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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

versão On-line ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.15 no.33 Medellín maio/ago. 2023  Epub 01-Maio-2023

https://doi.org/10.15446/historelo.v15n33.102411 

Artículos

Sociabilidades intelectuales presbiterianas alrededor del periódico El Evangelista Colombiano, 1912-1945

Presbyterian Intellectual Sociabilities around El Evangelista Colombiano Newspaper, 1912-1945

Sociabilidades intelectuais presbiterianas em torno do jornal El Evangelista Colombiano, 1912-1945

Daniel-Andrés Zambrano* 
http://orcid.org/0000-0002-6320-8998

Juan-Carlos Gaona-Poveda** 
http://orcid.org/0000-0002-3919-3730

* Magíster en Historia por la Universidad del Valle, Colombia. Maestrante de Sociología por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), Ecuador. El artículo es resultado de la investigación para optar al título de Magíster en Historia por la Universidad del Valle (Colombia), titulado: "El Evangelista Colombiano. Estrategias editoriales, asociativas y discursivas del presbiterianismo, 1912-1945". Investigación que tuvo mención meritoria por parte del programa de maestría en Historia de la Universidad del Valle, Facultad de Humanidades, Colombia. Este artículo corresponde a ciertas reflexiones del cuarto capítulo. Participó en la redacción final del documento, análisis de datos, escritura del resumen, conclusiones y varios apartados. Correo electrónico: zambranodanielandres@gmail.com https://orcid.org/0000-0002-6320-8998

** Doctor (c) en Historia en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), México. Magíster en Historia por la Universidad del Valle, Colombia. Participó en la redacción final del documento, análisis de datos; escritura del resumen, conclusiones y varios apartados. Asimismo, fue asesor en el desarrollo de la investigación. Correo electrónico: historia.culltura.sociedad@gmail.com https://ordd.org/0000-0002-3919-3730


Resumen

Este artículo analiza la sociabilidad intelectual presbiteriana articulada al periódico El Evangelista Colombiano. El periodo de estudios inicia con la fundación de la publicación en 1912 y cierra con la salida del director Alexander Allan en 1945. En términos metodológicos, se examinó ciertos aspectos materiales de la publicación -impresión, distribución, canjes-; al igual que contenidos relacionados con la participación en la vida pública -cartas, informes, artículos-. Datos complemen tados con la autobiografía de Allan, relato que pone en contexto su gestión como director-editor. Se retoman los trabajos sobre sociabilidades e intelectuales de Maurice Agulhon, Antonio Gramsci, Aimer Granados y José Zanca. Se sostiene que la presencia social de los intelectuales presbiterianos da cuenta de un espacio de acción sociopolítica allende al dominio de la institución católica. De modo que, su agencia en la primera mitad del siglo XX visibiliza elementos de laicidad al interior del régimen político conservador-confesional; también se constituye como un indicador de una tímida distinción entre el poder político y el religioso. De igual manera, se considera que el periódico seleccionado fue un elemento cohesionador de los vínculos establecidos por esta intelectualidad al interior de las iglesias y con agentes disidentes al modelo de nación.

Palabras clave: presbiterianismo; sociabilidad; laicidad; secularización; historia intelectual

Abstract

This article analyzes the intellectual Presbyterian sociability articulated to El Evangelista Colombiano newspaper. The study period starts with the publication in 1912 and ends with the departure of the director Alexander Allan in 1945. In methodological terms, certain material aspects of the publication such as the printing, distribution and exchanges were examined, as well as contents related to the participation in the public life: letters, reports, and articles. Data complemented with Allan's autobiography, a narrative that puts his tenure as the director-editor in context. The works on intellectual sociabilities by Maurice Agulhon, Antonio Gramsci, Aimer Granados, and José Zanca are resumed. It is claimed that the social presence of the intellectual Presbyterians gives account of a space for socio-political action beyond the rule of the Catholic institution, so that its agency in the first half of the twentieth century makes elements of secularity visible within a conservative-confessional political regime; it is also constituted as an indicator of a timid distinction between political and religious power. In the same way, it is considered that the chosen newspaper was a cohesive element of established links by this intellectuality within the churches and with dissident agents to the nation's model.

Keywords: Presbyterianism; sociability; secularity; secularization; intellectual history

Resumo

Este artigo analisa a sociabilidade intelectual presbiteriana articulada ao jornal El Evangelista Colombiano. O período estudado se inicia com a fundação da publicação em 1912, e se encerra com a saída do diretor Alexander Allan em 1945. Em termos metodológicos, foram examinados certos aspectos materiais da publicação - impressão, distribuição, trocas; e também conteúdos relacionados à participação na vida pública - cartas, informes, artigos. Dados complementados pela autobiografia de Allan, um relato que contextualiza sua gestão como diretor-editor. Trabalhos sobre sociabilidade e intelectuais de Maurice Agulhon, Antonio Gramsci, Aimer Granados, e José Zanca foram retomados. Sustenta-se que a presença social dos intelectuais presbite rianos representa um espaço de ação sociopolítica que extrapola o domínio da instituição católica. De modo que, sua ação na primeira metade do século XX trouxe visibilidade para elementos de laicidade no interior do regime político conservador-confessional; também se constituiu como um indicador de uma tímida distinção entre o poder político e o religioso. Da mesma forma, considera-se que o jornal selecionado foi um elemento de coerência dos vínculos estabelecidos por esta intelectualidade no interior das igrejas e com agentes dissidentes do modelo de nação.

Palavras-chave: presbiterianismo; sociabilidade; laicidade; secularização; história intelectual

Introducción

En la primera mitad del siglo XX, el presbiterianismo propuso un proyecto socio-religioso disidente en el debate público colombiano a partir del uso de la prensa como estrategia cultural.1 Esta agencia repercutió en espacios locales, regionales y en ciertos momentos a nivel nacional. Los presbiterianos colombianos buscaron visibilizar sus posiciones políticas ante la opinión pública (Allan 1956, 19). Para ello, fundaron el periódico El Evangelista Colombiano, el cual facilitó la formación de una sociabilidad intelectual; esta se distinguió de una exclusivamente religiosa -asociada a prácticas litúrgicas y espirituales- en la medida que evidenció la existencia de un protestantismo activo en la esfera pública (Gaona-Poveda 2018a, 2018b).

Para Antonio Gramsci, el intelectual es un individuo caracterizado por influir, direccionar y ser portador de innovaciones culturales. Los intelectuales se encargan de mediar posturas, socializar hallazgos técnicos y direccionar la actividad colectiva (Gramsci 1986, 37). No todos los individuos cumplen dicha función, sino aquellos que poseen una representatividad social en diversos ámbitos. Según Loaiza-Cano, los intelectuales pueden ser considerados a partir de cuatro componentes. Cultural: la intelectualidad está en constante diálogo con la sociedad; organizacional selecto: no puede existir el campo intelectual sin un prestigio cultural; académico: la intelec tualidad es reproductora de conocimientos e innovadora de nuevos horizontes socio-pragmáticos; poder: "hablar de intelectuales es hablar del poder, de las luchas por el control o la supremacía de unos sobre otros" (2012, 349).

