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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

versão impressa ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.1 no.1 Bogotá jan./jun. 2010

 

Intervenciones olvidadas: Beatriz Sarlo en la universidad argentina de la posdictadura (1984-1986)

Forgotten Interventons: Beatriz Sarlo in the Postdictatorship Argentinean University

Analía Isabel Gerbaudo*
Universidad Nacional del Litoral, Argentina

* Posdoctora en Literatura, Semiótica y Análisis del Discurso. Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Ph.D en Letras Modernas. Universidad Nacional de Córdoba. Este artículo se enmarca en dos proyectos del Consejo Nacional de Investigaciones Cientificas y Tecnicas (CONICET): en el Plan de Investigacion "Canon, teorías e intervenciones de los criticos-profesores en la universidad argentina de la posdictadura (1984-1986)" y en "Archivos Juan José Saer", dirigido por el Dr. Miguel Dalmaroni.


Resumen

Este artículo se enmarca en una investigación sobre las intervenciones de los críticos que trabajaron como profesores en la universidad argentina durante la fase inicial de la posdictadura (1984-1986) en las áreas de literatura argentina y teoría literaria. El estudio se centra en sus programas de cátedra -documentos desatendidos tanto por la crítica como por la historia- en diálogo con sus ensayos y entrevistas. Esta presentación gira sobre el programa que en 1984 Beatriz Sarlo arma para la materia "Literatura argentina ii" y precisa qué lectura inventa para dicha literatura en relación con la escritura latinoamericana, tanto literaria como crítica.

Palabras clave: Argentina, posdictadura, crítica literaria, enseñanza, universidad.


Abstract

This article is part of a research project about the policies carried out by critics who worked as University teachers in Argentina during the initial stage of the postdictatorial period (1984-1986) in the areas of Argentine Literature and Literary Theory. This project studies their class syllabi-documents which have been overlooked both by criticism and by history-in dialogue with their essays and interviews. This presentation deals with the syllabus which was presented by Beatriz Sarlo in 1984 for her class "Argentine Literature II", and specifies how she reads that literature in relation with Latin American critical and literary writing.

Key words: Argentina, postdictatorship, literary criticism, teaching, university.


Sobre categorías y agendas de investigación

En un libro de mediata edición que estudia las relaciones entre los escritores argentinos y el Estado en los tiempos del Centenario, Miguel Dalmaroni se desliza hacia un terreno inusual, hacia una zona mirada con desdén y cierto recelo por la investigación literaria en Argentina hasta hace algunos años: la enseñanza. Su incontrovertible afirmación arremete a la vez sobre la crítica y la teoría literarias. En el mismo movimiento revisa la agenda de la segunda mientras interroga lo que se hace con ella desde nuestros centros, aparentemente sólo hacedores de la primera. Su trabajo replantea qué da sentido al esfuerzo de producir teoría y crítica en países como Argentina: sostener que ese fundamento lo otorga la formación docente hace girar los argumentos más extendidos mientras los reconduce a las apuestas defendidas apenas concluida la última dictadura, durante la llamada 'primavera alfonsinista' (Novaro 28; De Diego 50). Anota: "En la Argentina la mayor parte de los críticos literarios o culturales trabajamos como profesores de futuros profesores de literatura: escribimos crítica porque enseñamos literatura en las universidades" (Dalmaroni, Una república 17). Dalmaroni cuestiona las lógicas esnobs de importación teórico-categorial realizadas al margen de los contextos de re-uso mientras vuelve sobre esta acción de mayor alcance, aunque desvalorizada. Lo que se ha llamado, desde las teorías más diseminadas, 'sujeto subalterno' es reformulado como 'sujeto secundario': forma de nombrar a esos estudiantes marcados por "viejas y nuevas formas de dominación cultural y social" sobre los que las "nuevas 'agendas' internacionales de la crítica cultural no han tenido mucho para decirnos" (Dalmaroni, Una república 18). La incisiva acotación apunta también a lo que se hace y a lo que no se hace en Argentina, a los criterios que orientan la entrada de teorías y al canon teórico y crítico que se construye. A la falta, opone acciones concretas: en un libro más reciente incluye, entre las zonas en desarrollo, a la pareja "literatura y enseñanza", sobre la que insiste, "sigue pesando, por lo menos en Argentina, la reserva intelectual de algunos circuitos hegemónicos de la crítica universitaria" (Dalmaroni, La investigación 11).

