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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

versão impressa ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.3 no.6 Bogotá jul./dez. 2012

 

Maternidad y paranoia en el estado autoritario: leyendo a Eltit desde Schreber

Motherhood and Paranoia in the Authoritarian State: Reading Eltit through Schreber

Margarita Saona*
University of Illinois at Chicago

* Doctora en Literatura latinoamericana. Columbia University. New York, Estados Unidos


Resumen

Este ensayo explora el cuerpo materno en tanto símbolo que materializa las amenazas del autoritarismo. Dos textos disímiles, las memorias de Daniel Paul Schreber, que inspiraron algunos de los principales estudios sobre la paranoia, y la novela Los vigilantes de Diamela Eltit, construyen imágenes del cuerpo materno como respuestas paranoicas al advenimiento en un caso del fascismo y en el otro de un neoliberalismo que apenas enmascara el continuismo de un control dictatorial de los ciudadanos. La división del yo que para Julia Kristeva representa una parte fundamental de la experiencia materna se nos presenta en estos textos como el terreno apropiado para revelar y denunciar las perversiones de dos sociedades tentadas por el autoritarismo.

Palabras clave: Eltit, Schreber, autoritarismo, paranoia, cuerpo materno.


Abstract

The present article explores the maternal body as a symbol that materializes the threat of authoritarianism. Two very different texts, Daniel Paul Schreber memoir, which inspired some of the main studies on paranoia in the 20th century, and the novel The Custody of the Eyes by Diamela Eltit, present the maternal body as paranoid reactions to the advent of fascism, in the first case, and of a neoliberal regime that thinly veils the dictatorial control of the citizen, in the second one. The split of the ego that constitutes for Julia Kristeva a fundamental part of the maternal experience appears in these texts as the most appropriate medium to reveal and denounce the perversion of two societies under the influence of authoritarianism.

Key words: Eltit, Schreber, authoritarianism, paranoia, maternal body.


Durante el velorio del dictador chileno Augusto Pinochet en diciembre del 2006 un grupo de jóvenes hizo el tradicional saludo nazi junto al féretro y la foto fue difundida a nivel internacional1. La imagen de hombres y mujeres jóvenes usando ese gesto para honrar al responsable de incontables violaciones a los derechos humanos resulta no sólo espeluznante sino también reveladora: lo que descubre es que los símbolos que asociamos con la proliferación de campos de concentración y de exterminio a través de la Europa del siglo XX todavía seducen la imaginación de jóvenes latinoamericanos a principios del siglo XXI. Los seguidores de Pinochet que aparecen en la foto confirmaron para la opinión pública lo que sus opositores habían venido denunciando por mucho tiempo: que el régimen de Pinochet pretendió efectuar en Chile lo que el nazismo impuso en Alemania.

La comparación puede parecer exagerada y el saludo nazi de los jóvenes chilenos podría ser descartado como un gesto ridículo de un pequeño grupo de inadaptados. Sin embargo, los gestos nunca son simplemente gestos, sobre todo si consideramos que las subjetividades son performativas, se construyen en nuestros actos y, como nos lo recuerda Slavoj Žižek2, la fantasía es una categoría política y los rituales externos son la materialización de la ideología ("Fantasy"). Estos jóvenes chilenos pusieron en escena la fantasía de su pertenencia a una nación nazi. Tal vez sólo se trataba de una fantasía, pero sus brazos en alto siguen siendo testimonio del poder simbólico tanto de Pinochet como del nazismo. En el Chile de Pinochet, como en la Alemania de Hitler, la fachada de una nación unificada, moderna y próspera valía la exterminación de todos aquellos que no se ajustaran a la imagen que el régimen quería proyectar.

El siglo XX fue testigo de formas modernas de autoritarismo en distintos continentes. El saludo nazi es solamente un ejemplo que materializa el retorno de lo reprimido. Žižek nos recuerda que los símbolos materiales suelen expresar aquello que la sociedad pretende silenciar. El propósito de este ensayo es explorar el cuerpo materno en tanto símbolo que materializa las amenazas del autoritarismo. Dos textos disímiles: un manuscrito alemán de principios del siglo XX y una novela chilena de finales construyen imágenes del cuerpo materno como respuestas paranoicas al advenimiento de regímenes de control>3. La división del yo que para Julia Kristeva representa una parte fundamental de la experiencia materna (1977) se nos presenta en estos textos como el terreno apropiado para revelar y denunciar las perversiones de dos sociedades tentadas por el autoritarismo4. El documento alemán son las memorias de Daniel Paul Schreber, que inspiraron algunos de los principales estudios sobre la paranoia en el siglo XX5. Schreber fue el presidente del tribunal de la suprema corte de Sajonia y su padre había sido reconocido como uno de los mayores expertos en crianza infantil del siglo XIX. La novela chilena es Los vigilantes de Diamela Eltit, publicada en 1994, después de la salida de Pinochet del gobierno, y en un momento en el que el neoliberalismo económico primaba en Chile.

Mientras el texto alemán prefigura los sentimientos paranoicos que conducirían al régimen nazi, el texto chileno denuncia el autoritarismo escondido bajo la fachada liberal de la "economía de mercado", que supuestamente era uno de los mayores logros del gobierno de Pinochet. La transición a la democracia", como lo ha anotado Leonidas Morales, no fue más que el resultado de "una dictadura siniestra cuyo proyecto central fue precisamente articular el país al mercado y a la mercancía en su fase de globalización" (133). Pero la fachada democrática apenas conseguía disimular un totalitarismo tan feroz como el de la dictadura misma.