Por su parte, el historiador francés Agulhon define la sociabilidad a partir de dos características fundamentales. La primera se refiere a la experiencia conjunta de individuos, que comparten espacios mediante afinidades ideológicas, familiares o de camaradería (2009, 30-35). En ese sentido, el término hace alusión a la vida cotidiana, íntimamente ligada a la psicología colectiva, donde las personas se asocian alrededor de fenómenos socio-históricos concretos (Chapman 2015, 11-12). La segunda se refiere a la evolución de los vínculos. La sociabilidad se entiende a partir de sus cambios en el tiempo; es decir, su tendencia a transformarse, fusio narse y desaparecer: "una evolución progresiva de la sociabilidad consistirá, entonces, en la aparición de asociaciones voluntarias [...] cada vez más numerosas y diversificadas y, por otro lado, en el paso del estadio informal al estadio formal" (Agulhon 2009, 39). En esta línea, Granados-García sostiene que las sociabilidades intelectuales ostentan características que las distinguen de otras formas de sociabi lidad (2017, 72). Por ejemplo, la existencia de espacios de confluencia, como puede ser una publicación impresa, afinidades políticas y la participación de agentes culturales activos en la vida pública.

El historiador argentino Zanca señala que los intelectuales católicos perte necen a un grupo que es posible identificar por su capacidad de influir sobre los procesos internos del campo religioso. Al ser un grupo especializado, actúan diferen ciándose del núcleo jerárquico, en una tensión que los sitúa como parte del estable cimiento religioso o totalmente distante del mismo, según distintas gradaciones determinadas por sus obligaciones y compromisos. Su agencia se debe comprender en un plano confesional a partir de valores y reglas en disputa con la institución eclesiástica; un plano disciplinario, en el cual la actividad intelectual demanda una negociación entre la fe y las necesidades propias del debate entre letrados; y un plano político, que implica un posicionamiento frente al Estado y el orden social (2006, 12-13). Esta conceptualización puede ampliarse a la reflexión sobre el intelectual protestante, aunque marcando ciertas diferencias: las iglesias protes tantes históricas suelen ser menos jerarquizadas y no se encuentran unificada; por lo cual es más dinámica su relación con la institucionalidad religiosa. De igual modo, no cuentan con una herencia política, cultural y social tan poderosa como la del catolicismo desde el periodo colonial; es así que el discurso intelectual protes tante se da desde una retórica rupturista y de una búsqueda de sus raíces criticando al marco hispánico católico; esto también ha implicado legitimar su presencia en América Latina desligándose de las acusaciones de ser elementos de la colonización anglosajona. Finalmente, su presencia en el marco de los conflictos entre Iglesia y Estados llevó a establecer relaciones con los proyectos políticos que cuestionaron los modelos católicos de nación.

La historiografía latinoamericana se enfoca en su mayoría en intelectuales seculares desde una mirada que vincula a la modernidad cultural con el repliegue de lo religioso hacia lo privado. No obstante, existen investigaciones sobre la intelectualidad católica, sobre todo en el Cono sur. Estos trabajos coinciden en su crítica de la tradicional teoría de la secularización, la cual pregonaba la inexorable desaparición de la religión de las cuestiones sociopolíticas. Ejercicio que realizan al analizar las publicaciones impresas -periódicas, revistas, libros-, consta tando prácticas modernas -congresos masivos, modernización de los impresos, uso de medios de comunicación-; al igual que señalando las fluctuaciones en las relaciones entre católicos y gobiernos. Los historiadores cono-sureños señalan afinidades y tensiones que demuestran una compleja intersección entre lo religioso y lo político a lo largo del tiempo. En Argentina, cuestionan la idea de un catolicismo ideológicamente monolítico y el mito de nación católica como producto del período peronista al defender una politicidad previa de la Iglesia (Mauro 2021; Miranda 2015). Por su parte, Moreal cuestiona la idea del "gueto católico" surgida del relato nacional secularista emanado de la reforma batllista en Uruguay. Moreal (2016) demuestra que los católicos tuvieron importantes expresiones públicas-populares en las primeras décadas del siglo XX. Igualmente, Rodrigues (2005) explora una intelectualidad católica que asumió un compromiso político con el gobierno de Getúlio Vargas (1934-1945) en Brasil; pero que, al tiempo, buscó re-catolizar dicho país desde una "revolución espiritual".

Para el ámbito protestante, el panorama es todavía más reducido, ya que son pocos los trabajos realizados desde la historia intelectual. Se encuentra un acerca miento regional desde el enfoque de historia de las ideas (Mondragón 2005); como también, estudios desde México (Mondragón 1994) y Argentina (Seiguer 2015); pero todavía bajo un tono apologético con la excepción de los trabajos de Seiguer. Una perspectiva fructífera en este sentido es la planteada por Di Stefano (2008), quien asocia la emergencia de la disidencia religiosa con los procesos de seculari zación en términos de la reacomodación de la religión en la sociedad a partir de la constitución de un frente político-religioso, que cuestionaba el orden social.

Respecto a Colombia, el estudio de sociabilidades católicas se centra princi palmente en el periodo 1870-1930. Los estudios tienden a concentrarse en espacios como Antioquia (Arango, 2004; Londoño, 2002), Bogotá (Veloza 2014) o Bucaramanga (Jaimes-Rodríguez 2020). Sin embargo, existen acercamientos de índole nacional (Castro-Carvajal 2007; Loaiza-Cano 2011). La mayoría orientados al estudio de asociaciones de caridad y beneficencia, sus formas organizativas y su participación en el escenario de la opinión pública. Se destaca el estudio sistemático de Castro-Carvajal (2011) sobre las relaciones contractuales entre el Estado y la Iglesia católica para la cobertura de la asistencia social entre 1870 y 1960. Puesto que demuestra una diferenciación entre las esferas política y religiosa, que llevó a una cierta fluctuación en las relaciones entre Estado e Iglesia. Los autores que acuñan expresamente la categoría de intelectual católico son Loaiza-Cano (2011) y Largo-Vargas (2021). El primero refiriéndose al núcleo de intelectuales articulados en torno a la Juventud Católica de Bogotá en 1851; quienes consideraron necesario fortalecer el frente ideológico en defensa de la autoridad del Papa más allá del frente caritativo. El segundo analiza la dimensión intelectual del mundo católico, entre 1934 y 1957, a través de trayectorias biográficas-intelectuales, publicaciones perió dicas y la realización de eventos masivos. Se centra en Gonzalo Restrepo Jaramillo y la Revista Javeriana. A través de su estudio, Largo-Vargas (2021) cuestiona la aparente homogeneidad del catolicismo y sostiene que este participó de la vida cultural e intelectual moderna.