La investigación de la que se desprende este artículo se centra en las intervenciones de los críticos que han trabajado como profesores en la universidad pública argentina después de la última dictadura. En esta etapa me ocupo del primer período de la posdictadura (un tiempo que se identifica por lo que viene después del horror: no hay nombre para lo que sucede más que ese cuya identidad se construye por lo que sigue al terrorismo estatal); para establecer dichos períodos retomo tesis de Miguel Dalmaroni, José Luis De Diego, Marcos Novaro y Andrea Giunta.

Entre 1984 y el día de hoy se pueden detectar cinco momentos: el primero, el de la 'primavera alfonsinista', sellado por el sueño de justicia y de participación ciudadana simbolizado en el Juicio a las Juntas Militares; el segundo, marcado por la desilusión provocada por las leyes de Punto Final, promulgada en diciembre de 1986, y de Obediencia Debida, de junio de 1987; el tercero, caracterizado por la emergencia de una nueva discursividad sobre el horror. La clausura de los juicios a represores en los tribunales civiles abre un canal tanto para declaraciones públicas que dicen lo hasta entonces inenunciable, como para la emergencia de una narrativa que interviene desde el arte, allí mismo donde el derecho claudica. En 1995 Horacio Verbitsky publica las confesiones del ex capitán de corbeta Adolfo Scilingo y Martín Balza, entonces comandante del ejército, expone en los medios una pretendida 'autocrítica'. Entre 1995 y 1996 surge la red nacional de agrupaciones de hijos de detenidos-desaparecidos y salen a la calle Villa de Luis Gusmán y El fin de la historia de Liliana Heker (Dalmaroni, La palabra 157). Otra cisura, en 2001: lo que vendrá después del 'colapso' de diciembre (Novaro 617) se describe desde una doble negación. El tiempo ya no se mide sólo por lo que acontece después de la dictadura, sino por lo que se puede situar antes y después de este nuevo punto de inflexión de la historia argentina, el cual a su vez lleva a la crítica de arte Andrea Giunta a hablar de la 'poscrisis', signada por la desconfianza que generan la ruptura de pactos y de contratos institucionales. El último corte puede señalarse en el año 2003 con la presentación y posterior aprobación de la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final: una época en la que retornan las 'polémicas' que vuelven a involucrar, como en los albores de la democracia, a diferentes sectores sociales. Los cuadros que el entonces presidente Néstor Kirchner descuelga de las paredes de la Escuela de Mecánica de la Armada, el modelo de agronegocios, la legislación sobre los medios de comunicación, la megaminería a cielo abierto, las prácticas extendidas del monocultivo y el descuido de la biodiversidad y los criterios de compra y venta de los bienes del Estado son, entre otros, hechos que inquietan a diferentes núcleos de la población y que dejan sus huellas tanto en los textos de arte como en los de la crítica que reinscribe con fuerza la distinción entre quienes apuestan al trabajo intelectual y entre quienes optan por definirse como 'expertos' (Svampa, "Concebir", "La disputa"), atentos más bien a la minucia pretendidamente despolitizada de la hiperespecialización.

Este artículo se ciñe a documentos que corresponden, como anticipamos, al primer momento de la posdictadura. Puntualmente, se centra en las intervenciones de Beatriz Sarlo desde su cátedra "Literatura argentina II" en la carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires e incluye la información básica que permite dimensionar la complejidad, la riqueza y la potencia de esas prácticas.

Convocada para dictar la materia, apenas restituida la democracia, Sarlo aprovecha ese marco institucional para expandir las experiencias y los conocimientos gestados, en especial, en los grupos de estudio clandestinos que había armado durante la dictadura (Caisso y Rosa 264; Dalmaroni, "El largo camino" 638-649) mientras introduce, para otro público y en otro contexto, las perspectivas innovadoras que había abierto desde Punto de vista (la revista que entonces dirigía), con los ensayos y con los libros -los propios como los difundidos a partir de sus traducciones y de su trabajo en el Centro Editor de América Latina-. Para el caso, conviene insistir en la importancia de repasar, fundamentalmente, cómo sitúa a la literatura argentina en el escenario de la producción latinoamericana, atendiendo especialmente a la posición teórica desde la que la lee y a la 'crítica' que escribe, reinventándola.