El texto de Schreber presenta, entre otras fantasías, una particularmente reveladora: el presidente del tribunal cree haber sido fecundado por Dios6. En el texto de Eltit vemos en cambio una relación madre-hijo que descubre el efecto de esta simbiosis en la subjetividad materna. En ambos casos la representación del cuerpo materno expone las contradicciones que surgen debido al contacto íntimo con el otro. Los textos materializan la forma como el embarazo y la maternidad activan la fantasía de ser habitado por otro, de tener al otro dentro. Un cuerpo que puede ser penetrado y preñado por otro se nos presenta como extremadamente suceptible a la noción de que la sociedad impone ciertas políticas sobre los cuerpos de los ciudadanos.

En su libro My Own Private Germany: Daniel Paul Schreber's Secret History of Modernity7 Eric Santner propone una lectura de la paranoia de Schreber que va más allá de atribuirla a la homosexualidad reprimida, como hace Freud, o al abuso sufrido a manos de su padre en la infancia, como hacen otros críticos. Santner permite interpretar los escritos de Schreber como síntoma de la enfermedad de la sociedad en la que vivió. Pero la lectura de Santner permite algo más, que el propio Santner no propone explícitamente: vincular esa paranoia a una lectura de las fantasías de maternidad de Schreber. Santner ve en Schreber a un hombre torturado que fantasea con ser fecundado por Dios como la respuesta al advenimiento del fascismo. En esta lectura, la locura de Schreber manifiesta la crisis que Alemania experimentaba a fines del siglo XIX y principios del XX. Para Santner las reformas judiciales y las transformaciones del sistema legal producidas por la unificación alemana habían desestabilizado el sistema legal y despertado una serie de preguntas acerca de la relevancia de la autoridad y de la ley. Esa ansiedad produjo, según Santner, sentimientos de vacío y alienación, pero también la sensación de que la distancia entre el yo y los otros se había perdido, y en el caso de Schreber, el temor de que los otros pudieran a llegar a controlar incluso las partes más íntimas del ser (XII). Santner identifica esa aversión a la cercanía de otros como parte no sólo del nazismo, sino también de otras formas modernas y posmodernas de absolutismo.

Santner cree que Schreber encarna y textualiza la crisis de los sistemas de autoridad alemanes, porque las sexualidades e identidades de género "aberrantes" tienden a cuestionar el ámbito de la autoridad simbólica (17). Pero lo que Santner no explicita es que la naturaleza "aberrante" de la sexualidad de Schreber no expresa únicamente el miedo a la castración comúnmente asociado con la masculinidad, sino también miedos que se expresan a través de la imagen del cuerpo femenino embarazado. Las fantasías de Schreber incluyen la de su cuerpo transformado en mujer siendo penetrado por los rayos de Dios que quiere inseminar una nueva raza humana, y de quien Schreber no puede resguardar aun sus partes más íntimas. Estas fantasías aparecen acompañadas por sensaciones de jouissance, del placer que Schreber asume debe sentir una mujer que abandona su cuerpo al poder de otro. Y sin embargo las fantasías también están acompañadas de un terror a la pérdida del yo. En la lectura de Santner esas fantasías constituyen una forma de resistencia al impulso totalitario predominante en la Alemania de principios del siglo XX, precisamente porque explicitaban los sentimientos de paranoia implícitos en el autoritarismo, pues revelaban la imagen invertida de la masculinidad intacta que el autoritarismo normalmente intenta presentar.

Santner, aparentemente sin proponérselo, sugiere una perspectiva de lo materno que coincide con las formulaciones de Julia Kristeva acerca de las conexiones entre maternidad, paranoia y disidencia. Cuando Schreber fantasea con su propio cuerpo convertido en un cuerpo femenino abierto y expuesto, o cuando se ve como "el judío errante castrado", expresa -en el estudio de Santner- los síntomas de la obsesión germánica con una raza aria viril. Cuando Santner conecta los desvaríos de Schreber, su discurso psicótico en las Memorias con las tensiones culturales y políticas de su tiempo, nos conduce directamente a los planteamientos de Kristeva. Santner sostiene que la fragmentación de la subjetividad que Schreber experimenta es, simultáneamente, un síntoma de las tensiones sociales del período y una forma de resistencia a estas tensiones. Ese vínculo entre la fragmentación del yo y la disidencia social del sujeto es precisamente lo que Kristeva encuentra en la experiencia del cuerpo materno: el cuerpo abierto y la subjetividad amenazada por la cercanía del otro son precisamente las condiciones que le dan a la mujer que ha pasado por el embarazo la posibilidad de una ética diferente, de una ética que extienda el yo hacia el otro8. A través de la lectura de Santner se descubre en Schreber tanto a la mater dolorosa como a la mater gaudiosa, la madre atormentada y a la que goza, la madre que escribe con un cuerpo de mujer que cuestiona al mismo tiempo la paternidad y la patria en un momento histórico específico.