En torno a los intelectuales protestante en Colombia, hasta el momento, solo se encuentra el trabajo de Gaona-Poveda (2018b); en dicho texto se busca definir la manera en que el protestantismo buscó consolidar una intelectualidad, que les permitiera incidir en el espacio público en la primera mitad del siglo XX a través del estudio de su prensa. El presente artículo busca expandir y matizar este horizonte desde el estudio a profundidad de la sociabilidad intelectual del presbiterianismo articulada en torno al periódico El Evangelista Colombiano y su principal artífice: el misionero escocés Alexander Allan.

El Evangelista Colombiano

El Evangelista Colombiano inició su publicación el 1° de diciembre de 1912 bajo el nombre El Evangelista Cristiano, su principal director y editor fue Alexander Allan hasta 1945.2 La periodicidad fue mensual hasta 1925; a partir de 1926 se tornó quincenal para retornar a la regularidad inicial en 1927. El propósito explicitado en su primer número fue principalmente proselitista. Se pretendía que no tuviera una orientación político electoral, sino que se dedicara a la religión, la tempe rancia, la educación, la moral y el mejoramiento del hogar. Durante la gestión de Allan, la publicación tuvo cierta continuidad en los contenidos y la presentación. Las secciones recurrentes trataban temas doctrinales, educativos y apologéticos provenientes de periódicos extranjeros y de producción de sus colaboradores. No obstante, la polémica religiosa y política hizo constante presencia en sus páginas. La extensión fue de ocho páginas llegando a un máximo de 24. Hacia 1950, cinco años después de la salida de Allan alcanzó un tiraje de 30 000 ejemplares (Gaona-Poveda 2018a, 67-68). En marzo de 1926, la publicación fue rebautizada como El Evangelista Colombiano. Cambio debido a la necesidad de darle tintes patrióticos y recordar al segundo periódico presbiteriano de finales del siglo XIX.

La distribución de El Evangelista Colombiano fue un trabajo difícil para sus colaboradores. Conseguir suscriptores no fue una labor sencilla, aunque desafor tunadamente no se cuenta con registros, puesto que la lista era de carácter privado. Los primeros destellos de modernización se dieron entre 1910 y 1930, permitieron al presbiterianismo utilizar las conexiones ferroviarias para hacer llegar el periódico a las ciudades en que existía un acceso a este sistema de trans porte. Sin embargo, la principal forma de distribución fue mediante el trabajo de los colportores, que eran agentes de las sociedades bíblicas dedicados a la venta de impresos como biblias y folletos; como también el envío de ejemplares a misio neros ubicados en las ciudades de residencia. De esta manera, se observa que los espacios de mayor incidencia correspondieron a centros urbanos como Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga, Medellín, Cereté y Cali. Estas ciudades tuvieron en común que en las primeras décadas del siglo XX experimentaron procesos de modernización; esto generó una mayor apertura que otras zonas del país a diversas agencias político-culturales, entre ellas, el presbiterianismo (Zambrano 2022, 142). Dichos espacios se convirtieron en los principales bastiones de la sociabilidad intelectual presbiteriana.

Intelectuales presbiterianos en el debate público

La sociabilidad intelectual presbiteriana orientada hacia el debate público allende a las fronteras eclesiales promovió vínculos con sectores ilustrados, letrados y políticos. Algunas de estas relaciones fueron incidentales como las establecidas por Allan y Carlos Chapman3 en sus giras por varios lugares del país. En estas daban conferencias y repartían folletos, Biblias e impresos. A propósito, Allan señalaba:

Atendiendo el consejo de los amigos de Ibagué, apelé ante las autoridades de Bogotá, y desde entonces cesaron los ataques, aun cuando continuaron los sermones en nuestra contra. El Alcalde [de Ibagué] Señor Heriberto Amador, solía asistir en persona a las reuniones para evitar el menor desorden. Aprendimos en esa ocasión dos lecciones que nos han servido de mucho: 1) que no conviene dejar pasar desapercibidos ataques, porque empeoran la impunidad, y 2) que las altas autoridades colombianas siempre estarán listas a hacer respetar la Constitución, si uno les presenta el caso de un modo respetuoso y convincente (Allan 1956, 24).

Se puede observar la capacidad de asociarse a sectores de poder político y cultural. Si bien, la cita refleja unas dinámicas de dominio cultural por parte del catolicismo, también demuestra los vínculos de Allan con políticos locales. Aunque dichas relaciones no trascendieron en el tiempo, se evidencia la intencionalidad de acercarse a sectores que les permitieran tener una participación pública. Este caso no fue el único caso, pues en varias ocasiones, ciertos alcaldes recibían con buenos ojos a estos misioneros, brindándoles las condiciones para el desarrollo de su proselitismo (El Evangelista Cristiano 1914c; 1914d, 3). Por otra parte, se enfrentaron con agentes políticos adversos al protestantismo, dificultando su parti cipación pública en ciertas localidades. Por ejemplo, se relata: "[...] a causa de la intervención del párroco, el Alcalde nos había negado [a Charles Warren y Carlos P. Chapman] el derecho de predicar en la plaza" (El Evangelista Cristiano 1914b, 5). Es así que las condiciones de cada vínculo dependían del grado de dominio del catoli cismo en cada localidad, pues la Iglesia regulaba muchas de las relaciones sociales.

Otro caso significativo fueron las correspondencias entre el Ministro de Gobierno -Ramón Rodríguez Diago, Ministro de Gobierno del presidente Pedro Nel Ospina durante 1925-1926- y Allan. Las misivas trataban sobre los desmanes recibidos por el misionero americano Horacio Crisman en la ciudad de Ipiales:

Así, pues, mientras la expresión de las opiniones religiosas y el ejercicio de un culto no sean pretexto para atacar a las personas residentes en el territorio de la República atenten contra el orden público de la Nación o contra la moral cristiana, tales personas deben ser protegidas por las autoridades colombianas, en virtud de disposición expresa del artículo 19 de la misma Constitución (Rodríguez 1925, 8).

De igual manera, la intelectualidad presbiteriana entabló relaciones con sectores conservadores. Por ejemplo, Allan señaló que: "[...] el nuevo sacerdote [de Ambalema], joven y simpático, lejos de hacer repicar las campanas, había sido moderado en sus sermones y aún aconsejó la buena conducta para con los protestantes, si volvieran al pueblo" (Allan 1956, 40). De hecho, durante varios periodos, incluyendo la República Conservadora, varios sectores eclesiásticos permitieron el crecimiento de sociedades liberales, incluyendo las protestantes. Allan recibió el beneplácito del cura párroco en Natagaima en su gira por el Tolima de 1924 (El Mensaje Evangélico 1924a, 3).

