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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

versión impresa ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.7 no.13 Bogotá ene./jun. 2016

 

DESBORDES. VIDA, POLÍTICA Y ESTÉTICAS DEL EXCESO EN OSVALDO LAMBORGHINI Y DIAMELA ELTIT

OVERFLOWING. LIFE, POLITICS AND AESTHETICS OF EXCESS IN OSVALDO LAMBORGHINI AND DIAMELA ELTIT

María Cecilia Sánchez Idiart*

* Universidad de Buenos Aires - CONICET, Argentina. cecisi89@gmail.com. Becaria doctoral. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).


Resumen

Este artículo se propone analizar los modos como dos ficciones latinoamericanas contemporáneas, Sebregondi retrocede (1973) de Osvaldo Lamborghini e Impuesto a la carne (2010) de Diamela Eltit, problematizan las relaciones entre los saberes sobre los cuerpos y las políticas de gobierno de la vida. En la postulación de un lenguaje que desborda la normatividad del biopoder, estas ficciones interrogan los dispositivos de producción de cuerpos y subjetividades, a la vez que configuran una estética del exceso que reinventa la materialidad de lo viviente a partir de la potencia afectiva de la carne.

Palabras clave: biopolítica, exceso, cuerpo, afecto, literatura latinoamericana contemporánea.


Abstract

This article aims to analyze the modes in which two contemporary Latin American fictions, Sebregondi retrocede (1973) by Osvaldo Lamborghini and Impuesto a la carne (2010) by Diamela Eltit, problematize the relationships between knowledge about bodies and politics of government of life. From a language that overflows the normativity of biopower, these fictions interrogate the technologies of production of bodies and subjectivities, at the same time that they configure an aesthetics of excess that reinvents the materiality of the living through the affective potency of the flesh.

Keywords: biopolitics, excess, body, affect, contemporary Latin American literature.


INTRODUCCIÓN

Durante los últimos años una serie de producciones críticas y teóricas latinoamericanas se han dedicado a indagar las relaciones entre estética, política y vida en una serie de prácticas artísticas y literarias de la región que interrogan lo viviente como zona de intervención del poder. Desde el estudio de la configuración del desierto argentino como espacio disponible para su captura por el Estado y el mercado (Rodríguez, Un desierto ) y las ficciones naturalistas que anudaron saber médico y nacionalismo durante el siglo XIX (Nouzeilles, Ficciones ), hasta el relevamiento, en la cultura contemporánea, de una nueva proximidad con la vida animal que comienza a desfigurar los contornos de lo humano (Giorgi), o bien las indagaciones alrededor de lo común en el marco del desdibujamiento del poder soberano de los Estados nacionales (Pelbart), estas investigaciones hallan en el campo proteico de lo viviente -en tanto problema a la vez estético y político- no solo el objeto de las tecnologías normalizadoras del biopoder, sino también la potencia de desactivación de los dispositivos de gobierno de la vida.

Este trabajo pretende contribuir a un recorrido de la inscripción de los vocabularios de la vida en la ficción latinoamericana contemporánea a partir de los años setenta: se desarrollará para ello una lectura de Sebregondi retrocede , del escritor argentino Osvaldo Lamborghini publicado por la editorial Noé en 1973, e Impuesto a la carne , de la narradora chilena Diamela Eltit, editada en 2010 por Eterna Cadencia. Es posible afirmar que a partir de los sesenta en América Latina lo viviente se vuelve un campo de experimentación tan ambivalente como intenso: en el marco del disciplinamiento de los cuerpos impuesto por los modos de subjetivación revolucionaria, las diversas formas de activismo artístico que aunaron compromiso político y vanguardia estética, y las políticas concentracionarias y de exterminio implementadas por las dictaduras, el cuerpo emerge como territorio eminentemente político, como objeto de captura y potencia de insubordinación. Si los regímenes dictatoriales en Argentina y Chile constituyen el signo de la derrota definitiva de los proyectos emancipatorios que habían movilizado a la región desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, en el terreno estético y literario los estudios críticos se han referido a la fractura de un horizonte teleológico que confiaba en las posibilidades revolucionarias de un arte comprometido sin fisuras con las urgencias políticas de su presente (Richard; Franco; Garramuño). Una descripción iluminadora de este panorama puede hallarse en la entrada "Desobediencia sexual" del glosario incluido en el catálogo de la muestra Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina organizada por la Red Conceptualismos del Sur:

Desde mediados de la década de los setenta, una serie de propuestas artísticas situaron al cuerpo (y, más precisamente, al cuerpo sexuado) como territorio privilegiado de activación poética y política. Estas diversas iniciativas involucraron ... nuevas formas de articulación entre el arte y la política, inscriptas en un desplazamiento de lo macropolítico, característico de los proyectos artísticos utópico-revolucionarios de los años sesenta y primeros setenta ..., a lo micropolítico, a la problemática de la producción de la subjetividad. (Carvajal, Mesquita y Vindel 92)

Tanto la escritura de Lamborghini como la de Eltit se desmarcan de cualquier imperativo de compromiso o denuncia para imaginar nuevas posibilidades de vida desde la inmanencia de un lenguaje que se postula como intensidad afectiva y exceso. El interés de este artículo por desarrollar una lectura conjunta de Sebregondi retrocede e Impuesto a la carne radica, en primer lugar, en relevar los modos en que estas ficciones toman como problema medular la inscripción de las tecnologías del poder y los discursos y prácticas del saber en la materialidad de los cuerpos. Ambas ficciones visibilizan las técnicas capilares por las que el biopoder aspira a administrar la vida biológica de la población y a producir cuerpos disponibles para su captura por el capital.

Por un lado, Lamborghini toma como materiales las ruinas de la utopía de masas del populismo y la ebullición de la violencia política a partir de los años sesenta en Argentina. Sebregondi retrocede , su segundo libro publicado, se compone de una sucesión de episodios o relatos que desafían cualquier clasificación genérica y se enfocan en los desórdenes de cuerpos afectados por la enfermedad, perforados y mutilados por el poder, y aferrados a una sexualidad desbordante. Bajo tales condiciones, las subjetividades políticas e identidades sociales fabricadas por el populismo se vuelven irreconocibles. Por otro lado, la novela de Eltit narra las vidas de una madre y una hija recluidas en un hospital que coincide con el territorio de la nación, y ofrece una reflexión en torno a la racionalidad neoliberal contemporánea que mercantiliza los cuerpos y aprehende la vida en términos de capital humano. Desarticulando los dispositivos de homogeneización social del populismo y el neoliberalismo, ambas ficciones confluyen en la configuración de una estética del exceso orientada hacia la problematización de las articulaciones entre lo viviente, la política y el lenguaje.

Así, en segundo lugar, el artículo se propone analizar las operaciones de desbordamiento efectuadas por estas ficciones con respecto a la normatividad de lo viviente dispuesta por las tecnologías múltiples del biopoder. En la exploración de los umbrales de la vida y del lenguaje (el nacimiento, la enfermedad y el crimen; el ruido y murmullo incesante de los cuerpos); en la focalización en la politicidad de los afectos en tanto frontera móvil de configuración de los cuerpos, y en la potencia ambivalente y opaca de la carne como apertura de un cuerpo a su disolución o mutación, estas ficciones encuentran la posibilidad de plantear estéticas y políticas alternativas de lo viviente ya no sujetas a los dictámenes del Estado o el mercado.

DE DÓNDE VIENEN LOS MONSTRUOS

En la lección final del curso Defender la sociedad, dictada en 1976, Foucault registra el surgimiento, hacia fines del siglo XVIII, de la biopolítica como nuevo dispositivo de poder que busca hacerse cargo de la vida de la población a través de la regularización y normalización de los procesos biológicos de la especie, desde la natalidad y la reproducción hasta la enfermedad, la mortalidad y la higiene. A partir de esta conceptualización inicial, contribuciones como las de Agamben y Esposito aportan nuevas perspectivas para la comprensión del biopoder como entramado de saberes, técnicas, prácticas y discursos que intervienen positivamente sobre la vida para gobernarla de acuerdo a regímenes de inteligibilidad que responden a una racionalidad económica. La productividad de estos debates para los estudios literarios reside en las posibilidades que ofrecen para la reformulación de las relaciones entre política, vida y lenguaje más allá de un paradigma representativo: las ficciones de Lamborghini y Eltit emergen, así, en su potencia de inventar nuevos modos de vida ajenos a los marcos de reconocibilidad impuestos por el biopoder.

Tanto Sebregondi retrocede como Impuesto a la carne se enfocan en los modos como la biopolítica actúa sobre lo viviente para regular sus accidentes y riesgos, modelar cuerpos por medio de las prácticas y los saberes médicos, y producir vidas inscritas en la trama del mercado. Ambos se interesan especialmente por interrogar la politicidad de los umbrales de vida, esto es, las fronteras móviles -ambivalentes entre lo biológico y lo social- que separan a un cuerpo individuado de su afuera y definen la inteligibilidad de lo viviente al distinguir entre la enfermedad y la salud, entre lo humano y lo animal, entre la vida reconocible del ciudadano y la vida disponible para ser administrada por el capital.

