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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

Print version ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.12 no.23 Bogotá Jan./June 2021  Epub Feb 04, 2021

https://doi.org/10.25025/perifrasis202112.23.02 

Artículos

DESBORDAR EL CUERPO: LA ARTICULACIÓN DE LA RESISTENCIA A LA VIOLENCIA NECROPOLÍTICA EN LA CARNE DE RENÉ, DE VIRGILIO PIÑERA

OVERFLOWING THE BODY: THE ARTICULATION OF RESISTANCE TO NECROPOLITICAL VIOLENCE IN RENÉ'SFLESH, BY VIRGILIO PIÑERA

Moisés MAYÉN ALFARO* 

*Universidad Iberoamericana, México maal.moises@gmail.com. Licenciado en Literatura Latinoamericana, Universidad Iberoamericana (México).


RESUMEN

En el presente artículo se propone que, en La carne de René de Virgilio Piñera, la instauración de un marco de violencia necropolítica provoca que los cuerpos pertenecientes a La Causa articulen una resistencia a partir de la creación de un cuerpo sin órganos. Esta lectura recurre al término "necropolítica" de Achille Mbembe y a los conceptos de territorio y cuerpo de Guilles Deleuze y Félix Guattari, para señalar que la asimilación de la violencia a la vida como medio de resistencia ocasiona que el cuerpo ya no pueda ser concebido como un lugar de vida.

PALABRAS CLAVE: Virgilio Piñera; necropolítica; literatura cubana; dictaduras latinoamericanas; Cuba

ABSTRACT

Through Deleuze's and Guattari's concept of body without organs, this paper proposes that René's Flesh, a novel written by Virgilio Piñera, establishes a necropolitical violence framework that leads the bodies affiliated to The Cause to articulate resistance to this violence. This interpretation also relies on Achille's Mbembe concept of necropolitics, as well as Deleuze's and Guattari's concepts of body and territory, to point out that the assimilation of violence to life as a means of resistance prevents the body from being conceived as a place of life.

KEYWORDS: Virgilio Piñera; necropolitics; Cuban literature; Latin American dictatorships; Cuba

¿Cómo aproximarse a un cuerpo desmembrado ?, ¿cómo entender la violencia desmesurada que se le inflige?, ¿cómo vislumbrar los procesos que lo marcan como desechable? En las últimas décadas, las interrogantes sobre lo que puede un cuerpo se han volcado, sobre todo, en lo que la violencia puede hacer con un cuerpo. Los contextos de represión y de asedio en América Latina han rearticulado la manera en la que los sujetos se relacionan con su entorno y consigo mismos. Ya no se trata de entender cómo se construye a los sujetos, sino cómo se les destruye. Por tanto, escribir la violencia y hacerla visible desde la ficción se convierte en un trabajo casi mortuorio, en donde el cuerpo se vuelve, parafraseando a Judith Butler, un territorio en disputa. La narrativa del cubano Virgilio Piñera se posiciona dentro de estas ficciones que muestran los procesos violentos a los que los sujetos son sometidos. Su prosa está impregnada de una crueldad que solo es tolerable por su tono absurdo.

Este tono particular junto con el uso de imágenes grotescas construyen en su obra una postura crítica que conduce a reflexionar sobre "la relación con el entorno desde la experimentación del cuerpo llevado al límite" (Castro, "Epílogo" 124). Desde textos tempranos, como "La carne" (1944), el autor encuentra en el cuerpo de sus personajes el lugar de experimentación idóneo para crear contradicciones, como la mutilación y la autofagia, que se desenvuelven en contextos cotidianos violentos. Los microcosmos ficcionales de Piñera trastocan los límites de la realidad y, más precisamente, del cuerpo, como sucede en su primera novela La carne de René (1952), objeto de estudio de este artículo. En este texto, el personaje principal, René, es obligado por medio de torturas a asumir su herencia como dirigente de La Causa, resistencia que busca hacer frente a la prohibición del consumo de chocolate entre los pobladores y que tiene como trasfondo el culto de la carne.

Durante los años de producción de La carne de René, Piñera se encontraba en Buenos Aires, "donde permaneció [hasta 1952] en un exilio voluntario de doce años" (Estébez 54); su novela vio la luz en tierras argentinas el mismo año en que Fulgencio Batista subió al poder a través de un golpe de Estado que dio pie a una dictadura que duró hasta 1958. En la novela, es posible rastrear indicios que señalan la situación de represión y regulación que vivían los pobladores de la isla, sobre todo a través del cuerpo de los personajes: siempre están "sometidos a procesos de constante -y a veces creciente- asedio" (Goldman 1002). El cuerpo en el texto de Piñera se vuelve un territorio que establece un diálogo permanente con el exterior, caracterizado la mayor parte del tiempo por irrumpir y desestabilizar los límites de los discursos dominantes. Por tales motivos, como menciona Vicente Cervera, no extraña saber que durante la vida del escritor su narrativa y, particularmente esta novela, fuera relegada a un segundo plano (47).

Sin embargo, a partir de la última década del siglo XX, la novela del cubano comenzó a tomar mayor protagonismo en el ámbito académico, pues como señala Antón Arrufat, "su preocupación por el cuerpo humano, prevaleciente en estos años finales de siglo" (12), la hace especialmente novedosa. La literatura académica producida sobre esta novela da cuenta de ello, pues una de las líneas de investigación que se ha consolidado alrededor de este texto es la de los estudios sobre el cuerpo, aunque cabe resaltar que las indagaciones sobre el absurdo también se han establecido como un área de estudio fructífera.

La presente investigación dialoga con los estudios relacionados con las representaciones del cuerpo en la novela. Si bien en estos el cuerpo se ha planteado en su relación tanto con el dolor como con el placer y desde el lugar particular que ocupa la violencia en su representación, no se han caracterizado los sistemas de poder que posibilitan que este tipo de cuerpos se produzcan. En esta línea, se encuentran tanto Rogelio Castro Rocha, Sergio A. Mora Moreno como Kristov Cerda y Lizabel Mónica, quienes sostienen que el cuerpo de René es sometido a un proceso de laceración que lo reduce a un pedazo de carne maleable. Castro argumenta esto a partir de la oposición "sujeto-cuerpo" y "cuerpo-carne", en donde se muestra que el cuerpo de René (sujeto-cuerpo) pasa de ser un cuerpo con identidad a un cuerpo despojado de todo (cuerpo-carne): "... el destino de la carne de René será entonces el reconocimiento por parte del protagonista de su naturaleza carnal" (Castro, "El cuerpo" 69).

Mora señala algo similar al proponer el término "discurso cárnico", pues postula que en la novela este discurso hegemónico, construido "-desde la parodia [religiosa del catolicismo]- a partir de la lucha con otros saberes" (249), configura cuerpos que solo abren su experiencia del mundo desde la carne. Retomando lo expuesto por Dara E. Goldman, estos estudios muestran que "en los textos de Piñera, la subjetividad es determinada por la negociación constante entre los límites. Los personajes se definen por medio de las luchas para preservar o alterar los límites que los circunscriben" (1014). La subjetivación dentro de estos procesos se vuelve un mecanismo de sujeción a un sistema que machaca el cuerpo, pues como concluye Cerda de manera homóloga a las investigaciones anteriores, el texto "es literalmente el relato de la formación de una carne ..." (291). El cuerpo se vuelve ajeno a cualquier macrorrelato que, como argumenta Lizabel Mónica, se da por el reconocimiento de este como carne, es decir, como un cuerpo-carne siguiendo lo planteado por Castro. René, "una vez que ... se reconoce como carne, nada más y nada menos, se convierte en un sujeto ajeno a los grandes relatos modernos" (Mónica 283).

Estos estudios parten de la premisa de la existencia de una violencia que se ejerce en el cuerpo, pero no profundizan en la caracterización de los sistemas de poder que la posibilitan. Sin embargo, existen otras investigaciones que los retoman y ponen de manifiesto. Tanto Laura Judith Becerril-Nava como Ana Eichenbronner señalan desde marcos teóricos diferentes la presencia de poderes disciplinarios que permiten el proceso de sujeción violento en los cuerpos de los personajes. A partir del esquizoanálisis, método propuesto por Gilles Deleuze y Félix Guattari, Becerril-Nava plantea "la relación entre el poder y la violencia de las dictaduras, ya que los ciudadanos aprenden a sufrir en silencio y se convierten en masoquistas por la relación amor-odio por el orden y la vigilancia que establecen los dictadores en su territorio" (185). Desde la lectura del cuerpo como texto que ofrece Eichenbronner, se menciona la existencia de roles predeterminados, creados por una "red de fuerzas invisibles que conforman y limitan nuestra soberanía" (8). Si bien ambos estudios señalan un acercamiento a las condiciones que propician estas degradaciones sobre los cuerpos, no se les caracteriza ampliamente ni se mencionan sus implicaciones dentro de la construcción de estos cuerpos machacados. Por ello, mi aproximación busca, desde la visión posestructuralista, específicamente, desde las teorías poscoloniales, visibilizar los dispositivos de poder que fijan a los cuerpos en una concepción homogénea que responde a la ideología hegemónica. Me aproximo, entonces, a estos marcos de violencia desde la relectura que Achille Mbembe realiza de la biopolítica de Foucault como trabajo de muerte dentro del tercer mundo, que se plantea como un método de sujeción que pone el capital y la producción de riqueza por encima del bienestar de los sujetos (Mbembe 21).

Este planteamiento surge de las interrogantes sobre el lugar que ocupan la vida, la muerte y el cuerpo en la novela de Piñera, sobre todo vistos desde la óptica de la instrumen-talización del sujeto, y la aparente imposibilidad de resistencia a estos esquemas de extrema violencia. Por tanto, emergen las siguientes problemáticas en torno a la configuración de la violencia y la resistencia en el texto: ¿cuáles son los marcos de violencia en los cuales se articula la resistencia de los cuerpos de La Causa? y ¿cómo opera esta resistencia en estos cuerpos ? Dado lo anterior, propongo que en La carne de René la instauración de un marco de violencia necropolítica provoca que los cuerpos pertenecientes a La Causa articulen una resistencia a partir de la creación de un cuerpo anórganico, asignificante y asubjetivo. Para demostrar dicha hipótesis, primero hago uso del término "necropolítica" de Achille Mbembe para señalar que la ficción del chocolate en la novela desarticula la idea de soberanía como se entiende desde la óptica biopolítica e instaura un estado de excepción y un estado de sitio, a partir de los cuales esta se entiende como el derecho de matar. Después analizo que, dentro de este marco de violencia, el cuerpo de los sujetos de La Causa se reorganiza a partir de la destrucción de los tres estratos que según Deleuze y Guattari configuran un cuerpo sin órganos: organismo, significado y subjetividad.

1. LA LÓGICA DE LA CARNICERÍA: EL MARCO DE VIOLENCIA NECROPOLÍTICA

Achille Mbembe define el concepto de necropolítica como un trabajo de muerte, es decir, como la regulación de la muerte por parte del Estado y otras entidades necroempoderadas, en lugar de la regulación de la vida de los sujetos a partir de prácticas y discursos institucionales como se entiende desde la biopolítica de Michel Foucault (170). A través del análisis de la plantación y de la colonia, Mbembe propone que la manera en que se ejerce el poder a partir de la modernidad tardía en el tercer mundo se da por la creación de un estado sistemático de emergencia en el que se apela constantemente a la excepción y a una idea ficticia del enemigo. Bajo esta lógica, el Estado no es el único que ejecuta el derecho a matar, sino que tanto grupos rebeldes como grupos militares hacen uso de las técnicas y de las prácticas de muerte. En estos territorios marcados por las guerras y las sublevaciones, el estado de excepción se vuelve la manera en la que opera la gubernamentalidad. Los pobladores pasan a ser en su conjunto parte del enemigo que debe de ser destruido por representar un peligro para la integridad de las sociedades "civilizadas" de Occidente. La característica particular de la lógica necropolítica se puede entender a partir de la caracterización que Mbembe hace de la formación de terror de la plantación, es decir, "la concentración del biopoder, del estado de excepción y del estado de sitio" (35) (bastardillas fuera de texto). Para efectos de este análisis, retomo la conjunción de estas tres formas de regulación de los sujetos como ejes de articulación de la lógica necropolítica para caracterizar el marco de violencia que se instaura en la novela de Piñera.

1.1. Biopoder

Michel Foucault plantea el concepto de biopoder a partir del cambio que se produce en la manera en la que se ejerce la soberanía sobre los sujetos: se pasa del poder de muerte a la administración de la vida (169). Surgen técnicas diversas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones. Ya no se trata de un poder cuya más alta función es matar, sino desplegar todas las técnicas posibles para invadir la vida: "Podría decirse que el viejo derecho de hacer morir o dejar vivir fue reemplazado por el poder de hacer vivir o de rechazar hacia la muerte" (167).

En la novela, la invasión de la vida se representa de manera hiperbólica a partir de las condiciones en que los personajes llevan a cabo su vida cotidiana: "Un pueblo sometido al racionamiento no tiene que dar muestras de cordura, si como ahora ocurre, hay venta libre de carne" (Piñera 13). Desde el primer capítulo, se describe la "marea humana" que ha formado una cola de más de una cuadra para comprar en la carnicería La Equitativa. Los habitantes de la ciudad están sometidos a una regulación constante que se señala sobre todo por el racionamiento de la comida o incluso por su prohibición. El Estado controla la alimentación de sus pobladores, pues regula su consumo de carne y chocolate. La vida de los personajes está sujeta a una serie de restricciones que delimita la manera en que se relacionan y define las prácticas sociales aceptadas o condenadas. En el texto se juega con la polisemia del término carne : a veces hace referencia a la que sirve como alimento y otras al cuerpo mismo de los personajes e, incluso, se construye una porosidad en su semántica, pues el cuerpo, al ser nombrado carne, adquiere las mismas características que este producto comercial. Por esta razón, en este artículo retomaré este término como sinónimo de cuerpo, excepto cuando haga referencia explícita a la carne como alimento.

En este sentido, la carne toma un papel protagónico en la novela, pues se convierte en el lugar donde se inscribe la regulación de su existencia. Se puede observar que la carne se muestra como un objeto preciado que se atesora y es el centro de atención de todos. Por ello, el discurso de los personajes está siempre atravesado por ideas que remiten constantemente a esta. Ramón, el padre de René, articula largos discursos sobre la importancia de la carne y trata de inculcar a su hijo esta preocupación: "Sabes que practico el culto de la carne, no el de la atlética e intacta, sino el de la trucida" (21). Ramón se presenta como un servidor de la carne que dedica su vida a transmitir el valor de esta como motor de la existencia de los sujetos. Este personaje señala en repetidas ocasiones que el dolor infligido a la carne es el destino del cuerpo : "¿Qué significa el cuerpo intacto ? Si no lo quieres vulnerado, ¿a qué lo destinas ?" (22). El personaje encuentra en la vulnerabilidad de la carne -las heridas, las cicatrices, las laceraciones- el propósito de su existencia, es decir, la devoción al dolor: "¿No amas la carne descuartizada?" (22). Los sermones del padre de René orientan el tratamiento de la carne hacia el dolor como medio de habitar el mundo.

Por el contrario, Dalia Pérez, una viuda atraída sexualmente por René, señala el placer como el medio de vivencia de la carne. Para este personaje, el cuerpo no es un campo de batalla, sino un lugar de experimentación de placeres. Los encuentros que tiene con René siempre desembocan en ideas de goce con el cuerpo de este: "Por contragolpe, se sumía a su vista en divinos éxtasis. Una carne tan 'expuesta' (así la calificaba) prometía goces insospechados a la carne que tuviera la dicha de obtenerla en el camino de la vida" (15). La señora Pérez encuentra el propósito de la carne en el placer, incluso si se le inflige dolor, pues este tiene la misma meta: el goce. Por tanto, cuando ve a René imagina su carne "herida por un cuchillo, perforada por una bala o [piensa] en su uso placentero o doloroso" (15). Este personaje se convierte en una maestra de la carne, pues ejerce el magisterio al enseñarle a René a cultivar su cuerpo desde el placer.