Además de los vínculos incidentales, la intelectualidad presbiteriana se insertó en espacios de sociabilidad relativamente formales articulados en torno a ideales modernos. Los agentes pertenecientes a este universo promovieron dinámicas estatales que reivindicaban las libertades individuales. El intelectual presbiteriano más representativo en dichos círculos fue nuevamente Alexander Allan. A partir de su nombramiento como director de El Evangelista Colombiano, este misionero se relacionó con agentes y sociedades de carácter liberal. Allan se vinculó con los dueños de las imprentas que utilizó para la reproducción del periódico. Es el caso de Ricardo Tirado Macías, dueño de la imprenta "El Republicano"; como también, de los dueños de "A Vapor del Progreso", imprenta organizada por sociedades obreras, quienes permitieron la impresión durante su estadía en Barranquilla; igualmente, "El Diario Nacional", imprenta de carácter liberal que, al igual que la imprenta "El Republicano", circulaba su propio periódico, siendo Enrique Olaya Herrera uno de sus colaboradores. Finalmente, la "Imprenta de Carteles", administrada por Eutanacio Ramos. Los ejemplos anteriores viabilizan un interés por vincularse a un universo impreso disidente al modelo confesional de nación:

Cada imprenta que fundamos es un clavo más en el ataúd del fanatismo. ¿Quién quiere ayudarnos a martillar bien ese clavo, a preparar ese ataúd, a cavar la tumba de la superstición idolátrica y fanática? ¡Yo, yo! Contestarán muchas voces. Amigos, he aquí el modo de ayudar; mandar el apartado 35, Bogotá, un óbolo para la compra de la nueva Imprenta de este periódico (El Evangelista Cristiano 1914e, 8).

Otra práctica editorial orientada al debate público a través de los impresos fue establecer canjes con publicaciones de diversa índole. En 1913, El Evangelista Colombiano compartía espacios de distribución con 60 periódicos ubicado en distintos espacios del país y del exterior. Entre los que se encontraban publica ciones liberales, católicas, obreras, culturales, sindicales, industriales, comerciales y literarias (Gaona-Poveda 2018a, 113-114). De ahí se establece que los grupos con los que Allan se vinculó no fueron homogéneos. Pues estos se identificaban de distintos modos: librepensadores (El Evangelista Cristiano 1914f, 2), liberales, obreros. Por ejemplo, la imprenta "A vapor del Progreso" perteneció a un espacio de sociabilidad obrera con matices de pensamiento bajo ciertas posiciones radicales y/o artesanales-obreristas. Aunque dichas posturas se caracterizaron por la denuncia de la institución eclesiástica católica y una visión ilustrada de la sociedad desde la instrucción pública (Núñez-Espinel 2006, 103-106; Vega-Cantor 2018).

Asimismo, existieron relaciones con personajes prominentes en la esfera pública nacional. Un caso bastante significativo fue el general Rafael Uribe Uribe con quien Allan estableció un vínculo que le permitió imprimir circulares en su taller de imprenta El Liberal:

Varias veces visité al general Rafael Uribe Uribe, en su antigua casa de balcón en la Calle 19, a espaldas del Colegio de San Bartolomé. Dos lustros habían pasado desde Palonegro, y el ilustre general estaba dominado por tres ideas que sostenía incansa blemente en su periódico El Liberal: regreso al poder político del partido liberal por métodos legales y pacíficos; la educación de las masas y el destierro del maldito alcohol.

Me convidaba llevarle traducciones de artículos en inglés sobre la temperancia, para publicarse y así ayudar en la vasta campaña moralizadora ideada por él (Allan 1956, 44).

Allan pudo establecer vínculos con otros actores políticos de gran relevancia pública, como el doctor José Vicente Cocha, quien fuese presidente de la República durante el periodo de 1914 a 1918. También entró en relación con el General Marín, quien fue suscriptor y asiduo lector de El Evangelista Colombiano. Se evidencia el caso de Enrique Olaya Herrera, presidente entre 1930 y 1934, quien fue ex alumno del Colegio Americano perteneciente a los presbiterianos. De este último Allan señaló:

Cuando el doctor Olaya Herrera, redactaba su periódico en Bogotá, fue muy hospitalario para recibir artículos nuestros, pidiendo justicia para los evangélicos oprimidos, no por las Altas autoridades conservadoras que generalmente querían ser justas, sino por alcaldes y jueces locales dominados por algún clérigo a quien debiera su puesto (Allan 1956, 47).

Se intuye que el margen de acción de las sociabilidades intelectuales estudiadas estuvo condicionado por el grado de dominio de la iglesia en las localidades donde el presbiterianismo alcanzaba cierta incidencia. Al igual que el liberalismo, el catolicismo romanista, mantenía un dominio diferenciado en el territorio nacional. De manera que los círculos asociativos disidentes en los que participaron los presbiterianos alcanzaron cierta regularidad y una presencia importante en la esfera pública local, regional o nacional.

Los intelectuales presbiterianos cooperaron con sociedades de naturaleza cultural, educativa y laboral. Alexander Allan, John L. Jarrett4 y Thomas Candor5 participaron de una sociedad estudiantil en Bogotá orientada al debate de ideas en cuanto a la "Infalibi lidad de la Iglesia", confluyendo con católicos críticos a la romanización, librepensadores, liberales y protestantes, quienes se reunían para disertar sobre temas socio-religiosos. Por otro lado, la colaboración que tuvo el presbiterianismo con la educación formal en espacios populares y de la emergente clase media contribuyó a que se mostraran interesados por la enseñanza escolar de los ciudadanos. El periódico tuvo la sección "Columna Educa cionista", que reflexionaba en la importancia de la instrucción formal para el progreso de la nación: "El editor de este periódico tiene mucho gusto en poner a las órdenes de los Colegios Protestantes una columna para que en ella se manifieste el progreso de los alumnos o se trate los problemas escolares".6 Entre los columnistas especializados en educación se encontraban Abraham Mora7, Charles Warren,8 Alexander Allan y John L. Jarrett, la señora Barber, Martha Bell Hunder y Margarita de Allan.

Las mujeres formaron parte de estos círculos de intelectuales presbiterianos orientados al debate público. María Borda de Fals nació en Magdalena, pero trabajó en sociedades femeniles de Bogotá y Barranquilla, fue una importante dirigente social en la capital del Atlántico durante los años cuarenta. Probablemente lideró la primera campaña contra el cáncer en el país. Su participación en El Evange lista Colombiano no fue recurrente, pero su activismo político tuvo resonancia en espacios como El Espectador. Borda de Fals trabajó con sociedades feminista en los inicios del movimiento en el país (Gaona-Poveda 2018a, 124).

