revisión de cocinas, creación de una lotería para Pereira, preparación de 10.000 volantes para impulsar la siembra de café y compra de un local para el montaje de un colegio de señoritas, cuya inversión fue de 12.000 pesos. Años después éste fue entregado a la compañía religiosa de la Enseñanza para su administración. Al comenzar el año 1926 la Sociedad de Mejoras hablaba de la necesidad de iniciar reparaciones en la plaza de Bolívar y de dejar un espacio para un monumento futuro. Antes de finalizar el año 1927 se esperaba invertir algunos dineros obtenidos de los carnavales en la consecución de una estatua del Libertador (Acevedo Rodríguez y Giraldo 2009, 169-250).

Para sufragar este tren de actividades la Sociedad de Mejoras tuvo que acudir desde el principio a créditos con los bancos locales, además, de emprender una campaña para lograr que nuevos individuos de la élite pereirana ingresaran como miembros, en alguna de las cinco categorías existentes: miembros activos, contribuyentes, honorarios, cuadro de honor compuesto por damas y cuadro de miembros infantiles. Las distinguidas familias Drews y Castro pronto se integraron a la Sociedad de Mejoras. A principios del año 1926 Henrique Drews y Julio Castro Rodríguez se contaba entre los miembros nuevos que estaban colaborando en la creación del Banco de Pereira y de la Cámara de Comercio de Pereira (Acevedo Rodríguez y Giraldo 2009, 169- 250). Según los anales de la Sociedad de Mejoras, la Cámara de Comercio se creaba para responder a la necesidad de desarrollo comercial, capital y respaldo que requerían los empresarios locales para competir con el comercio de otras ciudades, mientras que el Banco de Pereira constituía una ''necesidad ineludible'', debido a que ''los dos bancos existentes son apenas sucursales y en ciertas emergencias no le prestan al comercio sus servicios''. En la sesión del 3 de marzo de 1926 el presidente de la Sociedad de Mejoras, Manuel Mejía Robledo informaba que ya tenía en su poder un permiso legal para el funcionamiento del Banco de Pereira pero que requería completar un importe mínimo de 350 mil pesos para dar apertura a la entidad. Varios de los miembros de la Sociedad –entre ellos Julio Castro– se hicieron accionistas del Banco y lograron ponerlo en funcionamiento, bajo la gerencia del señor Ernesto Villegas (Acevedo Rodríguez y Giraldo 2009, 169-250).

Los líderes empresariales y políticos de aquel momento querían hacer de Pereira una ciudad competitiva, atraer la inversión y posicionarla como centro de negocios. A las reuniones de la Sociedad de Mejoras se invitaban a representantes de diferentes sectores a fin de que aportaran sugerencias e ideas para el progreso de la ciudad. En una de las reuniones del año 1926 el periodista Marco Mejía V., director de El Progreso, planteó la necesidad de fundar, más que semanarios, ''un periódico diario que responda a la importancia comercial de la ciudad'' (Jaramillo 1994, 43). Al cabo de tres años surgió una de las publicaciones más emblemáticas de la ciudad: El Diario, fundado el 20 de enero de 1929 por Emilio Correa Uribe. No fue éste sin embargo el primer periódico. Desde 1904 se publicaban en Pereira diversos periódicos, revistas y semanarios que daban cuenta de la vida cotidiana, y servían de tribuna pública para dar a conocer ideas sobre arte, cultura, moral, las tendencias políticas entre liberales y conservadores y los primeros brotes comunistas que surgían tímidamente en la ciudad. Estas publicaciones tenían una corta vida y se realizaban como actividades complementarias al quehacer de sus protagonistas.8 Sólo hasta la aparición de El Diario fue posible hablar de periodistas y editores en Pereira.

 

A modo de cierre

Por todas las iniciativas exitosas emprendidas en los orígenes de Pereira, la representación de ciudad cívica de Colombia ha sido una de las más perdurables en su devenir, así hoy pueda ser evocada más con un aire de nostalgia que como una designación válida para identificar a una ciudad. Con motivo de la fecha de celebración del Centenario de Pereira en el año de 1963, destacadas obras materiales se realizaron apelando de nuevo a las banderas del civismo pereirano y la ''fuerza de una raza'' liderada por insignes prohombres. No era para menos, a finales del siglo XIX y comienzos del XX el incipiente casco urbano se mostraba como una pequeña aldea levantada en pleno corazón de los Andes colombianos sobre las ruinas de lo que alguna vez fue un asentamiento de indios quimbayas y posteriormente una ciudad colonial abandonada. Por obra de sus fundadores y colonos, la naciente aldea pronto se convirtió en villa. Luego asistió a una ola de transformaciones materiales durante el pasado siglo, que no sólo cambió su rostro aldeano sino que motivó la creación de otras representaciones por parte de sus habitantes y de las poblaciones vecinas. En unas cuantas décadas la villa dio pasó a una ciudad comercial hasta posicionarse entre las diez ciudades más importantes de Colombia. La Sociedad de Mejoras de Pereira fue la forma de asociación más reconocida en estos primeros años de grandes emprendimientos materiales. Luego vendría el Club Rotario (1934) y otras formas de sociabilidad. Sin embargo, es importante aclarar que en todas estas iniciativas no hubo un discurso del civismo ni concepciones educativas de ciudadanía (Correa 2009, 6). Eran acciones dirigidas a las obras, al control de la moral pública y a las buenas relaciones con los vecinos y con otras formas de asociación similares en el país y el mundo.