Divulgación y extención contra aparatos estatales y facilismo bobo

Punto de vista representa un intento largo y sostenido de reconexión de la literatura con el entramado cultural y político: la revista dirigida por Sarlo durante treinta años se cierra en 2008, con la certeza de haber introducido -y recreado- en Argentina líneas desconocidas de la teoría y de la crítica y de haber contribuido a la construcción de firmas en el campo del arte. La cátedra multiplica, desde una esfera oficial, este trabajo. Ambos, cátedra y participación editorial -que como veremos, va mucho más allá de la publicación de la revista-, reinscriben la perspectiva que había abortado el onganiato (Gerbaudo). Como buenos herederos, Sarlo y el colectivo intelectual que la acompaña hacen otra cosa con el legado: releen los aportes de Georgy Lukács, Jean Paul Sartre y Lucien Goldmann, e introducen a Raymond Williams, Pierre Bourdieu, Richard Hoggart y Walter Benjamin junto a las líneas de avanzada de la teoría y la crítica latinoamericanas, es decir, Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar y Antonio Candido. Todos estos nombres se traen desde una preocupación central: ¿cómo leer la literatura?

Signo de ello son sus trabajos de mediación publicados con el sello del Centro Editor de América Latina y dentro de la colección que dirigía junto a Carlos Altamirano, llamada "La Nueva Biblioteca". En 1981 Sarlo edita El mundo de Roland Barthes, una selección anotada de escritos del pensador francés introducida por un artículo que, lejos de la mirada solícita, desnuda los juegos y las máscaras de un autor cuyos textos lee atendiendo a las coordenadas de la matriz sociocultural en la que se originan.

"La cultura francesa no es sólo una tradición, es también una forma del intelecto y una distribución según un sistema que tiene a Francia como principio de las jerarquías histórico-culturales" (12). En esa misma línea, resalta de Barthes los 'síntomas' de autosuficiencia que revelan su ubicación de Francia como paradigma cultural, entre ellos, su desconocimiento de lenguas extranjeras -que lo llevaba, por lo general, a leer traducciones, aunque tampoco tantas (Sontag 17)- y sus operaciones intelectuales confinadas en la literatura francesa, a la que además pertenecen los escritores que más le han interesado: Sade, Gustave Flaubert y Marcel Proust. Sarlo no tiene pruritos en hacer divulgación, justamente porque lleva el género a su máxima expresión, apartándolo del registro del facilismo bobo y comedido.

En 1980 arma con Altamirano una suerte de manual, Conceptos de sociología literaria, que trae al campo una línea teórica eclipsada. Ya desde el "Prefacio" mencionan a David Viñas y a Adolfo Prieto, que en los sesenta habían instalado la sociología de la literatura como perspectiva de investigación y de lectura en la universidad y fuera de ella (Gerbaudo). Este libro, concebido como una actualización 'léxica' centrada en las categorías 'cultura' e 'ideología', traza los ejes que definen una posición, entre la literatura y la sociología. Busca también desandar algunos malentendidos: por un lado, explícitamente los autores reconocen tratar de "disipar la idea sumaria de que la interrogación sociológica del hecho literario... suscita una cuestión simple" (Altamirano y Sarlo, Conceptos 9). Por el otro, a la hegemonía del estructuralismo, la estilística y la hermenéutica en la universidad, oponen un enfoque ausente en la educación formal. Por último, intentan descarrilar la posición 'dependiente' de América Latina en cuanto a la producción de conocimiento, un problema que en Argentina habían advertido David Viñas, Adolfo Prieto y Juan José Hernández Arregui (Altamirano y Sarlo, Conceptos 10).