Sebregondi retrocede asume como problema clave la configuración afectiva de la política: el poder funciona no tanto a partir de operaciones ideológicas como de tecnologías orientadas hacia la gestión del afecto en cuanto concierne a los umbrales decisionales de cohesión y desintegración de los cuerpos (Gregg y Seigworth). Lo político en Lamborghini se sitúa en las fronteras móviles que definen la figurabilidad de los cuerpos, en el trazado de líneas de contigüidad, fricción y contagio que problematizan la solidez de los contornos de un cuerpo individuado y orgánico que coincide con la forma de un sujeto: "Cada cosa que se rompe y adentro que se rompe y afuera que se rompe, adentro y afuera, adentro y afuera, entra y sale que se rompe" (Lamborghini, Novelas I 63)1. En este texto, la violencia soberana del biopoder se inscribe literalmente en la materialidad de los cuerpos, porque sus operaciones por excelencia consisten en la incisión, el corte, la perforación, tecnologías que vulneran cualquier presumible interioridad hermética o autónoma de un cuerpo y lo vuelven indiscernible de su afuera. La política figura en una continuidad inquietante con la materia informe de las excreciones de los cuerpos, con los desórdenes de la carne que produce la enfermedad: "Y dificultades en la defecación y en la eyaculación, una pasta verde. Y yo no hablaría así de política" (71).

Frente a estos desbordes, las tecnologías del biopoder se esfuerzan por regularizar los excesos y reproducir, todas las veces que sea necesario, un ordenamiento normativo de los cuerpos: el doctor Katsky, especialista en nivelar defecaciones, promete con su tratamiento el regreso "al nivel normal de la excrementación" (67). En tanto que "el cuerpo es un mapa" (37), el biopoder dispone también un régimen de propiedad sobre los cuerpos; así, cortar y cuadricular las nalgas de una mujer "con tajos horizontales y verticales" (35) sería "como alambrar un campo, asegurárselo" (35). Cuerpo y territorio se asimilan en su sujeción a un mismo gesto soberano que demarca fronteras e inscribe materialmente la ley del Estado y la propiedad.

En el reverso de la configuración normativa de cuerpos productivos e inteligibles ante las leyes del capital, el biopoder también produce monstruos, cuerpos desechables e inclasificables, figuras ni animales ni humanas que, en el borde de la visibilidad social y destituidas del lenguaje, hablan solo a través de la violencia soberana que registran sus cuerpos: "Criaturas fajadas y luego apuñaladas ..., marcadas con una inicial detrás de la oreja ..., momias del hablar" (30). En el relato "El niño proletario" se despliegan con mayor productividad las ambivalencias de las políticas de gobierno de lo viviente. A partir de la visibilización de los protocolos de la ficción naturalista como regímenes de representación literaria y social2, el niño proletario es hablado por los discursos del saber/poder que modelan su cuerpo para asegurar su disponibilidad sacrificial. Las teorías del higienismo positivista, la herencia y la degeneración estrechan hasta el paroxismo la presentación de un caso típico: la "inmensa herencia alcohólica en la sangre" (59); el padre igualmente alcohólico y la madre prostituta; el hambre que le impide al niño concentrarse en la escuela. Inscripto ya en el mundo del trabajo, el cuerpo del niño proletario cotiza en el mercado pero "vale menos que una cosa" (60). Pura baba, "larva criada en medio de la idiotez y del terror" (60); no es plenamente ni un animal ni un hombre, ni un sujeto ni una cosa: antes bien, es un cuerpo informe y opaco que circula como un resto inasimilable y monstruoso, orgánico a las necesidades del mercado y a la vez excesivo, sentenciado al exterminio desde el instante mismo de su nacimiento.

Ya desde el aprovechamiento de la doble inscripción biológica y social de la palabra "proletario" (la única herencia que el hombre proletario puede dejar a sus "venéreos hijos proletarios" son "sus chancros" [60]), el relato postula una indiscernibilidad entre el lenguaje de la vida y los vocabularios de la política. El enfrentamiento entre clases no es reconducido a una rivalidad ideológica, sino que se despliega en el orden inmanente de los cuerpos, de los saberes que los moldean y de las operaciones (incisiones) que el biopoder efectúa sobre ellos, en el umbral que instaura una cesura y a la vez una articulación entre la vida biológica y la vida social: "La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre" (60). En un ciclo siempre ascendente de goce y violencia. La opacidad del cuerpo del niño proletario no hace más que instigar la desenfrenada voluntad de saber del biopoder. Como no es posible saber de antemano lo que puede un cuerpo (Giorgi 182), los sucesivos vejámenes a los que los niños burgueses someten al niño proletario se ajustan a la instauración de un laboratorio de lo viviente por medio del cual un poder sobre la vida puede explorar los límites de un cuerpo y dilatarlos hasta su extenuación.

