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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

On-line version ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.8 no.15 Medellín Jan./June 2016

https://doi.org/10.15446/historelo.v8n15.50648 

http://dx.doi.org/10.15446/historelo.v8n15.50648

Mujeres frente a la incidencia de la pobreza e insalubridad pública en Cartagena (Colombia), 1915-1928

Women against the Incident of the Poverty and Public Insalubrity in Cartagena (Colombia), 1915-1928

Raúl Antonio Cera Ochoa*

* Historiador por la Universidad de Cartagena, Colombia. Es Miembro del Grupo de Investigación Estudios de Familias, Masculinidades y Feminidades adscrito a la Universidad de Cartagena. El presente artículo es derivado del proyecto "Salud, cultura y sociedad. El papel de las mujeres ante las incidencias de la pobreza e insalubridad pública, Cartagena 1915-1928" respaldado por la Universidad de Cartagena. Correo electrónico: racera@unicartagena.edu.co , orcid.org/0000-0001-8309-9509

Recepción: 17 de mayo de 2015 Aceptación: 28 de agosto de 2015


Resumen

Este artículo analiza cuál fue el discurrir femenino frente a las incidencias de la pobreza e insalubridad pública en Cartagena durante 1915 y 1928. El autor reconstruye aspectos económicos, políticos y sociales del ámbito local y da cuenta de la participación de mujeres de sectores bajos, medios y altos. En un contexto donde se producen denuncias y quejas sobre problemáticas, —que atentaban contra el orden y el bienestar físico y moral de la población—, como el desaseo, la falta de agua, la mortalidad infantil y la prostitución. Las fuentes primarias analizadas son textos de la prensa oficial y comercial localizados en el Archivo Histórico de Cartagena.

Palabras clave: salud pública, historia, mujeres, pobreza, aspectos sociales.


Abstract

This article analyzes which was to pass femininely opposite to the incidents of the poverty and public insalubrity in Cartagena during 1915 and 1928. The author reconstructs economic, political and social aspects of the local area and realizes of the women's participation of low, average and high sectors. In a context where denunciations and complaints take place on problematic, —that were committing an outrage against the order and the physical and moral well-being of the population—, as the uncleanliness, the lack of water, the infant mortality and the prostitution. The primary analyzed sources are texts of the official and commercial press located in the Historical Archives of Cartagena.

Keywords: public health, history, women, poverty, social aspects.


Introducción

La pobreza, como fenómeno colectivo, ha estado presente en la sociedad, acentuándose en épocas de crisis. Es un tema de interés para investigadores de diferentes disciplinas como la antropología, la sociología y recientemente la historia; así como para organismos locales, regionales y nacionales (públicos y privados), y la comunidad internacional (De León 2007).

El estudio y abordaje no es reciente. La asistencia social desde el siglo XVI ha captado mayor atención en las investigaciones. Se inicia en la historiografía europea, primero en la historia local y eclesiástica, y posteriormente en la historia social y cultural. Aunque para el caso de la historiografía de América Latina, los trabajos son recientes, México y Argentina son los países con más estudios, y los periodos históricos más investigados corresponden a la segunda mitad del siglo XVIII, los años finales del siglo XIX, y las primeras décadas del XX (Castro 2007).

Es evidente un creciente interés por estudiar ciertas categorías de pobres urbanos como vagos y mendigos, cómo eran concebidos y percibidos en la sociedad, y cuáles acciones de caridad y beneficencia entran a la escena como respuesta a las necesidades que los pobres enfrentaban.

En el caso colombiano una muestra es el trabajo de Beatriz Castro Carvajal (1990); quien pone de manifiesto diversas formas para su tratamiento como la ayuda institucional en la creación de diferentes establecimientos —hospitales, hospicios y orfanatos—. Y, la ayuda domiciliaria, organizada para la asistencia a los más pobres desde finales del siglo XIX hasta comienzos del XX.

En ocasiones estudios que revisten especial interés por su contribución a la problemática de la pobreza y los pobres, quedan cortos en las variaciones locales y regionales; y cuando estudian lo local se refieren al interior del país, es decir se presta mayor atención a ciudades como Bogotá y Medellín.

La pobreza es un fenómeno que puede articularse con las nociones higiene y salubridad pública. Dichas conceptos son la evidencia del surgimiento de una serie de estudios sobre historia de la salud y de la medicina en el país. Es un ejemplo más de las novedosas perspectivas que renuevan la historiografía nacional y que según Bernardo Tovar (1995, 45) no se contraponen a los tradicionales análisis económicos, sociales, demográficos y políticos, sino que representan la apertura a nuevos campos de trabajo.

En el ámbito local cartagenero los trabajos pueden ser ubicados en dos grupos: en el primero, los que se orientan por estudiar la historia de las ciencias, las enfermedades, la formación médica y la medicalización, es decir la acción del médico sobre la salud. En este grupo se destacan las investigaciones de Álvaro Casas: "Sociedad médica y medicina tropical en Cartagena del siglo XIX al XX" (1999a), y "Tradiciones científicas en Cartagena divulgación y vulgarización del saber y la práctica médica del siglo XIX al XX" (1999b).

En el segundo grupo se encuentran los trabajos de las instituciones de salud, así como de la formación de la higiene y de la salud pública. Las monografías de grado de Estela Simancas, "Beneficencia pública en Cartagena: médicos y religiosos 1895-1925" (1998), la de Elsy Sierra "Prostitución: higiene física y moral, 19001930" (1998), y la de Indira Vergara, Medicina nacional y lepra 1880-1930" (1998), constituyen el mejor ejemplo.

Cabe anotar que, junto con la pobreza, la insalubridad pública que padecía la población cartagenera en los primeros años del siglo XX, preocupaba fuertemente a la elite gubernamental. Es allí donde se destaca el papel de las mujeres creando frentes de acción. Algunas pertenecientes a los grupos de la élite o a sectores medios de la población (habitantes de los nuevos barrios fuera del recinto amurallado).

Aunque las investigaciones sobre las instituciones de salud durante los primeros años del siglo XX, que se analizan y describen con rigor, muchas enfatizan en aquellos espacios donde el control era asumido por la administración religiosa. Es más el espacio que dedican a la descripción del funcionamiento interno de los hospitales, orfanatos y hospicios que al papel que las mujeres podían asumir.1

Así, en este artículo se analiza cómo el discurrir femenino se insertó y fue clave en las incidencias de la pobreza e insalubridad pública en la ciudad de Cartagena a principios del siglo XX (1915-1928). Dicha participación aparece representada en denuncias y quejas en la prensa local, y en actividades o instituciones sociales orientadas por la Iglesia. De la mismo modo como se alude a una participación negativa, es decir aquellas mujeres que decidieron por algunas circunstancias relegar a un segundo plano su destino de casarse o negación a crear una familia y cuidar de su esposo e hijos. La connotación que recibieron entonces fue de mujeres públicas o prostitutas. Un oficio, sin duda causante de muchos malestares en la ciudad, no solo por el orden social que se quería establecer, sino porque además se atentaba contra los deseos de mejorar las condiciones físicas y morales de los habitantes. En un contexto en que la ciudad enfrentó grandes cambios como se tratará más adelante.

