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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

versão On-line ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.2 no.4 Medellín jul./dez. 2010

 

ENSAYOS

 

El diablo anda suelto: algunos rasgos del imaginario religioso de los pacoreños de la primera mitad del siglo XX

 

 

Alberto Isaza Gil *

* Licenciado en Historia y Comunicador Social y periodista de la Universidad del Valle. E-mail: albertoisazagil@gmail.com

 

Artículo recibido 20 de enero de 2010, aceptado el 25 de abril de 2010 y publicado electrónicamente el 20 de diciembre de 2010.

 


Resumen

El presente ensayo interpreta el uso de exemplas alrededor de la figura del diablo en la localidad de Pácora (Departamento de Caldas) durante las primeras décadas del siglo XX. El autor tiene en cuenta la tradición oral y hace uso de la técnica de entrevistas para ofrecer su comprensión sobre las apariciones y creencias sobre el diablo en el contexto de una comunidad religiosa y laica. La interpretación ayuda a comprender tal fenómeno bajo el impacto e influencia de la iglesia católica, en el contexto de una comunidad aislada, cerrada y como parte de la vida cotidiana y el imaginario de sus habitantes.

Palabras clave: diablo, iglesia católica, imaginario colectivo, cultura paisa, exempla


 

 

Introducción

El presente ensayo ofrece una interpretación alrededor de la figura del diablo en los habitantes del municipio de Pácora (Departamento de Caldas) durante la primera mitad del siglo XX. La fuente de inspiración son mis padres, quienes crecieron acosados por el espectro del diablo que restringía sus comportamientos y los de sus contemporáneos. Como pacoreño de otra generación, me llegaron los ecos de una idea bastante degradada, pero aún tangible, en cuya naturaleza presentí una anomalía, un problema histórico interesante. Volví después de muchos años al pueblo y comencé a recoger las experiencias de los viejos que habían conocido de cerca al demonio, tratando de comprender a través de ellos su naturaleza y su funcionalidad. El siguiente fragmento es parte de una de las muchas historias que pueden escucharse de boca de los pacoreños:

[...] Una señora que tenía una hija ¿cierto? Y le metía mentiras mucho a la mamá: que iba para misa y mentiras que no iba. Entonces una vez le dijo que se arreglaran para que se fueran para misa juntas, entonces ella le dijo que bueno, pero entonces le dijo: ''váyase adelante usted que yo ahora voy'', y echó a la mamá adelante que se fuera pa'lla [...] y ella se puso a arreglarse y nada; pero era para no ir [...] como ya había pensado no ir a misa, sino metiéndole mentiras a la mamá, entonces la mamá la llamó, que por qué se estaba demorando tanto: ''no, ya voy, espere un momentito''. Y nada, y ella péinese y entre más se peinaba más se enredaba el pelo y que nada y que nada. Entonces cuando [...] allí cerquita de la casa había un aguacate [...] la llamaron entonces [...] ''Petiza'', se llamaba la muchacha [...] ''Petiza'', entonces dijo: ''Ay, ¿quién es?'' Y entonces que le contestó una voz por allá: ''Soy el diablo que vengo por vos''. Y que ahí mismo arrancó con casa y todo [...] y se la llevó a ella y la casa la tumbó. Y como dejó a la mamá esperando, ¿cierto? le metió mentiras que ya iba y nada.1

Relatos como el anterior, narrado por Mariela Loaiza Loaiza, una pacoreña nacida en 1943, es posible escucharlos en la mayoría de los pacoreños nacidos durante la primera mitad del siglo XX, época donde las apariciones diabólicas constituyeron un evento cotidiano. Esta particularidad se vuelve sintomática para comprender una serie de elementos sociales e históricos que dan cuenta de la manera en que cada grupo social y cada cultura, como lo asegura Lucien Fevbre, buscan adaptarse a su tiempo, diseñando sus propios mecanismos de autorregulación y representación de la realidad, a partir de sus dotes y su propio utillaje mental.

