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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

versão impressa ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.1 no.1 Bogotá jan./jun. 2010

 

La 'revuelta' como perspectiva teórica para la crítica literaria actual

The 'Revolt' as Theoretical Perspective for Current Literary Criticism

Paula Andrea Marín Colorado*
Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia

* Magíster en Literatura Hispanoamericana. Instituto Caro y Cuervo. Este artículo forma parte de los resultados parciales de la investigación "Establecimiento del campo de la novela en Colombia (1820-2008)".


Resumen

Este artículo propone un diálogo entre el concepto de 'revuelta' de Kristeva y los conceptos de 'sujeto cultural' y ''sujeto de deseo'' de Cros, que permitirá entender las implicaciones de la experiencia social en la estructuración del espacio psíquico del escritor y viceversa. Con ello se buscará la comprensión de la literatura reciente y de la crítica literaria en la configuración actual de la sociedad y de los Estudios Literarios. Estos dos conceptos permitirán acercarse a la noción de escritor como una figura que elabora en la literatura el malestar social, no conceptualizado y muchas veces banalizado, y ofrecen una interpretación desde la cual el lector puede experimentar su propia 'revuelta'.

Palabras clave: Julia Kristeva, crítica literaria, revuelta, Edmond Cros, sujeto de deseo.


Abstract

This article proposes a dialog between the concept of 'revolt' by Kristeva and Cros's concepts of 'cultural subject' and 'subject of desire'. This dialog will allow understanding the perception of the social experience in the writer's psychic space and vice versa, the recent literature and the role of the literary criticism in the present-day configuration of the society and the Literary Studies. The 'revolt' and the 'subject of desire' will approach to the notion of writer like a figure that elaborates in the literature the not conceptualized and many times trivialized civil unrest, and will offer an interpretation which enables the reader to experience its own 'revolt'.

Key words: Julia Kristeva, literary criticism, revolt, Edmond Cros, subject of desire.


Introducción

Algunas teorías literarias han subvalorado la importancia de analizar la relación entre el yo del autor literario y la obra literaria. La perspectiva que propone Julia Kristeva desde el concepto de 'revuelta' trasciende la teoría psicoanalítica, pues vincula la experiencia social del autor con su experiencia psíquica. Asimismo liga la manera como se estructura su intimidad, su espacio psíquico, a la percepción de la experiencia social, del vínculo social, y viceversa. La 'revuelta' permite, en Kristeva, hacer una transición entre conceptos psicoanalíticos y literarios para entender en su complejidad la propuesta ético-estética del autor en una obra determinada, la forma como evalúa su entorno cultural y su sociedad. Igualmente, propone alternativas de actuación y restauración del espacio psíquico y social para el ser humano actual, cercado por el narcisismo, las experiencias simuladas de colectividad, el nihilismo y la indiferencia. Esta evaluación dependerá del distanciamiento crítico con el que el autor elabore su experiencia íntima y su percepción de la experiencia social. La experiencia de la 'revuelta' íntima realizada por el autor y puesta en su obra permitirá, a su vez, que la experiencia de lectura se conecte con la intimidad del lector para que este último haga su propia 'revuelta'.

Kristeva afirma que la literatura despliega intimidad con su Zeitlos ('fuera-deltiempo', inscripción de una grieta, de una brecha, sobre el tiempo lineal de la conciencia)1 y el perdón. Éste es uno de los procesos que permiten el arribo de la intimidad. Y el despliegue de ésta en la literatura sería la condición de la 'revuelta', de la literatura 'revuelta'. La 'revuelta' es el desplazamiento del pasado, a través del cual el sujeto logra autonomía y renueva su vínculo con la otredad (Kristeva, La revuelta 16). El pasado del sujeto está horadado por el sentimiento de culpabilidad que lleva a buscar un castigo, una agresión contra el propio yo (Freud, El malestar 58); la ley del padre (severidad de la conciencia moral) se aloja así en el interior del individuo, como un dispositivo de vigilancia y dominación cultural (superyó)2. La búsqueda de castigo conlleva una disminución del valor del yo y, en consecuencia, la pulsión de muerte, un rechazo que posteriormente se convierte en una negatividad simbolizante. Kristeva afirma que la pulsión de muerte sólo se puede superar si se apoya en una erotización de la negatividad. Esta erotización conduce al perdón, y en este sentido el perdón es la positividad que entra en tensión con la negatividad de la pulsión de muerte. A su vez, esta negatividad simbolizante se transforma en positividad semiótica a través del perdón.

El perdón como actualización de un discurso semiótico, que suspende todo juicio, permite reelaborar la intimidad, es decir, dar forma, re-presentar el pasado a través de una percepción, de una visión interior en la que se produce la organización del pensamiento en un orden de la lengua ya no simbólico (ley del padre: prohibiciones, normas sociales, ideales), sino en otro que pone a prueba el sentido unitario (fijo) de las palabras, que despliega el sentido hasta las sensaciones y las pulsaciones y que nunca puede ser íntegramente incorporado, reducido en el código de las instituciones y de los medios de comunicación (Kristeva, La revuelta 19). El recuerdo hecho discurso semiótico hace existir el pasado-recuerdo por segunda vez (advenimiento no del objeto -como en la noción freudiana de represión-, sino del tiempo, para arrancarlo de lo indecible y darle signo, darle otra expresión), repitiendo en otro registro aquello que la memoria de ese recuerdo ya no dice, sino que petrifica en un significado que lesiona el espacio psíquico del sujeto. De este modo, el sujeto se apropia de su memoria, aunque no de manera permanente, pues de lo contrario podría caer en un nuevo bloqueo psíquico: "Apropiémonos de nuestra memoria, pero con la condición de poder hacer un descanso para nuevos cuestionamientos, nuevos renacimientos, nuevas creatividades" (Kristeva, "La locura" 285). Así se produce la reconciliación, el renacimiento (Kristeva, Poderes 45), la 'revuelta' (la intimidad trastocada). De la inmovilización, del bloqueo psíquico, se pasa a la re-presentación que transfigura y resignifica la experiencia íntima, acto en el que el hombre confronta la ley del padre y a sí mismo continuamente para rehacerse como sujeto.