En esta investigación se consultaron bibliotecas y archivos locales. En la Biblioteca Bartolomé Calvo de Cartagena se consultaron fuentes secundarias (libros y artículos) y la Sección de Microfilmación, donde se encuentra parte de los periódicos referentes al periodo de estudio. Se revisaron también fuentes primarias en el Archivo Histórico de Cartagena, además de la prensa oficial (Gaceta Departamental), y la prensa comercial (El Porvenir, El Diario de la Costa y La Patria), lo cual permitió comprender cómo era la ciudad a principios del siglo XX.

Cartagena a comienzos del siglo XX

1870 y 1930 constituyen un periodo marcado por rupturas, continuidades e innovaciones en la ciudad. En lo que refiere al campo político Cartagena se encuentra bajo la hegemonía del partido conservador. La crisis por la que atravesó hacía 1870, además del ascenso de corrientes como el Positivismo, y hechos como la Guerra Civil de 1876 constituyen factores que condicionaron un nuevo orden político denominado la Regeneración (movimiento que sentó las bases para la consolidación de la burguesía colombiana entre 1880-1900), abanderado en el país por Rafael Núñez.2 En el caso de Cartagena encontramos a Lácides Segovia, quien antes de cumplir los 20 años se desempeñó como portero de la Secretaría de Hacienda del Estado de Bolívar; e incursionó en política ganándose el aprecio de la dirigencia del conservatismo (Joaquín F. Vélez y Manuel Dávila Flórez), ocupando varios cargos públicos (Solano 2008). Este régimen de acuerdo con datos aportados por Luis Troncoso (2001) se extiende hasta 1930.3

La transición evidencia también una serie de cambios institucionales que intentaron trastocar la vida diaria de la población para amoldarla a un nuevo orden y de mayores controles. El sentido de la sociedad que emana el ideal conservador conserva las bases morales de la religión católica. Además, se constituyó la sociedad como una comunidad coordinada por el Estado, encargado de proteger y estimular la misión moral y pedagógica de la población a través de la Iglesia Católica, la educación y la familia (Camacho 2007).

En el campo económico se destacan otros elementos: la rehabilitación y navegabilidad del Canal del Dique, la construcción del Muelle de La Machina, y la llegada del Ferrocarril Cartagena-Calamar (Teherán 2008), que permitió que la conexión con el río Magdalena fuera a costos razonables. Sin duda alguna, importantes obras, que contribuyeron al progreso de la ciudad, se le atribuyen al papel crucial que jugó el presidente Rafael Núñez.4 Después de su experiencia como Cónsul en Liverpool (finales de 1869), para Núñez estaba claro que el país y en especial Cartagena, su ciudad natal, debían entrar por la senda del progreso. Para llevar a cabo este cometido, él insistía en la necesidad de impulsar la industrialización, desarrollar vías de comunicación y ferrocarriles que permitieran al país una mayor integración nacional y le garantizaran un sistema de trasporte orientado al comercio internacional (Jaramillo 1998).

La creación del ferrocarril, en especial, es el mejor ejemplo de ello ya que se constituyó según Adolfo Meisel (2000) en un elemento esencial para la recuperación económica en las dos últimas décadas del siglo XIX, es decir, un aliciente para mejorar los fuertes problemas fiscales que enfrentó Cartagena después de los años que le siguieron a su Independencia en 1811. A ello se le suma el penoso estado de ruina en que quedaron la mayor parte de las edificaciones de la ciudad.

Hay resaltar también la presencia de empresarios extranjeros como Mainero y Trucco, gran propietario de inmuebles y comerciante; los Aycardi, entre otros, quienes fueron de mucho renombre en la ciudad, al igual que los Vélez Daníes, quienes tuvieron éxito con uno de los más modernos ingenios azucareros de perfil en el país, el ingenio Sincerín, en la población del mismo nombre, ubicado en las afueras de Cartagena (Solano 1994; Carbó 1988). Sin duda, lo anterior contribuyó, en gran medida, a la recuperación y progreso local.

En esos años la ciudad se expande inevitablemente y transforma su entorno. No solo sus espacios extramuros son focos de expansión urbana, lo cual llama la atención de las autoridades y de los particulares sobre los caños, lagunas y ejidos de la ciudad; sino que también el crecimiento poblacional se fue haciendo cada vez más elevado.5

La transformación generó dos facetas al mismo tiempo; la de la modernización y la del desorden. La primera constituía una ciudad habitada por las clases dominantes, que ocupa los mejores lugares como los Barrios el Pie de la Popa, el Espinal, el Cabrero y Bocagrande, y aprovecha algunos elementos de progreso como los servicios públicos. Mientras, la segunda podía estar ocupada por las mayorías sociales: artesanos, obreros, mendigo, mujeres, —que trabajaban en el servicio doméstico—, y pobres en general, quienes debían soportar la miseria, la inseguridad, el desaseo, el abandono, y carecían de lo más elemental como el agua potable.

Uno de los elementos que permite entender el proceso de modernización está relacionado con el incremento de la infraestructura urbana. El paisaje de la ciudad que hasta entonces lo invadían edificios religiosos y hacían de ella un verdadero "claustro"6 y, más aún, por su abandono un cuadro de ruinas; se vio invadido por la construcción de obras que tendrán como escenario el terreno de la antigua plaza Matadero. Fue hasta 1904, cuando se inaugura el Mercado Público, que se da apertura a importantes obras (figura 1 y 2). Construido en donde antiguamente estaba el baluarte de Barahona, transformó el entorno inmediato: la playa del Arenal y la calle que la recorre longitudinal constituyen desde ese año espacios para el comercio, así los "antiguos almacenes de pólvora se transforman en depósitos de víveres y abarrotes" (Casas 1994, 12).

Luego de construirse el moderno Mercado de Getsemaní, se logra materializar uno de los sueños de la elite cartagenera, el Teatro Municipal. Se destacan también el Parque Centenario, inaugurado en 1911, durante la celebración de las fiestas centenarias. Dicha obra se convierte en un punto de referencia para el ordenamiento de la ciudad, y también para la definición del centro urbano. Historiadores como Raúl Román (2001, 156-160) ven en ello una manera de construir "memoria histórica y política representativa" de las clases pudientes de la ciudad, que les garantizará su papel como fundadores de la República.

La otra cara, la del desorden se comienza a hacer evidente en la medida en que las fronteras de la ciudad fueron creciendo, ya que desde el siglo XVI había estado resguardada por las murallas. En los barrios que empezaron a surgir, sus calles se convertían en verdaderos lodazales cuando llovía, y en muchos de ellos, los cerdos, los burros y demás animales de cría, que todavía compartían el espacio doméstico y por supuesto el público, se revolcaban en los charcos de fango.