Pácora es un municipio localizado al noroccidente del Departamento de Caldas, sobre la región montañosa correspondiente a la Cordillera Central. Su perímetro total es de 262.2 Km2 y cuenta con aproximadamente 15.000 habitantes. Este pueblo paisa sostiene una historia costumbrista y fervorosa que molde el temperamento y la mentalidad de sus gentes, que entre otras cosas les permitió ''ver'' o escuchar hablar con cierta regularidad de la aparición del diablo. En este caso, el diablo hace parte de un tipo de imaginario cuyas manifestaciones emergen desde un fondo emocional y actúan como una fuerza operante en la sociedad local. Ahora bien, no todas las comunidades están dotadas de los instrumentos espirituales o mentales propios para que el diablo pueda hacer su aparición en su interior. Pácora sí. En este caso estamos frente a una serie de particularidades socio-históricas que permiten en este personaje las condiciones para aferrarse al imaginario social y pervivir con éxito en la comunidad, en tanto que para otras comunidades pueda aparecer como un personaje casi desconocido.

En principio es necesario señalar que Pácora, así como el departamento, constituyeron parte del proceso histórico conocido como la Colonización Antioqueña entre 1780 y 1900. Esta región hereda así la tradición de un prototipo de colombiano, en particular el paisa, con todas sus costumbres, folclore, hábitos, religiosidad, cosmovisiones y dinámicas de vida cotidiana. Valga recalcar el carácter profundo y homogéneamente católico de este arquetipo de colombiano, que hizo que se reprodujera en la conciencia de los habitantes aspectos tan característicos de su espiritualidad y su vida diaria como la camándula, la devoción a la Virgen del Carmen, el escapulario, y en general, todo aquella fuerte tradición religiosa que heredada del periodo colonial, entre los que aparece aquel otro elemento en apariencia contradictorio, pero complementario al credo cristiano: el diablo.

En Pácora, donde la iglesia católica se había entronizado con gran éxito, el diablo se encontraba fuertemente arraigado, como aquel personaje siniestro y castigador que venía predicando la iglesia católica como lastre medieval. La iglesia es para los pacoreños y para el paisa en general, un punto de referencia social muy importante, el cual no puede perderse de vista, aún menos considerando el carácter de una comunidad como ésta: pequeña y cerrada, la cual estaba presta a sancionar cualquier anomalía que atentara en contra del sistema de valores religiosos, morales y sociales.

El imaginario colectivo alrededor del diablo se sostuvo durante mucho tiempo gracias a lo que lo que se ha conocido como exemplas. Proveniente de la palabra latina, el hace parte de un género didáctico-literario cultivado en la Edad Media, entre profesores, oradores, moralistas, místicos y predicadores, quienes echaban mano de todo tipo de relatos apegados al dogma y a la doctrina cristiana, con el fin de encaminar los comportamientos hacia la imitación de una virtud o el rechazo de un vicio; se trataba a menudo de historias dramáticas que pretendían conmover y perturbar las emociones.

Los exemplas son historias que superan la anécdota pintoresca para poner en evidencia el clima psicológico de un pueblo. Concretamente, los exemplas sobre el diablo permiten redescubrir todo un sistema social de fe, de manera que lo que a simple vista parece un relato anodino, cobra un sentido que da cuenta de elementos fundamentales para la sociedad, los cuales trascienden la simple dimensión folclórica. Es a través de los relatos populares que se explica cómo el diablo fue para los pacoreños nacidos durante primera mitad del siglo XX, un acompañante cotidiano de sus vidas. Para entonces, la creencia en la acción del diablo sobre la vida de los mortales constituía un sistema de fe colectivo que se sostenía vivo y con gran popularidad, sustancialmente a través de los exemplas que hicieron a la opinión común concebir al diablo, no bajo el principio de idea trascendental y supramundana o con el estatuto de un simple embuste, sino que constituyera una realidad palpable, vívida, cotidiana y terrenal.

