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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

versão On-line ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.8 no.15 Medellín jan./jun. 2016

https://doi.org/10.15446/historelo.v8n15.48737 

http://dx.doi.org/10.15446/historelo.v8n15.48737

Historia narrativa de la toma y ocupación peruana de Leticia (Colombia, río Amazonas, septiembre de 1932)

A Narrative History of Peru's Invasion and Occupation of Leticia (Colombia, Amazon River, September 1932)

Carlos Camacho Arango*

* Doctor en historia por la Université Paris I Panthéon-Sorbonne, Francia; Diplôme d'Études Approfondies (DEA) en Histoire et Civilisations, École des Hautes Études en Sciences Sociales, Francia; e Historiador por la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Colombia. Es Profesor-investigador del Centro de Estudios en Historia (CEHIS) de la Universidad Externado de Colombia. Este artículo es la versión en español, modificada, del primer capítulo de: Camacho Arango, Carlos. 2013. Le Conflit de Leticia (1932-1933) et les armées du Pérou et de la Colombie: histoire-récit, histoire comparée, histoire croisée. Disertación doctoral, Université Paris I Panthéon-Sorbonne. Correo electrónico: carlos.camacho@uexternado.edu.co , http://orcid.org/0000-0002-3332-5085

Recepción: 30 de enero de 2015 Aceptación: 31 de agosto de 2015


Resumen

Con base en archivos peruanos, colombianos y británicos, este artículo reconstruye los inicios del Conflicto de Leticia entre Perú y Colombia (1932-1933) en los niveles local y regional. Los hechos se disponen en tres series cronológicas que se superponen parcialmente: la toma y ocupación de Leticia; las reacciones colombianas desde la cuenca del río Putumayo y Bogotá; y las reacciones peruanas desde Iquitos y Lima. El artículo muestra cómo se desarrollaron los acontecimientos y compara implícitamente las relaciones triangulares entre sociedad local, gobierno central y fuerzas armadas en la frontera entre ambos países.

Palabras clave: Amazonía, conflicto internacional, cronología, frontera, gobierno central, fuerzas armadas.


Abstract

Based on Peruvian, Colombian and British archives, this paper reconstructs the beginnings of the Leticia Conflict between Peru and Colombia (1932-1933) at the local and regional levels. Facts are presented in three chronological series that overlap partially: the invasion and occupation of Leticia; Colombian reactions from the Putumayo river basin and Bogotá; and Peruvian reactions from Iquitos and Lima. The article shows how events unfolded and it implicitly compares the triangular relations between local society, central government and the armed forces at the boundaries between both countries.

Keywords: Amazonia, Armed Forces, Boundaries, Central Government, Chronology, International Conflict.


Introducción

Más de 80 años después de la firma del cese al fuego en Ginebra (1933) y de la paz definitiva en Río de Janeiro (1934), el conflicto entre Perú y Colombia por el puerto amazónico de Leticia (1932-1933) se debate entre la anécdota y el olvido. En Colombia circulan todavía recuerdos borrosos de una unión nacional nunca antes vista y jamás repetida, o de una multitudinaria donación de argollas matrimoniales para apoyar el esfuerzo de guerra. En Perú las guerras con Chile y Ecuador han reducido la memoria de Leticia hasta hacerla desaparecer casi por completo. Esto no quiere decir que no exista una historiografía al respecto. El Conflicto de Leticia ha sido objeto de estudio desde finales de los años 1950 hasta el presente. En este lapso hemos identificado capítulos de libro, libros y una colección de ensayos sobre el tema, publicados en Perú, Colombia y Estados Unidos. Estos textos pueden clasificarse en tres grupos de acuerdo con los autores y sus maneras de abordar el asunto.

El primer grupo lo conforman las historias escritas en función de problemas diplomáticos y políticos. Los pioneros fueron Germán Cavelier (1959) y Raimundo Rivas (1961) en Colombia, Bryce Wood (1966) en Estados Unidos y Jorge Basadre (1968) en Perú. Luego vinieron José Caicedo (1974), Juan Bákula (1988) y Alberto Donadio (1995). Con excepción de Donadio, periodista de profesión, los demás investigadores eran o habían sido diplomáticos. Esto explica en parte su preocupación principal: narrar con todo detalle las negociaciones diplomáticas que llevaron primero al cese al fuego en mayo de 1933 y un año después a la paz definitiva. Se preocuparon también, en menor medida, por contar cómo los políticos lidiaron con los problemas que trajo el conflicto en cada país. Para hacerlo optaron siempre por un plan cronológico de escritura. Por lo general el conflicto constituía sólo un capítulo de una narración más extensa: la historia entera de Perú, la historia diplomática de cada país o la historia de la fijación de sus fronteras. Las bases documentales de estas investigaciones fueron siempre amplias y sólidas, y los archivos diplomáticos —nacionales y de otros países— fueron los más utilizados, lo que permitió practicar en mayor o menor medida la historia comparada. El uso continuo de notas de pie de página permite afirmar que esta manera de abordar el conflicto fue la más rigurosa. Sin embargo estuvo demasiado centrada en los actores de mayor poder —diplomáticos y políticos— y descuidó por lo tanto a otros protagonistas, tanto civiles como militares. Al enfocarse en Lima, Bogotá, Washington o Ginebra, sede de la Sociedad de las Naciones, la historiografía diplomático-política del Conflicto se ocupó muy poco de lo que sucedió en los ríos y selvas de la Amazonía.

El segundo grupo está compuesto por trabajos con énfasis institucional-militar, es decir historias escritas por militares y destinadas de preferencia pero no exclusivamente a un público militar. Este grupo lo conforman la historia oficial peruana escrita por José Zárate (1965), oficial del ejército de ese país, y en Colombia un artículo del coronel Guillermo Plazas (1957) y la compilación de artículos dirigida por el general Álvaro Valencia Tovar (1994) en conmemoración de los 60 años de la firma de la paz definitiva. Estos trabajos fueron obra de oficiales de las fuerzas armadas de ambos países —casi todos en retiro—y fueron publicados, salvo el de Plazas, con apoyo de los ministerios de defensa respectivos. Su objetivo principal fue narrar el desarrollo de las operaciones más importantes —en especial los combates— y también analizar problemas militares específicos: transportes y comunicaciones, desarrollo de las fuerzas aéreas y navales, apoyo de la sociedad civil.

El problema de base de la historiografía institucional-militar fue la poca práctica en investigación que tenían los militares-historiadores —con excepción del general Valencia Tovar—: las problemáticas históricas no fueron planteadas con claridad, faltó rigor en la búsqueda de documentos —los archivos fueron poco consultados— y fineza en su análisis y en la presentación de los resultados —las notas de pie de página son escasas—. En Colombia, donde el Conflicto sigue siendo el único librado contra un país vecino, se cayó en la trampa del anacronismo al intentar ver en Leticia la continuación de las gestas militares que habían dado origen a la república un siglo atrás. Quizá la principal fortaleza de estas historias es la gran cantidad de material fotográfico y cartográfico que reprodujeron, el cual sirve para asentar mejor los hechos narrados sobre sus bases geográficas y materiales. A pesar de los esfuerzos innegables de sus autores, la historiografía institucional-militar tampoco logró dar una narración completa y detallada de lo que pasó en el frente de guerra.

