EDITORIAL
LA LITURGIA: FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA ECLESIAL
Liturgy as font and summit of the ecclesial life A liturgia: fonte e ápice da vida eclesial
Ricardo Tobón Restrepo*
* Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Arzobispo de Medellín. Gran Canciller de la Universidad Pontificia Bolivariana. Medellín, Colombia. Correo electrónico: arzobispo@arqmedellin.com
LA LITURGIA REALIZACIÓN DEL MISTERIO DE LA SALVACIÓN
Desde siempre, Dios tiene un proyecto de salvación que va realizando en la historia y que alcanza su momento culminante en la venida y actuación de Cristo (Cf. Ef 3,4.9). Por esto, la Sacrosanctum Concilium afirma: "Esta obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC,5).
La liturgia, que etimológicamente significa "obra del pueblo", permite que el pueblo de Dios, celebrando el misterio de Cristo, participe en la obra de Dios y, en él, Cristo continúe la obra de la salvación. Así llegamos a la esencia de la liturgia, como la presenta la constitución conciliar: "Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia" (SC,7).
Estas palabras nos muestran claramente que la liturgia cristiana no es principalmente un esfuerzo humano, sino la salvación realizada por Dios en Cristo mediante el Espíritu Santo, que sigue actuando hoy. En la liturgia la iniciativa parte de Dios y el actor principal es Cristo. En ella la historia de la salvación continúa en línea directa y, por esto, es ante todo un acontecimiento de gracia cuyo fin es la santificación de cada persona y de toda la comunidad humana. Como palabra y sacramento, la liturgia está marcada por una línea estructural descendente.
]]> Pero esto no significa que el hombre se pueda comportar en la liturgia de un modo pasivo. A él se le pide la disposición de escuchar y creer, de acoger y obedecer, de celebrar y vivir. La palabra de Dios lo mueve a la respuesta, el amor de Dios lo llama a corresponder al amor, la acción misericordiosa de Dios lo invita a la alabanza agradecida. Pero la respuesta no es individual, de un hombre, sino de un miembro de la comunidad, que San Pablo llama el Cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo mismo. Podemos decir, por consiguiente, que a la acción salvífica de Dios en la liturgia responde la Iglesia entera, a la que se asocia también Cristo. Por eso, se tiene en la liturgia una línea ascendente y un segundo actor que es la Iglesia. De esta manera, la liturgia es una actuación conjunta de Cristo y de la Iglesia para la santificación del hombre y la glorificación del Padre; es en verdad un diálogo salvífico o, como dicen los Padres de la Iglesia, un santo intercambio.Aun teniendo el primado en la vida de la Iglesia, la liturgia supone una prioridad: el anuncio del Evangelio que lleva a la conversión, que invita a la fe y que viene ratificado por el sello sacramental. Esta dinámica del proceso está ya descrita por San Pablo cuando pregunta: "¿Cómo podrán invocarlo sin antes haber creído en él?" (Rm 10,14). La vida litúrgica está puesta en el culmen, pero este culmen está precedido de la fe, porque sin la fe no es posible la oración. La fe, a su vez, está precedida de la predicación, según el axioma: "la fe depende del anuncio" (Rm 10,17). Por tanto, se puede concluir que la liturgia no agota sino que supone toda la actividad de la Iglesia y así evita aproximarse al ritualismo y a la magia (Cf. SC,9).
LA LITURGIA: FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA ECLESIAL
La liturgia, en cuanto acción de Cristo y del pueblo de Dios es el centro de la vida cristiana. Ella "constituye el culmen hacia el cual tiende la acción de la Iglesia y a la vez la fuente de donde mana su fuerza vital" (SC, 10; CCEC 219). Si en la fase del anuncio la liturgia se pone como "culmen", en la fase de la actuación de la misma liturgia se pone como "fuente"; de ella, en efecto, brota la gracia y se obtiene con la máxima eficacia la santificación del pueblo de Dios. Así la liturgia mueve a los fieles a traducir en la vida lo que han recibido por la Palabra. Si la evangelización culmina en la liturgia, de la liturgia nace y saca su fuerza la misión (Cf. SC,10; PO,5).