La 'revuelta' se realiza en la vida psíquica y en sus manifestaciones sociales (escritura, pensamiento, arte). Al ser la expresión de una conflictividad permanente, cuestionadora de la moral y del vínculo social, ésta tiene consecuencias políticas y sociales. De allí su posibilidad de ser renovadora del vínculo con el otro, con los otros. En términos de Kristeva, el escritor, al ser un 'traductor', un sujeto en re-vuelta, ser en conflictividad permanente que ha perdido su 'lengua primaria' y busca dar forma a su entorno en el encuentro de una 'lengua secundaria', elabora la 'revuelta' en la literatura. "Escandalosamente extranjero" (Kristeva, El porvenir 69) en su mundo, el escritor busca descifrar, nombrar, empujar a ser, lo que existe de forma presintáctica, 'semiótica', en él mismo como un malestar que, aunque sentido por todos, nos hemos 'negado' a nombrar por temor a perder el 'objeto' -por temor a aceptar la verdad sobre nuestro malestar y caer en una situación de absoluta incertidumbre que impela a actuar- que nos mantiene en una posición conformista, debido al proceso de reificación que deriva en la desaparición de la conciencia colectiva (falsa conciencia)3. El ser humano no quiere saber, evita afrontar las verdades que lo pondrían en 'revuelta' (Kristeva, El porvenir 25), en una posición de continuo cuestionamiento. La 'revuelta' es una de las maneras de afrontar esta 'verdad', de resistir frente a la cultura contemporánea, manifestación de la reducción del espacio psíquico y de la aquiescencia, por un lado, frente al malestar generalizado de nuestra sociedad y, por otro, a la exigencia de la eficacia y la cultura show, así como también de las expresiones de violencia:

    Lo que pongo en evidencia… es una forma de patología que encuentro totalmente contemporánea: es la clausura del espacio psíquico, la dificultad de reencuentro del individuo moderno para representarse sus conflictos. Frente a esta extinción de la curiosidad psíquica, se asiste a un desencadenamiento de la violencia, de la somatización o de la droga: muchas maneras de anudar la enfermedad psíquica en un estado oceánico procurado por la droga o de evacuarla por pasajes al acto, por el vandalismo de los suburbios, las violaciones colectivas, etcétera. (Kristeva, "La locura" 283)4

Esa búsqueda de un 'estado oceánico' sería contraria a la 'revuelta', en la que se busca la autonomía del individuo a través de un vínculo renovado con el otro (singularidad compartida), diferente al individuo integrado en una multitud, que -como bien lo describe Freud- disminuye su actividad intelectual, manifiesta altamente sus afectos y su derivación en actos ("La psicología" 55): "Se abandonará tanto más gustoso a… instintos cuanto por ser la multitud anónima y, en consecuencia, irresponsable" (Freud, "La psicología" 12). Este individuo en busca de un 'estado oceánico' pierde todos sus rasgos personales, con lo cual se convierte en un autómata sin voluntad que no conoce la sed de la verdad, que sólo pide ilusiones. En este punto, la 'revuelta' íntima (individual) se encuentra con la literatura 'revuelta': si nuestra cultura se define, en gran medida, por un narcisismo amenazador (patológico) tal como lo expone Richard Sennett5, que busca románticamente su autorrealización a través de la sobreexposición del yo, de la manifestación exacerbada de las expresiones individuales que menoscaban el espacio psíquico, en medio de un falso 'estado oceánico' ('comunidades' globales-virtuales o guetos) ofrecido como espacio de seres anónimos y anómicos, sin responsabilidad individual, la literatura 'revuelta' desnudaría la trampa de este tipo de autorrealización prometida al sujeto moderno.