El tercer y último grupo corresponde a las monografías presentadas al concurso de historia lanzado por el ministerio de defensa de Colombia para celebrar el aniversario número sesenta de la firma de la paz definitiva en Río de Janeiro en 1934: las de Hugo Sotomayor (1994), Enrique Román (1994), Reynel Salas (1994), y Juan Camilo Restrepo y Luis Betancur (1994) —a las cuales se puede agregar la de Lydia Muñoz (2006), publicada varios años después—. Los trabajos de este grupo son los más recientes —lo que muestra la importancia del ministerio de defensa en el mantenimiento del interés por el Conflicto en Colombia y en la renovación de su historiografía— y, hasta donde sabemos, no tienen equivalente en Perú —lo que muestra la desaparición en este país del interés por Leticia al final del siglo XX—. Cada monografía se centra en un problema preciso: sanidad, rol de las fuerzas navales, política en el departamento del Huila, financiación del conflicto y papel de las mujeres. Actores antes ignorados se convierten en protagonistas: médicos, marineros, civiles de provincia o mujeres. A diferencia de los dos grupos anteriores de historiadores, éste es mucho menos homogéneo: entre los autores hay un médico, un oficial retirado de la armada, un antiguo ministro de Estado y una historiadora, lo cual ayuda a entender la variedad de enfoques. Los planes de escritura conservan el hilo temporal pero lo adaptan a las diferentes temáticas: el objetivo es al mismo tiempo narrar los acontecimientos relevantes y analizarlos en función de un interés particular. El rango de fuentes primarias es más amplio que en los grupos anteriores: archivos militares y civiles, prensa, memorias, informes oficiales. El uso de notas de pie de página es continuo pero, salvo excepción, los análisis no son sistemáticos: después de leerlos sigue sin respuesta la mayor parte de los interrogantes sobre lo que pasó en el frente de guerra entre septiembre de 1932 y mayo del año siguiente.

Podemos decir entonces que los historiadores profesionales de ambos países no son los más interesados en esta historia. La tarea la hacen investigadores provenientes de otros oficios, en particular diplomáticos y militares. También podemos afirmar, con conocimiento de causa, que los niveles local y regional del Conflicto no han sido objeto de análisis detallados. La historiografía diplomático-política y los trabajos del último grupo mencionado arriba se ubican encima, en los niveles internacional o nacional, mientras que gran parte de las pesquisas de tipo institucional-militar se sitúan debajo, en el nivel táctico-operativo (sitios de combates). Es innegable que Muñoz y Salas abordan problemáticas regionales pero están enfocadas en los departamentos de Nariño y Huila, no exactamente en el teatro de operaciones. Tal vez Sotomayor es quien más en serio toma las escalas local y regional pero ni siquiera su trabajo nos da una idea completa del Conflicto a ras de tierra. Sin conocer en profundidad estas escalas es muy difícil, tal vez imposible, entender este conato de guerra.

No debe perderse de vista en ningún momento que el Conflicto empezó por un acontecimiento local. ¿Qué sabemos a ciencia cierta de él? Muy poco, como lo muestra el balance historiográfico anterior. ¿Qué podemos saber de él? Muchísimo, pues este suceso dejó gran cantidad de rastros escritos en Perú, Colombia y otros países, rastros que se conservan en diferentes archivos. En este artículo utilizaremos documentos peruanos consultables en el Centro de estudios histórico-militares del Perú, en Lima; documentos colombianos del Archivo general de la nación y el Museo militar, ambos en Bogotá; y documentos británicos disponibles en los National Archives —antiguo Public Record Office—. Estas fuentes inéditas se complementan con fuentes publicadas en ambos países —compilaciones de documentos y memorias de protagonistas en todos sus niveles—.

El objetivo de este texto es averiguar cómo se desarrollaron los acontecimientos que desencadenaron el Conflicto. La apuesta metodológica es hacer un acercamiento (zoom in) sobre los niveles local y regional en ambos países. Los resultados son presentados en forma narrativa, es decir, privilegiando un orden cronológico sobre uno temático, en tres series espacio-temporales que se superponen parcialmente: la toma y ocupación de Leticia; las reacciones colombianas desde la cuenca del río Putumayo y Bogotá; y las reacciones peruanas desde Iquitos y Lima.

Toma y ocupación de Leticia

El martes 30 de agosto de 1932 el ingeniero civil peruano Oscar Ordóñez, procedente de Iquitos, capital del departamento de Loreto, desembarcó en Chimbote, primera población peruana enfrente del trapecio amazónico colombiano.1 Allí estaba destacada una guarnición del ejército de su país al mando del alférez Juan Francisco La Rosa. El ingeniero entregó al oficial 50 carabinas Winchester calibre 44 y 1.000 tiros. De acuerdo con los partes que luego envió a sus superiores, La Rosa, ya con las armas en su poder decidió abandonar Chimbote en las horas de la noche. Antes de partir renunció al grado militar que le había conferido el Estado peruano. Cómo lo hizo, mediante qué ceremonia y ante qué autoridades es algo que el alférez no aclara en sus informes. Según él, su propósito era no comprometer al ejército ni al gobierno central de su país en las acciones que emprendería. Por esta razón delegó el mando en otro oficial del mismo ejército, el alférez Roberto Díaz, a quien ordenó por escrito unirse más adelante a su expedición con los hombres de la guarnición.

La Rosa se embarcó con Ordóñez hacia Caballococha, la más importante de las poblaciones peruanas en los alrededores de Leticia, capital de la intendencia colombiana del Amazonas. Allí llegaron a las dos y media de la mañana del miércoles 31 de agosto. De inmediato procedieron a despertar a los civiles que se habían comprometido de antemano con su causa y los dividieron en cinco grupos, cada uno con su jefe y su armamento. En la playa se les unió la guarnición de Chimbote, que había zarpado al mando del alférez Díaz. Ninguno de los soldados estaba uniformado. Antes de embarcar de nuevo La Rosa ordenó a los civiles y a los militares retener todos los remos que encontraran a su paso e impedir que llegara a Leticia persona alguna. El primer punto de reunión fijado fue la isla Yahuma. La expedición se puso en marcha en una embarcación a motor y en otras a remo que avanzaron al mismo tiempo por ambas orillas del Amazonas y también por el centro para cumplir las consignas. A las diez de la noche de ese 31 de agosto, en Yahuma, La Rosa expuso su plan de ataque a los cinco jefes de grupo. De nuevo se pusieron en marcha hasta el siguiente punto de reunión, Isla Ronda. De aquí se dirigieron el motor y un batelón hacia la hacienda La Victoria, en la margen izquierda del Amazonas y por lo tanto dentro del trapecio amazónico colombiano pero de propiedad de un hombre de negocios de Iquitos. El administrador de la hacienda les prestó una carabina Máuser con 30 tiros y les dio consejos sobre la mejor manera de entrar a Leticia. Teniendo presente estas advertencias los planes fueron modificados y la invasión se inició, en la madrugada del jueves primero de septiembre de 1932, por el costado en que se levantaba el hito que marcaba la frontera con Brasil (Uribe 1935, 81-83).2

De acuerdo con varios testigos, los asaltantes entraron disparando a las casas de los colombianos y también a sus dueños sin causarles un solo rasguño. Tal vez por esta razón La Rosa calificó las Winchester de Ordóñez de "viejas y casi inservibles" aunque no se tienen datos que permitan calificar la puntería de los civiles de Caballococha. Los disparos también se hicieron con una ametralladora "de cinta" que fue ubicada apuntando a la casa de la intendencia. Los tiros no fueron muchos pues la cinta se atrancó en el mecanismo de la ametralladora y el ingeniero Ordóñez tuvo que hacer uso de sus conocimientos técnicos para arreglarla. El alférez Díaz, por su parte, cumplió la orden de La Rosa de emplazar con sus hombres el cañón de la guarnición de Chimbote en la playa de Leticia y tomar parte en la operación sólo si se lo solicitaba por medio de una señal convenida.3

En una comunicación enviada al gobierno central en Bogotá, el intendente del Amazonas y antiguo cónsul de Colombia en Iquitos, Alfredo Villamil Fajardo, dejó constancia de las diferentes impresiones que causó entre los habitantes del lugar el arsenal peruano:

En relación con las armas empleadas en el asalto a Leticia, está plenamente comprobado, y así lo afirman la totalidad de los declarantes, que se emplearon una ametralladora, y [...] en la playa de Leticia un cañón de tiro rápido. Esto no obstante, los declarantes Carlos Aguilar Rengifo (peruano) y Francisco Sánchez Ibarra (colombiano) coinciden al decir que las ametralladoras empleadas en el asalto a Leticia han sido dos. Otro tanto sucede con el cañón emplazado en la playa: a tiempo que la mayoría de los declarantes dice haber visto sólo un cañón, los testigos Patricia Sarria, Luis F. Fernández (colombianos), Carlos Aguilar (peruano), Romelia Cachique, Sabino Gómez de Oliveira (brasileros) y Alfonso Romo (colombiano) declaran bajo la gravedad del juramento haber visto, los cuatro primeros, dos cañones emplazados en la playa, y los dos últimos dicen haber visto tres de estas máquinas de guerra en la playa en referencia.4