En la liturgia como "fuente" tienen su origen la koinonía o comunión entre los miembros del único Cuerpo de Cristo (Cf. 1 Cor 12,12s), la mistagogia o introducción a los sanos misterios partiendo de los signos de la misma liturgia, la diakonia o servicio a los hermanos (Cf. He 2,42s), la apología o defensa de la fe (Cf. 1 Pe 3,15), la misión o anuncio de la Buena Noticia con la palabra y las obras, la martiria o testimonio hasta dar la vida (Cf. He 1,8; 22,15). La liturgia, digamos de nuevo, está en el corazón de la Iglesia.
En ella, la Iglesia vive y expresa su verdadera identidad como comunidad bautismal, escogida no según la carne sino por vocación; como comunidad nupcial que espera en la fidelidad a su Esposo que retorna (1 Cor 11, 26; Mt 25,1-13); como comunidad católica que supera las barreras de la raza, la lengua, la cultura, el espacio y el tiempo; como comunidad diaconal articulada en la diversidad de ministerios para el servicio de Dios y de los hombres; como comunidad misionera que sabe salir al mundo para santificarlo y llevarlo a la Eucaristía. De la liturgia mana la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia la santificación de los hombres y la glorificación de Dios, fines a los cuales tienden las demás obras de la Iglesia (SC, 10).
Por eso, como fuente y cumbre de la vida eclesial, la liturgia tiene una relación profunda y particular con la evangelización y con el servicio de la caridad. Toda liturgia si es auténtica imprime un impulso irresistible a la misión, apremia a compartir con los demás el amor salvador que se ha experimentado en la celebración de los santos misterios. La vocación misionera de Pablo y Bernabé la presenta el libro de los Hechos en un contexto litúrgico: "Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: 'Reserven para mí a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado'" (He 13,2-3). Pablo se considera un liturgo que, ejercitando el oficio sagrado del Evangelio de Dios, hace posible la ofrenda de los paganos como una oblación agradable y santificada por el Espíritu Santo (Rm 15,16). Para él, la misión es una verdadera celebración que completa el sacrificio de Cristo y da gloria a Dios (Cf. Col 1,24-25).
Así mismo, la liturgia es también fuente y culmen de toda obra de caridad. Varios textos del Nuevo Testamento no reducen la liturgia a la celebración del culto divino sino que la extienden a la actuación de la caridad (Cf. Rm 15, 27; 2 Cor 9,12; Fil 2,25). En la liturgia la Iglesia es "sierva" a imagen de su Señor el único liturgo (Cf. Heb 8,2-6). Toda acción litúrgica se vuelve, por tanto, celebración de la caridad. Dar la vida (Jn 15,13), como acto de amor a imitación del Padre (Jn 3,16), es el signo que distingue a los verdaderos adoradores que deben glorificar a Dios no en templos construidos por manos humanas, sino en espíritu y verdad (Jn 4,23; Rm 12,1-2). La liturgia se verifica en la caridad y la caridad se encuentra en la liturgia que celebra el Amor que Dios es. Por eso, la comunidad ideal descrita en los Hechos vive de la sinergia didascalía-eucaristía-diakonia-koinonia (He 2,42-48). Pablo dice que no es capaz de reconocer el cuerpo eucarístico de Cristo quien no lo sabe reconocer en su cuerpo eclesial (1 Cor 11,17-34). Por tanto, toda celebración litúrgica es fuente de caridad, como insisten casi todas las oraciones de la postcomunión.
RASGOS DE UNA LITURGIA FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA ECLESIAL
Para experimentar que la liturgia es, en verdad, fuente y culmen de la vida eclesial, debe tener una fisonomía especial que, entre otras, se expresa en las siguientes características:
ALGUNOS ASPECTOS PARA PROFUNDIZAR Y MEJORAR
Este Congreso debe llevarnos de las enseñanzas a la vida. Me parece importante, por consiguiente, sugerir algunos campos concretos en los que debemos reflexionar y encontrar caminos para mejorar la celebración de la liturgia. Especialmente, podríamos tener en cuenta los siguientes: