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Revista Ciudades, Estados y Política

versão impressa ISSN 2462-9103versão On-line ISSN 2389-8437

Rev. Ciudades Estados Política vol.8 no.2 Bogotá maio/ago. 2021  Epub 13-Maio-2022

 

Artículos de investigación

Agorafobia urbana y retribalización: paradojas del anhelo securitario en los lazos comunitarios intramuros. Etnografía urbana de un fraccionamiento cerrado en Zapopan, México

Urban Agoraphobia and Retribalization: Paradoxes of Security Yearning within Intramural Community Ties. Urban Ethnography of a Gated Community in Zapopan, Mexico

Agorafobia urbana e retribalização: paradoxos do anseio securitário nos vínculos comunitários intramuros. Etnografía urbana de um conjunto fechado em Zapopan, México

Alfredo Ortiz Alvis.1 
http://orcid.org/0000-0003-2699-9505

Verónica Livier Díaz Núñez.2 
http://orcid.org/0000-0002-4092-5572

1Magister en Procesos y Expresión Gráfica en la Proyectación Arquitectónica-Urbana del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño en la Universidad de Guadalajara y doctor Estudios Urbanos Europeos de la Bauhaus Universität Weimar. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2699-9505 Correo electrónico: alfredo.ortiz.alvis@uni-weimar.de

2Magíster Impactos Territoriales de la Globalización de la Universidad Internacional de Andalucía y doctora en Ciudad, Territorio y Sustentabilidad de la Universidad de Guadalajara. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4092-5572 Correo electrónico: veronica.diaz01@academicos.udg.mx


Resumen

El fenomeno del cierre urbano constituye una faceta del desarrollo habitacional de afianzada popularidad en Latinoamerica, en Mexico la crisis securitaria actual incide en la percepcion de vulnerabilidad, lo que ha favorecido su implementacion masiva. La relacion entre el miedo y el encierro se analiza desde el concepto de agorafobia urbana, categoría analitica que incorpora cuatro aspectos fundamentales: global, de Estado, social e individual. Partiendo del concepto de seguridad como bien colectivo y commodity -entendido como bien asequible-, y mediante el uso de técnicas etnograficas urbanas (entrevistas, narrativa, mapas cognitivos) se busca comprobar la premisa de que el residente, al adquirir una vivienda en estos desarrollos cerrados, apuesta por la obtención de un blindaje imaginario al entorno inseguro de la ciudad abierta mediante su participación en un sentido de membresia y comunitario hipotéticamente más estrecho y participativo, donde la convivencia entre iguales y el control le brindan seguridad. El objetivo del artículo es develar y entender los miedos, expectativas, experiencia y elecciones residenciales desde la narrativa de los habitantes del caso de estudio; la trama de relación intracomunitaria es un instrumento defensivo emergente frente a entornos considerados adversos. Como resultado de esta investigación, se identificaron conflictos por la limitada capacidad en la toma de decisiones y por la administración condominal, lo que debilita el sentido de pertenencia, la identificación intravecinal y, además, se generan procesos de retribalizacion y blindaje frente a la desconfianza y el conflicto, lo que se aleja de la utopía armónica y segura del mundo intramuros.

Palabras clave: fraccionamientos habitacionales cerrados; miedos urbanos; inseguridad; sentido comunitario; etnografía urbana

Abstract

The gating phenomenon constitutes a consolidated aspect of Latin American urban development, in Mexico the current security crisis contributes to the perception of vulnerability, favoring its massive implementation. The relationship between fear and confinement is here analyzed from the concept of urban agoraphobia, a category of analysis that embodies four fundamental aspects: global, State-related, social and individual. Under the concept of security as either collective good or commodity -understood as attainable product-, and through the use of urban-ethnographical techniques (interviews, narrative, cognitive mapping) we seek to test the premise that, when acquiring a household within these gated developments, the resident opts for the interceding of a virtual blindage against the insecure environment of the open city by integrating a hypothetically tighter, more participatory sense of community and membership, where control and the cohabitation among equals provide safety. The aim of the article is to unveil and understand the case study inhabitants' fears, expectations, experiences and residential elections by means of their narratives; considering the intercommunitarian fabric as an emergent defensive instrument in the face of environments deemed adverse. As a result of the research, conflicts related to limited decision-making capacity and poor condominal administration were identified, issues that, far from the harmonic, safe utopia usually ascribed to intramural environments, weaken their sense of belonging and neighborly identification, while fostering retribalization and overprotection tendencies derived from mistrust and conflict among residents.

Keywords: gated communities; urban fears; insecurity; sense of community; urban ethnography

Resumo

O fenômeno do condomínio fechado constitui uma faceta do desenvolvimento habitacional de grande popularidade na América Latina. No México, a atual crise de segurança afeta a percepção de vulnerabilidade, o que tem favorecido sua expansão. A relação entre medo e autossegregação é analisada a partir do conceito de agorafobia urbana, uma categoria analítica que incorpora quatro aspectos fundamentais: global, Estado, social e individual. Partindo do conceito de segurança como um bem coletivo e uma mercadoria -entendida como um bem acessível-, e através do uso de técnicas etnográficas urbanas (entrevistas, narrativa, mapas cognitivos), pretende-se comprovar a premissa de que o morador, ao adquirir uma moradia em empreendimentos fechados, deseja obter uma blindagem imaginária do entorno inseguro da cidade aberta por meio de sua integração comunitária, hipoteticamente mais próxima e participativa, onde a convivência entre iguais e o controle proporcionam mais segurança. O objetivo do artigo é revelar e compreender os medos, expectativas, experiências e escolhas residenciais a partir da narrativa dos moradores do estudo de caso. A rede de relacionamento intracomunitário é um instrumento defensivo que emerge diante de ambientes considerados adversos. Como resultado desta pesquisa, foram identificados conflitos devido à limitada capacidade de tomada de decisões e à administração do condominial, o que fragiliza o sentimento de pertencimento, a identificação com a vizinhança e, além disso, são gerados processos de retribalização e blindagem devido a desconfianças e conflitos, distanciando-se da utopia harmoniosa e segura do mundo intramuros.

Palavras-chave: condomínios habitacionais fechados; medos urbanos; insegurança; sentido comunitário; etnografía urbana

Introducción

"Hombres y mujeres buscan grupos a los que puedan pertenecer, de forma cierta y para siempre, en un mundo en lo que todo lo demás cambia y se desplaza, en el que nada más es seguro"

HOBSBAWM, 1996, p. 40

El discurso generalizado respecto a los fraccionamientos cerrados tiende a ser el de la polarización, erigiéndose como fenómeno que engendra disyuntivas que trascienden al ámbito urbano e impregnan diversas esferas de la vida pública y social. En el caso particular de la crisis securitaria que permea la mayoría de las urbes latinoamericanas, los fraccionamientos cerrados se materializan por el miedo y la consecuente comodificación securitaria de sus contextos, convirtiéndolos en objetos clave de estudio para abordar dichas temáticas.