Durante el verano las calles eran polvorientas y resecas, y el aire se llenaba de polvo. Las gentes sacudían esteras y tapices, y arrojaban basuras en la vía pública. Nadie recogía el estiércol de los animales (Casas 1998). Es decir, los espacios urbanos estaban completamente descuidados y en total estado de abandono.

Las ineficaces labores de las autoridades locales para lograr conectar a los distintos barrios con una red de servicios realmente públicos y con espacios libres de enfermedades y epidemias son otras de las evidencias que permiten entender esta cara de la ciudad. Los ejemplos más claros se relacionan, en primer lugar, con la incipiente planta de alumbrado eléctrico, que funcionaba desde 1881; y, en segundo lugar, con el agua, el sistema de acueducto y de alcantarillado (Castaño 2005), que pese a ser una de las mayores preocupaciones, lograrlo fue un largo y lento proceso.

Sólo hasta 1892 la gobernación de Bolívar celebró un contrato con el señor Arturo J. Russell para suministrar agua potable a la ciudad; de esta manera se presentaba por primera vez la experiencia de construir una Empresa de Acueducto que intentaba una solución integral a la falta de agua. La idea de materializar el proyecto se vio trastocada durante años por los falsos e incompletos contratos que el Municipio decidía aceptar con compañías particularmente inglesas, y que en su totalidad no garantizaban la integralidad de los circuitos del agua. Al respecto, Casas Orrego (2008, 27-35) señala que tampoco se superó la dificultad del acceso a las fuentes de abastecimiento del agua y por consiguiente el acueducto se convirtió en un servicio demasiado costoso, que sólo llegaba a los domicilios de las familias que podían pagarlo.

El panorama era bastante alarmante sobre todo en los barrios conformados por las mayorías sociales, pues en épocas de crisis, calmar su sed dependía de la caridad de miembros de la elite y el empresariado, quienes regalaban el líquido a los "pobres de solemnidad" (Simancas 1998, 41). El desorden espacial también se hace evidente en la medida que hay precariedad y hacinamiento en las viviendas. En periódicos de la época aparecen noticias como la siguiente:

Hay en Cartagena una notoria deficiencia de habitaciones, que ocasionan hacinamientos perjudiciales para la salubridad pública general, y que opone un obstáculo al desarrollo urbano. Déficit es conseguir de un día a otro casas de habitaciones para familias acomodadas que gocen de una relativa posición, y para familias pobres y más aún para artesanos, la cosa llega a los lindes de lo imposible.7

Las dolorosas imágenes de niños desamparados, adolescentes sin domicilio, indigentes, mendigos, locos y dementes que irán apareciendo, acentuaran mucho más esta condición de desorden, que poco a poco se irá tornando de pobreza, marginación y sobre todo causantes de muchos malestares relacionados con la salubridad pública. Asunto que trataremos en la siguiente sección, pues el pueblo era concebido como condicionado a los peores males físicos pero también morales, así "[...] la limpieza del pobre se convierte en garantía de moralidad que, a su vez, es garantía de orden" (Vigarello 1991, 36-38).

Entre la pobreza e insalubridad pública: malestares y frentes de mujeres

Las imágenes y discursos creadas sobre la pobreza, como ya se mencionó, no son nuevas. Las representaciones, por ejemplo, las encontramos en los escritos de viajeros extranjeros y en autores colombianos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, que dan cuenta de la pobreza como un verdadero síntoma de atraso y decadencia, una vergüenza pública, un hecho alarmante en un país rico y de igualdades, la causa de malestar social y el origen de muchos males, antes que la manifestación de ello.8

Tales representaciones que pueden ser de ruina, decadencia o escasez casi siempre están complementadas por los discursos, puesto que regulan el pensamiento, la actuación y las relaciones sociales de hombres y mujeres. Así, para evitar que el país dejara de ocupar los últimos sitios según los estándares de modernización en Latinoamérica, las elites políticas tuvieron que forjar la idea de "progreso" físico (estructura) y moral (buenas costumbres) en sus habitantes.9

Es así como en Colombia el Estado y los municipios debían estar a tono con las lógicas de la construcción de ciudades capaces para la comercialización de productos con el exterior; significaba también organizar a la población en el marco de conductas higiénicas que redundaban en Europa.

Pobres en Cartagena: el caso de vagos y mendigos

Beatriz Castro Carvajal (2009, 71-73), pionera en estudios sobre la pobreza en Colombia, señala que las clasificaciones de pobres que encontramos en nuestro país entre 1870 y 1930, parecen derivarse de categorías anteriores que fueron establecidas en Europa. Los pobres fueron general y básicamente clasificados en dos grandes categorías: los pobres deseados y los indeseados.

Los primeros recibirían asistencia de las instituciones religiosas (niños desamparados, adolescentes sin domicilio, locos, trabajadores pobres); mientras, los segundos serían sujetos de control secular y disciplinar (vagos y mendigos). Atribuyéndoseles, además, el origen de muchos males: miseria, hurtos, revueltas, y aumento del contagio de pestes.

La vagancia desde el periodo colonial, pasando por casi todo el siglo XIX se asumió como una especie de anomalía moral y un desorden opuesto al orden social imperante. En Cartagena, en una columna del periódico La Época se declararon las características de quienes podían considerarse vagos del siguiente modo:

  1. Los que no viven de oficio, profesión, renta sueldo, ni ocupación o modo licito.
  2. Los que teniendo oficio, profesión o industria no trabajan habitualmente en ellos y no se les conoce otro medio lícito de ganarse la subsistencia.
  3. Los que teniendo renta, pero insuficiente para subsistir no se dedican a una ocupación lícita y concurren habitualmente a casas de perdición a las tabernas o a las casas de juego.
  4. Los que pudiendo trabajar viven de la mendicidad.
  5. Los ebrios consuetudinarios.
  6. Los que han sido condenados más de dos veces por delitos contra la propiedad.10

Los mendigos por su lado fueron considerados pobres con derecho a la limosna, lo que significaba que podían ejercer la mendicidad de manera pública, pero con permisos especiales emanados de las autoridades locales (Jurado 2010). En el contexto local, al respecto se registra lo siguiente: "Aumenta la cantidad de mendigos en la ciudad. Los sábados acuden a las oficinas y tiendas a pedir limosna, y acuden ya tantos que nos hemos preguntado si ha sido suprimido el asilo de mendigos".11

Represión y asistencia se constituyeron en las prácticas más usuales desde los siglos XVIII y XIX hasta los albores del XX, para que esta población que hasta entonces había sido ingobernable o improductiva contribuyera al socorro de los verdaderos necesitados en el territorio nacional.12

Malestares de la insalubridad pública

En la medida que la falta de un acueducto suficiente y de buena calidad para el abasto doméstico e industrial cartagenero se tornó un obstáculo para el progreso material, también lo fueron los constantes focos de insalubridad que trajeron consigo no solo el deterioro medioambiental, sino también el de sus habitantes.

Algunas de las incidencias directas de la insalubridad pública fueron el aumento de aguas estancadas y mosquitos, que desencadenaron enfermedades, epidemias y muertes, sobre todo en la población infantil.13 Cabe aclarar que este fenómeno también se dio como consecuencia del descuido de las madres y la falta de alimentación materna.

