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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

Print version ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.12 no.24 Bogotá July/Dec. 2021  Epub July 30, 2021

https://doi.org/10.25025/perifrasis202112.24.05 

Artículos

INTIMIDADES EN RED: EXHIBICIÓN Y VIGILANCIA EN KENTUKIS DE SAMANTA SCHWEBLIN

NETWORKED INTIMACIES: EXHIBITION AND SURVEILLANCE IN KENTUKIS BY SAMANTA SCHWEBLIN

VALERIE OSORIO-RESTREPO* 

* The University of Texas at Austin, Estados Unidos. vosorio@utexas.edu. Candidata a doctora en Iberian and Latin American Languages and Cultures, The University of Texas at Austin.


RESUMEN

En la literatura latinoamericana del siglo XXI se ha explorado la relación entre la tecnología y la intimidad, y se han planteado los dilemas legales, políticos y afectivos en relación con la libertad de los sujetos, el control de su intimidad y los sistemas que los vigilan. En Kentukis se plantea la imagen de la conexión global por medio de una red de intimidades en las que los sujetos observan y son observados. Sobre la base de estas conexiones, sostengo que la exhibición de la intimidad permite considerarla un fenómeno colectivo e insertarla en la discusión sobre los derechos ciudadanos.

PALABRAS CLAVE: Samanta Schweblin; teoría de los afectos; estudios de la vigilancia; literatura contemporánea; Argentina

ABSTRACT

Many authors have explored the relationship between technology and intimacy in 21st Latin American literature, and have pointed out legal, political, and affective dilemmas in relation to the freedom of subjects, the control of their intimacy, and the systems that monitor them. Kentukis poses the image of global connection through a network of intimacies in which the subjects observe and are observed. On the basis of these global connections, I propose that the exhibition of intimacy allows us to consider it as a collective phenomenon and insert it in the discussion on civil rights.

KEYWORDS: Samanta Schweblin; affect theory; surveillance studies; contemporary literature; Argentina

¿De qué se trataba esa estúpida idea de los kentukis? ¿Qué hacía toda esa gente circulando por pisos de casas ajenas, mirando cómo la otra mitad de la humanidad se cepillaba los dientes? Samanta Schweblin

1. INTRODUCCIÓN

Kentukis (2019) es la segunda novela de Samanta Schweblin (1978). Fue traducida al inglés en el 2020 como Little Eyes: A Novel, y nominada al Booker International Prize. Las reflexiones en torno a la novela suelen empezar con un guiño o una mención a la ciencia ficción, pues es una narración sobre dispositivos tecnológicos y comportamientos humanos que podrían ubicarse en el futuro -aparentemente distópico por el tipo de relaciones que se entablan entre los kentukis y la amenaza latente de la caducidad de la conexión-, pero rápidamente los comentarios giran hacia lo que permiten los dispositivos electrónicos con los que ya contamos en el presente: la vigilancia, la invasión a la privacidad, la exhibición voluntaria, la obsesión con la tecnología, las necesidades de los usuarios, los nuevos afectos entre desconocidos y la brecha digital. La novela ha sido recibida no como una reflexión sobre la tecnología en sí misma, sino sobre los comportamientos que produce en los sujetos que la usan y que se obsesionan con ella. En las entrevistas sobre su novela, Schweblin confirma la necesidad de pensar en los problemas que los usuarios tienen con la tecnología sin terminar enredados en términos técnicos y sin tener que rotular, necesariamente, literatura de la tecnología, ciencia ficción o futurista a la literatura que se ocupe de estos temas (Alter).

Kentukis narra varias historias intercaladas en las cuales las personas compran unos muñecos de peluche con figuras de animales, que tienen una cámara instalada en los ojos para que otros puedan observar desde lejos la intimidad de las casas de los compradores. Hay dos modalidades de conexión entre desconocidos: tener el kentuki o tener un número de conexión, en otras palabras, "ser" un kentuki. Así, una mujer en Perú le sigue la pista a una pareja en Alemania; un adolescente, desde Guatemala, intenta conocer la nieve en Noruega; un kentuki en Lyon se comunica con otra kentuki en Taipei. En algún lugar en el mundo hay alguien que observa y alguien que es observado. Los kentukis vienen en cajas blancas "de impecable diseño, como las del iPhone y el iPad" (Schweblin 23) y cuestan 279 dólares. En el precio están incluidos el muñeco, un cargador y una conexión a datos móviles. Al dejarlo cargando por primera vez se establece la conexión entre el kentuki y un servidor central, para luego conectarse, al azar, con otro usuario, alguien que ha comprado el código alfanumérico de conexión. Los dueños de los kentukis deben estar siempre atentos a recargar el muñeco, pues si se descarga, la conexión se pierde para siempre y no existe ningún tipo de regulación oficial para su uso. Con breves historias, la novela explora los afectos, posibilidades o problemas de tener los dispositivos electrónicos en casa como mediadores entre las personas que entran en "contacto", que se conectan. En los distintos episodios se abordan la falta de reglamentación, el anonimato, la curiosidad, el riesgo al que se enfrentan los usuarios, la caducidad programada (de los aparatos y de las relaciones), las nuevas posibilidades de relaciones afectivas, la información, la relación con los objetos, el mercado y la vigilancia.