La escritura como donación de sentido

En la obra literaria, el perdón se manifiesta primero como el establecimiento de una forma, la donación de un sentido fuera de la 'tiranía del amo', fuera de las formas de representación establecidas, convencionales o institucionalizadas. Es una liberación, una renovación (Kristeva, Sol negro 171) ya no sólo en el terreno psicológico, sino en un acto singular6: el de la nominación y la composición (Kristeva, Sol negro 180), es decir, la redistribución del orden del lenguaje a través de un estilo, una visión (relacionada con la expresión de la intimidad) que modifica la lengua avejentada (Kristeva, El porvenir 57); en la obra literaria, entonces, el estilo sería la forma que se le da la comunicación de la intimidad. El perdón, así, posee el efecto de una actuación, de un hacer, de una poiesis (Kristeva, Sol negro 173). El escritor se identifica y se 'compadece' de los otros para hacer que desaparezca el juicio sobre sí mismo y sobre los demás; al distanciarse de sí mismo y, a la vez, desde sí mismo, da forma a una interpretación del mundo que proviene de un lazo amoroso en busca de una nueva relación con el otro y con él mismo. Esta nueva relación surge del malestar cultural percibido por el escritor, y tendría que ver con el grado de inadecuación del ser humano al espacio social que se le ofrece para su desarrollo. La modernidad y sus contradicciones irresolubles dejaron fuera del proyecto ilustrado las contradicciones del ser humano, aquellas que la razón no puede vincular en su discurso unitario, abstracto e imperativo. La literatura expresa estas contradicciones irresolubles y primigenias del ser humano a través de lo que se podría denominar como una 'escritura del cuerpo', que reelabora el discurso semiótico, un lenguaje no enjuiciador ni clasificador, sino que acepta la ambivalencia humana y la vincula al discurso para resignificarla y posibilitar la reconstrucción del espacio psíquico y, por ende, social.

La literatura como 'creación transpersonal' (Kristeva, Sol negro 180) es un perdón; la interpretación de la obra ('poiesis de la interpretación') también. Tal ejercicio interpretativo busca establecer una forma, una puesta en forma de signos, hallar la armonía de la obra "que no ignora sus violencias sino que las acoge en otro lugar" (Kristeva, La revuelta 35), en fin, dar sentido: "Dar sentido no quiere decir 'mentalizar', 'comprender', 'controlar'. Junto a estas operaciones lógicas, y sumándose a ellas, la palabra de… la interpretación actualiza significancias preverbales, mociones pulsionales, afectos: eso que, en mi terminología, yo llamo lo 'semiótico'" (Kristeva, La revuelta 32)7. La literatura 'revuelta' se conecta aquí con la crítica literaria 'revuelta': ambas como poiesis que buscan la superación del sinsentido generalizado:

    Conformación de los signos: armonía de la obra, sin exégesis, sin explicación, sin comprensión. Técnica y arte. El aspecto "primario" de una acción similar esclarece por qué tiene el poder de alcanzar, más acá de las palabras y las inteligencias, las emociones y los cuerpos lastimados. Sin embargo, esta economía no tiene nada de primitiva. La posibilidad lógica de superación (Aufhebung) que implica (sin-sentido y sentido, sobresalto positivo que integra su nada posible) es consecutiva a un sólido enganche del sujeto con el ideal oblativo. Quien está en la esfera del perdón -porque lo da y lo acepta- es capaz de identificarse con un padre amante; padre imaginario con quien, por lo tanto, está dispuesto a reconciliarse en vista de una nueva ley simbólica. (Kristeva, Sol negro 173)

La superación del sinsentido, entonces, no se hace al margen de la ley simbólica o ley del padre, sino que, el perdón busca una relación resignificada con él. El discurso semiótico puro es imposible, porque desde que dominamos la lengua materna ya entramos en esa ley simbólica (y por nuestra trayectoria psíquica y social, la cual se ha formado dentro de esa ley simbólica, convencional), pero ese discurso semiótico o 'escritura del cuerpo' sería la posibilidad de 'revuelta' del lenguaje simbólico y, por ende, del vínculo social. Lo que está atrofiado en nuestra cultura es, precisamente, esa ley del padre, la ley simbólica, pero el perdón y la 'revuelta' son una reconciliación con él. Al igual que Freud lo afirmaba en El malestar en la cultura (1929), hoy también podemos aseverar que el valor de la cultura para la felicidad humana se ha puesto en duda. La literatura contemporánea comprueba la imposibilidad de la religión, la moral y el derecho (Kristeva, Poderes 25), es decir, manifiesta una cultura de sujetos sin valor de padre8 y abandonados a una madre abyecta9 (Kristeva, Historias 333): fragmentada, deprimida, perversa, narcisista10. El perdón y la 'revuelta' aceptan la verdad y las consecuencias de esta invalidez actual de la ley del padre, pero al hacerlo la cuestionan, no para desechar su lugar en la constitución plena del ser humano, sino para buscar otro lugar posible desde donde significarlo; para distanciarse y pervertir la lengua que nombra lo que ya nada dice, lo que ha perdido sentido. Nuestro malestar, nuestra falta de sentido, evidencia la ausencia de una ley del padre en la que nos sintamos contenidos; la 'revuelta' no borra la ley del padre, sino que la cuestiona para buscar una re-conciliación no petrificada, un nuevo vínculo social que nos permita renacer como sujetos.

El perdón como acto intrínseco a la crítica literaria, como efecto de lectura, manifiesta el proceso de comunicación en el arte: el creador propone una interpretación, una forma desde donde lee su realidad, y el lector entiende y acepta dicha interpretación, sobreponiéndose a sus propias interpretaciones y experiencias para distanciarse de sí mismo y poner en 'revuelta' su propia comprensión del mundo, su propia ley simbólica, para comprender la ambivalencia intrínseca a la condición humana. En la creación estética verbal, el escritor también se distancia de sí mismo, es un 'espíritu desdoblado' (crítico), vocero de una 'lucidez insomne' (Kristeva, El porvenir 56) que se traduce en una forma de la ironía:

    ¿La ironía es la única manera de evitar estos impasses? En todo caso es una, y una de las más fecundas, porque quien dice ironía dice retorno analítico sobre sí, es decir, que la puesta en cuestión no perdona a nadie, sobre todo al sujeto de la enunciación. Se puede pensar también en otras formas del eterno retorno y del eterno recomienzo que se oponen a la osificación y a sus versiones positivas del nihilismo. Pienso en esta variante de la ironía que descifro en la arqueología de lo sagrado o del arte: el interés por la música barroca, el pensamiento chino, el teatro romano o por tal escritor desconocido u olvidado. (Kristeva, "La locura" 287)

El escritor como sujeto de la enunciación realiza un 'eterno retorno analítico' y transpersonal sobre sí. El escritor contribuye a problematizar y a reestructurar la identidad del sujeto, su autonomía, a partir de la posibilidad de dar forma (de salir de una solidificada posición nihilista) a lo difuso de una realidad percibida como desazón, realidad irrepresentable a nivel de la conciencia, pero perceptible a nivel de lo no-consciente, del cuerpo, de las pulsiones y las sensaciones, es decir, de lo no conceptualizado de la intimidad; esta desazón es producto de la pérdida de un concreto o imaginario bienestar anterior11, atrofiado por lo que se podría denominar como una 'ley del padre' cada vez más severa, pero menos válida (cada vez más imperativa-vigilante externamente, y menos regenerativa para el sujeto, lo que explicaría, entonces, su severidad), "un superyó tiránico que… impide detectar las fuentes internas tanto como las fuentes externas de su mal" (Kristeva, La revuelta 36) y, por ende, obstaculiza la 'revuelta' íntima. Malestar individual y malestar cultural se traducen en 'abyección' y bloqueo psíquico generalizado de los sujetos, en la imposibilidad de dar sentido.

Del espacio psíquico al espacio social: 'sujeto cultural' y 'sujeto de deseo'

La realidad o la cultura como 'malestar generalizado' difuso, percibido sobre todo por todos los 'otros' sociales (personas que pertenecen a minorías sociales, a grupos sociales minoritarios o que se encuentran en las márgenes de la sociedad, representantes de un pensamiento alternativo o crítico frente al oficial) cuya 'empatía' perceptiva sería una de las condiciones de la comunicación literaria12, haría parte de lo que Edmond Cros conceptualiza como 'sujeto cultural', una instancia que integra a los individuos de la misma colectividad, un espacio complejo, heterogéneo y conflictivo donde confluyen las fuerzas socioeconómicas de una colectividad transcritas dentro de lo cultural (valores vigentes en la sociedad), y que emergen como un sistema semiótico-ideológico en el texto (12-27), organizado en torno a un elemento (semiótico o ideológico) dominante. El 'sujeto cultural' estaría configurado a partir de la contemporaneidad y de actos conscientes derivados de un sustrato inconsciente, formado en su mayor parte por influencias hereditarias, fruto de las impresiones que ha dejado la historia en la conciencia moral colectiva. Este sustrato entraña los innumerables residuos ancestrales que constituyen el alma de la raza (Le Bon citado por Freud, Psicología de las masas 11), su estado en un momento determinado. Las actitudes y comportamientos de los seres humanos dependen también de una historia inconsciente colectiva, una estructuración psíquica 'colectiva' que transforma sus expresiones en el transcurso del tiempo13.

En el análisis de la obra literaria se asume que los elementos inconscientes, neta-mente individuales del autor o del hombre mismo, no hacen parte del nivel estético del texto, puesto que, por un lado, el inconsciente del ser humano es accesible sólo a través del psicoanálisis y, por otro lado, lo que hace el autor es la reelaboración de su experiencia, entonces, es necesario entender -como ya lo afirmaba Freud (El malestar 66 )- que los procesos psíquicos son más accesibles a la conciencia cuando se abordan bajo el aspecto colectivo, pues las exigencias del superyó a menudo quedan inconscientes, no conceptualizadas a nivel individual. Hay una coincidencia entre el superyó individual y cultural. Los fenómenos psíquicos son exteriorizados por las formas que adquieren las agrupaciones colectivas, por las modificaciones que éstas ejercen sobre las reacciones individuales. En la obra literaria no emerge el sujeto psíquico real del autor, pero sí son visibles las formas (las resoluciones) que han adquirido los procesos psíquicos de este sujeto, es decir, sus actitudes y decisiones frente a las alternativas que presenta el mundo para su desarrollo, sus actos, la manera tangible como asume y resuelve su trayectoria social, la forma como se expresa su habitus14 y, en general, su axiología y su grado de adecuación o inadecuación al mundo (su nivel crítico, escéptico, nihilista o de adaptación-acomodación), su espacio psíquico más pleno o más bloqueado, su capacidad para realizar o no nuevos pactos simbólicos, el perdón y la 'revuelta'; estas actitudes se relacionan directamente con su experiencia colectiva; de esta relación surge la poiesis, la forma que dé al mundo en su texto.

Desde este presupuesto, la crítica literaria exploraría las influencias de las exigencias del superyó (cultura) sobre el individuo creador en un momento determinado. Sin embargo, si en la neurosis individual disponemos del contraste enfermo / medio 'normal', en una masa uniformemente afectada (como la actual), el telón de fondo no existe; hay que buscarlo en otro lado (Freud, El malestar 68). ¿Sobre qué telón de fondo se podría apoyar la crítica literaria para comprender las 'enfermedades' de la cultura? Freud, pese a esta advertencia, anima a que algún día alguien se atreva a emprender la patología de las comunidades culturales. Kristeva lo hace, y su telón de fondo es el espíritu crítico que caracterizó la modernidad del siglo XVIII (la Revolución Francesa), la dignidad y plenitud que brinda al hombre este espíritu crítico y el renacimiento del espacio psíquico -en 'revuelta'- (una reelaboración de la individualidad como valor moderno)15. En este punto, vuelve a ser importante la propuesta de Cros: su relación entre el sujeto cultural y lo que él denomina como 'sujeto de deseo'.