A partir de estas operaciones en Sebregondi retrocede se pone en juego la ambivalencia de una biopolítica que aspira a fabricar cuerpos productivos sujetos a las necesidades del mercado y a los impulsos normalizadores de un Estado que hizo de la eugenesia su aliada, pero que a la vez en sus extremos no cesa de apropiarse de lo viviente como campo de experimentación para atravesarlo por fuerzas de desubjetivación que ponen a prueba los límites de su resistencia. La paradoja enloquecedora del biopoder, tal como lo escenifica Lamborghini, radica en su aspiración -siempre insatisfecha, siempre renovada- a producir subjetividades ciudadanas, modelar y demarcar cuerpos de acuerdo a las exigencias del capital, para luego deshacerlos y empujarlos al borde de su reconocibilidad como figuras humanas.

En Impuesto a la carne , la ambigüedad del biopoder atraviesa las articulaciones entre el saber médico, el poder sobre la vida y el mercado a partir del entramado heterogéneo de un dispositivo inmunitario (Esposito) vacilante entre la protección y la destrucción de la vida, entre la producción de cuerpos útiles y cuerpos desechables. Resultan relevantes, al respecto, las reflexiones de Agamben en torno a la politicidad de los conceptos de vida y muerte:

hoy ... vida y muerte no son conceptos propiamente científicos, sino conceptos políticos que, en cuanto tales, sólo adquieren un significado preciso por medio de una decisión. Las "fronteras angustiosas e incesantemente ampliadas" de que hablaban Mollaret y Goulon son fronteras móviles, porque son fronteras biopolíticas , y el hecho de que hoy esté en curso un vasto proceso en el que lo que está en juego es, precisamente, su definición, indica que el ejercicio del poder soberano pasa más que nunca a través de aquéllas. (208) (cursivas son del original)

Las prácticas y discursos médicos figuran en la novela de Eltit no ya vinculados a una pretendida aspiración de asegurar la salud del cuerpo múltiple de la población, sino que confluyen alrededor de un poder soberano que administra los umbrales decisionales entre la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, lo normal y lo anormal: "... el médico fundador (del territorio) ... quiso que naciéramos (él tenía el poder o la gracia de permitir la vida y decidir la muerte)" (Eltit 25). La fórmula del poder soberano -hacer morir, dejar vivir- se conjuga en este pasaje con una operación análoga a la identificada en Sebregondi retrocede : la intervención de un cuerpo se superpone con la delimitación de un territorio, en un gesto que traza una continuidad entre la nación, la propiedad y el cuerpo.

Bajo las condiciones de una excepcionalidad vuelta regla, las vidas imperceptibles de la madre y la hija transcurren en el escenario de una patria médica que se desplaza incesantemente de la biología a la política, de la inscripción social de los cuerpos a su tratamiento como insumos médicos. Como ocurría en Lamborghini, aquí también el biopoder opera por incisiones que inscriben la política en la superficie material de los cuerpos y los modelan con el fin de asegurar su disponibilidad para las sucesivas incursiones del saber médico. A partir de la disposición de un orden de intervención y experimentación sobre los cuerpos, la vida de las "ciudadanas médicas" (123) emerge como "una producción de la medicina, un simple y prescindible insumo o una basura médica" (13).

Si en Lamborghini "la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural" (Novelas I 65), en Impuesto a la carne las técnicas del biopoder también confluyen alrededor de la racionalidad de un dispositivo que recurre a un régimen de inteligibilidad económico para hacerse cargo de la administración y el control de lo viviente: "Los médicos ... comprometieron nuestros órganos, enfermándolos mediante un programado proceso de ósmosis" (Eltit 57-8). Ahora bien, mientras que el saber médico, motivado por un impulso de homogeneización, aspira a la obtención de resultados siempre idénticos a sí mismos, lo viviente no deja de oponer su opacidad como práctica de insubordinación ante las tecnologías inmunitarias: "Administradores de un caudal biológico que no terminan de entender, segmentos en constante rebeldía que se fugan y se les escapan" (132). Este modo de resistencia que reside en la potencia orgánica y mutante de los cuerpos -en una biología indisociable de la historia- halla su positividad en la configuración de un exceso que desborda los marcos de inteligibilidad que el biopoder impone sobre lo viviente.

