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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

versión impresa ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.11 no.22 Bogotá abr./jun. 2020

https://doi.org/10.25025/perifrasis202011.22.09 

Reseñas

Coetzee, John Maxwell. La muerte de Jesús. Traducido por Elena C. Marengo, Random House, 2019, 191 pp.

Ricardo Carpio1 

1 Universidad de Cartagena, Colombia.


Tal vez una de las preguntas más fértiles de la literatura sea la que invita a pensar qué sucede cuando se altera el orden normal de las cosas. ¿Qué pasa si un anciano enloquece a raíz de su afición a leer libros de caballería y decide que debe hacerse caballero? ¿Qué ocurre cuando un hombre, más bien mediocre, amanece convertido en un monstruoso insecto? ¿Qué tal si uno de esos días de la semana interminable dejáramos todos de ver o de morirnos?

Ese es el punto de partida de la trilogía que Coetzee le ha dedicado, soslayada y profundamente, a la figura de Jesús. ¿Cómo será el mundo de los hombres una vez que todo haya colapsado y la civilización que conocemos, tasada en dólares y nombrada en inglés, tenga que refugiarse, tras los muros del olvido, en un país donde solo se habla español? ¿Garantiza el nuevo comienzo que esta vez seamos capaces de reconocer al redentor, al portador de un mensaje capaz de explicarnos el orden de las cosas o aclarar finalmente cuál es nuestro lugar en el mundo?

Estas preguntas, que pudieran parecer una mera excentricidad nacida del esfuerzo por practicar alguna variación en el extenso repertorio de las distopías, es en realidad un ejercicio de carácter político y filosófico. En efecto, no es desconocida la postura crítica que asumió Coetzee frente alapartheid. Hace apenas un par de años, en el Hay Festival, llamaban especialmente la atención las declaraciones que hacía en contra del dominio cultural que ejerce actualmente el inglés (y su enmascarada confrontación entre centro y periferia, norte y sur), justo antes de anunciar que su nuevo libro de relatos,Siete cuentos morales(2018), aparecería inicialmente en su traducción al español.

Tampoco los personajes de la trilogía escapan a las implicaciones de esta decisión creativa, y deben afrontar una y otra vez la dificultad de pensar y aprender a vivir en el contexto de una lengua ajena. El viaje en barco desde un lugar donde todo está perdido hacia la tierra del nuevo comienzo es fácilmente interpretable como el símbolo de las oleadas migratorias que han marcado las dos primeras décadas de este siglo. Este hecho (ampliamente tratado enLa infancia de Jesús[2013]) no descarta, sin embargo, una lectura teológica (o alegórica) capaz de abrir la puerta a las interpretaciones que propone el autor en el paratexto del título.

En el primer caso, es decir, en el de la lectura política, estamos ante la configuración de un mundo ficticio en el que se concretan las amenazas y los temores de una civilización que parece caminar a marcha forzada hacia su propio exterminio. El lugar del que huyen los hombres, los niños, las mujeres que han decidido hacer de la ciudad de Novilla su nuevo hogar o tratan de reinventarse en Estrella (escenario deLos días de Jesús en la escuela[2017] yLa muerte de Jesús), fueron todos empujados al mar por una fuerza devastadora que solo puede enfrentarse con el poder del olvido. La amnesia se convierte, así, en un imperativo para quien, después de conocer el infierno, ha recibido la oportunidad de seguir habitando el mundo de los vivos. La memoria, que tan a menudo se aborda desde la necesidad de conservarla, de hacerla florecer incluso en el árido terreno de la historia oficial, aquí es asumida como un lastre, y los recuerdos de un yo anterior (incluido el nombre) han de relegarse al lugar de lo innombrable.

Curiosa (o sintomáticamente), este nuevo país encaja muy bien en el “orden nuevo” que le propone Coetzee a Paul Auster en una carta de la correspondencia que sostuvieron entre 2008 y 2011. Después de sopesar las posibles causas de la crisis económica, dada la ausencia de una plaga, una guerra o una pandemia que en 2008 asolaran al mundo, Coetzee se encuentra con que al final lo que ha sucedido se puede resumir en que “ciertos números han cambiado. Ciertos números que solían ser elevados de repente han descendido, y por esa razón somos más pobres” (Aquí y ahora16). En ese caso, inquiere, “¿por qué no nos limitamos a tirar a la basura esa serie concreta de números, esos números que nos hacen infelices … y nos inventamos unos números distintos … que muestren que somos más ricos que antes?” (17). Sabe Coetzee que la suya, aunque ingenua, no es solo una propuesta de cambiar “números malos” por “números buenos”, sino de tirar a la basura el sistema económico viejo y malo a cambio de uno nuevo y bueno; en otras palabras, se trataría de la inauguración de una “justicia económica universal” (18).

Tres términos resaltan en esta digresión: números, ingenuidad y orden nuevo. De hecho, son seguramente las tres categorías que mejor permiten dar el salto hacia una lectura que ubique el libro en su contexto más universal, a saber: el que se nos plantea como vía de exploración del periodo tan poco conocido y, tal vez más importante, de los primeros diez años de Jesús. Aunque nunca se mencione este nombre en el cuerpo de los tres libros que cuentan la vida de David, todos ellos están llenos de referencias bíblicas que explican el carácter especial de este personaje. El ejercicio de identificar a las figuras equivalentes tendrá que hacerlo el lector que se interese por saber quién es Simón, Inés, Ana Magdalena o Dmitri. Por lo que aquí interesa, hay que limitarse a resaltar la riqueza de los matices con que Coetzee nos invita a embarcarnos en la tarea de entender y reconocer la difícil excepcionalidad de David.

En este sentido, vale la pena recalcar la profunda convicción que tiene David sobre la existencia real de don Quijote (libro con el que aprendió a leer por su propia cuenta a los cinco años) como el héroe con la mayor altura moral. También inquieta la tenacidad con que ese niño de diez años (presa ya de una rara enfermedad incurable) se aferra a la certeza de que los números nos hablan de una realidad que está más allá de todo, una suerte de antes o de después a lo existente, una forma de la realidad que late en los astros y en el polvo infinito que puebla nuestros huesos. El lector, que recuerda el drama de Jesús entre sus contemporáneos, comparte la impotencia de David al querer hacerse entender por medio de un lenguaje incapaz de explicar algo que él mismo apenas intuye. Sin embargo, también entiende el entusiasmo con que lo siguen todos aquellos que creen comprenderlo y a duras penas escapa a la angustia de no poder captar él mismo el sentido cabal de sus palabras.

Fiel a la sencillez del lenguaje (con su magistral manejo del presente simple) y la hondura del pensamiento que han caracterizado el estilo de Coetzee, la trilogía tejida en torno a la figura de David, el elegido, aborda temáticas centrales en una escritura que ha llevado muy lejos la exploración de los límites de la marginalidad: el sentido de la historia, las complejidades de la memoria, las relaciones entre padres e hijos, la tragedia de la incomunicación, el valor de las palabras (o los números) para explicar, ampliar o empobrecer nuestra comprensión de la realidad.

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