El círculo de intelectual presbiteriano mantuvo estrechas relaciones con socie dades obreras, principalmente de la ciudad de Bogotá. Allan relata:

Los jueves por la noche había también reuniones de obreros, para promover escuelas nocturnas, una caja de ahorros y una campaña de temperancia. De estas reuniones nació la primera unión obrera de Bogotá, en forma sencilla, y ha ido evolucionando hasta llegar el día de los sindicatos y la gran organización obrera. Si no me equivoco, la Caja de Ahorros que funcionaba en la iglesia las noches de los miércoles, fue la primera de su clase en la capital. Más tarde se cerró, y los Bancos abrieron Cajas de Ahorros (Allan 156, 16).

Beltrán-Cely señala que "entre los proyectos que los presbiterianos reivindican como sus aportes a la modernización del país se destacan, además de sus colegios, su participación en la fundación de la primera caja de ahorros y en el primer movimiento obrero colombiano: la Unión Obrera en 1913" (2013, 56). Cabe mencionar que también existió vínculos con círculos de obreros durante la edición y publicación del periódico en Barranquilla. Durante el cambio de domicilio de Allan, El Evangelista Colombiano se editó en una imprenta de las sociedades obreras. Esto demuestra que el presbiterianismo, por lo menos en las décadas de 1910 y 1920, tuvo el interés de asociarse a las reivindicaciones del mundo obrero bajo una visión de Estado y sociedad sustentada en las libertades individuales, la industria y el progreso.

Haciendo un paralelismo, Thompson expresó la pertinencia de la labor metodista para la formación de la clase obrera inglesa (2012, 387-400). Se encuentra que, para el caso colombiano, tuvieron un interés inicial por vincularse con socie dades artesanas y obreras que le permitieran entrar en las dinámicas culturales de la sociedad. En otras esferas regionales de Latinoamérica estos círculos iban a tener una consolidación mayor. No obstante, las influencias que estas sociedades obreras recibieron por parte del marxismo-leninismo ruso a partir de los años veinte, provocó un distanciamiento del presbiterianismo hacia las sociedades laboristas de dicho país, alejamiento que se cristalizó a mediados de 1930. Rodríguez (2019) explica este comportamiento del presbiterianismo a partir de la mención que hace Paul Tillich sobre la relación ideológica del protestantismo y el obrerismo. Para el teólogo alemán, el punto de quiebre entre estas dos agencias residió en la visión colectiva por alcanzar los derechos -obrerismo- y la visión individual por alcanzar los derechos civiles. Por esta razón, Rodríguez señala que existió un silencio por parte de El Evangelista Colombiano referente a la Masacre de las Bananeras en 1929 (2019, 189). Lo que nos demuestra que el periódico mantuvo silencios tácticos de acuerdo a sus intereses institucionales.

A mediados de 1930, se dio un intento por formar una sociedad de intelectuales en el seno del presbiterianismo. Esta sociedad fundada por Clifford E. Douglas un misionero y ex director interino de El Evangelista Colombiano, llevaría por nombre Sociedad 4C. Su objetivo residía en "la reflexión investigativa, en el pensa miento valiente, en el análisis de la herencia histórica religiosa como su posterior contextualización". Los socios no buscaban reproducir dogmas sino la diseminación general de una mejor comprensión y aplicación a la vida, mediante la higiene, racio nalización y salubridad social (El Evangelista Colombiano 1936c, 3). Su intención fue crear vínculos entre iglesia, ciencia, higiene y progreso; "cada miembro debería estar suscrito al periódico Salud y Sanidad publicado y distribuido gratis por el Departamento Nacional de Higiene" (El Evangelista Colombiano 1936a, 3). Entre otros objetivos, proyectaron lograr la cooperación para conseguir bibliotecas libres y adecuadas. Los miembros podían ser adultos de ambos sexos con distintas ideologías políticas y religiosas, pero que tuviesen la intención de formar espacios racionalizados y progresistas, con el propósito de "enseñar y aplicar los ideales de la Sociedad a la juventud de una manera sistemática, práctica y atractiva" (El Evangelista Colombiano 1936b, 3).

En la década de 1940, el misionero Ricardo Shaull (1919-2002)9 organizó un grupo de jóvenes evangélicos en Barranquilla, quienes ya venían haciendo trabajos culturales en barrios periféricos. Shaull fue trasladado a Bogotá y formó el Centro Juvenil Presbi teriano, que para 1947 quedaría a cargo de Orlando Fals Borda. Este centro se dedicó a:

[...] actividades artísticas como representaciones dramáticas, conciertos musi cales, sesiones especiales de arte, entre otras, y congregó entre sus filas a algunos miembros que llegaron a ser personalidades del mundo cultural colombiano y latinoamericano como Alejandro Obregón (1920-1992), quien daba clases de pinturas gratuitas, y Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972) en la parte literaria (Gaona-Poveda 2018a, 137).

De esta manera el presbiterianismo se ligó a procesos de modernización hasta mediados del siglo XX, producto de los efectos sociales de la migración del campo a la ciudad. Cabe recordar que la Iglesia presbiteriana se ubicó principalmente en ciudades en las que la industrialización tomaba fuerza. Fenómeno social que provocó la asociación de individuos a partir de unos intereses ideológicos. Dichas sociabili dades intelectuales tuvieron el interés de formar y educar a círculos obreros, quienes iban a constituir su propia sociedad local. Desafortunadamente, las fuentes halladas hasta ahora, no permiten explorar a profundidad el tipo de relacionamientos estable cidos. Sin embargo, se mantiene la hipótesis de que, entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, el presbiterianismo y otras denominaciones protestantes mantuvieron estrechas relaciones ideológicas con diversos grupos sociales basadas en una visión de sociedad sustentada en las libertades individuales.

Este grupo de intelectuales presbiterianos se insertaron en círculos de carácter público que les permitieron debatir ideas en espacios seculares. Dicha sociabi lidad procuró, a partir de la su herencia protestante, circunscribirse en una esfera "profana" y "terrenal" y formular constructos socio-religiosos en sintonía con el ideal modernizador. Si bien, estos círculos fueron marcados por la inestabilidad y la poca durabilidad en el tiempo, también se detalló que existieron vínculos más formales, en los cuales se disertaron sobre temas como la libertad religiosa, la separación Iglesia-Estado y la infalibilidad de la Iglesia. Allan se convirtió en pieza clave para establecer relaciones "extra-eclesiales" gracias a su afinidad con socie dades obreras, culturales, masónicas, liberales y socialista.