El 'sujeto de deseo' se expresa por medio de la enunciación de un sujeto hablante, que se pone en escena en el discurso a través de formas que atestiguan mayor o menor distancia respecto a sus enunciados (Cros 20), es decir, el distanciamiento articula la tensión que se produce entre el lenguaje simbólico (ley del padre) y el discurso semiótico, entre la sociedad y el individuo. El menor distanciamiento ocasionaría que el 'sujeto de deseo' fuera reemplazado por las fuerzas dominantes presentes en la composición de su sujeto cultural (lenguaje simbólico). El análisis microtextual permitiría analizar las marcas del sujeto y sus índices de sociabilidad, es decir, sus formas de inserción en el tejido socioeconómico; la finalidad de este análisis sería la interpretación de la puesta en forma del 'malestar generalizado', elaborada por el individuo productor del texto (la forma dada a las contradicciones humanas, a la ambivalencia del ser). Es decir, si las fuerzas socioeconómicas dominantes son el elemento constituyente del sujeto cultural como sistema semiótico-ideológico del texto que da cuenta de la evaluación del autor frente a su entorno, entonces, el análisis de este sujeto cultural permitiría hallar la forma dada al 'malestar generalizado' que dicho autor percibe en su realidad de manera particular (a través de la 'escritura del cuerpo')16; por eso, lo importante aquí sería ver cómo, a nivel de la enunciación, dio forma a ese 'malestar' (ya no lo tematizado, sino la distancia -mayor o menor- frente a lo tematizado, es decir, la expresión del 'sujeto de deseo').

Aquí se vería el sentido de buscar la conexión del texto con el autor, es decir, con el modo como éste se exhibe como sujeto enfrentado a 'la ley del padre' (superyó), en tanto la cuestiona y es cuestionado por ella y, a la vez, está impelido a dar cierta forma a la niebla de su conciencia colectiva, a su subjetividad en continuo 'malestar'. En tanto el sujeto se distancia de lo innombrado (el malestar, la indiferencia hacia la 'verdad', hacia 'saber', la ausencia de sentido por la imposibilidad de fusión con el otro, con una comunidad), se afirma como 'sujeto de deseo', como subjetividad autónoma, consciente, crítica, en 'revuelta', así sea expresando los límites del lenguaje para nombrar ese malestar, enunciando los límites de lo nombrable (a través del discurso semiótico). Si el sujeto cultural se configura a partir de la adecuación del habitus, el 'sujeto de deseo' es la capacidad del escritor de poner su habitus en 'revuelta', a través del perdón y del estilo. Si el sujeto cultural aparece en la obra literaria manifestado en las formas impersonales, los tópicos aceptados socialmente y los clichés, el 'sujeto de deseo' aparece, en la literatura 'revuelta', a través de la 'escritura del cuerpo'17. El 'sujeto de deseo' va en contra de un discurso que tiende a borrar las marcas de su enunciación, un discurso indiferenciado que borra la intimidad y, por ende, la 'revuelta'; el escritor de la literatura 'revuelta', como 'sujeto de deseo', moldea su enunciado a partir de una norma evaluadora, otra que desestabiliza los valores sólidos codificados: "Dondequiera que haya interés de un sujeto implicado en una relación mediada con el mundo habrá una norma convocada" (Hamon 32), en este caso, para reevaluarla y transformar el vínculo de sentido con el mundo.

La estructura psíquica se configura en la niñez. La forma de esta estructura psíquica influye en la inserción social, pero quien escribe es el adulto, resultado de una trayectoria social, de un habitus en el que lo inconsciente se ha vuelto no-consciente (sus prácticas sociales no conceptualizadas). Lo inconsciente se transforma en prácticas ideológicas-discursivas no-conscientes; lo rechazado, lo reprimido (huellas descuidadas de una vivencia), se convierte en síntoma, en expresión 'caótica' de una experiencia, 'conceptualizada' sólo a través del perdón y la 'revuelta' (ironía) -en la creación y en la crítica literarias, por ejemplo-. Lo no consciente estaría condicionado por la manera como el sujeto resuelve o no las huellas que han dejado sus vivencias, sus determinantes psíquicos (desde la petrificación, el nihilismo o la 'revuelta'), de acuerdo con su época (lo aceptado, lo estimulado / lo prohibido, lo reprimido), con las posibilidades de actuación que tiene en su aquí y ahora; desde aquí, el individuo lee y evalúa su entorno, su momento histórico. Dice Annie Brussière: "Aunque esta estructura psíquica básica [yo, Yo ideal, ideal del Yo] puede ser considerada como un invariante, su funcionamiento viene pervertido por la re-organización de un campo morfogenético debida a la evolución del contexto sociohistórico; esta reorganización altera los contornos del sujeto cultural" (242). Cada momento socio-histórico ofrece al ser humano alternativas de realización determinadas por las convenciones sociales vigentes en ese momento, y el sujeto lee este marco social para evaluar sus propias posibilidades de actuación. En este sentido, el ejercicio de la crítica literaria sería identificar, por una parte, las huellas de lo no-consciente como manifestación del tipo de sujeto cultural que está evaluando el autor en su obra, las restricciones que impone la sociedad a la realización del sujeto y el malestar cultural que producen y, por otra parte, las opciones que tiene este mismo sujeto para elaborar el perdón y la 'revuelta', expresar su intimidad y rehacerse como individualidad.

