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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

versión impresa ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.16 no.36 Bogotá sep./dic. 2025  Epub 04-Sep-2025

https://doi.org/10.25025/perifrasis202516.36.09 

Reseñas

Ortiz Gómez, Laura. Indócil. Tusquets Editores, 2024, 228 pp.

GLORIA JOHANA MORALES OSÓRIO* 

*Investigadora independiente


Laura Ortiz Gómez (1986-) es una escritora colombiana, ganadora del Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica por su libro de cuentos Sofoco en el año 2020. En Sofoco, Ortiz sorprendió con una manera renovada de visitar el conflicto armado en Colombia y creó un vertiginoso viaje por ricos mundos interiores, crisis y placeres de gente que, por común, fue inesperada. En su nueva novela Indócil mueve la geografía, al pasar de Cali o un pequeño pueblo a orillas del río Magdalena al barrio San Telmo, en Buenos Aires, mientras ofrece un universo femenino vibrante (de cosas y personas) que agarran en sus propias manos la tarea cuidadosa de la dignidad. La novela se enmarca en los inicios del siglo xx y explora un hecho histórico significativo: la huelga de las escobas. Hace 118 años en Buenos Aires y otras provincias de Argentina, cientos de inquilinas e inquilinos, mayoritariamente migrantes, protestaron por los abusos cometidos por quienes les rentaban las habitaciones en las que vivían; sacaron a la calle sus escobas y otros objetos caseros para expresar su indignación y responder a la represión policial.

Indócil gira en torno a las vidas de las migrantes ucranianas Vira y Olena, y de la casa a la que llegan a vivir, pero sobre todo invita a pensar en todas las otras historias de resistencia y amor que esconden los lugares que habitamos -o luchamos por habitar-. Me interesa señalar tres aspectos que hacen de esta novela una impecable y provocativa pieza narrativa, llena de luminosidad. Ortiz hace un trabajo profundo al resaltar la potencia cotidiana de los objetos y los espacios, produce una polifonía que enriquece la reflexión sobre las violencias y las rebeldías en nuestra región y ofrece un tejido para reflexionar sobre el continuum de la protesta en América Latina desde su archivo.

Muy a tono con el giro material y archivístico que han tenido las humanidades en las últimas décadas, Ortiz produce una novela donde los objetos tienen tanto protagonismo como lo humano. ¿Qué sabe una casa?, ¿qué callan los objetos que nos tocan?, ¿cómo empiezan material, molecularmente las revoluciones? La novela propone estas preguntas y fabula respuestas en donde los objetos son la medida de los afectos, son el trazo de la historia, son el tiempo. Ortiz creó una casa lírica y fecunda en la que caben también sus lectores. Construyó con palabras un lugar físico que se transforma a lo largo del tiempo como los demás personajes; hizo una casa que aprende a la fuerza un lenguaje con el que logra hacer tanto, una casa que ríe, se enfurece, olvida, entra en paro, desea, complota y, sobre todo, otea el pasado para contárnoslo. Poner una casa en el centro del relato se vuelve una forma de mostrar tanto las jerarquías humanas dominantes como las estrategias para agrietarlas, y señala la coautoría que tienen los objetos y los espacios en la vida humana. Aunque Gastón Bachelard haya considerado en La poética del espacio (1957) que la poesía está más equipada que la novela para experimentar la intimidad de las casas, Ortiz logra con una potente imaginación y una sensibilidad histórica construir una prosa en la que el espacio es acción, memoria y densidad pura.

Resalto, además, que la autora no solo compuso con la casa una voz única, sino que permitió la existencia de otros objetos -huesos, libros, cajas de nácar- que, como en Huaco retrato (2021), de Gabriela Weiner, abren preguntas sobre el coleccionismo privado y el público, sobre el rol de los museos desde la independencia de nuestras naciones y sobre tantos altares espontáneos de cosas que nos recuerdan a nuestros muertos producto de la violencia, la desaparición y la represión. Este protagonismo deliberado de los objetos y su articulación con conflictos íntimos, sociales o bélicos se puede asociar a otras obras contemporáneas de ficción como Geografía doméstica (2021), de Margarita Cuéllar Barona o The Book of Collateral Damage (2020) del autor iraquí Sinan Antoon, o con obras de no ficción como Detectives de objetos (2019) de Shaday Larios, All That She Carried: The Journey of Ashley's Sack, a Black Family Keepsake (2021) de Tiya Miles, Belicopedia (2023) de Daniel Ruiz Sernay y Diana Carolina Ojeda u Objetos que emocionan. Testigos materiales del conflicto en América Latina (2024), editado por Andrés Góngora y Ana María Forero Angel. Ortiz replica la intención de estas y otras obras de acercarse al magnetismo de las cosas que nos rodean y verlas como actantes con historia y potencia futura.

Pero en la novela de Ortiz no solo los objetos hablan. Al coro de las cosas se unen voces que construyen un relato multivocal que viaja entre siglos y aborda la colonización y eliminación de los pueblos indígenas, los retos que vivieron los migrantes en el Cono Sur entre finales del siglo xix e inicios del xx, las fortalezas y limitaciones que tuvo el anarquismo en la región y, entre otras, las formas de organización y alianza femeninas que tanto han hilado las revoluciones visibles y las menos visibles en Latinoamérica. Hay tal riqueza en la construcción de los personajes y sus formas del decir que hasta la visualidad de la página del libro se afecta a cada tanto: a veces se rompen los márgenes, emerge una bisagra que invita a atravesar umbrales y hasta la hoja de papel imita anuncios de prensa, carteles o folletos recién sacados de una curtida imprenta. Estas excursiones formales se hermanan con proyectos de ficción histórica como el del mexicano Yuri Herrera en La estación del pantano (2022) o el del argentino Víctor Goldgel y su Modesta dinamita (2021), en donde el archivo, la invención sensible y una reflexión sobre la escritura y la tipografía de lo memorable están en el centro. Ese barullo de voces y moldes de letra, que percibimos entre recuerdos de una casa, asambleas de ladrones, reuniones de mujeres o pequeños performances callejeros a favor de la erradicación de la propiedad privada, descarna la artificialidad del sistema jerárquico de las posesiones y la riqueza, y explora las muchas formas de la rabia digna.

Finalmente, rescato cómo Ortiz recupera diversos archivos de la protesta en Latinoamérica (desde registros de periódicos de 1907 y huellas sonoras de las declaraciones de la activista Norma Plá hasta consignas de los más recientes estallidos sociales en Chile, Argentina o Colombia) para articular demandas históricas por la igualdad, el cuidado y los peligros de la propiedad. La autora es, sobre todo, una investigadora de los territorios y de las gentes, como lo ha demostrado en su libro de cuentos; en Indócil, tomando la historia como escenario, Ortiz usa una imaginación radical para mostrar qué significa ser un nadie para los estándares impuestos, encontrarse con otro nadie y urdir una o varias pequeñas grandes revoluciones. Es muy interesante cómo su detallado y sentido trabajo de archivo deviene en una lectura feminista de los movimientos sociales y cómo devuelve con un lenguaje expansivo esos sueños y esas acciones cotidianas de tantas mujeres.

Es característico de la autora hacer hablar a quienes no se han oído y poner en sus voces tonalidades vibrantes, que aferran a sus mundos y enriquecen la mirada. En el mismo año en que Ortiz publica su texto autobiográfico Diario de aterrizaje, entrega con Indócil una mirilla poética para husmear en la intimidad de lo colectivo. En su novela, imaginar, demandar y lograr la dignidad son proyectos que aparecen desde muy temprano y se expanden de maneras inesperadas y transformadoras. Además, salimos de esta narración pensando cuánto saben los objetos y qué poder tiene la juntanza indignada que ensaya otros mundos posibles. Así, en la cosa viva que es este libro, quienes quieran jugar con las fibras de la fabulación crítica asistirán a una fiesta dolida de alianzas femeninas que cuidan el goce y la memoria para que ellas y otros sigamos viviendo.

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