Círculos intelectuales presbiterianos y su aporte identitario al protestantismo

Otro grupo de intelectuales presbiterianos se caracterizó por promover la construcción de una identidad propiamente protestante, que permitiera a los creyentes ejercer sus derechos ciudadanos. Estos se expresaron en las páginas de El Evangelista Colom biano y establecieron vínculos con figuras importantes de otras denominaciones evangélicas como Charles Warren, Sebastián Barrios10 y Julio Galvis.11 Es necesario aclarar que este grupo de intelectuales, aunque intentaron distanciarse del catoli cismo y formar unas subjetividades eclesiales evangélicas, no se distanciaron del debate público. La diferencia con otros presbiterianos fue su reflexión teológica conservadora y, en ciertos momentos, anticlerical. Estos círculos tuvieron como interés primordial ahondar en temas relacionados con la vida cristiana evangélica, fortalecer los vínculos internos a través de la correspondencia publicada en el periódico y polemizar con el catolicismo, tal como lo señala Barrios:

Colombia, como todos los países de la América del Sur, depende desde su conquista de la poderosa influencia de la Iglesia católica romana. Esta no ha sido para Colombia sólo su consejero espiritual, sino también la soberana en las cues tiones civiles, políticas e individuales, penetrando hasta los lugares más queridos y respetados por los sentimientos del hombre, como el hogar y el corazón de la mujer [...] En resumen: han hecho de la nación su feudo, y maneja a su sabor la vida y la hacienda de los colombianos [...] ¿Por qué, entonces, la Iglesia romana esconde a los hombres las palabras evangélicas contenidas en la Santa Escritura? Porque allí el hombre con su razón encontrará la verdad, hallará el anatema de sus prácticas paganas y abrirá sus ojos espirituales del verdadero reino de Dios (El Evangelista Cristiano, 1926a, 3).

La referencia de Julio Galvis sobre el estado religioso del país, permite reflexionar en aspectos esenciales para la caracterización de este grupo de intelec tuales presbiterianos. Esta sociabilidad intelectual, en su proyección interna como externa, compartió ideas sobre la relación entre el Estado y las religiones. No obstante, sus miembros tuvieron diferencias en cuanto a su posición frente al catolicismo. Quienes ejercían una labor hacia el interior de las iglesias manifes taron un intenso anticlericalismo y una condenan total a las prácticas culturales hispánicas; mientras que aquellos más vinculados a otros sectores de la sociedad matizaban su crítica a la institución eclesiástica en virtud de conectarse con los sectores críticos del proceso romanizador. En la cita de Galvis se evidencian las dimensiones prácticas de la crítica al Estado confesional compartida por todos los intelectuales presbiterianos. Si bien a partir de la Reforma constitucional de 1910, las minorías religiosas obtuvieron recursos jurídicos para defender sus reivindi caciones civiles como el matrimonio, la educación, la libre asociación y la libertad de prensa (Duque-Daza, 2011); el peso sociocultural y político del catolicismo dificultaba a los protestantes ejercer tales derechos.

Los intelectuales presbiterianos que orientaron su acción político-cultural hacia las iglesias desarrollaron vínculos con otros espacios evangélicos a través de la correspondencia publicada en El Evangelista Colombiano. Entre los mismos destacó Sebastián Barrios, quien dirigió la sociedad juvenil de Esfuerzo Cristiano durante los años veinte. Barrios fue un actor central en la extensión del protes tantismo en Antioquia, como señala el siguiente relato: "en la noche del 11 de los corrientes, se reunió nuestra Congregación con el exclusivo propósito de hacer a los misioneros extranjeros aquí reunidos, una manifestación de simpatía y cariño. A este acto asistieron los ministros y misioneros, correspondiendo con ello todos al querer de cada uno de nosotros" (El Evangelista Cristiano 1926b, 8). Asimismo, formuló una retórica anticatólica: "entre los huéspedes famosos que hemos tenido en nuestra ciudad en estos días de terrible verano se cuenta el Milagroso Señor Caído de Girardota [...] Da lástima hermano, todo esto. Por eso es necesario que las columnas del Evangelista denuncien seguidamente el error y el engaño" (El Evangelista Colombiano, 1926, 8). Postura que mantenía en 1943 cuando Barrios fue nombrado editor de otro periódico: El Heraldo Bautista (El Heraldo Bautista, 1943, 1)- De igual manera, Julio Galvis estuvo asociado con iglesias en la ciudad de Bogotá, donde informó sobre el desarrollo de las actividades eclesiales de la capital (El Evangelista Cristiano, 1926c, 5). Durante su paso como editor del periódico, entre 1929 y 1930, su labor reflejó la preocupación hacia la construcción de una identidad evangélica a través de la educación doctrinal. Galvis enfatizó las doctrinas del presbiterianismo histórico del siglo XVI, transmitiendo enseñanzas sobre temas como la redención y la expiación (El Evangelista Colombiano 1929, 4; El Evangelista Colombiano, 1927a, 2). Junto con su hermano, Carlos, fueron colaboradores activos del periódico a partir de 1920.

Asimismo, Gustavo Villa Lucerna y Marcelino Valencia se convirtieron en importantes artífices de la prensa evangélica durante las primeras décadas del siglo XX. El primero fue un articulista regular de El Evangelista Colombiano, oriundo de Medellín; el segundo, estuvo asociado con la iglesia Unión Misionera, corres ponsal de El Mensajes Evangélico, periódico que circuló en el suroccidente del país desde 1918 bajo la dirección de Carlos Chapman. Entre estas dos publicaciones evangélicas se mantuvo un fluido intercambio de información. Valencia replicaba información obtenida de la página presbiteriana referente a la situación de iglesias evangélicas del Valle del Cauca. Mientras que Villa intercambiaba correspondencia sobre el avance y la situación de las iglesias antioqueñas (El Evangelista Colom biano, 1928, 6; El Mensaje Evangélico, 1924b, 3). De igual manera, en la publi cación de la Unión Misionera, articulistas como Alejandrino Loaiza, Arturo Loaiza, Ángel Loaiza y Rafael Loaiza reproducían las noticias sobre las iglesias principal mente en las poblaciones del Valle, como Restrepo, Buga y Cali.

Como se refleja en la siguiente correspondencia enviada por Alejandro Loaiza desde Buga, existió interés de estos círculos intelectuales de contrarrestar las prácticas católicas:

Hace pocos días se celebró la fiesta del Milagroso de Buga, la cual ocurre cada siete años. Llegaron multitudes de personas de los cuatros vientos de la tierra. Como les han dicho que la imagen es viva, se preocupan muchos por conocerla, otros van para ver milagros, y todavía otros por distraerse. [...] ¡Pobre humanidad! Que Dios tenga misericordia de ese mundo y lleve a muchos al conocimiento de la verdad [...] Gracias a Dios que nos ha sacado de esas densas tinieblas a la clara luz del Evangelio, que nos trae bendiciones para el alma y para el cuerpo (El Evangelista Colombiano 1926b, 4).