Conclusiones

El 'malestar generalizado' de nuestra cultura afecta el funcionamiento de la estructura psíquica del sujeto y, a su vez, esta afectación altera la configuración del sujeto cultural. Nuestra estructura psíquica se encuentra afectada en su constitución como sostén (ahora menoscabado) de una subjetividad autónoma, de nuestra conciencia, y esta alteración modifica la manera en la que se percibe el espacio socioeconómico, en la que nos percibimos como parte de una colectividad, en que percibimos posible la 'revuelta', nuestro espacio psíquico. La infraestructura y la superestructura no evolucionan al mismo ritmo; lo económico y lo cultural poseen sus tiempos y sus historias propias, lo cual implica que están vinculados por relaciones que no son mecánicas ni sistemáticas (Cros 140). Entonces, el malestar generalizado y no conceptualizado que experimentamos se debe a que cambia más rápido la infraestructura que la superestructura, es decir, cambian más rápido las dinámicas socioeconómicas que los valores conscientes que configuran esa infraestructura18; dichas dinámicas, entonces, reestructuran el superyó cultural y establecen una ley del padre que, en esta época, se manifiesta de manera más acérrima como inválida, a la vez que instauran valores homogéneos cada vez más eficaces para el funcionamiento de la infraestructura económica, frente a los cuales los cuerpos manifiestan una resistencia, no conceptualizada en una conciencia colectiva, sino en un nivel semiótico.

Lo innombrado es eso que aún no alcanzamos a hacer del todo consciente y que emerge solamente en la 'escritura del cuerpo'. Kristeva afirma que en las épocas de crisis se afectan las relaciones entre los significantes, se entorpecen las representaciones, porque la humanidad está desposeída de referencias estables (Kristeva, El porvenir 334). Romero, por su parte, asevera: "La característica de este período es el disconformismo y no la afirmación de un nuevo sistema, que de ninguna manera está elaborado" (164). Sus síntomas bastan para afirmar que constituye una enorme incertidumbre con respecto al futuro y una desconfianza en la razón, aspectos que se relacionan con las contradicciones que la modernidad no ha podido resolver: "La contradicción entre desarrollo tecnológico y desarrollo social; la contradicción entre masificación e individualización y la contradicción entre participación y marginalidad" (Romero 165). Sin embargo, es claro a partir de Kristeva cómo ese disconformismo también está menoscabado; en una época en la que se hace cada vez más difícil la afirmación o conceptualización de un nuevo sistema de valores (conciencia colectiva) que dé sentido al malestar generalizado y la emergencia de disconformismos (no televisados-banalizados) y de 'revueltas', la literatura 'revuelta' se convierte en baluarte de esta posibilidad a través del discurso semiótico que da sentido a lo no conceptualizado, lo no juzgado, pero que da una forma a lo informe de la realidad y resignifica la ley del padre y el lenguaje simbólico.

A través de la 'revuelta' Kristeva propone hacerle frente a este malestar cultural que paraliza las iniciativas del ser humano, que lo sume en el disconformismo nihilista o en la indiferencia alienada. Convertir la negatividad psíquica en renovación del vínculo consigo mismo y con la sociedad es posible desde la literatura 'revuelta', desde la crítica literaria 'revuelta', desde aquellos escritores que entienden su habitus como un cuestionamiento continuo. En el caso de los autores literarios, estos configuran en su obra una mirada singular diferenciada de los condicionamientos que impone el sujeto cultural y proponen su escritura como una dignificación del 'sujeto de deseo'. Por su parte los críticos traducen la experiencia de 'revuelta' formulada en obra literaria en una posibilidad de perdón y 'revuelta' para el lector. Estos últimos hacen de la crítica un espacio de resignificación de lo íntimo y de su importancia para la restauración del espacio social y del espacio psíquico, para la regeneración de nuestras representaciones.


Notas

1 "Una traducción posible de Zeitlos podría ser, en efecto, el "tiempo perdido". Un tiempo que se pierde como tiempo [lineal, consciente] a fuerza de reconciliarnos con la experiencia de nuestra propia pérdida. Repetición, encantamiento, gracia, infinito…. Sin esta temporalidad abisal y sin la modulación psíquica que implica, no hay ninguna razón -y por lo tanto ninguna posibilidad- de efectuar ese trastocamiento de lo íntimo que es re-vuelta en el sentido de un renacimiento o de una interrogación continuos" (Kristeva, La revuelta 65-66).