En medio de los disparos —que si duda se multiplicaron también en la memoria de los leticianos— algunos asaltantes apresaron en sus casas a los colonos colombianos que servían de agentes de policía. Otros se apoderaron del cuartel de policía y del resguardo de aduana, ambos desiertos a esa hora, y de los fusiles Máuser que había en cada uno de estos edificios. Otros más apresaron a las autoridades civiles una a una. Tan pronto se vio en poder de los invasores el intendente Villamil ordenó rendición a los pocos agentes que hubieran podido ofrecer resistencia. Como lo manifestó al presidente de la república en una extensa carta fechada una semana después, Villamil quiso evitar cualquier derramamiento de sangre para que el asalto no apareciera "como un hecho de armas favorable al Perú". El último de los funcionarios en caer en manos de los peruanos fue el jefe de la oficina radiotelegráfica, quien fue obligado por La Rosa y Ordóñez a enviar dos mensajes: uno al comandante del regimiento de infantería número 17, destacado en Iquitos, y otro a una importante casa comercial de la misma ciudad, Israel y compañía, dando cuenta del éxito de la operación y pidiendo apoyo.5

Al cabo de sólo quince minutos los 46 ocupantes peruanos liderados por La Rosa y Ordóñez habían tomado prisioneros a seis funcionarios y 19 colonos-policías colombianos.6 Los archivos de la intendencia y los fondos de aduanas y de hacienda quedaron en poder de los captores, quienes pusieron al alférez Díaz al tanto del éxito de la operación arriando la bandera colombiana del mástil de la aduana e izando en su lugar el pabellón peruano tal como había sido convenido.

La mayor parte de los testimonios de la toma, sin importar la nacionalidad del declarante, coinciden en afirmar que hubo soldados, suboficiales y oficiales peruanos en Leticia desde las primeras horas de la mañana de aquel jueves primero de septiembre. El colombiano Samuel Arámbula Bueno dijo haber visto "una veintena" de soldados uniformados en la playa contigua al puerto de Leticia la mañana del asalto. Dedujo que eran de Chimbote porque el cañonero de la armada peruana América sólo llevó refuerzos el tercer día y en Ramón Castilla —última guarnición peruana enfrente del Trapecio antes de llegar al Brasil—7 no había el número de soldados que había visto en la playa. Agregó, sin embargo, que durante el asalto sólo vio civiles armados.8Alfredo Noronha Videira, natural de Iquitos y vecino de Leticia, dijo haber visto varios soldados de la guarnición de Chimbote que había conocido en Ramón Castilla, comandados por un cabo de apellido Ríos, uniformados y armados de fusiles, pero con sombreros de paisano. Con ellos estaba un sargento de apellido Cifuentes,9 suboficial que también reconocieron la colombiana Patricia Sarria y el peruano Pedro Vásquez.10 El ciudadano peruano Adán Bermeo Monzón confirmó la presencia del alférez Díaz y de sus hombres. Supo por compatriotas suyos que participaron en el asalto que los 30 hombres de la guarnición de Chimbote se quedaron "al pie del barranco de Leticia" con un cañón de montaña "como protección y refuerzo de los asaltantes listos para entrar en acción en caso de que fueran rechazados [...]".11 Según el intendente Villamil, el ingeniero Ordóñez justificaba la presencia de soldados en Leticia porque los civiles peruanos habían pedido protección.

La Rosa, líder militar de la operación, evitaba la conversación con los colombianos y sólo le dirigió la palabra al alcalde municipal de Leticia, quien declaró: "[La Rosa] Me manifestó que él estaba exponiendo su cabeza con su gobierno puesto que su actuación era en un todo ajena a la misión que como militar le correspondía, pero que lo hacía sólo por un sentimiento de patriotismo". De acuerdo con el mismo testigo, Ordóñez le dijo a Villamil que La Rosa había renunciado a su grado. El alférez quería confirmar su nueva condición exigiendo que no lo llamaran teniente ni alférez. Al respecto dijo el alcalde: "Cuando acababa de hacernos esas manifestaciones, salía a impartir órdenes a los soldados uniformados, como también a los civiles". Varias veces lo vio marchar al frente de pelotones uniformados y armados, prueba de que "dicho individuo no había dejado su carácter militar, lo cual le daba la autoridad para hacerse obedecer".12

Ordóñez, líder civil de la operación, fue un poco más extrovertido que La Rosa de acuerdo con el informe que un súbdito británico de apellido Johnson, empleado de la firma de telegrafía Marconi, envió a Londres por intermedio del cónsul de su majestad en Iquitos. En esta ciudad había conocido a Ordóñez y a La Rosa. Al último lo llamaba el "first lieutenant" del primero. El día del asalto ambos llegaron a la casa del técnico británico en Leticia a las siete y media de la mañana:

Sr Oscar Ordóñez, the leader, with a hugh [sic] Mauser pistol under his arm gave me an "abrazo" and then explained that he was commanding a party organized by a Patriotic Committee in Iquitos, which after obtaining control of the whole of Western Peru, i. e. West of the Andes, had decided to recapture Leticia in spite of the Treaty with Colombia, and to declare its independence from the rest of Peru, if the central Government disavowed them.

Johnson construía por esos días la nueva estación de radio. Ordóñez le prometió no interferir en su trabajo, lo cual cumplió pues a las nueve de la mañana se habían reiniciado las obras. A mediodía, a petición de Ordóñez y del administrador de aduanas de Leticia, Johnson aceptó hacerse cargo de los fondos colombianos. En su vivienda fueron escondidos dos baúles contra un recibo que decía 19.000 pesos. Ordóñez invitó al administrador de aduanas colombiano a la vivienda de Johnson "for a drink". Para el súbdito británico ésta era una revolución excepcional pues el hecho de haber dejado intactos los fondos probaba que su líder era un hombre honesto y con suficiente carácter para que sus seguidores lo imitasen.13

El intendente colombiano también tuvo la oportunidad de departir con este hombre honesto. La primera conversación tuvo lugar en la casa de la intendencia, muy temprano. Villamil todavía estaba en piyama. Pidió permiso para vestirse. Ordóñez lo acompañó hasta su casa y en el camino le explicó que la toma había sido motivada por "ese indigno tratado que firmó Leguía",14 tratado que Colombia no había cumplido en su totalidad. De acuerdo con el ingeniero el movimiento era sólo de Loreto pero esperaba que otros departamentos peruanos lo apoyaran tan pronto conocieran la noticia. Ya en la casa, Ordóñez preguntó a Villamil si tenía escondida algún arma. El intendente respondió afirmativamente y entregó a Ordóñez un revólver de su propiedad.15

Los funcionarios colombianos pasaron la primera noche bajo vigilancia estricta. El día siguiente Ordóñez se quejó ante Villamil por los mensajes que habían enviado a Manaos desde el puerto brasilero de Benjamin Constant los colombianos fugados en los primeros momentos de la toma. Villamil propuso entonces enviar un mensaje por radio al consulado de Colombia en Manaos explicando en sus palabras lo que había sucedido. El texto narraba con detalle los sucesos del día anterior, decía que los colombianos habían gozado de garantías y que los fondos no habían sido tocados pero no mencionaba en ningún lugar la participación de los alféreces La Rosa y Díaz, ni de los suboficiales y soldados de Chimbote. Ordóñez lo aprobó. El sábado tres de septiembre llegó a Leticia el cañonero América procedente de Iquitos. Quizá por el hecho de verse con refuerzos efectivos, los ocupantes autorizaron la salida de sus prisioneros a Brasil. Villamil pidió ser deportado pues su condición de funcionario colombiano le impedía abandonar el cargo de esa manera. Antes de irse dejó por escrito una protesta en manos de Ordóñez, quien accedió a firmar el texto con la condición de retirar de él la palabra "indigno". Villamil explicó las razones de Ordóñez: "Por cuanto el ideal del movimiento que él encabezaba era el más elevado y que personalmente en manera alguna él era persona indigna".16