Si bien el fenómeno es transversal a tendencias globales que contribuyen al debilitamiento del encofrado nacional como ente proveedor e incentivan la proliferación de ensamblajes parciales de fragmentación territorial con autoridad y derechos autónomos, referidos por Sassen (Bagaeen y Uduku, 2015, pp. 18-19) como geografías de la globalización, Latinoamérica esboza una tendencia regional de privatización del sector habitacional que, además de predominante, contiene particularidades y matices que requieren considerarse para su estudio. Borsdorf e Hidalgo (2004, p. 27) propusieron su delimitación en cuatro factores explicativos que son tomados como marco de referencia: a) procesos de globalización, b) inseguridad y aumento del miedo al crimen, c) factores de tradición cultural y d) procesos de auto exclusividad y autoexclusión. Además, se ha gestado un interés en la investigación urbana, particularmente, en líneas de exploración ligadas al surgimiento del fenómeno como resultado de la creciente relación entre miedo y ciudad. Se destacan las teorías de Davis (1990), Amendola (2000), Soja (2000), Lynch (1985), Ellin (2003), McKenzie (1994 y Low (2004), quienes develaron la estrecha conexión entre fragmentación espacial y miedo en la ciudad postmoderna partiendo de conceptos como agorafobia urbana, retribalización, arquitectura del miedo, militarización del espacio, privatopia, archipiélagos carcelarios, ciudad armada y mentalidad fortaleza. Esta diversidad de categorías analíticas refleja la tendencia de las últimas décadas hacia la sobreprotección del espacio urbano justificada por el miedo, un escenario donde las consecuencias del surgimiento de nuevos patrones de desarrollo rompen con el modelo de ciudad abierta.

Este panorama esboza el espectro que nutre la investigación urbana en la actualidad, donde la búsqueda por la comprensión del trasfondo y repercusiones que rodean al fenómeno del cierre mantiene una afluencia continua de estudios y aunque el tema ha sido ampliamente abordado, continúa evolucionando. Cada nueva línea de investigación repercute en ámbitos diversos que abarcan aspectos securitarios, de sustentabilidad, medioambientales, legales, políticos o incluso de movilidad; así, el fraccionamiento cerrado, además de segregar, cumple paradójicamente con la función de amalgamar nuevas pautas de orden social, político y económico en una suerte de catálisis, al tiempo que deconstruye sus aspectos más básicos. Independientemente del lente con el que se estudie, estamos ante un tema fragmentario, multidimensional, que exige planteamientos innovadores partiendo del enfoque parcialmente relegado del habitante, de sus deseos y expectativas, finalmente, el modelo se perpetúa en función de sus demandas.

Entre los factores de orden individual que intervienen en el éxito del cierre es pertinente abordar aquellos vinculados al miedo. Aunque la criminalidad rampante del contexto nacional interviene como agente indiscutible se reconoce que, dada la subjetividad y amplitud del concepto, es necesario trascender el discurso unidimensional de la aversión a la ciudad abierta como consecuencia de un entorno adverso a partir de la criminalidad, incorporando dos factores a la fórmula del miedo derivado de la inseguridad: comunidad e imaginario; esto supone el planteamiento de que la urgencia del sentido comunitario, cada vez más atomizado y escaso en la ciudad abierta, lo que incide en la reciente popularidad del fenómeno del cierre. A su vez, el contexto volátil de la ciudad global ofrece una categoría analítica flexible para el abordaje de diversos miedos que trascienden el riesgo a la integridad física planteado por la crisis securitaria como vertiente inicial. Este trabajo se construye con un enfoque metodológico etnográfico-urbano para mostrar este tras-fondo desde la perspectiva de quienes optaron por el autoencierro como forma de vida, sus expectativas, miedos e inquietudes, develando la delgada línea paralela a sus muros perimetrales, frontera entre utopía y distopía.

El laberinto securitario en México

En su obra cumbre, El laberinto de la soledad,Paz (1981) retrató la pugna subyacente a la gestación identitaria mexicana; según su tesis, el choque cultural derivado del proceso de colonización y su efecto sobre las raíces indígenas de las que emergió constituyen la piedra angular del conflicto contemporáneo. Esta soledad laberíntica resulta de un proceso fallido de reconciliación, de la evasión de esta dualidad cultural mediante el rechazo, donde la máscara, el disfraz y la autonegación son inherentes a la realidad nacional (Paz, 1981, p. 81). Esta forma de lidiar con conflictos y cambios sociales ha prevalecido por décadas; vehemencia y opresión continúan siendo comunes denominadores de la "violencia contradictoria de nuestras reacciones, los estallidos de nuestra intimidad y las bruscas explosiones de nuestra historia", "ruptura y negación de las formas petrificadas que nos oprimen"; el ahínco para contrarrestar el conflicto no encuentra formas de reconciliar nuestra libertad con el orden, la palabra con el acto y ambos con la evidencia humana de nuestros semejantes (Paz, 1981, p. 194). La construcción identitaria mexicana transita por esta disputa interna, que emerge de la violencia ante el fallido procurar de reconciliación, para con nosotros mismos y el otro; un entramado social donde la degradación del lazo de fraternidad y la ansiedad corroen la vida pública nacional como resultado de patrones arraigados de polarización.

En esta encrucijada, la crisis securitaria y su ola de violencia han germinado plenamente, permeando el tejido social y la vida pública del país, particularmente durante los últimos 14 años. Cuantitativamente, sus estragos se visualizan en un agregado de índices criminalísticos sobre homicidio y crimen organizado pertenecientes a ONG, organismos gubernamentales y prensa. La figura 1 refleja la escalada de violencia, lo que se corresponde con el inicio de la estrategia denominada guerra contra el narcotráfico implementada a finales de 2006, cuyos efectos devastadores se vieron acentuados por una amplia cobertura mediática y la ausencia de políticas socioeconómicas paralelas o precedentes. Más allá del rol preponderante de los medios de comunicación masiva en el desencadenamiento del miedo colectivo y el lucro en la exacerbación de imaginarios vinculados a condiciones derivativas -ligadas al sentimiento indirecto de vulnerabilidad al peligro derivado de experiencias previas o de terceros-, el miedo al crimen es una realidad tangible y ha pasado a determinar en gran medida la vida urbana, alterando hábitos, actitudes y rutinas que degradan la relación intraciudadana.

Fuente. Calderón et al. (2018, p. 14).

