SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número18Jane Addams y el feminismo como pacificador socialLey, justicia y transición. Una aproximación psicoanalítica a la justicia transicional y su reciente experiencia en Colombia índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Trabajo social

versión On-line ISSN 2256-5493

Trab. soc.  no.18 Bogotá dic. 2016

 

Artículos

El feminismo y el pacifismo en tiempos de la Gran Guerra europea (1914-1918)*

Feminism and Pacifism during the Great European War (1914-1918)

O feminismo e o pacifismo em tempos da Grande Guerra europeia (1914-1918)

María Himelda Ramírez** 

** Profesora Departamento de Trabajo Social Universidad Nacional de Colombia. mhramirezr@unal.edu.co


Resumen

Este artículo propone una reinterpretación de los cambios en la vida de las mujeres durante las movilizaciones de la Gran Guerra europea (1914-1918), desde la perspectiva de las redefiniciones de las relaciones de género. Se realiza un recorrido por una selección de historiografía feminista, por fragmentos de la historia crítica de la familia y por datos biográficos y autobiográficos de activistas de los movimientos sufragistas y pacifistas. Se aprecian las reacciones de adhesión de las mujeres a la causa beligerante suscitadas por el patriotismo, su solidaridad con los combatientes sobrevivientes y con sus familias, así como sus críticas pacifistas al militarismo.

Palabras clave: familia; feminismo; género; pacifismo; Primera Guerra Mundial; sufragismo

Abstract

This article reinterprets the changes in the lives of women during the Great European War's (1914-1918) mobilizations, from the perspective of gender relationship's redefinitions. The reactions of women faced with the ravages of the war and their solidarity with the surviving combatants and their families, as well as their pacifist critics to militarism, are evidenced through feminist historiography, fragments of family histories from a critical perspective and biographic and autobiographic data of activists in the suffragist and pacifist movements.

Keywords: family; feminism; gender; pacifism; First World War; suffragist movement

Resumo

Este artigo propõe uma reinterpretação das mudanças na vida das mulheres durante as mobilizações da Grande Guerra europeia (1914-1918), desde a perspectiva das redefinições das relações de gênero. A partir de um percorrido por uma seleção da historiografia feminista, fragmentos da história da família sob a perspectiva crítica e dados biográficos e autobiográficos de ativistas dos movimentos sufragistas e pacifistas, observam-se as reações de adesão das mulheres à causa beligerante, sua solidariedade com os combatentes sobreviventes e suas famílias, assim como suas criticas pacifistas ao militarismo.

Palavras-chave: família; feminismo; gênero; pacifismo; Primeira Guerra Mundial; sufragismo

Preámbulo

La guerra [...] solo fue un paréntesis antes del retorno a la normalidad, un teatro de sombras en el que aparentemente solo las mujeres de retaguardia desempeñaron los papeles principales [...] La guerra habría bloqueado el movimiento de emancipación que, ya a comienzos del siglo xx, se esbozaba en toda Europa y se encarnaba en una new woman económica y sexualmente independiente, así como también en un poderoso movimiento feminista igualitarista e imaginativo [...]

(THÉBAUD 2001, 47)

En la línea sugerida por la historiadora francesa Françoise Thébaud (2001) la guerra representó un alto y un retroceso en el avance hacia la construcción de condiciones favorables a la emancipación de las mujeres europeas. La autora propone reinterpretar lo que representó la movilización de los hombres a los frentes y de las mujeres a una parte de los trabajos que aquellos dejaron vacantes. Asimismo, analizar la desmovilización de ciertas acciones colectivas emprendidas desde la segunda mitad del siglo XIX en procura de sus conquistas democráticas como el derecho al voto. En términos históricos, este derecho representaba la confianza de las mujeres en la posibilidad de la acción parlamentaria y de incidencia política en las reformas educativas que permitieran el acceso a la educación universitaria, al trabajo remunerado y los beneficios de las medidas de protección que se estaban configurando como los fundamentos de los Estados de bienestar.

Por lo demás, el despliegue de las acciones de solidaridad de las mujeres con los combatientes heridos y con las familias de los caídos en combate, la asunción de la administración de hospitales de campaña, la conducción de ambulancias y la confección y distribución de ropa y alimentos expandieron sus horizontes. En síntesis, la multiplicidad de las experiencias realizadas por mujeres del común, intelectuales, artistas, científicas -como Marie Curie- y activistas, removió los cimientos de las tradiciones e hizo inviable la restauración del orden en las relaciones de género una vez culminó la contienda.

Las organizaciones feministas, por su parte, canalizaron su activismo en el movimiento sufragista y antimilitarista hacia el pacifismo, el arbitraje y el desarme. La investigadora española María Dolores Ramos (2008) plantea como antecedente que, en el contexto de la Primera Conferencia de Paz celebrada en la Haya en 1899, en tiempos de auge del imperialismo, los nacionalismos, la carrera armamentista y las paradojas de la Modernidad, la cultura de paz estaba segmentada en diversos discursos, prácticas y movimientos sociales no siempre convergentes.

Por un lado, el feminismo liberal condenaba la guerra sustentado, ante todo, por los sentimientos maternos y familiares. Bertha von Suttner (1843-1914), galardonada con el Premio Nobel de Paz en 1905, representante de esta corriente, había publicado su libro ¡Abajo las armas! En esta obra, además de una denuncia en contra de la guerra, la autora realizó un pronunciamiento sobre los principios que favorecían el espíritu belicista: la religión, que propiciaba la resignación, la cobardía como deshonra y la concepción de la guerra como una forma más de hacer política.

Resonaba también el pacifismo internacionalista de base obrera, entre los círculos anarquistas y socialistas, que denunciaba la guerra como estrategia de la expansión imperialista, en beneficio de la industria armamentista y como contención del avance del modelo socialista. Figuras como Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo en Alemania y Alejandra Kollontai en Rusia promovían de tiempo atrás un pensamiento crítico sobre las condiciones de explotación de las mujeres, en particular de las trabajadoras, y emprendieron proyectos políticos y pedagógicos orientados a la transformación de las relaciones entre los hombres y las mujeres para una nueva sociedad.

Una de las piezas fundamentales de este artículo es un recorrido por la historiografía feminista de las mujeres, basado en la crítica a los modelos androcéntricos de interpretación del pasado de las sociedades europeas, los cuales pasan de la interpelación a la negación, el desconocimiento o la desvalorización de la participación de las mujeres en la construcción de las sociedades. Gerda Lerner (1990), historiadora austríaca nacionalizada en Estados Unidos, argumentó la participación conjunta de las mujeres y los hombres en la construcción de las sociedades y culturas, desde los orígenes del patriarcado. Otras historiadoras como Bonny Anderson, Judith Zinsser y Ann Perotin-Dumond, a partir de la perspectiva del género como categoría relacional y teoría de las relaciones de poder, profundizan en esa construcción conjunta y en la historia propia de las mujeres, diferenciada de la de los hombres, tanto en los espacios comunes que comparten con ellos como en los específicos en que ellas se desenvuelven.