Soy consciente de que es peligroso conectar maternidad y locura y que esa conexión se ha utilizado muchas veces para invalidar la experiencia materna. Sin embargo, en la obra de Diamela Eltit la "locura" aparece con frecuencia como un estado vinculado a lo materno y que cuestiona los límites de la subjetividad, que es particularmente sensible a las amenazas al yo implícitas en el autoritarismo y que genera formas del discurso que desafían la racionalidad. Numerosos críticos de Eltit han notado la centralidad de lo materno y del discurso de la locura en su obra. Mary Green, por ejemplo, sostiene que Eltit usa los discursos oficiales acerca de la maternidad como un sustento material y simbólico para la opresión de las mujeres. Mary Louise Pratt ve en el discurso de la alienación femenina desplegado por Eltit una forma de apropiarse y subvertir el propio lenguaje del gobierno de Pinochet, que desde el principio de su dictadura quiso cooptar a las mujeres como parte de su plan de gobierno (151). En este ensayo quiero enfatizar la especificidad de ciertas formas de locura que aparecen en las madres de Eltit -como por ejemplo la paranoia generada por el totalitarismo- que pueden encarnarse en la experiencia del embarazo, el parto y la crianza de los niños. Esta es la vivencia extrema de lo materno que Kristeva teoriza y que encontramos en la obra de Diamela Eltit. Nada más lejos de mi intención que presentar una enfermedad mental como la paranoia, como si fuera un instrumento de liberación. Mis reflexiones se proponen iluminar la manera como los textos de Eltit -escritora de ficción- y de Schreber -un enfermo mental que da su testimonio- usan el miedo materno como respuesta al autoritarismo. La lectura de Santner descubre la paranoia de Schreber como síntoma de una crisis política. Eltit usa la tortuosa relación entre una madre y su hijo para denunciar el vigilantismo que se esconde bajo la fachada neoliberal. Tanto Eltit como Schreber presentan la imagen de un cuerpo materno como un terreno susceptible a los terrores que una situación política esconde. Los sentimientos paranoicos -supuestamente fruto de la locura y el delirio- revelan la amenaza tremendamente real del autoritarismo. Esta yuxtaposición de textos disímiles permite dos cosas: por un lado, señala el continuismo que presenta la tendencia autoritaria, desde el advenimiento del nazismo en Alemania hasta el momento neoliberal. Como bien nota Idelber Avelar, Los vigilantes es un texto emblemático de la posdictadura: ya no hay el sueño de vencer al dictador, sino apenas la angustia por la supervivencia ante la privatización consumista (185). Por otro lado, revela el hecho de que ese autoritarismo se muestra como una fuerza inescapable en la paranoia materna.

En "Une nouveau type d'intellectuel: le dissident" Julia Kristeva sugiere que las mujeres en general, pero sobre todo las madres, tienen acceso a una posición privilegiada de disidencia. El tipo de disidencia del que habla Kristeva cuestiona los sistemas de seguridad de la sociedad tales como la familia, la nación, el Estado, el partido y sus formas de discurso. Según Kristeva, la madre accede a una forma normalizada de psicosis durante el embarazo, ya que éste constituye una escisión del yo, una puesta a prueba de sus límites. Desde esa posición de alienación las madres acceden a un espacio heterogéneo enre la naturaleza y la cultura, la singularidad y la ética, el yo y el otro. En un exilio forzado del discurso racional las madres pueden convertirse en las mayores defensoras del orden social o pueden por el contrario experimentar una alteridad radical, la disociación de la subjetividad en la propia piel. Al tener la reproducción de la especie en sus manos las mujeres pueden garantizar la perpetuación de la sociedad o ser una amenaza absoluta para su viabilidad.

En el ensayo que dedica específicamente a la maternidad, "Stabat Mater", Kristeva examina el culto a la Virgen María como la manera como Occidente ha negociado el aspecto más complejo de la experiencia femenina: el abandono de la noción de unidad e individualidad, la aceptación del otro, la apertura hacia la comunidad y la ética (30-49). La reproducción deviene una forma de participación en la eternidad y por ello justifica el autosacrificio. Por un lado, esa experiencia puede transformase en delirios de grandeza: yo engendré al Salvador, yo soy la madre de Dios. Por otro, esa misma experiencia puede negar el yo: mi único papel es el de perpetuar la especie a través de mi hijo. Kristeva sugiere que las madres pueden ser cooptadas por el poder totalitario y en su deseo de proteger a sus hijos pueden adoptar la más conservadora defensa del statu quo. Pero el amor al otro como parte del yo puede ser una experiencia extremadamente poderosa: más allá de la duda cartesiana que sólo puede afirmar la propia existencia, la madre experimenta al otro como parte de su propio ser. Los límites entre el yo y el otro se borran y la noción de individualidad se ve cuestionada. La experiencia puede ser aterradora tanto para la madre como para el hijo: para la criatura, el yo es vulnerable a la invasión de la madre sobreprotectora; desde el punto de vista de la madre, el embarazo le revela que el propio cuerpo es suceptible de ser ocupado por otro. Sin embargo, en el argumento de Kristeva ese borramiento de la individualidad es el refugio al que acudimos ante la crisis del orden simbólico en los momentos de enfermedad, pasión y agonía.

La maternidad cuestionaría entonces el orden simbólico asociado con la Ley del Padre: ¿cómo puede el sujeto configurarse a través del lenguaje y de la ley si la subjetividad misma pierde sus límites cuando la maternidad se define como el umbral entre el yo y el Otro? Para Kristeva emerge un discurso materno desde el margen que, sin embargo, es capaz de revelar los males sociales, las fisuras del discurso simbólico patriarcal. En "Lo Vreal", Kristeva vuelve a la idea de un discurso materno que se acerca al discurso psicótico, al discurso paranoico y al rechazo del Nombre del Padre, esencial en los procesos paranoicos. Esto es lo que Santner encuentra en Schreber: un discurso que surge de una subjetividad fragmentada en la que las fantasías de castración, feminización e inseminación divina son parte central no sólo de su escritura delirante, sino que constituyen una forma de resistencia al autoritarismo que parece ser la única respuesta que la sociedad le encuentra a la crisis de autoridad. Santner enfatiza el hecho de que la percepción de Schreber de la feminización de su cuerpo y la forma como su discurso desafía la racionalidad constituyen, desde una serie de identificaciones aberrantes, una resistencia al impulso autoritario. Lo que me interesa resaltar es que el cuerpo de hombre que había pertenecido a una élite política es no sólo feminizado en esas fantasías, sino preñado, abierto a la inseminación.

Desde las teorías de Kristeva, la lectura que hace Santner de Schreber constituye un hipertexto para analizar Los vigilantes de Diamela Eltit: nos abre enlaces y ventanas para una perspectiva multidimensional del cuerpo materno, la paranoia y la crisis de los sistemas sociales. Para Eltit, como para Kristeva, el discurso materno es el discurso de la locura, y el discurso de la locura, es, como el de Schreber para Santner, aquel que revela los síntomas de la corrupción del espacio social.

En otros textos Eltit ya había explorado la relación entre el discurso de la locura y el imaginario nacional. En El padre mío recoge el testimonio9 paranoico de un vagabundo y en su introducción escribe:

Es Chile, pensé. Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas de muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. Es una honda crisis del lenguaje, una infección en la memoria, una desarticulación de todas las ideologías. Es una pena, pensé. Es Chile, pensé. (17)

En El infarto del alma, Eltit escribe acerca de las fotografías tomadas por Paz Errázuris en el asilo de Putaendo en el que los pacientes "se negaron a cualquier negociación social como no fuera la visicitud ilegal del asalto o la conmoción trágica de la derrota" (s.p.). Para Eltit los enfermos mentales son disidentes cuya sola existencia denuncia la corrupción del sistema. En otra parte del mismo texto Eltit se pregunta si los pacientes del asilo "se perdieron acaso en la locura del cuerpo de la madre"10. La locura es el espacio en el que los límites de la subjetividad se disuelven. La maternidad es el lugar más obvio para esta desintegración del yo y por lo tanto el discurso materno es el que más claramente encarna la descomposición social.

En muchos de sus trabajos Eltit explora el tema de la locura como la somatización del malestar social y la imagen de la maternidad como alienación y a la vez cuestiona las estructuras patriarcales como pilares de la nación. Sin embargo, es en Los vigilantes donde el vínculo entre maternidad y paranoia se revela explícitamente como síntoma del deterioro del espacio social. La madre de Los vigilantes confronta al lector con la imagen de la política neoliberal chilena, en la que el comportamiento del sujeto está bajo vigilancia constante. La protagonista de la novela experimenta en carne propia el vigilantismo anunciado en el título, pero además lo experimenta en tanto madre: el escrutinio de su comportamiento tiene que ver con su relación con su hijo, con la necesidad de controlar su sexualidad y con la demarcación de su mundo entre el espacio doméstico, el adentro y un afuera amenazador, la calle. La novela se rehúsa a diagnosticar al personaje, de manera que lo que podría parecer un delirio paranoico se convierte en una denuncia política en la que la condición materna se presenta como el terreno en el que el totalitarismo invade el ámbito privado bajo una apariencia liberal. Es imposible determinar si la madre es paranoica o si realmente está siendo amenazada, pues aunque sus escritos parecen delirantes, no tenemos otra perspectiva que la suya y la de su hijo, aún más delirante e incoherente. Puede que ella esté loca, pero puede que realmente sea perseguida por el padre del niño, jueces, abogados, vecinos, etc. No hay un "narrador fidedigno" que ofrezca una mirada esclarecedora. El sujeto disociado de lo social y de sí mismo se muestra en Los vigilantes a través del estado de sitio que parece rodear a la madre. En la primera línea de la novela su hijo declara: "Mamá escribe. Mamá es la única que escribe" (13). Y, sin embargo, inmediatamente el sujeto que ha sido definido por su escritura se disuelve en la simbiosis madre/hijo que destruye incluso la noción de cuerpos distintos:

Mamá y yo nos compartimos en toda la extensión de la casa.... Tranquila. Mamá no está tranquila, lo noto en su pantorrilla engranujada. Tiene muchos pedacitos de piel desordenados ... Subiré como una larva por la vasija. Pero la vasija se convierte en una pantorrilla ... Mi lengua es tan difícil que no impide que se me caiga la baba y mancho de baba la vasija que ahora se ha convertido en una pantorrilla y quizás así se me pegue un poquito de musculatura. (13)

La voz del hijo ocupa la primera y la última parte de la novela, subtituladas con onomatopeyas, "BAAAM" y "BRRR", y son más breves que la parte central, "Amanecer", formada por cartas que la madre escribe y que parecen estar dirigidas al padre de su hijo. El discurso del hijo simula lo inconcebible: un lenguaje presimbólico, una "lengua tan difícil" que desafía los principios de la Ley del Padre, en la que los significantes son activados junto con significados opuestos y donde no se llega a constituir un sujeto. Es imposible definir la identidad del hijo. Ni siquiera su edad es clara: a veces es un infante, a veces parece ser apenas un embrión, a veces un niño en edad escolar. Sus necesidades y aversiones no se distinguen del cuerpo materno y su propio cuerpo parece crear un continuo con éste y con los objetos con los que se entretiene.

Desde el principio la casa se establece como el espacio privado de la díada madre/hijo, pero la madre escapa, desde la perspectiva del hijo, del alcance de la relación simbiótica: "Ahora mamá está inclinada escribiendo. Inclinada, mamá se empieza a fundir con la página. A fundir ... Mamá tiene la espalda torcida por sus páginas. Por sus páginas. Las palabras que escribe la tuercen y la mortifican. Yo quiero ser la única letra de mamá" (16-17). Mary Green en su obra antes citada ve en la tensión con la escritura de la madre un distanciamiento de la función materna para someterse a la Ley del Padre dándole explicaciones en sus cartas (129). Pero la madre en tanto madre no puede apartarse de su hijo en su escritura e incluso estos fragmentos en la voz del hijo son escritos por la madre: "Me lee los pensamientos y los escribe a su manera" (Los vigilantes 17).

La paranoia, según Santner, surge de la ansiedad producida por la falta de distancia respecto del otro, del miedo de que una presencia obscena y malévola tome posesión de las partes más íntimas del ser (XXI). La simbiosis madre/hijo presentada por Eltit encarna esa ansiedad; estos dos seres están tan únidos que no pueden dejar de hacerse daño y aun así se resisten a separarse: "Quiero morderla con los pocos dientes que tengo, pero ella no lo sabe. Quiero morderla para que me pegue en mi cabeza de TON TON TON to tonto y deje esa página. Esa página" (16). La descripción de las interacciones entre madre e hijo pueden ser brutales, pero la existencia de esa relación tortuosa se vincula no sólo a la escritura de la madre, sino a una amenaza que acecha la casa desde fuera.

La madre escribe cartas supuestamente dirigidas al padre de su hijo. Parece estar respondiendo a cartas que él le manda, pero los lectores no tienen acceso a éstas. El hecho de que el destinatario de las cartas esté ausente es un requisito de la novela epistolar. En su artículo sobre la novela de Eltit, "Extraños consorcios: cartas, mujeres y silencios", Nora Domínguez sostiene que

la correspondecia como intercambio y conjunto de cartas, en la medida en que establece un diálogo imaginado y siempre diferido en ausencia de uno de los interlocutores, promueve al mismo tiempo una reconstrucción imaginaria del Otro a quien se escribe en relación con el tiempo, espacio y condiciones de la escritura. (38)

Independientemente de la existencia real de las cartas del padre, el hecho de que como lectores sólo tengamos acceso a las cartas de la madre enfatizan el efecto de la escritura en ausencia, una escritura dirigida a un interlocutor que es creado o recreado como un mero efecto de la escritura unilateral. El padre, conocido para los lectores únicamente a través de las cartas de la madre, es en términos de la novela una reconstrucción imaginaria del otro y parece haber montado todo un sistema de vigilancia para controlar a la madre. El discurso de la madre, siempre al borde de la manía de persecución, argumenta en contra de acusaciones que los lectores no ven. Pero, independientemente de si las acusaciones y el acoso se producen o no, éstas han sido ya internalizadas, son parte de la madre. El que no tengamos acceso al padre como un personaje lo hace incluso más omnipresente en términos simbólicos. El nombre del padre se convierte en una presencia inquisitorial en la conciencia de la madre y ella la percibe como parte de una conspiración que busca controlar sus acciones a través de todos los que la rodean: la abuela de su hijo, los vecinos, el hijo mismo que entorpece su escritura e incluso los hombres y mujeres desamparados que ella rescata de una muerte inminente al recogerlos en su casa durante el crudo invierno.

La interiorización de una presencia que destruye las barreras que el yo levanta para su protección es típica de la paranoia. En el caso de Schreber el delirio de un Dios que controla y penetra su cuerpo y el de un batallón de almas que invaden sus nervios han sido explicados a través de los abusos sufridos por Schreber, primero a manos de su padre, que lo sometía a métodos "pedagógicos" que eran verdaderas formas de tortura, y luego a manos del control científico institucional. En los delirios de Schreber la figura de uno de sus médicos, el doctor Paul Flechsig, se convierte en una de esas encarnaciones del abuso de poder (77). El texto de Schreber presenta una situación paradójica: usa su conocimiento de jurista para apelar a la suprema corte para que revoque el veredicto que lo declara incompetente. Apela a la autoridad esperando que la propia autoridad se declare irrelevante con respecto a la salud física y mental de los ciudadanos. En un período marcado por guerras culturales y por reformas que trataban de unificar el código civil del país, en momentos en que los procesos de modernización estaban cuestionando las concepciones establecidas de identidad nacional e identidad sexual, Schreber encarna los miedos del sistema social (la homofobia y el antisemitismo) desde adentro, al borrar los límites del yo y transformar la imagen de su cuerpo en la de una mujer o en la del "judío errante".

Las formas de paranoia que encontramos en el trabajo de Eltit también capturan manifestaciones del poder en un momento político muy específico, interiorizadas por un sujeto que actúa como una antena que capta la corrupción del sistema social. Cuando Eltit transcribe el discurso delirante de un vagabundo en El Padre Mío, la imagen omnipresente del poder patriarcal se hace evidente. En la mente de este hombre, El Padre Mío es un ser que controla la política, la economía e incluso su enfermedad: "El mismo señor Pinochet es el señor Colvin, es el mismo jugador William Marín de Audax Italiano, el mismo. El es el señor Colvin, el señor Luengo, el rey Jorge, uno de ellos, el retirado, ya que ustedes lo vieron con bote en el Hospital psiquiatrico" (29).

Los vigilantes fue publicado cinco años después de que Pinochet dejó el gobierno, en un momento en que el retorno chileno a la democracia venía cargado de un discurso que favorecía el neoliberalismo económico y que no buscaba condenar a los culpables de los horrores perpetrados durante la dictadura de Pinochet. La necesidad de "mirar hacia adelante", de concentrarse en el progreso económico del país y en proyectar una imagen de modernidad era la actitud que dominaba el ambiente político. Aquellos que no compartían esa actitud conciliatoria eran vistos con suspicacia. En ese contexto, Eltit publicó una novela en torno al discurso paranoico de una madre. La imagen convencional de la madre es central para la idea de una familia y una nación unificada. Pero la madre paranoica de Los vigilantes demuestra que la aparente reconciliación de la nación después de la dictadura seguía siendo una forma de coerción, chantajeando a los ciudadanos para que se sometan al neoliberalismo o que se resignen a ser marginales a la sociedad.

Como lo revela el título, Los vigilantes trata de una sociedad en la que los ciudadanos son ojos y oídos de la Ley, una sociedad paranoica que genera paranoia. La sospecha está institucionalizada e incorporada a la vida cotidiana. Si nuestros vecinos, los más próximos a nosotros, nos vigilan, la sensación de que llevamos al Otro dentro, de que nos persiguen, de que juzgan todos nuestros actos, es perfectamente comprensible. La sensación de persecución, de ser vigilado, se convierten en parte del propio ser. El hecho de que el sujeto de la novela de Eltit sea una madre es significativo en varios sentidos: por un lado, la maternidad misma implica una invasión de los límites del ser en la relación madre-hijo, tal como lo plantea Kristeva; y por otro lado, la maternidad ha sido largamente vista como sospechosa. La máxima latina "Mater est certissima. Pater semper incertus est", asume que desde el momento mismo de la concepción la madre es capaz de engaño. La madre podía haber sido infiel y el padre -hasta el reciente desarrollo de tecnología genética sofisticada- no tenía manera de comprobar su paternidad. El sistema patriarcal no confía en las madres y por lo tanto las madres deben ser vigiladas. Además, el tener a la madre como protagonista, la novela permite insertar el sistema paranoico en el espacio doméstico, el espacio supuestamente sagrado, el puerto seguro en el que las mujeres crían a los niños. Esta novela muestra que el espacio doméstico es permeable a la intrusión de la sociedad vigilante, tanto como lo es al frío que se cuela por los intersticios de la casa (Los vigilantes 26).

En el primer capítulo, "BAAM", nos encontramos con una serie de elementos que introducen la paranoia en el texto: a) la relación simbiótica madre-hijo; b) el hecho de que la escritura de la madre es vigilada por el hijo; c) el espacio doméstico que se presenta como acuartelado frente a un exterior inhóspito y amenazante:

Mamá queda con el estado malo cuando ve cómo el hambre inunda las calles ... y a su cabeza entran las más peligrosas decisiones ... Entra a la casa y deja en sus páginas la vergüenza que le provoca la salida. Caemos contra la pared ... observo cómo mamá va a buscar un beneficio en sus páginas para olvidar el hambre de las calles. (21)

Madre e hijo se refugian en la casa para escapar del acoso exterior: la escuela que rechaza al hijo, el hambre, el frío. Sin embargo, la forma como ocupan el espacio privado los hace todavía más sospechosos para quienes los juzgan y la madre trata de defenderse: "El que tu hijo no asista a la escuela no augura que habitemos de manera indecorosa ... ¿Qué es lo que en realidad temes? ¿Qué mal podría amenazar a quienes viven encerrados entre cuatro paredes?" (30-31). La madre rechaza supuestas acusaciones a una conducta sexual impropia, pero no sabemos quién la acusa. Las defensas que la madre esgrime sugieren que se le acusa de mantener relaciones incestuosas con su hijo o de exponerlo a relaciones sexuales inapropiadas que ella mantiene con otros y que afectarían la moral de su hijo (73). Sin embargo, la vigilancia supera las normas de la conducta sexual e involucra todos sus actos: los modales a la hora de comer, la ropa que el niño usa, sus sueños (72).

La vigilancia acosa desde el exterior y permea el interior de la casa: desde la relación con el hijo, armoniosa a veces pero casi siempre perturbadora, hasta el complot ciudadano que amenaza con eliminar cualquier comportamiento que no sea conforme con lo que la protagonista llama "Occidente":

Siento que los vecinos quieren representar una obra teatral en la cual el rol del enemigo es adjudicado a los habitantes que no se someten a la extrema rigidez de sus ordenanzas.

Los vecinos sostienen que la ciudad necesita de una ayuda urgente para poner en orden la iniquidad que la recorre ... Sé que ya estás enterado de que lo que pretenden los vecinos es gobernar sin trabas, oprimir sin límites, dicatminar sin cautela, castigar sin tregua. (41)

Acosada por el padre de su hijo, condenada por ofrecer asilo a los desamparados y por supuestamente llevar un estilo de vida que desafía el orden de la ciudad, la madre es amenazada con aquello que la hace vulnerable como madre: separarla de su hijo. Bajo estas amenazas, está a punto de claudicar:

Ya ves que la ropa de tu hijo que molestaba a tu madre fue quemada en su presencia. Ahora ella y yo terminamos de acordar los alimentos que debe o no consumir tu hijo ... dime pues que no harás efectiva tu amenaza, si lo afirmas, haré de mí la figura occidental que siempre has deseado. Seré otra, otra, otra. Seré otra. (85)