Para producir nuevas tecnologías que aseguren la captura y el gobierno del exceso, el dispositivo inmunitario de la patria médica, en su incansable voluntad de saber, instituye alrededor de los cuerpos "un laboratorio teatral" (17), un campo de experimentaciones, e interviene precisamente sobre los umbrales de lo viviente: "El médico se propuso exterminar a mi mamá o buscó, no lo sé, dejarla ni dormida ni despierta para iniciar un procedimiento francamente impactante sobre ella" (87). Un dispositivo que se convierte en una fábrica de monstruos, que hurga en los cuerpos, los deshace y recompone hasta no dejar de ellos más que una cáscara vacía, "un titilante y fraudulento desecho" (20).

Las intervenciones que descomponen los cuerpos de las enfermas afectadas por una "agonía civil crónica" (42) responden a un régimen de inteligibilidad de los cuerpos como capital humano, en tanto que el hospital, lejos de ajustarse al modelo clásico del espacio disciplinario, funciona netamente como una empresa que aspira a gestionar lo viviente de acuerdo a una racionalidad contable (Foucault, El nacimiento ; Dardot y Laval). Los lenguajes de la vida figuran, así, no solo en continuidad con el vocabulario de la política, sino que también se vuelven indisociables del discurso del capitalismo neoliberal: "Ofrecer como pago o deuda o soborno el máximo de sangre que nos queda y corresponder así al prolongado saqueo de nuestros órganos" (Eltit 72)3. El cuerpo médico, movido por un "lucrativo afán corporativista" (39), acude a la reproducción de la enfermedad para asegurarse las ganancias que provienen de la venta de órganos y sangre de las enfermas. Vacilantes en el umbral de indistinción entre la protección de la vida y la gestión del exterminio, entre la producción de ciudadanos saludables y cuerpos que habitan "los escalafones más insignificantes del tendedero social" (130), las tecnologías del biopoder en Impuesto a la carne cobran consistencia alrededor de la economía de una patria médica que administra la vida a través de cálculos de pérdidas y ganancias, de costos y beneficios.

ESCRITURAS DE LA CARNE

Las ficciones de Lamborghini y Eltit no solo se preocupan por visibilizar e interrogar las continuidades entre los saberes científicos y médicos, las políticas de la vida y la materialidad de los cuerpos, sino que también apuntan a configurar un lenguaje que irrumpe desde la opacidad de la carne y desborda los marcos de lo inteligiblemente humano. A partir de la instauración de una zona de contagio entre el lenguaje y el cuerpo (Rodríguez, "Escribir afuera"; Giorgi), en Sebregondi retrocede la palabra se sitúa en contigüidad con los aullidos y rumores de lo viviente, en el campo de la intensidad afectiva de los umbrales de cohesión y descomposición de los cuerpos. Se trata de un lenguaje empujado incesantemente fuera de sí, que se desliza del vagido a la muerte, de la recuperación de "un vestigio de salud" (Lamborghini, Novelas I 29) al desorden de las dificultades expresivas "y auditivas y olfativas, en la coordinación, en la eyaculación" (34). Desde la inmanencia de un campo de experiencia que no asume como propias las distinciones normativas de la cultura, los clamores de lo viviente resultan indiferentes a su codificación como animales o humanos e interrogan las potencias de un lenguaje asociado a un orden de disolución de los cuerpos: "Babeo y te interesa saber el final del cuento" (40). La materia de la escritura se halla en las reverberaciones y los recorridos orgánicos de las excreciones de los cuerpos ("La guasca música ensordecedora, pasa de mi lengua a mi estómago. Hola, hola. Ahora estoy escribiendo" [47]), y la escritura se revela indiscernible de una intensidad de vida que se corresponde con la materialidad porosa e informe de la carne, con la heterogeneidad de sus agenciamientos afectivos: "De los ganchos para la carne colgaban rimas (y bien que colgan) y ellas, las rimas, estaban podridas" (45).

El lenguaje forma parte también de un régimen de inteligibilidad de los cuerpos que funciona a partir de incisiones y cortes: la letra se inscribe literalmente en la carne. Sebregondi retrocede propone un deslizamiento continuo entre la escritura y la navaja como instrumentos intercambiables de una violencia soberana que instituye la disponibilidad sacrificial de un cuerpo: "Temblando. Hay que escribir sencillito, despacio. El horno está. La cuchilla. El tin tin para todo gaucho" (31). Para huir de una "condena de hablar" vivida "como opresión, como cultura/condena" (49), la palabra sólo puede constituirse en un lenguaje de las ruinas que alumbra en cada fisura una posibilidad de escape. Desde la pura impersonalidad inaugurada por la destitución del yo como principio de enunciación ("yo no digo, eso se dice"[31]), la ficción plantea una estética materialista de la escritura que encuentra su productividad en el uso de los restos: "... había un muerto: sus restos, porque siempre algo queda. Partes trozadas que no permiten ninguna reconstrucción. Escribir, rezar, revolucionar, aviarse, perderse: si se trata de degollar a alguien deshuesémoslo" (37). Hablar en retazos descosidos, ceder la palabra a las ruinas y a "la lenta, crujiente fractura de las jergas y la lengua" (49): allí reside la radicalidad de un lenguaje que afirma su indiscernibilidad con respecto a la carne.

La novela de Eltit, por su parte, se postula como un "archivo del desastre" (127). Si la voluntad de denuncia expresada por la hija supone una pretensión de transparencia ("Tenemos que realizar un análisis sólido, tan minucioso que resulte completamente irrefutable para denunciar las ofensas y las injurias que han acompañado ... nuestras largas existencias" [83]), tal aspiración se ve frustrada por la necesidad de la madre de elaborar "un programa básico de sobrevivencia" (83) que habilita la irrupción en el lenguaje de la opacidad de lo viviente. Por medio de una narración que compone y enfrenta las voces de ambas mujeres, Impuesto a la carne se presenta como la crónica borrosa, incierta de una experiencia de sometimiento e insubordinación. Frente a un cuerpo médico que impone el deber de callar, la narración enlaza apuntes de vida que buscan dar voz "a un pasado que no emite sonidos audibles" (123), a los rumores imperceptibles de cuerpos que vacilan en el borde de los marcos de inteligibilidad que definen la vida reconocible del ciudadano.

La ficción construye un lenguaje atravesado por la afectividad de los cuerpos que no se propone ya como privilegiadamente humano. La escritura se puebla de murmullos y suspiros, de "gritos, jadeos, gruñidos, toses, quejidos espantosos" (135) que trazan una línea de indiscernibilidad entre la palabra articulada y la sonoridad de los cuerpos. Si el archivo oficial de la historia hospitalaria consagra al cuerpo médico de la patria, la novela se propone contar "la historia de los huesos" (172), descubrir la incrustación de la memoria en la carne, atravesar el cuerpo con la inminencia de un testimonio orgánico: "Entraré a mi cuerpo como en un libro para transformarlo en memoria. Quiero preparar mi cuerpo para convertirlo en una crónica urgente y desesperada" (129). El vigor de una lengua animal que brota ululante desde los pliegues opacos de lo orgánico deja abierta la posibilidad de una "revuelta de la sílaba" (31), de un anarquismo de la palabra que imagine nuevas potencias de lo viviente.

FUERA DE SÍ: VIDAS INGOBERNABLES

Frente a la ambivalencia de un dispositivo que no cesa de producir monstruos y de exhibir sus puntos ciegos, las ficciones de Lamborghini y Eltit afirman la potencia excesiva de la carne como materialidad de lo viviente que interrumpe la continuidad orgánica y cerrada de los cuerpos (Hardt y Negri; Karmy Bolton). A partir de allí Sebregondi retrocede e Impuesto a la carne proponen individuaciones mutantes y abiertas a la experimentación, y organizan nuevas disposiciones de las intensidades afectivas que recorren el campo de lo viviente4.

Haciendo de cada grieta una línea de fuga, enarbolando una ética de la profanación ante cualquier inscripción normativa de lo viviente, Sebregondi retrocede configura una estética del exceso que radica en el orden de descomposición y dispersión de la carne5. La intensidad heterogénea de una vida inorgánica instaura un régimen impersonal de la percepción que no revela cuerpos constituidos, sino tramas deshechas individuadas a partir de relaciones de movimiento y reposo, velocidad y lentitud: "Los enfermos mentales, mentalmente, no perciben la brisa como un tejido homogéneo de trama imposible de descifrar; perciben pelotas-per, de aire desencadenadas que vienen por el aire pero que es otro aire en la plancha de oro" (Lamborghini, Novelas I 52). En el campo asubjetivo de una vida inmanente que se expone en su indiferencia a las distinciones normativas de la cultura, "todo rasgo se rasga indistinto" y "cuando sonríe la carne femenina la carne masculina se modifica, queda igual" (53). La potencia desbordante de la carne convoca fuerzas de desubjetivación que arrastran la vida por fuera de sus marcos de inteligibilidad sociales, y alimenta sueños de mutación que disponen un régimen del uso y el consumo ajeno a la voluntad de apropiación del mercado: "Es una vieja fascinación: comer de la propia carne y vomitar otra distinta" (51).