Otra de las piezas de esta elaboración es la historia de la familia interpretada desde una perspectiva crítica de los modelos patriarcales, supuestamente universales, y desde la consideración de las tensiones y los conflictos suscitados por las relaciones de poder entre los sexos y las generaciones. Los estudios sobre el matrimonio, el carácter transitorio de los arreglos de convivencia, los claro oscuros de la intimidad, la sexualidad, la reproducción y la vida doméstica posibilitan observar los cambios que se avizoraban a comienzos del siglo XX. Tales cambios, pese a las calamidades de la Gran Guerra europea que en algunos sentidos los postergó, irían a configurar una de las grandes transformaciones culturales del siglo XX.

Es de anotar que la crítica y la resistencia a los modelos de vida en pareja y familiar, impuestos a las mujeres por las tradiciones culturales, jurídicas y políticas, figuran entre los motivos que interferían sus reclamos de igualdad. En esa línea, destaco la participación de las mujeres en la prefiguración de los Estados de bienestar que reclamaban la protección de la maternidad como función social fundamental, más allá de los condicionamientos impuestos por el matrimonio y sus contingencias.

Una pieza apenas sugerida y que ofrece posibilidades de expansión de los horizontes interpretativos es la que concierne al mundo de las representaciones de la Primera Guerra Mundial en la obra de creadoras y en la memoria de pacifistas y feministas, cuyos cursos de vida transcurrieron entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. En numerosos relatos autobiográficos, en los textos y discursos elaborados por ellas y en sus biografías se aprecia su participación en la deliberación política, sus reacciones antibelicistas junto a una sociedad civil de la cual formaron parte, en contradicción con el armamentismo de los Estados y el auge de la propaganda belicista difundida por los sectores militaristas.

Considero por ello importante dedicarle unas líneas a la artista alemana Káthe Kollwitz (1867-1945), pacifista y feminista quien legó sus representaciones sobre el dolor y la muerte ocasionados por la guerra en las víctimas sobrevivientes: madres, padres, voluntarios, niños. Además, se prestará atención a Simone de Beauvoir (1908-1986) quien le dedica unos fragmentos de las memorias de su juventud a la evocación de sus impresiones a través de los relatos de la experiencia vivida entre los 6 y los 9 años de edad, durante la guerra.

Es de interés mencionar que el historiador inglés Eric Hobsbawm, en su libro Historia del siglo XX, llama la atención sobre la ausencia de una conexión en las nuevas generaciones con el pasado y argumenta lo siguiente:

[...] los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte los jóvenes hombres y mujeres de este final de siglo, crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo que viven. (1998, 13)

Este cuestionamiento es a la vez una invitación a considerar el lugar de la historia y la memoria de la guerra en la configuración de las identidades sociales y políticas contemporáneas, consideración que a su vez suscita algunos interrogantes, tales como: ¿de qué depende la construcción de la historia y la memoria de las guerras europeas en América Latina? ¿Cuál ha sido la política de la memoria de la Gran Guerra en Europa y en América Latina? ¿Qué lugar ocupa la historia de las mujeres en las historias de las guerras? ¿Cómo se ha construido la historia y la memoria de la guerra en las sobrevivientes pacifistas, feministas y sufragistas?

Por lo demás, estimo pertinente llamar la atención sobre los debates contemporáneos en que están concernidas las jóvenes generaciones femeninas que asumen como resueltas, no precisamente por la acción política de sus predecesoras, las desigualdades de género y las inequidades; aun en contextos en que la inequidad salarial constituye una de las materializaciones de la persistencia de tales desigualdades.

Eric Hobsbawm (1998) caracteriza al siglo XX como un siglo corto, ya que a su juicio, comprende desde 1914 hasta 1991. Esto es, desde el inicio la Gran Guerra en la que participaron las grandes potencias, por intereses que articulaban el nacionalismo y el imperialismo, hasta cuando se produjo la disolución de la Unión Soviética y el debilitamiento de su influencia. El autor destaca que el siglo XX fue el de los campos de concentración, los genocidios, las deportaciones y la exterminación masiva. Hobsbawm define el lapso comprendido entre 1914 y 1945 como la "Era de las catástrofes".

En las páginas iniciales del libro el autor incluye varias citas de las reflexiones de doce protagonistas del siglo XX. Es revelador que, habiendo sido este un periodo de transformaciones radicales en la vida de las mujeres que posibilitaron la demostración de sus alcances, sea citada una mayoría masculina: once hombres y apenas una mujer. Se trata de la científica italiana Rita Lévi-Montalcini (1909-2012), quien fuera galardonada con el Premio Nobel de Medicina en 1986, compartiendo esta distinción con su colega estadounidense Stanley Cohen por sus investigaciones en el campo de las neurociencias. En particular, sobre el factor de crecimiento nervioso. Al respecto de la pregunta planteada por Hobsbawm sobre lo que representó el siglo para la humanidad, ella responde: "Pese a todo en este siglo se han registrado revoluciones positivas [...] la aparición del cuarto estado y la promoción de la mujer tras varios siglos de represión" (1998, 11).

La filósofa María Luisa Femenías (2011) subraya que las tres palabras a las que se refiere en su elaboración remiten a otros conceptos complejos y polémicos conectados entre sí. De este modo, el pacifismo y el feminismo convergen en la exigencia de la máxima democratización posible de las relaciones entre los sexos, de las relaciones entre los países y en un mismo país, así como el rechazo a toda forma explícita o implícita de la violencia.

La autora indica que los estudios del pacifismo distinguen tres dimensiones: el pacifismo instrumental, que implica a quienes propugnan por la destrucción de las armas o su máxima reducción, es la teoría del desarme. El pacifismo institucional, que comprende las acciones jurídicas o sociales contra los Estados belicistas con la mediación el Derecho Internacional.

El pacifismo finalista que implica a quienes indagan por el origen de la agresividad humana, bien sea en la naturaleza o en las condiciones sociales (47).

Asimismo, señala que el feminismo en sentido amplio significa la lucha histórica de las mujeres por el reconocimiento igualitario de sus derechos tanto de ciudadanía como sexuales, identitarios y laborales. La autora destaca que el movimiento feminista es antibelicista y se opone a la solución armada de los conflictos. Además sostiene que, aunque no todas las mujeres sean pacifistas, hay una constante asociación entre feminismo y pacifismo. Es posible sustentar que en los movimientos pacifistas las mujeres suelen ser protagonistas en las causas por la paz (48).