En 1983, también junto a Altamirano, escribe el más complejo y elaborado -aunque no menos propedéutico- Literatura / Sociedad, cuyo título hace explícita la deuda con Antonio Candido que autoriza la inclusión en el libro del capítulo "Estructura literaria e funçao histórica" de su libro Literatura e sociedade. El ensayo de Candido va junto a un trabajo de Ángel Rama sobre los Versos sencillos de José Martí, acompañados por un escrito sobre Recuerdos de provincia. Los tres integran la sección "Apéndices" y funcionan como muestras o 'ejemplos' de lecturas sociológicas en el sentido que Sarlo y Altamirano procuran expandir. En primer lugar, se destacan los aportes que estos dos 'estudiosos latinoamericanos' (Altamirano y Sarlo, Literatura 12) han realizado a la sociología de la literatura. Pero a la vez, los textos son actuaciones de los postulados teóricos, epistemológicos y metodológicos que sostienen Sarlo y Altamirano, a saber: se acentúa que la relación entre literatura y sociedad varía según los períodos y las culturas exigiendo, por lo tanto, la introducción de la historia en la investigación sociológica que, además, dista de estar contenida en un conjunto de métodos y conceptos fijos y definitivos. Esa 'expulsada' del discurso crítico de los setenta ingresa junto a otros dos exiliados: el autor y el lector, definidos no sólo como funciones textuales, sino también como sujetos sociales clave en el proceso literario y en su estudio. Metodológicamente apuestan a la lectura que no soslaya la trama del texto: por ello el orden del libro atiende a ella tanto como a los sujetos y a las instituciones. Finalmente, desde el punto de vista epistemológico, se enfatiza el carácter de 'versión' de la línea teórica que se presenta. Situados en la literatura de América del Sur e incluyendo no sólo a la de Brasil, sino también un artículo crítico sin traducir del portugués -el capítulo de Candido-, Sarlo y Altamirano explican, como harían con sus alumnos, diferentes conceptos caracterizados como un "modo de hablar y de interrogar" esa "constelación de fenómenos que se reúnen bajo la categoría, nada obvia, de literatura" (Altamirano y Sarlo, Literatura 11). Es inevitable la pregunta respecto de cómo pudo construirse este puntal de la investigación literaria en Argentina en aquellas circunstancias adversas. La dedicatoria de este libro aproxima una pista: "A nuestros compañeros de Punto de vista" (Altamirano y Sarlo, Literatura 9).

Hay un colectivo de discusión y de convergencia, que permite construir lo por entonces imposible desde cualquier vía institucional. Los grupos de estudio y Punto de vista son espacios de formación intelectual; por otro lado, el Centro Editor de América Latina en el que Sarlo dirige las colecciones Letra Firme y Biblioteca Fundamental del Hombre Moderno y, junto a Altamirano, Biblioteca Total y La Nueva Biblioteca, le da las herramientas de los órdenes más diversos que son necesarias, justamente, para emprender el proyecto de dirigir una revista. Esa editorial que Boris Spivacow forma con los "renunciantes de Eudeba, después de la Noche de los Bastones Largos en 1966" (Zanetti, "Los protagonistas" 279), crea una comunidad de trabajo y de aprendizaje impensable en cualquier editorial actual (Sarlo, "Los protagonistas" 301). "El Centro Editor fue nuestro postgrado", remarca Graciela Montes (299); la 'escuelita' es la expresión utilizada por Graciela Cabal para describir esas enseñanzas que allí tenían lugar y que iban desde la escritura del libro hasta su venta (299). Hacia el 2003 Sarlo admitía: "puedo hacer Punto de vista 'de memoria' y no hay ningún imprentero que me pueda pasar en nada porque tengo un oficio que va desde que se me ocurre el libro hasta que lo pongo en la puerta de la distribuidora" (299). Ese oficio es el que aprendió en el Centro Editor.

Los textos que Sarlo pone a circular desde esa revista, cuya tirada reducida provocaba discusiones con Spivacow -una interlocución que ponía en la mira los propósitos y alcances del proyecto-, no circulaban entonces por Argentina. "Recuerdo que Jaime Rest nos había mencionado a Williams y a Hoggart", dice Sarlo mientras reconoce su deuda intelectual ("Entrevista"). Ese envío había orientado las compras de libros en el extranjero: las primeras, realizadas durante un viaje en 1979 al que le sigue otro en 1980 y luego, uno más en 1981.

Las reuniones en "esa oficina sin sillas" en la que funcionaba en sus inicios Punto de vista -"nos sentábamos sobre los paquetes de las revistas", rememora Sarlo ("Entrevista")- y los cursos privados que ofrecía a alumnos descontentos con la tendencia estilístico-estructural reinante entonces en la Universidad de Buenos Aires, son los hechos que destaca de esa formación que le permite, en 1984 -es decir, apenas restituida la democracia-, armar su cátedra universitaria.

En los primeros números de Punto de vista las discusiones sobre los aparatos categoriales del materialismo cultural ocupan igual espacio que las posiciones de Rama, Candido y Cornejo Polar y que la crítica sobre escritores poco conocidos pero apreciados por el Consejo de Dirección de la revista. Ya en el número 3 y bajo el título de "Punto de vista señala", se destaca una publicación de un entonces ignoto Juan José Saer que, además de escribir "a contramano" de las tendencias dominantes de la literatura argentina y de las más valoradas de la latinoamericana por aquellos años, retoma un "material narrativo poco vistoso: el interior" (18). Doble arremetida, desde la que Saer consolida su lugar en la discusión estética: como más tarde apuntará Raúl Beceyro, "con alguien subiendo una escalera de la planta baja al primer piso de una casa, Saer es capaz de hacer una novela" (28). Lo que en principio fue para algunos motivo de desatención, permitió en verdad librar batalla en la pelea estética: lejos del exotismo, Saer disputa su sitio desde la interrogación de la formas mismas del género y desde la torsión enunciativa que deja marcas sobre la lengua. Punto de vista lo advierte desde los primeros tiempos: esta nota sobre La mayor es una de las muestras.