Dentro de esta lógica, René es definido como un sujeto al margen del discurso cárnico, retomando el término de Mora para hacer referencia a la construcción del discurso hegemónico en la diégesis del texto. Este personaje se rehúsa a entender que, aunque sea por dos vías antitéticas, el dolor y el placer, "se [arriba] a una desoladora verdad única: que la carne [es] el motor de la vida. Sin la carne no [hay] vida posible" (109). Contrario a lo esperado, René siente asco por la carne, no entiende ni la postura de su padre ni la de Dalia. En el capítulo de la carnicería, cuando este personaje está en presencia de "hombres armados de grandes cuchillos y de picas [que] arremeten contra las reses abriéndolas en canal" (14), experimenta un leve desmayo que obliga a los clientes a auxiliarlo. René no se suma a la euforia nacional por la venta libre de carne, sino que se siente atrapado en este espacio.

La resistencia a su existencia cárnica se trunca al pasar por un proceso de adiestramiento que culmina con la aceptación de esta lógica organizadora de la existencia en esta diégesis. En este sentido, el discurso cárnico se vuelve un dispositivo de poder que produce, retomando el concepto de Castro, cuerpos-carne a partir de diversas técnicas de sujeción y normalización. Así, el personaje es sometido a un proceso de asimilación constante para adecuarse al discurso hegemónico. La estructura de la novela remite a este plan de adiestramiento que sigue el cuerpo de René a lo largo del texto. Los trece capítulos que la organizan remiten análogamente a las estaciones del viacrucis católico. Cada capítulo es un encuentro de René con el destino de su cuerpo, es decir, con la progresiva aceptación de su existencia como carne. Los últimos dos capítulos son los puntos cúlmine de este viacrucis truncado, pues como pasa en la estación doce del viacrucis católico, René muere simbólicamente al confinarse en el cementerio. No obstante, este confinamiento lo lleva a vislumbrar que "por más que se escrutara, no encontraría nada que no fuera carne. En su cuerpo no existía la menor partícula de madera, piedra o metal" (163). Este reconocimiento expone el cuerpo de René como carne inerte, destinado a morir torturado como Jesús en la cruz, pero sin posibilidad de un sepulcro, pues al no existir un capítulo catorce, se niega esta parte del viacrucis católico. René está condenado a ser expuesto como carne torturada dentro de la lógica organizadora del discurso cárnico: "-No hay justicia, jefe, sólo carne .... Salirse de los límites de la carne significa caer en el vacío y en la anfibología" (160). En el texto, la realidad solo se puede entender a partir del cuerpo.

1.2. Estado de excepción

Mbembe plantea que la manera en la que se legitima la extrema violencia que se ejerce sobre los pobladores de algún territorio, se da por la apelación constante a un estado de emergencia que busca erradicar un enemigo que amenaza la vida como se entiende desde una instancia de poder hegemónica (21). "En estas situaciones, el poder (que no es necesariamente un poder estatal) hace referencia continua e invoca la excepción, la urgencia y una noción 'ficcionalizada' del enemigo. Trabaja también para producir esta misma excepción, urgencia y enemigos ficcionalizados" (21). Desde esta perspectiva, el poder se articula de maneras distintas e incluso surgen nuevas formas de ejercerlo que se muestran como inconcebibles fuera de estas condiciones extraordinarias.

En la novela, el estado de excepción se produce a partir de la prohibición del consumo de chocolate. Este alimento se presenta como un símbolo de poder, pues es uno de los productos con los que se establece control dentro de la población: "Muy sencillo: el fundador de la dinastía afirmaba que el chocolate es un alimento poderoso, que el pueblo se debía mantener perpetuamente en una semi-hambre" (28). La erradicación del consumo de este producto en la dieta de los habitantes de la ciudad provoca que se cree una resistencia que pone en entredicho el poder del soberano. Esto posibilita el despliegue de la violencia sobre el cuerpo de los sujetos: "El jefe que ahora me persigue, hace muchos años logró, tras cruenta lucha, abatir al poderoso y feroz jefe que tenía prohibido en sus estados, so pena de muerte, el uso del chocolate" (28). La prohibición de este alimento produce una ficción que se cristaliza en la creación de un sujeto al margen de lo que está permitido. En estos términos, se construye un exterior constitutivo que funciona como el enemigo del Estado: sujetos indeseados que deben ser destruidos porque representan una amenaza para las diversas instancias de poder que están a favor de esta prohibición.

La caracterización del chocolate como un personaje en la novela da cuenta del lugar que debe ocupar el enemigo en esta dinámica de relación violenta. El chocolate se muestra como un ser que tiene que ser protegido a costa del cuerpo del sujeto que defiende su libre consumo: "El chocolate se presenta ante la carne con mirada implorante, con ojos arrasados en lágrimas..." (158). La presencia animada de este alimento señala de manera absurda la creación de una narrativa que autoriza la violencia sobre los sujetos. El chocolate es solo una excusa que sirve para producir la idea de un ser indeseado. Por ello, la creación de esta ficción del enemigo permite la reinterpretación de la soberanía, pues bajo estas condiciones el derecho de matar se vuelve el único medio para asegurar/mantener el poder de los Estados.

Dentro de esta lógica, todos los sujetos se vuelven enemigos potenciales y, por tanto, se ven sometidos al asedio constante en el espacio público. La ciudad se vuelve un espacio de tortura en el que la violencia es legal. En la novela, esta dinámica se ejemplifica a partir de los diversos asesinatos que ocurren en la vía pública. René se escandaliza y ante tales hechos busca la ayuda de la autoridad, pero la respuesta que obtiene es la siguiente: "El policía se echó a reír; entre carcajadas dijo a René que si tan sólo se trataba de matar, la cosa era perfectamente legal y que se daba perfecta cuenta de que ellos trabajaban en el ramo de la carne" (153). El asesinato se vuelve un hecho habitual en la vida de los sujetos y, además, es legitimado por el Estado.

Paralelo a esto, matar se vuelve también un espectáculo que "proporciona al público ratos de esparcimiento" (153). La ciudad se convierte en el escenario de la espectacularización de la muerte, en donde el asesinato se normaliza a partir del divertimento de la población y de la creación de un negocio que convierte a los sujetos en objetos de comercio o de intercambio. En este sentido, los asesinatos que se presentan en la novela se dan en espacios públicos, en este caso la ciudad, y tienen fines monetarios. El apuñalamiento de un padre a mano de sus dos hijos a plena luz del día en una calle transitada tiene como trasfondo el cobro del dinero de la herencia: "-A ellos les conviene -contestó la muchacha-. De lo contrario no podrían heredar su dinero" (101).

Algo parecido pasa con la aparición del Rey de la carne en la novela, también llamado Bola de Carne, quien al no tener ni brazos ni piernas, crea un negocio en torno a la comercialización de los sujetos y su uso como prótesis, pues contrata el servicio de otros cuerpos que le ayudan a suplir o, por lo menos, a simular las extremidades que no tiene: "Nunca conoceré la forma de huir. Ya supondrás cuántas piernas habré visto en mi vida. Me las han traído de todas partes, pero nunca piernas como las suyas" (142). Así pues, la violencia entre los sujetos se instaura como la forma predominante de relación entre ellos. La manera en la que interactúan solo obedece a una lógica de consumo del otro. En estos términos, la vida de los sujetos se entiende como un bien más que puede ser comercializado e incluso destruido: "En un mundo irregular como en el que vivía, en el mundo de Samuel y de los hermanos, de Mármolo y Cochón y de su mismo padre, la agresividad (en todos los niveles) y la violencia, en cualquier magnitud, constituían normas de conducta ofensivas y defensivas para abrirse paso" (116). La lógica irregular a la cual están sometidos estos cuerpos provoca que no se establezcan distinciones "entre combatientes y no combatientes o bien entre 'enemigos' y 'criminales'" (Mbembe 39). La violencia corresponde al ejercicio relacional del poder, pues cualquiera puede ser víctima o victimario en este espacio. Por ello, estos lugares "son zonas en las que la guerra y el desorden, las figuras internas y externas de lo político, se tocan y alteran unas con otras" (39).

1.3. Estado de sitio

Para Mbembe el estado de sitio es en sí mismo una institución militar (53), esto es la organización de grupos de poder que tienen como meta el aislamiento o asedio de ciertas poblaciones marcadas como nocivas. "Las modalidades de crimen que éste implica no hace distinciones entre enemigo interno y externo. Poblaciones enteras son el blanco del soberano. Los pueblos y ciudades sitiadas se ven cercadas y amputadas del mundo" (53). El estado de sitio funciona como un complemento del estado de excepción, pues este último posibilita la creación de un cerco que corta todo tipo de interacción con el exterior.

Ahora bien, la imagen de la carnicería La Equitativa al principio de la novela se presenta como una metonimia de la ciudad, pues se vuelve una muestra de la manera en la que se relacionan los sujetos en este territorio. Esta relación de sustitución se puede establecer a partir de la descripción del funcionamiento de los espacios en la novela. El territorio de la ciudad se muestra como un lugar de asesinato, al igual que el de la carnicería. Ambos sitios se construyen como mataderos en donde el derramamiento de sangre es parte del funcionamiento de la economía del lugar, al igual que la exhibición de la mercancía. En el espacio de La Equitativa se describe cómo se expone la carne para que los consumidores puedan apreciarla: "Los más próximos al mostrador meten sus ojos en los enormes cuartos de res que cuelgan de los garfios y aspiran con fruición el olor de la sangre coagulada" (Piñera 13). Lo mismo pasa en la ciudad cuando se va a matar a alguien, pues la víctima es expuesta para que los espectadores/consumidores puedan apreciar el espectáculo: "Con el pecho desnudo, estaba un viejo recostado en una piedra. Dos tipos de rodillas ante él, cada uno con un cuchillo en la mano, lo examinaban atentamente" (101). De igual modo, la carne y el cuerpo de los sujetos remiten semánticamente al mismo significado: a un trozo de carne. La mayoría de los personajes se caracterizan por participar en la violencia sobre la carne. En este aspecto el cuerpo de René y su relación con los demás sujetos se puede tomar como ejemplo de esto, pues este es caracterizado en repetidas ocasiones como carne consumible: "Hacia él se dirigieron todas las miradas. René las sentía como agujas en su carne. De nuevo, además, se aludía a su carne; no sólo él sería el 'plato fuerte' de la comida, era, asimismo, el tema de conversación" (35). Por estas razones, la carnicería se vuelve la metonimia de la ciudad.

La ciudad se presenta, entonces, como un territorio totalmente cercado, pues "parece una fortaleza sitiada" (13). Este espacio está en constante asedio y regulación, lo cual provoca que la ocupación de este territorio "no sólo [sea] sinónimo de control, vigilancia y separación, sino que también [sea] sinónimo de aislamiento" (Mbembe 49). Este aislamiento conlleva en sí mismo una vigilancia continua que puede vislumbrarse a través de los pensamientos de René. Este personaje alude con reiteración a un sentimiento de persecución que lo mantiene en un estado de alerta, pues piensa que todo el tiempo lo están observando: "Solo, absoluta, absolutamente solo en el ascensor. ¿Solo.?" (Piñera 115). Del mismo modo, los personajes están expuestos a un constante asedio que los obliga a desplazarse y a estar atentos por su vida. La familia de René es forzada a viajar repetidamente entre los continentes escapando de la violencia de la cual pueden ser blanco, aunque como señala el viejito a René, el territorio seguro cada vez se reduce más. Los personajes están sometidos a un desplazamiento forzado que busca reducir sus posibilidades de escape y de acción, pues al delimitar su territorio se les limita la comunicación con el mundo exterior: "He aquí el problema. Hasta dónde. Pues hasta que no exista un palmo de tierra en que posar la planta. Creo que su padre le contaría cómo el terreno, con el correr de los años, se iba recortando para él. Usted mismo participó de estos éxodos. ¿No recuerda la noche en que dejamos las costas europeas por las costas americanas?" (159-160).

Según este análisis, se plantea que la instauración de lógica necropolítica en la novela se puede resumir a partir de la imagen de la carnicería que se presenta en el primer capítulo. Dentro de este marco de violencia, los sujetos se ven sometidos a la regulación de su carne. No se puede pensar o actuar fuera de este marco de referencia que equivale a pensar su existencia solo desde el discurso cárnico. El despliegue de la violencia se explica a partir de la creación de un enemigo que instaura la prohibición del consumo del chocolate entre los pobladores. Los sujetos entran, entonces, en un estado de excepción que permite la reproducción del modelo comercial de la carnicería: los cuerpos se vuelven productos en un espacio delimitado y sitiado, caracterizado por la extrema violencia y por su espectacularización en el espacio público. La soberanía se muestra, por tanto, como el poder de dar muerte a los pobladores y de comercializar con su carne.

2. LOS CUERPOS DE LA CAUSA: LA CONFIGURACIÓN DE LA RESISTENCIA

Frente a esta situación de violencia, La Causa, un grupo de personas que busca la liberación a través del dolor, crea el culto de la carne como medio de resistencia al poder del necro-Estado. La resistencia se articula a partir del tratamiento que le dan al cuerpo, el cual se vuelve un instrumento de insurrección gracias al adiestramiento que tiene dentro de la academia del dolor. Deleuze y Guattari postulan que para hacerse un cuerpo sin órganos es necesaria la ruptura con los tres estratos que organizan la instrumentaliza-ción de los cuerpos (169): organismo, significancia y subjetividad. Así, propongo que el adiestramiento que sufren estos cuerpos en la academia del dolor corresponde con la ruptura de estos estratos.

Ahora bien, el cuerpo es el lugar material en donde la cultura se encarna o, dicho de otro modo, el cuerpo es una "suerte de metáfora de las sociedades a las que pertenece" ( Torras 21), lo cual implica que su existencia no puede ser concebida fuera de los marcos culturales que lo hacen visible (20). Siguiendo esta lógica, Paul B. Preciado muestra a partir del planteamiento de los órganos sexuales como productos preestablecidos del cuerpo que la gestión del espacio se encuentra también a nivel corporal y que la manera en la que este se organiza es política (27). La arquitectura corporal no es producto de lo natural, sino de un campo social específico. En este sentido, la concepción de territorio que plantean Deleuze y Guattari se vuelve clave para entender la organización del cuerpo, puesto que "el territorio es sinónimo de apropiación, de subjetivación encerrada en sí misma" (Guattari y Rolnik 372). Por tanto, el cuerpo es un territorio social organizado por relaciones diferenciales que lo representan como organismo funcional.

En este sentido, los filósofos señalan que "el problema no es, o no sólo es el del organismo, el de la historia y el del sujeto de enunciación que oponen lo masculino y lo femenino en las grandes máquinas duales. El problema es en primer lugar el del cuerpo -el cuerpo que nos roban para fabricar organismos oponibles-" (278). En el cuerpo se produce la regulación, pero es justo ahí en donde la resistencia se puede llevar a cabo, ya que "el territorio puede desterritorializarse, esto es, abrirse y emprender líneas de fuga e incluso desmoronarse y destruirse. La desterritorialización consistirá en un intento de recomposición de un territorio empeñado en un proceso de reterritorialización" (372). La desterritorialización del cuerpo en la lógica necropolítica implica aceptar la brutalización de la carne, es decir, apropiarse del dolor y entenderlo como el medio a partir del cual se producen cuerpos desterritorializados.

Cabe mencionar que contrario a lo planteado por Michel Foucault sobre el poder como algo relacional que produce y construye realidades, en Deleuze y Guattari el deseo es lo que se entiende como algo positivo, esto es como algo creador. Si bien se reconoce que ambas teorías presentan incompatibilidades, para efectos de este estudio, las retomo -en el caso de la teoría de Foucault desde la relectura de Mbembe- por la afinidad que presentan al pensar el campo social como "... una multiplicidad de agenciamientos que, nacidos de puras relaciones diferenciales en el plano de inmanencia, mantendrán con las organizaciones de poder instituidas así como con las representaciones dominantes relaciones de tensión o de resonancia" (Heredia 100). En ambas teorías, la posibilidad de la tensión o de la ruptura con los límites de estas representaciones dominantes es el punto de convergencia desde el cual me aproximo a la representación de los cuerpos de La Causa.

Deleuze y Guattari proponen el concepto de cuerpo sin órganos como medio de resistencia a la territorialización del cuerpo que producen las instancias de poder dominantes. Un cuerpo que niega su instrumentalización rompe con los tres estratos que según estos teóricos lo fijan como una entidad funcional, es decir, pasa a configurarse como un cuerpo anórganico, asignificante y asubjetivo. El primer estrato corresponde al organismo, esto es la jerarquización del cuerpo que se encarga de delimitarlo en órganos con funciones específicas: "El organismo ya es eso: el juicio de Dios del que se aprovechan los médicos y del que obtienen su poder. ... un fenómeno de acumulación, de coagulación, de sedimentación que le impone formas, funciones, uniones, organizaciones dominantes y jerarquizadas, trascendencias organizadas para extraer de él un trabajo útil" (164). En la novela, el culto de la carne que se enseña en la academia desarticula este estrato, debido a que presenta el cuerpo como un lugar que busca siempre estar abierto por medio de la laceración, es decir, rompe con los límites materiales de la carne para expandirla al exterior, dejándola expuesta, desgarrada: "Y rápido como el rayo le clavó una aguja en el brazo. René dio un grito y cayó a los pies de su padre, quien levantándolo, dijo con inmensa ternura: -He aquí tu regalo de cumpleaños" (Piñera 31). De esta manera, la apertura de la carne niega el cuerpo como una unidad cerrada que se reconoce como territorio organizado. El cuerpo lacerado es, de hecho, un cuerpo no contenido, pues rompe con su totalidad al ver las heridas como lo deseable y al mismo tiempo se aleja de la utilidad para el sistema: es un cuerpo que busca ser dañado. Del mismo modo, se desorganizan las funciones de otros órganos al quitarles su función territorializada, como la boca, ya que en la academia el silencio es una regla que se aplica a través del empleo de bozales o por medio de mordazas durante las sesiones de tortura. El silencio, la imposibilidad del habla, desorganiza la jerarquía de los sentidos, le da otra función a la boca, dado que esta ya no es primordial para la comunicación entre los sujetos. Se crean muertos-vivientes, retomando a Mbembe, que aceptan la ruptura de los organismos y que ven en ella la posibilidad de reapropiación del territorio, de su carne, que se les niega dentro de la lógica de violencia necropolítica.

El segundo estrato corresponde a la significancia, es decir, la interpretación que se le da a las funciones de cada uno de los órganos; es de cierta manera la gramática de los cuerpos: "Serás significante y significado, intérprete o interpretado -de lo contrario serás un desviado-" (Deleuze y Guattari 164). Un cuerpo sin órganos rompe con la significación dominante, pues no solo interpreta en los órganos una función determinada, sino que ve en ellos otras posibilidades de operación. Este estrato se desarticula en la novela a partir del dolor, es decir, de la experiencia que se busca crear dentro de la academia: un sufrimiento sin dolor. Así pues, la piel en su conjunto se designifica constantemente al ponerla a prueba, ya sea por medio de electrochoques, agujas, torniquetes e incluso placeres como tocamientos o lamidas. La piel ya no siente, se vuelve una capa de recepción únicamente en donde el dolor se experimenta desde la insensibilidad: la piel ya no comunica, solo capta estímulos externos. El dolor sin sufrimiento niega la violencia que se le inflige a los cuerpos de La Causa, debido a que el territorio se redefine a partir de la apropiación del dolor que implica esta carne indolora. Dicho de otro modo, el cuerpo se desterritorializa a partir del aprendizaje del dolor en silencio que se materializa en las pieles asignificantes de estos cuerpos.

Por último, el tercer estrato hace referencia a la subjetividad que es la capacidad que posee un cuerpo para denominarse desde un yo, es decir, la jerarquización posibilita que el cuerpo pueda reconocerse como una unidad, lo que le permite nombrarse desde un lugar de enunciación individual. Un cuerpo sin órganos busca, por el contrario, la indeterminación y "como consecuencia, [este] nunca es el tuyo, el mío... Siempre es un cuerpo" (Deleuze y Guattari 168). La desunificación del sujeto se construye por la homogeneización de los estudiantes en la academia, dada sobre todo por los constantes dobles que se presentan a lo largo de la novela: ". el tema común era el descubrimiento del doble en sus cuartos. Indudablemente los había intrigado en grado sumo la reproducción del Cristo con la cara de cada uno de ellos" (Piñera 54). Los dobles son muñecos que reflejan el progreso de las laceraciones en la carne de cada estudiante. La meta de esto es llegar a ser como el doble, un muñeco que sufre en silencio. Esto se replica con las écfrasis religiosas y anatómicas que se encuentran a lo largo de la novela: el Cristo, el cuadro de San Sebastián y las ilustraciones del manual de anatomía que Román arregla para su hijo. Todos estos objetos están desfigurados para representar en cada uno la cara de René y su destino en el culto de la carne. Dentro de esta lógica, se vuelve imposible reconocer a un sujeto único, ya que el cuerpo se desdobla, se abre y crea una indefinición en cuanto a su unicidad: todos los cuerpos son dobles, no son únicos y por tanto se homogeneizan. La multiplicidad se convierte en la posibilidad de escape del constante asedio al que se somete a los cuerpos que defienden el chocolate.