Johnson, por su parte, entregó los fondos al administrador de aduanas a cambio del recibo por 19.000 pesos. Al final de la tarde los colombianos se embarcaron hacia Benjamin Constant, lugar llamado en castellano La Esperanza. De acuerdo con el empleado de Marconi, todo quedó tranquilo en Leticia pero los ocupantes estaban ansiosos porque sabían que Colombia tenía cañoneros en el Putumayo y también porque ignoraban las reacciones de Bogotá y Lima.17 La mayor parte de los expulsados se quedaron en La Esperanza, donde el intendente recibió la orden del presidente de la república, a través del cónsul de Colombia en Manaos, de recoger la mayor cantidad posible de testimonios escritos para probar la participación del alférez La Rosa y de la guarnición de Chimbote en el asalto.18

Reacciones colombianas desde el Putumayo y Bogotá

El jueves primero de septiembre de 1932, mientras ocurría lo narrado en la sección anterior, el general del ejército de Colombia Amadeo Rodríguez, comandante de la jefatura militar de la frontera del Amazonas, visitaba con los oficiales de su estado mayor la guarnición peruana de Güepí, situada en la margen derecha del río Putumayo. Los militares viajaban en el cañonero Cartagena entre las guarniciones colombianas de Caucayá y Puerto Asís, ambas en la margen izquierda del mismo río. Días antes Rodríguez había sido ascendido a general y nombrado jefe del departamento de personal del ejército en Bogotá. Antes de entregar el cargo a su sucesor pasaba la última revista a la frontera. Su anfitrión en Güepí fue el sargento Mamerto Bardales, el militar peruano de más alto grado pues no había oficiales destacados en ese apartado lugar. La visita transcurrió sin incidentes que reportar (Rodríguez 1937, 85-86).

El día siguiente, viernes dos de septiembre de 1932, el coronel Roberto Rico, sucesor del general Rodríguez, se dejaba llevar en una canoa por la lenta corriente del río Orteguaza desde Venecia, puerto fluvial de Florencia —capital de la comisaría del Caquetá— hasta La Tagua —caserío en la orilla derecha del río que daba nombre a la comisaría—. Aquí tomaría la trocha de 25 kilómetros que conectaba con Caucayá, su destino final. En contra de su expectativa no había encontrado en Florencia al general Rodríguez, quien, en lugar de esperarlo para hacer entrega del cargo, había bajado varios días antes por el Orteguaza hacia el Putumayo en la única embarcación a motor disponible (Uribe 1935, 80).

El mismo viernes dos de septiembre el comandante de una compañía de construcciones del ejército de Colombia destacada en Florencia recibió dos telegramas cifrados, uno del presidente de la república y otro del ministro de guerra, con la orden de entregarlos al coronel Rico. Sólo pudo traducir uno, "relacionado con el orden público", pues no tenía la clave para descifrar el otro. Este oficial envió a dos soldados en canoa río abajo para dar alcance al coronel o, en el peor de los casos, entregarle los dos mensajes en Caucayá.19 Horas antes, el presidente había recibido en Bogotá un radiograma en el que el ministro de Colombia en Lima le pedía llamar a su despacho a los ministros de relaciones exteriores y guerra para avisarles algo muy importante: el puerto de Leticia había sido tomado por ciudadanos peruanos. En otro mensaje el mismo diplomático transcribió un cable del cónsul de Colombia en Manaos según el cual los atacantes habían sido 300 civiles bajo las órdenes del comandante de la guarnición de Chimbote. Su fuente era un informe del puesto brasilero de Tabatinga, vecino de Leticia, al comando de las fuerzas militares en Manaos.20

Una de las primeras medidas que tomó el presidente de la república, Enrique Olaya Herrera, fue enviar un telegrama urgente y confidencial a Herbert Boy, piloto de la Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos (SCADTA), ciudadano alemán y antiguo aviador del ejército de su país, en el que le pedía regresar de inmediato a la capital. Boy acababa de aterrizar en Medellín. Algunos años después, ya retirado, recordó haber visto grandes corrillos en una plaza y a los voceadores anunciando las ediciones extraordinarias de los periódicos: "Entonces pasó por mi imaginación, como un rayo, la imagen de mi ciudad de Rheydt, en Alemania, el cuatro de agosto de 1914". Boy regresó a Bogotá sin perder tiempo. Al aterrizar en el aeródromo de Techo, en las afueras de la ciudad, fue recibido por el ministro de guerra, Carlos Uribe Gaviria, y el representante de SCADTA en Bogotá, quienes lo pusieron al tanto de la situación. En el palacio de San Carlos se reunieron con el ministro de relaciones exteriores. Para asegurarse de que el coronel Rico, nuevo jefe militar de la frontera, se enterara de lo ocurrido en Leticia lo más pronto posible, el coronel Luis Acevedo, antiguo comandante de la compañía de colonización y de la jefatura de frontera del Amazonas, fue enviado a Caucayá en uno de los hidroaviones Junkers de SCADTA conducido por otro piloto alemán (Boy 1963, 158, 163, 171, 197).

Nunca antes un avión había acuatizado en Caucayá. De acuerdo con el testimonio de uno de los espectadores, los habitantes lanzaron vivas a Colombia al ver el prodigio.
Poco después empezaron a circular toda suerte de hipótesis sobre el motivo del viaje: el coronel Acevedo habría venido a informar de una revolución en el departamento de Santander, de un atentado al presidente, de un conflicto con Venezuela (Pinzón 1990, 89; Cajiao 1970, 43-44). Cualquiera que fuera el mensaje, lo cierto es que el mensajero no encontró al destinatario: el coronel Rico todavía estaba en camino. Se topó en cambio con un subteniente peruano de paso para la guarnición de su ejército en Güepí. En la noche cenaron juntos. El oficial visitante se retiró a su lancha, la Huayna Capac, y luego supo que Acevedo había convocado una reunión en su ausencia.21

A la conferencia asistieron los oficiales colombianos presentes en la guarnición: los de la compañía de colonización y del cañonero Santa Marta. Acevedo les informó lo siguiente: Leticia había sido tomada por unos 300 "revolucionarios APRISTAS"22 que "despedazaron nuestra insignia nacional e izaron la bandera peruana"; el comandante de la guarnición brasilera de Tabatinga había comunicado a su gobierno lo anterior, agregando que "los invasores mataron a todos los niños nacidos en Leticia después de la entrega de los territorios para que no quedase ningún colombiano de nacimiento en ese lugar"; el médico de Leticia se había fugado y hablaba de toda clase de atropellos y del apresamiento de las autoridades colombianas; el cónsul de Colombia en Manaos confirmaba todo. Otra fuente mencionaba tres cañoneros que habían apoyado la toma y que estarían remontando el Putumayo bajo las órdenes del coronel Ordoñez, oficial peruano en retiro, para tomarse los puertos colombianos. Acevedo dejó órdenes verbales tanto al coronel Rico cuando llegara a Caucayá —bajar en un cañonero con una compañía de infantería hasta Tonantines, en el Amazonas, para "restablecer las autoridades colombianas"— como al general Rodríguez, jefe saliente de la frontera, cuando llegara a Puerto Asís —detener las lanchas peruanas que pasaran por allí y permanecer en el alto Putumayo dirigiendo las operaciones y organizando los servicios—.23 Acevedo dio además orden al telegrafista de Puerto Asís de no transmitir ningún mensaje de ciudadanos peruanos, haciéndoles creer que lo hacía.24 En ese puerto se encontraba la lancha peruana Sinchi Roca, que había remontando el Putumayo desde Iquitos junto a la mencionada Huayna Capac —ambas embarcaciones intercambiaban mercancías, víveres, medicamentos, licores por gomas. De Puerto Asís llevaban papa nariñense— (Pinzón 1990, 88). Acevedo salió de Caucayá la mañana siguiente. En la tarde llegó el coronel Rico y de inmediato informó que había sido nombrado jefe de las fronteras del Amazonas y Putumayo por el "supremo gobierno de la república". Dijo también que asumía el mando de la tropa terrestre y del cañonero Santa Marta "por circunstancias anormales y por ausencia del señor general Amadeo Rodríguez".25