Figura 1 Comparativo de cifras sobre homicidio y crimen organizado (1990-2017) 

Los cimientos de esta crisis securitaria pueden rastrearse hasta las políticas de corte neoliberal implementadas en la década de 1980, mismas que mermaron las capacidades regulatorias del Estado en cuanto procuración de justicia, seguridad y políticas enfocadas al bienestar social, aunado a la subsecuente comodificación de diversas atribuciones. La creciente elitización en la provisión securitaria es reflejo de esta desregulación, transitando de derecho básico a privilegio de clase; según cifras del Inegi, este nicho creció 32 % en el periodo 2010-2015 (Sánchez, 2017) erigiendo a su paso bastiones urbanos que exacerban su privatización y profundizan brechas socio-territoriales existentes. La guerra contra el narcotráfico no es el único proceso involucrado en el incremento de estas prácticas, sin embargo, puede considerarse como el catalizador del colapso de un entorno socialmente quebrantado, anteponiendo el actuar coercitivo del Estado desde un abordaje reactivo antes que proactivo o preventivo ante la crisis securitaria, por ende, se desencadena la búsqueda de seguridad por medios propios.

Si bien el engranaje del cierre concentra diversas variables de orden securitario, en su raíz confluyen dos factores clave: la desigualdad y una fallida o simulada provisión de seguridad. Cómo Méndez (2002) advierte, la desigual distribución de la riqueza y el delito, desencadenantes del ambiente de inseguridad y miedo, lo cual se deriva en un "urbanismo aplicado a la ciudad postmoderna que supone intervenciones puntuales en la ciudad inmanejable, dirigidas a simular ambientes seguros" (pp. 499-500). La complejidad de la actual crisis securitaria nacional requiere un análisis profundo, sin embargo, los antecedentes y condiciones socio-políticas aquí expuestos proveen indicios para inferir que, mientras la brecha entre clases sociales antagónicas siga vigente, las tasas de criminalidad y prácticas comodificatorias seguirán exacerbándose y con ello la popularidad de la autosegregación residencial como medio de escape, para quienes puedan costearlo.

Agorafobia urbana, enfermedad de clase

Compuesto por las voces griegas ágora (áyopá): plaza pública o espacio abierto y phóbos (ipoßia): pánico; el término agorafobia urbana extrapola la noción de un padecimiento reconocido en las ciencias conductuales, otorgándole un enfoque que aborda las consecuencias urbanas del encierro como forma de vida determinada por la incapacidad de superar la aversión al espacio público y abierto de la ciudad. Según la Asociación Americana de Psiquiatría, esta se caracteriza por desórdenes de ansiedad desencadenados por el miedo o inquietud ante lugares o circunstancias donde se percibe un entorno impredecible, peligroso o inseguro, esto deja entrever síntomas que hallan sus correspondientes avatares urbanos: espacios abiertos como plazas, aeropuertos o estacionamientos y situaciones de orden social donde se percibe una falta de control precipitan así un subconjunto de trastornos, lo que produce ataques de pánico (Aqeel et al., 2016, p. 227). A fin de eludir esta impotencia, el aquejado adopta medidas extremas, obstaculizando sus actividades al grado de no poder salir de casa.

En Espacio público, ciudad y ciudadanía,Borja y Muxi (2003) inauguraron el vínculo agorafobia-ciudad identificando un repertorio de intervenciones derivadas de un modernismo y funcionalismo desmedidos que contravienen y degradan el desarrollo apropiado del espacio público. Desde su perspectiva, la contraparte urbana a la sintomatología agorafóbica existe en la "degradación o desaparición de los espacios públicos integradores y protectores, a la vez que abiertos para todos", que deberían otorgarnos libertad, pero son temidos y no son "concebidos para dar seguridad sino para cumplir con ciertas funciones como circular o estacionar", espacios residuales "ocupados por las supuestas 'clases peligrosas' de la sociedad" (Borja y Muxi, 2003, pp. 23, 25); una enfermedad de clase, a la cual presentan inmunidad aquellos que viven la ciudad como oportunidad de supervivencia. Esta patología urbana condiciona además interacciones y actividades vinculadas al exterior, estableciendo la permanencia intramuros como coartada ante la victimización de los males engendrados por el espacio público. En México, por ejemplo, dos terceras partes de la población urbana dejan sus casas temiendo ser víctimas de la criminalidad (figura 2).

Fuente. Inegi/lcesi (2010, p. 78).

Figura 2 Percepción del temor al dejar el hogar 

Este mal trasciende, empero, la unidimensionalidad del crimen: más allá de cualquier índice delincuencial -representación dimensional más obvia del miedo urbano, los datos duros-, este repercute en el imaginario colectivo. El valor simbólico del encierro puede determinar así la distancia que el ciudadano antepone respecto a una serie de amenazas etéreas que se encuentran materialidad en el otro; en aquel que es ajeno, social, económica o culturalmente, al perímetro de confianza propio, resultando en procesos de estigmatización y exclusión. Desde la psicología ambiental, Low (2004) sugiere que esta mentalidad fortaleza, maniquea por naturaleza, parte del anhelo por recuperar la noción de un sentido comunitario del pequeño suburbio de antaño a través del poder simbólico que subyace a su "habilidad para dotar de orden a la experiencia social y personal" (p. 10) ausente en la ciudad abierta.

Dado que la construcción social del miedo parte elementalmente de una dicotomía objetivo/subjetiva, el uso de imaginarios maléficos como categoría analítica resulta fundamental, ya que abarcan experiencias directas e indirectas, propagándose tanto por vivencias propias como por discursos cotidianos entre ciudadanos o el influjo de los medios de comunicación masiva. Una consecuencia clara de esta faceta imaginaria es la segregación basada en la proliferación de estereotipos, antagonizando grupos sociales y profundizando las diferencias sociales preexistentes en función de "elementos de la realidad, pero también de componentes subjetivos ligados a representaciones e imaginarios, en ocasiones infundados, de las personas sobre sus congéneres y su entorno físico" (Fuentes y Rosado, 2008, p. 106).

Por su parte, la agorafobia urbana, cada vez más patente en Latinoamérica, exacerba la proliferación de imaginarios maléficos; ante ello, la terapia contemplada en medio de la degradación del espacio público abierto, otrora seguro, es la "instalación en los flujos y nuevos ghettos (residenciales, comerciales, terciarios o de excelencia)", donde las "infraestructuras de comunicación no crean centralidades ni lugares fuertes, más bien segmentan y fracturan el territorio y atomizan las relaciones sociales" (Borja en Jiménez, 2000, pp. 10-11). En términos habitacionales, esto se refleja en la efervescencia de patrones segregacionales representados por archipiélagos carcelarios, una de seis posmetrópolis descritas por Soja (2000), conjuntos de ciudades fortaleza sustentados en la premisa del control mediante vigilancia continua, reglamentación y elementos de delimitación física, principios originados en la teoría del control social y disciplinario de Foucault (1975, pp. 80-81).

Partiendo de la definición de agorafobia, su extrapolación urbana y la intervención de imaginarios maléficos como catalizadores de miedos objetivos y subjetivos, emergen cuatro rasgos de compatibilidad respecto a conductas reproducidas por individuos y grupos sociales en la urbe contemporánea, estas pueden perfilarse como categorías analíticas para el abordaje del autoconfinamiento habitacional contemporáneo: a) percepción generalizada de inseguridad respecto al entorno, b) conceptualización del espacio abierto como detonador/contenedor de inseguridad, c) adopción de medidas extremas para evitar afrontar el miedo contenido en ellos y d) indefensión y consecuente evasión de ciertas áreas urbanas y sus moradores.