La creencia sobre la intervención del diablo se amparó en los numerosos exemplas, los cuales se repitieron de persona en persona, dejando huellas indelebles en las mentes. Éstos se convirtieron rápidamente en lugar común, en artículo de fe, en relatos prestigiosos que lograron gran éxito popular y se hicieron dignos de toda credibilidad. Conmovieron, movilizaron e impresionaron agudamente las imaginaciones y fue así cómo el diablo pudo sostener triunfante su existencia ante los ojos de todos. Los relatos son una rara mezcla de lo sobrenatural y lo cotidiano que revelan un gran temperamento imaginativo. Este tipo de relatos orales impresionaron y sedujeron por su grandilocuencia y su tono extraordinario. En algunos casos son referidos por los supuestos protagonistas, quienes presentan sus experiencias de primera mano; en otros, la mayoría de ellos, se trata de historias que han pasado confusamente de boca en boca, a manera de tradición oral, a veces de rumor, trayendo a cuenta escenas siniestras que hacían que las personas, preocupadas por el demonio, no pudieran quedar indemnes ante espectáculos tan ''patentes'' y tan cotidianos como estas apariciones.

Los exemplas fueron prolíficos, se propagaron con facilidad, se repitieron y terminaron formando parte de un sistema de fe colectivo que volvió inevitable la fama del demonio entre la gente. Los exemplas se conjugaron y complementaron unos con otros para demostrar que su naturaleza no obedecía a una simple anomalía social aislada, sino que estaban poniendo de manifiesto las tendencias generales de la conciencia colectiva, relacionadas con unas condiciones concretas de concebir y ordenar la sociedad. No fueron relatos de momentos excepcionales o prodigios del azar, constituyeron un conjunto sistemático y regular de historias ocurridas en diferentes lugares y personas, con diferentes testigos, que relataban sucesos particulares con dos protagonistas esenciales: un infractor y el diablo. A través de ellos es posible captar la fuerza de la devoción de los espíritus, de un grupo social evidente y sinceramente creyente, que a través de los exemplas expresaron la necesidad de mantener un orden y legitimarlo.

No sobra preguntarse: ¿Se aparecía realmente el demonio? Si realmente no era así, ¿cómo se pudo convencer tan profundamente de que sí lo hacía? En este caso estamos en frente de unos dispositivos aportados por unos mecanismos mentales que operan para que cierto sistema de fe, alcance el estatuto de experiencia plausible en la vida de cierto grupo social, así se trate de realidades supramundanas que sobrepasan el límite de lo terrenal y lo tangible.

Durante las primeras décadas del siglo XX, Pácora continuaba siendo una sociedad pequeña, esencialmente rural, absoluta y fervorosamente católica, costumbrista, cerrada sobre sí misma, alejada de los centros urbanos e industriales, cuya subsistencia dependía en especial de la economía doméstica. El sistema educativo era de mediana cobertura y brindaba una alfabetización básica con un marcado énfasis moral y religioso. Partiendo de estas particularidades, es posible considerar algunas características que pudieron tener los pacoreños, como aquel hálito de verosimilitud alrededor de las apariciones demoníacas y su interferencia ''tangible''' en la vida de los mortales.

El éxito y la popularidad del diablo, que habitaba los pensamientos y sentimientos comunes de la sociedad pacoreña, puede parecer asombroso de no ser por la facilidad con que se propaga una corriente colectiva cuando existe cierta predisposición que aporta la historia particular de cada grupo social. En primera instancia, se podría pensar en un largo pasado en el que permanecen ciertos elementos psicológicos profundos con los cuales esta fe se nutre y toma su fuerza de resistencia, los cuales remiten a un seguimiento de las huellas que configuran al diablo desde la antigüedad, con aquella maraña de elementos ligados a los conceptos del bien y el mal. En segunda instancia, es imprescindible mencionar el papel de la iglesia católica en Occidente que, como institución, cuenta con un largo pasado en el que ha echado mano de este ser para ejercer control y legitimar una relación de poder que remite a la Edad Media y la cual trasciende a la historia americana. En términos generales, se está frente a una serie de procesos históricos que los pacoreños de la primera mitad del siglo XX estaban lejos de discernir, pero que repercute en las formas de evaluar la conquista que tuvo el demonio en sus vidas, puesto que, como lo refiere Jacques Le Goff (1981, 21), ''lo que está anclado a una tradición tiene muchas más posibilidades de lograrse [...]''. A los pacoreños llega un espectro del diablo históricamente degradado de toda aquella tradición erudita y popular que se ha representado de él con mayor o menor regularidad. Es fácil comprender cómo los habitantes pueden aferrarse, así sea a través de formas y propósitos un tanto diferentes a las de sus antepasados.