De acuerdo Pablo Rodríguez (2004,) hasta el siglo XVIII los niños poco se nombraban en los documentos escritos. Hay quienes llegaban a considerar que debido a la altísima mortalidad infantil que existía, a los niños no se los amaba. Era tal la fragilidad de los infantes y la facilidad con que fallecían, que pareciera que los padres sólo se sentían animados a desarrollar sentimientos profundos hacia sus hijos cuando cumplían el tercer año. Una columna del periódico La Época, alude lo siguiente: "¡OH Sanidad! En la Plaza de la Merced vienen regando desde hace noches agua sucia y corrompida... Mortificación para los vecinos que en muchas noches no pueden soportar el mal olor".14

En el mismo sentido, el Diario de la Costa, refiere también:

Los vecinos de las calles de San Agustín, Soledad, Larga y Tripita y media están quejosos por los lodazales pútridos que se han formado con motivo de las últimas lluvias y despiden el germen del paludismo.

Parece que ni el inspector de obras públicas ni el director de aseo público Municipal han tomado medidas para que dichas sean arregladas lo más pronto. Hay que condolerse de la humanidad.15

La mayoría de los habitantes que residían en los barrios extramuros (fuera de las murallas), como ya se señaló, carecían de agua potable. Así, las viviendas donde se almacenaba pozos, aljibes de cal o de metal, podían constituir el origen de muchos malestares, como la proliferación de mosquitos, causantes de enfermedades (Casas 2008, 27). Hechos que por supuesto preocupaban a la administración departamental y municipal. Veamos, por ejemplo, la siguiente noticia publicada por el Diario de la Costa:

Un vecino de las calles de los Pocitos, en el Pie de la Popa, se ha acercado a nuestra oficina a decirnos que hay en esa calle un terrible foco de infección que amenaza acabar con cuantos en ella viven.

Dice nuestro informante que él está sufriendo de paludismo y males del estómago debido a los miasmas que emana la charca fétida en que nos ocupamos, y que sus pequeños hijos y su señora están también enfermos por la misma causa. Y así de los demás vecinos.

La charca en que nos ocupamos la forman las aguas que arrojan ciertas casas de por allí que salen revueltas con materias que pronto entran en descomposición criando hasta gusanos, y cuyos efluvios deletéreos causan males que hemos apuntado. Llamamos la atención para que sea eliminado pronto ese pestífero criadero de enfermedades".16

Hablar de los males que trajo consigo la insalubridad pública, implica rastrear la injerencia de los médicos en la ciudad que se hará más fuerte entre las décadas de 1900 a 1930, cuando brotaron distintas enfermedades como la fiebre amarilla, llamada Potra, Osqueocele o hernia escrotal, causada por una bacteria contenida en los aljibes; la disentería y tifo. Esta última, si bien era una enfermedad endémica de la ciudad, a veces cobraba proporciones alarmantes de epidemia.17 La viruela y la tuberculosis prosperaban, en especial entre las clases populares (Márquez 2003). Y el paludismo formaba parte del grupo de enfermedades endémicas, y con ella convivían los habitantes de la ciudad sin saber a ciencia cierta su origen.

Tal situación pudo ser aprovechada por la prensa local, pues en sus columnas figuraron comerciales relacionados con toda clase de productos farmacéuticos, por ejemplo:

TUBERCULOSIS

Esta terrible enfermedad cuidada a tiempo, es hoy combatida con muchas esperanzas de éxito. Requiere descanso, aire, sol y cuidadosa alimentación. El aceite de hígado de bacalao se emplea como alimento médico y bajo la conocida forma de la EMULSION DE SCOTT se presenta para la digestión la más delicada.

Exíjase solamente la legítima.18

Los efectos negativos de todo este clima insalubre se hicieron notar con la reducción demográfica, en especial la de niños menores de un año. El fenómeno, conocido como mortalidad infantil, se hizo alarmante, pues los niños morían con frecuencia a causa de enfermedades con origen digestivo. Las más frecuentes fueron las infecto-contagiosas, en particular la fiebre tifoidea y las disenterías. Los niños menores de un año y, entre uno y quince años, en su mayoría morían de diarrea y enteritis.

En el periódico El Porvenir se refirió una noticia a tal situación de la siguiente manera:

Es un hecho observado que en Cartagena y en todas las poblaciones de la Costa, atacan la enteritis y la gastroenteritis a los niños apenas se presenta la época de los calores fuertes, esto es, en los meses de mayo, junio y agosto. Obran conjuntamente para producir esas enfermedades infantiles, la alta temperatura atmosférica, la humedad que producen las escasas lluvias que caen durante esos meses; la mala calidad, en esos meses; del agua que se usa para bebida; la escasez de la leche de vaca; la consiguiente carestía de ese necesario alimento de los niños, y la criminal de ese género alimenticio.19

Frentes de mujeres: entre las actividades e instituciones sociales

La participación de las mujeres, en especial de la elite y clase media, frente a las incidencias de la pobreza e insalubridad pública que afectaban a la población, sobre todo la más desfavorecida, constituyen el hecho más significativo en los primeros decenios del siglo XX en Cartagena. A diferencia de los hombres que veían en ello un trabajo con remuneración baja o inexistente.

Investigaciones como la de Estela Simancas (1998), dejan entrever el papel de las mujeres frente a la caridad y asistencia pública, pero lo hace con aquellas que están sujetas al fuero de la Iglesia Católica. Así, caridad y beneficencia se constituyeron en oficios que solo giraban en torno a las mujeres, y que en su debido momento algunas las aprovecharon como espacios de socialización. Al respecto, la prensa registró lo siguiente:

Camila Walters y Ana Elena Núñez, encargadas para la formación de un Comité de señoras y señoritas, que procure la recolección de los fondos para contribuir a completar la suma que exige Ángel García para su venida a Colombia a atender la cura de los enfermos de lepra que se encuentran asilados en los Lazaretos de la República, se permiten invitar a las señoras y señoritas a continuación se mencionan, a una reunión que se verificara el sábado 9 del presente mes a las 3 de las tarde en la casa habitación del señor doctor Manuel Núñez Ripoll.20

Muchas de estas mujeres, que podían estar sometidas a una figura masculina, salieron del espacio doméstico y lograron tener protagonismo. Gloria Bonilla (2002, 113) señala que desde finales del siglo XIX (1882), las mujeres se inscriben en obras de caridad con el apoyo de los párrocos de las iglesias de Santo Toribio, Santo Domingo, San Pedro Claver y La Tercera Orden. Otras acciones, en que las mujeres se incluyeron y que, al mismo tiempo podían incidir en el mejoramiento de la ciudad, fueron las obras de ornato y embellecimiento. El siguiente decreto lo deja entrever:

DECRETO NÚMERO 126

Por el cual se asocia a las damas de la ciudad en la obras de ornato y embellecimiento.