Los intelectuales presbiterianos buscaron renovar la lectura bíblica en las comuni dades de fe y los modos de ser iglesia. Charles Warren, profesor y director del Colegio Americano de Bogotá, fue el principal exponente de este círculo de estudios orientado a la enseñanza teológica y doctrinal junto a Margarita Allan, Thomas Candor, Gustavo Villa Lucerna y Carlos Chegwin. Si bien, para la década de 1930, se formaron institutos teológicos, en los años veinte el periódico se constituyó en una herramienta clave de la formación doctrinal. Por ejemplo, se procuró, publicar secciones enfocadas a una lectura sistemática con estudios mensuales. Por ejemplo, "Lecciones Bíblicas" y "La Hora Quieta", que propiciaron un espacio de instrucción basado en la doctrina protestante.

Conclusiones

Durante las primeras décadas del siglo XX, el protestantismo contó con un marco jurídico que le permitió abogar por sus derechos, el cual puede comprenderse como un signo de laicidad en medio de unas fluidas relaciones contractuales entre la Iglesia católica y el Estado. Sin embargo, las condiciones sociopolíticas, al igual que el desco nocimiento de los mismos creyentes en el ejercicio práctico de su ciudadanía, llevó la cuestión al ámbito de la cultura. La sociabilidad intelectual presbiteriana tuvo, así, dos orientaciones prácticas: la interlocución con otros agentes sociales y la formación ciudadana al interior de las iglesias. Se concibe la figura del intelectual protestante como un actor social que intervino en las discusiones públicas desde su particular pertenencia religiosa a través de la difusión de ideas y prácticas político-religiosas. Así que a los intelectuales presbiterianos les correspondió mediar entre sus posturas confesionales y su praxis social, alcanzando un prestigio en ciertos círculos seculares que les permitió relacionarse con sectores del poder político, letrado y cultural.

El Evangelista Colombiano se constituyó en un espacio de confluencia clave para entender los procesos de la sociabilidad intelectual presbiteriana. Sus espacios de distribución dan cuenta de los escenarios del ejercicio intelectual. Se asentaron en lugares donde existió un proceso de industrialización y de modernización; al igual que de circulación de ideas modernas entre las redes de suscriptores, las sociedades de laicos y las comunidades de fe. Esto permitió, por un lado, una mayor apropiación del espacio y, por otro, una mayor apertura socio-cultural a esta organización protestante. Medellín fue la ciudad más activa para el mundo presbiteriano durante estas primeras décadas del siglo XX. La capital antioqueña se convirtió en el foco más propicio para el establecer una sociabilidad evangélica que involucraba la formación de convenciones, la organización del laicado y la consolidación del proyecto editorial. La capital antioqueña se constituyó en un centro presbiteriano con fuertes relaciones con el entramado social. Barranquilla y Bogotá se volvieron ciudades importantes para el presbiterianismo; pues en estas urbes aportaron a la formación de una identidad protestante.

En estos escenarios citadinos, la acción intelectual orientada a la interlocución con otros grupos sociales se caracterizó por la crítica al confesionalismo católico emanado del periodo de la Regeneración. Dicha agencia se desarrolló por medio de canjes, la vinculación con imprentas disidentes y la inserción de artículos, pensamientos y reflexiones políticas. Así se fortalecieron vínculos con la disidencia política-religiosa de la época como las sociedades obreras, liberales, masónicas y protestantes. Mientras que, el eje de acción orientado a construir un sujeto político al interior de la iglesia, buscó llegar a los feligreses presbiterianos dispersos en el territorio nacional a través de crónicas de congresos evangélicos, informes de sociedades laicas, e inserciones de materiales de Norteamérica, España y Latinoa mérica. Pero, sobre todo, a partir de una formación ciudadana práctica con artículos didácticos sobre el ejercicio de las libertades civiles y la formación de valores cívicos en clave religiosa: trabajo, temperancia, patriotismo, educación y doctrina.

En términos de secularización, el caso colombiano difiere mucho de los países como Brasil, Argentina, Uruguay y México en los que se estableció una separación formal del Estado y la Iglesia en el intersticio entre el siglo XIX y el siglo XX. Estos modelos de laicidad permitieron en dichas naciones la oficialización de una educación laica y positivista; esta produjo relatos de nación en los cuales la religión había sido relativamente invisibilizada de la escena pública, visión que se sostuvo también en ambientes académicos hasta hace relativamente poco gracias a la teoría tradicional de la secularización. Sin embargo, en Colombia el peso sociocultural del catolicismo, hasta bien entrado el siglo XX, dificultó la identificación de ciertos elementos de laicidad y de procesos secularizantes previos a la Constitución de 1991. Si bien es innegable el lugar privilegiado del ethos católico en la configuración del orden social y sus prerro gativas ancladas en el Concordato de 1887; la existencia de una sociabilidad intelectual protestante, no solamente presbiteriana, da muestra de espacios socioculturales no determinados por la institución religiosa tradicional. Se podría argüir que las tácticas y estrategias protestantes de tipo cultural y político son una muestra más del dominio de lo religioso sobre las conciencias. Sin embargo, al constituirse como un espacio de corte intelectual, necesariamente se vinculó a determinados sectores del mundo letrado con sus códigos profanos. Es así que la acción de estos agentes puede verse como un signo de tímida secularización. Pues hay que recordar que esta no significa la desaparición de la religión, sino su reconfiguración en el entramado social.

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1El presbiterianismo fue la primera organización eclesial de carácter protestante que llega a Colombia conti nental a mediados del siglo XIX bajo el aval de la Junta de Misiones Extranjeras de la Iglesia Presbiteriana del norte de los Estados Unidos. Esta institución religiosa no católica, hunde sus raíces en lo que se conoce como la Reforma Protestante de corte magisterial e histórica, al poseer una herencia religiosa propia del siglo XVI. Desde el arribo a Colombia, el presbiterianismo buscó insertarse en el debate público y en trabajo socio-reli gioso a través de la formación de escuelas, de sociedades y de periódicos; prácticas sociales que le sirvieron como estrategias culturales para adquirir un capital socio-simbólico y religioso en la esfera pública (Loaiza-Cano 2011). Al ser la única iglesia protestante durante la segunda mitad del siglo XIX, le proporcionó un mayor capital religioso que moldeó en gran medida la imagen del protestantismo colombiano.