Ahora bien, para la conciencia colectiva de los pacoreños ciertamente no hubiese sido suficiente, como se acaba de referir, con disponer de una creencia muy antigua en la acción eficaz del diablo sobre la vida de los mortales. En efecto, dicha creencia fue alimentada por siglos y recreada a través de imágenes, relatos populares y discursos oficiales que, convertidos en su más firme apoyo, hicieron que el diablo penetrara hasta lo más hondo del imaginario colectivo. Esto es necesario como punto de partida, sin embargo, es preciso indagar sobre las posibles motivaciones del presente que le permiten a estos impulsos antiguos sostenerse y recrearse en una serie de estímulos nuevos, de nuevas necesidades. Marc Bloch (1924, 202) propone: ''Nos es indispensable encontrar una razón, tomada del presente, que justifique un sentimiento que, por otro lado, sólo tenía tanta fuerza porque sus fuentes remontaban a un pasado tan antiguo''. ¿Cuál es entonces ese nuevo sentido del demonio en la Pácora de la primera mitad del siglo XX?

La apelación al demonio en este contexto parte de algunas bases de la psicología colectiva propia de los pacoreños, cuyo propósito es establecer una herramienta de autorregulación de algunas relaciones sociales de poder. En este caso, el sentido de respeto hacia la autoridad se hacía apelando entonces, y a través del demonio, a fortalecer en el sentir popular en torno a la fe y la legitimidad del principio natural o divino del poder. El diablo se constituía así en la prueba más espectacular de esta legitimidad. Las anécdotas tenían una difusión y llegaban a las personas ávidas de que otras las conocieran, para así justificar unos comportamientos y valores, que traían a cuenta implícitamente unas relaciones de jerarquía y de organización de la sociedad y de las relaciones domésticas.

El diablo en Pácora cumple con las dos condiciones principales, necesariamente complementarias, que se presentan sobre este personaje en diferentes contextos geohistóricos: el ''por qué'' y el ''a quién''. El ''por qué'' camina en dirección de convertirlo en un evidente dispositivo de control social; y el ''a quién'', conduce inequívocamente hacia aquel que no se ajusta a las normas socialmente legitimadas. En términos más específicos, el diablo se convierte en un elemento de autoridad sobre un tipo especial de personas: aquellos que con sus actos contrarían los principios cristianos de comportamiento y de respeto hacia la autoridad. Aquella autoridad que deviene, por un lado, del temor de Dios representado en el respeto a los dictámenes de la iglesia y, por otro, de los principios que dan orden a la propia sociedad laica. Aquí está el principal motivo que le permite al diablo aferrarse a la estructura social en este contexto.

Tanto el uno como el otro, tras la efigie del demonio invocaban el sostenimiento de un statu quo que confirmaba y legitimaba una potestad a partir de las propias fuerzas místicas y sobrenaturales. Mantener la idea de que el diablo castigaba a las personas que violaban los mandatos eclesiásticos y la autoridad social y paternal, es fortalecer en las conciencias la visión de que existen unos principios sociales y unas jerarquías que deben ser respetada por principio divino y natural. El diablo se presenta así como la expresión de una cierta concepción, de un mandato supranatural de la noción de la potestad de un poder supremo que se explica a través del conjunto de ideas colectivas expresadas vivamente a través de los exemplas.

El diablo como herramienta de control social para este contexto ha dejado de ser un dispositivo exclusivo de las autoridades religiosas y civiles, como lo fuera en la Europa medieval y moderna, y de la Hispanoamérica colonial, para ser utilizado de manera doméstica, cotidiana y deliberada por la sociedad en general. Como se podrá advertir a través de los relatos de los viejos pacoreños, las apariciones del diablo hicieron las veces de herramienta de control popular en favor de dos sectores: por un lado, la iglesia católica como institución, con todos sus principios religiosos y morales, por el otro, la sociedad laica, como comunidad o núcleo doméstico.