Artículo 1° póngase bajo el patronato de las damas de Cartagena el embellecimiento y conservación de los parques de la ciudad y sus barrios, como sigue:

Parque de Manga: Señoras Susana M. de Martínez, María S de Gómez Casseres, Rosa T. de Valiente, Catica V. de Román, Rosa Amelia de Delgado, Josefina H. de Lozano. Señoritas: María Luna Jaspe, Mercedes Pereira M., Mary Puche, Matilde Pareja P., Luz Marina Martínez.21

El discurrir en instituciones sociales: en favor del servicio y el protagonismo público

Si bien la participación de las mujeres en Cartagena se dio en función de ser madres, cuidadoras y buenas esposas, roles que la sociedad le había impuesto, en las instituciones sociales su intervención fue clave, pues muchas de las que se erigieron en la época, de una u otra forma, prestaron su servicio, en favor de aquellas personas que estaban enfermas; o a personas y niños que no tuviesen los recursos suficientes para sobrevivir.22

Acción Social Municipal

La Acción Social Municipal se constituye en una de las principales instituciones donde la participación femenina fue preponderante. Este espacio, que se creó hacia 1919, contó con la asistencia de mujeres de los sectores más privilegiados como Matilde de Pombo, Felissa Martínez, Carmela Martínez, Adela de Pombo y Tulia Martínez. Señala Estela Simancas (1998, 87) que su fundación coincide un año después de la huelga de obreros acaecida en Cartagena y la costa Atlántica en general, motivada por los bajos salarios y la jornada laboral de 9 horas.

La prensa no tardó en difundir la noticia y a mano de caballeros distinguidos y de mucho renombre, como Manuel Pájaro, Carlos Stevenson, Fernando Vélez D. y Leopoldo E. Villa lo registra así:

Seguramente tendréis noticia de que algunas señoras, señoritas y caballeros de esta cristiana sociedad han constituido una centro de Acción Social cuya misión es trabajar en beneficio de la clase obrera, ayudándola a formar a sus hijos para la obra del bien de ellos y de la sociedad. Diez escuelas ha logrado ya fundar y organizar el mencionado Centro; escuelas tal ha visto la luz pública, que están funcionando los diferentes barrios y parroquias de este Municipio, que tiene crecido número de habitantes de los cuales viven en no menos lastimoso abandono. Pues ese abandono y esa miseria son los que se propone aliviar el Centro Cristiano de que hacemos parte.

Por la breve exposición que sobre esta materia trascendental ha visto la luz pública, os habréis enterado de las obras que por ahora nos proponemos realizar con la ayuda de Dios, de la sociedad y de las entidades oficiales que dignamente están a la cabeza de la administración Municipal de Cartagena.

Tenemos el honor de enviaros adjunto a la presente un ejemplar impreso de la exposición referida [...].23

En la cita anterior se puede identificar que la iniciativa surge de grupo de "gentiles" damas de la alta sociedad. Es en ellas donde recae la misión de formar a los hijos de obreros. Seguidamente, atiende a las obras que ha realizado dicho centro.

La idea de fundar escuelas era vista como un elemento esencial para mejorar las condiciones de pobreza. Y en la educación, una forma de entrenamiento tanto en conocimientos técnicos como espirituales.

Autores como María Ramírez (2003, 3-5) muestran de qué forma un sector de las mujeres colombianas se proyectó hacia los espacios públicos a través de las obras sociales durante el siglo XX. Tal experiencia, les permitió, —como ocurrió en otros países y regiones—, ciertas formas de reconocimiento social, participación en las deliberaciones políticas, acceso a la palabra escrita, e inclusive algunas de ellas se plantearon la profesionalización del servicio social y abrieron espacios para el surgimiento de las profesiones femeninas orientadas al cuidado.

La Gota de Leche y la Casa-cuna

La Gota de Leche, que se inició en 1919, hizo parte de las nuevas estrategias relacionadas con las ideas de higiene ya incorporadas para responder a la inquietud generalizada sobre el alto índice de mortalidad. El programa que con gran éxito se había realizado en Argentina, Chile y Uruguay, tuvo gran acogida en el territorio colombiano, al igual que en Medellín, Bucaramanga, Popayán, Sonsón; Cartagena no fue la excepción. En notas la prensa local, se alude que será uno de los más importantes trabajos que se presentarán en el Congreso Médico, iniciativa que había sido del doctor Tiberio Rojas,24 pero serán las señoras y señoritas (esposas e hijas de autoridades gubernamentales) de las ciudad las encargadas de formar el comité.

Soledad Román de Núñez, Rafaela Román, Manuela Vega, Matilde Piñeres, Matilde Tono, Mercedes Santo Domingo y Manuela Aycardi; hicieron parte del grupo de mujeres que emprendieron la filantrópica labor, pese de no llenar las expectativas de los habitantes. Pasados los días, la prensa no se hizo esperar y registró lo siguiente:

Grande fue el esfuerzo del Dr. Tiberio Rojas por formar el Comité de la Gota de Leche e instalar la benéfica institución. Todo lo consiguió, se nombró el comité, se instaló solemnemente y creemos que hasta programas muy bonitos se imaginaron.

Pero se fue el doctor Rojas, desapareció de la ciudad su pujante iniciativa y la Gota de Leche se ha quedado en programa.

¿Qué habrá pasado? Que hable el comité y satisfará la curiosidad de muchas gentes que, al par que nosotros, andan huroneándolo y preguntándolo todo.25

Cierta o no, esta situación nos da a entender que la responsabilidad recaía sobre el comité, que en su mayoría lo conformaban mujeres de la elite cartagenera.
Panorama muy similar que en ciudades como Barranquilla, donde la Gota de Leche se veía hermosa como significativa obra social patrocinada por el grupo de señoritas que integraban la Sociedad Estrella de Caridad. Primera institución de caridad que funcionó en la ciudad en 1917 (Bolgueman y Camargo 2011, 8-9). Iniciativa de Isabel Elvira Sojo con un grupo de damas de la alta sociedad.

En Colombia, el programa se complementó con el de Salas-cunas. Según Castro Carvajal (2009, 157) el diseño de éstas seguía el modelo francés y se definían como establecimientos semejantes a los de la Gota de Leche y en común de niños menores de un año, en general huérfanos o expósitos, al cuidado de las enfermeras que los vigilan permanentemente. El periódico El Mercurio, con fecha 18 de junio de 1927, registra lo siguiente:

Advertidos del funcionamiento de esta filantrópica institución donde los hijos de madres obreras que prestan servicios domésticos reciben cuidados que necesita la infancia desvalida, creímos oportuno personarnos en aquel sagrado recinto que prestigia el nombre de Cartagena caritativa y allí llegamos a nombre de EL MERCURIO a tomar las mejores impresiones.

Fuimos recibidos por dos empleadas que estaban de turno, una de ellas es la joven Socorro Púas y la otra la señora Manuela Martínez, quien en los instantes de nuestra llegada daba de lactar a un pequeñuelo.