Femenías destaca de qué forma la utopía feminista pensada en términos de igualdad y equidad no ha sido incluida en los diversos relatos sobre los modelos posibles de sociedades ideales; por lo demás, a su juicio, tales relatos suelen conservar intactos los estereotipos sobre la familia y la mujer que son la base de la desigualdad, la exclusión y el sexismo.

Las historiadoras Anderson y Zinsser (1991), en sus investigaciones sobre la historia propia de las mujeres europeas, indican que si bien el protestantismo y el liberalismo fueron más propicios para la aparición del feminismo que el catolicismo y el conservadurismo, en ninguna nación protestante, por muy liberal que fuese, las demandas de las mujeres para una educación superior igual para ambos sexos y mucho menos la igualdad política y legal, fue de buen recibo. Desde Gran Bretaña a Alemania, pasando por Suecia y aun fuera de Europa, en los Estados Unidos, las demandas feministas tropezaron con una oposición masiva que apelaba a los más diversos argumentos: a la autoridad divina, a la de la biología, al supuesto orden natural, inclusive, al bien común entendido como un equilibrio social garantizado por la división sexual del trabajo.

El antifeminismo, por su parte, fue muy propagado, inclusive algunas mujeres en procesos de ascenso social o desde ámbitos de poder solían, como ahora, declarar no ser feministas ni haberlo requerido para alcanzar sus metas. Gerda Lerner (1990) ofrece una explicación al respecto desde la perspectiva de los compromisos de las mujeres en la reproducción del orden patriarcal y explica que la coparticipación femenina en la construcción de las sociedades y culturas se produce, bien sea por coacción mediante la multiplicidad de formas de violencia ejercidas sobre ellas, o por consentimiento, dados los aparentes privilegios de la protección paternalista patriarcal. Por lo demás, la autora destaca el peso de la identificación de las mujeres con los varones de su clase, lo que dificulta las alianzas y fomenta las desconfianzas y las rivalidades entre ellas. Anderson y Zinsser (1991) destacan que en todos los países europeos las feministas fueron una minoría descalificada, desprestigiada y agredida, y precisamente por ello, sus logros son sorprendentes.

Otra historiografía sobre las mujeres en la Gran Guerra

La interpretación de la Primera Guerra Mundial con base en un recorrido por una selección de la historiografía acerca de las mujeres europeas y el género durante la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX proporciona otras interpretaciones diferentes a la historiografía tradicional e inclusive a la nueva historia, en virtud del lento reconocimiento social y académico de las mujeres como sujetas de la política y de la historia. Françoise Thébaud (2001) advierte las complejidades de la historia de las mujeres en la guerra y las formas como las relaciones de género se refuerzan, se mantienen o se modifican de acuerdo con los contextos, bien se trate del mundo rural, del urbano, de la proximidad o de la lejanía de los frentes de batalla. Por lo tanto, es diferente si se trata de campesinas, aristócratas, mujeres de las clases medias en ascenso, burguesas u obreras. Además, si se estudian los periodos iniciales, cuando se exacerbaron los sentimientos patrióticos en cuyos contextos se produjo el alistamiento voluntario de cientos de jóvenes, en ocasiones animado con vehemencia por las madres, hermanas, esposas o amantes. O, durante los periodos intermedios ante el balance de las pérdidas y las incertidumbres, y, por supuesto, en la posguerra.

Los trabajos de historiadoras como Joan Scott y Louise Tilly (1984), Linda Gordon y Nancy Fraser (1992) y Gisela Bock (1991), entre otras, discuten las interpretaciones que generalizan los efectos de la Gran Guerra, en la expansión de las posibilidades laborales de las mujeres fuera del hogar. Joan Scott plantea que de tiempo atrás, las jóvenes de origen campesino entre los 15 y los 23 años, antes del matrimonio o de la maternidad, trabajaban fuera de sus hogares, principalmente en el servicio doméstico, en el campo de las confecciones y, en un porcentaje menor, en las industrias textiles, que solían ser mejor remuneradas. Es decir, en las actividades que representaban una menor remuneración en el amplio espacio de la producción industrial. El matrimonio y la maternidad significaban un retiro temporal de la actividad laboral fuera del hogar, que era retomada lo más pronto posible por la necesidad imperativa de generar ingresos, debido a la insuficiencia del salario del jefe del hogar para suplir el sostenimiento de las familias obreras que habían aumentado en la medida que se expandía la industrialización.

En esos contextos se construyeron los discursos sobre las figuras del jefe de hogar como proveedor (Breadwiner) y de la ama de casa dedicada al cuidado del esposo, los hijos e hijas, dos figuras clave del modelo de familia nuclear (biparental, orientada a la procreación y de residencia compartida), que se pretendió instituir como emblema de la Modernidad. Este modelo diferenciaba las funciones de las mujeres y de los hombres, lo que construyó la dependencia femenina de la proveeduría masculina. De esta forma, se instaló la argumentación del salario femenino como ingreso complementario al masculino y, por ende, la desigualdad salarial para las trabajadoras, lo cual suscitó las reacciones de resistencia, denuncia y las utopías de las sindicalistas y las feministas socialistas. Otras fueron las condiciones a las que se refieren las mencionadas autoras de las mujeres de las capas medias y altas, gran parte de ellas de sectores urbanos, quienes desde finales del siglo XIX reivindicaron su salida de los hogares y fueron ganando espacios laborales en el sector terciario de la economía, en el de las comunicaciones, en el bancario -como trabajadoras de oficina, mecanógrafas, archiveras, secretarias-, en el educativo, en el de la cultura y en el campo de la salud: maestras, intelectuales, artistas, enfermeras; de estos sectores, habían surgido a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, quienes participaron en diferentes propuestas feministas y sufragistas.

Las posibilidades para llevar una vida fuera del hogar y con proyectos diferentes a la dependencia conyugal o de la familia de origen se multiplicaron para las mujeres de estos sectores durante el periodo comprendido entre 1914 y 1918, debido a las vacantes que fueron dejando los hombres llamados a filas, hasta el punto que la participación de mujeres alemanas, francesas e inglesas en actividades de "cuello blanco" se duplicó durante los primeros seis meses de la guerra.

Una interpretación de los datos sobre las mujeres en la Gran Guerra, desde la perspectiva de la historia de la familia, y de su participación en la creación de nuevas leyes que sentaron las bases de los Estados de bienestar a finales del siglo XIX y comienzos del XX constituye otra dimensión reveladora. Gisela Bock sostiene que la historiografía de este campo ha destacado ante todo el papel de los partidos y del movimiento obrero, mientras que el de las mujeres no había sido considerado.

Es notable la tendencia a la disminución del tamaño de la familia europea, a excepción del lapso de la posguerra, comprendido entre 1919-1921, durante el cual se experimentó un aumento en el número de hijos por mujer. Es de advertir que esos datos se suelen relacionar con la propagación del uso de métodos contraceptivos como el coitos interruptus y el condón, este último a disposición, sobre todo, de los sectores medios y las clases altas, por los costos que representaba la adquisición de esta innovación tecnológica. La interrupción de la gestación también fue muy propagada, aunque penalizada, bajo el discurso de ser un atentado contra los intereses patrios, planteamiento potente en contextos de la confrontación que tantas vidas humanas cobraba.