En esos momentos el general Rodríguez navegaba en el cañonero Cartagena, cerca de Puerto Ospina, caserío en la margen colombiana (izquierda) del Putumayo entre Güepí y Puerto Asís. Allí fue a buscarlo una canoa con un comunicado que había llegado, sin duda, al telégrafo de Asís. En él, el ministro de guerra Carlos Uribe Gaviria le informaba que Leticia había sido tomada por veinte soldados y 300 civiles peruanos y que el gobierno central de ese país había asegurado que no pondría obstáculos a la expulsión de los invasores pues se trataba de comunistas. La decisión de Bogotá era enviar los dos cañoneros que tenía en el Putumayo hasta Leticia para restablecer las autoridades. El ministro ordenaba al general remontar el río hasta Puerto Asís, embarcar la guarnición de este lugar —que sería reemplazada pronto por tropas que ya estaban en camino— y bajar luego hasta Caucayá, donde encontraría instrucciones llevadas en avión: "La actitud de usted al bajar el Putumayo debe ser cautelosa y vigilante, pero muy discreta, respetuosa de nuestras obligaciones internacionales, y amistosa, mientras las autoridades peruanas procedan con igual espíritu como lo han prometido" (Rodríguez 1937, 93-94). Rodríguez dice en sus memorias que este mensaje lo hizo sentir de nuevo jefe de la frontera —no debe olvidarse que estaba listo para regresar a Bogotá a asumir su nuevo cargo—.26 De inmediato empezó a preparar la expedición que debía recuperar Leticia y pidió al ministro material de guerra. El general emprendió con su estado mayor lo que él llamó las "labores teóricas de la guerra", empezando por el levantamiento del mapa del sur, inexistente, según él, en los archivos del estado mayor general. Lo hizo con la información que le dieron los misioneros capuchinos en su convento de Puerto Asís. Pero el ministro pronto le ordenó suspender su plan y dedicarse a reforzar las guarniciones de Caucayá y El Encanto —en el río Caraparaná, afluente del Putumayo en su margen izquierda— mientras el gobierno central conseguía los aviones necesarios para escoltar los cañoneros río abajo. Rodríguez (1937, 95-96, 97-99) recordaría después con desagrado un aparte de otro mensaje en el que Uribe Gaviria le decía: "Considero de capital importancia obrar con toda prudencia en actitud defensiva hasta que situación defínase claramente".

Mientras el general Rodríguez recibía la orden de permanecer en Puerto Asís, el coronel Rico continuaba en Caucayá los preparativos de la expedición a Leticia.

Rico advirtió a Bogotá de las condiciones precarias de la tropa y, por lo tanto, de la pocas posibilidades de éxito. Esto era evidente en la conclusión del parte que le dirigió uno de sus subordinados sobre el cumplimiento de la orden de embarcar el personal de la compañía de colonización para entrar en combate: "Lo expuesto hasta aquí me deja la penosa impresión de nuestra incapacidad para el desempeño de misiones delicadas que sólo el espíritu y el patriotismo de nuestros soldados pueden compensar". Esta compensación sólo podía ser parcial. De los 62 hombres embarcados, 43 eran colonos —llamados "soldados colonos"—, catorce eran soldados, dos eran cabos segundos y dos más, sargentos segundos.27 Los reclutas iban descalzos, diez de ellos sin vestido militar exterior y 28 sin vestido interior, y debían conseguir por su cuenta los útiles de alojamiento, aseo personal y menaje. Se improvisó entonces una sección de ametralladoras pesadas con dos Schwarzlose modelo 1924 y un pelotón de fusileros con 48 Máuser modelo 1912 y 19 carabinas de la misma marca y modelo, 5.500 cartuchos austríacos y 16.492 colombianos. A cada soldado se entregó un machete con su funda.28 En principio este pequeño destacamento habría podido hacer frente a los invasores peruanos pero, después de un viaje largo y desgastante, los encontraría fortificados y con refuerzos de Iquitos. Tal vez por estas razones el objetivo inicial de recuperar Leticia por las armas fue abandonado por primera vez. Días después, sin embargo, el cónsul de Perú en Manaos comunicó por radio al ministro de guerra en Lima —que a su vez transmitió la información al comandante de la quinta división del ejército peruano en Iquitos— que el cañonero Santa Marta estaba bajando el Putumayo hacia Leticia.29

En Puerto Asís el general Rodríguez continuaba haciendo planes ofensivos que comunicó en clave al presidente y al ministro de guerra. En lugar de tomarse Leticia directamente ahora pensaba apoderarse de los puestos peruanos en el Putumayo (Güepí y Puerto Arturo), seguir por las trochas hasta el Napo y bajar por este río. Para lograrlo pedía reforzar la guarnición de Puerto Ospina y llamar las reservas del Tolima y de otros departamentos (Rodríguez 1937, 100-101). El presidente, pensando seguramente en las intenciones de Rodríguez, pidió a su ministro en Lima preguntar al gobierno central peruano si las guarniciones de su ejército en el Putumayo obedecían todavía órdenes pues los barcos colombianos se preparaban para recuperar Leticia.30 Olaya Herrera quería sin duda obtener información y asustar —como se vio, la orden de recuperar Leticia por la fuerza ya había sido cancelada—. No sabemos cuál fue la respuesta ni cuándo llegó pero en Güepí y Puerto Arturo las tropas peruanas todavía no habían recibido comunicaciones de Iquitos y por lo tanto no sabían nada de la toma de Leticia. Olaya Herrera y su ministro de guerra ordenaron a Rodríguez limitarse a reforzar Puerto Ospina y a tomar medidas defensivas: "Respetando las consideraciones de orden militar que usted expone estimamos que por razones fundamentales de orden jurídico internacional Colombia debe abstenerse de todo acto que pueda alegarse como una violación de los tratados que ligan a las dos repúblicas [...]".31 En sus memorias Rodríguez afirma que hablaba todas las noches por radio con el presidente, a quien puso al tanto de su plan de ataque simultáneo a Güepí y Puerto Arturo "sólo por la lealtad al gobierno" pues pensaba ejecutarlo por su "cuenta y riesgo". Olaya Herrera le pedía calma —ni la tropa ni el material de guerra eran suficientes para llevar a cabo sus planes—. Un día, no precisado, dice Rodríguez (1937, 104-106, 130) que tuvo que "acosar[lo]" con sus "exigencias", a lo que éste respondió invitándolo a volar el día siguiente a Bogotá: lo que tenía que decirle no podía comunicarlo por radio, ni siquiera cifrado.