Interrogadas, manifestaron que a diario se reciben en esa casa más de veinte niños de ambos sexos [...].26

La muestra de que una de ellas estaba al cuidado, e incluso lactando a un pequeño, evidencia que muchas de las mujeres que se entregaban a estas actividades benéficas, era porque sustituían en algunos de los casos la dedicación a los hijos y familiares. Simancas (1998), expone que por el Acuerdo núm. 11 de 28 de mayo de 1928, la alcaldía le cedió el terreno de su propiedad situado en la calle larga para la construcción del local de la casa-cuna.

La Cruz Roja

La presencia de esta institución en el país comienza el 30 de julio de 1915, día de su nacimiento oficial en el Teatro Colón de Bogotá, al impulso de Adriano Perdomo e Hipólito Machado (Restrepo 2001), y con el patrocinio del Presidente José Vicente Concha (1914-1918) y su ministro de educación Emilio Ferrero y con la bendición del Arzobispo de la capital de la República, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo.

Las coyunturas que se presentaban, tanto en el contexto nacional como internacional, generaron la preocupación de prestar auxilio, sin discriminación, a todos los heridos en los campos de batalla. Proteger la vida, la salud, así como hacer respetar a la persona humana, se constituyeron en los pilares fundamentales de esta institución, viendo en ello el camino para favorecer la comprensión mutua, la amistad, la cooperación y una paz duradera entre todos los pueblos. En Cartagena, la idea de instalar un comité de damas para la Cruz Roja fue aprovechada por el periódico Diario de la Costa:

Informábamos días pasados de los trabajos que se adelantaban en la ciudad para organizar la benemérita institución de la Cruz Roja. La labor ha proseguido con entusiasmo y decisión y va cristalizando en obra efectiva que muy pronto comenzara a dar frutos de caridad y bien.

En la tarde de ayer, en los salones de Club Miramar, de Manga, se efectuó una numerosa reunión de damas encaminada a constituir el primer comité femenino de la Cruz Roja.

La junta trabajó con ardor y se dejó definitivamente instalado el comité para presidir el cual fue aclamada la fundadora, señorita Claire Ducreaux. También fueron electas las vicepresidentas, cargos que recayeron en las distinguidas damas doña María Paulina de Mogollón y doña teresa Isabel viuda de Gómez. Los demás cargos se dignataria (sic) fueron provistos y sentimos no tener la información completa de en quienes lo fueron, pero conocidos el fervor de la consagración con que nuestras mujeres se dedican a estas obras que exigen el sacrificio y abnegación sabemos que todas las miembros del nuevo comité cualquiera que sea el puesto que se les designe serán colaboradoras del primer orden de esta nobilísima empresa.27

Más adelante alude:

El primer acto público del comité va a ser una conferencia que dictará la señorita Ducreaux en Manga, en la cual desarrollará el programa de acción de la Cruz Roja, e historiará las meritísimas obras que tienen realizadas, anunciando el plan que se propone desarrollar entre nosotros. La conferencia será dicha en francés por la ilustrada profesora para quienes posean esta lengua y luego don Daniel Lemaitre la leerá en español [...].28

Llama la atención que se hace referencia nuevamente al papel tan importante y protagónico que asumen las mujeres en la ciudad, que pese de exigir en ciertos momentos sacrificio y abnegación de los derechos, se valoraba por cuanto lograban menguar las dolencias que la sociedad emanaba. Sin lugar a dudas, se constituye un éxito loable para el panorama de este entonces.

La otra cara de la participación femenina: entre escándalos y enfermedades

Si bien hemos alcanzado a ver una faceta donde las mujeres de manera activa participan con acciones en busca del bienestar social o en instituciones que intentaron mejorar las extremas consecuencias de la pobreza e insalubridad pública; en esta última parte nos ocupamos de aquellas, de las cuales existía un alto número de las mujeres pobres.

La investigación de Gloria Bonilla (2007, 52) permite comprender que las mujeres constituían un alto porcentaje de pobres, además era el sector con menos recursos dentro de la sociedad a principios del siglo XX en Colombia. En gran parte del país, este problema tuvo un aumento significativo hacia mediados del mismo siglo.
Todo ello en asocio a la migración campesina, pues las fábricas y el trabajo doméstico no alcanzaban a absorber toda la población femenina en capacidad de trabajar.
Además, los salarios de las mujeres eran un 40% más bajo que el de los hombres.

La participación femenina también tuvo otra cara en Cartagena. Muchas, a diferencia de las anteriores, decidieron escoger (dadas las condiciones de pobreza y falta de empleo) la vía de los escándalos y desórdenes nocturnos; y de sitios como bares, discotecas o burdeles. Es decir como meretrices o mujeres públicas que se entregaban al trato carnal con hombres como medio de negocio, según el Decreto 792 de 1927, expedido por el Gobernador del departamento29. Así, en 1918 aparecieron intervenciones y denuncias públicas que la prensa local registró así:

[...] que cesen los escándalos permanentes en la Calle del Quero, ocasionados por tres damas casquivanas y de vida airada que viven allí malamente". Se trataba de tres "descocadas mujeres" que con llamativos apodos ("Rula Blanca", "Arroz con Coco" y "La Babilla"). Mantenían revuelto el pacífico barrio de San Diego. Lo que más preocupaba a la opinión pública era que ciertos "jovencitos despreocupados, muy conocidos en la ciudad", asistían allí a grandes fiestas, dejando estacionados los "coches" en la puerta de dicha casa por largas horas.30

Tres son ya las madres de familias que han venido a solicitarnos que digamos algo acerca del peligro que está constituyendo para sus hijos, menores de edad todavía, ciertas casas de lenocinios del Playón del Blanco entre ellas la denominada "El Paraíso".31

Las acciones de estas mujeres tuvieron enormes repercusiones tanto el orden social y sobre todo en la salubridad pública, que aparecen representadas en la prensa a través de cartas, denuncias, memoriales ya antes vistas e incluso entrevistas que realizaban al cuerpo médico y policial. Veamos por ejemplo el siguiente anuncio del periódico Diario de la Costa:

Va generalizándose entre nosotros, en proporciones que alarman, con la pasiva complicidad y tolerancia de las autoridades, la prostitución en su forma más descarada y repugnante. Fruto esto terrible miseria e ignorancia de nuestro pueblo y de la aclimatación de costumbres de vicios y corrupciones copiados o importados de otros centro más civilizados y adelantados que el nuestro donde la existencia de estos inevitables males es considerada por muchos imbéciles como la última palabra del progreso humano.

Consecuencia obligada de tal estado de cosas es la propagación de la sífilis y demás consecuencias de la corrupción y vicio que están minando profundamente nuestro pueblo, a tal extremo, que en muchas partes del Apis especialmente en Antioquia, los médicos han abierto campaña contra el terrible enemigos, aunque hasta ahora sus voces de alarma se han perdido en la indiferencia del gobierno y de los padres de familia.32

De la nota anterior se deduce que la prostitución llegaba de otras regiones del interior, pero también de fuera del país, en parte por ser una ciudad puerto del Caribe, al igual que Barranquilla. De acuerdo con Bonilla Vélez, la prensa escribe sobre la presencia de extranjeras, especialmente francesas, registradas y ocupadas en el oficio de la prostitución (2010). Seguidamente se atiende al problema de la sífilis, enfermedad causada por un microorganismo llamado Spirochaeta Pallida, descubierto en 1905 en laboratorios alemanes (Obregón, 2002). No obstante el incremento en el número de personas enfermas se asocia con la falta de vigilancia de estas mujeres.