Diversas investigaciones han documentado el mejoramiento en los niveles de vida en Europa entre los años 1870 y 1930 que beneficiaban de manera contundente a las mujeres, así como el cuidado de la infancia y la vida doméstica. Las ciudades en aquel lapso habían experimentado los beneficios de la propagación de medidas de higiene pública, la mejora en las viviendas, el acceso al agua potable y a la electricidad mediante conexiones domiciliarias; estas mejoras, junto con el acceso a la leche pasteurizada, contribuyeron a disminuir la mortalidad infantil. Por lo demás, se disminuía también la mortalidad materna, y las mujeres experimentaron un aumento en la esperanza de vida media: en Gran Bretaña en 1890, por ejemplo, su esperanza de vida era de 44 años, en 1910, ascendió a los 52,4, y en 1920, a 60. Estos logros sufrieron un menoscabo contundente durante la guerra, perceptible una vez culminó la confrontación en la propagación del hambre y la desnutrición, la escasez de combustible, la destrucción de las viviendas y en general de la vida material de los hogares.

Las leyes de protección a la familia inicialmente se centraron en la regulación del trabajo de las mujeres, las niñas y los niños, así como en el establecimiento de límites relativos a la edad mínima de acceso al trabajo, la jornada máxima, las tareas que podían realizar y los salarios mínimos. De manera gradual introdujeron seguros para proteger a las personas de diversos riesgos, que incluían seguros de desempleo y de salud. Algunas leyes reforzaron ciertas dependencias dentro de la familia como la introducción de prestaciones familiares y seguros de vida para esposas, hijos y otros familiares dependientes. Estas medidas se sustentaban en el modelo familiar al que se hizo referencia atrás, que significaba la proveeduría masculina y la dedicación de tiempo completo al cuidado del esposo, los hijos y el hogar por parte de las amas de casa.

Un logro relevante entre la década de los años ochenta del siglo XIX y 1914 fue la instauración en la mayoría de las sociedades europeas de leyes de protección a la maternidad que beneficiaban, ante todo, a las madres trabajadoras que laboraban fuera de los hogares. Es de anotar que tales leyes diferenciaron la procreación dentro del matrimonio, protegida por la ley, de la que no lo era por haberse producido fuera del matrimonio y que era asumida por la caridad y la filantropía. En las discusiones suscitadas por esa diferenciación y los logros parciales alcanzados, participaron asociaciones de mujeres de diferente tenor.

Las tendencias al mejoramiento de la calidad de vida de la población europea, de las cuales las mujeres se beneficiaban de manera muy decidida, procedían de diversas acciones colectivas en las cuales su participación fue notable: los movimientos por las reformas sociales, que desde la segunda mitad del siglo XIX comprendían iniciativas para el mejoramiento de las condiciones de vida de la familia obrera, en especial, sus condiciones de vivienda y el auge de las campañas de higiene pública impulsadas por asociaciones de profesionales liberales, algunas de carácter filantrópico. Las movilizaciones de las mujeres de las clases medias y altas por el derecho al voto cifraron sus aspiraciones en la acción parlamentaria para abolir las restricciones a la autonomía económica, al acceso a la educación y, en general, por el derecho a la igualdad. El impulso al feminismo liberal y socialista, corrientes que se articularon y en ocasiones con divergencias pronunciadas, propició las posibilidades de la acción parlamentaria hacia las reformas sociales. Estos movimientos pacifistas o antibelicistas, por el derecho al voto o feministas representaban la incursión de las mujeres en espacios públicos y de deliberación política, distintivo de uno de los cambios culturales del siglo XX.

Thébaut (2001) sostiene que la historia contemporánea de las mujeres durante la Primera Guerra Mundial sería imposible de concebir sin una historia de las representaciones, desciframiento o descodificación de las imágenes y del discurso que expresan los imaginarios masculinos o de las normas sociales. El siglo XX, afirma, es el de la psicología y de la imagen que permite dilucidar en la cultura occidental el escaso desarrollo de formas de representar positivamente a las mujeres. A lo sumo, desde las perspectivas polarizadas representadas, por ejemplo, en los usos de la imagen de la enfermera: como emblema de la bondad y el sacrificio, por una parte, o, desde la perspectiva de la representación de objeto sexual para la distracción de los soldados en el frente, por otra.

Un luctuoso episodio, entre tantos otros, ilustra ciertos usos de las imágenes femeninas. Se trata de la ejecución por espionaje de la enfermera inglesa Edith Canvell (1865-1915) por parte del ejército alemán, producida como represalia por haber ayudado a los soldados aliados a escapar, cuando Canvell dirigía un hospital de la Cruz Roja en Bélgica. Este fue un hecho que causó gran consternación y escándalo en Inglaterra. Diferentes autoras ponen de presente que las ejecuciones por espionaje, tanto de mujeres como de hombres, fueron usadas por todos los ejércitos durante la Gran Guerra. El episodio mencionado fue recreado en múltiples propuestas gráficas y audiovisuales, y fue convirtiéndose en un emblema del sacrifico femenino durante la confrontación, así como de la igualdad de los hombres y las mujeres en la guerra, ya que el hecho de ser mujer no salvaguardaba a las infractoras de las leyes de las represalias y ejecuciones1.

Françoise Thébaut ofrece otra ilustración interesante de su planteamiento argumentando que Francia ejemplifica la política sexuada de la guerra en relación con la mujer y la familia. Menciona una ley del 5 de agosto de 1914 que instituye la asignación a la mujer del movilizado, con el propósito de levantar la moral del soldado que trasfiere al Estado la función de sostenimiento familiar del jefe de familia; la autora subraya que la preocupación no es asegurar la subsistencia de las familias, sino "levantar la moral del combatiente". El 7 de agosto el presidente del Consejo Viviani lanza un llamamiento a las campesinas francesas en tono marcial:

¡De pie, mujeres francesas, niñas, hijas e hijos de la patria! Sustituid en el campo de trabajo, a quienes están en el campo de batalla. ¡Preparaos para mostrarles, mañana la tierra cultivada, las cosechas recogidas, los campos sembrados! En estas horas graves no hay tarea pequeña. Todo lo que sirve al país es grande. ¡En pie! ¡A la acción! ¡Manos a la obra! Mañana la gloria será para todo el mundo. (Thébaud 2001, 52)

Según el historiador estadounidense Jay Winter, la movilización de los hombres a los frentes escindió a las parejas y a las familias, y cita las siguientes cifras: durante los primeros cuatro meses de haberse declarado la guerra, se alistaron ocho millones de hombres en Gran Bretaña, Francia y Alemania; la cifra se duplicó en Europa Oriental. En Francia y en Alemania se llamó a filas aproximadamente al 80 % de los hombres entre los 15 y los 49 años en vísperas de la guerra. El Imperio austrohúngaro movilizó al 75 % de su población masculina en edad productiva. Gran Bretaña y Serbia reclutaron entre el 50 y 60 % de su población masculina en esas edades. En Rusia, 16 millones de hombres entre los 15 y 49 años se alistaron, lo que equivalía al 40 % de su población (Winter 2004, 234).