La focalización en la materialidad de la carne inaugura también una ética de la mutilación y la dispersión que se desliza hacia la asunción de un carácter espectral que empuja a los cuerpos al borde de su desaparición: "Sobre este banco los fantas, mutilados, sentados, se vuelven transparentes. ... En el rigor de la primavera, sin rigor, mucha carne eligió la dispersión, decidió cortarse en pequeños trozos hasta desaparecer" (73). Cuerpos fundidos en barro, cerebros derretidos bajo el sol: el orden de disolución de la carne desarregla los umbrales normativos que definen la figurabilidad de los cuerpos y los deshace en nombre de la potencia de lo informe.

Otra de las modulaciones de la estética del exceso que delinea Sebregondi retrocede refiere, así, a la problematización de las fronteras que delimitan los cuerpos. La carne da nombre también a la condición inevitable de que un cuerpo se desborde en excrecencias y fluidos, abandone toda forma impuesta y se vuelva indiscernible de su exterior: "Se le contrae entonces, parece, el estómago: el 'adentro' se vuelve parece, 'afuera'" (42). Los excesos de una carne que es puro derrame, pura disolución deshacen los contornos que aseguran la interioridad de un cuerpo, fluidifican y desintegran cualquier territorio y configuran un campo impersonal y asubjetivo de la experiencia.

En Impuesto a la carne , una de las operaciones medulares a través de las cuales son desafiadas las condiciones de figurabilidad de un cuerpo individuado consiste en el contagio preindividual y afectivo tramado entre la madre y la hija: "Mi madre ahora mismo está prohijada adentro de mi pecho, enroscada en un segmento húmedo de mis bronquios" (Eltit 47). Se trata de una individuación mutante que se vuelve inteligible por medio del afecto, ya que en su pregunta por los poderes de un cuerpo, concierne a líneas de amplificación y disminución de potencia: "Nosotras siempre estamos tomadas de la mano, mi madre y yo, porque de esa manera... hacemos crecer nuestros organismos y potenciamos nuestras escasas fuerzas" (80). Aquí se vuelve productivo el proyecto de una etología planteado por Deleuze en su lectura de Spinoza: "La Ética de Spinoza nada tiene que ver con una moral; Spinoza la concibe como una etología, o sea como una composición de velocidades y lentitudes, de poderes de afectar y de ser afectado en este plan de inmanencia" (152). Una ética del contagio y el cuidado como la que delinea Impuesto a la carne abre la posibilidad de una política afectiva de los cuerpos que ilumine la potencia mutante y proteica de lo viviente.

A partir de la configuración de una zona de indistinción entre la biología y la política, entre lo orgánico y lo histórico, el campo de intensidades de lo viviente se ve sacudido por fuerzas de captura y de insubordinación. La potencia opaca de lo biológico se vuelve eminentemente política porque las tecnologías de saber/poder se apropian de lo viviente para producir "órganos obedientes a las medicinas" (52), pero además porque es en lo orgánico donde reside la posibilidad de plantear políticas y estéticas alternativas de lo viviente, de inventar para los cuerpos nuevos lenguajes. Frente a la empresa militar y patriótica de un saber médico que gestiona la enfermedad como dispositivo de captura de cuerpos, les extrae sangre y órganos, y especula con ellos en el mercado, la madre y la hija, desde un anarquismo barroco que se lleva en la sangre, imaginan ficciones de resistencia inscriptas en la materialidad de lo biológico.

Si la biología ya es, entonces, historia, la potencia de lo orgánico inaugura la posibilidad de delinear una ontología práctica de lo viviente. Bajo las condiciones impuestas por un mercado que pone precio a los órganos, el sueño de fundar una mutual de la sangre apunta a instituir prácticas de gestión común de los cuerpos. La comuna establecida por la madre se instala, de hecho, en el interior del cuerpo operado y mal cosido de la hija para convertirse en uno de sus órganos vitales y organizar desde allí la revuelta de la carne: "... adentro, más adentro, en un pedazo ínfimo del último patio de la nación, pronto iniciaremos la huelga de nuestros líquidos y el paro social de nuestras materias" (184). Se trata de una interioridad que, sin embargo, encuentra en el pliegue y el exceso las condiciones de su perforación y mutación.