Pero incluso cuando está a punto de ceder y aceptar el orden que le imponen los vigilantes, la protagonista sigue cuestionando su autoridad: "¿Qué juicio va a ser éste que no veo a mis acusadores? Esta noche me pregunto: ¿Quién es en realidad el destinatario de mis cartas? Extrañada me digo: ¿Qué cargo ocupas ...?" (105). La realidad, el orden, el "Occidente secundario" e incluso su propia escritura son puestas en tela de juicio:

Sólo quiero declarar ahora que jamás te escribí cartas. Simplemente escribí para ver cómo fracasaban mis palabras. Tú y los vecinos se fueron apoderando de una gran cantidad de bienes abstractos. Se hicieron dueños de los peores intrumentos. Consiguieron un uniforme, un arma, un garrote, un territorio. Lo consiguieron inundando la ciudad con una infinidad de lemas banales: "el orden contra la indisciplina", "la lealtad frente a la traición", "la modernidad frente a la barbarie", "el trabajo frente a la pereza", "la salud frente a la enfermedad", "la castidad frente a la lujuria", "el bien". Lo dijeron, lo vociferaron. Mintieron sin contemplaciones cuando hicieron circular maliciosamente la última consigna: "Occidente puede estar al alcance de tu mano". (110)

La madre desafía a sus acusadores, cuestiona el sistema que la juzga y revela las inconsistencias y la hipocresía del orden neoliberal que esconde, bajo su simulada apertura, la misma intolerancia que caracterizaba a la dictadura. La promesa del consumo "al alcance de tu mano" viene con el yugo de los "valores" impuestos. La madre, cuya cercanía con el hijo sensibiliza y la acerca a un tipo de relación distinto entre el yo y el otro, rechaza obedecer las leyes de los vecinos que sólo piensan en incrementar los bienes materiales que acumulan en sus casas (40) y que persiguen a los desamparados porque "no quieren pertenecer a un territorio devaluado" (41). Al recibir a los desamparados, alimentarlos, bañarlos, la madre desempeña el tipo de cuidado que las madres normalmente les deparan a sus hijos. La forma como la madre de la novela habla del cuerpo revela que éste ha sido torturado y fragmentado por el acoso de los otros: "Mi mano escribe hoy aterida como si tuviera la obligación de dar cuenta de una implacable persecución callejera en donde los cuerpos son dispersaods entre la violencia de los golpes que los sangran y los desvaneces" (102). Sin embargo, su experiencia de los límites del cuerpo que se funden con los del cuerpo de otro evoca la quemadera como ciertas corrientes feministas han definido la diferencia del cuerpo femenino como un cuerpo plural, múltiple y abierto11:

Soñé que mi lengua condenada a la humedad se tocaba con otras (esto ocurría en la ciudad, en una de sus áreas más desahabitadas). Recibí entre mis labios una piel que generosamente me ofrecía su irregular superficie... Durante el sueño pude valorar la belleza del contacto al reconocer, por fin, mi cuerpo en un cuerpo diverso y comprendí entonces cuál es el sentido exacto de cada una de mis partes y cómo mis partes claman por un trato distinto. (81)

Esa cercanía la transforma, por un lado, en una antena que registra con extremada fidelidad los mecanismos de la represión. La presencia de los que la acosan amenaza la integridad de su yo de una manera para ella insoslayable. Pero por otro lado, esa misma sensibilidad la predispone a un tipo de contacto condenado por el orden patriarcal. La sexualidad de la madre, por ejemplo, es como mencionamos siempre sospechosa, porque no se conforma a los patrones de ese orden y porque cuestiona los principios mismos sobre los que se erige la identidad fálica: Pater semper incertus est. La madre declara que el padre de su hijo, con sus acusaciones, quiere hacer de ella "la imagen de una mujer que miente" (32). Pero para el sistema patriarcal la sexualidad materna siempre es la de "una mujer que miente", o por lo menos la de una mujer que podría mentir y ese mero hecho levanta preguntas acerca de la legitimidad de la paternidad12.

Tanto por su sexualidad como por la relación que mantiene con su hijo y tal vez con otros, la madre constituye la mayor amenaza al orden fálico. El acoso que sufre la lleva a rechazar la orden del padre y se refugia en la unión con su hijo: "Saldré indemne de este juicio visioso. En realidad tú no eres, sólo ocupas un lugar abstracto [...] Tu hijo y yo aún conservamos intacto el esplendor del asombro, el temblor que sucita la ira, todo nuestro rencor ante la iniquidad. Juntos llegaremos, más tarde o más temprano, a habitar para siempre el centro móvil de la belleza" (110). La escritura que al principio define la subjetividad de la madre, que intenta refutar los argumentos que la acusan, termina por abandonar el territorio de la razón. Deshacerse de la racionalidad parece ser la única forma de escapar a la vigilancia del sistema. Sin embargo, en ese proceso de escritura ha confrontado el modelo de familia patriarcal y la autoridad paterna y al mismo tiempo ha desmantelado los mecanismos de coersión del ordern neoliberal. La madre en Eltit cuestiona el orden social construido sobre la base de la familia patriarcal y sobre las supuestas virtudes cívicas y morales que ésta promueve. Su discurso paranoide revela la persecusión del yo a manos de autoridades cuya investidura es cuestionada, pero al mismo tiempo presenta la permeabilidad a los otros que la experiencia materna supone. El lenguaje de la madre se transforma en Eltit en una alternativa al sistema que vincula al sujeto a la Ley del Padre y a un orden neoliberal en un "Occidente secundario", y ofrece una forma de supervivencia en los márgenes de la ley. El discurso de la madre ficcional de Eltit se convierte en algo que, desde la perspectiva de Kristeva, podría ser una forma de escapar de la tentación paranoide, difuminándola en el cuerpo social para evitar sucumbir a sus presiones.