Escándalos y desórdenes nocturnos

Para los habitantes de la ciudad estas mujeres representaban toda una serie de defectos por la desobediencia, el uso de la palabra, la curiosidad y la ambición. Esta queja así lo deja entrever:

—Ya nuestras autoridades han puesto coto a la libertad ilimitada de que gozaban, en sus paseos por las calles centrales de la ciudad, las meretrices de alto —rango, por lo que ya las personas honestas no están tan expuestas como anteriormente a sufrir los efectos del descoco y del impudor de aquellas; y si todavía es frecuente encontrárselas por ahí trajeadas y pintadas a su manera, ya siquiera no se las permite estar en todas partes ni lucir su descaro en donde quiera que les diera su en otros tiempos real gana, y se las obliga a rescatarse en la penumbra de los coches cuando tienen que andar por las calles del comercio y demás lugares frecuentados. Pero ahora nos quedan las otras, las de más baja esfera, las que salen del gremio de sirvientas en donde tantos avances están haciendo el vicio.

Estas no ofenden a las gentes con el vestido: su miseria no les permite el lujo del uniforme inmoral con que las otras se trajean, el mal de ellas reside en otra parte: en su lengua.

Con el descaro propio de su incultura se dan a gritar las más asquerosas obscenidades sin importarles un ardite el lugar ni las personas. Hace dos días nos tocó presenciar en una de las calles más centrales de la ciudad la escena de una conocida pajarraca de estas que acusando a una muchacha, que se dice honrada, de ser también del oficio, le arrojaba a voz en cuello todos los adjetivos de su jerga.

Los jefes de Policía debieran dar a sus Agentes instrucciones especiales acerca de estas mujeres que tan poco se preocupan del respeto que deben a los demás, especialmente a nuestras damas.33

Esta queja ilustra el repudio hacia estas mujeres. Así desde los púlpitos se les empezaba a satanizar, a su profesión y a sus barrios. "Engendros del infierno", "desvergonzadas" o "malditas de Dios" eran la muestra de la violencia verbal que se ejercía sobre ellas.34

Los Códigos de Policía mantuvieron la prohibición de que se establecieran cerca de templos, fábricas, escuelas, talleres y plazas de mercado desde finales del siglo XIX hasta 1936. Y al mismo tiempo crearon una serie de disposiciones en el marco de las cuales debían actuar las mujeres públicas. Desde la primera década de la vida de la República, llena de apremios organizadores vertidos en constituciones y normas civiles, la prostitución quedó expresamente prohibida; el Libertador expidió el 13 de enero de 1828 un decreto para organizar el cuerpo de policía, como lo señala Aída Martínez (2005).35

La sífilis, el peor de los males para la salubridad pública

Las mayores repercusiones de estas mujeres se hicieron sentir en el plano de la salubridad pública de los habitantes, pues algunas, a través de su promiscuidad sexual contrajeron uno de los más repugnantes bacilos infecciosos como es el de la Sífilis o como la Sociedad Médica denominó "bacteria de la muerte".36

Médicos e higienistas de todas las regiones del país vieron en la prostitución un terrible vicio, un cáncer social, una plaga generadora de enfermedades que había que extinguir y no escatimaron esfuerzos en la lucha contra ellas. Luchar contra lo antihigiénico para poder sustraerse o apartarse del contagio de las enfermedades venéreas y muy particularmente la sífilis.37

En Cartagena no fueron la excepción y en trabajo conjunto con la prensa, las gacetas médicas y los congresos nacionales e internacionales crearon en la sociedad la representación de la prostituta como sucia, llagada e infectada, forjando la asociación indisoluble (que aún perdura en la actualidad) entre mujer que comercializa su cuerpo y la sífilis (Orozco y Ortiz, 2007).

La evidencia la encontramos con Gregorio Vergara (1928) médico de la Universidad de Cartagena, quien en su trabajo de grado expresaba que las "enfermedades venéreas en especial la sífilis es una terrible plaga que exige una serie de reglamentos en relación con la prostitución y causa muchas muertes, en el Hospital de Santa Clara se encuentran varios pacientes con estas enfermedades, y pide se hagan penas severas para las prostitutas y que se vigilen y arresten a estas en los burdeles".38

Los bares, discotecas y burdeles que acogían a estas mujeres durante las primeras décadas al comenzar el siglo XX, no solo eran focos de los principales problemas de higiene y salud adelante, sino que también atentaban contra del proyecto modernizador de la ciudad. La Gaceta Departamental deja ver que hacia 1919 se presenta un alto número de enfermedades sifilíticas, por lo cual se determina obligatoriamente la inscripción de meretrices en la dirección de sanidad y con ello la realización de exámenes periódicos.39

Conclusiones

A comienzos del siglo XX muchas ciudades del territorio nacional enfrentaron una serie de cambios políticos, económicos, sociales y culturales, que en su momento intentaron trasformar algunos sectores de la sociedad. Así como en Barranquilla, Medellín o Bogotá, Cartagena no fue la excepción, pues desde que Rafael Núñez asumió la presidencia se preocupó por el desarrollo y progreso de su ciudad natal.

El proceso no significó que desaparecieran los viejos problemas. La pobreza junto con la insalubridad pública hizo fracasar varias veces el proyecto de modernización que tenían en mente las autoridades gubernamentales. El bienestar de los habitantes muchas veces se vio afectado no solo con la aparición de epidemias y enfermedades, sino también con el aumento de la mortalidad infantil.

Las autoridades estatales recurrieron a la promulgación de leyes, decretos, acuerdos o al financiamiento de instituciones vinculadas con la beneficencia pública, la salud, la vivienda, la educación, el aparato judicial y policial, entre otros. En las estrategias se dio una participación significativa de las mujeres a través de intervenciones relacionadas con la moral, en actividades orientadas por la Iglesia Católica, y en comités de apoyo de instituciones sociales como: las Gotas de Leche, las Casa Cuna y la Cruz Roja. Tales instituciones contribuyeron a disminuir los conflictos que pudieran protagonizar los más pobres de la sociedad.

La incidencia femenina en la mayor parte de los casos provino de los sectores de la élite y la clase media. Acciones que sin duda alguna, permiten deconstruir las afirmaciones que a lo largo de la historia se habían pensado sobre ellas; es decir, como la de seres proclives al desorden y a la pasión, débiles e incapaces para alcanzar soluciones y tomar decisiones. Son por medio de estos espacios que muchas mujeres salieron de su entorno casero y lograron cierto protagonismo.