Miedos compartidos

La relación intrínseca entre búsqueda de seguridad y creación de asentamientos se atestigua en múltiples contextos y, aunque históricamente diversos factores han incentivado su desarrollo, el anhelo de seguridad es un factor decisivo. Paralelamente, Damasio (1999, p. 35) sostiene que el miedo es un elemento embebido en la psique, una de seis emociones primarias e inherentes a la conducta humana junto a la felicidad, tristeza, ira, sorpresa y disgusto. De ambas premisas se infiere la plétora de artefactos empleados por la arquitectura defensiva respecto a la condición humana; el miedo sustenta nuestro afán de protección y la conformación de asentamientos, mismos que hemos habitado por siglos en compañía de elementos delimitantes de diversa índole y envergadura.

Existen además delimitantes simbólicos, en este respecto, una exclusión social paralela es representada por elementos de distinción de clase, membresía, estatus y tribalización. La amalgama de estos componentes de exclusión física y simbólica se constata particularmente en el icónico caso de las ciudadelas medievales, donde murallas y elementos defensivos secundarios contribuyeron a salvaguardar tanto la integridad física como el orden social y eclesiástico de marcos legales e ideológicos excluyentes. Otras civilizaciones exacerbaron también patrones de exclusión; incluso la polis ateniense, arquetipo democrático de igualdad, otredad y diálogo, restringió sus espacios a aquellos reconocidos como ciudadanos (Valenzuela y Cabrales, 2002, p. 34); asimismo, asentamientos amurallados en Mesopotamia, que datan del año 221 A.C., así como muros y fosas de carácter defensivo halladas en pueblos pre-hispánicos como Tzintzuntzan (Perlstein, 1977, p. 48), elementos que son indicios de un confinamiento extendido temporal y geográficamente. El papel preponderante de la búsqueda de seguridad derivada del miedo como parte del engranaje civilizatorio es evidente, no obstante, más allá del anhelo natural de protección deben definirse las particularidades que dan forma a este supuesto en el contexto contemporáneo, distinguiendo las variaciones que conllevan a su aparición y su correspondencia respecto a patrones de urbanización emergentes. Respecto a esto, se identificaron patrones defensivos renovados en respuesta a riesgos de naturaleza u origen difusa y dispersa, diferenciándose de aquellos que les precedieron en estadios previos.

La materialización actual del mal carece fundamentalmente de una delimitación territorial o amenaza específica, provocando la búsqueda de medidas de seguridad genéricas, desesperadas, que derivan en simulaciones del sentido securitario: el muro, otrora blindaje ante embestidas armadas, funge como vestigio vulnerable al miedo líquido, infiltrando las hendiduras que la sociedad del riesgo deja a su paso en la urbe posmoderna (Bauman citado por Gane, 2004, p. 20). Lo inasible de este miedo contribuye a exacerbar el efecto placebo-protector en la ciudadanía derivado de esta simulación y el recelo engendrado por la imprecisión de la amenaza socava los de por sí endebles lazos sociales, transformando al otro en amenaza potencial; así, la provisión de un entorno controlado, donde la simulación del sentido comunitario y la solidaridad entre iguales resulten más propensos a originarse, adquiere atractivo.

El concepto de riesgo cobra así relevancia para entender las representaciones del miedo contemporáneo; aunque en su forma genérica resulta de utilidad como parámetro de vulnerabilidad, adquiere valor conceptual cuando se contempla en lo que Yates (2003) denomina la sociedad del riesgo, a saber, aquellas amenazas que comprometen la integridad del estrato social, permeando su estructura desde la base hasta su cúspide. La mancuerna conceptual entre liquidez del miedo y sociedad del riesgo suponen un cambio fundamental en términos de su propagación contemporánea; aunque la clase acomodada anteponga mecanismos de adaptación y defensa, no existe un escape definitorio, es "disperso, poco claro y flota libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; ronda sin ton ni son", además, "la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible situarla en un lugar" (Bauman citado por Gane, 2004, p. 20).

La sociedad del riesgo implica además el debilitamiento de la confianza pública en el aparato institucional, traducido en un detrimento de la provisión de protección y orden públicos y su consecuente comodificación. En nuestro contexto, este fenómeno de privatización y elitización da cuenta de entornos cerrados manufacturados para clases acomodadas y sectores medios, excluyendo de este lujo al resto de la población, para quienes quedan medidas individuales de seguridad, repertorios improvisados de artefactos disuasorios y defensivos de cuestionable efectividad que recubren fachadas con arquitectura del miedo. De acuerdo con cifras del Inegi (2010, p. 81), más de 90 % de hogares en las metrópolis mexicanas contribuyen a exacerbar un paisaje urbano donde alarmas, enrejados, concertinas, cables de alta tensión o el filo de botellas rotas coronando muros perimetrales emergen como elementos cotidianos.

Finalmente, en esta atmósfera de amenazas ubicuas, paranoia securitaria y distinciones socioculturales, el discernimiento que infiere la retribalización respecto de quiénes y qué lugares los engendran supone, dada la subjetividad del miedo, el empoderamiento de los antes referidos imaginarios maléficos. Allí, el rol de los medios de comunicación masiva es fundamental, reduciendo nuestra visión del mundo, que transita de globalizado a regionalista o tradicionalista, lo cual repercute en la incidencia de patrones de distinción intraresidencial; en este contexto, la reciente aparición en EE.UU. de proyectos restringidos a familias jóvenes, con distinciones étnicas y raciales o por ingreso no resulta sorpresiva (Ellin, 2003, p. 48). Más que apaciguar la incertidumbre de aquellos que se sustraen del caos urbano, la atomización que supone la retribalización limita significativamente la flexibilidad del sentido comunitario intramuros, incrementando el riesgo de enajenación, no solo respecto del otro sino entre presumiblemente iguales.

Ciudades cerradas

Una de las expresiones más claras del alza en la comodificación securitaria actual corresponde al cierre urbano, la connotación proteccionista del coto, nombre coloquial del fenómeno en México (su raíz etimológica proviene del latín cautus: defendido o protegido); no es de extrañar entonces que su vocación y lenguaje defensivos correspondan con una faceta del desarrollo urbano que parece condicionada, a partir de la instauración de modelos cautos, a perpetuar dichas directrices.