Esa movilización supuso una transformación de las estructuras de edad en gran parte de las poblaciones locales, en los espacios de los países beligerantes de donde salían los combatientes, en particular, las zonas rurales, lugares en los cuales todavía vivía y trabajaba la mayor parte de la población europea en 1914, se feminizaron. El trabajo agrícola quedó a cargo de las mujeres, de los niños y de los hombres mayores que permanecieron en sus hogares. En las cartas de los soldados a sus esposas solían figurar entre los distintos mensajes recomendaciones sobre el trabajo de la tierra. Se produjo así la movilización transitoria de sectores femeninos a otros trabajos lo cual conllevó la proverbial expansión de la proletarización de las obreras en las industrias bélicas como la producción de municiones y bombas. Es de subrayar que las mujeres fueron excluidas de la producción metalúrgica y minera, mejor remunerada, con argumentos que sustentaban a la vez la debilidad femenina y la inmoralidad, puesto que debían trabajar en ambientes masculinos o bajo tierra.

Las mujeres de las clases medias y altas, además de asumir las labores de "cuello blanco", desplegaron multiplicidad de quehaceres en los servicios sanitarios, como enfermeras, conductoras de ambulancia, cuidado de los heridos y acciones de solidaridad con los combatientes y sus familias. De todas formas, se produjo un aumento de los salarios femeninos aunque las campesinas y obreras continuaban realizando sus labores en el hogar; incluyendo la dedicación de tiempo exigida por las filas para conseguir las raciones de alimentos o el deambular para conseguir combustible ante la escasez.

La guerra también produjo la desmovilización de algunas acciones colectivas emprendidas desde la segunda mitad del siglo XIX por las mujeres en procura de sus conquistas democráticas. Los cuatro años de la confrontación con su magnitud de pérdidas en vidas humanas, los impactos de las muertes sobre la organización de los grupos familiares y las devastadoras pérdidas de la riqueza material produjeron una interrupción de los avances hacia la igualdad y una suspensión en materia de beneficios sociales para las mujeres, por medio de la deslegitimación de las reivindicaciones a la igualdad salarial, política y social que reclamaban las organizaciones sociales.

No obstante, el movimiento pacifista se desplegó en una de las iniciativas más destacadas surgida del impulso del sufragismo. En la Haya, el 28 de abril de 1815 se realizó el I Congreso Internacional de Mujeres por la Paz, bajo la presidencia de Jane Addams, reformadora social estadounidense y representante de lo que en su momento se conoció como la sociología aplicada que originó el Trabajo Social. En el Congreso se reunieron 1.136 mujeres con voto y más de 300 visitantes y observadoras, delegadas de 12 países beligerantes y neutrales, con el propósito de elaborar una estrategia de paz, protestar contra el horror de la guerra y convocar la mediación de los países neutrales. En ese escenario se creó la Liga Internacional de las mujeres por la Paz y la Libertad Limpal (Magallón 2006, 51-56). Esta organización pacifista y feminista es la de mayor trayectoria en el mundo, con participación en la ONU y filiales en 27 países e inclusive en Colombia.

La representación y la memoria

Käthe Kollwitz (1867-1945)

Esta artista alemana, pintora, escultora y escritora es una de las figuras destacadas del realismo crítico de finales del siglo XIX y principios del XX. Su pacifismo y feminismo de influencia socialista son otros de los rasgos de su identidad. Las agrupaciones de su obra en cinco ciclos, con varios grabados cada uno, revelan diferentes preocupaciones sociales y políticas de la artista: La revuelta de los tejedores, La guerra campesina y Guerra, proletariado y muerte constituyen los mencionados ciclos. Su arte representó el dolor rememorado y propagado en su tiempo, bien fuera el de la historia de las guerras campesinas y las revueltas populares, así como el producido por las condiciones de miseria y la explotación de los sectores obreros de las ciudades industriales. O, el dolor de la guerra y sus secuelas de muerte en su país, desde antes del estallido de la Gran Guerra, amplificado a lo largo de esa confrontación y prolongado en la posguerra.

Su inclinación por el grabado y la litografía fue coherente con su intención de propiciar la proximidad de la denuncia en su arte a los distintos sectores sociales, después de lograr un reconocimiento social en diferentes ambientes en su tiempo, que se prolongaría hasta el presente en Europa, en numerosas obras y monumentos. La escultura que lleva el nombre Madre e hijo muerto, conocida como La Pietá de Kollwitz, reinterpreta la iconografía cristiana de la máter dolorosa autorreferenciada y ocupa un lugar en el Neue Wache, un monumento a los caídos, ubicado en Berlín.

La tragedia de la muerte de su hijo menor, Peter, al estallar la Gran Guerra, ocurrida poco tiempo después de su alistamiento en combate en Flandes el 23 de octubre de 1914 a los 18 años de edad, la sumió en depresión; a la vez, la impulsó a profundizar en las denuncias de los estragos de la guerra y a asumir con gran decisión la solidaridad con las víctimas, en un duelo creativo que se prolongaría hasta su muerte.

La investigadora catalana Bea Porqueres interpreta las diferentes series de la producción artística de Käthe Kollwitz desde la perspectiva de la crítica de arte feminista. Se refiere a la complejidad de la serie de siete xilografías sobre la guerra que realizó entre 1922 y 1923, y reconoce en la serie Guerra una gran depuración en el orden técnico y conceptual que se centra en las víctimas de la guerra: en las madres, los padres, las viudas, los niños y los mismos voluntarios que se alistaron. La investigadora deduce que la artista expresa su punto de vista sobre la guerra:

como profundamente amargo: las madres ofrecen a sus hijos; los jóvenes parten exaltados a la guerra; madres y padres tienen que lamentar muy pronto la pérdida de sus retoños; las viudas, desesperadamente solas, deben criar a los niños que pronto alguien les querrá arrebatar, porque el "pueblo" (representado como el odio, la pobreza y la ignorancia) volverá a clamar en favor de la guerra y en contra de las madres que se nieguen a entregar a sus hijos. (Porqueres 2003)

Figura 1 Las madres. Kathe Kollwitz (1922-1923), xilografía sobre papel, 48 x 65 cm, Brooklyn Museum, New York 

Figura 2 ¡Los niños alemanes se mueren de hambre! Käthe Kollwitz (1924), carbón, 35 x 50 cm, Museo Käthe Kollwitz, Berlín (Forma es vacío 2014) 

En los años de la posguerra, las creaciones de Käthe Kollwitz en buena medida fueron canalizadas hacia la denuncia y, a la vez, se comprometió con numerosas causas sociales, pacifistas y de solidaridad; participó en la organización Ayuda Internacional al Obrero, en la que también colaboraban Otto Dix y otros artistas, para la cual realizó numerosos afiches. Creó, así mismo, obras gráficas y carteles a favor de instituciones políticas y humanitarias como la Alianza Popular para la Protección de los Prisioneros Alemanes de Guerra y Civiles y el Movimiento Obrero Socialista para la Prevención de la Guerra.

Desde aquella época, Käthe Kollwitz aspiraba a levantar un monumento en homenaje a su hijo Peter. En 1927, al cumplir los sesenta años de edad, la ciudad de Berlín le ofreció los bloques de granito necesarios para ese proyecto que culminó en 1932, y fue colocado en el cementerio belga en donde había sido sepultado.

Simone de Beauvoir (1908-1986)

En el libro Memorias de una joven formal Simone de Beauvoir le dedica unas páginas a recrear las impresiones vividas desde la declaración de la guerra en 1914, noticia que escuchó mientras disfrutaba de las vacaciones en una casa de campo con su familia extensa, hasta cuando se restauró el orden familiar con el retorno de su padre al hogar, desmovilizado por motivos de enfermedad (1958, 28-34).

El escenario hogareño, un plantel educativo femenino y católico en la ciudad de París y las estaciones de tren por las que transitó la niña entre sus 6 y 9 años de edad son los espacios de esa recreación. El libro fue publicado cuando la autora contaba con 50 años, militaba en los círculos de la izquierda francesa y ya se había declarado feminista, luego de la publicación de El segundo sexo, en 1949.

Una mañana nos divertíamos en el depósito de leña en medio de la viruta fresca cuando oímos la sirena: la guerra había estallado [...] En el curso del año papá me había explicado que la guerra significaba la invasión de un país por extranjeros y empecé a temer a los innumerables japoneses que vendían entonces en las esquinas, abanicos de papel. Pero no. Nuestros enemigos eran los alemanes de cascos puntiagudos que ya nos habían robado la Alsacia y la Lorena y cuya fealdad grotesca descubrí en los álbumes de Hansi [...]

En septiembre en La Grillére, aprendí a cumplir mis deberes de francesa. Ayudé a mamá a fabricar vendas, tejí bufandas. Mi tía Hélène enganchaba la calesa e íbamos a la estación a distribuir manzanas a unos grandes hindúes de turbantes que nos daban puñados de grano de trigo moreno; llevábamos a los heridos rebanadas de pan con queso y con paté. Las mujeres de la aldea corrían a lo largo de los vagones con los brazos cargados de víveres [...] Un día una de ellas dio un vaso de vino a un soldado alemán. Hubo murmullos: "¿qué hay? -dijo ella- son también hombres". Los murmullos crecieron. Una santa cólera iluminó los ojos distraídos de tía Hélène. Los alemanes eran criminales de nacimiento, suscitaban el odio más que la indignación [...]. (1958, 28-29)

Vestida con mi capote azul marino hacía colectas en los grandes bulevares a las puertas de un hogar franco-belga que dirigía una amiga de mi mamá: "¡Para los niños belgas refugiados!". Las monedas llovían en mi cesto florido y las sonrisas de los transeúntes me aseguraban que yo era una adorable niña patriota. Sin embargo, una mujer de negro me interpeló: "¿por qué los refugiados belgas? ¿Y los franceses?" Me quedé desconcertada. Los belgas eran nuestros heroicos aliados, si uno se jactaba de ser patriota debía referir a los franceses, me sentí vencida en mi propio terreno. Tuve otras decepciones. Cuando al caer la tarde entré en el Hogar me felicitaron con condescendencia. "Voy a poder pagar el carbón", dijo la directora. Protesté: "El dinero es para los refugiados". Me costó admitir que sus intereses se confundían [...] (30-31)

Los fragmentos precedentes de los relatos constituyen trazos de la memoria selectiva de la autora, que en su madurez interpreta de manera crítica su socialización. Son destacables sus anotaciones sobre la influencia paterna y materna en la socialización de género. La palabra del padre le proporcionaba elementos para la conceptualización política con base en los cuales construye su patriotismo desde el lugar de niña, situando la identidad de un nosotros, los franceses y los belgas y, unos otros, los japoneses y los hindúes; y ante todo, el enemigo representado en los alemanes que le permitían la diferenciación entre el bien y el mal. La madre y la tía Hélène sitúan a la niña de manera definida en las funciones femeninas: tejer bufandas, contribuir en la distribución de alimentos para los hombres movilizados, los niños refugiados y los heridos. En la realización de las colectas se aprecia una de las dimensiones recurrentes en las representaciones del papel de las mujeres ante los efectos de la guerra.

La posguerra: ¿hacia la restauración del orden de género?

El 11 de noviembre de 1918, cuando se produjo el armisticio, la guerra culminó con un balance que concluyó con los Estados Unidos en una posición triunfante, luego de haber entrado en la contienda el mes de abril de ese mismo año y haber definido el curso de la guerra. Francia, el Reino Unido e Italia, los estados europeos vencedores con un saldo de combatientes diezmado de manera dramática, debieron afrontar situaciones de duelo, inmenso dolor y trauma entre los sobrevivientes, hombres y mujeres, así como la devastación de la vida local. Esos sufrimientos también afectaron a los vencidos, con el agravante de la derrota. Con la reconfiguración del territorio, los antiguos Imperios austrohúngaro y otomano se fragmentaron; Alemania quedó en la antesala del Tratado de Versalles que la condenaría a asumir la responsabilidad de la guerra y a pagar onerosas indemnizaciones. Mientras que Rusia, inmersa en una guerra civil, emprendería el proyecto de construcción del socialismo.

Las cifras, de proporciones inimaginables, dan cuenta de sesenta millones de hombres movilizados, diez millones caídos en combate y veinte millones heridos y mutilados. El total de víctimas civiles en Europa Central y Oriental, también muy elevado, y los millones de hombres desmovilizados habrían de incorporarse a la vida civil.

Las mujeres fueron conminadas al retorno a sus hogares y a sus oficios asignados por las tradiciones en nombre del derecho de los excombatientes y de la "reconstrucción nacional". Algunas de ellas se resistieron a renunciar a las posibilidades laborales ya avizoradas. Una mayoría aceptó el retorno a una ilusoria normalidad ante las promesas de los reencuentros con los hombres de sus afectos y con sus familiares sobrevivientes de la guerra. Sin embargo, el retorno de los excombatientes en los intentos de restaurar la normalidad tropezó con los cambios insospechados de sus lugares, tanto en el mundo material del que habían sido parte como en el de los afectos familiares, de pareja y filiales. Sus heridas marcaron muchas historias y sus reclamos de lealtad a las mujeres desencadenaron otras guerras en los hogares, que tuvieron como consecuencias separaciones y reconfiguraciones de las familias. Estos asuntos han sido recreados por la literatura y la cinematografía de manera muy insistente.