La lancha Sinchi Roca no se movió de Puerto Asís ni la Huayna Capac de Caucayá. En esta población permaneció el subteniente Antonio Cavero, el oficial peruano que había cenado con el coronel Acevedo. El ministro Uribe confirmó que las lanchas habían sido "requisicionadas" debido a la declaración de estado de sitio

—Decreto legislativo 1465— (Rodríguez 1937, 96) pero Cavero no estaba privado de la libertad. Este mensaje fue enviado "por inalámbrico" y también por carta con Manuel Carvajal, antiguo miembro de la comisión de relaciones exteriores y exministro de Colombia en Lima,32 recién nombrado asesor jurídico del comando colombiano. El coronel Rico estuvo muy complacido con "la cultura y el espíritu ecuánime del doctor Carvajal" desde que llegó a Caucayá.33 Esa cultura y esa ecuanimidad eran la regla entre militares peruanos y colombianos en el Putumayo. Antes de zarpar a Puerto Arturo, Cavero agradeció a Rico "el trato seguro y caballeresco" que habían recibido todos sus compatriotas de la Huayna Capac. La mayor muestra de caballerosidad, a pesar de la confiscación de las lanchas, fue el envío en canoa de víveres a Güepí. El sargento Mamerto Bardales, anfitrión del general Rodríguez, envió una carta a Rico con sello que dice "Guarnición de Güepí. Río Putumayo" y el escudo de Perú en el centro. En ella puede leerse: "Ruego al señor coronel aceptar mis agradecimientos por esta bondadosa amabilidad".34

Reacciones peruanas desde Iquitos y Lima

El ya mencionado jueves primero de septiembre llegaron a Iquitos los radiogramas transmitidos desde Leticia por el alférez La Rosa y el ingeniero Ordóñez. A las cuatro de la tarde los periódicos lanzaron boletines invitando al "pueblo" a reunirse en la plaza de armas. Se pronunciaron discursos y se pidió la dimisión del prefecto del departamento de Loreto, teniente coronel Jesús Ugarte, por haber hecho parte de la comisión que había fijado años atrás los límites con Colombia. Un grupo de ciudadanos autodenominado junta patriótica de Loreto (Ugarteche 1969, 186)35 pidió a las fuerzas armadas enviar refuerzos a Leticia en el cañonero América. El cónsul británico reportó: "Practically all Iquitos remained up all night cheering Leticia, Loreto, the Army, Navy and Airforce [sic] and watching the troops and munitions of war being loaded on board the America, which sailed at 4 a. m. on the second inst for Ramón Castilla". El prefecto Ugarte pasó la mayor parte de la noche en la estación inalámbrica de radio. Desde ahí informó a Lima que la toma había sido obra de comunistas. La junta le entregó una carta solicitando su renuncia. El oficial respondió que debía consultar a sus subordinados, por ser no sólo jefe civil sino también jefe militar del departamento de Loreto. Los oficiales no le dejaron alternativa.36 Éstas fueron las primeras noticias que transmitió a Londres el cónsul británico en cumplimiento de sus funciones. En términos generales son precisas pero es conveniente complementarlas con los cablegramas cruzados entre el prefecto Ugarte y los más altos funcionarios en Lima durante los días siguientes.

El día de la toma de Leticia el prefecto informó al presidente Luis Sánchez Cerro —antiguo oficial golpista elegido luego por voto popular— que los líderes del movimiento eran todos civiles y estaban al mando de empleados de la hacienda La Victoria, de los habitantes de Caballococha y de los peruanos de Leticia. No mencionó ni a los alféreces La Rosa y Díaz ni a la guarnición de Chimbote pero sí el gran mitin y una solicitud de revisión del tratado de límites con Colombia. Informó además que había ordenado el día siguiente la salida de la embarcación América con 50 hombres al mando del teniente coronel Isauro Calderón, comandante del regimiento de infantería número 17, ante la posibilidad de un contraataque colombiano desde Caucayá. Mientras el gobierno central definía su posición Ugarte suplicaba "apoyar justa aspiración pueblo loretano" (Ugarteche 1969, 183-84).

Días después en un extenso radiograma enviado al presidente Sánchez Cerro desde San Ramón en su camino de regreso a Lima, el exprefecto Ugarte reveló muchos más detalles de ese inolvidable jueves primero de septiembre en Iquitos. Según afirmó entonces, el teniente coronel Isauro Calderón se presentó en su despacho con los demás jefes militares a eso de las tres de la tarde diciendo ser el autor de la toma. Al preguntarle cómo podía ser él el autor sin estar presente en Leticia, Calderón respondió que el comandante de Chimbote actuaba bajo órdenes suyas con el ingeniero Ordóñez, la tropa y algunos civiles. "Ante este hecho expresé extrañeza" dice Ugarte "y censuré duramente actitud al comandante Calderón e hícele ver el gran problema que le ofrecía al gobierno". Calderón replicó que el golpe había sido preparado "para hace dos meses", se había postergado por diversas circunstancias, no había ya nada que hacer al respecto y, por lo tanto, enviaría el cañonero América a Leticia.37 Ugarte propuso enviarlo más bien a Ramón Castilla, Perú, para evitar una situación de guerra y agregó que los colombianos no podrían llegar desde el Putumayo antes de seis días:

Les manifesté que a las fuerzas de Iquitos y al país les convenía hacer ver que este movimiento había sido esencialmente popular y que nuestra cancillería tendría un arma que explotar en defensa de nuestros derechos y acepté se preparara el personal para el viaje dirigiéndome a la oficina de aviación para comunicar este hecho por conducto Ministerio Marina.

En ese momento envió el primer mensaje al presidente Sánchez Cerro. El pueblo de Iquitos seguía reunido en las calles.

Ugarte regresó a la prefectura a las diez de la noche, tuvo otra reunión con sus subordinados y les aconsejó no tomar medidas violentas. Si el gobierno central se oponía, replicaron ellos, se declararían en rebelión —sin duda siguió una discusión de la que no quedaron rastros—. A las once y treinta de la noche Ugarte se dirigió de nuevo al telégrafo, donde fue a buscarlo el subprefecto para informarle que los oficiales reunidos en el casino de la guarnición habían pedido su renuncia en nombre de la junta patriótica. El prefecto salió de nuevo hacia su oficina, convocó a los militares, leyó ante ellos la carta de la junta pidiendo su dimisión y preguntó si estaban de acuerdo:

Manifestándoles antes que los firmantes eran miembros prominentes del Aprocomunismo38 y enemigos declarados del Gobierno y que esa unión desvirtuaba la finalidad patriótica que decían les había sugerido la toma de Leticia y que estaba seguro que una vez se conociera en el país, en el ejército y el Gobierno tal actitud merecería su condenación.

Calderón, por su parte, habría dicho: "Me he metido en este asunto y nadie me hace retroceder porque haría el ridículo" y habría agregado enseguida "que además siempre había sido cola y hoy quería ser cabeza". Ugarte replicó que ellos "invocando el nombre patria sólo satisfacían ambiciones personales" y aceptó renunciar ante la solidaridad de los demás oficiales en su co ntra. Pese a que ellos mismos le aseguraron que podía permanecer en Iquitos y mantener comunicación con el gobierno central, el nuevo exprefecto se dio cuenta de que habían establecido censura y retirado a sus telegrafistas de confianza, poniendo algunos de ellos en prisión. Fue entonces cuando decidió viajar a Lima (Ugarteche 1969, 194).

Tan pronto se deshizo del prefecto del departamento, la junta patriótica de Loreto justificó su actitud ante el presidente Sánchez Cerro: Ugarte había sido destituido "interpretando clamor público" por haber sido "cómplice traición desmembración territorio repudiado mala administración". La junta solicitaba someter la "cuestión internacional" a la asamblea constituyente39 y aspiraba a poner al presidente de su lado: "Pueblos Oriente40 están resueltos defender y reintegrar territorios cedidos Colombia por tirano Oncenio" (Ugarteche 1969, 185). Calderón, por su parte, pedía al ministro de guerra en Lima su comprensión: "confíase interpretara-se sentir patriótico, relacionado reintegración territorial".41

Este "sentir" empezó a ser "interpretado" en Lima el sábado tres de septiembre con la ayuda del mayor Daniel Demaison, 42 presente en Iquitos el día de la toma de Leticia. Desde San Ramón informó al presidente que el respaldo popular a los ocupantes era total: "Cualquier acto contrario a lo hecho produciría levantamiento en masa del departamento apoyado por tropas [...]". Al final del mensaje pidió su regreso a Iquitos —lo que deja entrever que no había sido expulsado con el prefecto Ugarte— pero el presidente quería verlo en Lima. El panorama se despejaba para los sublevados. El mismo día el teniente coronel Isauro Calderón agradeció al ministro de gobierno su "honrosa prueba de confianza" (Ugarteche 1969, 186-187). Se trataba sin duda del apoyo provisional de Lima a su "ascenso" a la cabeza de la quinta división del ejército peruano, el más alto cargo militar del departamento, y también del anuncio del envío de un nuevo prefecto.