El establecimiento de modelos habitacionales propagadores de blindaje y simulación en territorio nacional se dio transcurridos unos años de su aparición en EE.UU. En el contexto de la posguerra, el sprawl, el automóvil como medio de transporte emergente y la consecuente predilección por el suburbio fungieron como incentivos, particularmente, en urbes californianas. En Guadalajara, su emulación se manifestó en la adopción prematura del country club suburbano en 1967 (Cabrales, 2006, p. 4), estas expresiones del fenómeno inauguraron localmente el paradigma del gated community y aunque eventualmente el country club dejaría de ser el formato predilecto, hasta la fecha subsiste en el proceso de reproducción del cierre y de sus correspondientes adaptaciones a diversos contextos, entre ellos los latinoamericanos.

La disposición de elementos segregacionales circundantes al desarrollo habitacional como medio de distanciamiento para lidiar con disparidades socioeconómicas en tanto paliativo del miedo a la inseguridad puede ser visto como un proceso de instauración regional relativamente reciente, particularmente, como medida estandarizada de seguridad adoptada por sectores crecientes de la población. Algunas formas tempranas de exclusión socioespacial en México se remontan a modelos arraigados que hacen uso del muro como elemento delimitante respecto al exterior e incluso en su partido interior (haciendas, casas de patio central o vecindades), sin embargo, el salto conceptual respecto a instancias renovadas es significativo en términos del enfoque primario del cual surgen, transitando de proveedores de privacidad a instrumentos de adquisición de estatus o meramente securitarios. Así, es imperante distinguir las particularidades que diferencian al cierre urbano en su dimensión regional, especialmente su actual expansión hacia estratos socioeconómicos crecientemente diversos, estas nuevas conceptualizaciones del fenómeno sugieren un cambio de paradigma, su rol transcendió como proveedores de prestigio para las élites mediante representaciones del sueño suburbano -ocio, reminiscencias de vida campestre, cercanía a áreas verdes- para expandir su objetivo socioeconómico y exaltar amenidades securitarias.

Esta directriz del desarrollo habitacional proviene primariamente del contexto norteamericano y puede emplearse para establecer bases de una tipología focalizada en las particularidades de nuestro contexto. Basados en extensos estudios de caso, Blakely y Snyder (1998, p. 6) propusieron una tipología (figura 3) afianzada como referente del fenómeno basados en tres categorías primarias de acuerdo con su enfoque: estilo de vida, prestigio y seguridad. Acorde a un escalamiento funcional, la evolución del cierre indica una proporcionalidad entre el alcance socioeconómico, la forma y el estadio en el que aparecen en función de la incorporación de la variable securitaria como factor esencial. En primera instancia, los desarrollos que privilegian el estilo de vida, materializados por country-clubs suburbanos, surgen en función de la reputación concedida a la clase acomodada a través del protagonismo de sus amenidades de ocio, mayormente campos de golf. Por otro lado, aquellos que apuestan al prestigio se valen de su localización, plusvalía y valor arquitectónico; finalmente, las zonas securitarias responden a prioridades completamente distintas, anteponiendo la seguridad como principal atractivo ante entornos de criminalidad, relegando la provisión de estatus o prestigio.

Fuente. Elaboración propia con base en información de Blakely & Snyder (1998).

Figura 3 Tipología del cierre respecto a su enfoque 

La paradoja planteada por el cierre habitacional en Latinoamérica puede expresarse en términos del aforismo formulado por Cabrales (2002, p. 13) quien la describe como región de "países abiertos y ciudades cerradas". Si bien el autor se refiere a su apertura respecto a políticas de desregulación económica más que a su nivel de receptividad social, el planteamiento arroja luz sobre el oxímoron que implica el establecimiento de barreras físicas en una región caracterizada por interacciones sociales tradicionalmente más estrechas que las anglosajonas. Desde la proxémica, Hall (1963, p. 1003) sugiere que la manera en la cual los individuos de un grupo social determinado lidian con su microespacio es determinante para entender no solo sus procesos de comunicación cultural, sino también la conceptualización de su entorno construido; basado en esta premisa, Shuter (1976, p. 46) comprobó mediante análisis proxémicotáctiles que la interacción social e interpersonal en Latinoamérica evidencia mayor proximidad y una cultura de contacto abierto contrapuesta a la de EE.UU. Aun así, la reproducción de un desarrollo habitacional basado en patrones de conducta agorafóbicos parece haber encontrado suelo fértil en la región, cimentada sobre una multiplicidad de factores que giran en torno a implicaciones intrínsecas al proceso globalizador, tamizados de acuerdo con el contexto y circunstancias socioeconómicas y políticas de cada país.

Considerando que esta conjunción de factores, aunada a la importación de tipologías, ha influenciado el desarrollo del cierre en el contexto local del Área Metropolitana de Guadalajara (AMG), se propone la siguiente caracterización evolutiva:

  • a) Country-Clubs suburbanos (1967-1985): dirigidos a estratos socioeconómicos altos, con extensiones que van desde 120 hasta 746 hectáreas y establecidos como alternativas a la vida caótica de la ciudad, principalmente residencias secundarias de fin de semana o vacacionales.

  • b) Cotos intraurbanos (1986-1999): destinados a la clase alta y algunos sectores de clase media, comprenden extensiones que oscilan entre 15 y 124 hectáreas, cumplen la función de residencia principal de uso diario, utilizando las escasas reservas urbanas con buena conexión vial a la ciudad y cercanía con la naturaleza sin recurrir a la lejanía suburbana.

  • c) Diversificación del cierre urbano (2000-2020): de extensión altamente variable, con desarrollos que van desde 3 hasta 300 hectáreas. El alcance de su mercado trasciende clases altas y medias, adaptándose incluso al sector de vivienda de interés social, su localización no obedece directrices claras.

Esta caracterización revela patrones de desarrollo que se empalman territorialmente con la aparición de las características ya mencionadas (figura 4), así, emergen tres directrices: a) Desarrollo exógeno: el cierre residencial circunda claramente el anillo periférico mediante desarrollos de considerable magnitud, b) Desarrollo endógeno: en el que las urbanizaciones cerradas buscan reincorporarse a la mancha urbana, acaparando áreas verdes disponibles dentro del anillo periférico y c) Desarrollo entrópico: deja de existir una directriz específica, ocupando desde áreas centrales de la ciudad hasta territorios francamente suburbanos, reflejo del proceso de diversificación socioeconómica del fenómeno ocurrido a últimas décadas.

Fuente. Elaboración propia.

Figura 4 Patrones territoriales del cierre urbano en el AMG 

Independientemente de su caracterización, queda claro que estamos frente a una faceta del desarrollo urbano que llegó para quedarse; la instauración definitiva del cierre, reflejada tanto territorialmente como en el imaginario social, se hace patente en el análisis que revelan su éxito: un registro de los desarrollos habitacionales más publicitados del AMG, en el 2014 se evidenció que el 90 % fueron erigidos en modalidad cerrada (Núñez y Ortiz, 2014, p. 29). A su vez, Pfannenstein et al., (2018, p. 1099) estimó que hasta un 20 % del territorio se encuentra ocupado por 2973 instancias cerradas. Como señaló Cabrales (2001), es fundamental no perder de vista estas urbanizaciones, pues ayudan a develar nuevas formas de acceso a la vivienda, a la vez que "permiten entender nuevas lógicas de estructuración territorial, de desdoblamiento residencial, ofreciendo la posibilidad de leer pautas culturales de la sociedad contemporánea" (Cabrales y Canosa, 2001, p. 240).