De esta forma, los cuerpos que se representan como los servidores de La Causa se configuran como un cuerpo sin órganos, es decir, como un cuerpo anórganico, asignificante y asubjetivo que desterritorializa el cuerpo como entidad cerrada y funcional, pues rompe con la gramática orgánica del cuerpo organizado y postula una otra organización, a partir de la cual el cuerpo se vuelve aparentemente inaprehensible para la lógica de violencia necropolítica. En estos términos, el cuerpo se desterritorializa y al mismo tiempo propone una reterritorialización que dentro de esta lógica de resistencia reorganiza el cuerpo. Si bien la configuración de un cuerpo sin órganos se propone como un medio de resistencia a la sujeción de la necropolítica, es importante señalar que dentro de estas lógicas "el cuerpo se convierte en una pieza de metal cuya función es, a través del sacrificio, traer vida eterna al ser. Se duplica él mismo y, en la muerte, escapa literalmente y metafóricamente al estado de sitio y a la ocupación" (Mbembe 70). El cuerpo que es obligado a "experimentar de forma permanente la 'vida en el dolor'" (72) encuentra una otra forma de escape en la aceptación de la violencia y en la transformación de su carne en un arma de combate pasiva. Se resiste a esta violencia desde su apropiación que dentro de este contexto se vuelve "una cierta forma de locura" (73). La reterritorialización que se produce en los cuerpos de La Causa se configura como una resistencia a la violencia que implica hacer propio el terror del contexto necropolítico. ¿Qué más le queda a un cuerpo si la violencia es la única manera de entender(se) y de construir(se)?

En este sentido, libertad y muerte están estrechamente relacionadas dentro de la configuración de la resistencia que se produce en la novela: "Ya se observen bajo una perspectiva de esclavitud o de ocupación colonial, muerte y libertad están irrevocablemente relacionadas" (72). La soberanía de las entidades necroempoderadas se fractura cuando los sujetos toman control sobre su muerte, "ya que [esta] es precisamente aquello por lo cual y sobre lo cual tengo poder. Pero es también ese espacio en el que operan la libertad y la negación" (74). Por tanto, la resistencia se entiende como la reapropiación de la muerte que desemboca en una liberación. Los cuerpos pertenecientes a La Causa al destinar su carne a la muerte la hacen propia. En otras palabras, la reterritorialización de su cuerpo implica volver a tener agencia sobre sí mismos.

Sin embargo, si bien apropiarse de la violencia en un régimen necropolítico puede constituir una resistencia, es importante señalar que esta implica una réplica del marco de dominación necropolítica, debido a que se produce un desplazamiento de la violencia que sigue proponiendo como única forma de liberación la muerte. En este aspecto, el personaje de René se vuelve la clave para entender la contradicción que se gesta en el proyecto de La Causa, pues su cuerpo es adiestrado para convertirse en un mártir a partir de prácticas de violencia con las cuales él no está de acuerdo. Terror, libertad y sacrificio van de la mano, sin distinguir entre fronteras semánticas. En este sentido, el final del relato toma aún más relevancia, pues se muestra a René como un animal en proceso de engorda que solo espera su muerte: "-Su carne marcha. Ha aumentado dos libras y media" (Piñera 172). La integración del dolor a la existencia se vuelve el medio por el cual los cuerpos pueden reclamar el territorio que se les ha expropiado: su propio cuerpo. Destruirlo y aceptar su degradación equivale a desterritorializarlo: volverlo un arma pasiva en lugar de un territorio definido por poderes externos. Con ello, emergen diversas interrogantes sobre las implicaciones éticas de entender la brutalización del cuerpo como un medio de liberación e, incluso, sobre los efectos de la institucionalización de la resistencia, ejemplificados por la academia de Mármolo en la novela. ¿Cómo escapar a la violencia en estos contextos ?, ¿cómo evitar los desplazamientos de la violencia en los agenciamientos de los sujetos?

Como se ha visto en este análisis, el concepto de necropolítica da luz sobre el marco de violencia que opera en la diégesis de La carne de René a partir de la caracterización de tres ejes reguladores que emergen de forma simultánea en esta ficción: el biopoder, el estado de excepción y el estado de sitio. En estas condiciones, la lógica de la carnicería que se despliega en el texto por medio de la creación de una idea ficcionalizada de enemigo, se muestra como la representación de este marco de violencia, pues en ella la regulación de los sujetos se construye desde la soberanía, entendida como el derecho de matar, y desde la comercialización de sus cuerpos, convertidos en carnes de intercambio. Bajo estos términos, se concluye que los cuerpos pertenecientes a La Causa, representados como los enemigos del Estado, no se conciben como lugares de vida, sino como una carne de cañón cuya finalidad se vuelca en resistir la violencia desde el sacrificio.

Además, se ha mostrado que esta resistencia se da partir de la creación de un cuerpo sin órganos, lo que se plantea como una reterritorialización del cuerpo que lo configura como un arma de confrontación pasiva que difumina los límites entre terror, libertad y sacrificio. En la diégesis de la novela, es imposible resistir desde otro marco que no sea el de la violencia extrema. Por ello, el proyecto de La Causa se desplaza hacia la formación de otro tipo de territorialización que termina configurándose como dominante, lo cual fractura la agencia que supone la apropiación de la violencia sobre el cuerpo. El territorio se vuelve un objeto brutalizado que niega cualquier tipo de vida, ya que reproduce la lógica capitalista de consumo: el cuerpo se vuelve carne

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Recibido: 10 de Junio de 2020; Aprobado: 12 de Agosto de 2020; Revisado: 10 de Septiembre de 2020

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