Un año más tarde, María Teresa Gramuglio publica un ensayo, "Juan José Saer: el arte de narrar", que es necesario leer en cruce con la versión-artículo de las clases que en 1984 dicta en la cátedra de Sarlo y que reescribe bajo el título "El lugar de Saer" (Gramuglio, "Entrevista"). Gramuglio destaca de la narrativa de Saer su flexión doblemente incómoda y, por ello, singular: separándose de Jorge Luis Borges con sus míticas orillas y sus compadritos, se refiere a "una zona geográfica relativamente marginal y atrasada, semirrural" que reinventa desde "la apelación directa a procedimientos y temas emparentados con las formas más vivas y prestigiosas de la gran literatura europea y norteamericana contemporánea" ("El lugar" 298). Si es posible hablar de un 'atípico' o 'difícil' lugar de Saer, tal como lo hace Gramuglio, no es sino por esta deliberada ubicación que enfrenta la tipicidad disputando las tesis sobre lo que el arte y la literatura pueden: al modelo proustiano que opone tiempo perdido / tiempo recobrado, Saer opone la dramatización de la lucha im-posible por recuperarlo. Un atisbo, entonces, del tipo de operaciones que su obra ensaya mientras demanda una lectura atenta a su poética ("Juan José Saer" 3). Una lectura que, por fuera del grupo de Punto de vista, demorará, más allá del sitio que Saer tenía en otros grupos de estudio clandestinos -los dirigidos por Josefina Ludmer y por Nicolás Rosa (Dalmaroni "El largo camino")- y de la publicación de Cicatrices por las ediciones económicas del Centro Editor distribuidas por toda Argentina con el afán de crear un nuevo público lector y, por lo tanto, de intervenir el mercado (Cabal 318).

Casi treinta años después, en el último número de la revista, es decir, cuando Saer ya era Saer -o cuando Saer fue Saer más que nunca, dada esa urgencia de lectura que suele sobrevenir luego de la muerte de un escritor consagrado- y cuando Bourdieu, Williams y Hoggart eran nombres difundidos en las universidades de Argentina, Sarlo recuerda: "sólo en esta revista se escribió primero sobre Raymond Williams, Juan José Saer y, más tarde, Sebald" (1). Necesaria evocación en un ámbito propenso a borrar las herencias, a ocultar las deudas.

En 1979 Sarlo publica una larga entrevista a Williams y a Hoggart a la que anteceden observaciones en las que reconozco el germen de la investigación que desarrollo. Asombrada por las operaciones de importación de teorías en Argentina y en América Latina (por ejemplo, señala como una rareza que los argentinos leyeran a los formalistas rusos después del estructuralismo francés del que destaca su omnipresencia) y preocupada por sus consecuencias, avizora: "Algún día se escribirá esta historia de adopciones y préstamos" (Sarlo, "Raymond" 9).

Es inusual este interés conjunto por las derivas heurísticas, teóricas, epistemológicas, metodológicas, didácticas, políticas y estéticas de las operaciones del campo. El precio que paga por intervenir desde el mismo sostenido principio de extensión y divulgación será el desprecio de un amplio sector de la comunidad: Sarlo se vuelve, para ese reducto, excesivamente pedagógica. Para otros, el ensamble entre su vanguardismo y su vocación propedéutica, reconocible ya en aquella lejana entrevista a Williams y a Hoggart -atravesada por el intento de aclarar los conceptos que permiten leer los textos literarios reponiendo los vínculos de la literatura con la sociedad- y sostenido hasta en sus últimos trabajos (valga como ejemplo La pasión y la excepción en donde apela a la estrategia de reponer, en un apartado, su sofisticado aparato categorial que, nuevamente, introduce nombres entonces poco circulantes en Argentina como el de Georges Didi-Huberman), es un valor: ajena a los vaivenes de los gustos académicos e inmune a los prejuicios de los cenáculos, Sarlo entra y sale del claustro universitario y con cada movimiento, lo interroga, lo desacomoda y lo incomoda al hacer tambalear sus estructuras más anquilosadas.