 

Las apariciones diabólicas y la potestad eclesiástica

En las primeras décadas del siglo XX el poder de la iglesia en la sociedad ''paisa'' es demasiado fuerte, aunque es necesario considerar que sus estrategias de control han tenido que ir amoldándose a una sociedad en proceso de secularización. Si bien perviven formas de castigo social como la exclusión del sacramento eucarístico, la privación de la sepultura eclesiástica (entierro en el muladar) y la negación de bautismo para hijos denominados ''naturales''; lo cierto es que ya no se conciben métodos de control antiguos como la hoguera, o decimonónicos como el escarnio que se realizaba con los denominados ''pecados públicos'', pegando en las puertas de las iglesias la lista de los infractores con su respectiva falta. Siguiendo esta lógica, las estrategias de control, como el diablo, tienden a hacerse cada vez más sutiles.

A través de las apariciones diabólicas, la iglesia en este contexto pretendió defender muchos de los principios básicos de la doctrina, cuya trasgresión se constituía en amenaza: la santificación de las fiestas, el peligro del pecado mortal y sus consecuencias, la necesidad de la oración, el riesgo para el alma que existía en las diversiones y placeres mundanos, los peligros de la ilustración y la modernidad con todo su ideario, entre otros. Por medio de esta serie de premisas la iglesia no sólo pretendía defender una serie de valores específicos, sino que además ponía en juego colateralmente, su reconocimiento como máxima rectora de la sociedad.

En este orden de ideas, los exemplas más populares tienen historias en las que se relatan casos en los que el diablo se les aparecía a todos aquellos que trasgredían el mandato inviolable de asistir a misa los domingos, dedicándose a oficios poco nobles o al ocio, a los que despreciaban la oración y las devociones cristianas o incrédulos, a los niños que despreciaban la oración familiar o se dormían durante el rezo del santo rosario, y a los que menospreciaban la devoción al santoral, a la Virgen o restaban importancia a los símbolos como el escapularios, por ejemplo.

El demonio se hacía presente ante cualquier atentado en contra de los principios doctrinales que cuestionaran la potestad de la iglesia; por ejemplo, por la lectura de los denominados ''libros malos''. De igual manera, el diablo se le aparecía a todos aquellos que transgredían los mandatos de la virtud y la santidad, destructores del alma, entre los que se contaban todas aquellas manifestaciones de placer mundano.

Abundan los relatos en los que las personas se niegan a rezar el rosario, leen libros malos, a pesar de conocer sus peligros, se alejan de la eucaristía dominical o llevan a cabo prácticas poco virtuosas como los bailes o los juegos, y con ello provocan que el diablo se aparezca en formas extraordinarias o de fuerzas naturales como ventarrones. Estas historias sostienen un gran poder imaginativo y traen a cuenta elementos icónicos como fuego, cachos, cola y formas zoomórficas.

 

Apariciones diabólicas, señalamiento social y autoridad paterna

La sociedad laica de Pácora también tuvo en cuenta el diablo para sancionar tanto a nivel social amplio como doméstico. Debido a su homogeneidad católica, ésta pretendió a través del diablo defender la espiritualidad y los principios cristianos aplicados a la vida cotidiana, y por ello quien subviertía estas máximas se convertía en objeto de murmuración y señalamiento. En lo que respecta a los padres de familia, además de propender a nivel doméstico porque sus hijos conservaran su fidelidad a la iglesia católica, igualmente apelaban al diablo para invocar el principio de obediencia y respeto a su autoridad en la situaciones del diario vivir hogareño que lo ponían a prueba.

La utilización del diablo por parte de la sociedad está relacionada con los comportamientos privados que en una comunidad tan pequeña terminan volviéndose públicos y, por lo tanto, censurables. Entre ellos se tiene: el correcto y armonioso sostenimiento da la familia, la celosa vigilancia del alma en lo concerniente a los ritos católicos, la necesidad de sostener un espíritu bondadoso con el prójimo, la guardia de la pureza y la castidad de las mujeres, entre otros.