Al final del conflicto se unieron más parejas que lo que había sido usual, y que buscaban la restauración de un orden perdido; se proyectaban hacia la procreación y la conformación de una familia. Entre 1919 y 1921 se produjo un aumento temporal del número de hijos por mujer, aunque pronto se pronunció de nuevo la tendencia a la disminución del número de hijos e hijas por mujer. Por lo demás, se redefinieron algunos esquemas en la conformación de las parejas. Los hombres que retornaban ampliaron las posibilidades de elección de pareja entre las mujeres más jóvenes y la soltería femenina se hizo muy visible, aunque también transgredieron la convención de unirse a hombres mayores optando por las uniones con hombres más jóvenes.

En cuanto terminó la guerra, los gobiernos beligerantes tomaron medidas para apartar a las mujeres de los "trabajos de los hombres". En Inglaterra se optó por los despidos, en Francia por las indemnizaciones si dejaban el trabajo de las fábricas, en Alemania se aprobó una normativa que disponía el despido a las trabajadoras antes que a los trabajadores, de ser necesario. El efecto de estas políticas se aprecia en 1921, cuando los datos indican una menor participación que antes de la guerra de las inglesas y las francesas en las industrias. Durante la confrontación, el acérrimo antisufragismo en la Gran Bretaña había sido parcialmente replanteado. El trabajo de las inglesas en la guerra, en las fábricas, curando y atendiendo a los soldados heridos, conduciendo ambulancias en el frente, su patriotismo, y su capacidad para el desempeño de trabajos considerados por la tradición como masculinos, fue estratégicamente favorable a la causa feminista y al derecho al voto. El 6 de febrero de 1918 las sufragistas británicas aceptaron los términos de una ley no igualitaria que universalizó el sufragio masculino e instauró el sufragio femenino a partir de los 30 años de edad: "Semivictoria o semifracaso que excluye a cinco de los doce millones de mujeres adultas para 'compensar' en el seno del cuerpo electoral la hecatombe de los hombres" (Thébaud 2001, 95).

En síntesis, los cambios que en apariencia beneficiaron a las mujeres durante la guerra, como los relativos a la redefinición de la división sexual del trabajo, fueron parciales y transitorios. La institucionalización de algunos reconocimientos a las mujeres, como el derecho al voto, fueron en cierto modo compensaciones por las demostraciones de su entereza durante el conflicto. Sin embargo, todavía quedaba un largo y tortuoso trecho para el reconocimiento de la igualdad expresada en el derecho al voto que es apenas un indicio del reconocimiento a los derechos de una ciudadanía plena. Como se observa en la tabla 1, ese derecho fue alcanzado en tiempos de guerra y posguerra por las mujeres de los países beligerantes; es notable la postergación de este en los países de América Latina, en donde el sufragismo retomó elementos de las tradiciones europeas del movimiento y afrontó las singularidades de la construcción de las naciones en los escenarios específicos de los diferentes países.

Tabla 1 El reconocimiento del derecho al voto femenino 

Fuente: Elaboración propia a partir de Anderson y Zinsser (1991).

Anotación final

Como se advierte, desde antes de 1914 las mujeres europeas avanzaban en los procesos de democratización de sus sociedades, mediante las búsquedas de la paz, la justicia social y la igualdad. El despliegue de acciones colectivas pacifistas y feministas les permitió una acumulación de experiencias con resultados contundentes visibles en sus desempeños laborales, culturales, artísticos y científicos. Durante los años de la contienda se vieron abocadas a la contención de gran parte de sus aspiraciones. En la posguerra el reconocimiento del derecho a la ciudadanía representó la posibilidad de afrontar en condiciones relativamente más favorables los estragos producidos por el conflicto en el ámbito de los afectos y en el material.

Hacia 1975 Susan Brownmiller, feminista radical neoyorkina, sostuvo en un libro que las mujeres de cualquier edad y condición social, en distintos momentos históricos y en diferentes contextos, han estado expuestas a la violencia sexual por parte de los hombres, tanto en momentos de guerra como de paz; en distintos escenarios, bien sea en los hogares, en los espacios públicos, en las escuelas, en los centros de trabajo, en lugares concurridos o solitarios. De esa forma, las mujeres conviven con el miedo y la impotencia ante las acechanzas y los ataques de los que han sido o pueden ser víctimas.

El libro constituye en muchos sentidos una elaboración pionera y fue realizado luego de una investigación exhaustiva de fuentes procedentes de diferentes archivos: periodísticos, judiciales, médico-legales, forenses, clínicos, e inclusive, publicidad, arte, etc. Para el asunto que nos ocupa, los archivos de los tribunales de guerra fueron consultados por Susan Brownmiller desde la perspectiva de la crítica feminista a las estrategias militares. Estas revelan los usos intencionales de la violación para el logro de determinados fines en las lógicas de la relación entre fuerzas combatientes: como represalia a los enemigos, como demostración del dominio de los vencedores, como divertimento de los jóvenes combatientes próximos a ofrendar sus vidas o por el reconocimiento a sus triunfos. El libro suscitó un gran escándalo en la sociedad de su tiempo; la autora fue asediada por los medios de difusión como la prensa e, incluso, sufrió atentados personales. En 1995, la Biblioteca Pública de Nueva York seleccionó Contra nuestra voluntad como uno de los cien libros más importantes del siglo XX.

Susan Brownmiller le dedica un fragmento de la obra al uso de la violación en la Primera Guerra Mundial, argumentando que este no tenía precedentes en la historia, por cuanto hizo parte de la propaganda de guerra. Destaca la proliferación de información sobre los sucesos de violencia sexual perpetrados contra las niñas, las jóvenes y las mujeres adultas integrantes de la población civil en los diferentes pronunciamientos e informes ingleses que daban cuenta de las atrocidades cometidas por el ejército alemán, en los territorios belgas invadidos en los primeros meses de ocupación, y anota que tal información "tenía poco que ver con la comprensión de los derechos de las mujeres. Tenía que ver con la evolución de una nueva forma de batalla: el uso científico de la propaganda" (1985, 38). La autora pone de manifiesto de qué forma la violación en contextos de guerra es lo más fácil de invocar, lo más difícil de probar y lo más fácil de desmentir. Las mujeres sobrevivientes, por lo demás, se enfrentaron a las agresividad de los tribunales, a la puesta en duda e incluso a la desautorización de sus testimonios; así como a las represalias de las comunidades locales insolidarias con las mujeres afectadas por el apego a las tradiciones que consideran tales hechos como atentados contra el honor, a las presiones de los inculpados que en última instancia, las obligaron a convivir con el silencio y aceptar la impunidad. Este trabajo inauguró la proclamación pública de la violencia sexual en los contextos de guerra que marcó una inflexión en las movilizaciones feministas y pacifistas de la segunda mitad del siglo XX.