Un abordaje urbano-etnográfico del confinamiento

En el desarrollo entrópico identificado para el último estadio del cierre habitacional en el AMG, la directriz poniente puede delinearse como eje rector que persiste en cada etapa, desde su instauración en los años sesenta, a partir de un patrón arraigado de segregación donde el oriente concentra buena parte de la vivienda popular y el poniente la residencial. A su vez, destaca al norponiente un incremento particular en la oferta de cotos ramificados alrededor del corredor representado por avenida Tesistán en Zapopan (figura 5), uno de nueve municipios que conforman el AMG, el de mayor envergadura y el que más casos concentra; así, la selección de un caso de estudio sobre dicho eje sugiere un análisis representativo del fenómeno. En los casi 1500 cotos inventariados en Zapopan (Pfannenstein et al., 2018, p. 1100), resalta el caso paradigmático de Capital Norte (CN), un clúster conectado a avenida Tesistán que aglomera once diferentes cotos (figura 5), ocupando 691 hectáreas en la autoproclamada "primer comunidad modelo" del AMG (del Castillo, 2017), objetivo que acorde a su propia publicidad se plantea lograr mediante la cercanía a la naturaleza, planeamientos sustentables, conectividad, servicios intracomunitarios y provisión de seguridad como sinónimo de libertad.

Fuente. Elaboración propia.

Figura 5 Desarrollo norponiente del cierre en Zapopan 

Sendas residencial (SR) representa, con 450 lotes y 25 hectáreas, el coto más consolidado dentro de CN; estructuralmente, se apega a las pautas típicas del desarrollo de gama media-alta: densidad promedio de 120 m2/lote, traza orgánica, cul-de-sacs, glorietas, amenidades, casa club, alberca, zona comercial, town-houses de baja densidad y departamentos, así como una normativa interna que determina desde la cantidad y tipo de mascotas hasta códigos arquitectónicos o el tipo de lenguaje permitido en áreas comunes. SR ofrece además la posibilidad de analizar dinámicas intracomunitarias gestadas tanto al interior como respecto al resto de cotos que conforman el clúster CN, así como del poblado de San Miguel, último bastión de la ciudad abierta colindante al desarrollo, de mayor arraigo y que aloja alrededor de 100 lotes; esta interacción del caso de estudio con el contexto inmediato ofrece el potencial de evaluar las conductas de residentes respecto al miedo, la inseguridad y el sentido comunitario desde un umbral que brinda diversidad para el contraste conceptual.

Dado que el estudio de las perspectivas del habitante, sus miedos y concepción del sentido comunitario son elementos fundamentalmente subjetivos, las aproximaciones metodológicas cualitativas encaminadas a develar la percepción e imaginario urbano del residente resultan esenciales. El uso de la etnografía como herramienta analítica es ideal para el estudio de esta dualidad conceptual, potenciando el escrutinio de interacciones sociales, comportamiento y percepciones que ocurren al interior de grupos, organizaciones y comunidades (Reeves et al., 2008, p. 512). Esto se complementa con la incorporación de narrativas que dan cuenta del imaginario colectivo; como Morín (1999 citado por Narváez, 2011) sostiene, la importancia de estos relatos es inconmensurable y revela mundos "relativamente independientes, donde se fermentan necesidades, sueños, deseos, imágenes, fantasmas", mismos que "se infiltran en nuestra visión o concepción del mundo exterior" (Morín citado por Narváez, 2011, p. 17).

El uso de la etnografía como base del planteamiento metodológico propuesto busca crear una descripción exhaustiva partiendo del análisis de un grupo social, del cúmulo de conductas y sucesos que le determinan, obteniendo mayor nitidez respecto al microcosmos que constituyen los significados que el sujeto de estudio atribuye a su propia realidad para estructurar su cotidianidad. Epistemológicamente, esta surge como contraparte al dogma contemporáneo del estudio de la realidad como evento cuantificable, del antagonismo de la dicotomía cuantitativo-cualitativa; disensión entre racionalismo y naturalismo. Desde la década de los sesenta, el naturalismo ha tenido un resurgimiento en las humanidades como respuesta ante la "excesiva confianza en los datos medibles y cuantificables", creando una alternativa sólida para "otorgar estatura de datos científicos a aquellos relacionados con las sensaciones, las emociones, lo inmaterial, intangible y difícilmente cuantificable" (Narváez, 2011, p. 18).

A partir de esto, se propone un marco metodológico conceptual con base en tres categorías analíticas: caracterización del miedo e inseguridad urbanos, valoración del sentido comunitario y narrativas/perspectivas del residente. La medición de estas parte de una base etnográfica que se complementa con el uso de dos instrumentos auxiliares: el índice de sentido comunitario (SCI-2) de Mcmillan y Chavis (2008) para la evaluación de parámetros intracomunitarios y el análisis conceptual estructural (ACE) de Páramo y Roa (2015, pp. 141-142) para develar, mediante la clasificación múltiple de ítems, estructuras conceptuales en torno al miedo (figura 6).

Fuente. Elaboración propia

Figura 6 Marco metodológico conceptual 

Esta triangulación metodológica supone una aproximación híbrida cuyo elemento rector es la narrativa del habitante; para ello se plantearon 18 entrevistas a profundidad, 12 a residentes de SR y 6 a habitantes de desarrollos abiertos del contexto inmediato para contraste e interpretación de resultados. Estas se constituyen a manera de diálogo semiestructurado a partir del SCI-2 y ACE como incentivos para la introducción de temáticas centrales a la investigación: sentido comunitario, elección residencial y miedos urbanos. La demarcación de instrumentos metodológicos se dispuso conforme la siguiente secuencia, procurando mantener flexibilidad y fluidez en su aplicación para no subordinar la narrativa del habitante:

  • a) Evaluación del sentido comunitario por SCI-2 de Mcmillan y Chavis (2008).

  • b) Sondeo de preferencias residenciales y de percepción sobre inseguridad .

  • c) ACE de miedos urbanos basado en el diseño de clasificación múltiple de ítems de Páramo y Roa (2015).

  • d) Elaboración de mapas cognitivos como parámetros socioespaciales del concepto comunitario/securitario.

Esta secuencia se enmarca en una estructura metodológica determinada por tres herramientas cuyos planteamientos concretos fueron retomados de sus respectivos autores, adhiriéndose a la entrevista como eje rector; si bien su desarrollo a fondo ameritaría la elaboración de un artículo por sí solo, este ha sido sintetizado con fines ilustrativos en un mapa conceptual (figura 7). Como se puede observar, el andamiaje metodológico que representan estas herramientas se circunscribe como elemento periférico, abonando al análisis transversal de la narrativa etnográfica desarrollada en la siguiente sección del artículo. Así, observamos que para el SCI-2 se emplearon preguntas evaluadas en escala Likert correspondientes a aspectos que van desde grado de influencia hasta la conexión emocional del entrevistado; mientras que para el ACE se generaron 27 tarjetas con situaciones temidas a partir de un sondeo previo a la entrevista, cuya tipificación abarca desde miedos tangibles hasta locacionales; por último, se empleó el mapeo cognitivo, en el que cada entrevistado graficó un croquis de su comunidad y alrededores de acuerdo con su percepción.

Fuente. Elaboración propia.

Figura 7 Andamiaje metodológico 

"Se necesita vivirlo, para poder saber": narrativas del encierro

Se pudieron identificar tres discursos relevantes tras la aplicación metodológica: el miedo al otro, la delgada línea del lazo comunitario y retribalización. Un análisis transversal, condensando estas narrativas con la cartografía perceptiva de mapas mentales, la evaluación del SCI-2 y constructos imaginario-espaciales obtenidos por el ACE develó variaciones respecto a la estructuración del sentido comunitario en función de núcleos internos, contextuales y de otredad, además de elecciones residenciales y conceptualizaciones en torno a miedo e inseguridad. Aunque el hilo narrativo fue el miedo, mayormente emanado de la inseguridad, se constataron particularidades en su materialización y conceptualización. Partiendo de su estructuración conceptual, la instancia abierta desplegó amenazas más dispersas, donde miedos etéreos como epidemias u oscuridad ocupan lugares preponderantes, a diferencia de peligros más tangibles como robo o extorsión; por otro lado, la narrativa de residentes en su contraparte cerrada se supeditó al riesgo latente engendrado por la presencia de entes externos a la comunidad.

Esto se reflejó en estructuraciones conceptuales del miedo de territorialidad más definida donde parques, mercados y lugares ligados a clases populares como el centro de la ciudad -áreas de acceso libre- se percibieron conminatorios según su cercanía esquemático-cromática (figura 8), según Borja, la agorafobia urbana es un fenómeno de clase y se constató el miedo exógeno percibido en la reticencia a la aplicación de entrevistas, sin embargo, el entusiasmo participativo en el caso abierto contrastó con el recelo de condóminos.

Fuente. Elaboración propia.

Figura 8 Estructuración conceptual del miedo (ACE). Contraste cerrado(izquierda)/abierto(derecha) 

Por otra parte, la conceptualización de la otredad intramuros parece definirse por una delgada línea que delimita el círculo de confianza según el grado de familiaridad; este umbral maniqueo entre bien y mal restringe su alcance a escalas tan reducidas como un cul-de-sac o el radio de vecindad contigua. La estrechez del umbral comunitario respecto al conjunto de vecinos, donde la atomización y fragilidad del lazo intracomunitario en conjunto con casos aislados de delincuencia al interior del coto repercuten en un imaginario maléfico que permea -propiedad líquida del miedo- y cataliza la desconfianza intramuros y entre los propios residentes. Acorde al retrato etnográfico obtenido, el antídoto securitario al caos urbano ofrecido por el autoconfinamiento habitacional parece endeble, así, no resulta sorpresiva la adopción de medidas individuales de protección encima de las propias del coto.

Esta fragilidad comunitaria da pie al segundo eje discursivo; probablemente la mayor paradoja que encierra el coto sea la forma en que su sentido comunitario resulta, antes que gestado, implantado. A diferencia del lazo espontáneo generado en el entorno abierto, tanto la narrativa del residente como los resultados del SCI sugieren una estructura comunitaria intramuros tan rígida como sus propios lineamientos internos, definida en función del límite entre seguridad y restricción, lo cual se empalmó a lo largo de las narrativas, revelando un conflicto perenne entre condóminos. La amalgama reivindicativa entre confianza, unión, familiaridad, protección y sentido de pertenencia, atributos convencionalmente adscritos al cierre, representan coartadas para la autoreclusión de grupos socioeconómicamente delineados en función del estatus antes que la búsqueda conjunta de metas comunes, así, al sentido comunitario se antepone uno de membresía implícito al reglamento interno establecido por la inmobiliaria y con serias implicaciones constrictivas. Más alarmante aún es la emulación de dinámicas comunitarias incentivada desde el sector inmobiliario a manera de commodity, proceso paralelo a la comodificación securitaria del modelo donde la comercialización de un sentido comunitario simulado funge como ancla de certidumbre.

La imagen inescrutable de murallas, accesos controlados y parafernalia securitaria del coto representa un factor determinante para exacerbar su popularidad. Un halo de certidumbre vinculado con tranquilidad y armonía rodea su imaginario, esto se corrobora en testimonios de residentes para los que la ciudad abierta "dejó de ser lugar para las parejas jóvenes con niños" o aquellos que renunciaron a ella ante la inoperante seguridad pública. Un inquietante número de condóminos reconoció, empero, el espejismo implícito en ello; paradójicamente, la deficiente provisión de seguridad se hizo patente de manera reiterada en sus relatos: "ahora ya estoy aquí, viviendo igual con miedo; es lo mismo, solo que con una envoltura más bonita", admite una residente; su vecina coincide, argumentando mediante una analogía lo que implicó para ella la elección del coto: "es como ir a una tienda y ver un vestido, imaginarte como a la modelo que lo trae puesto y decir '¡sí, eso quiero!', pero ya puesto piensas 'bueno, siempre no', se necesita vivirlo, para poder saber".

Tanto lo recurrente de estas narrativas como los resultados del instrumento metodológico esbozan un sentido comunitario intramuros limitado, distante a lineamientos establecidos por índices como el SCI; de hecho, al contrastar sus resultados con los del caso abierto, se corroboró su fragilidad en los cuatro referentes comunitarios sugeridos: influencia, membresía, refuerzo de necesidades y conexión emocional, los dos últimos son significativamente inferiores; esta deficiencia de vinculación intravecinal se traduce en contacto infrecuente e interacciones más escasas. En la narrativa intramuros se constataron además niveles preocupantes de conflicto concernientes a la administración condominal, derivando en una incapacidad percibida respecto a la toma y poder de decisión, lo cual mina la adherencia de miembros a la voluntad colectiva.