Se escuchan exemplas en quienes es posible percibir el ojo vigía de la sociedad sobre los comportamientos privados, juzgados colectivamente como anormales cuando contradicen los postulados del dogma o de la doctrina católica. El diablo así, se aparece para sancionar contravenciones a la santidad de la unión marital que la sociedad ha interiorizado y castiga con la murmuración y el señalamiento. Nos referimos al amancebamiento, la infidelidad o el incesto, gravísimas faltas a los ojos del cristianismo, y en general, de la cultura occidental.

De otra parte, se tienen exemplas en los que se expone aquella problemática relación que se establece entre un buen cristiano y el atesoramiento de las posesiones materiales, en busca de catequizar sobre la importancia de que los fieles distingan entre los bienes temporales y los eternos. Así, los ricos, como un lastre de la tradición medieval, están en condición de ratificar su entrada al cielo bajo el inestimable mérito de la generosidad y el desprendimiento a través de obras pías, donaciones, limosnas al prójimo y a la iglesia, y en general, de todo signo de renuncia a los bienes terrenos.

El diablo también se hace presente para expresar la condena hacia las diferentes expresiones de placer terrenal, pues en ellos habita cumpliendo con su función esencial de incitar a los hombres a desbordar los límites de todo aquello moralmente permitido. Para poder contrarrestarlo, se convoca a la feligresía a vivir una vida ascética, casta, sumisa, de privaciones y penitencias; de mortificación y resignación, de arduo trabajo, cuyo premio estaría después de la muerte en un más allá. El diablo, seductor por antonomasia, está presente en la mayoría de las expresiones de gozo terrenal tales como el juego infantil, que distrae la atención de las obligaciones, el juego adulto y las apuestas, el sueño y la pereza, el licor, los fandangos y, por supuesto, la libre o incorrecta apropiación y expresión de la sexualidad. La iglesia convoca a la feligresía a despreciar los bienes y los placeres terrenales como emblema de la felicidad.

En lo que respecta a las apariciones del diablo a nivel doméstico, este fenómeno busca legitimar la relación jerárquica alrededor de la potestad paterna. El desacato a la autoridad familiar por parte de los infantes, es por antonomasia un desafío a los principios naturales y religiosos que hacen a los niños una de las víctimas predilectas del diablo. El desacato a la potestad de los padres devine de dos aristas; por un lado la resistencia a las órdenes concernientes a los quehaceres domésticos y, por otro, a la negativa de aceptar los dictámenes y la práctica de sus rituales católicos. La relación de poder se establece claramente en la dicotomía jerarquía/subalternidad, que exige traer a cuenta preceptos como humildad, resignación y sumisión, principios predicados tradicionalmente por el cristianismo. Los exemplas en los que aparece el diablo están colmados de ejemplos en los que los hijos se sublevan ante la autoridad paterna, pecado gravísimo a la luz de la doctrina, dado que controvertir el respeto que merecen los padres es equivalente a irrespetar la autoridad divina. El siguiente es tan sólo uno de los más interesantes y reiterativos exemplas para ilustrar más claramente este caso:

Mis papás me decían vea ustedes no pueden desobedecer porque el diablo se los traga y si a ustedes se los traga la tierra eso [...] los papás van a ir a sacar los hijos y el diablo los tiene cogidos de los pies abajo y entonces uno va a jalarlos y el niño dice: -¡no hale, no me hale, que me... me están rasguñando, me están rasguñando!- Que entonces tenían que llamar un cura y que el cura viniera y entonces le echaba bendiciones y le tiraba agua bendita y así si lo soltaba y ya [...] 2

Otra versión de este mismo exempla es:

Si ahora años si [...] pregúntele usted a un viejo antiguo [...] que usted llegaba, la mamá lo mandaba a usted a hacer un mandado o alguna cosa y usted se le contestaba o se le emberracaba, le alegaba y le contradecía y ella le decía a usted: -mucho ojo que puede abrirse la tierra y tragárselo. -¡Qué va! eso es para gente ignorante!- Todo al contrario, ¿me entiende? Y si, se lo tragaba hasta el cuello [...] el tipo quedaba tragado hasta el cuello en el patio y ¿sabe qué tenían que hacer con él?, con un látigo darle en la cabeza hasta acabarlo de hundir para enterrarlo [...] con el látigo quesque para que no se condenara. Esa era la pela que le daban: le volvían la cabeza un flequero con látigo quesque para que se salvara.3