Si bien al mayor Demaison no le quedaban dudas sobre la actitud que debía asumir el gobierno central, el exprefecto Ugarte estaba mucho menos resignado a regresar a Lima y ponía en entredicho ante el presidente el supuesto carácter patriótico de la acción del primero de septiembre: "Informes fidedignos me hacen decir a usted que la toma de Leticia ha sido un plan aprista explotándose en favor de este plan la situación del propietario y socios de la hacienda La Victoria doctor Enrique Vigil, que han sido seriamente lastimados con el tratado". Para colmo de males los oficiales de Iquitos habrían enviado una circular a "todo país e institutos armados" pidiendo apoyo (Ugarteche 1969, 190-194).

En efecto, el domingo cuatro de septiembre los militares hicieron pública su posición en una "proclama" según la cual el trapecio amazónico había sido cedido por un "gobierno dictatorial" y su "reintegración" era un "anhelo nacionalista" de todo el país. A pesar de que habían sido "los propios habitantes de Leticia, en su totalidad peruanos", quienes habían llevado a cabo la operación —lo cual era falso, como se ha visto— las fuerzas de ejército, marina, aviación y policía de Iquitos habían decidido "apoyar hasta el sacrificio la consecución de este noble ideal" y pedían el "apoyo moral" del resto de los militares peruanos. Las tropas no iban a "masacrar" a los ocupantes de Leticia. La solución estaba en manos del gobierno central: solicitar la revisión del tratado de límites con Colombia: "Porque de no hacerse así se producirá una guerra civil, ya que el pueblo de la región del oriente está decidido a mantener en poder del Perú el territorio reconquistado" (Chanduví 1988, 496).43

El día en que se hizo pública la proclama de los oficiales, la policía visitó cada casa informando a los habitantes que debían izar la bandera. El día siguiente, lunes cinco de septiembre, fue declarado festivo. Iquitos estaba engalanado "as it has never been before". A las cinco de la tarde llegó de Lima Oswaldo Hoyos Osores, el nuevo prefecto. En la plaza 28 de julio la junta patriótica explicó las razones de la toma y dijo que no retrocedería. Hoyos Osores replicó que los tratados no podían romperse e hizo un llamado a la calma. En la plaza de armas se pronunciaron luego más discursos ante unas 8.000 personas. El cónsul colombiano miraba y oía todo por la ventana de su casa en el marco de la plaza sin ser molestado.44

De acuerdo con Hoyos Osores, al llegar a Iquitos lo recibió una multitud con banderas peruanas que pedía respeto por la toma de Leticia. Al proponer al "pueblo" una discusión serena sobre el tema sus palabras "fueron recibidas forma casi hostil". Los oficiales, por su parte, le manifestaron que sus móviles eran "esencialmente patrióticos". Cuando los invitó a estudiar el asunto le entregaron un memorándum cuyos puntos principales eran los siguientes: los "institutos militares de la quinta división" no habían iniciado la toma pero la respaldaban; "toda reflexión, sugerencia o idea en contra" era tardía; su resolución era "inquebrantable"; ni Ugarte ni otro prefecto podía intervenir "por cuanto el hecho de ser representante del Gobierno le impide jurídicamente apoyar la violación de un tratado [...]". Hoyos Osores concluyó, con acierto, que no podía asumir el cargo que le había sido encomendado (Ugarteche 1969, 198-200).

Para el gobierno central no era fácil tomar decisiones desde la lejana Lima. Tal vez por eso envió con el nuevo prefecto a un oficial, el mayor Víctor Abad,45 quien escribió al ministro de guerra y al gabinete militar:

Cumpliendo su orden informara verdadera situación manifiéstole que institutos armados y pueblo Iquitos unidos como un solo hombre están resueltos desaparecer antes que permitir que bandera puesta en Leticia después de reconquistada sea arriada materialmente imposible encontrar una sola opinión en contra a este sentimiento patriótico.

El presidente ordenó entonces transmitir al pueblo loretano la ratificación de apoyo a su causa pero hizo una advertencia: "Que absolutamente no pase por su mente la idea de desconocer a autoridades que mi Gobierno cuidadosamente nombra". Este telegrama empezaba con un arrebato lírico:

Mi patriotismo a toda prueba, mis innumerables sacrificios por más de 20 años entregado [sic] mi persona toda al servicio de la Patria, mi honor de soldado jamás mansillado [sic], mi civismo acrisolado de celoso gobernante, no me indican otro rumbo: la gloriosa enseña de la Patria que siga flameando escudada con los pechos de los peruanos que en estos momentos cumplen con su deber (Ugarteche 1969, 201, 207, 208).

En términos similares escribió a Calderón el mismo día pidiéndole entregar la prefectura a Hoyos Osores y prestar facilidades a su juramento ante la corte superior. Le anunció también órdenes próximas del ministro de guerra (Ugarteche 1969, 201, 207, 208). Tanto Hoyos Osores como Calderón respondieron de inmediato: los mensajes del presidente habían resuelto todas las dificultades en Iquitos y el gobierno central había recibido todos los aplausos. A las tres de la mañana del martes seis de septiembre de 1932 el apoyo de Lima a los ocupantes de Leticia ya era de conocimiento público.46

Hoyos Osores pudo al fin tomar posesión de su cargo. En el primer mensaje que recibió del ministro de gobierno, éste confirmaba su apoyo a la "actitud patriótica" del pueblo de Loreto y a la solicitud de revisión del tratado. El punto más interesante era el siguiente:

La revisión de ese tratado, constituye un problema internacional muy grave, por lo tanto, es indispensable, para el mejor éxito de nuestras justas aspiraciones patrióticas presentar a todos los peruanos formando una verdadera unión sagrada, en torno del Gobierno, que es el único que puede y que debe dirigir la política internacional (Ugarteche 1969, 201-203, 209).

A continuación el ministro daba indicaciones muy detalladas para que los loretanos elevaran al gobierno central un memorial pidiendo la revisión (Ugarteche 1969, 201-203, 209). Dos días después el ministro de Perú en Bogotá recibió las siguientes instrucciones del ministro de relaciones exteriores en Lima: "Muy reservadamente sepa usted que Gobierno abriga esperanzas aprovechar esta oportunidad para iniciar revisión Tratado Salomón-Lozano. En consecuencia si es posible proceda usted muy discretamente sondear al respecto inteligentemente el cambio" (Horgan 1983, 495).47

Conclusión

La narración detallada de los acontecimientos iniciales del Conflicto de Leticia en los niveles local y regional de Colombia muestra claramente que la presencia reducida y precaria de particulares y agentes del Estado en la frontera facilitó la toma y ocupación de Leticia, y frenó la reacción inicial. En el departamento de Loreto y en especial en su capital, Iquitos, civiles y militares peruanos conjuraron para dar el golpe de mano y pusieron al gobierno central ante un fait accompli y ante la disyuntiva de una guerra internacional o una guerra civil. Lima optó a regañadientes por la primera pero esta tensión inicial entre el centro y la periferia de Perú marcó el desarrollo de todo el Conflicto.

Para apreciar en su justa medida estas conclusiones no debe olvidarse que, antes de esta investigación, los inicios del conato de guerra entre Perú y Colombia en los niveles local y regional se conocían sólo de manera superficial. Puede objetarse que establecer los hechos con certeza no es la tarea más importante de un historiador. Pero no puede negarse que es la primera (Ash 2010, 15-16). La cronología se presta admirablemente a esta construcción. Algunos historiadores pueden pensar que pertenece al siglo XIX y no al XXI. Nosotros, por el contrario, estamos convencidos de que tiene todavía mucho que decir en países como Perú y Colombia, donde adoptamos muy rápido y sin mucho debate modelos historiográficos que ponen en duda la existencia misma de hechos.

Sabemos, sin embargo, que nuestros hallazgos no bastan. La respuesta a la pregunta ¿cómo empezó el Conflicto? implica una nueva pregunta: ¿por qué empezó? Éste no es el lugar para responderla. A nuestro modo de ver, haberla formulado sobre bases firmes es ya un avance en la comprensión de un pasado que es soslayado hasta el momento por la historiografía académica de ambos países.