Este discurso materno como una forma de resistencia nos lleva a recordar el paralelismo con la lectura que Eric Santner hace de Schreber. El trabajo de Santner se sostiene sobre la creencia de que una cultura paranoica es un síntoma de la amenaza del fascismo bajo alguna de sus formas (XIV). Cuando Schreber fantasea con transformar su cuerpo en un cuerpo femenino abyecto, lo que hace es asumir en sí mismo el retorno de lo reprimido. La fractura de su subjetividad se convierte, según Santner, en un proceso por el cual se elabora la misma tentación totalitaria que muchos alemanes después de Schreber fueron incapaces de resistir (Santner 18). La escritura de Eltit, como el texto de Shreber, encarna un cuerpo materno permeable, abierto, roto, para desde esa misma vulnerabilidad, enfrentar el totalitarismo de un nuevo orden. En el caso de Eltit, este nuevo orden es el de la economía neoliberal y la globalización tan celebrada por la clase gobernante chilena del final del siglo XX, que apenas enmascaraba el fascismo revelado por los jóvenes seguidores de Pinochet con los brazos alzados en una declarada performance de sus lealtades.


NOTAS

1 Véase: http://www.elmundo.es/albumes/2006/12/11/velatorio_pinochet/index_6.html.

2 Žižek explora a profundidad estas ideas en "How Did Marx Invent the Symptom?" y en "Fantasy as a Political Category".

3 La manera como Gilles Deleuze explica el pasaje de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control puede iluminar el proceso por el cual el fascismo alemán se traduce en la dictadura chilena y la propia dictadura en un régimen neoliberal en los que el control se sigue ejeciendo férreamente sobre los ciudadanos ("Postscript").

4 Los trabajos de Julia Kristeva que informan este ensayo fueron publicados originalmente en 1977 en Tel Quel n.º 74: "Un nouveau type d'intellectuel: le dissident" y "Héréthique de l'amour", luego traducido como "Stabat Matter". Ambos ensayos fueron recogidos en el Kristeva Reader editado por Toril Moi. También he tomado en cuenta sus ideas sobre lenguaje y locura expresadas en "Lo Vreal".

5 El original fue publicado en 1903 como Denkwürdigkeiten eines Nervenkranken. Leipzig: O. Mutze, 1903. La edición consultada para este trabajo fue la edición norteamericana del año 2000.

6 En la traducción al español de las memorias de Schreber leemos: "Yo he tenido en dos distintas oportunidades ... genitales femeninos ... y he sentido en mi vientre movimientos en forma de pequeños saltos, como los que caracterizan a las primeras conmociones vitales del embrión humano; mediante un milagro divino, los nervios de Dios correspondientes al semen masculino fueron arrojados dentro de mi cuerpo" (15).

7 Desde el estudio de Sigmund Freud sobre la paranoia basado en el texto de Daniel Paul Schreber, este caso ha sido tomado como paradigmático. La idea de Freud de que el origen de la paranoia es la homosexualidad reprimida ha sido fuertemente discutida, pero Schreber ha seguido siendo una figura fundamental no sólo para el psicoanálisis, sino también para áreas tan diversas como la crítica del arte y los estudios culturales. Entre los estudios más importantes originados a partir de la figura de Schreber están los de Niederland y Schatzman. Elias Canetti, Gilles Deleuze y Felix Guatarri han visto en Schreber las pesadillas del fascismo, pero para este ensayo me interesa particularmente la perspectiva propuesta por Eric Santner: Schreber es la respuesta la reacción autoritaria de Alemania frente a la modernidad.

8 Éste es uno de los aspectos más criticados en la teoría de Kristeva: existe una contradicción en su formulación de la subjetividad materna ya que, por un lado, si se acepta que el sujeto se constituye en el lenguaje y en el orden simbólico, no sería posible imaginar un sujeto materno anterior o externo a este orden. Por otro lado, lo semiótico, el orden materno que ella propone, estaría siempre subordinado al orden simbólico y por lo tanto sería incapaz de sojuzgarlo (Butler). A pesar de esto la teoría de Kristeva nos permite plantear la compleja relación de la experiencia de la maternidad, la subjetividad y el lenguaje.

9 Para una discusión a fondo del problema del testimonio en la obra de Eltit léase el artículo de Mary Beth Tierney-Tello, "Testimony, Ethics, and Aesthetics in Diamela Eltit".

10 Sandra Lorenzano ha explorado ya este tema en Eltit proponiendo la conexión de un "amour fou", en el que el yo se confunde con el otro con la relación madre/hijo.

11 Aunque el feminismo francés ha sido criticado por centrarse en una definición esencialista del cuerpo femenino, la influencia de Hélène Cixous y Luce Irigaray sigue teniendo un lugar predominante en ciertos intentos de describir la especificidad de la experiencia corporal de las mujeres. Véanse por ejemplo los textos de Patricia Waugh y de Rosi Braidotti.

12 Sobre el valor de la mentira en otras obras de Eltit véase el artículo de Nelly Richard "Tres funciones de escritura: deconstrucción, simulación, hibridación".


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Fecha de recepción: 3 de mayo de 2012
Fecha de aceptación: 31 de octubre de 2012
Fecha de modificación: 26 de noviembre de 2012