No obstante, el panorama se vio en algunas ocasiones empañado por los escándalos, desórdenes e incluso los efectos nocivos para la salud de los habitantes, que otras mujeres protagonizaban. Ellas eran las meretrices o mujeres públicas, como fueron llamadas, y que asumieron la prostitución. Un fenómeno que era visto como propio de "mujeres enfermas" o "demonios sociales".


Notas

1 Véase Estela Simancas. 1998. "El papel de los religiosos y de los médicos en la caridad y la asistencia pública en Cartagena 1895-1925". Trabajo de grado, Universidad de Cartagena; Elsy Sierra. 1998. "La prostitución en Cartagena: higiene física e higiene moral (1915-1930)". Trabajo de grado, Universidad de Cartagena.
2 El positivismo se entiende como el conocimiento que se obtiene por medio exclusivo de los métodos científicos, la experiencia y la inducción. Para ello considera que la única metodología apropiada es la de las ciencias naturales. Esto quiere decir que el proceso para estudiar una cultura debe ser el mismo que se usa en geología o biología. Las corrientes positivistas afirmaban que todos los fenómenos sociales dependen de un orden natural, esta teoría niega al ser humano como constructor de la realidad social, supedita sus acciones a un orden natural preestablecido.
Entre tanto la Guerra Civil de 1876 se genera a raíz del descontento de los conversadores con los gobiernos liberales que se mantenían en el poder desde 1863, excluyéndolos del gobierno nacional. El enfrentamiento armado entre estos dos bandos, los primeros dirigidos por el Estado de Antioquia, mientras los segundos tenían a su favor el Ejército Nacional. La guerra duró año y medio, y finalizó con victoria liberal.
3 Sobre la política conservadora costeña y su incursión en el plano nacional ver: Luis Troncoso (2001).
4 Rafael Wenceslao Núñez Moledo nació en Cartagena de Indias el 28 de septiembre de 1825 y murió el 18 de septiembre de 1894 en la misma ciudad. Su vocación como político se combinó con un interés profundo por la escritura, evidente en su obra intelectual y sus planteamientos respecto a los caminos políticos que debía asumir el país. Fue presidente durante tres periodos: 1880-1882, 1884-1886, 1886-1888. Véase Del Castillo Mathieu (1991).
5 Un análisis al censo poblacional del 2005 en Cartagena (estableció un total de 892.545 habitantes, es decir representaba el 2.1% de la población, siendo una de las numerosas en la costa Caribe) permite entender el enorme salto que dio la población entre 1905, cuando se registraron 9.681 habitantes, y en 1912 en el cual se contabilizaron 36.632 personas (un aumento de una magnitud bien elevada) lo que implica una tasa de crecimiento anual del 19.0%. Cf. Estela Simancas (1998, 55-57).
6 De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, claustro viene del lat. claustrum, de claudĕre, cerrar. Para el contexto se acoge al concepto de galería que cerca el patio principal de una iglesia o convento
7 Archivo Histórico de Cartagena (en adelante AHC), Anónimo. 1913. "Hacinamiento". El Porvenir, Cartagena, julio 11.
8 Para un inventario de las obras de viajeros franceses véase Gabriel Giraldo (1954).
9 Esta idea entraba hacer parte de los discursos de progreso y civilización traídos de Europa.
10 AHC, Anónimo. 1918. "Ley sobre vagancia". La Época, Cartagena, octubre 26.
11 AHC, Anónimo. 1912. "Más vagos", La Época, Cartagena, julio 15, 4.
12 Para ampliar más sobre estas estrategias véase: Rodríguez (2007).
13 Algunos datos estadísticos de la época registraron que hacía el 14 de abril de 1915, 56 personas habían fallecido, de las cuales 8 eran mayores de diez años, el resto eran 48 niños menores de 10 años. En diez días se registraron cincuenta niños muertos o sea un promedio de casi cinco defunciones infantiles por día en una ciudad que no alcanzaban a los 35 mil habitantes. De las 56 defunciones hay 16 producidas por sarampión, que es la epidemia reinante con mayores caracteres de mortalidad; y 15 por enfermedades intestinales (disentería). AHC, El Porvenir. 1915. Cartagena, abril 15.
14 14. AHC, La Época. 1913. Cartagena Septiembre 5, 4.
15 AHC, "Salud pública". 1916. Diario de la Costa, Cartagena, diciembre 23.
16 AHC. "Un foco de infección". 1917. Diario de la Costa, Cartagena, febrero 8.
17 Cf. Álvaro Casas (1998, 31).
18 AHC, Diario la Costa. 1922. Cartagena, mayo 17.
19 AHC, "La mortalidad infantil en Cartagena". 1919. El Porvenir, Cartagena, julio 3.
20 AHC, "La caridad de nuestras damas y la suerte de los leprosos". 1918. La Época, Marzo 2.
21 AHC, Decreto número 126. 1926. Gaceta Municipal, Cartagena, junio 10.
22 Esta participación en el territorio nacional ya se podía observar en instituciones como la Sociedad de San Vicente de Paúl de Medellín, creada en 1882, y que de acuerdo a sus estatutos se componía de católicos reunidos con el exclusivo objeto de predicar juntos obras de caridad, como lo define y entiende la Iglesia Católica, y esta puesta bajo la especial de los corazones de Jesús y de María y bajo la del santo cuyo nombre lleva. Cf. Botero (1998).
23 23. AHC, "La Acción social católica y la Municipalidad de Cartagena". 1919. El Porvenir, Cartagena, mayo 30.
24 AHC, "La Gota de Leche". 1918. La Época, Cartagena, enero 16.
25 AHC, "Y la ¿Gota de Leche?". 1918. La Época, Cartagena, febrero 20.
26 AHC, "Casa-cunal Municipal". 1927. El Mercurio, Cartagena, junio 18.
27 AHC, Diario de la Costa. 1926. Cartagena, abril 27.
28 AHC, Diario de la Costa. 1926. Cartagena, abril 27.
29 AHC, Gobierno-Municipios. Decreto 792. 1927. Gobernador del departamento
30 AHC, La Época. 1916. Cartagena, enero 23.
31 AHC, Diario de la Costa. 1929. Cartagena, mayo 3.
32 AHC, "La ola pestífera". 1917. Diario de la Costa, Cartagena, enero 28.
33 AHC, "Mujeres públicas". 1921. Diario de la Costa, Cartagena, julio 21.
34 AHC, "Mujeres inconvenientes pululan por la ciudad". 1903. El Porvenir, Cartagena, julio 2.
35 Ver "Decreto de Simón Bolívar sobre policía, 1828" en: Aída Martínez (2005, 47)
36 AHC, "La bacteria de la muerte". 1918. Gaceta Departamental, Bolívar, mayo 10, 1.
37 Biblioteca Bartolomé Calvo, Jesús González. 1915. "Sobre la sífilis en Colombia". El Tiempo, Bogotá, diciembre 3.
38 Véase Gregorio Vergara (1928, 63).
39 AHC, Gaceta Departamental. 1919. Cartagena, julio 10.


Referencias

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