Quizá el lector que se acerque a La lira de las masas, de Martín Rodríguez-Gaona, sienta curiosidad por conocer algunos de los poetas citados. Es probable que se decante por la que ocupa más comentarios: Luna Miguel, y halle un canal de YouTube regentado por una mujer de treinta años, que cuenta con más de siete libros publicados y una red de fanáticos que sienten al pulso de sus versos. Si ese viajero sigue adelante, descubrirá a una Luna que habla de su perfume mientras comenta a Susana Thénon, recuerda a su amante mientras narra su escritura o insta a sus seguidores a dejar un comentario antes de leer a Carolina Sanín. Entonces, ese explorador se preguntará si está ante una influencer de moda, una promotora de lectura, un nudo de dramas que desembocan en la red o, llanamente, una escritora.

Rodríguez-Gaona argumenta que en la ola de poetas de la que ella forma parte, ninguna de esas prácticas riñe con las demás, porque son sintomáticas de las formas en que se manifiesta la producción simbólica de muchos poetas nativos digitales españoles, producción signada por la emergencia de una sensibilidad basada en la creación de empatía y comunidades de lectoescritura, el uso de un lenguaje tras medial, la desacralización de la tradición y las presiones que las industrias culturales con presencia en la red ejercen sobre los autores. Siguiendo esta hipótesis, y a caballo entre los estudios culturales y la indagación en torno al campo literario, el autor discurre por los efectos de esa realidad en la estética y distribución de una forma de poesía j oven, y en los retos que interpelan a la ciudad letrada.

Respecto a la estética, Rodríguez-Gaona señala que, más allá de sus diferencias, un factor común a las poéticas surgidas bajo la égida del prosumo es una apuesta interdisciplinar, transitoria y experiencial. Ello implica el uso de un lenguaje que reúne imagen, voz y texto, una continuidad temática entre el contenido publicado y la vida representada en espacios virtuales, y la renovación constante del material visible. Asimismo, él percibe que esa estética se sustenta en la extensión de valores imperantes en la cultura digital a la valoración de la poesía; entre ellos: la aceptación de los imaginarios de la cultura de masas como horizonte de creación, la producción de experiencias que pueden ser compartidas, la interacción con textos y formas sintácticas caras a las redes sociales. En síntesis, la apuesta de esos autores une aspiraciones literarias con métodos de la comunicación de masas, a fin de hacer de la poesía un producto popular.

De acuerdo con Rodríguez-Gaona, esa estética es indisociable de las particularidades de la distribución de la poesía de los nativos digitales. En su raíz, el proyecto vital de aquellos se basó en una ética de lo comunitario y lo alternativo, opuesta al individualismo de los poetas de generaciones previas y a las políticas de instituciones culturales tradicionales. Crearon comunidades de lectoescritura aglutinadas en torno a una sensibilidad común, y organizaron editoriales independientes y espacios de reunión. Sin embargo, el encuentro entre el afán por masificar la literatura en la red y las lógicas de las industrias del libro que buscaban un nicho entre los jóvenes derivó en la desactivación de la experiencia social que catalizaba esa poesía, para tornarla en un producto inofensivo del que se espera un éxito comercial.

Como el lector puede colegir de lo anterior, el autor asume una postura crítica frente al fenómeno que ocupa sus reflexiones. Ahora bien, allí reside el mayor aporte de su libro. Rodríguez-Gaona no descalifica ese fenómeno por su negación de los valores de la ciudad letrada; percibe en sus manifestaciones una importancia histórica, en cuanto hitos de la innegable penetración de las lógicas culturales y económicas de la revolución de Internet en el sistema literario. En primer lugar, él señala que las instituciones de la ciudad letrada española deben asumir la responsabilidad que les corresponde: la pervivencia del clientelismo en muchas de ellas, su distanciamiento de los ciudadanos y sus espacios de acción, su repliegue en los mecanismos análogos como respuesta a los retos planteados por la red, supusieron que la generación cuya formación lectora ha tenido lugar mediante Internet no encuentre posibilidades de diálogo con la tradición, ni vea en ella una cultura viva.

En segundo lugar, recomienda que las instituciones tradicionales asuman una postura dialógica frente a los cambios que asaltan sus murallas, mediante la puesta en debate de las relaciones entre creación literaria y lectura, contenidos textuales y formatos, apuestas económicas y proyectos políticos. En tercer lugar, insta a la ciudad letrada a asumir el espacio electrónico como una dimensión singular de las manifestaciones literarias, y propiciar la exploración de lenguajes y discursos que no se dejen tentar por la promesa de la popularidad fácil, pero asuman las exigencias de las redes de divulgación: no se trata de digitalizar libros, sino de pensar experiencias literarias para la red.

En suma, La lira de las masas es una obra arriesgada, dado que el autor parte de sus reflexiones sobre un proceso en gestación: la aparición de los poetas prosumidores en España y sus relaciones con la escritura poética y las industrias culturales, y propone soluciones de compromiso que retan tanto a los poetas de la red, como a las instituciones clásicas. Lo es también porque en ella Rodríguez-Gaona roza dos extremos: desdeñar los cambios que interpelan al campo poético, en virtud de la defensa conservadora de los valores que sustentan el proyecto letrado de la poesía, o asumir la tecnología en cuanto salvación de unas formas de hacer cuyas fisuras son evidentes. Sin embargo, la interrogación de la historia de la poesía española y el rastreo de esas apuestas que la interpelan, derivaron en un insumo para que poetas, investigadores y actores ligados a la cultura piensen y se posicionen respecto a los retos que le plantea Internet a la poesía como pulso cultural.