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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

versión impresa ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.12 no.24 Bogotá jul./dic. 2021  Epub 08-Ago-2021

https://doi.org/10.25025/per¡fras¡s202112.24.12 

Reseña

Arlt, Roberto. La química de los acontecimientos: crónicas y columnas desde Chile. Compilado y prologado por Felipe Reyes F., La Pollera, 2020, 110 pp.

CRISTIAN MARCELO MANGIANTE* 

* Universidad Autónoma de Entre Ríos, Argentina


El docenio 2009-2020 ha sido un periodo pródigo en recuperaciones de la obra de Roberto Arlt (1900-1942), de la cual su creación periodística -en especial sus envíos de corresponsal- ha sido la más rescatada en el lapso. De ella se han encargado editores universitarios y comerciales, corporaciones internacionales y editoriales independientes. La Pollera, sello surgido en Santiago en 2010, se especializa en manuscritos de chilenos expatriados: a su labor se debe el redescubrimiento en curso de las obras en el extranjero de Carlos Droguett, Juan Emar y Gabriela Mistral. Al publicar La química de los acontecimientos de Arlt, la editorial ha invertido su premisa habitual, pues la compilación -que abarca textos de ocho décadas atrás, aún así ligados con el Chile de hoy- reúne las notas remitidas desde Chile por un extranjero.

Al editor y prologuista, Felipe Reyes, hay que atribuirle dos aciertos principales: (1) las notas recopiladas, el primero. Otros compendios de crónicas de viajes de Arlt reúnen solo las que envió como empleado de El Mundo; Reyes no repite ese desliz: su volumen incluye, además, una nota para la revista izquierdista Nueva Gaceta, editada en Buenos Aires el Día del Trabajador de 1941. Es un hallazgo hemerográfico del editor, ya que la columna ni salió en El Mundo ni figura en Elpaisaje en las nubes (FCE, 2009), la más exhaustiva edición de las notas periodísticas arltianas hasta hoy existente. Y "Chile a través de un aristócrata", la exégesis de Arlt al libro Chile o una loca geografía, de Benjamín Subercaseux -destacado miembro de la derecha chilena de su tiempo-, no es un texto más. La invectiva contra Subercaseux retrotrae a Arlt a su antes habitual rol de polemista frontal, con una retórica exuberante y autorreferencial. Y se distancia de las notas remitidas en paralelo a El Mundo, que si bien hacen evidente una simpatía por el régimen del Frente Popular, pretenden registrar la realidad chilena desde una mirada materialista científica, impersonal, filomarxista, pero nada panfletaria. Parecería que en Nueva Gaceta Arlt pudo emitir sus valoraciones con mayor libertad: "El Chile del señor Subercaseux es un Chile de ballet, o de geografía para señoritas tontas", protesta (55).

(2) Felipe Reyes, en el prólogo, reconstruye con provecho tanto el Chile que vio Arlt, como el Arlt que vio Chile: el Chile de inicios de los cuarenta, en una encrucijada similar a la del país de Allende en los albores de los setenta y a la nación sublevada por las desigualdades en el presente. Y el Arlt que visita cárceles con Volodia Teitelboim (su informante nativo), que asiste a fiestas en casa de Raúl González Tuñón (su par aventajado), que va a diario a la redacción de El Siglo, que riñe por carta y en persona con su pareja, Elizabeth Shine, aunque vive con ella, entre Santiago y Chiloé, los mejores días juntos de los mil que duraría la relación. La prosa de Reyes -como las columnas de Arlt- resucita a una nación atrapada, por desgarrarse. Y a un hombre en idéntica situación. En Chile la esperanza de vida rondaba los cuarenta años. Arlt morirá de un infarto, con 42, un año después.

Volvamos a la crítica de Arlt a Subercaseux, oveja negra en el rebaño de las crónicas chilenas. Hay al menos tres debates a los cuales puede aportar: (1) la añosa discusión respecto a hasta qué punto Arlt era de izquierda o de derecha, aquí Arlt confronta sin medias tintas a un derechista insigne, a quien desmiente y ridiculiza con virulencia; (2) el menos añoso tópico de: ¿Arlt era misógino o cuasifeminista? Si por un lado la geografía de la tontería parece afectar solo a "las señoritas", por otro, Arlt emprende una cerrada defensa de las madres chilenas, acusadas por el autor denostado de ser responsables de la desnutrición y mortalidad infantil en el país, y (3) el debate, ausente hasta ahora pero necesario, sobre la relación de Arlt con la censura y las maneras en que se adaptaba (o lo adaptaban) al medio donde escribía.

Entre los estudiosos de Arlt domina la ignota imagen del escritor-reportero consentido por los directores de diarios, el "atorrante" al cual se le habrían disculpado las afirmaciones desaforadas, porque estas aumentaban las ventas y porque nadie despediría "al genio". Las correcciones de los jefes a sus notas, suponen los comentaristas, se limitarían a los errores ortográficos. Arlt sería, en fin, la encarnación de toda la libertad de escribir y publicar con la que un periodista pudiera soñar. Mas en la historia real del periodismo es muy difícil o imposible hallar directores de diarios que funcionen como paladines egregios de la libertad de prensa o periodistas eternamente mimados por la simple virtud de su talento (véase Historia y comunicación social de Manuel Vázquez Montalbán). Cuando Arlt viajó a la Patagonia en 1934, despachó 23 crónicas que publicó El Mundo, luego recogidas en En el país del viento (Simurg, 1995) y en Aguafuertes patagónicas (800 Golpes, 2014). Pero escribió tres notas más, omitidas en ambos libros, que salieron en la revista comunista Actualidad: el Arlt de El Mundo simpatiza con los colonizadores del sur argentino; el de Actualidad denuncia el genocidio indígena, campesino y obrero a manos de los colonizadores. Notable contraste. Hay dos Arlts en la Patagonia de 1934, como hay dos Arlts en el Chile de 1940-1941. El poder del recorte: la polaridad que no puede apreciarse en los volúmenes de sus crónicas patagónicas es patente en el tomo que reúne las crónicas chilenas. El cotejo de las notas publicadas por Arlt en simultáneo, en distintos medios, podría demostrar que un periodista que es paradigma de la libertad de prensa solo en contadas ocasiones pudo narrar cuanto sabía y opinaba.

A las ocho notas chilenas, que son el corazón del libro, las acompañan otras diez en La química: hay dos sobre el nazismo. Mientras Argentina mantuvo la neutralidad hasta que la derrota del Eje en la Segunda Guerra fue inminente, Arlt señaló tempranamente los rasgos demenciales detrás de la aritmética implacable -por tantos otros loada- del régimen.

Hay ocho columnas más: las atraviesa la reflexión sobre el presente y el futuro de la novela y están centradas en el vínculo entre literatura e historia mundial. Arlt se muestra defraudado por la hegemonía de la novela psicológica en una época de hiperacción en el terreno de lo real y aboga por una narrativa capaz de relatar tanta convulsión. Estas columnas, que aquí suplementan a las chilenas, también reclamaron la atención de Gersende Camenen ("Roberto Arlt: el Oriente 'al margen del cable'", Iberomanía, núm. 87, 2018, pp. 83-95), quien estima que tienden a conformar -visto el modo en que reelaboran las noticias- una novela realista por entregas. En La química les dan a las notas chilenas una atmósfera adecuada en la cual inscribirse.

Como sea, cabe preguntar: ¿las cartas que Arlt envió desde Chile y las que allí recibió, citadas a menudo en el prólogo de Reyes y que descubren tiempos críticos en su vida, podrían haberse agregado al volumen en reemplazo de otros escritos que no brotaron de su corresponsalía? Hasta hoy no hay publicado un epistolario arltiano. Por cierto, las notas de Chile en parte se identifican y en parte se diferencian de las demás del periodo : continúan la pauta de ser denuncialistas y muy documentadas: abundan en tablas estadísticas, datos históricos, personajes reales, capacidad de anticipar el porvenir; pero son excepciones, pues están redactadas desde el teatro de operaciones, y no a distancia, océano por medio, adivinando el olor de las bombas o los destellos del miedo, como las otras del libro y de esta etapa del autor

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