Este enlace se advierte también en las preguntas que dominan su entrevista a Ángel Rama, Cornejo Polar y Antonio Candido: "La literatura de América Latina. Unidad y conflicto" es un muy buen título dada su síntesis de los núcleos de la conversación. No deja de sorprender que los problemas que entonces señala aún dominan buena parte del campo de la enseñanza universitaria y de la investigación literaria en Argentina: la marginalidad de la literatura de Brasil respecto de la del resto que se escribe desde América del Sur y la invisibilización de nuestras literaturas orales son cuestiones a atender.

Al sesgo, alerta respecto de la olvidada pregunta por las categorías imaginadas desde América Latina que permitirían reconocer, en nuestra llamada 'crítica', formas de la teoría. Opacada desde la etiqueta -digámoslo brevemente: se nos concede hacer 'crítica' pero no 'teoría'-, pero fortalecida con la práctica innegable del re-uso por los investigadores, se imponen hoy, entre otros, los conceptos de 'ciudad letrada' (Rama), 'transcreación' (De Campos); 'superregionalismo' (Candido), 'regionalismo no regionalista' (Sarlo); 'polémica' y 'discusión' (Panesi); 'globalización' y 'mundialización' (Ortiz); 'sujeto secundario' (Dalmaroni); 'crítica acéfala' (Antelo). Como irónicamente observará en el prólogo a la reedición de 1992 de El imperio de los sentimientos, publicado en 1985: "En 1985, casi no se escuchaba en ninguna parte la fórmula 'estudios culturales'. Si este libro saliera hoy por primera vez, casi todo el mundo lo llamaría un 'estudio cultural'" (12).

Nuestra tendencia no sólo a reconocer nuestra imagen a partir de la mirada que nos devuelve cierto sector de Europa y de América del Norte sino a re-rotular nuestro trabajo a partir de sus categorías es más que evidente y hace ostensible, en algunos puntos, nuestros hábitos colonializados. Ese libro, dedicado a novelas semanales de circulación masiva y de consumo extendido entre 1917 y 1925 en Buenos Aires, no casualmente está dedicado a otra compañera con la que también Sarlo se manifiesta en deuda intelectual ("Entrevista"): "A María Teresa Gramuglio y Susana Zanetti, amigas e interlocutoras".

La mirada sobre Argentina en el seno de Latinoamérica se reconoce en el intercambio sostenido y prolongado con Susana Zanetti que participa de las reuniones de "El Salón Literario", un grupo informal que en parte venía de la revista Los libros y que tiempo después crearía Punto de vista (Dalmaroni, "Iracundo" 109). Zanetti dirige la segunda versión de Capítulo. Historia de la literatura argentina del Centro Editor de América Latina -la primera, de 1968, había estado a cargo de Adolfo Prieto- y colabora en la revista de Sarlo: entre 1981 y 1985 publica una entrevista a Jean Franco; reconstrucciones sintéticas y agudas de los puntos salientes de las intervenciones de Ángel Rama y de Pedro Henríquez Ureña; una reseña de una antología, de un texto crítico de Ángel Rama -ambos sobre narrativa latinoamericana- y de las discusiones salientes de un coloquio realizado en octubre de 1983 en la Universidad de Campinas, en el que Ángel Rama, Antonio Candido, Beatriz Sarlo, Ana Pizarro y Jorge Schwartz, entre otros, analizaron cómo estudiar las literaturas de nuestras latitudes y cómo orientar las decisiones metodológicas previendo conjeturas sobre las derivas de cada posicionamiento.

La cátedra como "envío" y como laboratorio

Cuando Beatriz Sarlo reconstruye y caracteriza sus apuestas didácticas en la universidad argentina de la entonces flamante democracia, subraya la importancia de la puesta en circulación de los textos que la interpelaban: sus programas revelan una necesidad de compartir lecturas clandestinas que, finalmente, habían encontrado un canal institucional. "Mi formación se consolidó por esos cursos que había tenido que dar para sobrevivir, también económicamente, durante la dictadura", señala ("Entrevista").

Del programa de 1984 destaco tres elementos pertenecientes a distintos órdenes: la renovación teórica, las fundaciones literarias y las ideas condensadas que en años posteriores darán lugar a extensas fundamentaciones. Sarlo expone en clase las conjeturas que luego sus libros convierten en tesis. "Fueron años de enorme creatividad en las que, efectivamente, en las clases se testeaban todas las hipótesis", confirma ("Entrevista").