2 Freud explica este sentimiento de culpabilidad como característica primigenia de la condición humana. En el ser humano aparece un instinto de destrucción o de muerte, dirigido a satisfacer "la realización de sus más arcaicos deseos de omnipotencia" (El malestar 48-49), los cuales tienen que ver siempre con la oposición a una autoridad exterior o "padre": "El remordimiento fue el resultado de la primitivísima ambivalencia afectiva frente al padre [protopadre], pues los hijos lo odiaban, pero también lo amaban; una vez satisfecho el odio mediante la agresión, el amor volvió a surgir en el remordimiento consecutivo al hecho, erigiendo el super-yo por identificación con el padre, dotándolo del poderío de éste, como si con ello quisiera castigar la agresión que se le hiciera sufrir, y estableciendo finalmente las restricciones destinadas a prevenir la repetición del crimen. Y como la tendencia agresiva contra el padre volvió a agitarse en cada generación sucesiva, también se mantuvo el sentimiento de culpabilidad, fortaleciéndose de nuevo con cada una de las agresiones contenidas y transferidas al super-yo" (Freud, El malestar 57-58). Este placer narcisista choca con la base de toda cultura, que es el sacrificio de la individualidad por el bien de la colectividad.

3 Goldmann afirma -siguiendo a Marx- que actualmente "en las sociedades que producen para el mercado (es decir, en los tipos de sociedad en que predomina la actividad económica) la conciencia colectiva pierde progresivamente toda realidad activa y tiende a transformarse en un simple reflejo de la vida económica" (29); esto quiere decir que la conciencia colectiva ya no puede asociarse con la estructura consciente de grupos sociales particulares que buscan defender ciertos valores en oposición a otros que les parecen degradados, sino que "la vida económica tiende a convertir en implícitos para todos los miembros de la sociedad" (28) los valores cuantitativos. Esta tendencia disminuye rápida y progresivamente "la acción de la conciencia sobre la vida económica e, inversa-mente, [aumenta el] crecimiento continuo de la acción del sector económico de la vida social sobre el contenido y estructura de la conciencia" (29). Por esta razón, Goldmann denominará a este tipo de pensamiento como "falsa conciencia", pues los individuos convierten los valores cuantitativos en valores absolutos, no en mediaciones, no en posibilidad de reflexión sobre lo inmediato, no en búsqueda de acceso a otros valores de carácter cualitativo.

4 Este instinto de destrucción que Freud había caracterizado como una insubordinación al padre, es decir, una muestra de individualidad omnipotente, es explicado por Kristeva como una anulación del espacio psíquico en procura de "un estado oceánico". Lo que antes aparecía como una muestra de absoluta individualidad, hoy es producto de un narcisismo alienante que encubre ese deseo de sentimiento oceánico, de colectividad y unidad, ocasionado por esa conciencia moral alojada en el individuo, que es cada vez más severa y que obstaculiza la construcción de una real intimidad, y que, al mismo tiempo, ha perdido ya su validez. Se encuentra aquí también la ambivalencia determinada por Freud entre el instinto de destrucción y el deseo de restablecer el vínculo con la unidad.

5 "Como un desorden del carácter, el narcisismo es el opuesto mismo del vigoroso amor a sí mismo. La autoabsorción no produce gratificación, provoca dolor al yo; eliminar la línea entre el yo y el otro significa que nada nuevo, nada"otro", puede entrar jamás en el yo; es devorado y transformado hasta que uno cree que se puede ver a uno mismo en el otro, y entonces se vuelve insignificante. Ésta es la razón por la que el perfil clínico del narcisismo no es un estado de actividad sino un estado de ser. Se han eliminado tanto las demarcaciones, los límites y las formas del tiempo como así también la relación. El narcisista no se muestra ávido de experiencias, está ávido de Experiencia. Buscando siempre una expresión o un reflejo de sí mismo en la Experiencia, devalúa cada interacción o escenario particular, porque nunca es bastante para abarcar lo que él es. El mito de Narciso capta neta-mente esta situación: uno se ahoga en el yo; es un estado entrópico" (Sennett 401).

6 Un ideologema, diría Bajtín, un signo que alcanza la vida social cuando sale de la conciencia y se transforma en una forma discursiva. Para Bajtín, la conciencia individual es un hecho ideológico y social, y "sólo puede realizarse y convertirse en un hecho real después de plasmarse en algún material sígnico" (34). Para este autor, la conciencia no es un hecho puramente subjetivo, pues ella "se localiza entre el organismo y el mundo exterior…. El organismo y el mundo se encuentran en el signo" (52), es decir, en la realización concreta de la conciencia (el signo) que alcanza el ámbito social.

7 La crítica literaria 'revuelta' daría también una forma a ese malestar enunciado por el escritor en su obra, pero desde una poiesis más conceptual. Si el escritor es un "lúcido insomne", el crítico es el lúcido de la vigilia, pues establece la conceptualización del malestar cultural desde una relación más consciente entre la sociedad y el texto literario.

8 Si no hay una ley del padre, entendida como un imperativo o autoridad válida fuera del interior del ser humano y asimilada a través de la conciencia moral (superyó), se entendería por qué nuestras sociedades funcionan bajo la homogeneización de los valores y la falsa conciencia (la inmediatez cuantitativa).

9 Kristeva explica lo abyecto como una imposibilidad de separación completa entre el sujeto y su objeto-primario (perdido), es decir, petrificación disfórica del pasado (imposibilidad de 'revuelta'): "La abyección de sí sería la forma culminante de esta experiencia del sujeto a quien ha sido develado que todos sus objetos sólo se basan sobre la pérdida inaugural fundante de su propio ser.… Toda abyección es de hecho reconocimiento de la falta fundante de todo ser, sentido, lenguaje, deseo.… Aquel en virtud del cual existe lo abyecto es un arrojado (jeté), que (se) ubica, (se) separa, (se) sitúa, y por lo tanto erra en vez de reconocerse, de desear, de pertenecer o rechazar" (Kristeva, Poderes 12-16).