2Alexander Allan, nació el 15 de diciembre de 1876 en Aysrhire, Escocia. Hijo de padres granjeros. Su padre perteneció al consistorio de la Iglesia Presbiteriana Unida de la villa. Su madre era la hermana del pastor de la Iglesia. A los 16 años fue marinero y se graduó en el Seminario Teológico de Dunedin en 1909. Casado con Margarita Allan. Luego de entrar en contacto con la Junta presbiteriana de Estados Unidos, viaja a Nueva York para reunirse con Robert Speer —pastor presbiteriano reconocido por organizar las primeras reuniones sobre el papel misionero del protestantismo en América Latina a finales del siglo decimonónico e inicios del siguiente—. Este recomienda su nombre para que pueda ir a Colombia debido a que el misionero Walter S. Lee se encontraba grave de salud y el misionero Thomas Candor había pedido licencia. Allan y su esposa llegan a Colombia en 1911 pasando primero por Barranquilla y luego residen en Bogotá. Allan juega un papel esencial para el presbiterianismo colombiano, debido a que él es el fundador de El Evangelista Colombiano. Su figura intelectual le permite establecer relaciones y redes asociativas con distintas figuras mediáticas y políticas de tendencia liberal. Adicionalmente, fue el principal director del periódico presbiteriano hasta su retiro en 1946 (Allan 1956; Rodríguez 2019, 109).

3Carlos Chapman, llegó a Colombia en 1908 por el puerto de Buenaventura, enviado por la Unión Misionera. A su llegada tuvo inconvenientes con las autoridades locales al poseer un cargamento lleno de Biblias. Este misionero estadounidense residía principalmente en el Cali y su eje de incidencia fue mayoritariamente en la región del suroccidente colombiano. Durante sus primeros años, compartió recorridos misioneros con el recién llegado Allan. Chapman estableció con el apoyo de la misión, una imprenta llamada Tipografía "La Aurora". Para 1918, junto con Theodor Johnston —otro misionero de la misión— forman el periódico El Mensaje Evangélico, impreso que tenía un tiraje de 5000 ejemplares que se producía mensualmente y circuló mayoritariamente en el suroccidente colombiano. El Mensaje Evangélico se distribuyó de forma gratuita hasta mediados de 1950 (Gaona-Poveda 2018a; Rodríguez 2019, 176).

4John L. Jarret misionero inglés presbiteriano quien llegó a Cartagena en 1910 luego de su servicio en el Perú durante 17 años. Estudió medicina. Casado con Florence Salomón Jarret. Trabajó en las localidades cercanas al rio Sinú. Junto a Antonio Redondo —misionero español— establecieron una escuela para niños y niñas y otra escuela nocturna para los obreros y artesanos. Participó como delegado de la Iglesia Presbiteriana en el Congreso Evangélico de Montevideo celebrado en 1925. Articulista regular en El Evangelista Colombiano. Sus intereses discursivos se centraron en registrar el avance de la misión presbiteriana en el norte del país.

5Thomas Candor, fue uno de los primeros misioneros presbiterianos que llegó al país en la década de 1880. Casado con Margarita Ramsay de Candor, quien cumpliría la función en la dirección del Colegio Americano para Señoritas en Bogotá. Fue el primer misionero que pidió la ordenación de Alejandro González como primer pastor presbiteriano nacional ante la Junta de Misiones en 1896. Sin embargo, la negativa de Robert Speer, imposibilitó tal proceso (Rodríguez 2019, 101). Fue pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana de Bogotá y estuvo a cargo como director del Colegio Americano para varones de Bogotá entre 1906-1907.

6Esta sección no tuvo los resultados esperados, ya que no se consolidó en la periodicidad del tiempo, no obstante, esta sección refleja algunas reflexiones sobre la educación (El Evangelista Cristiano 1914a, 3). Otra sección educativa, fue la sección de "Colegios", donde exhibió anuncios publicitarios de los colegios ameri canos (El Evangelista Colombiano 1927b, 8).

7Abraham Mora fue un presbiteriano colombiano que ejerció como director del Colegio Americano y fue el director de El Evangelista Colombiano durante la licencia del señor Allan durante enero de 1923 a diciembre de 1924. Esta referencia no es menor, debido a que mayoritariamente el puesto de director lo asumía sea Allan u otro misionero anglosajón. Sus intereses temáticos se basaron en la educación y en el proceso de naciona lización de la Iglesia presbiteriana como de sus órganos estratégicos. Su postura sobre la nacionalización fue mediante la transición amistosa de pasar la posta por parte de los misioneros a los nacionales.

8En 1904, llega el señor Charles Warren con su esposa Mary Freeman Warren. Su función periodística se basó en la edición de la sección "Lecciones Bíblicas". Freeman fue co-editora junto con la señora Barber, de la sección "El Hogar Feliz". Charles Warren asumió la dirección del Colegio Americano para Varones en Bogotá.

9Teólogo presbiteriano estadounidense, fue pionero de la teología latinoamericana, precursor de estudios sobre la teología de la liberación y pentecostalismo en América Latina. Trabajó en la Confederación de Juven tudes Presbiterianas en procesos de concientización y alfabetización en las favelas durante su paso por Brasil en 1952. A su regreso a Estados Unidos, fue docente en Princeton, donde escribió sobre la "Teología de la revolución". Escribió un libro titulado La Reforma y la Teología de la Liberación, fue uno de los impulsores más importantes desde el protestantismo en el diálogo ecuménico (Gaona-Poveda 2018a, 137).

10Sebastián Barrios fue el primer pastor colombiano ordenado por la Iglesia presbiteriana. Ejerció mucha influencia en las organizaciones de las Convenciones Nacionales Presbiterianas celebradas en la década de 1920. Además, fue una figura intelectual representativa de la Sociedad Esfuerzo Cristiano hasta mediados de la década de 1930, ocupando puestos administrativos como el de presidente, secretario general, etcétera. Barrios se convirtió en una figura principal en la iglesia presbiteriana de Medellín. Fue uno de los principales colaboradores de noticias de El Evangelista Colombiano, siendo coeditor de secciones como "Nuestro Púlpito", "Amenidades Infantiles", "Del Campo Misionero", "Sección Médica", "El Esfuerzo Cristiano". Para la década de 1940, Barrios cumple la función de redactor en otro periódico protestante: El Heraldo Bautista. No sabemos las razones de su traspaso denominacional, lo cierto es que su discurso adquirió un tono más conservador.

11Miembro de la iglesia presbiteriana de Bogotá. Hermano de Carlos Galvis, administrador del periódico durante 1929-1930. Fue uno de los principales colaboradores de noticias de El Evangelista Colombiano, siendo coeditor de secciones como "Nuestro Púlpito", "Amenidades Infantiles", "Del Campo Misionero", "Sección Médica".

Cómo citar este artículo/ How to cite this article: Zambrano, Daniel-Andrés, y Juan-Carlos Gaona-Poveda. 2023. "Sociabilidades intelectuales presbiterianas alrededor del periódico El Evangelista Colombiano, 1912-1945”. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local 15 (33): 52-79. https://doi.org/10.15446/historelo.v15n33.102411102411

Recibido: 20 de Abril de 2022; Aprobado: 01 de Septiembre de 2022; Aprobado: 25 de Septiembre de 2022

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