Tanto la Sociedad de Mejoras como el Club Rotario de Pereira son reconocidos en la memoria de sus integrantes y en los anales históricos de la ciudad como gestores de la modernización urbana. Sus actuaciones adquirieron un significado especial por realizarse en una etapa de tránsito entre la aldea y la modernización urbana. El cuadro pueblerino fue dando paso a uno nuevo de miradas expectantes por las transformaciones. Era el momento de construir una nueva idea de ciudad, de tolerancia, de civismo, de movilidad social y de solidaridad. Aún en la Pereira de los años cuarenta casi todo estaba por hacer, incluso los valores que promoverían un sentido de identidad en una ciudad con vocación comercial, corazón del Gran Caldas y sitio de frontera entre las culturas antioqueña y caucana. Los periódicos y revistas eran testigos de la ebullición comercial, de las nuevas inversiones financieras y de la vida cultural. La ciudad se agitaba en un ambiente de cambio y transformaciones materiales. Todas estas transformaciones fueron resultado de agentes de sociabilidad, de un discurso racial y de una representación denominada civismo, que en este escrito ha sido puesta en cuestión como una realidad de transformaciones materiales para la ciudad de Pereira, pero también como una representación simbólica de la que se hace hoy uso para evocar algo que ya no es, y que incluso debe ser analizada críticamente en el caso de la historia de la ciudad.

 


Notas al pie

1 El denominador común del pensamiento liberal no sólo en Colombia sino en América Latina fue el utilitarismo. En México el liberalismo también expresó posiciones indigenistas y agraristas. En general, el liberalismo preconizó la pequeña propiedad individual y el impulso a la educación.

2 El neopositivismo es una forma particular de adaptación del pensamiento positivista europeo en América Latina, el cual se caracterizó por acentuar los aspectos útiles y pragmáticos, promover una desconfianza en la especulación filosófica e impulsar el progreso material y el orden de la sociedad. Estas ideas se desenvolvieron entre las élites latinoamericanas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, principalmente en países como México durante el porfiriato, (1876-1911), Argentina, Chile, Venezuela y Colombia. También en ciudades como Río de Janeiro y Sâo Paulo.

3 Nacionales que se incorporaron a la vida pública por la época en que se conmemoraban los primeros cien años de la Independencia de Colombia e iban a dominar la política durante los siguientes cincuenta años.

4 Cabe destacar que algunos inmigrantes sirios y libaneses también llegaron a Pereira en los comienzos del siglo XX.

5 François Chevalier (2005, 278) tipifica muy bien esta forma de cohesión social del caudillismo: ''Para que las clientelas retengan su operatividad, el jefe que quiere perpetuarse en el poder, o al menos continuar siendo poderoso –el cacique, el caudillo o sus émulos modernos–, deben ser siempre capaz de sustentar a los parientes, fieles soldados y clientes que le asisten. Debe ser generoso, pues sigue en vigor lo que dijo Mauss: ''El don, forma del intercambio''. En otras épocas debía, ante todo, ser rico. Si no lo era porque había heredado una fortuna, debía volverse rico cuanto antes para que su triunfo fuera duradero. Sin hablar de posibles confusiones entre los fondos públicos y los personales, existían (y existen) muchos medios para que esos políticos hagan fortuna: adquisición de tierras confiscadas (desamortizadas o nacionales), monopolios de importación o fabricación, contratos para las obras públicas, participación en empresas nacionales o extranjeras, etc. De todo ello nació el dicho: ''político pobre, pobre político''.

6 Estas sociedades de pensamiento elaboraban ideas de consenso, guiadas por una discusión libre y mayoritaria, fundada en la igualdad. Con ellas nacen las ideologías y se prefigura una sociedad política ideal de individuos y ciudadanos iguales y libres.

7 Estas fueron financiadas con recursos del municipio. También recibieron aporte de las recolectas realizadas por algunos vecinos interesados en atraer la inversión. Estaría por indagarse si hubo empréstitos del gobierno nacional.

8 Una publicación reconocida en la ciudad había sido El Esfuerzo (1904), periódico conservador que tuvo el orgullo de ser la primera publicación de la ciudad. El periódico Glóbulo Rojo había sido editado a mediados de la primera década del siglo XX. Otra publicación importante fue la revista cultural Lengua y Raza.


 

 

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