La relación de los usuarios con la tecnología y la proliferación de tecnologías informáticas en la contemporaneidad ha sido condición para que se dé la posibilidad de conexión global, pero también para la exhibición o la invasión de los espacios íntimos, la vigilancia, la manipulación de deseos, y la politización del acceso y la información. En el marco de este fenómeno global es necesario preguntarse cómo se relacionan los sujetos con los espacios virtuales, con otros sujetos con los que se construye una nueva colectividad, con su propia intimidad y con el derecho a la privacidad. A partir del análisis de la obsesión de los personajes por los kentukis y de la pregunta de la novela sobre la insistencia de los personajes en observar los entornos domésticos de otros, sostengo que la exhibición y la contemplación de la intimidad en el espacio público virtual permite considerarla un fenómeno colectivo e insertarla en la discusión sobre los derechos de los ciudadanos.

Para pensar la intimidad como un fenómeno colectivo, propongo el término intimidades en red. Esta contemporaneidad que nos ha abocado tanto obligatoria como voluntariamente a la red por los beneficios que ofrecen las plataformas electrónicas, ha sido una condición para que se dé la posibilidad para la conexión de los sujetos en la red y la exhibición, voluntaria o no, del contenido íntimo dentro de la esfera pública virtual. Los sujetos "make decisions to affiliate themselves with particular people and particular pieces of content, thereby momentarily linking archives" (Pybus 241). En la red se unen tanto los "digital archives" (236) como los "archives of feelings" (Cvetkovich 7). Los primeros se refieren, en las redes sociales, a la información que los usuarios agrupan y hacen visible como parte de su perfil de usuario. Los segundos son una "exploration of cultural texts as repositories of feelings and emotions, which are encoded not only in the content of the text themselves, but in the practices that surround their production and reception" (7, cursivas mías). Teniendo en cuenta la producción y la recepción, los archivos digitales de sentimientos permiten rastrear la relación entre los sujetos y las capas sociales en las que se mueven. El entrelazamiento, voluntario o involuntario, de los archivos digitales de sentimientos es lo que denomino intimidades en red.

Los archivos digitales de sentimientos difuminan la línea divisoria entre lo que se ha considerado la esfera pública y la esfera privada, y producen implicaciones del uso de tecnologías personales para crear imágenes o bancos de información que están públicamente disponibles (Dubrofsky y Magnet 16). El desvanecimiento de la línea divisoria entre lo público y lo privado pone al sujeto, su intimidad, en el centro de la observación. De esta manera, la intimidad se convierte en material de espectáculo, en un paisaje en el cual los sujetos van construyendo un horizonte: la intimidad de unos es el mapa de recorrido de otros. Las intimidades en red son producto de una sociedad conectada e interdependiente. El problema de la tecnología no es solamente el dispositivo per se, sino su estética -las figuras animales casi dotan de vida al dispositivo, permiten una conexión afectiva con él y producen la obsesión de mantenerlos con suficiente carga, pues siempre está latente la amenaza de la desconexión-, los modos de interacción que posibilita, la lógica de producción que ha hecho posible que el dispositivo exista, la economía de su distribución y las relaciones afectivas que produce.

En la literatura latinoamericana contemporánea se han venido explorando las intimidades en red por medio de la reflexión sobre la sofisticación de los dispositivos, la invasión de la privacidad, lo viral, las intimidades públicas, los nuevos lenguajes, la banalización de las emociones, los alcances de la ciudadanía digital, las limitaciones de la ley, las relaciones amorosas, entre otros temas1. El estudio de Kentukis, dentro de este panorama, me permite analizar y matizar la infraestructura que la tecnología le ofrece a la intimidad, la manera en la que se construyen los afectos entre cuerpos que no están en contacto, la exhibición de la intimidad como rasgo de época, el ethos de los sujetos que actúan en esos espacios y las relaciones entre lo afectivo y el mercado. Para reflexionar sobre el ethos de los ciudadanos digitales en medio de la construcción de la red de intimidades, ubico el análisis de esta novela en los debates planteados por la teoría de los afectos y por los estudios de la vigilancia, pues muestran cómo los sujetos se involucran afectivamente con el espacio virtual "as if they are equivalent to actual material places and spaces" (Hillis 78) y, por ende, cómo el involucramiento afectivo produce la necesidad de observar a y ser observados por otros con el ánimo de adquirir una visibilidad permanente.

Serán necesarios, para el análisis de la novela y la relación entre los estudios de la vigilancia y la teoría de los afectos, conceptos tales como el capitalismo emocional, de Eva Illouz, "un amplio movimiento en que el afecto se convierte en un aspecto esencial del comportamiento económico" (20); el capitalismo de la vigilancia, planteado por Shoshana Zuboff, y que se trata de "a new marketplace" (8), en el que se considera la experiencia humana "as free raw material for translation into behavioral data" (8); y el funopticon, que Randolph Lewis define como un modelo de vigilancia menos totalizante que el panóptico y que tiene en cuenta el placer, el cuidado y el deseo (Lewis 58). Estos conceptos conectan la reflexión sobre la intimidad con sistemas de vigilancia y transacciones económicas que revelan la crisis contemporánea de la privacidad, que hacen necesaria la pregunta sobre el derecho a la privacidad y que permiten la consideración de nuevas geografías de la intimidad en la era de la posprivacidad (Miller 135); es decir, la era de la exposición, la vigilancia y la pérdida de autonomía en el mundo digital.

En el análisis de Kentukis no quiero perder de vista la novela como un todo, pues construye la figura del globo conectado por intimidades, pero en este artículo me enfoco en una escena que considero fundamental para pensar las aristas de la exhibición voluntaria del contenido íntimo y las implicaciones colectivas y políticas de la intimidad en la contemporaneidad: la de los personajes Grigor y Nikolina. Grigor es un hombre solitario que se dedica a rastrear kentukis con los varios números de conexión que ha adquirido. En ese rastreo identifica información de las personas que tienen los kentukis: ciudad, ámbito social, edad de los amos, actividades del entorno (Schweblin 95). Construye los perfiles de las personas que tienen kentukis clasificando esa información, y la vende a quienes estén interesados en observar esas intimidades. Sabe que hay una falta de regulación con respecto a lo que puede hacerse con los kentukis, así que aprovecha estos vacíos legales para hacer su negocio. Nikolina, su vecina, se une a Grigor en esta labor de procesamiento de la información cuando el número de kentukis que hay que monitorear empieza a aumentar.

Se podrían considerar data brokers a estos dos personajes, pues consignan y almacenan información sobre las personas que observan -incluyen a cualquier persona que haya comprado el aparato, independientemente de su condición social- y luego venden las conexiones a los interesados en alguno de los perfiles. En su "trabajo" descubren el abuso al que estaba sometida una adolescente, Andrea Farbe, a quien logran localizar en la villa indígena de Surumu, en el estado de Roraima, en Brasil. Esta joven mujer ha sido víctima de secuestro y, posiblemente, de explotación sexual. Con este evento, a las intimidades en red las atraviesa, también, el problema de la brecha digital y la racialización y marginalización de los cuerpos dentro de las dinámicas de la aparente democratización del acceso a la tecnología y a la conexión global.

Para desarrollar la idea de que las intimidades en red permiten la consideración de la intimidad como un fenómeno colectivo y, por ende, la posibilidad de insertarla en una reflexión sobre los derechos ciudadanos, divido el análisis en tres partes: en la primera parte, "El frenesí de la atención y el negocio de la privacidad", abordo la cuestión de la mirada, la vigilancia y los paisajes afectivos que construyen o de los que son partícipes los ciudadanos digitales. En la segunda parte, "Turismo ontológico: el mercado de la experiencia", exploro la base económica de las negociaciones íntimas que se establecen entre observadores y observados. En la tercera parte, "La intimidad marginal: los efectos de la brecha digital", hago evidente el lugar geopolítico de los sujetos y considero las diferencias ciudadanas entre quienes están conectados globalmente: sus lugares de enunciación y los efectos que esto produce en una ciudadanía digital en apariencia desjerarquizada.

2. EL FRENESÍ DE LA ATENCIÓN Y EL NEGOCIO DE LA PRIVACIDAD

"The new technologies have challenged the way we feel in response to moral dilemmas, how we articulate ourselves as emotional beings in time and place, and how we respond as live spectators to virtual pathos" (Felton-Dansky y Gallager-Ross 3). La novela Kentukis se pregunta justamente por la representación de la intimidad y las emociones en tiempos de conexiones globales, por la curiosidad en la vida de otros y por la necesidad de ser observados casi como una respuesta a querer formar parte del mapa global. La sobreexposición del yo por medio de las nuevas tecnologías permite plantear la pregunta sobre qué ocurre tanto con la concepción de la privacidad como derecho como con la insistencia en la intimidad como objeto de vigilancia.

Hay un contrato -económico y afectivo- entre quienes participan de la "intimidad como espectáculo" (Sibila). El personaje Grigor entendía muy bien esta dinámica, pues conocía cómo funcionaban los objetos y qué era lo que buscaban los usuarios. Así, podía mantener su negocio: "Lo importante, se repetía siempre Grigor, era mantener los dispositivos activos. No era un requerimiento técnico, es decir, incluso si no se usaba un kentuki durante días, las conexiones IP asignadas seguían funcionando ... Pero si quería vender esas conexiones tenía que mantenerlas vivas y en buenos términos con sus amos. Tenía que encenderlas diariamente, un buen rato cada una, circular e interactuar" (Schweblin 58, cursivas mías).

Para el entrelazamiento de archivos de sentimientos -las imágenes que ofrece el observado desde su entorno doméstico y la curiosidad u obsesión de quien observa- no es suficiente el dispositivo, se debe invertir tiempo en el dispositivo, lo que permite tanto la solidez de la infraestructura económica que produce ese tipo de relaciones, como las relaciones afectivas que surgen por medio del objeto. El entrecruzamiento es, justamente, producto de una estructura económica que se alimenta del altísimo nivel de ingresos que debe generar la compra compulsiva de los kentukis. Lo que sostiene a la industria de la Internet es, como lo mencionaba antes, el tiempo que los individuos invierten en estar conectados. "Lo que quiere la tecnología que hay dentro de tu móvil es engagement. El engagement es la cumbre de la felicidad de la industria de la atención" (Peirano 23). Lo interesante de cómo funciona la economía de la atención es, como sostiene Marta Peirano, que nos pone no solo frente a un servicio, frente a una nueva manera de experimentar el placer, la subjetividad (conciencia que tiene el sujeto de sí mismo, sobre todo mediante el deseo) o el carácter lúdico de la tecnología, sino también frente a toda una infraestructura que sostiene y moldea las dinámicas subjetivas e intersubjetivas (23). El afecto mantiene conectada a la gente, por eso dicha conexión es la medida de su valor dentro del intercambio económico de la Internet. Los imaginarios, las necesidades, los afectos, el tiempo, el espacio se convierten en pilares de la estructura económica de la intimidad.

De ahí la necesidad de Grigor de estar en buenos términos con los dueños de los kentukis y de interactuar. Dentro de los kentukis que este personaje monitorea, está el de una mujer que personifica el frenesí de la atención: "[Grigor] Lo había descuidado más de dos días y su ama -una rusa rica e impaciente que no había soportado que la ignoraran durante tanto tiempo- terminó desconectándolo" (Schweblin 58, cursivas mías). Un sujeto se hace público a cambio de la atención que recibe de los espectadores: entrego mi yo para recibirte a ti. De mí, te doy mi imagen, mis movimientos, mis encuadres, mis espacios, mis rutinas. De ti, recibo la confirmación de mi existencia. Esta economía de la atención ha creado un "tipo de yo más epidérmico y dúctil, que se exhibe en la superficie de la piel y de las pantallas" (Sibila 28). En la novela no siempre hay intercambios verbales entre quienes son kentukis y quienes tienen kentukis, de manera que esa relación entre observador y observado, ese "de ti recibo" es, sobre todo, producto de la construcción de imágenes: tanto las que se reciben en la cámara, como los imaginarios que arman los sujetos observadores y observados (lanzar hipótesis sobre los intereses de su espectador o sobre el espectro más amplio de la vida de la persona a la que observan) para comprender la dinámica en la que se están relacionando.

Esta relación entre estructuras económicas y afectos responde a lo que la socióloga marroquí Eva Illouz define como "capitalismo emocional": "una cultura en la que las prácticas y los discursos emocionales y económicos se configuran mutuamente y producen . un amplio movimiento en el que la vida emocional -sobre todo la de la clase media- sigue la lógica del intercambio y las relaciones económicas" (20). De este capitalismo emocional se nutren tanto el observador como el observado: "La gente pagaba para que la siguieran como un perro el día entero, querían a alguien real mendigando sus miradas" (Schweblin 108). En este capitalismo, la intimidad es, al mismo tiempo, la propiedad privada y el medio de producción. Si bien es cierto que Illouz analiza cómo el fenómeno de la terapia a principios de los años veinte (sobre todo en Estados Unidos) y el feminismo de la segunda ola volcaron lo privado a la esfera pública, y cómo el mercado cooptó dicha salida del yo íntimo, considero que la relación imbricada que ella encuentra entre el capitalismo y las emociones -"significados culturales y relaciones sociales que están muy fusionados, y que es esa estrecha fusión lo que les confiere su carácter enérgico" (Illouz 16)- permite pensar la manera en la que el sujeto comprende la vida en la contemporaneidad: en la exhibición de la intimidad subyace una nueva "estructura de sentimientos" (Williams 174). Es decir, en la exhibición de la intimidad subyace una articulación entre el sujeto y el presente, una cierta comprensión de un modus vivendi que el sujeto lanza como hipótesis frente a la pregunta sobre qué es la contemporaneidad, cómo se vive y cuáles son sus particularidades históricas.

Ese modus vivendi es la participación en una sociedad conectada cuyos nodos son las intimidades públicas. Esta conexión desafía la relación del ciudadano con su derecho a la privacidad, politiza la cotidianidad como un conjunto de performances que son de interés público, plantea nuevas vías de relación entre un "cuerpo global" y el cuerpo propio, tales como el espectáculo, la mediación de la tecnología para la intimidad y la construcción de una esfera híbrida, que Lauren Berlant denomina lo "público íntimo", sensación que tienen los consumidores acerca de que ciertos tipos de productos culturales masivos comparten un tipo de conocimiento emocional, justamente por compartir una experiencia histórica: hay una sensación de pertenencia (Berlant XI). El capitalismo emocional hace evidente que la necesidad de atención es una de las emociones claves de la fuerza que construye a la sociedad en red: la Internet como "tecnología que presupone y pone en acto un yo emocional público" (Illouz 19). La compra y venta de perfiles por parte de Grigor y Nikolina, y los impactos que la vigilancia produce sobre los sujetos -como el de la sensación de falta de atención en la escena de la rusa, por ejemplo- ponen en escena una de las maneras en las que la redes han construido las relaciones intersubjetivas: el yo privado está ligado a los "discursos y valores de las esferas económica y política" (19), justamente por la espectacularidad permitida por el vertiginoso avance de la tecnología y su poder invasivo. En medio del frenesí de la atención se vislumbra en la novela un cuestionamiento sobre la poca regulación de los kentukis y su presencia invasora y "extractivista" -como veremos a continuación- de la intimidad.

3. TURISMO ONTOLÓGICO: EL MERCADO DE LA EXPERIENCIA

En el apartado anterior, el foco del análisis fueron los sujetos que tenían kentukis, es decir, aquellos que querían ser observados. El frenesí de la atención de dichos sujetos es lo que produce el negocio de la privacidad. En ese sentido, la exhibición de contenidos personales en la red permite pensar la intimidad como un fenómeno colectivo -por el entrelazamiento de los archivos afectivos digitales que producen lo que he venido llamando intimidades en red- y cuestionar la relación de los sujetos que participan de esas redes con el derecho a la privacidad, pues la obsesión con los kentukis ha desembocado en la noción de intimidad como un conjunto de momentos para ser "publicados".

Este apartado ofrece un análisis sobre los sujetos que están del otro lado de la cámara: los que son kentukis, que completan la relación por medio del dispositivo electrónico y son quienes pagan por vigilar el día a día de los amos de los kentukis. Es decir, los que extraen de la vigilancia algún beneficio. El modus operandi de Grigor para almacenar y vender la información sobre los dueños de los kentukis era la clasificación de la información y la descripción de la experiencia que ofrecía: "Tomaba fotos de las vistas en las pantallas y las subía también, cuidándose de que los amos nunca aparecieran, intentando comunicar lo más fielmente posible qué tipo de experiencia podía ofrecer cada conexión" (Schweblin 95). Por su trabajo y por el tipo de información que clasificaba de los dueños de los kentukis, "pensaba en su habitación como una ventana panóptica de múltiples ojos alrededor del mundo" (97). Hay dos temas importantes cuya reflexión es suscitada por esta escena: el mercado y el panóptico.

Con respecto al mercado, lo que ofrece Grigor es la experiencia de un turismo ontológico, idea que era producto del creciente interés de la gente en ser partícipe de alguna realidad ajena, sin contacto físico y sin inversiones distintas a la mirada. Es decir, este turismo era producto del interés de la gente en una nueva manera de intimar, con nuevos códigos de comportamiento, nuevos lenguajes y nuevas mediaciones: una intimidad más pública en el sentido de más accesible. Es la performance de la intimidad: "Será lo más parecido a tener una hija -decía [uno de los clientes de Grigor] -, se lo agradeceré el resto de mi vida" (96). Con el término de turismo ontológico busco establecer una relación entre vigilancia, intimidad y mercado, para poder comprender la dinámica de las intimidades en red y problematizar la relación de los sujetos con el derecho a la privacidad.

Este mercado de experiencias, basado en los datos recolectados y sistematizados por Grigor, responde a lo que Zuboff ha llamado "capitalismo de la vigilancia", que convierte la experiencia humana en datos de comportamiento. Según este capitalismo, es clave pensar la mirada no solo como un nuevo ejercicio de poder sino como un ejercicio económico: "economies of scope" (201), una economía basada en comportamientos que pueden extraerse de los patrones íntimos del sujeto. Eso es lo que vende Grigor. El capitalismo de la vigilancia se nutre del extractivismo de la intimidad y de las influencias que pueda generar en aquellos de quienes extrae dicha información, pues es un ejercicio de rebote: extraer para influir. En el caso de la novela, el solo hecho de tener un kentuki ubica a los participantes en esta relación extractivista: consienten dar acceso a la intimidad y les es devuelta la atención que va nutriendo la performance íntima. Con esto, el cuerpo y la intimidad se expanden en la red, pues se convierten en imágenes y en un "set of coordinates in time and space where sensation and action are translated as data" (212), ya no es más solo un cuerpo físico o una intimidad resguardada.

A partir de esta información sobre Grigor y su negocio de la venta de intimidad de otros como experiencia, de la vigilancia de otros para obtener beneficios económicos, es necesario plantear una reflexión en relación con el panóptico, que él mismo menciona. La palabra panóptico está altamente cargada de significado. Dentro de los estudios sobre la vigilancia suelen reconocerse tres paradigmas históricos en relación con metáforas que han intentado explicar la presencia de sistemas de seguridad dentro de las sociedades occidentales: Jeremy Bentham, George Orwell y Michel Foucault (Lewis 56). Lo que plantea Randolph Lewis en su libro Under Surveillance es que los teóricos de la vigilancia se han movido del panóptico hacia el funopticon, que incluye el placer y la diversión. Esta inclusión del placer y la diversión dentro del espectro de la exhibición de la intimidad permite ampliar la cobertura del análisis que se hace sobre la llamada crisis de la privacidad, que es el cambio de actitud de los sujetos sobre lo que se protege.

El funóptico incluye la voluntad de los usuarios e, incluso, un cambio de paradigma en la noción, tanto de lo que debe protegerse como de aquello que puede ser mirado; es decir, un cambio en la comprensión del derecho a la privacidad. Si bien quienes tienen un kentuki no han aceptado ser mercancía, es innegable, por un lado, que hay un consentimiento en relación con la exhibición de su intimidad y, por el otro, que hay una sensación de placer por parte de quienes compran la conexión: las contingencias de lo visual y las nuevas tecnologías de vigilancia producen y son producidas por nuevas formas del placer de la mirada (Dubrofsky y Magnet 10), la scopophilia (12). En la mayoría de las escenas de la novela hay un explícito deseo y un entusiasmo colectivo con respecto a la adquisición de los dispositivos que van a permitir el acceso a otras intimidades.

En la novela se presenta una combinación del derecho a mirar y de hacer público el placer de ser mirado. En este sentido, es importante tener en cuenta la paradoja que produce el funóptico: propone tanto el problema de la interiorización del sistema de vigilancia por parte de los individuos como la consideración de dicha vigilancia desde una perspectiva menos opresiva, más comunitaria (Lewis 54). Los mecanismos de control y clasificación se experimentan como herramientas para el placer y para otro tipo de mercado (69).

Esto no quiere decir que haya una romantización de los mecanismos de acceso a la intimidad de otros. Por el contrario, se problematizan: ¿qué ocurre cuando los individuos no son solo objetos de vigilancia sino productores de un sistema de transacciones económicas y de entretenimiento que se basa en ella?: "Había gente dispuesta a soltar una fortuna por vivir en la pobreza unas horas al día, y estaban los que pagaban por hacer turismo sin moverse de sus casas" (Schweblin 61), afirmaba Grigor. Esta es una evidencia de los alcances políticos de la intimidad: la participación de una red, la creación de nuevos espacios públicos, el uso de esos nuevos espacios públicos, la posibilidad contradictoria de un territorio íntimo habitado por muchos, la creación de una suerte de turismo ontológico perverso y la producción de flujos de capital. En síntesis, las intimidades en red producen una nueva cartografía de la intimidad.

El avance o la sofisticación de sistemas de observación íntima que se muestra en la novela es uno de los asuntos que más se estudian en relación con los cambios-crisis de la intimidad en la contemporaneidad y el impacto afectivo en los sujetos. Por un lado, son de interés los avances per se y, además, los juicios sobre el dispositivo: "Era un concepto viejo con tecnología que también sonaba a vieja. Y así y todo, el cruce era ingenioso" (26); los deseos de poder expresados en el desarrollo tecnológico (Dubrofsky y Magnet 12), y los objetivos que se persiguen con dichos avances: "¿Por qué las historias eran tan pequeñas, tan minuciosamente íntimas, mezquinas y previsibles ? Tan desesperadamente humanas" (Schweblin 190); es decir, el objetivo es la observación de la intimidad. Ese es el nudo de su carga política y es uno de los asuntos que problematiza la novela: su carácter público, la seducción que produce y la consideración como un bien de mercado.

Por el otro lado, es motivo de investigación la manera en la que los sujetos reaccionan a una sociedad obsesionada con la observación permanente : la interiorización de la autoexposición constante; es decir, la necesidad de estar compartiendo información (Lewis 6) y la naturalización por medio de la expresión moralmente liberadora de "no tengo nada que esconder" (10), lo que atenta directamente contra el derecho a la privacidad. Pero hay más: así como lo muestra la novela de Schweblin, en una sociedad obsesionada con la vigilancia, la mirada posiciona éticamente tanto al que mira como al que es mirado, "each person inventing the other" (Mirzoeff 1). La novela exacerba el asunto de la voluntad de mirar y, sobre todo, de ser mirado, siempre sobre la base de lo que podríamos considerar un intercambio capitalista de bienes: la intimidad y la atención.

La dimensión política que propone esta supuesta "horizontalización" de la mirada (todos mirándose entre todos) es lo que Nicholas Mirzoeffplantea como el contraste entre la visualidad (sistema de autoridad) y el derecho a mirar (posibilidad de reclamo y contestación). Según Mirzoeff, la visualidad -visuality- es un sistema de relaciones y prácticas autoritarias con efectos materiales, como la dirección de la mirada y la perspectiva (3); en otras palabras, es un sistema que construye una visión, literal y figurada, del mundo.

Este sistema de relaciones se caracteriza por tres acciones fundamentales: la nominación de lo visible, la segregación como forma de organización social y la "estetización" de la separación; es decir, producir el efecto de que "es bello", que agrada. Podría decirse que la "sociedad en red" (Castells) construye un sistema de relaciones: el libre acceso al otro por medio de la mirada y del entrecruzamiento de archivos afectivos digitales. Según las escenas de Grigor y Nikolina, y dentro de un sistema de relaciones creado por la sociedad en red, podría sugerirse que la intimidad -la oferta y la demanda de la intimidad- les da a los sujetos un lugar en el mundo, los ubica en la cartografía política construida por las intimidades en red (localización que no siempre es positiva, por la falta de regulación que tiene la red y por las capas de contenido que la caracterizan -la superficial, la profunda y la oscura-, que es tema para otros análisis y reflexiones).

Hay una suerte de movilidad social: del anonimato a la "economía de la atención", no solo en el sentido de voyerismo, sino en la comprensión de la construcción de una subjetividad política que tiene un lugar en el mundo, que tiene un lugar de enunciación y que es "reconocido". Esto respondería a los propios imaginarios que tienen los sujetos de lo que es pertenecer a la esfera pública, la red como una "comunidad imaginada": "Los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas . pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión" (Anderson 23). Esta noción de comunidad tiene que ver con el sentido de pertenencia que sienten los usuarios de la Internet: un sentido de pertenencia al tiempo en el que viven y a una suerte de comunidad.

La intimidad, según esto, implica o produce una nueva política de visualidad e instala al sujeto tanto en una lógica ontológica como política: "¿Qué tipo de persona elegiría 'ser' un kentuki en lugar de 'tener' un kentuki ?" (Schweblin 27). Nos encontramos aquí con una ambivalencia: por un lado, es importante reconocer que los ciudadanos digitales están reclamando su derecho a la exhibición de la intimidad como una manera de existir en el mundo. De ahí la insistencia en la intimidad que plantea Schweblin. Pero, por el otro, ese "permiso" de ser encontrados tiene su correspondencia en el mismo sistema de vigilancia: "Why am I willing to share all this private information? Because I get something in return" (Zuboff256). Esa es la transacción, económica y afectiva, de los sujetos conectados por medio de los kentukis.

4. LA INTIMIDAD MARGINAL: LOS EFECTOS DE LA BRECHA DIGITAL

He planteado, hasta aquí, dos aspectos de las intimidades en red que ponen en tela de juicio el derecho a la privacidad y hacen evidente una crisis que se ha nombrado como posprivacidad: el frenesí de la atención y el ofrecimiento de la experiencia. El tercero es la implicación política de la brecha digital, término que se ha usado "to describe systematic disparities in access to computer and the Internet" (Mossberger, Tolbert y McNeal 8). Esta brecha pone en tela de juicio la supuesta horizontalización de la conexión global y la también supuesta eliminación de las fronteras: las implicaciones políticas tienen que ver con el reparto desigual del acceso a la sociedad en red y, por ende, la marginación de los sujetos que pertenecen a ella.

Un ejemplo de ello es la adolescente a la que Grigor y Nikolina descubren gracias al seguimiento que hacen de una de sus conexiones de red: "Soy Andrea Farbe, me raptaron. Teléfono de mamá: +584122340077 ¡por favor!" (Schweblin 180) es el mensaje que aparece en la pantalla. Nikolina se dio cuenta de la situación de la adolescente y le tomó fotos al entorno. Aunque una de las reglas de Grigor era no ver a los amos de los kentukis como humanos, sino como conexiones, empezaron a involucrarse con esta historia por el encierro de Andrea. Las fotografías mostraban que la adolescente estaba en una celda, dentro de un rancho ubicado en un "pueblo chato y abierto de alguna zona húmeda y calurosa, el cielo cargado, ni un alma en toda la fotografía, solo el camino, algunas casas, y cabras y más cabras por todos lados" (177). De ella solo se sabe que es víctima de un rapto, que vive en un ambiente rural con su padre, su madre y tres hermanos pequeños, y que su padre estaba negociando, con otros hombres, el cuerpo de su hija.

A pesar de que esa historia parece llegar a un final feliz, porque logran rescatar a la joven y devolverla a su familia, el relato queda con un final abierto en el que se cruzan varios agentes: la abusada, el abusador (que pertenece al núcleo familiar, de manera que devolverla a su entorno "familiar" sigue siendo para ella una amenaza), la diferencia entre el entorno rural y urbano, y los "ciudadanos del mundo" que se solidarizan, pero sienten miedo de ir más allá: "Pensó en Nikolina, y en si sería capaz de decirle a dónde habían devuelto realmente a la chica ... Accedió a la configuración general y, sin molestarse siquiera en sacar antes al kentuki de esa casa, cortó la conexión" (Schweblin 201, cursivas mías). Este episodio pone en tela de juicio la democratización de la Internet y problematiza la palabra acceso: si bien el dispositivo electrónico permitió el hallazgo de la mujer abusada, no se puede perder de vista que ella era una "ciudadana digital marginal", pues no era dueña del dispositivo. Su inclusión, su pertenencia, su lugar en la red es un efecto colateral de la agencia de otros.

Las cursivas en la cita sugieren que el "rescate de la joven" era su regreso al espacio donde había sido abusada. Aquí los estudios feministas de la vigilancia ayudan a esclarecer esta escena: estamos frente al problema de considerar la vigilancia únicamente como un atentado contra la privacidad. El problema mayor de esta escena es que la joven no tiene acceso a una red de visibilización, por un lado; por el otro, que su intimidad, aquello que sucede en el entorno privado de la casa de familia, no corresponde a una preocupación estructural mayor.

Es posible que el lugar en el que se encuentra la mujer, periférico, rural, racializado, alejado de un centro urbano, no esté dentro de las prioridades estatales: "Cuando Grigor le sugirió que quizá la policía también estaba implicada, Nikolina llamó a otras comisarías cercanas. O volvían a cortarle o se negaban a hablar en inglés ..." (182, cursivas mías). El sistema de vigilancia falla, porque no considera "new forms of discrimination that are practiced in relation to categories of privilege, access, and risk" (Hall 148). La violación invadió la intimidad de la joven y la confinó al encierro, y quienes la observan por medio del dispositivo desconocen que su "problema íntimo", al que acceden por la cámara vigilante, es un problema estructural. Si la vigilancia falla porque no se tienen en cuenta las formas de discriminación, quiere decir que la protección de la privacidad como derecho es una afirmación problemática, "since the private sphere is where women are generally subjected to violence" (Smith 32).

La expansión de la red y sus mecanismos siguen dejando espacio marginal, pues mantienen una lógica centralizada de territorialización (Castells, "La geografía" 255), en relación con su modalidad metropolitana (256), urbana: "la geografía de las redes es una geografía de inclusión y exclusión, que depende del valor que los intereses socialmente dominantes otorguen a un lugar determinado" (267). Si bien los kentukis llegan hasta Surumu, la infraestructura tecnológica que los soporta no es generalizada, lo que a su vez reproduce una "geografía social" (240) que mantiene el binarismo de centro-margen.

En esta novela, la noción de frontera explota y es reemplazada por la globalidad de las conexiones y la libertad de los "ciudadanos anónimos" que recorren las casas y los espacios de otros ciudadanos alrededor del mundo; sin embargo, existe la cibergeografía, el "estudio de la naturaleza espacial de las actuales redes de comunicación y los espacios existentes entre los monitores computacionales" (Buzai 88). La cibergeografía permite poner en perspectiva la cuestión de la supuesta democratización de la Internet, pues da cuenta de que es un espacio "altamente jerarquizado en la configuración de una red que solamente puede considerarse igualitaria en el relato" (88). Con esto, es posible problematizar la palabra acceso y ubicar, dentro de la trama social, a los sujetos que terminan conectándose en las intimidades en red: como objetos exóticos de exhibición son hipervisibles para el sistema de relaciones, pues la gente le pagaba a Grigor una fortuna por tener la experiencia de la pobreza sin ser pobres, pero como ciudadanos con derecho a la seguridad son invisibles para el sistema, que es lo que sucede con las comisarías que se negaban a hablar con Grigor y Nikolina en el caso de Andrea Farbe.

4. CONCLUSIONES

Ser "vigilado" es una manera bastante problemática de existir frente a los otros. El yo no encuentra lugar en la esfera pública y por eso hace visible su contenido íntimo abriendo las compuertas de la protección de la privacidad. La mirada, dentro de las opciones aparentemente desjerarquizadoras de la tecnología, combina el placer con el poder. La intimidad se convierte tanto en un espacio afectivo como en un bien de mercado. La nueva esfera pública ha adquirido una carga evidentemente afectiva: por el contenido que muestra al exhibir asuntos privados, por los motivos que impulsan a los sujetos a la participación en la red -la búsqueda de atención, la conexión con el mundo, el establecimiento de relaciones íntimas mediadas- y porque dichos motivos son afectos que mantienen la cohesión de las comunidades de sentido que se arman y se expanden en la red.

La contemporaneidad ha reducido la brecha entre lo íntimo y lo público. "Sacar" escenas íntimas hacia el conocimiento-discusión de lo público permite insertar la intimidad en la dimensión de los derechos. Lo público es íntimo, tanto por el sentido de pertenencia, que analiza Berlant, de quienes están sujetos al tiempo y al espacio contemporáneos -tiempo y espacios facilitados justamente por las "technologies of public intimacy" (Thrift 290)- como por la circulación sin ambages del contenido íntimo.

La estructura narrativa intercalada de Kentukis construye la figura de la conexión global, cuyo flujo de información está compuesto por ese contenido íntimo de los personajes. Cada episodio es un nodo específico de la red, un punto de conexión. La fragmentación y la diversidad de la narración permiten un ir y venir entre la macroestructura digital y sus problemas políticos, y la microestructura íntima, cuyas implicaciones son colectivas. Se crea una red de intimidades que da cuenta de la posición del sujeto frente a su propia intimidad, que va a devenir digital en el momento en el que se instale en la lógica del flujo de información. Su cuerpo, en su capacidad de afectar y ser afectado, se va a expandir en la red. Va a expandirse, tanto por la nueva materialidad que adquiere -es una imagen en una cámara, un dispositivo productor de relatos íntimos-, como por el hecho de que su intimidad va a ligarse a otros y va a salir de su control. Podríamos hablar aquí de la puesta en tela de juicio de la soberanía del sujeto: la pérdida de los límites de acción sobre su propio contenido íntimo.

La conexión es lo que seduce y lo que multiplica las intimidades expandidas en la red. Si no hay mirada, seguimos siendo seres encerrados en la singularidad. La apertura digital y la supuesta democratización de la Internet han planteado nuevos ritmos, nuevos afectos, nuevas relaciones entre los sujetos y nuevas relaciones con lo público y lo privado. La pregunta que surge es si la conexión va más allá del tecnicismo que hace referencia a la manera en la que funciona la infraestructura, que va manufacturando las colectividades por medio de los dispositivos. Si uno de los problemas con respecto a la ley es la privacidad -aunque ya sabemos que hablar solo de privacidad resulta insuficiente para abarcar un problema mayor con respecto a derechos humanos e igualdades entre sujetos- y a la posibilidad o imposibilidad de controlar los contenidos que se comparten en la red, un punto de encuentro entre privacidad, vigilancia y afectos es el asunto de la soberanía. Analizar la Internet como tecnología de una intimidad pública y, sobre todo, pensar la exhibición y la vigilancia como aspectos que van más allá de la privacidad, le da lugar a la tesis que planteo, el asunto de la exhibición-vigilancia nos remite a contemplaciones sobre los derechos humanos, de los cuales la privacidad es solo un rasgo (que no poseen todos los cuerpos).

¿Por qué la insistencia de los personajes de la novela en la intimidad? Porque se comparte como contenido público, porque genera espectadores y porque es un mecanismo que ubica políticamente al sujeto en un nuevo ambiente, en una nueva geografía, ya que es un "territorio ontológico" transitado por muchos (como lo mencionaba a propósito del turismo ontológico perverso de los ciudadanos digitales de kentukis que pagan millones por tener experiencias ajenas). La intimidad está caracterizada, en la ficción del siglo XXI y en la figura de la conexión global de la novela, por flujos de información, lo que quiere decir que es móvil; por corporalidades que se convierten en datos, en información que se mercadea, lo que reconoce una fracción no-humana; por afectos que tienen que ver con la soberanía sobre los cuerpos, lo que la vuelve política, y por su "normalidad", que indica que es un rasgo de época y que implica que hay ciudadanos que participan en esa dinámica. El punto medio entre lo íntimo y lo público es ese ciudadano digital: ¿cuál es el ethos del ciudadano que se mueve por esa geografía ontológica? La respuesta puede ser la asunción de la emoción como conciencia de sí mismo y del lugar que ocupa en el espacio geopolítico y el tiempo al que pertenece, y la intimidad como una narrativa de la cotidianidad, como bien de consumo y como comunidad imaginada

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1 Me refiero a textos tales como Sueños digitales (2000), de Edmundo Paz Soldán; Las constelaciones oscuras (2015), de Pola Oloixarac; Reprodução (2013), de Bernardo Carvalho; Mis documentos (2014), de Alejandro Zambra; O tribunal da quinta-feira (2016), de Michel Laub; Tú y yo: Una novelita rusa (2016), de Juan Cárdenas; Y por mirarlo todo, nada veía (2018), de Margo Glantz; Mañana tendremos otros nombres (2019), de Patricio Pron; Tu cruz en el cielo desierto (2020), de Carolina Sanín.

Recibido: 08 de Junio de 2020; Aprobado: 07 de Diciembre de 2020; : 12 de Enero de 2021

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