Los contenidos se organizan en tres núcleos centrales: "I. Problemas de la literatura argentina del siglo XX", "II. Formas narrativas y lengua poética: Juan José Saer" y "III. Un escritor argentino frente a los problemas del país y de su literatura". Teniendo en cuenta el recorte realizado en este artículo, destaco tres puntos, en consonancia con los anteriores: una organizada bibliografía básica -ligada a cada contenido- lleva de las lecturas de literatura a la problematización teórica. La inclusión de bibliografía propia es también una forma de envío a los textos cuya reposición se realiza en los teóricos. Me detengo, a modo de muestra, en Ensayos argentinos, firmado por Sarlo y Altamirano. Un libro que publica en 1983 el Centro Editor de América Latina y que en el programa se liga al punto I.2.: "Cuestiones institucionales: las revistas. Factores de modernización del sistema literario. La problemática de la lengua".

Ese libro se diseña sobre el concepto de "campo intelectual" de Pierre Bourdieu (autor introducido por Punto de vista que en su número 8 imprime el fragmento de un artículo más extenso que se traduce como "Los bienes simbólicos, la producción del valor"). En ese libro se lee: "A Boris Spivacow, nuestro editor, por el espacio que abrió y supo mantener, en los peores momentos, dentro de la cultura argentina" (Altamirano y Sarlo, Ensayos 10). Toda una historia podría escribirse tomando solamente las dedicatorias y los agradecimientos de los libros y de las publicaciones de este equipo de intelectuales: se ilumina allí una zona de las comunidades que explica cómo fue posible hacer el trabajo, los lazos, las resistencias. En el prólogo a la reedición de 1997 se cuenta que gracias al Centro Editor se tuvieron, durante la dictadura, los "medios mínimos para realizar una tarea intelectual que, en duras condiciones económicas y políticas, hubiera sido de otro modo casi imposible" (Altamirano y Sarlo, Ensayos 7). También allí se reconoce la red creada junto a otros intelectuales de América Latina que publicaban sus artículos en las revistas que dirigían: Antonio Cornejo Polar, Ángel Rama y Saúl Sosnowski. Estos nombres se mencionan juntos a otros, aborreciendo la costumbre de "admitir sólo las deudas intelectuales de ultramar", reconocen las contraídas con Tulio Halperin Donghi, Adolfo Prieto, David Viñas, Ángel Rama y Carlos Real de Azúa. Nombres que resuenan tanto en el programa que Sarlo arma en 1984 como en las publicaciones de mediados de los setenta y fines de los ochenta.

El segundo núcleo de contenidos gira sobre Héctor Álvarez Murena; el segundo focaliza una firma que el equipo de cátedra ayuda a consolidar: Juan José Saer. Veinticinco años después, Sarlo recuerda que Saer no era un clásico por aquellos años: "Saer era una de nuestras banderas estéticas; queríamos que los alumnos lo leyeran; queríamos compartir las experiencias estéticas que nos movilizaban" ("Entrevista"). Y agrega: "a las clases de María Teresa viajaba medio país". Esas clases y las de Sarlo, transcriptas y diseminadas en apuntes fotocopiados y vueltos a fotocopiar y a fotografiar, circularon y circulan por buena parte de Argentina. En 1984 la cátedra selecciona los textos que más tarde serán los más transitados por la crítica especializada en Saer: "Sombras sobre vidrio esmerilado", La mayor, El arte de narrar, Nadie nada nunca y El entenado.

Dejar marcas: enseñar

En el marco del II Workshop Internacional de Investigadores Jóvenes 'La gravitación de la memoria: testimonios literarios, sociales e institucionales de las dictaduras en el Cono Sur', organizado por The Swedish Foundation for International Cooperation in Research and Higher Education y la Universidad Nacional de Tucumán en abril de 2009, Rossana Nofal se pregunta "¿cómo salir del canon Sarlo?". Interesante cuestión por lo que revela, porque más allá de los desacuerdos o la fascinación que despiertan sus intervenciones ("ellos quieren que los lea Beatriz", frase sarcástica que emplea Martín Kohan para desnudar lo que se esconde detrás de muchas de las críticas más virulentas realizadas por escritores o por quienes pretenden serlo), es innegable su sello en la fundación, no sólo de un canon literario -a éste se refería Nofal cuando esgrimía su interrogante-, sino también de un canon teórico que atraviesa buena parte de las investigaciones que hoy se gestionan en Argentina, con la consiguiente adscripción a sus postulados heurísticos, metodológicos, epistemológicos y estéticos.