10. Para Kristeva, el narcisismo y la perversión son 'patologías del yo' que definen a un sujeto insatisfecho al que la sociedad de consumo y de espectáculo elogia sin cesar, lo cual resalta la ausencia de ley del padre, señala su invalidez. Sin embargo, en este elogio también se puede ver una muestra de la sociedad higienista del derecho descrita por Lipovetsky en El crepúsculo del deber; el elogio también sería una forma de normalizar estas "patologías" del espacio psíquico, de quitarles su fuerza expresiva como malestar social y convertirlas en una forma banal de entretenimiento. En este sentido, la cultura show 'higieniza' el malestar social, lo convencionaliza, lo convierte en un lenguaje simbólico, codificado.

11 Si lo vemos desde el punto de vista histórico, en cada época ha existido un síntoma de malestar cultural y, en este sentido, el 'bienestar anterior' sería imaginario, producto de la frase nostálgica "todo tiempo pasado fue mejor"; sin embargo, se debe recordar la reflexión de Lukács acerca de la épica como expresión de una época en la que la relación individuo-comunidad se concebía como posibilidad armónica, que fue desmoronándose en lo sucesivo. Desde el punto de vista psicoanalítico, Freud habla de una etapa primitiva en la que la colectividad no ejercía tanta presión sobre el individuo: "Esta sustitución del poderío individual por el de la comunidad representa el paso decisivo hacia la cultura. Su carácter esencial reside en que los miembros de la comunidad restringen sus posibilidades de satisfacción, mientras que el individuo aislado no reconocía semejantes restricciones. Así, pues, el primer requisito cultural es el de la justicia, o sea, la seguridad de que el orden jurídico, una vez establecido, ya no será violado a favor de un individuo, sin que esto implique un pronunciamiento sobre el valor ético de semejante derecho" (El malestar 29).

12 Por todos los otros sociales, pero también por todos -aunque en distintas gradaciones, de acuerdo con el estado de su espacio psíquico-, pues "la materia más íntima de la persona es la más común de las materias: aquella que es anterior a la individualización" (Gamoneda 246). La 'escritura del cuerpo' apunta, de modo agudo, a esta comunicación entre intimidades, entre lo común a todos los seres humanos desde su configuración primigenia, para lograr el extrañamiento y la 'revuelta'.

13 Y que sería una de las condiciones para que el discurso semiótico o 'escritura del cuerpo' funde la comunicación literaria (comunicación entre cuerpos), y también para entender cómo lo que no ha sido asimilado por la razón (lo inconsciente, lo preverbal) es importante para entender la condición actual del ser humano y su malestar.

14 La noción de habitus "se trata del sistema de disposiciones adquiridas por la experiencia, por lo tanto variables según los lugares y los momentos" (Bourdieu 32). Ese sistema de disposiciones adquiridas está también socialmente constituido; esto quiere decir que el agente, de manera no consciente, interioriza las estructuras sociales, los modos de ver, sentir y actuar, pero no por ello deja de lado 'la práctica del agente', 'su capacidad de invención' y de 'improvisación'. Afirmar lo contrario sería aceptar que las estructuras sociales son inmodificables. Bourdieu, al incluir la variabilidad de las disposiciones, da pie para pensar el habitus como una estructura interna en constante proceso de innovación y como un principio generador de la acción de los agentes en el campo (literario, social, económico, político, artístico).

15 Éste constituye la posibilidad concreta de 'bienestar anterior' percibida por Kristeva en la cultura.

16 Es importante aquí aclarar que la literatura 'revuelta' sería una tendencia en las creaciones literarias, no una generalidad de la literatura. Si bien Kristeva resalta el papel de la literatura en la cultura para posibilitar la cultura 'revuelta', es necesario recordar que el campo literario heterónomo estaría más cerca del sujeto cultural que del 'sujeto de deseo' y, de esta manera, su 'revuelta' sería mínima frente a otras propuestas estéticas en las que el'sujeto de deseo'se percibe de modo más contundente, como el autor cuyo estilo configura un discurso semiótico visible, una 'escritura del cuerpo'. En este sentido, se hace imprescindible hacer otra reflexión sobre el perdón en la creación literaria: este campo literario heterónomo sería también la expresión de una poiesis que no alcanza el perdón, pues pasaría por alto o reduciría la ambivalencia del ser humano, su complejidad cultural (psíquica y social). Este tipo de literatura no acogería las contradicciones y violencias del hombre para darles cabida en un lugar otro, sino que las mantendría en una lógica más disyuntiva, ideológica.

17 Sin embargo, es necesario entender que el discurso semiótico se presenta en el estilo de los escritores en diferentes niveles y adquiere diversas formas.

18 Lo que planteó Mukarovsky como base noética ('residuos' de sistemas de pensamiento anteriores que afloran en el nuevo): "Se puede hablar, pues, de una base noética a partir de la cual una determinada época, sociedad, estrato, etc., forman su comportamiento, su modo de pensar y de sentir y también su creación artística" (302); "una determinada base noética, aunque tolere ciertas diferencias ideológicas, no admite cualquier ideología en general. La base noética no consigue cambiar con la misma velocidad con la que se transforman los principios ideológicos" (303).


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Fecha de recepción: 7 de diciembre de 2009
Fecha de aceptación: 29 de marzo de 2010
Fecha de modificación: 15 de abril de 2010