Es del anterior modo como la figura del diablo asume un rol social bastante popular. A través del diablo se pretenden regularizar, normalizar, legitimar unas relaciones sociales funcionales a las estructuras históricas y de valores de esta comunidad. Para el período aquí referido el diablo lucha por aferrarse en una sociedad en transición y lo consigue, esta vez en manos aún de la iglesia, aunque de manera más sutil, y de la autoridad paternal y del ojo vigía social, que no es más que el poder de cuestionamiento de la comunidad hacia adentro. Ellos hacen acopio de los ritos y las tradiciones apropiadas alrededor del diablo para poner de relieve la necesidad de respetar la autoridad.

 

Reflexión final

Bajo esta perspectiva, podría pensarse que el diablo pasa de ser el enemigo de Dios a convertirse en su mayor aliado; en la principal motivación que justifica la adhesión a él, como representación de lo bueno, lo normal, lo deseable, lo correcto. Es de esta manera como puede pensarse, entonces, este ser en manos de la iglesia católica, como un instrumento que apoya el plan divino salvador sobre los hombres pues, al fin y a la postre, se constituye en una herramienta que favorece el reforzamiento de valores y la cohesión de las comunidades alrededor de la Santa Madre Iglesia, abanderada de los designios divinos.

El demonio como personaje está ligado a la noción de pecado, el cual dentro de la cosmovisión cristiana, está adherido también a la idea de sanción. El diablo, entonces, es funcional al sistema cristiano del ''más allá'' como un mundo bipolar de premio y castigo. Bajo esta perspectiva este ser supramundano refuerza el proyecto de Dios para con los hombres. Con el diablo, la iglesia pone en juego un gran instrumento de poder espiritual evidentemente importante para una institución que una vez más se abrogaba su papel de director de prácticas y costumbres sobre los miembros de la iglesia militante. El diablo se convierte así en una herramienta de poder espiritual que trae a cuenta de esta manera elementos tanto espirituales que hablan de salvación o condenación eterna, en aquel etéreo más allá, como de elementos materiales terrenales que regulan las relaciones y los actos cotidianos.

Dar a conocer los castigos que el diablo podía causar cuando se aparecía ante cualquier contravención sensibiliza las conciencias. En últimas, qué mejor medio para la iglesia y algunos sectores de la sociedad para hacer dóciles a sus instrucciones y modelos de comportamiento, que evocando desde el más acá los escarmientos que pueden aguardar en el más allá en caso de desobediencia. Los pacoreños de la primera mitad del siglo XX lo supieron muy bien. Para ellos el diablo a menudo se escabulle de aquella oscura dimensión ultraterrena colándose en el ''más acá'' para recordarles a los individuos que deben rezar, limosnar, ir a misa, realizar obras pías, ser obedientes, humildes, temer a Dios.

 


Notas al pie

1 Entrevista con Mariela Loaiza. Pácora, Caldas, 2 de agosto de 2007.

2 Entrevista con María Luz Dary Gil. Pácora, Caldas, 15 de octubre de 2007.         [ Links ]

3 Entrevista con José Conrado Benjumea. Pácora, Caldas, 2 de agosto de 2007.


 

Entrevistas

Entrevista con María Luz Dary Gil. Pácora, Caldas, 15 de octubre de 2007.

Entrevista con Mariela Loaiza. Pácora, Caldas, 2 de agosto de 2007.         [ Links ]

Entrevista con José Conrado Benjumea. Pácora, Caldas, 2 de agosto de 2007.         [ Links ]

Bibliografía

Bloch, Marc. 1924. Los Reyes Taumaturgos. México: Fondo De Cultura Económica.         [ Links ]

Le Goff, Jaques. 1981. El Nacimiento Del Purgatorio. Madrid: Editorial Taurus        [ Links ]