Ese trabajo que encuentra un camino estatal con el retorno de la democracia y que se había preparado en los años previos, deja sus estelas en los diferentes centros universitarios y en las agencias de investigación del país que, con ritmos singulares y bien disímiles -que esta investigación, en otras etapas, describirá-, van tomando y reinventando esta tradición.

Quienes nos formamos leyendo a destiempo los números de Punto de vista -agreguemos, en una época en la que el acceso a la información no estaba facilitado por la Web- y participando de los congresos armados por algunos de los discípulos de estos críticos-profesores -es decir, de Sarlo, Gramuglio y Zanetti, por nombrar a algunos de los citados en esta presentación-, encontramos en este trabajo de exhumación de viejos papeles -en particular, éstos que registran los ejes de sus intervenciones docentes- la posibilidad de reconstruir una historia que explica cómo se definieron tanto las líneas centrales de la crítica literaria que desde Argentina forma y consolida su literatura, como su aparato teórico-categorial de lectura. Esta trama se recompone también a partir de sus derivaciones en los otros niveles del sistema educativo argentino.

Este canon teórico y literario se teje en diálogo con la literatura, la teoría y la crítica que se escribía en el resto del mundo. Su punto nodal está en el modo en que promueve lecturas en términos de 'tradiciones' y de 'poder simbólico', de 'estructuras del sentir' y de 'campo intelectual', es decir, reponiendo lo censurado en los tiempos del llamado "Proceso de Reorganización Nacional", que pretendió aniquilar toda reflexión que atendiera al espacio sociocultural en el que el arte se produce y circula, mientras revela aspectos silenciados o apenas entrevistos por otros discursos.

Mientras promueve este posicionamiento sobre los objetos del campo, mientras Beatriz Sarlo lee, lo modela y, por lo tanto, le deja sus marcas, provoca transferencias, enseñanzas. Esas que los alumnos de letras que cursaban en la Universidad de Buenos Aires en 1984 vivían como una 'conquista' (Sarlo "Entrevista"), como la 'salvación académica' (López 193), como una "absoluta y descolocadora renovación intelectual" (Bombini). Traer a la memoria estas historias -estos relatos- es también re-escribir una parte de aquella guerra en la que Sarlo había dado batalla.

En 1984, en el primer número de la revista Espacios de crítica y producción editada por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, se publica la conferencia que diera en esa institución en noviembre de ese año en el ciclo "Los escritores, la producción y la crítica". Allí advierte Sarlo: "Los debates de la crítica argentina no pasan por la universidad" (9). La frase se inserta en una apretada reconstrucción histórica que señala un quiebre institucional en 1966. Allí se verifica un hiato, una detención en su dinámica que la confina a engendrar un discurso carente de relevancia tanto para la crítica como para el público. Añorando "los escándalos de la crítica" (Sarlo, "La crítica" 10) y atacando diferentes figuras del 'conformismo', su discurso describe, sin eufemismos ni utopismos ingenuos, la situación en la que emplaza su práctica. Y alerta mientras interpela al auditorio: "confío que no sea la situación en la cual ustedes experimenten la colocación del discurso futuro" (Sarlo, "La crítica" 11). Nuevamente se reiteran sus preocupaciones centrales entre las que sobresale el intento de crear un nuevo público lector: inquieto, ávido, díscolo, osado, atrevido, curioso. Un público a la medida de su propia posición. Vaya como cierre y como muestra, la polémica que allí trae, entre la fascinación y la melancolía, entre el envío y el mandato para lo por-venir:

    Extraño que nuestra crítica no sea escandalosa. En 1964 César Fernández Moreno publicó en Primera Plana una crítica de Sobre héroes y tumbas. Esa crítica produjo un escándalo, y al mismo tiempo es una buena crítica…. Durante semanas los lectores de Primera Plana escribieron tratando de que César Fernández Moreno fuera desterrado de la revista y del mundo porque se había atrevido a decir, razonadamente, que Sobre héroes y tumbas no era la mejor novela argentina. (Sarlo, "La crítica" 11)

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Fecha de recepción: 10 de enero de 2010
Fecha de aceptación: 29 de marzo de 2010
Fecha de modificación: 16 de abril de 2010