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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

On-line version ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.6 no.11 Medellín Jan./June 2014

 

Gómez Correal, Diana Marcela. 2012.

Dinámicas del movimiento feminista bogotano. Historias de cuarto, salón y calle. Historias de vida (1970-1991)

Bogotá: Universidad Nacional de Colombia ISBN: 9789587196535

Edwin Cruz Rodríguez*

*Politólogo, especialista en Análisis de políticas públicas por la Universidad Nacional de Colombia, Magíster en Análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos de la Universidad Externado de Colombia, Candidato a Doctor en estudios políticos y relaciones internacionales e integrante del Grupo de Investigación en Teoría Política Contemporánea de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico:ecruzr@unal.edu.co

Recepción: 12 de febrero de 2014 Aceptación: 12 de febrero de 2014


En esta obra la antropóloga y magister en historia de la Universidad Nacional de Colombia, Diana Marcela Gómez Correal, reconstruye el feminismo de la segunda ola en Bogotá, entre 1970 y 1991. Es una narración estructurada en cinco capítulos, que destaca el papel de los sujetos en la construcción de la historia, mediante las historias de vida de diez de las protagonistas en estos años, y resalta el vínculo que su praxis establece entre lo que se considera privado y lo público-político. Sus testimonios van tejiendo la historia en primera persona, incluso la autora interviene como "sujeto ubicado" (p. 35) con una perspectiva feminista. Su preocupación por las dinámicas organizativas internas se explica por la intención de llenar un vacío en la historiografía del movimiento feminista, el cual es enmarcado dentro del más amplio movimiento social de mujeres. El análisis se nutre también de la categoría de género, puesta en el contexto de la "interseccionalidad" con los patrones de opresión de raza y clase.

El primer capítulo describe cómo las diez mujeres llegaron a definirse como feministas. El feminismo de primera ola en Colombia se desenvuelve en el contexto del proyecto político y cultural de la Regeneración. En los años veinte, mujeres de clases acomodadas empiezan a interrogarse por su papel en la construcción de Nación y emprenden luchas por el derecho a manejar sus bienes, a la educación y al sufragio. Con el reconocimiento de este derecho, en 1957, las mujeres se insertaron en los partidos, los sindicatos y el movimiento social. La emergencia del feminismo de segunda ola se produce durante el Frente Nacional. En ese contexto, las historias de vida de las diez protagonistas se trenzan en una historia global, la de Violeta: tienen extracciones socioeconómicas y orígenes regionales distintos, pero disponen de un capital cultural importante que las distingue del que disponían las mujeres de hogares promedio. Algunas fueron marcadas por la violencia, muchas influidas por la relación que mantuvieron con sus madres y el deseo de éstas de cambio en las vidas de sus hijas, y siempre estuvo presente la desigualdad de género en sus vidas familiares. Su encuentro con el "ser mujer" muchas veces fue propiciado por el encuentro con mujeres de otras condiciones sociales y culturales, en situación de subordinación. Todas pudieron acceder a estudios universitarios, a diferencia de sus madres, y fue allí donde se acercaron a preocupaciones sociales y enfrentaron la dominación masculina en carne propia, sobre todo entre quienes accedieron a militancias en organizaciones de izquierda. Esa experiencia les permite comprender las características de esa dominación y encontrarse con la teoría feminista para forjar una toma de conciencia individual, que más adelante les permitiría la construcción de un "nosotras" y una lucha distinta a la de clases, con su especificidad.

El segundo capítulo contextualiza el período indicado. El feminismo de la segunda ola se desarrolla en el marco de las transformaciones sociales y culturales de los sesenta y setenta. Su plataforma discursiva no está centrada en la igualdad con los hombres, sino en la posibilidad de ser mujeres, lo que implicará acentuar la lucha por los derechos sexuales y reproductivos, la disputa por la dominación en el terreno de lo privado y, principalmente, la reivindicación de la autonomía sobre su cuerpo y la demanda del derecho al aborto. Gómez resalta varias características del sistema político del Frente Nacional (1958-1974), el carácter excluyente de la lucha electoral, la agudización de la violencia tras la emergencia de las guerrillas, la irrupción de las movilizaciones de distintos sectores sociales y los procesos de modernización, como telón de fondo para las luchas feministas. La autora plantea que existen dos grandes coyunturas, una caracterizada por un proceso de auto-reconocimiento como comunidad, en el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe de 1981, y otra de incidencia política, hasta la Constitución de 1991.

El tercer capítulo examina el desarrollo de los grupos feministas, en la primera coyuntura, de "sensibilización, autorreconocimiento e identificación". A mediados de los 70 aparecen los primeros grupos feministas tanto en Bogotá como en otras ciudades y regiones; en la capital, ligados inicialmente al Bloque Socialista donde, como en otras organizaciones de izquierda, se empieza a dar una lucha por posicionar las reivindicaciones feministas, aunque también hay espacios donde confluyen distintas orientaciones como el Frente Amplio de Mujeres. La autora muestra que el campo feminista era heterogéneo; por ejemplo, respecto al aborto no había un consenso, para unos sectores del movimiento se trataba de posicionar la demanda, para otros se trataba de concebir una libre opción por la maternidad; algunas feministas maoístas lo rechazaban como una injerencia imperialista. En las primeras organizaciones hubo ejercicios de autoconciencia tanto individuales como colectivos que permitieron a sus participantes reconocer problemáticas comunes, el enfrentamiento del patriarcado en sus vidas personales y colectivas.

El debate interno mostró las diferencias entre las "feministas de partido", que militaban al mismo tiempo en partidos de izquierda y en el movimiento feminista, y las "autónomas", que pugnaban por un movimiento específicamente feminista y, en consecuencia, criticaban la "doble militancia" de las primeras. En el fondo había una discusión sobre quien era o no feminista, que pasaba por la aplicación del "feministómetro" (p. 138). En la preparación del Primer Encuentro, el principal clivaje fue sobre su carácter. Para las militantes de partido, se trataba de atraer muchas mujeres, las autónomas veían ahí un trabajo de "masas" que serviría más a los partidos de izquierda que al movimiento feminista. Sin embargo, en el Encuentro se posicionaron problemas de la dominación patriarcal, como el ejercicio del poder sobre el cuerpo de las mujeres, las distintas opciones sexuales, el lesbianismo, entre otros. También quedaron temas no saldados como la relación con el Estado, con entidades financiadoras, la autonomía y las prioridades en la agenda del movimiento. Pero se tomaron decisiones importantes, como la declaración del 25 de noviembre como "Día de la No violencia contra las mujeres", en conmemoración del asesinato de las hermanas Mirabal en 1960, por parte de la dictadura de Trujillo en República Dominicana.

El capítulo cuarto describe la segunda coyuntura, con sus dinámicas de "interlocución, incidencia e institucionalización". La experiencia del Encuentro llevaría a las organizaciones feministas a intentar mayores vínculos con mujeres populares. Al mismo tiempo, tiene lugar el surgimiento de ONGs afines con políticas de cooperación internacional, organizaciones y grupos de estudio, como la Casa de la Mujer, el Colectivo de Mujeres de Bogotá y el Grupo Mujer y Sociedad en la Universidad Nacional de Colombia. Los procesos de apertura democrática y las agendas de paz de los ochenta fueron una "ventana de oportunidad" para su participación y posicionamiento, que llevaría a la institucionalización, en ciertas ramas del Estado y las ONGs, además de la formalización, en el terreno académico. El Grupo Mujer y Sociedad enfrentó el patriarcado en la academia desde 1985. Gómez reconstruye las vicisitudes que enfrentaron sus integrantes para obtener el reconocimiento en este ámbito, posicionar allí la perspectiva feminista y generar diversas interlocuciones con el movimiento de mujeres. Otra ventana de oportunidad fue la iniciativa de reforma constitucional durante el gobierno Barco, cuando se elaboraron distintas propuestas y el Estado fue reconocido como un interlocutor legitimo. En 1989 hubo un esfuerzo importante, en el marco del Colectivo de Mujeres, por hacer un borrador de la Constitución y presentarlo ante el gobierno Barco. No obstante, no fue posible constituir una lista feminista unificada de cara a la Constituyente.

El capítulo final es un intento por explicar los desenlaces individuales y colectivos del movimiento. Las feministas se vieron enfrentadas a diversas tensiones y transformaciones de su vida familiar, sus relaciones de pareja y todos los ámbitos en los que propugnaban por cambiar las desiguales relaciones de poder. En cuanto al movimiento, este capítulo contiene unas reflexiones de alto vuelo teórico sobre el poder en las organizaciones, en el intento que entonces hicieron las protagonistas por erradicar las estructuras y relaciones de poder patriarcales y funcionar de forma horizontal, reinventando las formas de organización y de relación. Claramente, el proceso no estuvo exento de tensiones y discusiones, pues muchas veces no fue posible suprimir las formas patriarcales: "Descubrieron que el poder es un recurso que seduce y les gusta, pero al mismo tiempo develaron que en esa seducción terminaban atrapadas en una réplica del dominador y sus lógicas" (p. 221). El balance final deja ver cambios culturales importantes, como la "desbiologización" y "desnaturalización" del ser mujer, que si bien supusieron transformaciones dolorosas hoy son miradas por sus actoras como un proceso de enriquecimiento que produjo felicidad y no sólo marcó su generación sino también las generaciones siguientes, abriendo horizontes inusitados para otras mujeres. Pese a las limitaciones de los cambios institucionales y a la vigencia del patriarcado, gracias al movimiento feminista se produjeron profundos cambios que no pueden reducirse a su incidencia institucional, sino se adentran en las complejas transformaciones de la cultura.

En suma, el libro consigue llenar el vacío historiográfico que se propone mediante una prosa amena, que permite conocer los testimonios de primera mano tejidos en una historia más general, logra transmitir las vivencias relatadas por las protagonistas y sensibilizar al lector sobre las implicaciones que tiene la política del feminismo, los tránsitos entre lo personal y lo político. Es un análisis ponderado y objetivo, que no por ello oculta el compromiso de la autora con la lucha feminista. Aunque Gómez reconoce que no siempre es posible reconstruir los procesos, siempre hay un intento por triangular fuentes y contrastar las distintas versiones de las protagonistas entrevistadas, mediante referencias a prensa y publicaciones periódicas del período. De hecho, identifica las fuentes, los libros y las lecturas que hizo esa generación de feministas, para más tarde hacer la historia intelectual del movimiento. Con todo, existen algunos aspectos problemáticos en el trabajo.

En algunos apartes la argumentación se torna repetitiva y, en otras, desarticulada. Sobre todo, el contexto histórico presentado en el capítulo segundo dialoga poco en términos explicativos o comprensivos con las historias de vida, pues no se establecen relaciones explícitas entre ambos. Algo similar sucede en el capítulo quinto, donde se insertan unas reflexiones sobre políticas públicas distritales orientadas a las mujeres que dislocan el hilo conductor. Así mismo, no se definen claramente los criterios en función de los cuales se establecen los subperíodos estudiados en los capítulos tercero y cuarto, pues tampoco son claros los significados de las categorías empleadas en ese análisis: sensibilización, autorreconocimiento, identificación, interlocución, incidencia e institucionalización.

Si bien el énfasis en las dinámicas organizativas internas del movimiento está justificado, quizás un esfuerzo por conceptualizar esas categorías le habría dado mayor riqueza analítica al trabajo, trascendiendo su carácter predominantemente descriptivo. Aunque la autora pone el acento en los procesos mediante los cuales las protagonistas se autorreconocen como feministas, individual y colectivamente, se echa de menos una conceptualización sobre los procesos de construcción de identidades colectivas en el marco de los movimientos sociales, lo que permitiría realizar un examen explícito de esta variable en el movimiento feminista. Por ejemplo, se reitera la construcción de una comunidad, de un "nosotros" feminista, pero queda la pregunta de cómo esta identidad colectiva se construye. Además, tal vez por el énfasis en los procesos internos del movimiento, se resaltan las tensiones entre los distintos feminismos y los discursos y organizaciones de izquierda, de tal forma que queda la impresión de que el "ellos" que permitió construir ese "nosotras" estuvo constituido en forma predominante por las prácticas machistas y patriarcales de la izquierda, lo que quizás motiva una cierta pérdida de perspectiva sobre los diversos antagonismos inmersos en la construcción de la identidad colectiva del movimiento.

Tal conceptualización también habría posibilitado analizar otras facetas del movimiento y preguntarse, por ejemplo, por los cambios en sus repertorios de acción colectiva: ¿por qué se cambia la política de protesta disruptiva de los años setenta hacia dinámicas de interlocución y/o participación en el Estado?, ¿qué tipo de discusiones acarrearon estos cambios? La autora registra algunas de las acciones colectivas que tuvieron lugar en 1978 y 1979 en el marco de la campaña para posicionar el derecho al aborto, así como la represión a la que se vieron sometidas las manifestantes por parte de la policía, ¿la represión fue una de las causas para que el movimiento se orientara por otros repertorios, por ejemplo el lobby, aquello que ella denomina institucionalización e incidencia, o incluso políticas culturales desarrolladas en ámbitos como el cine y el teatro?

Finalmente, aunque también se comprende el énfasis en la agencia subjetiva en la construcción de la historia, por momentos se descuidan factores estructurales que pueden contribuir a la comprensión de los trasegares individuales y colectivos del movimiento. Es cierto que hay un amplio componente subjetivo en el devenir feminista de las protagonistas de la historia, pues hubo muchas mujeres de su misma situación social que no tomaron el camino del feminismo. Pero también es cierto que todas las mujeres de esa época experimentaron la opresión, dominación y explotación patriarcal, por lo que estos no son factores suficientes para explicar la toma de conciencia ni su orientación hacia la acción colectiva. Entonces, vale la pena preguntarse por las constricciones y posibilidades estructurales que contribuyeron a definir sus cursos de acción: ¿hasta qué punto las diez mujeres protagonistas estaban situadas en lugares de la estructura social y el campo cultural que les proveían los recursos y oportunidades para optar como lo hicieron? Como muestra Gómez, todas podrían situarse en la clase media, algunas con más oportunidades que otras pero todas accedieron a educación superior incluso en el extranjero. Así pues, ¿hasta qué punto su experiencia es extraordinaria incluso dentro del mismo movimiento feminista?

En cualquier caso, el texto es un aporte invaluable a la historia de las luchas de las mujeres en Colombia, escrito de forma accesible a un público más amplio que el de las y los especialistas, que contribuye a mostrar una faceta ausente en la historiografía sobre el feminismo en nuestro país y realiza aportes sustanciales para su comprensión.