Notas

1 Creado por el tratado de límites entre Perú y Colombia (1922) y entregado finalmente a Colombia en 1930.
2 Centro de estudios histórico-militares del Perú (en adelante CEHMP), Diario de marchas y operaciones de la quinta división del ejército peruano, ff. 9-10, La Rosa a Calderón, Parte reservado, 3 de septiembre de 1932 (este parte está fechado en "Leticia, Perú"); CEHMP, Diario de marchas y operaciones de la quinta división del ejército peruano, f. 6, La Rosa a Calderón, Parte, 2 de septiembre de 1932.
3 Museo militar, Bogotá (en adelante MMB), Declaraciones sobre toma de Leticia, ff. 93-95, Soria, 26 de septiembre de 1932; MMB, Declaraciones sobre toma de Leticia, ff. 29-31, González, 26 de septiembre de 1932.
4 MMB, Declaraciones sobre toma de Leticia, Villamil a Olaya, oficio remisorio, 30 de septiembre de 1932.
5 Archivo General de la Nación, Bogotá, (AGN), República, Archivo privado Enrique Olaya Herrera, caja 28, leg. 30, ff. 34-35, Villamil a Olaya, 7 de septiembre de 1932.
6 CEHMP, Diario de marchas y operaciones de la quinta división del ejército peruano, f. 10, La Rosa a Calderón, parte reservado, 3 de septiembre de 1932.
7 Hoy desaparecida.
8 MMB, Declaraciones sobre toma de Leticia, ff. 26-28, Arámbula, 27 de septiembre de 1932.
9 MMB, Declaraciones sobre toma de Leticia, ff. 67-69, Noronha, 24 de septiembre de 1932.
10 MMB, Declaraciones sobre toma de Leticia, ff. 61-63, Sarria, 27 de septiembre de 1932; ff. 90-92, Vásquez, 27 de septiembre de 1932.
11 MMB, Declaraciones sobre toma de Leticia, ff. 102-105, Bermeo, 28 de septiembre de 1932.
12 MMB, Declaraciones sobre toma de Leticia, ff. 14-17, Uribe, 24 de septiembre de 1932.
13 National Archives, Kew (en adelante NA), Foreign Office, 177/488 138/12/32, cónsul en Iquitos a ministro en Lima, #5, 14 de septiembre de 1932.
14 Tratado de límites entre Perú y Colombia (1922) firmado durante el "Oncenio", es decir las presidencias consecutivas de Augusto Leguía (1919-1930).
15 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), República, Archivo privado Enrique Olaya Herrera, caja 28, leg. 30, f. 36, Villamil a Olaya, 7 de septiembre de 1932.
16 AGN, República, Archivo privado Enrique Olaya Herrera, caja 28, leg. 30, ff. 36, 38-39, 41-43, Villamil a Olaya, 7 de septiembre de 1932.
17 NA, Foreign Office, 177/488 138/12/32, cónsul en Iquitos a ministro en Lima, #5, 14 de septiembre de 1932.
18 Las declaraciones fueron tomadas entre el 23 y el 30 de septiembre de acuerdo con un cuestionario uniforme, MMB, Declaraciones sobre toma de Leticia, Villamil a Olaya, oficio remisorio, 30 de septiembre de 1932.
19 AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 1, Guarín a "jefe militar", 2 de septiembre de 1932.
20 AGN, República, Archivo privado Enrique Olaya Herrera, caja 68, leg. 8, Lozano a Olaya, Urdaneta, Uribe, cable sin #; cable #18, 2 de septiembre de 1932.
21 CEHMP, Diario de marchas y operaciones de la quinta división del ejército peruano, f. 28, Cavero, informe sobre la prisión del subteniente Cavero, 23 de septiembre de 1932.
22 Miembros del Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), partido político internacionalista fundado en México por el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre.
23 AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 6, Bejarano a Rodríguez, Rico, 6 de septiembre de 1932.
24 AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 4, Acevedo a telegrafista Puerto Asís, 6 de septiembre de 1932.
25 AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 2, Rico a Bejarano, Baquero, 7 de septiembre de 1932.
26 En una carta sin fecha, Rodríguez le habla de manera muy cortés al coronel Rico sobre movimientos de tropa y provisiones. En el papel membreteado ("Amadeo Rodríguez, coronel, comandante de las guarniciones del Amazonas, Caquetá, Putumayo, etc, y jefe de la frontera con el Brasil, Ecuador y Perú") los cargos están tachados y a la derecha se lee, en la tinta verde con la que fue escrita la carta: "General, jefe civil y militar", AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 41, Rodríguez a Rico.
27 El número 62 debió ser el capitán Bejarano, autor del parte en cuestión.
28 AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 13, Bejarano a Rico, 8 de septiembre de 1932.
29 CEHMP, Diario de marchas y operaciones de la quinta división del ejército peruano, f. 22, Beingolea a Ramos, radiograma 107, 18 de septiembre de 1932.
30 AGN, República, Archivo privado Enrique Olaya Herrera, caja 68, leg. 8, Olaya a Lozano, #4, 12 de septiembre de 1932.
31 AGN, República, Archivo privado Enrique Olaya Herrera, caja 69, leg. 12, f. 4, Olaya, Uribe a Rodríguez, 13 de septiembre de 1932.
32 AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 22, Uribe a Rico, 14 de septiembre de 1932.
33 AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 11, Rico a Urdaneta, 17 de septiembre de 1932.
34 AGN, República, Documentación histórica Conflicto colombo-peruano, caja 9, f. 27, Cavero, oficio remisorio, 19 de septiembre de 1932; f. 28, Cavero a Rico, 19 de septiembre de 1932; f. 31, Bardales a Rico, 22 de septiembre de 1932.
35 Ignacio Morey Peña, Pedro del Águila Hidalgo, Guillermo Ponce de León, Manuel Morey y el ingeniero Luis Arana, hijo del cauchero Julio César. Esta lista incluía a Ordóñez.
36 NA, Foreign Office, 177/488 138/2/32, cónsul en Iquitos a ministro en Lima, #4, 7 de septiembre de 1932.
37 La misión encomendada fue clara: "Resguardar los intereses peruanos y proteger a los connacionales contra toda agresión extraña, aún en Leticia", CEHMP, Diario de marchas y operaciones de la quinta división del ejército peruano, f. 5, Calderón, Orden general #1, 1 de septiembre de 1932.
38 Coalición supuesta entre el Partido Comunista y el APRA.
39 Que sesionó entre 1932 y 1933.
40 Amazonía peruana, también llamada Montaña por oposición a la Costa y a la Sierra (Andes).
41 CEHMP, Diario de marchas y operaciones de la quinta división del ejército peruano, ff. 6-7, Calderón a Beingolea, radiograma 469, 2 de septiembre de 1932.
42 República del Perú, Ministerio de Guerra, "Escalafón general del ejército. Primera parte: actividad y disponibilidad", Lima, 1931, 42.
43 La proclama estaba firmada por el teniente coronel del Ejército y comandante de la Quinta Región Isauro Calderón, el comandante de Aviación y jefe de las Fuerzas Aéreas de la Montaña José Estremadoyro, el capitán de fragata y jefe de la Flotilla de Guerra E. Tudela, el capitán de la Policía y comandante de la Guardia Civil Julio A. Hurtado, y por último el capitán Isaac Costa de la compañía Loreto del Cuerpo de Seguridad.
44 NA, Foreign Office, 177/488 138/2/32, cónsul en Iquitos a ministro en Lima, #4, 7 de septiembre de 1932.
45 República del Perú, Ministerio de Guerra, "Escalafón general del ejército. Primera parte: actividad y disponibilidad", Lima, 1931, 67.
46 NA, Foreign Office, 177/488 138/2/32, cónsul en Iquitos a ministro en Lima, #4, 7 de septiembre de 1932.
47 Olaya Herrera se enteró el día siguiente pues recibía copias de las órdenes secretas que llegaban a la legación peruana en Bogotá —tal vez tenía agentes en las oficinas de telégrafos—.
48 La sexta edición (1968) es la primera en incluir el periodo 1930-1933.


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