La vida como pura virtualidad, como campo preindividual y asubjetivo, figura como ficción de una materia inorgánica que se agita, informe e imperceptible, más allá del umbral temporal determinado por el nacimiento, y que se inscribe en el presente como potencia: "Algunas veces pienso que sueño o estoy convencida de que no he nacido nunca. Me visito a mí misma como una simple materia ... representando a la especie ignota de un sistema ínfimo que todavía no es capturado por la creciente racionalización del mundo" (175). La estética del exceso que inventa Impuesto a la carne descubre sobre la superficie del pliegue "la posibilidad de una nueva etapa orgánica" (155), que imagine cuerpos mutantes atravesados de intensidades que los desbordan y los abren a la experimentación: "Abandoné a mi madre, la desanudé de mis costillas y me doté de un nuevo cuerpo que hoy no puedo recordar" (97). A partir de los cuerpos modelados e intervenidos por las prácticas y discursos de la medicina, la madre y la hija inscriben en el lenguaje el caudal de un archivo biológico de la carne, siempre en exceso con respecto a cualquier forma dictaminada por el Estado o el mercado. Los desbordes de la carne designan la fantasía o la inminencia de un caos anarquista instigado por la sangre barroca de las enfermas que los médicos extraen para su venta: "... miles de tubos de sangre estallando hasta formar una cascada roja que carece de toda posibilidad de contención, una sangre sin muros ni frontera alguna ... que arrastra en su onda gigantesca a las enfermeras y a los médicos" (69). De adentro para afuera, la intensidad de la carne pronuncia murmullos subterráneos, casi inaudibles que anuncian la posibilidad de configurar políticas de la vida ajenas a todo orden de propiedad y captura de los cuerpos.

CONSIDERACIONES FINALES

Sebregondi retrocede e Impuesto a la carne recorren como preocupación central la politización de lo biológico en el marco de las condiciones éticas, estéticas y políticas dispuestas por un biopoder que instaura cesuras y jerarquías en el campo de lo viviente, y que no cesa de reinventar sus tecnologías de gobierno toda vez que la vida imagina posibilidades de fuga. La invención en estas ficciones de un lenguaje que se enuncia desde un materialismo de la carne habilita la formulación de interrogantes acerca de las tensiones, en el biopoder contemporáneo, entre la soberanía y el gobierno, entre la protección y la destrucción de la vida, entre la fabricación de cuerpos productivos y las políticas orientadas hacia su desfiguración y abandono.

Las estéticas del exceso articuladas en ambas ficciones apuntan a desarreglar los ordenamientos normativos de lo viviente para proponer nuevas configuraciones del lenguaje, la política y los afectos. La potencia monstruosa de la carne desdibuja y perfora los contornos de los cuerpos individuales, contamina su interior y los expulsa hacia el contagio con su afuera. A través de prácticas de escritura que exhiben su contigüidad con los afectos y desórdenes de un cuerpo, la vida se muestra en exceso con respecto a los dispositivos que aspiran a capturarla y codificarla. Frente al ciclo continuo de intensificación de una voluntad de saber que sueña con penetrar hasta el fondo de lo viviente, las ficciones de Lamborghini y Eltit asumen la opacidad de la carne no ya como enigma que deba ser desentrañado, sino como potencia. A partir de la intensidad inquietante de lo biológico ambas narraciones exploran las posibilidades y riesgos de un contra-saber sobre los cuerpos abierto a la experimentación, ya que precisamente en la carne como campo de descomposición y mutación de lo viviente radica la apuesta de una política y una estética del exceso.


NOTAS

1. Las citas de Sebregondi retrocede provienen de la edición publicada en Novelas y cuentos I, que corresponde a la editada por Noé en 1973. La versión original del texto fue publicada como apéndice en Novelas y cuentos II. Para una historia del proceso de publicación del libro pueden consultarse las notas del compilador incluidas al final de cada tomo de Novelas y cuentos.

2. Según la lectura de Nouzeilles, "El niño proletario" ejerce un acto de violencia contra "la representación según los códigos de la razón sentimental del populismo" (126).

3. En su lectura de Impuesto a la carne , Pino inscribe la novela en las discusiones sobre la historia de la constitución de la nación chilena y analiza los modos como el texto desarticula el paradigma neoliberal de consumo.

4. Un antecedente importante de la noción de estética del exceso que este artículo busca elaborar remite a las lecturas de Lamborghini y Eltit en clave de poética (neo)barroca, ya sea, respectivamente, en relación con la carnavalización del lenguaje y la mezcla grotesca de códigos (Perlongher), o bien con la crónica como género fragmentario opuesto "a los grandes relatos unificantes de la modernidad periférica" (Pino 4), entre otras cuestiones. Por su parte, el concepto de exceso retomado aquí se vincula más estrechamente al problema de las políticas de la vida, ya que remite a la potencia productiva de lo viviente que desborda la normatividad de los dispositivos de poder (Hardt y Negri).

5. Tanto Rodríguez ("Escribir afuera") como Giorgi han propuesto lecturas de las ficciones de Lamborghini en relación con una categoría de exceso referida a la desfiguración de los contornos de lo humano a partir de la irrupción de cuerpos que desbordan los marcos de inteligibilidad social de la vida.


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Fecha de recepción: 31 de agosto de 2015
Fecha de aceptación: 2 de diciembre de 2015
Fecha de modificación: 15 de enero de 2016