La consecuencia más evidente de esta carencia se observó en el debilitamiento de la membresía; su impacto sobre el sentido de pertenencia parece socavar la identificación intravecinal, comprometiendo la percepción de seguridad y certidumbre que idealmente constituiría la red vecinal. La aplicación del instrumento metodológico reveló esta polarización interna y aunque ambos casos de estudio desplegaron indicios de conflicto intravecinal, la alusión a pugnas que desencadenan procesos de retribalización dominó la narrativa intramuros. El desapego colectivo subyacente a estas narrativas reveló un imaginario excluyente que ha incitado al surgimiento de facciones o tribus, distinguiendo entre condóminos activamente involucrados, indiferentes, rechazados, inconformes y disidentes; subyace a este conflicto la propia redefinición del concepto comunitario, la predominancia del rol clientelar, adquisidor de productos inmobiliarios exclusivos y sus amenidades sobre la de miembro de una comunidad. Como consumidores, las inquietudes o agendas personales se priorizan sobre el bien colectivo, en una dinámica en la que el equilibrio entre conformidad y uniformidad, fundamento del referente comunitario respecto al nivel de influencia entre miembros, es relegado.

El mapeo cognitivo constató estas carencias, la percepción espacial expresada gráficamente por condóminos develó el rol protagónico de sus bordes, que definen claramente su espacio comunitario respecto al contexto y sus habitantes mediante una noción imaginaria restringida.

Contrario al jerarquía gráfica dado a agentes delimitantes como muros y accesos controlados, el corto alcance gráfico respecto a sus inmediaciones y la ausencia de referentes a interacciones sociales, percepción, y experiencias ligadas al otro, son evidencia de ello (figura 9). Esta dicotomía se expresa en mapeos contextuales que, pese a su contigüidad, difieren enteramente entre ellos; la ausencia de elementos gráficos referenciales que trasciendan al muro retrata una abstracción respecto al exterior contrastante con aquellos de su contraparte abierta donde el encierro parece inhibir la cartografía cognitiva revelando un marco contextual referencialmente semivacío, acotado a representaciones de clústeres demarcados por bordes perimetrales y elementos de control, acompañados de textos que refuerzan estos límites, determinando un solo espacio: el propio.

Fuente. Elaboración propia a partir de dibujos recolectados en entrevistas.

Figura 9 Mapas cognitivos contrastados. Superior: vecindario abierto e inferior: SR 

Aunada a esta descontextualización, la designación constante de elementos en términos de su apropiación -mi casa, mi comunidad, mi colonia, mi familia, mi mundo- supone una conceptualización que antepone el espacio propio al entorno en el que se inscribe. En contraste, los procesos cognitivos espaciales obtenidos del vecindario abierto despliegan diversos puntos de referencia en sus mapas, situando su casa o colonia respecto al contexto mediante referencias a sus inmediaciones, áreas urbanas como el centro, hitos o vialidades, además refieren escasamente a la vivienda propia, favoreciendo mapas de mayor escala y complejidad urbana, lo que infiere una visión contextual/ colectiva antepuesta a la individual.

Conclusiones

Afianzado en políticas que han eludido por décadas el trasfondo social y económico que subyace a la actual crisis securitaria nacional, el desarrollo urbano en México ha adoptado y estandarizado al cierre urbano como paliativo al rampante avance de la inseguridad y violencia agudizado desde 2006, exacerbando territorialmente la de por sí profunda brecha socioeconómica mediante la reproducción masiva de patrones de exclusión y segregación. El coto condensa en sus bordes perimetrales la polarización que deriva de estos procesos, erigiéndose como catalizador de una percepción generalizada de la ciudad abierta como epítome de la incertidumbre.

Independientemente de los agentes específicos a los que ha respondido el cierre desde su importación en el AMG a finales los sesenta y a lo largo de las etapas evolutivas discutidas en este artículo, la promesa tranquilizadora de un anhelado sentimiento de resguardo a la integridad ya sea jerárquica o física, funge como constante. Este afán ha transitado por la conservación o enaltecimiento de privilegios vinculados a la exclusividad y al ocio, la coexistencia regulada entre residentes a partir de normativas internas que marcan una frontera respecto al caos urbano, la cercanía con el escaso remanente de áreas verdes como prerrogativa de clase y la estandarización del blindaje mediante arquitectura del miedo, hasta enaltecer recientemente el lazo intracomunitario como paliativo securitario ante amenazas a la integridad física, a la vez que placebo frente a la imprevisibilidad global que pone en entredicho la integridad identitaria-social.

A lo largo de este artículo se han discutido las adaptaciones retomadas por el cierre urbano para ajustarse a las premisas antes mencionadas, observando patrones flexibles de intensificación/ alternancia según las circunstancias y el mercado inmobiliario lo demandan. Esta correlación entre densidad del tejido social -debilitado por la polarización socioeconómica y la volatilidad de representaciones identitarias- y popularidad del fenómeno puede expresarse para el estadio actual en una triangulación conceptual basada en la urgencia del sentido comunitario como elemento base ante el incremento de la inseguridad y su consecuente materialización de miedos; desde esta perspectiva, la evaluación del sentido comunitario intramuros y la estructuración conceptual de miedos proyectados espacialmente por el residente constituyeron las bases para un instrumento metodológico que se planteó la incorporación de elementos mayormente cualitativos en torno a la etnografía urbana.

De acuerdo con los parámetros evaluados, se puede inferir, además del rol catalizador, el uso de la simulación como elemento inherente al coto; más allá de su parafernalia defensiva, la vida intramuros aparece vulnerable en el imaginario de condóminos, y la neutralización del imaginario maléfico, materializada por la inseguridad y encarnada por el otro, prevalece entrampada en su interior. El antídoto securitario, piedra angular de su éxito, se desvanece ante la narrativa de residentes que recurren al blindaje individual a la vez que exacerban procesos de retribalización al interior del coto, derivando en niveles inquietantes de desconfianza y cohesión intravecinal. Esto último se corresponde con los bajos índices de sentido comunitario documentados, en especial los relativos a membresía y valores compartidos, elementos paradójicamente enaltecidos por las inmobiliarias como parte del paquete todo-incluido de beneficios. El sentido comunitario prefabricado intramuros, accesorio al aparato defensivo de medidas tangibles de seguridad, pareciera convertirse en un peligro por sí mismo, corriendo el riesgo contraproducente de entrampar inseguridades y miedos; en ese sentido el coto actúa como subterfugio, estratagema usado para el escape y la evasión a través de la simulación de un ambiente seguro y armónico entre iguales.

Aunque la búsqueda de seguridad derivada del miedo ha sido siempre un fuerte incentivo para la creación de asentamientos, las implicaciones urbanas al adoptar un enfoque que lucra con el miedo como paradigma de desarrollo está redefiniendo conceptualmente aspectos clave de la vida social, económica y cultural de las ciudades en México y Latinoamérica. Más allá del confinamiento habitacional, los cotos encierran paradojas, en ese sentido es importante observar por encima de sus muros y discernir la retórica del encierro de sus propios residentes, resultados contraproducentes como los aquí documentados podrían estar re-definiendo nuestro concepto de comunidad en tanto elemento esencial de la vida urbana y del futuro de nuestras sociedades.

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Recibido: 30 de Noviembre de 2020; Aprobado: 02 de Abril de 2021

Conflicto de intereses:

El autor ha declarado que no existe conflicto de intereses.

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