Referencias bibliográficas

Anderson, Bonnie y Judith Zinsser. 1991. Historia de las mujeres: una historia propia. Barcelona: Crítica. [ Links ]

Bock, Gisela. 1991. "La historia de las mujeres y la historia del género aspectos de un debate internacional". Historia Social 9: 55-77. Valencia: Universidad de Valencia. [ Links ]

Bock, Gisela y Pate Thane, eds. 1991. Maternidad y políticas de género: la mujer en los estados de bienestar europeos 1880-1950. Madrid: Cátedra. [ Links ]

Brownmiller, Susan. 1985. Contra nuestra voluntad. Hombres, mujeres y violación. Barcelona: Planeta. [ Links ]

de Beauvoir, Simone. [1958]. 1980. Memorias de una joven formal. Buenos Aires: Sudamericana. [ Links ]

Femenías, María Luisa. 2011. "Pacifismo, feminismo y utopía". Daimon. Revista Internacional de Filosofía, Suplemento 4, marzo 2014. Murcia: Universidad de Murcia. [ Links ]

Fraser, Nancy y Linda Gordon. 1992. "Contrato versus caridad: una reconsideración de la ciudadanía civil versus la ciudadanía social". Isegoría 16: 65-82. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. [ Links ]

Gordon, Linda. 1988. Heroes of Their Own Lives: The Politics and History of Family Violence. New York: Viking Penguin. [ Links ]

Hobsbawm, Eric. 1998. Historia del siglo XX. Buenos Aires: Grijalbo Mondadori. [ Links ]

Kertzer, David y Marzio Barbagli, comps. 2004. La vida familiar en el siglo XX. Historia de la familia europea. Vol. 3. Barcelona: Paidós Ibérica S.A. [ Links ]

Lawrence-Zúñiga, Denise. 2004. "Condiciones materiales de la vida familiar". La vida familiar en el siglo XX. Historia de la familia europea, 50-113. Vol. 3. Barcelona: Paidós Ibérica S.A . [ Links ]

Lerner, Gerda. 1990. La creación del patriarcado. Barcelona: Crítica . [ Links ]

Magallón, Carmen. 2006. Mujeres en pie de paz. Madrid: Siglo XXI. [ Links ]

Morant, Isabel, dir. 2006. Historia de las mujeres en España y América Latina. Vol. IV. Del siglo XX a los umbrales del XXI. Madrid: Cátedra. [ Links ]

Nash, Mary. 1984. Presencia y protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer. Barcelona: Ediciones del Serbal S.A. [ Links ]

Perotin-Dumond, Anne. 2001. "El género en historia". Santiago de Chile: Institute of Latin American Studies (ILAS), marzo 2014. [ Links ]

Porqueres, Bea. 2003. "Historia, antibelicismo y protesta social en la obra de Kathe Kollwitz". Conferencia pronunciada en las V Jornadas de Pensamiento Crítico. Madrid, marzo 2014. [ Links ]

Ramos, Dolores. 2008. "Republicanas en pie de paz. La sustitución de las armas por la justicia, el arbitraje y el derecho (1868-1899)" Pasado y memoria 7: 35-57. Alicante: Universidad de Alicante. [ Links ]

Scott, Joan. 1989. "Sobre el lenguaje, el género y la historia de la clase obrera". Historia Social 4: 81-98. Valencia: Fundación Instituto de Historia Social. [ Links ]

Scott, Joan y Tilly Louise. 1984. "El trabajo de la mujer y la familia en Europa durante el siglo XIX". Presencia y protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer, editado por Mary Nash, 51-90. Barcelona: Ediciones del Serbal. [ Links ]

Thébaud, Françoise. 2001. "La Primera Guerra Mundial: ¿la era de la mujer o el triunfo de la diferencia sexual?". Historia de las mujeres en Occidente, 45-106. Vol. 5. Madrid: Taurus. [ Links ]

Winter, Jay. 2004. "La familia europea y las dos guerras mundiales". Historia de la familia europea. La vida familiar en el siglo XX, 231-256. Vol. 3. Editado por David I. Kertzer y Mario Barbagli. Barcelona: Paidós Ibérica S.A. [ Links ]

Bibliografía complementaria

Gordon, Linda. 1988. Heroes of Their Own Lives: The Politics and History of Family Violence. New York: Viking Penguin. [ Links ]

Kappelli, Anne-Marie. 2001 "Escenarios del feminismo". Historia de las mujeres en Occidente, editado por Georges Duby y Michelle Perrot, 520 -558. Vol. 4. Madrid: Taurus. [ Links ]

Lawrence-Zúñiga, Denise. 2004. "Condiciones materiales de la vida familiar". La vida familiar en el siglo XX. Historia de la familia europea, 50-113. Vol. 3. Barcelona: Paidós Ibérica S.A. [ Links ]

Scott, Joan. 1993. "La mujer trabajadora en el siglo XIX". Historia de las mujeres en Occidente, editado por Georges Duby y Michelle Perrot, 427-461. Vol. 4. Madrid: Taurus. [ Links ]

* Este artículo se basa en la investigación para la conferencia con ocasión del ciclo sobre la conmemoración de los cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial organizado por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, desarrollado con el auspicio de la embajada de Francia en Colombia y el Instituto Caro y Cuervo en el 2014. Algunos de los contenidos expuestos en aquella ocasión fueron afinados para el panel "Las mujeres y la Primera Guerra Mundial" que se realizó en el marco del Congreso Internacional América Latina y los cien años del comienzo de la Primera Guerra Mundial, organizado por la Universidad Nacional de Colombia y la Fundación Universidad Autónoma de Colombia, que sesionó entre el 11 y el 15 de agosto del 2014.

1En una exposición itinerante organizada por el Instituto Caro y Cuervo en la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, el 10 de marzo del 2014, fueron exhibidas varias postales alusivas a este hecho luctuoso. Estas forman parte del Fondo Holguín en el que reposa documentación privada de la familia del embajador de Colombia en Francia, Alfredo Vásquez Carrizosa, quien se encontraba en París con su familia, en el momento del estallido de la guerra y durante el periodo subsiguiente.

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO Ramírez, María Himelda. 2016. "El feminismo y el pacifismo en tiempos de la Gran Guerra europea". Trabajo Social 18: 27-42. Bogotá: Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.

Recibido: 30 de Junio de 2015; Aprobado: 02 de Septiembre de 2015

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons